La inquietud, la curiosidad y la pasión son parte esencial del motor de la ciencia y la generación de conocimiento. A Paul Ruiz, doctor en Psicología, el problema que le imprime energía para investigar es el del consumo de drogas y sus efectos sobre el sistema nervioso, especialmente en jóvenes. Para su tesis de doctorado, recurrió a las ratas como modelo para estudiar la relación entre la depresión y el consumo de alcohol. Luego, la motivación lo llevó a trasladar su estudio a los humanos. Así, elaboró una encuesta para analizar el vínculo entre el consumo de alcohol en los jóvenes uruguayos y el malestar psicológico, el contagio emocional, el sexo, la edad de inicio de consumo y el nivel educativo.

“Este artículo lo que intenta hacer es demostrar que lo que vimos en ratas se puede ver en humanos”, resume Ruiz. Una vez convencido de hacer el estudio, se puso a trabajar y encontró que hacía falta una escala oportuna para sus objetivos. En esa búsqueda dio con el concepto de “malestar psicológico”. “Es un constructo que busca mostrar un aspecto de riesgo. Es una mezcla entre síntomas de depresión y de ansiedad. Cuanto más malestar, más probabilidad de manifestar patologías mentales tiene una persona”, explica.

A partir de allí, en 2017 elaboró una encuesta en el Centro de Investigación Clínica de la Facultad de Psicología de la Universidad de la República para medir el consumo de alcohol, el malestar psicológico, la edad de inicio de consumo y la predisposición al contagio emocional en jóvenes uruguayos. La difusión de la encuesta se realizó en redes sociales y académicas, y en total respondieron las preguntas 1.505 jóvenes (27% hombres y 73% mujeres) de entre 18 y 30 años.

De los encuestados, 97% respondió haber consumido alcohol alguna vez en la vida (el porcentaje fue similar para hombres y mujeres, 97,1% y 97,3%, respectivamente), y 44,7% lo había hecho en la semana previa a completar la encuesta. En este último caso, la prevalencia de consumo fue “significativamente” mayor entre los hombres (53,7%) que entre las mujeres (41,7%). Además, 23% de los jóvenes reportó al menos un episodio de borrachera en el último mes, y el porcentaje ascendió a 48,9% si se tomaba en cuenta el último año. A su vez, 59,3% reportó haber padecido un episodio o más de binge drinking, expresión que alude al consumo excesivo de alcohol en un lapso acotado, por ejemplo de dos horas.

Malestar y alcohol

La asociación entre malestar psicológico y consumo de alcohol es clara: “Cuanto más malestar más consumo de alcohol, esa es la consigna”, resume Ruiz, y agrega que, a su vez, el estado de malestar se relacionó “con un mayor número de consecuencias negativas asociadas al consumo”.

Estos efectos adversos eran un elemento que aún no había sido abordado en los jóvenes uruguayos, algo que Ruiz subsanó incluyendo en su encuesta el cuestionario “Consecuencias asociadas al consumo de alcohol en jóvenes adultos”. Aunque no se menciona en este estudio, los mismos autores (Ruiz, Angelina Pilatti y Ricardo Marcos Pautassi) comunicaron las principales consecuencias experimentadas por los adolescentes en la publicación del congreso internacional Latin American Society for Biomedical Research on Alcoholism, en 2019, cuyo resumen está disponible en el Journal of Fetal Alcohol Spectrum Risk and Prevention.

Entre las consecuencias negativas experimentadas en los últimos seis meses, los jóvenes señalaron “despertarse con resaca el día después de beber (67%)”, “beber más de lo originalmente planeado (54%)”, “participar en actividades vergonzosas (50%)”, “vomitar (48%)” y “experimentar pérdidas de memoria (33%)”. Por otro lado, la “frecuencia de las consecuencias se asoció negativamente con la edad”, es decir que cuanto mayores son los jóvenes, menor la cantidad de consecuencias negativas por el consumo de alcohol. Los hombres que participaron en la encuesta informaron haber experimentado más consecuencias negativas que las mujeres. Asimismo, los participantes de Montevideo reportaron más consecuencias negativas que los del resto del país, y no hubo diferencias entre los estudiantes universitarios y los no universitarios. “Esta información es útil para diseñar intervenciones y políticas públicas dirigidas a los jóvenes”, concluye la publicación.

En la relación entre ambos fenómenos es difícil determinar qué es lo que aparece primero: si los síntomas de ansiedad y depresión son los que conducen al consumo de alcohol, o si los síntomas aparecen como una consecuencia de la ingesta de la droga. Con las ratas funciona de una manera parecida, dice Ruiz: “Una rata deprimida consume más alcohol, y si a una rata le das de tomar mucho alcohol puede generar síntomas de depresión”.

De todas formas, sin saber qué fue primero, si el huevo o la gallina, la bibliografía existente señala que las personas con malestar psicológico están más predispuestas a tener un consumo problemático de alcohol. La investigación sostiene que la “‘hipótesis de reducción de la tensión’ sugiere que el consumo de alcohol mitiga los sentimientos de ansiedad o depresión y que esto promueve el consumo posterior de alcohol”. Para el investigador esto es bastante coherente: “La persona se siente mal, toma alcohol y se siente mejor. Ese malestar puede ser psicológico –síntomas de depresión o de ansiedad–, y el alcohol también es ansiolítico. La próxima vez que la persona se sienta mal, es probable que recurra de nuevo a la droga. Entonces, desde el punto de vista comportamental tiene sentido”.

Además, el documento muestra que el inicio temprano del consumo de alcohol es “uno de los predictores más confiables del consumo problemático de alcohol” en la adultez.

Triángulo peligroso

La encuesta sigue arrojando datos. Ahora está analizando en profundidad el vínculo entre malestar psicológico y alcohol en relación con otras variables, como horas de trabajo, lugar de residencia y procedencia, entre otras, porque “el malestar no se comporta igual en todos lados, depende del contexto, del sexo y de un montón de cosas más”.

“Entre las drogas, el malestar está correlacionado particularmente con el consumo de alcohol, que a su vez está correlacionado con los índices de suicidio”, dice Ruiz. “Uruguay tiene los índices de suicidio más altos en la región, particularmente en jóvenes y en Montevideo. Los datos que encontramos en relación con el alcohol están bastante acompasados con los datos de los últimos años de índice de suicidio. Entonces, alcohol, malestar y suicidio generan como una triangulación en la que las tres cosas se pueden asociar. Ese es un problema importante para Uruguay”.

El artículo será publicado próximamente, pero el psicólogo adelantó algunos datos interesantes a la diaria, como que “uno de cada dos jóvenes uruguayos (54%) padece niveles altos o muy altos de malestar psicológico”, que “las mujeres tienen significativamente mayores niveles de malestar que los varones”, que existe “una correlación negativa entre edad y malestar (cuando van creciendo el malestar va bajando)”, que “no hay diferencias significativas en malestar entre capital e interior” y que “no hay diferencias significativas en malestar entre nivel educativo”.

El efecto social

Otro hallazgo que Ruiz encontró en el modelo animal para su doctorado es el efecto del contagio emocional. En el caso de los jóvenes, el psicólogo encontró –una vez más– un comportamiento similar: quienes conviven con personas deprimidas, tienden a deprimirse. No obstante, eso no se vio reflejado en un mayor consumo de alcohol. Es decir, existe una “asociación positiva entre la sensibilidad al contagio emocional y la angustia psicológica”, pero no entre el contagio emocional y los resultados del consumo de alcohol, plantea el estudio.

Ese contagio “es un cambio en el estado emocional que ocurre debido a las emociones que otros transmiten a través del comportamiento no verbal”, explica el documento. Ruiz manifiesta que el efecto no solamente se produce por compartir un espacio físico, sino que hay numerosos estudios que han dado cuenta del contagio emocional mediante la interacción con individuos a través de las pantallas de computadoras y celulares, por ejemplo, con el uso de las redes sociales. “Hay algunos papers muy interesantes que señalan que cuando estás en Facebook, si ves determinados contenidos se te empieza a generar un estado emocional y anímico determinado”, comenta el psicólogo.

El estudio del contagio emocional empezó con experimentos en animales: “Trabajábamos con grupos de ocho ratas confinadas en una caja. De esas ocho ratas, deprimíamos a seis y las dejábamos convivir por un período con el resto. Transcurridos los días, empezábamos a ver cómo las ratas ‘normales’ empezaban a imitar el estado deprimido del resto. En tanto, las ratas que convivían con ratas no deprimidas no se deprimían. Entonces, hay un efecto social, y también existe en los humanos”, cuenta Ruiz.

El siguiente paso era investigar la asociación de la depresión con el consumo de alcohol. El esquema fue el mismo: primero el experimento en ratas y luego en humanos, y los resultados se replicaron en un modelo y otro. “En ratas hicimos un par de experimentos y no vimos nada. No vimos un efecto específico. Sí veíamos que las ratas deprimidas tomaban más alcohol, y que las ratas que convivían con las deprimidas tendían a deprimirse, pero esas ratas no tomaban más alcohol. En algún lugar se corta”, cuenta el psicológico. Con los adolescentes el estudio determinó que “directamente no se puede predecir el consumo de alcohol” en base a esa variable, plantea Ruiz, o sea, las “personas más vulnerables al contagio emocional no toman más alcohol”.

De todas formas, Ruiz va a volver a hacer el experimento para observar qué sucede en una convivencia prolongada, para analizar mejor el efecto temporal: “Cuando las ratas convivían diez días con las ratas deprimidas se deprimían un poquito; cuando convivían un mes, se deprimían bastante más. Entonces, quizás si conviven un poco más de tiempo empiecen a consumir alcohol”.

No es cuestión de estudios

Rambla de Montevideo en el barrio Pocitos. (archivo, noviembre de 2017)

Rambla de Montevideo en el barrio Pocitos. (archivo, noviembre de 2017)

Foto: Javier Calvelo, adhocFOTOS

Otra de las variables que consideró la encuesta fue el nivel educativo de los jóvenes. “El nivel educativo es una discusión enorme, hay dos bibliotecas muy diferentes”, dice el investigador. En el artículo se consigna que, por un lado, hay estudios realizados en Estados Unidos que plantean que el ingreso de los jóvenes a las fraternidades y vivir en campos universitarios estimulan el consumo de drogas. Por otro lado, también señala que hay investigaciones que sostienen que la permanencia en el sistema educativo tiene un “efecto protector” sobre el consumo problemático de alcohol. El caso de Uruguay parecería no apoyar ninguna de las dos vertientes: los investigadores encontraron que “el nivel educativo ni protege ni estimula”. Si bien es cierto que los jóvenes no se mudan a las universidades, y, por lo tanto, no está presente el papel de las fraternidades norteamericanas, Ruiz recalca que “tampoco ocurre esto que a veces la gente dice que los más educados son los que menos consumen”, dice Ruiz. De todas formas, en el documento los autores dejan constancia de la necesidad de más estudios específicos.

Entre los encuestados universitarios y no universitarios, el consumo experimentado alguna vez en la vida fue similar: 97,6% y 97%, respectivamente, y en los últimos siete días previos a la encuesta la diferencia no fue amplia: 42,2% para los no universitarios y 47,3% entre los universitarios. Sobre los episodios de borrachera en los últimos 30 días, los jóvenes no universitarios reportaron 23,2% y los universitarios, 23,5%.

Ni de la cantidad de alcohol

A los casi 1.600 jóvenes que realizaron la encuesta se les preguntó cuándo fue la última vez que habían tomado alcohol y qué tipo de bebida habían consumido. Con esos datos es posible hacer una traducción a gramos de alcohol consumidos, y, a partir de allí, analizar el vínculo de este consumo con las consecuencias negativas y el malestar psicológico.

En el caso de la cantidad de gramos de alcohol consumidos, el malestar psicológico no estuvo “relacionado significativamente” con un mayor volumen de consumo durante el último año ni con el consumo excesivo de alcohol en un lapso breve de tiempo, el ya mencionado binge drinking o atracón. “Esta disociación sugiere que, en nuestra muestra, la angustia psicológica se asocia con consecuencias negativas relacionadas con el alcohol, pero no con un patrón episódico de consumo de alcohol”, apunta la investigación.

Por otro lado, los resultados del estudio arrojaron que “no hay una correlación directa con el malestar, pero sí con las consecuencias”, relata Ruiz, y en ese proceso inciden variables de adaptación y absorción de la droga. “Vos podés tomar un vaso de cerveza y yo puedo tomar un vaso de la misma cerveza, pero los dos podemos tener consecuencias diferentes. Yo soy hombre, vos sos mujer; yo soy más grande, vos más chica; quizás vos tomás con una frecuencia y yo con otra, vos comiste antes y yo no. Todas esas variables van a interferir en la absorción y la consecuencia”, ejemplifica, y resume: “Los gramos solos no explican por sí mismos la consecuencias que tendrá el consumo”.

Desafiando la biología

Como queda claro en lo que dice Ruiz, el sexo también fue una variable considerada. Las diferencias en los efectos producidos por el alcohol entre los sexos (en animales) y géneros (en humanos) han sido ampliamente descritas; por este motivo, en la encuesta fue relevante que los jóvenes se identificaran como de sexo masculino o femenino.

Entre los encuestados, los hombres reportaron más episodios de borrachera en los últimos 30 días (30,2%) que las mujeres (21%), consumieron más gramos de alcohol por episodio (99,5% a 72,9%), y también manifestaron un mayor patrón de consumo problemático (7% contra 4,8%). Así como no hubo diferencias en la prevalencia de consumo a lo largo de la vida, tampoco se encontraron diferencias en el género en la edad de inicio de consumo.

De todas formas, en el artículo se desataca que el consumo de alcohol entre las mujeres ha sido abordado en menor cantidad de estudios. “Hay un montón de cosas para investigar. Exactamente, qué es lo que falta investigar no lo tengo del todo claro. En mi tesis de doctorado encontramos muchos efectos relacionados con el sexo, tanto en humanos como en los modelos animales, y muchos de esos efectos eran inexplicables por la bibliografía disponible”, dice Ruiz.

Por ejemplo, en los estudios de depresión en los modelos animales Ruiz encontró que las hembras deprimidas tomaban más que los machos, y disminuían su consumo de alcohol si se les administraba un antidepresivo. “Ese efecto [del medicamento] funcionaba en las hembras pero no en los machos, y cuando vas a la bibliografía a ver si alguien se arrimó al tema como para poder esbozar una posible explicación, encontrás que no”, dice Ruiz. “En realidad, lo que podés decir es que la epidemiología, en términos de depresión, dice que las mujeres se deprimen más que los hombres”, esboza como explicación.

Otro vacío se encontró en el análisis del modelo maníaco –el otro extremo de la depresión–, en el que los investigadores encontraron lo opuesto: “Los machos maníacos consumían más alcohol que las hembras maníacas”. Pero tampoco existen antecedentes ni literatura científica al respecto. “Hay un montón de esos detalles que no se saben, y son diferencias de sexo que tenés que considerar”, plantea Ruiz.

Pero más allá de estas lagunas en el conocimiento, hay un tema que preocupa aun más a Ruiz, y es que las mujeres, a nivel internacional, “están tendiendo a revertir una diferencia biológica”. Existen diferencias neurofisiológicas que explican las distintas consecuencias del consumo de alcohol para hombres y mujeres: la enzima que se encarga de degradar el alcohol en el cuerpo es menor en las mujeres, y el porcentaje de líquido corporal –también menor en las mujeres– genera una absorción y metabolización del alcohol diversa. “Biológicamente los hombres pueden tomar más alcohol que las mujeres, lo resisten. Con la cantidad que una mujer se emborracha, el hombre no lo hace, dado que precisa más cantidad por un tema de metabolismo, enzimas, líquidos corporales”, sostiene el investigador.

“Hay una brecha en la que los hombres toman esto y las mujeres esto”, dibuja Ruiz con las manos en el aire a niveles distintos. Pero “con el paso de los años esa brecha se está reduciendo”, y entonces las manos del psicólogo comienzan a nivelarse. “Las mujeres están tendiendo a llevar la biología a un extremo, digamos. Están haciendo una presión ambiental sobre un sistema biológico para que se adapte a consumir lo que no podría consumir, y ¿para qué?”. A Ruiz esto lo llena de perplejidad, tanta que pregunta: “¿Para qué vas a tomar tanto alcohol, al punto de subir los umbrales de tolerancia?”.

“Un inicio temprano de consumo de alcohol conduce a peores consecuencias negativas en el futuro y aumenta la posibilidad de padecer un trastorno por consumo problemático”. Paul Ruiz

La clave: el punto de inicio

Para el psicólogo, la edad de inicio de consumo de alcohol es uno de los principales aspectos que deben trabajarse, por razones claras: un inicio temprano conduce a peores consecuencias negativas en el futuro y aumenta la posibilidad de padecer un trastorno por consumo problemático. “El cerebro no termina de madurar hasta los 20, 21 años. Ahí habría que empezar a tomar, pero acá los jóvenes empiezan a los 13 o 14, y esa es una edad promedio, porque tenemos registros de niños de 11 años que toman alcohol”, señala. “Hay un cerebro que está madurando, y estás introduciendo un tóxico que le va a hacer mal. Ese cerebro, con diez años de consumo, ¿como va a terminar?”, dice preocupado.

De acuerdo con los resultados de la encuesta, todas las variables aumentan entre los bebedores tempranos: registraron una mayor prevalencia en el consumo en la vida (96,5% frente a 90,7% de bebedores tardíos), y también en el consumo en los últimos siete días (56,2% reportó haber consumido alcohol, mientras que ese porcentaje llega a 37,8% en los bebedores tardíos). Los bebedores tempranos también alcanzaron mayor cantidad de episodios de borrachera en la semana previa a la encuesta (29,8% frente a 19,3%), mayor consumo de gramos por episodio (90,6% contra 70,1%), mayores niveles de malestar psicológico y una consumo problemático superior (6,5% ante 4,4%).

Desde hace al menos cuatro años, Ruiz utiliza todos los datos y la información producto de sus investigaciones para dar talleres en instituciones educativas y conversar con jóvenes –y a veces con padres– sobre factores que estimulan el consumo, así como respecto de sus efectos y formas de prevención. La edad de inicio de consumo es un punto siempre presente. “En los talleres de prevención muestro fotos de resonancias magnéticas del cerebro de personas que tomaron alcohol y de otras que no lo hicieron, cuando tienen que resolver un problema cognitivo. Cuando agarrás a un pibe que toma mucho alcohol y le pedís que haga una cuenta, las áreas del cerebro que se prenden son diferentes que las que se prenden en uno que no toma alcohol”, plantea. Pero el alcohol no sólo afecta el desarrollo del sistema nervioso, sino que “influencia hasta en cómo se desarrollan los huesos”, dice Ruiz, de manera que afecta a todo el cuerpo de los jóvenes en crecimiento.

Otros temas que trabaja en sus talleres son el “aprendizaje imitativo” y las normas sociales del círculo cercano de los jóvenes y sus consecuencias en el consumo de drogas. “Si tus padres toman alcohol, es mucho más probable que vos tomes alcohol. Si tus padres empezaron jóvenes, es muy probable que vos empieces joven. Si tus amigos toman más alcohol que vos, vos tendés a aumentar la cantidad de gramos de consumo de alcohol”, explica.

“Nadie está dispuesto a hacer lo que hay que hacer para que esto deje de pasar”. Paul Ruiz

Un problema legal

“¿Cuál es el problema que tiene el alcohol? Que es legal”, afirma Ruiz. “Vas al supermercado y tenés góndolas de alcohol, no hay una de marihuana. Es un problema y está ahí”, plantea el investigador, y dice en un tono un poco desalentador: “Me encanta que estudiemos esto, que trabajemos esto, pero forma parte de una farsa. Nos preocupa, pero nadie está dispuesto a hacer lo que hay que hacer para que esto deje de pasar”.

El psicólogo remarca que hay varios puntos en los que se debe trabajar en el plano cultural y político si se pretende hacer algo, entre ellos que “como el alcohol tenés que comprarlo, no es una planta de marihuana, que podés cultivar y fumar, si vos generás más acceso a la droga, hay más consumo”. Pone ejemplos: los happy hours abiertos durante la tarde en las zonas cercanas a facultades y “los rituales de iniciación en el consumo”, como en el caso de padres que ofrecen alcohol o estimulan el consumo de sus hijos en el hogar. “La cultura está dentro de todos esos patrones de comportamiento” y “a veces parece que no estamos dispuestos a regular lo que se puede regular para disminuir el consumo”, expresa.

Artículo: Consequences of alcohol use, and its association with psychological distress, sensitivity to emotional contagion and age of onset of alcohol use, in Uruguayan youth with or without college degree
Publicación: Alcohol (2020).
Autores: Paul Ruiz, Angelina Pilatti, Ricardo Marcos Pautassi.

Artículo: Alcohol-related negative consequences in Uruguayan youth
Publicación: Journal of Fetal Alcohol Spectrum Risk and Prevention (2019).
Autores: Paul Ruiz, Angelina Pilatti, Ricardo Marcos Pautassi.