“La identificación de agroecosistemas que pueden adaptarse al medioambiente, particularmente a la variabilidad climática, ha sido un objetivo de la humanidad a lo largo de la historia. En las últimas décadas, los impactos potenciales del cambio climático han llevado a estudios más específicos sobre la adaptación de cultivos”, escriben en la introducción del artículo “Percepciones locales, vulnerabilidad y respuestas adaptativas al cambio y variabilidad climáticos en una región vitivinícola de Uruguay”, publicado recientemente en la revista Environmental Management, los investigadores Mercedes Fourment, Milka Ferrer, Gérard Barbeau y Hervé Quénol.
Dentro del universo de los sistemas de producción agrícola, los autores de se sumergieron en el mundo de la viticultura por varias razones. Fourment, de la Facultad de Agronomía de la Universidad de la República (Udelar), dijo a la diaria que la vid es una planta conocida en el mundo por ser una buena “indicadora del cambio climático”, ya que “su producción y la calidad de la uva siempre reflejan las condiciones climáticas del lugar y el momento en que se da el cultivo”.
Según la investigadora, su condición de cultivo perenne, es decir, que persiste a más de un ciclo vegetativo que puede llegar a producir por más de 30 años, y su gran “plasticidad”, que refiere a su capacidad de adaptación a “resistir a distintas condiciones ambientales”, son algunas de las características que posicionan a la vid como un buen elemento de estudio del cambio climático. “Es una planta que fácilmente se cultiva tanto en regiones tropicales como en zonas del norte. Por ejemplo, en Canadá se hace icewine [vino de hielo], que se cosecha bajo nieve”. Según los investigadores, la capacidad de adaptación del agroecosistema también incluye la capacidad de los productores para abordar la amenaza y “depende de varios factores, como la naturaleza del productor (familia o empresa), la capacidad de aprender, el acceso a los recursos y el conocimiento del cultivo”.
Durante su estadía en Francia, mientras hacía su maestría y parte de su doctorado, Fourment observó que los franceses “tienen mucha conciencia de lo que es el cambio climático” y “perciben mucho más” el aumento que ocasiona en las temperaturas. Esto hace que los productores “estén muy preocupados, por ejemplo, por cómo está aumentando el azúcar en la uva, que después se transforma en una cantidad elevada de grados de alcohol en el vino”.
Variabilidad climática
En Uruguay, los investigadores encontraron que los impactos del cambio climático se expresan de otra manera, lo que ocasiona otros efectos sobre los cultivos. Fourment manifestó que en Uruguay “una de las consecuencias del cambio climático es que el clima es cada vez más variable”. Una de las consecuencias a largo plazo que ha tenido el clima en la producción de uno de los principales cultivares de vid en el país, el tannat, es la disminución de la acidez, señaló Fourment. Otro efecto han sido “grandes diferencias” entre los años de cultivo o vendimias en “la composición secundaria” de los vinos, que refiere a los polifenoles (responsables de los colores de los vinos tintos, su cuerpo y su estructura).
El objetivo del estudio consistió en analizar las percepciones de los viticultores y los agrónomos sobre la variabilidad climática a la que están expuestos anualmente los cultivos de la vid, cómo se reflejan esos fenómenos en su producción y qué estrategias desarrollan para mitigar los impactos de las adversidades climáticas. A su vez, los autores destacan que estudiar la vulnerabilidad del sistema y las respuestas adaptativas de los viñedos al cambio climático y la variabilidad climática “es relevante debido a la importancia económica y el patrimonio cultural de la región vitivinícola”.
Fourment contó que esta investigación forma parte de su tesis doctoral (en cotutela entre la Université Rennes 2 de Francia y la Facultad de Agronomía de la Udelar) y de un estudio “más amplio” que están desarrollando, desde hace años, los integrantes del grupo de Viticultura del Departamento de Producción Vegetal de la Facultad de Agronomía. En esa investigación más amplia abordaron “cómo la variabilidad del clima afecta la producción de uva y sobre todo la calidad de la uva”, dijo Fourment. Entre los factores que afectan al cultivo, destacó la exposición física a temperaturas extremas, como pueden ser olas de calor, con temperaturas superiores a 35° C, y “chasquidos fríos”, con temperaturas inferiores a 0° C, “déficit de precipitaciones”, que implican “estrés hídrico durante la maduración de la uva”, “precipitaciones extremas durante el ciclo de crecimiento, como también durante la maduración de la uva”, o combinaciones de estos fenómenos.
Producción de vid en Uruguay
El ciclo de crecimiento anual de la vid en el hemisferio sur comienza con la brotación en setiembre y termina cuando las hojas caen en abril o mayo. Las temperaturas más adecuadas para la planta varían a lo largo de la temporada de crecimiento, siendo los 25° C la temperatura óptima para la fotosíntesis. Por otro lado, la cantidad de lluvias ideal está entre los 500 y los 750 mm durante el ciclo de crecimiento.
Según la investigación, en Uruguay los viñedos cubren una superficie de “7.000 hectáreas, de las cuales “91% produce vinos tintos y rosados”. 85% de los viñedos tienen una extensión menor a cinco hectáreas y, a menudo, son “manejados por la sexta generación de la familia de viticultores”. “La viticultura genera 30.000 puestos de trabajo directa e indirectamente (es decir, 2,5% de la población activa de Uruguay)”, sostiene el documento.
Los autores también señalan que Uruguay tiene un clima “propicio” para el cultivo de la vid. La principal región vitivinícola está en el sur del país donde las temperaturas son generalmente cálidas y templadas, y las precipitaciones, “relativamente altas”. “La producción en la región, como a nivel nacional, varía mucho entre años, en parte debido a la variación climática interanual”, agregan en la publicación.
Percepción de los viticultores
Para estudiar la dinámica de las prácticas vitivinícolas en el contexto del cambio climático en la región vitivinícola, los investigadores optaron por hacer una serie de entrevistas a productores y asesores técnicos en la principal región de producción de vinos de Uruguay, ubicada en los departamentos de Canelones y Montevideo. Según datos del Instituto Nacional de Vitivinicultura de 2019, recogidos en el estudio, esa región “contiene 4.862 hectáreas de viñedos, lo que representa 77% del área de viñedo y 88% de la producción de vino” del país. En total, hicieron 38 entrevistas a vitivinicultores y tres a técnicos durante los inviernos de 2014 y 2016, ya que en esos meses se produce “la temporada con menor actividad de viñedo”. Los productores elegidos eran propietarios de los viñedos y representaban a 19,6% de las 193 bodegas de la región, al tiempo que producían tanto vinos de alta calidad como vinos de mesa.
De acuerdo con el estudio, 71% de los encuestados percibió un aumento en la “frecuencia de eventos extremos en los últimos años, como precipitaciones, con fuertes vientos o granizadas”, y reconocieron el impacto en su producción y en la toma de decisiones.
Sólo 43% de los encuestados estuvo de acuerdo en que los cambios en ciertas prácticas vitivinícolas en los últimos años podrían haberse debido al cambio climático.
Sin embargo, en el momento de tomar decisiones productivas, los vitivinicultores dieron más relevancia a situaciones relativas al mercado, a la disponibilidad de mano de obra y a la satisfacción de las demandas de consumidores de vinos específicos. El clima no fue una prioridad. Fourment sostuvo que eso se explica porque los productores “no toman al clima como una mayor limitante”. “Están mucho más preocupados por que el cultivo sea rentable o por obtener determinada calidad de producto para determinada línea de vino”, señaló.
Asimismo, tampoco relacionaron estos eventos con el cambio climático. “Son muy escépticos al respecto”, dijo Fourment. De hecho, sólo 43% de los encuestados estuvo de acuerdo en que los cambios en ciertas prácticas vitivinícolas en los últimos años podrían haberse debido al cambio climático, “especialmente los relacionados con el uso preventivo de plaguicidas”.
De todas formas, cuando los investigadores les pidieron a los productores que clasificaran “la idoneidad de las cosechas” entre 2000 y 2014 para la vinificación, los encuestados clasificaron los años 2000, 2002, 2004 y 2011 como “muy buenos”, porque se produjo un “período de maduración completo” y hubo pocas precipitaciones durante el verano. En cambio, los años 2001, 2005, 2012 y 2014 fueron calificados como años “muy malos”, ya que estuvieron determinados por condiciones climáticas desfavorables, por ejemplo, precipitaciones excesivas en el mes anterior a la cosecha o en verano. Fourment comentó que los productores coincidieron 100%” en esa clasificación. “Entonces, aunque el clima no fue una prioridad para la toma de las decisiones de los productores, son muy conscientes de que clima va a ser el determinante final de la calidad del vino”, señaló la investigadora.
El artículo reporta también: “Los viticultores tienen poca percepción del cambio climático y asumen que es un tema de futuro y de largo plazo”. Si bien “son sensibles a la variabilidad climática interanual, muchos no atribuyen esta variabilidad al cambio climático”. A modo de explicación, los investigadores exploran que “esto puede deberse a una menor comunicación local sobre los impactos en la región o sus causas (por ejemplo, el aumento de la variabilidad climática, fenómenos como el de El Niño), que a nivel internacional (por ejemplo, en el hemisferio norte), en los aumentos de temperatura y en sequías más extremas y prolongadas”.
Los investigadores detectaron diferencias en la percepción de la variabilidad climática entre pequeños, medianos y grandes productores. Fourment explicó que los grandes vitivinicultores eran los que administraban “más información”: “conocían el concepto de cambio climático, manejaban mucho más las predicciones climáticas y tenían los conceptos climáticos más claros”. Sin embargo, eran los que tomaban el clima como última variable para tomar sus decisiones. Eso se explica, de acuerdo al planteo de la investigadora, por la escala de producción: “cuando un productor tiene muchas hectáreas bajo su mando, es muy difícil manejar cuadro a cuadro”. En el caso de los productores más pequeños, que “quizás eran más escépticos sobre el cambio climático”, el clima tenía un lugar importante en sus decisiones por las dimensiones de su territorio de cultivo. Al tener menos hectáreas bajo su mando, debían tener un mayor control sobre cada uno de sus cuadros ante el riesgo de una helada, tormentas, sequías y otras adversidades.
Matriz de adaptación
Con los datos aportados por los productores y sus asesores en las entrevistas, los investigadores generaron una matriz de adaptación de cultivo a variaciones climáticas y estrategias para mitigar los impactos climáticos. “Una matriz de riesgos puede ayudar a identificar, priorizar y gestionar el riesgo en múltiples niveles (por ejemplo, empresarial, industrial, sectorial, nacional)”, indica la investigación. Fourment comentó que una vez que los vitivinicultores “identificaron los aspectos negativos del clima que perjudican el cultivo de la vid”, el siguiente paso fue consultarles cómo los afectaba. Consideraron el rendimiento; la fenología (desarrollo del cultivo); la composición de la uva a través de los compuestos primarios (azúcar, acidez, pH) y secundarios (polifenoles, aromas) y la sanidad del cultivo (presión de enfermedades y plagas). El último paso fue averiguar qué estrategia o técnica de cultivo aplicaban para evitar el impacto sobre su producción.
Según la investigadora, una de las estrategias desarrolladas por los productores consiste en tener viñedos en diferentes lugares. “En lugar de tener todo el viñedo en Canelón Chico, algunos viticultores comentaban que es mejor tener algunas hectáreas ahí, otras en Sauce y otras en Los Cerrillos. Entonces, con esa diversidad de zonas lo que se logra es que cuando hay un evento extremo, como el granizo, que es muy puntual, sólo se afecta un viñedo”, manifestó. Las medidas de adaptación también incluyen la sistematización del viñedo, la selección de cultivares y objetivos de producción, así como la diversificación de producción de vinos. Otras estrategias mencionadas en la investigación son la cosecha nocturna, que permite que no se degrade la calidad de la uva, y la posibilidad de comprar mejores atomizadores para la aplicación de pesticidas para “optimizar” su uso y mejorar la sanidad de los viñedos.
Las respuestas de adaptación se clasificaron en táctica reactiva, táctica anticipatoria y estrategias anticipatorias. Las tácticas reactivas son aquellas que se desarrollan “como reacción al clima” y se dan en el corto plazo. Las otras dos categorías están más orientadas a “prevenir” eventos climáticos a mediano y largo plazo.
Artículo: “Local Perceptions, Vulnerability and Adaptive Responses to Climate Change and Variability in a Winegrowing Region in Uruguay”.
Publicación: Springer Nature (2020).
Autores: Mercedes Fourment, Milka Ferrer, Gérard Barbeau, Hervé Quénol.