Cuando a cualquiera le dicen “playa”, es difícil que lo primero en lo que piense no sea en agua, sol y arena. Sin embargo, las playas son ecosistemas muy ricos en los que, tanto bajo como sobre la arena habitan gran cantidad de especies. A algunas de ellas las vemos, como puede ser el caso de una gaviota o de un ostrero que se acerca a la arena mojada para llevarse algo al buche.
Hay otros, más pequeños, como tábanos, moscas, hormigas y escarabajos, que tal vez notemos porque nos molestan o porque prestamos un poco de atención. Sin embargo, en la arena hay también toda una fauna que se nos pasa completamente por alto en nuestra búsqueda frenética de descanso estival. Algunos son microorganismos que no podríamos ver jamás a simple vista –seres unicelulares, bacterias, hongos–, pero otros animales que sí podríamos ver sin ayuda de microscopio –y que por tanto forman parte de la macrofauna– pasan inadvertidos, escondidos entre los diminutos granos de piedra molida.
Arena llena eres de gracia
Las playas arenosas están habitadas por una macrofauna variada dominada por crustáceos, moluscos y gusanos poliquetos. Por ejemplo, en un trabajo publicado en 2019 por la investigadora Eleonora Celentano y otros colegas del Laboratorio Ciencias del Mar (Undecimar) de la Facultad de Ciencias, se arrojan los resultados de un muestreo de macrofauna realizado en setiembre en la playa de la Barra del Chuy. Quién lo diría: en el artículo se comunica que en un metro cúbico de arena de esa playa habría 9.847 individuos del piojo de arena Excirolana armata, un crustáceo tan pequeño como molesto. Pero hay muchos más: en un metro cúbico de arena también se encontraron densidades de 2.850 ejemplares de almeja amarilla (Mesodesma mactroides), 104 berberechos (Donax hanleyanus), 5.613 gusanos Euzonus furcifera, 453 crustáceos conocidos como pulga de mar (Atlantorchestoidea brasiliensis), 1.459 individuos del crustáceo Bathyporeiapus ruffoi. La lista sigue y deja claro que bajo nuestros pies desnudos o enchancletados la arena es un jolgorio de vida.
Si bien esta macrofauna de las playas arenosas, dominada por crustáceos, moluscos y gusanos poliquetos, prolifera en lo que se conoce como la zona del swash –área que se forma luego de que la ola rompe y donde el agua barre o se desparrama gentilmente por la arena, mojándola y depositando nutrientes del mar sin la violencia de la rompiente–, la vida en la arena no se agota allí. En las dunas costeras y en la arena que no es mojada por el mar los invertebrados que dominan son los insectos.
Una publicación de los investigadores Virginia Mourglia y Omar Defeo, del Undecimar, junto a Patricia González, de la Sección Entomología de la Facultad de Ciencias, tras realizar colectas en 2012, también en la playa de Barra del Chuy, afirma que los himenópteros, orden de insectos que abarca a las abejas, avispas y hormigas, “prefieren la zona dunar, caracterizada por una alta elevación y baja humedad y compactación de la arena”. En las “pendientes suaves y en las arenas más finas y húmedas de la playa” quienes dominan son los coleópteros, orden de insectos que abarca a gorgojos, luciérnagas, san antonios, escarabajos y cascarudos. En su trabajo, Mourglia y sus colegas encontraron 2.283 insectos de 67 especies, 26 familias y cinco órdenes. Tras analizar cómo se estructura esta comunidad de insectos, concluyen que “los ecosistemas de la playa y las dunas operan como dos componentes separados en cuanto a sus propiedades físicas y biológicas” y que “los altos valores de riqueza y abundancia de especies de insectos revelan que ese grupo tiene un rol ecológico más importante que el que hasta ahora se le daba en la ecología de las playas arenosas”.
Si a los crustáceos, moluscos y gusanos les sumamos los insectos, la idea de que la playa es un lugar donde no hay fauna se viene a pique. Agreguemos además la gran variedad de arácnidos, como la araña lobo (Allocosa senex), aves playeras como gaviotas, gaviotines, chorlitos, playeros, rayadores, becasinas o garzas, algunos reptiles como las lagartijas de la arena (Liolaemus wiegmannii), anfibios como los sapitos de Darwin o los escuercitos Odontophrynus americanus, y la playa se nos llenó con un reparto que, de protagonizar una película, implicaría dedicar unos cuanto minutos para dar crédito a todos los actores.
Una fauna relevante
Toda esta introducción es necesaria para comprender el valor de la investigación de Luis Orlando y su colega Defeo, de Undecimar, y Leonardo Ortega, de la Dirección Nacional de Recursos Acuáticos Dinara. Recientemente publicaron sus hallazgos sobre el impacto de la urbanización en la macrofauna de las playas arenosas en la revista Ecological Indicators, razón por la cual aprieto el botón del piso 7 de la Facultad de Ciencias para hablar con Orlando (¡qué suerte, correctores, en esta nota tanto el nombre como el apellido del investigador suenan igual de informales!).
¿Por qué estudiar el efecto de las ciudades sólo en la macrofauna que vive en la columna de arena y no incluir además a los insectos, aves y otros animales? Para empezar, porque si uno incluye muchas variables, la labor científica se complica. Para seguir, porque Orlando y sus colegas ya contaban con un completo relevamiento de la macrofauna de la arena de16 playas de toda la costa del Uruguay, realizado entre junio de 1999 y mayo de 2001. Pero hay más: “Esa fauna que vive en la arena está muy estudiada y es la base del ecosistema de la playa”, dice Orlando. “Se relaciona con la alimentación de los peces y las aves, mantiene la arena limpia”, prosigue. “No quiere decir que sea toda la diversidad que hay en la playa, pero sí es la parte crítica, porque son animales que están especializados en ese ambiente y que no se pueden sustituir, son los más frágiles”, comenta.
Es que esos animales anónimamente trabajan en o bajo la arena cumpliendo la gran tarea de procesar la materia orgánica que proviene del mar y que es depositada en la costa, y la disponibilizan para el resto de la cadena trófica. “Aprovechando el muestreo realizado por este laboratorio en 16 playas, nos propusimos ver cuál era la importancia de la urbanización sobre la fauna de estos ecosistemas”, añade. El muestreo abarcó playas que van desde Penino, en San José, hasta la de Barra del Chuy, en Rocha, pasando por dos playas de Montevideo (la Honda y la Verde), dos de Canelones (Costa Azul y La Baguala), tres de Maldonado (entre ellas Punta Negra y José Ignacio) y las rochenses Punta del Diablo, La Aguada y Arachania, entre otras.
Orlando ahora está haciendo su doctorado basado en la ecología urbana. “Desde fines del siglo XX y principios del XXI, nace la ecología urbana, partiendo de que las mayores emisiones de contaminación, la mayor cantidad de gente y las mayores demandas están en las ciudades, y que si bien muchos problemas ambientales son globales, también hay muchos que son locales” reseña, y dice esperanzado: “Atacar algunos de esos problemas ambientales en las ciudades tiene mucho más impacto sobre la gente”. Pero la ecología urbana, advierte, está desarrollada en ciudades del hemisferio norte. “La mayoría de esas ciudades estudiadas son costeras o no tienen el uso de la costa que tenemos nosotros. La idea de mi doctorado fue un poco aprovechar el grupo de trabajo que hay acá de playas para ver cómo la urbanización afectaba la costa”.
Midiendo ciudades
Poder utilizar el muestreo realizado por Undecimar a lo largo de la costa uruguaya fue importante, ya que la costa del estuario del Río de la Plata, el más grande del mundo, presenta grandes variaciones en la salinidad del mar, y está ampliamente demostrado que ese es un factor que incide en la abundancia y riqueza de especies de la macrofauna de las playas arenosas. En el trabajo se señala que “el crecimiento de las poblaciones humanas se considera una de los principales causas subyacentes de la disminución reciente y continua de especies”, al tiempo que se dice que “la densidad de población en las zonas costeras es casi tres veces mayor que el promedio global, albergando las franjas costeras dos tercios de las ciudades más grandes de mundo”.
Varias investigaciones han llevado a los científicos a afirmar que “estos entornos fuertemente diseñados comparten muchas similitudes, a pesar de las diferencias geográficas o climáticas, lo que lleva a la pérdida de biodiversidad a través de la homogeneización de los componentes bióticos”. Para determinar ese impacto, Orlando debió buscar índices objetivos que permitieran cuantificar los distintos grados de urbanización que afectaban a las 16 playas muestreadas. Esos datos los encontró en la plataforma Google Earth Engine, que pone a disposición información satelital a lo largo del tiempo.
“Esta herramienta abierta de Google para análisis de datos satelitales tiene una colección de fotos y datos gigantesca, y disponibilizó un montón de información que antes no estaba”, señala Orlando. De allí extrajo la información sobre tres variables objetivas y comparables con futuros estudios similares: la densidad de población humana, la cobertura vegetal y la intensidad de la luz nocturna. “Por ejemplo, tomar en cuenta gastos o movimiento económico de las ciudades, o incluso datos sobre turismo, puede hacer que los indicadores varíen en la forma en que son tomados dependiendo del lugar. En cambio, la población es un valor más objetivo”, señala.
“Hasta el momento no habíamos encontrado artículos que abordaran la urbanización como una variable cuantitativa. Había índices de percepción que establecían que las playas estaban muy urbanizadas, urbanizadas o poco urbanizadas. Se colocaban puntajes con distintos criterios, lo que siempre se presta a cierta subjetividad que limita la escala de los estudios”, dice, y pone un ejemplo: “Yo no puedo comparar lo que a mí me parece muy urbanizado con lo que a un investigador en Brasil o India le parece muy urbanizado”.
Ciudades voraces
Si uno hiciera una lectura atropellada del trabajo de Orlando y sus colegas podría quedarse con una idea equivocada: el factor que más explica la biodiversidad de la macrofauna de las playas estudiadas es la salinidad. “La salinidad fue el motor ecológico dominante: playas con salinidades mayores o iguales a 27,2 mostraron mayor riqueza de especies”, dice el artículo, y quizá esta frase pueda ser usada por un jerarca pérfido que buque promover el desarrollo de emprendimientos urbanos costeros.
Sin embargo, la urbanización sí muestra su impacto sobre la macrofauna: “Las playas con menos salinidad y luces nocturnas más altas mostraron la menor riqueza de especies”, dice el trabajo publicado. Pero no es todo: también afirman que “se encontró una relación lineal negativa entre la densidad de población humana y el número de especies”. Además, señalan que el análisis random forest, una herramienta que permite establecer árboles de relación entre variables y determinar cuáles son más predictivas, “seleccionó la salinidad (media y rango) y la densidad de población humana como las variables más informativas para discriminar grupos de playas según su riqueza macrobéntica”. Por esto afirman que si bien “el gradiente de salinidad es un impulsor a macroescala que da forma a los patrones de riqueza de especies a lo largo de la costa, los efectos de la urbanización están confinados dentro del gradiente ambiental dominante a gran escala”. En otras palabras: la urbanización produce efectos en las comunidades que viven en la arena, que a su vez, están determinadas por la salinidad.
“Las variaciones de salinidad en la costa ya marcan el patrón de diversidad”, dice Orlando. En las playas maragatas del oeste, Pascual y Penino, la variación de la salinidad es poca, teniendo mayormente agua dulce. Esos valores suben en el centro del estuario, en las playas que van desde las dos muestreadas en Montevideo hasta José Ignacio, en las que la salinidad media aumenta a medida que uno se desplaza hacia el este. Luego la variación de salinidad vuelve a bajar en las playas comprendidas entre José Ignacio y la Barra del Chuy, que son mayormente salinas. Este gradiente de salinidad es importante para las conclusiones del trabajo: “En los análisis realizados, vimos que parte de la variación en la macrofauna que no era explicada por la salinidad sí era explicada por la urbanización”, dice Orlando, que remata: “En nuestros análisis la urbanización explica lo que la salinidad no”.
Las playas con una salinidad media igual o mayor a 27,2 registraron la mayor riqueza de macrofauna (21,5), mientras que aquellas con una salinidad menor a 27,2 registraron una riqueza de fauna que iba de 13,6 cuando la intensidad de la luz nocturna era baja a sólo 8,6 cuando había mucha luz nocturna. Orlando resume los resultados de la investigación de forma concreta y precisa: “La conclusión es que la urbanización afecta a la macrofauna de playas arenosas y eso seguramente tenga efectos en cascada en otros servicios ecosistémicos”.
Todos conectados
Por lo general, los animales que fueron contados para este trabajo no son los que la gente más aprecia (salvo cuando se trata de berberechos o almejas que terminan en un plato). “Ni siquiera se perciben”, acota Orlando. Sin embargo, al detectar que estas comunidades son afectadas por la urbanización, hay efectos que sí son más visibles. “El tema de fondo es el uso de las playas y la relación que queremos tener con ellas. Si va a ser sólo agua, arena y sol, vamos a perder un montón de servicios ecosistémicos, se pierde la posibilidad de tener algo diferente para ofrecer a nivel turístico, se pierde calidad de agua, calidad de aire, se afecta la pesca, o incluso la propia playa”, dice el investigador.
Es que los efectos antrópicos sobre las playas son múltiples y diversos. A las descargas que hacemos de nuestras aguas residuales hay que sumar la pérdida del manto vegetal para dar lugar a casas, edificios y estacionamientos, la fijación de las dunas e incluso, la alteración del funcionamiento de recambio y reposición de arena, lo que se traduce en playas que cada vez se hacen más angostas y, por tanto, menos atractivas para el turismo.
La medición de cómo la urbanización afecta a estos animales de las playas arenosas es un indicador de cómo estamos alterando el ambiente. En el fondo está la idea de que una playa con una comunidad faunística saludable implica que el sistema playero en sí está en buenas condiciones. “Esa fauna es la base de una gran parte del ecosistema. Y es la parte crítica, porque es la más adaptada a vivir en condiciones de rompiente de olas, de la arena, etcétera”, dice Orlando. “Todavía no somos tan conscientes de los beneficios reales en la calidad de vida que tiene que haya aves, polinizadores y animales en la arena de la playa”. Pone por ejemplo la limpieza que se hace en algunas playas con maquinaria. Se ha observado que este tipo de trabajos de limpieza de la arena es perjudicial para la fauna que vive sobre y bajo ella. Arena limpia, sí, pero también limpia de vida.
“Es como un círculo vicioso”, reflexiona: “El agua cerca de Montevideo está llena de materia orgánica, y esa materia normalmente llega a una playa donde ya no queda prácticamente nada vivo que pueda limpiar la arena. Al no haber fauna, la playa se ensucia mucho más”. “La playa es un depósito, son cosas que llegan del mar y sedimentan. Y esos sedimentos están llenos de materia orgánica”. Los organismos que están en la arena, tanto la macrofauna que relevaron entre 1999 y 2001 y que fue base para este trabajo como los microorganismos, al alimentarse de esa materia orgánica, son los primeros filtros.
“Nos acercamos a la playa porque es más natural, pero en ese acercamiento probablemente estemos matando a la gallina de los huevos de oro”, dice Orlando con cierto gesto triste. Pero no está derrotado: está convencido de que estudiar más a fondo los impactos de las ciudades en los ambientes costeros permitirá tomar mejores medidas de gestión a nivel local. Por ello, ahora piensa dedicar parte de su trabajo de doctorado a aspectos relacionados con la gestión. Los miles de bichos que viven bajo la arena, y por qué no, unos cuantos de los que caminamos sobre ella, esperamos ansiosos que Orlando y sus colegas de Undecimar, en particular, y la ciencia en general, sigan aportando insumos para tomar decisiones basadas en la mejor evidencia posible.
Artículo: Urbanization effects on sandy beach macrofauna along an estuarine gradient
Publicación: Ecological Indicators (2020)
Autores: Luis Orlando, Leonardo Ortega y Omar Defeo
Verde insuficiente
La cobertura de vegetación no tuvo un gran efecto sobre la diversidad de fauna arenera. En la literatura científica se estima que las ciudades que presentan mayores áreas con vegetación disminuyen en parte su impacto en la fauna. En el trabajo los investigadores ensayan una explicación para esta no incidencia registrada en su estudio.
“Como en toda la costa uruguaya se hizo una sustitución de especies, se taló el monte nativo y luego se plantó acacia y pino para fijar las dunas, es difícil, al ver el área cubierta por vegetación, poder decir, a través de un satélite, que esa área es más natural”, comenta Orlando. “Un bosque de acacias, por más frondoso y fotosintético que sea, puede tener un efecto negativo sobre la diversidad de fauna de las playas”, agrega.
Orlando quisiera investigar más el tema, y al respecto señala que “por ahora no hay estudios que relacionen, al menos en Uruguay, la cobertura de vegetación que hay detrás de la playa con la diversidad de animales que hay sobre la playa. Eso sería valiosísimo para poder apalancar proyectos de regeneración del bosque psamófilo”.