En 1988, el escritor Douglas Adams y el zoólogo Mark Carwardine viajaron al río Yangtsé, en China, en busca de un pequeño cetáceo llamado baiji (Lipotes vexillifer), un delfín de río al borde de la extinción. El baiji es un delfín prácticamente ciego, ya que las aguas del Yangtsé siempre han sido fangosas. Como los murciélagos, se mueve gracias a la ecolocalización, escuchando el eco de los chasquidos que hace. El problema es que el Yangtsé se llenó en los últimos 100 años de lanchas y botes a motor, una fuente continua de confusión para los delfines, que se desorientan y terminan bajo las hélices de las embarcaciones o en las redes de los pescadores. Para completar el panorama de pesadilla para el baiji, el río Yangtsé se convirtió en uno de los más contaminados del mundo, un auténtico caldo de aguas servidas, desechos químicos y abonos artificiales.

No fue raro que Adams y Carwardine se quedaran con las ganas de ver al baiji, pese a los esfuerzos por evitar su extinción. 20 años después, cuando Carwardine quiso volver al lugar junto con el comediante Stephen Fry (a Adams también le había tocado recorrer su propio camino rumbo a la desaparición) descubrió que el baiji estaba oficialmente extinto. “Si no podemos salvar un atractivo y carismático delfín –uno que vivió en la Tierra por más de 20 millones de años–, ¿qué podemos salvar?”, se lamentaba Carwardine.

Todo indica que otro pequeño cetáceo, la tímida vaquita marina (Phocoena sinus) del Golfo de California, correrá la misma suerte a la brevedad. Se estima que quedan unas pocas decenas en la naturaleza, víctimas colaterales de la pesca incidental que provoca la búsqueda ilegal y desenfrenada de totoabas, un pez cuya vejiga natatoria se vende carísima en China y que es conocida como “la cocaína del mar”.

Estas historias pueden parecer cuentos muy lejanos, que ocurren en lugares donde campean la contaminación, la falta de control y la actividad de grupos criminales organizados, pero la moraleja que dejan es muy cercana. Nosotros también tenemos un cetáceo pequeño, tímido y de baja visión que comienza a verse acorralado por amenazas similares.

El delfín franciscana (Pontoporia blainvillei) es endémico del Atlántico suroccidental; sólo se lo encuentra en las aguas que van desde Chubut (Argentina) a Espírito Santo (Brasil), con Uruguay en el centro de su distribución. La pesca incidental es también su gran problema, pero un nuevo trabajo revela que crece la sombra de otra amenaza común para los cetáceos costeros.

Una presentación

La franciscana pertenece al grupo de delfines de río, especies que no necesariamente tienen un parentesco cercano pero que sí han tenido una evolución convergente para compartir algunas características, como orientarse principalmente por el sonido debido a que viven en aguas turbias. La franciscana no tiene el estilo acrobático de otros delfines de la región, que saltan para beneplácito de los fotógrafos atentos o corren olas con surfistas. Es más bien tímida y huye de los sonidos de los barcos.

Es un delfín de río pero estuarino, que tolera bien las aguas salobres. En Uruguay se lo puede encontrar en el Río de la Plata pero también en Rocha y Maldonado. Es el cetáceo con el hocico (o pico) más largo en relación al tamaño de su cuerpo en Uruguay y su nombre común viene del color gris amarronado de su piel, que a alguien le hizo acordar a las túnicas de los monjes franciscanos. Su distintivo hocico largo y angosto tiene además una gran cantidad de dientes pequeños, un rasgo que lo hace fácil de distinguir cuando aparece varado en alguna playa.

Según cuenta la bióloga Meica Valdivia, especializada en cetáceos e integrante del Museo Nacional de Historia Natural (MNHN), la franciscana es el cetáceo más amenazado del Atlántico surocciental debido a un gran problema: tiene hábitos costeros que se solapan con los de la pesquería artesanal. Por ello suele quedar atrapada en las redes que los pecadores dejan puestas durante horas, donde muere al no poder subir a respirar (delfines y ballenas son mamíferos y, por tanto, necesitan aire para llenar sus pulmones).

Grabación de sonidos de cría de franciscana. Foto: Javier Sánchez Tellechea

Grabación de sonidos de cría de franciscana. Foto: Javier Sánchez Tellechea

En Uruguay, la pesca incidental de la franciscana no se ha monitoreado siempre, pese a los esfuerzos de Ricardo Praderi desde 1970 a 1990 y los del grupo Cetáceos Uruguay entre 2004 y 2006, a los que se sumó un proyecto reciente del que hablaremos más adelante. El trabajo La franciscana Pontoporia blainvillei en la costa uruguaya: estudios regionales y perspectivas para su conservación, realizado por Carolina Abud, Caterina Dimitriadis, Paula Laporta y Marila Lázaro (de la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República), revela que en 20 años de estudio se detectaron 3.617 ejemplares capturados en redes de pesca artesanales en Uruguay, un número que es sólo la punta del iceberg.

La franciscana tiene además otros problemas de los que preocuparse. Una segunda amenaza en importancia es la ingesta de plásticos, explica Valdivia, porque se trata de una especie que va cambiando su dieta con la edad. A veces, en el proceso de aprendizaje de alimentarse de forma independiente, consume plástico por error.

A ello se le suma un tercer factor de preocupación, sobre el que hay ahora nueva información: la contaminación por metales pesados vertidos a nuestras aguas.

Heavy metal

La suerte de la franciscana no sólo interesa a los uruguayos, argentinos y brasileños. El biólogo Massimiliano Drago, nacido en Italia pero integrante del Instituto de Investigación de la Biodiversidad de la Universidad de Barcelona (IRBio), hizo parte de su posdoctorado en Uruguay con los ejemplares de las colecciones científicas locales.

Su interés por lo que ocurre en esta zona sigue vivo, como demuestra el último trabajo en el que participó. Drago y sus colegas se plantearon investigar la presencia de metales pesados (los llamados elementos traza: plomo, aluminio, cromo, cobre, hierro y níquel, entre otros) en los ejemplares de franciscana hallados en nuestro país. La presencia de estos metales, cuando supera los bajos niveles de concentración que los caracteriza, suele ser tóxica.

Al estuario del Río de la Plata llegan no sólo aguas residuales y los vertidos de industrias cercanas, como las que se encuentran en Montevideo y Buenos Aires. También se vierten contaminantes transportados por los ríos Paraná y Uruguay, además de otros ríos secundarios.

La concentración de los metales pesados en las franciscanas había sido estudiada en trabajos anteriores, aunque se centraban en el análisis de tejidos blandos. El aporte de este nuevo trabajo fue haber explorado su evolución, al tomar muestras de restos óseos de ejemplares hallados entre 1953 y 2015. Es allí donde entran a escena los investigadores uruguayos Enrique González y Meica Valdivia, que trabajan en la colección de Mastozoología del MNHN.

Valdivia fue la encargada de tomar las muestras en las colecciones del MNHN y de la Facultad de Ciencias, tras intercambiar impresiones con los restantes autores del trabajo. Con ayuda de un pequeño taladro, sacó muestras de tejido óseo de un centenar de cráneos, siempre con mucho cuidado de hacer la incisión en lugares que no dificulten diagnósticos o mediciones útiles en futuros trabajos. Colocó las muestras en tubitos de microcentrífuga y las envió a España a sus colegas.

En Barcelona, Odei García-Garín, primer autor del artículo, fue el responsable de analizar las muestras en busca de los restos de 13 metales. Si bien encontró los 13 metales, en algunos casos los halló en una o en pocas muestras, y en otras, en concentraciones irrelevantes.

Lo más revelador del análisis, sin embargo, fue que las muestras más recientes tenían cantidades significativamente mayores de elementos potencialmente tóxicos, como cromo, cobre, hierro y níquel, que las más antiguas. Para decirlo más claramente, aumentó la cantidad de metales tóxicos en nuestra población de franciscanas en el lapso de 62 años que abarca el estudio. Sólo había una buena noticia para los delfines. La cantidad de plomo, metal ampliamente conocido por sus efectos tóxicos, decrecía en el tiempo.

Lo que el agua no se llevó

Los autores recuerdan que estos metales pesados no sólo son altamente tóxicos para la fauna marina sino también, en forma indirecta, para los humanos. Entre otros problemas, pueden ser cancerígenos, alterar la reproducción y el desarrollo o causar osteoporosis. ¿Cómo se explica el aumento de estos elementos en los delfines? “Puede deberse al incremento de los aportes por las descargas de otros ríos, las refinerías de petróleo y la industria del cuero”, apunta el trabajo. “Durante el pasado siglo, las refinerías y curtiembres ubicadas cerca del arroyo Pantanoso han sido las fuentes principales de estos metales en el estuario del Río de la Plata”, agrega.

Franciscana. Foto: Meica Valdivia

Franciscana. Foto: Meica Valdivia

Los elementos traza provenientes de estos emprendimientos humanos se van acumulando en los sedimentos del estuario del Río de la Plata y finalmente en los tejidos de las franciscanas (y otros animales, por supuesto, como han demostrado estudios similares en otras especies de la región). La industria del cuero aporta principalmente cromo (aunque los investigadores destacan que en los últimos años se hicieron esfuerzos por reducir la cantidad de metales vertidos por parte de refinerías y curtiembres) y la abundancia de cobre puede deberse a su uso en pinturas de barcos y estructuras fijas.

El descenso en la concentración del temido plomo es sencillo de explicar. Coincide con su prohibición como aditivo de la gasolina a fines de los 90 en la región, una tendencia que se comprobó a nivel mundial en estudios parecidos.

El aumento de la concentración de otros elementos, como aluminio y manganeso, así como la reducción de arsénico y estroncio, no pudo ser correlacionado con actividades humanas. Más estudios son necesarios para clarificar estas tendencias, apuntan los autores.

Conservar ahora o gastar mañana

El trabajo reafirma la necesidad de reducir la contaminación producida por las grandes ciudades y las industrias, así como mejorar el tratamiento de las aguas residuales, sumando un desafío más a los problemas ya urgentes que enfrenta este mamífero, catalogado como “vulnerable” por la Lista Roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN).

“Pequeño cetáceo solapado con actividad humana no suele tener un final feliz”, advierte Valdivia. En Uruguay por mucho tiempo no se realizaron monitoreos sistemáticos sobre su mayor factor de riesgo, la captura incidental, algo que parece estar cambiando como veremos más adelante.

Tomar acciones para conservarla obliga a entrar en el juego del equilibrista, ya que su principal amenaza es hoy la pesca artesanal. Una posibilidad, sugiere Valdivia, es regular “con cuidado” esa actividad, ya que implica “una fuente de trabajo y alimento para mucha gente”. Por ejemplo, tener una veda temporal en época de reproducción de la franciscana o establecer a qué distancia de la costa pueden colocarse las redes.

Algunas luces de esperanza se encendieron en los últimos años. El Laboratorio de Recursos Pelágicos de la Dirección Nacional de Recursos Acuáticos monitorea la captura incidental desde 2018. Además, experimenta con el uso de pingers en redes, aparatos que generan sonidos que buscan ahuyentar a las franciscanas. Valdivia explica que debido a que las franciscanas se orientan por el sonido más que por la vista, les ocurre que no ven las redes o que a veces directamente van hacia ellas atraídas por los propios peces (como cree el biólogo Javier Sánchez Tellechea, experto en esto de escuchar a las franciscanas).

Este proyecto piloto, sin embargo, presenta algunos desafíos. Los pingers son caros, lo que hace difícil una implementación a escala masiva en caso de que funcionaran. Además, Valdivia teme que ocurra lo mismo que en otros lugares, donde los pingers reducen las capturas incidentales pero atraen a los lobos marinos en busca de abundancia de peces, lo que genera un conflicto con otro mamífero marino. Aun así, comenta la bióloga, es muy valioso buscar herramientas que disminuyan las capturas incidentales, entre ellas el uso de pingers, que ha mostrado resultados positivos en otras partes del mundo.

Si el factor económico es el problema principal para salvar a la franciscana, hay que recordar que en conservación a veces lo barato sale caro. La bióloga pone como ejemplo el caso ya mencionado de la vaquita marina de Baja California. No se actuó a tiempo y ahora, con unos pocos ejemplares peleando contra la extinción, “se gasta muchísimo en ella, probablemente más de lo que se hubiera invertido para salvarla en el momento adecuado”.

Si todavía quedan dudas, se puede recurrir nuevamente al escritor Douglas Adams. En la trama de su libro Guía del viajero intergaláctico, los delfines se percatan de la inminente destrucción del planeta y hacen todo lo posible por advertir a los humanos. Ante la incapacidad del Homo sapiens para captar el mensaje, los delfines –una especie más inteligente y evolucionada– finalmente abandonan la Tierra antes de la catástrofe, luego de dejar una frase final: “Hasta luego y gracias por el pescado”. El mensaje de las franciscanas es menos directo o espectacular, pero no por ello deja de ser una advertencia.

La importancia de las colecciones

En sus conclusiones, los investigadores destacan que el trabajo demuestra la validez de realizar este tipo de análisis en restos óseos, disponibles en colecciones científicas de museos, para examinar en forma retrospectiva algunas tendencias en contaminación.

En este caso demuestra también la importancia de la colección del MNHN, la principal fuente para esta investigación. El MNHN posee una colección de casi 600 muestras de franciscana que van desde la década de 1970 a la actualidad, una cantidad que fue esencial para seleccionar los 100 que formaron parte del trabajo. La colección incluye esqueletos completos, cráneos, muestras de tejido (para ADN o isótopos) y gónadas. Ese es también un número enorme dentro de la colección de mamíferos marinos del museo, que ronda los 800 ejemplares del total de 8.000 muestras de mamíferos.

Artículo: “Long-term assessment of trace elements in franciscana dolphins from the Río de la Plata estuary and adjacent Atlantic waters”
Publicación: Science of the Total Environment (2021)
Autores: Odei García-Garín, Asunción Borrell, Morgana Vighi, Alex Aguilar, Meica Valdivia, Enrique González, Massimiliano Drago.