Rodolfo Ungerfeld, biólogo con doctorado en veterinaria y prolífico autor de trabajos de investigación, ha pasado varias horas de su vida mirando “pornografía” ovina. No porque Ungerfeld tenga un fetiche o sea como el pastor armenio que aparece en la película de Woody Allen Todo lo que usted quería saber sobre el sexo (y nunca se atrevió a preguntar). La ciencia, a veces, requiere paciencia y grandes sacrificios.
Por ejemplo, en el último trabajo con ovinos en el que participó, no le tocó a él pasarse frente a la pantalla mirando los embates sexuales de carneros y ovejas, pero una de sus compañeras tuvo que presenciar casi 450 horas de insinuaciones, acercamientos y sexo explícito. Parece una tarea titánica, pero Ungerfeld aclara que “cuando no ocurre nada, lo pasás rápido” (lo que revela que la pornografía ha dejado al menos una enseñanza útil).
Para entender mejor por qué Ungerfeld y los demás autores del trabajo estaban metidos en esta suerte de Pornhub lanudo hay que introducirse en el fascinante mundo de la sexualidad ovina. Ovejas y carneros son definitivamente bichos promiscuos, pero la acepción de esta palabra es muy distinta en humanos y (los demás) animales. Las especies animales cuentan con distintos sistemas de apareamiento: tenemos la monogamia (aunque al igual que entre los humanos esto no suele cumplirse a rajatabla); la poliginia (cuando un macho tiene relaciones con dos o más hembras); la poliandria (cuando una hembra tiene relaciones con dos o más machos); y la promiscuidad (cuando se juntan ambas cosas).
Esta última es la categoría de los ovinos: un carnero puede montar varias ovejas, pero a su vez una oveja es montada por varios carneros. Claro que, si uno quisiera antropomorfizar la situación, eso no implica un gran acuerdo horizontal de relación libre. Entre los carneros hay dominantes y subordinados (o sumisos), y los primeros son los que marcan el juego, con acceso a las hembras de su preferencia.
El subordinado tiene, sin embargo, sus recursos. Ungerfeld ha estudiado en varios trabajos de qué modo se las ingenia para copular con las hembras cuando no está dispuesto a desafiar al dominante. Por ejemplo, reduciendo el cortejo a la hora de la cópula (como quien dice, mirando por encima del hombro si viene el dominante), en una “estrategia oportunista” para acercarse a las ovejas “descuidadas”. El propio Ungerfeld, futbolero y para estar a tono con la moda de las metáforas deportivas en la ciencia, asegura que la táctica es “algo así como colgarse los 11 del travesaño, y cuando el otro se distrae, meterle un gol desde su área”.
No es su única alternativa. El carnero subordinado también “encara” a las ovejas que no son seleccionadas como atractivas por los dominantes. En una encarnereada de 45-50 días, que cubre dos o tres períodos de celo, suele ocurrir que queden algunos carneros con pocas oportunidades de cópula y al mismo tiempo ovejas a las que los dominantes no prestaron atención, con lo que se genera una situación propicia para la monta. Cayendo una vez más en la tentación de la antropomorfización, es equivalente a cuando el baile llega a las cinco de la mañana y se encuentran en la pista quienes no tuvieron suerte en intentos previos de acercamiento.
Este sistema puede ser satisfactorio para los dominantes, pero no necesariamente es el mejor para la reproducción de la especie o para el productor que la cría. Pueden darse cosas no deseables, como que un carnero tenga diez ovejas alrededor y otro no tenga ninguna, pero que el dominante sólo pase su tiempo con una o dos y queden varias sin preñar en el período de celo. O que el carnero dominante sea infértil y ponga en riesgo el éxito de la reproducción de la majada. Analizando esta situación y otras conductas, Ungerfeld y colegas fueron pavimentando el camino para un trabajo que llevó a conclusiones muy novedosas.
Las ovejas arriba
Tal cual habían dejado en evidencia trabajos anteriores, si son pocos los machos que van dejando descendencia, se disminuye enormemente la variabilidad genética, algo que a largo plazo juega en contra de la supervivencia de la población o especie. Además de aumentar los riesgos de endogamia, la falta de diversidad deja expuesta a la población ante futuros desafíos medioambientales.
En el caso de los ovinos, normalmente el macho dominante realiza varias montas pero con la contrapartida de que ello baja su reserva de semen (con los resultados ya mencionados). Las ovejas, sin embargo, no son decorativas o completamente pasivas en este panorama. Entra en juego aquí la “proceptividad”, que es el comportamiento sexual exhibido por la oveja en celo hacia el macho, con el objetivo de iniciar la cópula; básicamente, su preferencia. En un escenario en que los ejemplares están en libertad de acción el macho dominante se impone, sí, pero el comportamiento y las preferencias sexuales de las ovejas también influyen en el resultado final. O, como señalan los investigadores en términos poco seductores, en “la distribución del semen”.
Ungerfeld señala que trabajos que tienen ya más de 40 años demostraron los matices de esta situación. En uno de ellos se introdujo a unos pocos carneros con distintos grados de dominancia en grupos grandes de ovejas en celo y se analizó el porcentaje de hembras que quedaban preñadas. Luego, se hizo una deferectomía (vasectomía) a los carneros dominantes y se repitió el experimento, que dio como resultado que la cantidad de ovejas preñadas no disminuía tanto como cabía esperar.
Una hipótesis planteada en estas investigaciones es que una forma de mantener la variabilidad genética es que la hembra busque algo distinto de lo que busca el macho. Y esto lleva a la siguiente pregunta: cuando los machos no pueden interactuar entre sí, ¿la oveja cómo elige, cómo prioriza? Ese fue el punto de partida para este nuevo trabajo, liderado por Agustín Orihuela, de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos, México, en el que participó Ungerfeld, del Departamento de Biociencias Veterinarias de la Facultad de Veterinaria de la Universidad de la República.
Voyeurista en una fiesta swinger
Para su experimento, realizado en México, los investigadores usaron ocho carneros “sexualmente experimentados” (las palabras son suyas) y 28 ovejas de raza saint croix (ovinos de pelo). En primer lugar, se propusieron determinar cuáles de los machos eran dominantes y cuáles subordinados. Esto se logró al combinar todas las parejas posibles de carneros y colocarlas en corrales de dos por dos metros para establecer a los dominantes (se los exponía a la presencia cercana de una hembra en celo para incitar los enfrentamientos). Los cuatro carneros con más “peleas ganadas” fueron considerados dominantes y los otros cuatro, subordinados, formándose cuatro “parejas” de “ganador” y “perdedor”. Para cada pareja se aseguraron de que se estableciera una relación de dominancia y se la consolidó al dejarlos diez días juntos en sus corrales (cada tres días, se realizaban test para garantizar que la dominancia no se hubiera modificado).
Luego llegó el momento de la acción: instalaron cuatro corrales de cuatro por 12 metros con una cámara en cada uno. En ellos introdujeron los dúos de carneros, los ataron en extremos opuestos del corral y luego hicieron ingresar al centro a una oveja en celo.
La hembra quedaba libre en el lugar, con la posibilidad de elegir a qué carnero acercarse, un proceso meticulosamente registrado en video y luego analizado. La prueba se repitió múltiples veces con las ovejas, cambiando de lugar a los carneros para evitar sesgos no relacionados con las preferencias sexuales (es decir, que la oveja estuviera prefiriendo una de las dos esquinas por otras razones).
El lugar común indica que la oveja debería inclinarse por el dominante, ya sea como estrategia evolutiva para favorecer a los genes del más fuerte o por considerarlo más atractivo por su despliegue físico, pero a esta altura el lector sabe que habrá un desenlace imprevisto. Las ovejas, al tener libertad para elegir, dieron un mensaje muy claro: prefirieron a los machos sumisos y no a los dominantes.
Esta preferencia fue tan notoria que sorprendió a los propios investigadores. “Fue brutal”, asegura Ungerfeld. En todos los test realizados (28 en total) los subordinados fueron los más favorecidos, e incluso en siete de las pruebas las ovejas los prefirieron en forma exclusiva, sin copular con los dominantes.
Todas las estadísticas los favorecieron. La cantidad de montas en promedio para los subordinados fue de 22 contra diez de los dominantes. Las montas con eyaculación fueron 10,5 contra 3,8 en promedio. Además de tener mayor cantidad de interacciones sexuales, las ovejas pasaban más tiempo en la zona del subordinado que en la del dominante. Lo observado se choca de frente con la mala interpretación de la teoría de la evolución propuesta por Charles Darwin, que sostiene aquello de “la supervivencia del más fuerte”. Lo encontrado por Ungerfeld y sus colegas nos recuerda, una vez más, que la expresión adecuada es “la supervivencia del más apto”. Y para un carnero no ser fuerte y violento parecería ser una forma de ser apto para dejar descendencia.
Este último aspecto es incluso refrescante a la hora de establecer analogías sexuales, que suelen ser desafortunadas en este tipo de trabajos. Los investigadores creen que las hembras prefieren la compañía de los subordinados porque los dominantes, impulsados por una mayor libido, despliegan conductas más agresivas. Los subordinados, en este panorama, tienen una conducta más “gentil”.
Ir por lana...
Esto no significa, sin embargo, que las ovejas prefieran copular con los machos subordinados únicamente porque son más gentiles en el trato. Hay otros motivos para ello. Como ya vimos, los dominantes bajan su cantidad de esperma debido a la cantidad de montas y además tienden a concentrarse en algunas hembras, al mismo tiempo que “intimidan” a otros carneros deseosos de una oportunidad.
La conducta de las ovejas, en este contexto, podría deberse a una estrategia evolutiva: impedir la reducción de variabilidad genética en una población, causada por una descendencia que es obra sólo de unos pocos machos. A nivel de campo, sin embargo, es posible que la oveja busque esto pero incida la interacción entre los carneros, que siempre le asegura la monta al dominante. La táctica de la hembra, allí, es obtener semen de más de un macho para disminuir los riesgos de infertilidad.
Estos resultados no son necesariamente extrapolables a otras especies, más allá de que se trate de una táctica evolutivamente ventajosa. Tal cual aclara Ungerfeld, depende mucho de las condiciones de evolución de cada especie, la dinámica poblacional o si tienen una estación reproductiva limitada e intensa como la de los ovinos, entre otros factores.
Este tipo de trabajos podría contribuir a entender por qué y cómo se distribuyen las paternidades en las majadas, recalca Ungerfeld. Por ejemplo, puede ocurrir que en Uruguay alguien compre cinco carneros muy buenos (y caros) y los mezcle con otros 30 que posee, esperando que mejoren sustancialmente la reproducción en un contingente de 1.000 ovejas. Y que luego se lleve una desilusión. Esto ocurre porque se asume que cada carnero va a dejar la misma proporción de descendencia, cuando en realidad no se sabe muy bien qué factores son determinantes y qué manejos son necesarios para marcar una diferencia (por ejemplo, poner menos carneros pero hacerlos rotar más seguido, como puede hacerse en algunos sistemas más intensivos).
“Hay mucho que aprender para, sin necesidad de usar inseminación artificial, lograr una mejor distribución o que las preñeces sean en menos tiempo”, explica el biólogo. “Claro que hay técnicas hormonales para facilitar esto, pero si no entrás en ese paquete, entender mejor todo esto permitiría saber cómo lograr que cada carnero preñe lo que uno pretende, o al menos acercarse a eso”, concluye. En ese sentido, el trabajo demuestra que también importa lo que la oveja pretenda.
El carnero estimulado
Rodolfo Ungerfeld y Agustín Orihuela realizaron en 2019 otro trabajo interesante sobre la sexualidad ovina, que tiene además una aplicación práctica para los criadores.
Estaba reportado que el desempeño sexual de los carneros, a diferencia de lo que ocurre con los toros y los chivos, no mejora o se estimula al observar antes las cópulas de sus congéneres, al menos como norma general. Pero teniendo en cuenta las diferencias que se han encontrado entre dominantes y subordinados, ¿qué pasa con ellos cuando son voyeurs del comportamiento sexual del otro?
Para comprobarlo, realizaron un experimento en Cerro Largo con parejas de carneros corriedale integradas por un dominante y un subordinado. En el trabajo permitieron que tanto el dominante como el subordinado observaran mientras su compañero montaba a una hembra en celo (comparando siempre los comportamientos con el respectivo grupo de control, en el que los carneros no tenían acceso visual a la monta).
Los resultados revelaron que la conducta sexual del dominante no se modificaba al observar la cópula del otro carnero. Sin embargo, los subordinados sí mostraban un cambio notorio tras observar a los dominantes montando a las hembras, aumentando la cantidad y eficiencia de las eyaculaciones, y llegando también a la primera eyaculación más rápido.
Estas diferencias en las estrategias de ambos tras la estimulación visual aportan un dato muy valioso a los criadores. “Si tengo que sacar semen de dos o tres carneros, dejo para lo último a los subordinados porque son los que, tras ver a los dominantes, van a salir desesperados a montar y me van a permitir colectar más cantidad de semen en menos tiempo. Si dejo a los dominantes para el final, no gano nada”, explica Ungerfeld.
Artículo: “Ewes prefer subordinate rather than dominant rams as sexual partners”.
Publicación: Applied Animal Behaviour Science (mayo de 2021).
Autores: Arisvet Díaz, Agustín Orihuela, Virginio Aguirre, Neftalí Clemente, Mariana Pedernera, Iván Flores-Pérez, Reyes Vázquez, Rodolfo Ungerfeld.