El último número de la revista Journal of Arachnology, una de las más importantes sobre arácnidos, tiene a una uruguaya en la tapa. Se trata de la araña Sarinda marcosi, quien se ha convertido en una celebridad gracias al artículo de los investigadores Damián Hagopián, Álvaro Laborda y Miguel Simó, de la Sección Entomología de la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República, y Anita Aisenberg, del Departamento de Ecología y Biología Evolutiva del Instituto de Investigaciones Biológicas Clemente Estable (IIBCE).

Si en lugar de una revista científica se tratara de una revista de chimentos, la araña que posa sobre un cactus con la elegancia de una figura del jet set al borde de una piscina bien podría estar acompañada por un título que dijera: “Para sobrevivir, hay que engañar”. Un poco de eso trata el artículo publicado por nuestros aracnólogos, que se titula, con menos gancho que la revista farandulera, algo así como “Aspectos morfológicos y comportamentales asociados con la mirmecomorfia en Sarinda marcosi”.

El trabajo publicado es valioso por triplicado. Por un lado, reporta por primera vez la presencia de esa especie de araña para nuestro país, colaborando entonces a conocer mejor nuestra biodiversidad. Por otro, observa en el ambiente natural donde vive la araña que imita a una hormiga ‒eso es lo que significa mirmecomorfia‒ y, finalmente, tras un diseño experimental que incluye una arena de combate que nada tiene que envidiarle a las de artes marciales mixtas, determina qué tipo de mimetismo presenta la araña, es decir, por qué imita a la hormiga loca. Por todo eso el trabajo fue aceptado en la prestigiosa publicación. Sin embargo, esa es sólo una parte muy pequeña de la historia. El cómo Sarinda y el aracnólogo Damián Hagopián se conocieron hace casi una década y la serie de coincidencias, pasión y reencuentros son fiel reflejo que la ciencia es una aventura sorprendente.

Un encuentro fortuito en el patio

“Desde niño siempre busqué bichos. Ese era como mi mundo, el lugar en el que me sentía pleno. Me podía colgar a ver una planta y buscar cada detalle, ver si tenía una tela, algún bichito. Desde chico soy el que está dando vueltas piedras cuando todos están jugando al fútbol”, dice Damián Hagopián, gesticulando alegremente y con una sonrisa que mantendrá a lo largo de toda la entrevista en el piso 8 de la Facultad de Ciencias donde se encuentra la Sección Entomología, el ala que estudia insectos y otros artrópodos (las arañas, con sus ocho patas, no son insectos, bichos que tienen sólo seis).

Que muchos y muchas de quienes se dedican a estudiar ciencias biológicas comenzaron con su pasión por los seres vivos de pequeños es algo bastante frecuente. Pero el affaire de Hagopián con la araña que lo llevará a la tapa de las revistas tiene ribetes que harían las delicias de un cuentista.

Cuando le digo que el trabajo publicado tiene algo, extraño abre los ojos. Si bien analiza el mimetismo entre la araña Sarinda marcosi, al mismo tiempo informa del primer registro de la presencia de esa araña en nuestro país. ¿Cómo ponerse a estudiar un comportamiento mimético de un animal que no se sabía que estaba aquí? “Algo no cierra”, le digo, sin imaginar qué tan extraordinaria es la historia detrás de esta publicación. Damián pregunta si quiero que me cuente cómo empezó todo, y entonces es mi turno abrir los ojos.

“Fui al liceo San Pablo, en el Castillo Soneira, en el Prado. El jardín de ahí era gigante”, comienza Hagopián. “Cuando estaba en quinto, en un recreo me puse a ver qué bichos había en unos agapantos. Vi que estaba la hormiga Camponotus mus, a la que le dicen la hormiga loca. De repente veo una que está fija en un punto, levantando y bajando las patas y girando”. Damián pensó que más que loca a esa hormiga le pasaba algo, porque mientras todas iban y venían, ella estaba allí haciendo eso. “Me acerqué y levantó lo que pensé que eran sus antenas, y le veo los dos ojos redondos al frente”. Tras intercambiar miradas por unos instantes, Damián, como un niño revelando el truco de un mago, le dijo un contundente: “¡Vos sos una araña!”. El arácnido bajó la mirada y se escurrió tras las hojas de los agapantos, tal vez diciéndose que tendría que mejorar sus habilidades para el disfraz.

“Se me cayó el culo y me estalló la cabeza”, dice hoy Hagopián aún conmocionado por aquel encuentro en el que una araña se hizo pasar por hormiga. “Yo que siempre fui un colgado de las minuciosidades de los bichos, lo primero que me pregunté era si alguien más había visto eso, si ese bicho estaba reportado para Uruguay”. El asunto lo regocijaba, tanto que en varios recreos se acercaba para ver si seguía estando allí. En una ocasión, capturó a una y se la llevó al profesor de biología. “Es una hormiga”, le dijo. Pero Damián no se dejó influenciar por el principio de autoridad y le pidió al docente que se fijara bien, que observara que tenía pedipalpos, dos miembros que vienen a ser los “brazos” de las arañas y que se ubican a los lados de la boca. Tenía razón. El alumno.

Damián Hagopián. Foto: Federico Gutiérrez

Damián Hagopián. Foto: Federico Gutiérrez

“Pasó quinto año de liceo, sexto y luego empecé Facultad de Ciencias, algo que sabía que iba a hacer desde niño”, reanuda el relato Hagopián, y uno comienza a hacerse la idea de quién era aquella araña del patio del liceo. En su primer año en Facultad, asiste a una clase de Biología que da Miguel Simó, quien le dice a los alumnos que estudia las arañas. Damián no se anduvo con vueltas, y así como una araña saltadora, abordó al docente: “Cuando terminó la clase me acerqué y le dije que había encontrado una araña que imitaba a hormigas. Me preguntó si la tenía y le dije que no, pero que la podía ir a buscar. Él pensó que la tenía en mi casa, por lo que le aclaré que la podía ir a buscar al lugar en donde la había visto”, relata Hagopián.

El profesor Simó, hoy uno de los coautores del artículo publicado y tutor de la tesis de grado de Damián, le preguntó extrañado cómo estaba tan seguro de que la iba a volver a encontrar. Por entonces no conocía a Damián, quien a los dos días fue hasta su antiguo liceo, capturó dos ejemplares de la araña y volvió extasiado a Facultad de Ciencias. “Fue la primera vez que subí al piso 8”, dice compartiendo uno de esos recuerdos que marcan un mojón en la vida. Allí estaba él, en el primer año de su carrera, luego de la primera clase con Simó, llevando sus ejemplares de arañas que imitaban a hormigas. “La verdad es que me saco el sombrero. Estoy muy agradecido por cómo todos en la Sección me han tratado. Desde el jefe, Fernando Pérez-Miles, Miguel Simó, Álvaro Laborda y todos, siempre me abrieron las puertas desde el primer día”, dice.

“Llego entonces con el bicho, y Miguel Simó lo mira y dice que sabe de qué especie podía tratarse. Empezó a anotar el nombre, pero le dije que esa era otra familia de arañas. Me preguntó cómo sabía que era otra familia, y le contesté que porque tenía los ojos diferentes. La miró entonces en la lupa y me dijo que tenía razón, que no sabía qué era. Y entonces se me volvió a caer el culo, porque me preguntó si me gustaría investigar eso con su grupo. Yo no lo podía creer”, confiesa Hagopián, que a esta altura debe tener moretones en las nalgas. “Así que me invitó a ir un par de veces por semana al laboratorio a enseñarme a usar la lupa binocular, las pinzas y a recomendarme artículos científicos para poder determinar especies”.

Una araña saltadora nunca antes reportada en Uruguay

Mientras hacía su carrera, Damián iba resolviendo aquel misterio que le quitaba el sueño desde quinto de liceo. Como un río que fluye hacia su desembocadura, todo lo llevaba a la tesis de grado que sería la base del artículo que acaba de publicar.

La araña que había encontrado forma parte de la familia de los saltícidos o arañas saltadoras. Pero dado que los saltícidos son la familia más populosa de todas las arañas, con unos de 640 géneros y más de 6.200 especies conocidas, la tarea de determinar cuál era la que había encontrado requería un minucioso trabajo y muchas horas con la lupa. “Me traje todos los frascos de saltícidos que había en la colección de Facultad de Ciencias para la Sección Entomología y revisé taxonómicamente todo lo que tenían, separando a los ejemplares por especies, porque me copaba y quería aprender”, dice. Producto de su obsesión por conocer a las arañas saltadoras ‒se llaman así porque en lugar de cazar mediante telas pegajosas saltan sobre sus presas‒, la tarea de revisión de los frascos de la colección dio sus frutos. “Gracias a esa revisión que hicimos entre todos, hoy los saltícidos son la familia de arañas con más especies determinadas en Uruguay”, dice. De tener sólo 11 especies reportadas para el país, la revisión realizada por el equipo encontró 85 especies más.

¿Qué era la araña que se topó con Damián en el liceo? Tras idas y venidas, junto con Álvaro Laborda pudo determinar que se trataba de Sarinda marcosi, una de esas 85 especies que ignorábamos que vivían entre nosotros. Algunas de ellas, como una que Damián encontró en el fondo de su casa, en Melilla, no sólo eran nuevas para Uruguay, sino que se trataría de especies nunca antes registradas para la ciencia. Pero no nos vayamos por las telas (o mejor, no andemos saltando de tema). La Sarinda marcosi, como ya había visto Hagopián desde el primer día, imitaba a las hormigas locas. Sobre eso centraría entonces su línea de investigación.

La hormiga imitada (Camponotus mus). Foto: Damián Hagopián

La hormiga imitada (Camponotus mus). Foto: Damián Hagopián

¿Por qué disfrazarse?

La araña de Damián pertenece al género Sarinda, que hoy está representado por 17 especies de arañas que viven en América del Sur y Central y que son todas mirmecomorfas. La mirmecomorfia se define en el artículo como “un tipo de mimetismo en el que los organismos imitan a ciertas especies de hormigas, tanto en su morfología como en su comportamiento”. ¿Pero por qué querría una araña verse como una hormiga? Hay buenas razones: las hormigas son insectos jodidos, o como dicen en el trabajo, “tienen diferentes mecanismos de defensa, como secreciones de ácido fórmico, presencia de espinas, picaduras asociadas a glándulas venenosas, tegumentos duros, mandíbulas fuertes y defensa grupal”. Todo eso hace “que las hormigas sean poco apetecibles para los depredadores de artrópodos generalistas, incluidas las arañas”.

De hecho, hay dos tipos de mirmecomorfia: el mimetismo de Peckham o agresivo, y el de Bates o defensivo. En el primero “la araña imita a la especie de hormiga de la que se alimenta”, es decir, se hace pasar por una más y, ante un descuido, se zampa a quien inspira su disfraz. En cambio, en el batesiano “la araña imita a la especie de hormiga que es poco apetecible para los predadores, es decir, confunde a quienes quieren zampársela haciéndose pasar por una hormiga con ácido fórmico, defensa grupal y poco valor alimenticio. En la mirmecomorfia los imitadores se hacen pasar por hormigas, pero este mimetismo batesiano se da en muchas otras especies, tanto de modelos como de imitados. Por ejemplo, en nuestro país tenemos a la víbora de coral, que es extremadamente venenosa, y a su imitadora, la falsa víbora de coral, que imita a la perfección el aspecto de la víbora venenosa (salvo que en lugar de continuar con la coloración en anillos aun en el abdomen, la falsa coral tiene una barriga blanco-rojiza sin anillos).

Pese a que estaba claro que las arañas del género Sarinda imitan a las hormigas, señalan en su artículo que “el tipo de mimetismo que presentan las especies de Sarinda aún no ha sido determinado”, por lo que Damián y sus colegas se propusieron investigar cuál era el de la Sarinda marcosi que lo había querido engañar en el patio del liceo. Previo al trabajo de Hagopián y sus colegas, había quienes habían observado en campo a la Sarinda conviviendo con determinadas hormigas a las que se parecían, y suponían que sería un caso de mimetismo batesiano, pero no era algo que estuviera demostrado.

En el trabajo despejan esta interrogante mediante tres caminos distintos: observación de campo, midiendo distintas partes de las arañas y calculando un índice de mirmecomorfia, y, finalmente, mediante un diseño experimental en placas de Petri que oficiaron de arena de combate.

¡Otra vez en el patio!

Los cruces asombrosos entre las arañas que se disfrazan de hormigas y el camino de Hagopián no paran. Se conocieron en el patio del liceo. Y como si la araña supiera que ese humano sería importante para ella, lo siguió mientras avanzaba en sus estudios, al punto de que Sarinda marcosi se le volvió a aparecer en un patio, ahora en el de Facultad de Ciencias. De hecho, las arañas cuyo comportamiento fue detallado mediante observaciones y las que participaron del experimento fueron colectadas en unos cactus y otras plantas de allí. “Cuando encontré a Sarinda marcosi en Facultad no lo podía creer. ‘¿Acá también?’, me dije. ¡Estaba en los dos lugares donde estudié!”, dice riendo. “Desde niño me esfuerzo por ver ese mundo oculto que está a la vista de todos. Lo de encontrarla en Facultad es parte de eso”, añade.

Todo estaba dado para que pudiera despejar la pregunta que cargaba desde la adolescencia. “Es complejo hacer trabajos de mirmecomorfia con bichos poco abundantes. Pero la Sarinda marcosi abundaba en el cactus de Facultad. Y allí además estaba la hormiga que imita, y había otras arañas predadoras, que vi que eran más robustas que la Sarinda y que cazaban arañas. Y ahí me di cuenta de que estudiar el comportamiento iba a ser posible, porque tenía el problema planteado: ¿cazará esa araña predadora a esta araña que imita a las hormigas? Veo que caza a otras arañas, pero si aparece una Sarinda, ¿qué pasa?”, dice entusiasmado.

Macho de la araña devoradora de arañas Aphirape flexa. Foto: Damián Hagopián

Macho de la araña devoradora de arañas Aphirape flexa. Foto: Damián Hagopián

Hagopián es antes que nada un naturalista. Su pasión por observar bichos lo hace observarlos durante largo rato. En el trabajo entonces da cuenta de cómo se comportaba la araña en su ambiente natural y qué relación tenía con las hormigas locas Camponotus mus y otras arañas. “Vi que esos encuentros entre Sarinda marcosi y la araña predadora Aphirape flexa se daban. La araña predadora se acercaba rapidísimo y Sarinda levantaba las patas y juntaba los pedipalpos como si fueran su cabeza, reculaba y se iba corriendo. El bicho ahí, en todo ese ambiente, raja y se esconde en recovecos, y después la araña predadora ve una hormiga y no sabe si lo que vio no fue otra hormiga, por lo que, de cierta forma, podría decirse que pierde el interés en esa presa que perseguía”.

Teniendo abundancia de Sarinda en el patio de la facultad, así como de hormigas locas y arañas predadoras, Hagopián entonces podría hacer un experimento. “Hablamos con Anita Aisenberg para ver más la parte de comportamiento y ella se copó y me guió en todos los aspectos de etología”, recuerda. Diseñaron entonces su experimento para determinar el mimetismo de su araña engañadora, un experimento que parece una velada de combates de esos en los que vale todo.

“Para qué sirve no es la pregunta. Hay preguntas mucho más lindas. ¿Por qué está ahí? ¿Qué come, qué hace? Se trata de un bicho como vos, está comiendo, se está reproduciendo, está buscando pareja, va para acá y para allá. Entonces, ¿no hay preguntas más lindas que el para qué sirve? Hay tantas cosas espectaculares para preguntarse, y creo que eso es algo que define parte de lo que es el ser humano, su capacidad de cuestionarse las cosas y buscar formas de entender lo que lo rodea”.

Luchando por la ciencia

Hagopián ya había observado como naturalista que las Sarinda marcosi simulaban tener una cabeza de hormiga grande llevando sus pedipalpos hacia adelante, que levantaban el primer par de patas emulando el comportamiento defensivo de las hormigas que orientan sus antenas hacia predadores y presas, que sus pelos dorados las hacían parecidas a estas hormigas, pero los investigadores querían poner a prueba su hipótesis de que esta araña imitaba a las hormigas para evitar ser devorada por otras arañas y demás predadores.

Imaginen que pasa un auto con un altavoz. Molestando, el parlante vocifera algo así como: “Gran velada gran de artes marciales mixtas. En directo desde la arena de la placa de Petri, se enfrentarán a primera hora tres hormigas locas, Camponotus mus, frente a la saltadora Sarinda marcosi. Previo al combate estelar, se medirán la voraz araña Aphirape flexa frente a la engañosa Sarinda marcosi. Como pelea de fondo, cerrando la velada, cruzarán sus quelíceros la voraz Aphirape flexa y la grácil araña Phiale roburifoliata”. Bueno, los que llevaron adelante Hagopián y sus colegas no fueron estos tres combates, sino 15 encuentros de cada uno. Todo fue grabado en video y analizado con software diseñado para analizar comportamiento.

El diseño es elegante: en un caso se enfrentaba a la araña imitadora de la hormiga con la hormiga a la que imita, en otro a la araña que imita a la hormiga con un araña que come arañas y en el restante a la araña predadora y a otra araña que no imita a hormigas. “En campo vi que el predador, Aphirape flexa, no come hormigas. Es más, le huye a las Camponotus mus, no quiere saber nada con ellas. Vi sí que comía arañas. Así que las enfrenté a otra araña como control”, comenta Damián.

¿Qué sucedió cuando enfrentaron a la araña imitadora con la hormiga imitada? Como esperaban, no hubo ataques de las arañas hacia las hormigas. “Ni bola le dieron las Sarinda a las hormigas”, apunta Damián. “Incluso sucedió al revés: en una ocasión las hormigas atacaron a la araña. La rociaron con ácido fórmico y la araña quedó como haciendo espasmos por un rato. No es una prueba directa, habría que hacer más experiencias, pero es un indicio de que la Sarinda no tendría muchas chances en un combate contra estas hormigas”, dice.

Que las hormigas atacaran a la araña que las imita podría verse como una especie de control de calidad que, a su vez, explicaría cómo surgió ese mimetismo: aquellas arañas que imitaban mejor a la hormiga tendrían menos chances de ser atacadas, por tanto, dejaron más descendencia. Los ataques de hormigas a sus imitadoras podrían interpretarse como un “tu disfraz no es muy convincente, esforzate un poco más”. En estos juegos, quien se disfraza mal, pierde. “Ese ataque en el ambiente natural podría no haberse dado, la araña podría haber huido, pero esa chance no era posible en la placa de Petri”, dice Hagopián. Ya volveremos sobre eso: siempre el experimento es una simplificación de algo que permite eliminar variables que inciden en lo observado. Pero una placa de Petri de diez centímetros de diámetro no es el ambiente natural.

Al enfrentar a la araña predadora Aphirape flexa con la Sarinda que imita hormigas, sólo en cincos de los 15 encuentros las Sarinda fueron atacadas, pero ninguno de esos ataques fue exitoso: la hambrienta Aphirape no logró comerse a la engañadora Sarinda. Llevar sus pedipalpos hacia adelante, levantar su primer par de patas como si fueran las antenas de las hormigas cuando se disponen a atacar, sumado a su coloración y forma de caminar, les permitió a diez de las 15 Sarinda evitar un combate riesgoso.

¿Pero por qué no logró la Sarinda engañar a su predador en un tercio de los encuentros? Damián señala que puede ser una distorsión del propio experimento. “Estas dos arañas son saltícidos, tienen una visión excelente. En la placa de Petri no había ni un momento en que Aphirape perdiera de vista a Sarinda, por lo que no tenía escapatoria. Si el ataque se decidía, aunque Sarinda imite y haga el bailecito de las hormigas, Aphirape igual la atacaba. Eso en el ambiente natural sería distinto” explica.

Es que el ambiente donde vive Sarinda está lleno de recovecos, espinas, hojas secas, hormigas, arañas y otros bichos. Para un encuentro veloz el disfraz no tiene por qué ser perfecto. Con hacer dudar un instante al predador, la vía de escape está garantizada. Y la presencia de otras hormigas alrededor aumenta las chances de que la araña pase más desapercibida. En una placa de Petri las cosas son como en un ring de combate: no hay para dónde salir corriendo.

En el último de los encuentros, entre la araña Aphirape flexa y juveniles más pequeños de Phiale roburifoliata, también una araña saltadora pero que no imita a las hormigas, las cosas fueron más violentas. Las Aphirape atacaron en seis de los 15 rounds a las Phiale, comiéndoselas en cuatro de esas seis ocasiones. Evidentemente, parecerse a una hormiga tenía sus ventajas.

Por todo eso, tras las observaciones en campo y los experimentos, en el trabajo proponen que “Sarinda marcosi presenta el mimetismo defensivo o batesiano en su mirmecomorfia, utilizando Camponotus mus como modelo”. Ese mimetismo defensivo la “protegería de los depredadores visuales que evitan las hormigas, incluidas las arañas saltadoras, las aves, las avispas depredadoras y las mantis”.

¿Para qué sirve?

De esta forma, hoy hay una respuesta para aquella pregunta que surgió en un recreo del liceo. Pero en ciencia una respuesta por lo general lleva a más preguntas. “Falta mucho más para entender de la mirmecomorfia de esta especie. Por ejemplo, se pueden hacer pruebas midiendo y filmando cómo camina la araña y cómo camina la hormiga”, dice Damián. También el hecho de que la araña predadora atrapara pero soltara enseguida a la Sarinda marcosi le genera curiosidad. “No sabemos bien qué pasó, porque eso sería parte de otro estudio, pero es como que al tocarla algo le dijo que no era una araña. Algo pasa ahí que estaría bueno investigar. Podría haber olores, algún compuesto, o alguna microestructura en el exoesqueleto que nosotros no vemos pero que al tacto de los bichos es importante para pasar por otra cosa”, conjetura.

Su búsqueda terminó siendo la tapa de una revista importante. Contar esto retrayéndonos a cuando Hagopián estaba en el liceo no es un mero recurso estilístico. También él lo vive así. “Cuando vi la tapa quedé como paralizado”, comenta. “Tengo un compromiso muy fuerte con mi niño interno. Yo me veo arrodillado buscando bichitos, me imagino apareciéndome ante él y mostrándole la tapa de esta revista y alucino”, confiesa.

Conocer la diversidad es magnífico, la aventura del conocimiento tiene un valor de por sí. Pero seguro Damián se ha cruzado alguna vez con alguien que le preguntó para qué sirve estudiar una araña que imita a una hormiga. Le ha pasado, y su respuesta es brillante: “Para qué sirve no es la pregunta. Hay preguntas mucho más lindas. ¿Por qué está ahí? ¿Qué come, qué hace? Se trata de un bicho como vos, está comiendo, se está reproduciendo, está buscando pareja, va para acá y para allá. Entonces, ¿no hay preguntas más lindas que el para qué sirve? Hay tantas cosas espectaculares para preguntarse, y creo que eso es algo que define parte de lo que es el ser humano, su capacidad de cuestionarse las cosas y buscar formas de entender lo que lo rodea”.

No en vano, en los agradecimientos de la tesis de 2019 con la que Hagopián ser recibió, además de aparecer colegas y compañeros de la Facultad y la familia, incluyó la siguiente frase: “No puedo dejar de agradecer a mis queridos ‘amigazos’, los saltícidos, por maravillarme día a día, sorprendiéndome y enseñándome que descubrir y aprender no tiene límites, motivándome a ir por más”. ¿Para qué sirve estudiar una araña que imita a una hormiga? Para que un pequeño animal, de ocho patas, ocho ojos, y comportamientos y estrategias de supervivencia desarrolladas a lo largo de cientos de miles de años, nos deje un poco contentos con una de las cosas lindas de ser humano.

Artículo: “Morphological and behavioral traits associated with myrmecomorphy in Sarinda marcosi Piza, 1937 (Araneae: Salticidae: Sarindini)”
Publicación: Journal of Arachnology 48 (febrero, 2021)
Autores: Damián Hagopián, Anita Aisenberg, Álvaro Laborda, Miguel Simó.