Es posible que el PIT-CNT no se haya enterado, pero hay otra LUC que tal vez sumaría tantas o más adhesiones en su contra. Claro que para ello por LUC no hay que entender “ley de urgente consideración” sino “land use change”, que en español vendría a ser cambio del uso del suelo (CUS). La LUC o el cambio del uso del suelo está fuertemente asociada a la pérdida de biodiversidad, de servicios ecosistémicos y a varios de los factores que nos llevan al colapso de todos los indicadores sobre la salud del planeta. ¿Problemas con la calidad del agua? Seguro la LUC tiene algo que ver. ¿Especies de fauna y flora amenazadas? Apuesta casi segura a que el cambio del uso del suelo tiene alguna relación. ¿Tóxicos en el ambiente? ¿Plásticos? ¿Erosión de las dunas? LUC, LUC, LUC. O CUS, CUS, CUS.
El cambio del uso del suelo abarca múltiples fenómenos, desde el avance urbano sobre zonas naturales y costeras hasta la tala de bosques para emprendimientos agrícolas o ganaderos como sucede en el Amazonas. Sin embargo, en Uruguay el mayor problema ambiental no es la deforestación, ya que de hecho tenemos una forestación con monocultivos que no está exenta de varios problemas. Aquí el paisaje más afectado por el cambio del uso del suelo (si quitamos la urbanización) no son los bosques sino los pastizales.
“En Uruguay, el cambio en el uso de la tierra ha sido relativamente moderado en el contexto de los pastizales del Río de la Plata, pero la conversión de tierras silvestres y pastizales en tierras de cultivo (principalmente soja) y plantaciones forestales exóticas (principalmente eucaliptos) se ha acelerado en las últimas dos décadas”, decía un artículo científico de Alejandro Brazeiro, Marcel Achkar, Carolina Toranza y Lucía Bartesaghi que abordamos en una nota anterior. Allí quedaba claro que el ecosistema dominante en nuestro país hasta la llegada de los colonizadores, que abarca 80% del territorio de lo que hoy es Uruguay, eran los pastizales, praderas y bosques abiertos. Para 2015 los investigadores estimaban en 20% la pérdida de pastizales, ya que por aquel entonces abarcaban apenas 60% del territorio. Alejandro Brazeiro declaraba a la diaria que los pastizales “son de los ecosistemas más vulnerables al cambio de uso del suelo, porque la agricultura y la forestación se ‘ponen’, por así decirlo, arriba del pastizal”.
Como el pastizal no tiene tantos defensores como los bosques del Amazonas, recordemos algunos datos crudos: en los pastizales de nuestro país viven 222 de las 351 especies de aves (62,67%) registradas para Uruguay, 55 de las 74 de mamíferos (74,32%), 36 de las 65 de reptiles (55,3%), cuatro de las 48 de anfibios (8,33%) y 114 de las 315 especies de plantas leñosas (36,19%). La reciente publicación de un artículo en la revista Journal of Land Use Science aporta nuevos elementos sobre algunos de los aspectos negativos de transformar pastizales en tierras de cultivos.
Cambiar no siembre es bueno
“Durante décadas, ha habido una conversión del uso de la tierra (LUC) en todo el mundo de ecosistemas de pastizales naturales a tierras de cultivo para aumentar las ganancias agrícolas y satisfacer la creciente demanda de alimentos, piensos y fibra”, afirman César Izaurralde, José Castaño y Stephen Prince, del Departamento de Ciencias Geográficas de la Universidad de Maryland, Estados Unidos, en el artículo llamado “Las conversiones del uso de la tierra de pastizales con manejo a tierras de cultivo en Uruguay aumentan las emisiones netas de carbono a la atmósfera a mediano plazo”.
En su artículo, publicado este mes, señalan que los pastizales templados “representan una gran fracción de la vegetación de la Tierra” y que grandes extensiones de ellos, con tierras de cultivo asociadas, “se encuentran particularmente en las latitudes medias de Asia, América del Norte y América del Sur”. También dicen que “los pastizales de la pampa son una de las regiones de pastizales templados más grandes del mundo, ocupando más de 700.000 km² en el este de Argentina, Uruguay y el sur de Brasil”. También afirman que esta unidad biogeográfica “ha sido ampliamente modificada por las actividades humanas”, contribuyendo hoy en día “significativamente al comercio nacional e internacional de productos agrícolas, induciendo así cambios extensos e intensivos en el uso y cobertura del suelo y, al hacerlo, afectando el ciclo del carbono y las propiedades de los ecosistemas”.
Sobre Uruguay señalan que “a diferencia de otras regiones, todavía tiene un alto porcentaje de pastizales, por lo que son vulnerables al cambio de uso del suelo” y reportan que entre 1999-2010 “Uruguay expandió su área de cultivo de 200.000 hectáreas a más de 1.000.000 de hectáreas, principalmente debido al cultivo de soja (Glycine max) y trigo (Triticum aestivum)”. En esa década, citando datos del Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca, del antiguo Ministerio de Vivienda, Ordenamiento Territorial y Media Ambiente y de la FAO, sostienen que “el área cubierta de pastizales disminuyó de 67,4% a 61,4%”, proceso que “tuvo lugar principalmente en la región centro-sur de Uruguay”.
Los autores del artículo contrastan que pese a esos cambios “actualmente se carece de una cuantificación de la intensidad y el alcance de los impactos potenciales del uso del suelo y los cambios en el manejo sobre la calidad del suelo y el ciclo del carbono”. Si bien hay trabajos sobre varios de estos aspectos (por ejemplo, sobre empobrecimiento de los suelos), la idea de cuantificar cómo impacta este cambio del uso del suelo –¡la LUC!– en el ciclo de carbono seduce. El dióxido de carbono es el principal gas de efecto invernadero producido por la acción humana, y ello es relevante porque el efecto invernadero nos lleva de las narices al calentamiento global y el cambio climático.
¿Si la pérdida de biodiversidad y de ecosistemas no fuera suficiente razón para proteger o cuidar los pastizales, habrá cambios en las emisiones de carbono por este cambio de uso del suelo? Esto último es lo que el artículo ahora publicado pretende analizar: como su segundo objetivo señalan “abordar los posibles impactos en el flujo de carbono del cambio de uso del suelo si todas las áreas adecuadas para cultivar se convirtieron de pastizales a tierras de cultivo”. Para darse para adelante, agregan que, hasta donde saben, “esta es una contribución original para simular la productividad de los pastizales y los flujos de carbono en condiciones de cambio de uso del suelo en los pastizales del Río de la Plata”.
Modelos
Para contestar su pregunta los investigadores recurrieron a un modelo que calibraron con datos locales. “Se seleccionó el modelo EPIC para simular procesos agroecológicos clave asociados con las conversiones de pastizales y tierras de cultivo, como el crecimiento de las plantas, el rendimiento de las plantas, el balance hídrico, la erosión del suelo, la dinámica del carbono del suelo, el ciclo de nutrientes y emisiones de gases de efecto invernadero”, describen, aclarando que si bien se trata de “un modelo de simulación de sistemas de cultivo desarrollado originalmente en la década de 1980 para estimar los efectos de la erosión en la productividad del suelo en todo Estados Unidos”, se ha mejorado desde entonces “mediante la adición de algoritmos para simular el ciclo del nitrógeno, el carbono y el fósforo, la calidad del agua, el efecto de la concentración de CO2 atmosférico y los cambios climáticos”.
El estudio se basa en gran parte del territorio al sur del río Negro de nuestro país, dejando por fuera Montevideo, San José, Canelones y partes de Rocha, Colonia, Soriano, Cerro Largo y Treinta y Tres. En esta zona usaron su modelo para estimar cuánta serían las emisiones netas de carbono tanto en las zonas de pastizales con ganadería como en las zonas de cultivo.
Tras dar algunos datos sobre la ganadería en estos pastizales, sobre los cultivos señalan que se trata de “un sistema de producción de cultivos de secano. En promedio, las fincas tienen un tamaño de 775 hectáreas y son de propiedad privada. Y una alta proporción se alquila mediante contratos de corta duración”. También dicen que “aproximadamente la mitad del área de cultivo está bajo una rotación verano-invierno, mientras que la otra mitad está bajo una rotación verano-verano” y que “en el área de estudio, el principal cultivo de invierno es el trigo y el principal cultivo de verano es la soja, seguida del sorgo”.
Sobre el “intercambio neto del ecosistema” definen que se trata de “el flujo neto de CO2 entre el ecosistema terrestre y la atmósfera; un signo negativo de intercambio neto de ecosistemas indica absorción de carbono en la biosfera, mientras que un valor positivo denota emisión neta a la atmósfera”, o dicho de otra forma, pasar raya entre el consumo y emisiones de carbono tanto de los pastizales con ganadería como de los cultivos de la zona.
Emitiendo
Tras aplicar su modelo y calibrarlo, los investigadores tuvieron datos sobre el flujo netos de carbono de cada uno de los dos sistemas. Y lo que vieron, como habrán adivinado por la introducción de la nota o por el título, le da un espaldarazo al pastizal.
“El modelado del intercambio neto del ecosistema mostró que, en promedio, las emisiones de carbono de los pastizales eran casi neutrales (0,1 Mg CO2 por hectárea al año), mientras que las tierras de cultivo contribuían casi 7 veces este valor”, señalan en el trabajo publicado. Dado que un Mg es un millón de gramos, es decir, 1.000 kilos o una tonelada, nuestros campos con pastos emiten 100 kilos de dióxido de carbono al año por hectárea, mientras que los cultivos de soja y otros emiten unos 700 kilos al año. Por eso dicen que “ambos ecosistemas emitieron CO2 a la atmósfera o actuaron como fuente de carbono del suelo; sin embargo, mientras que el pastizal estaba cerca de ser carbono neutral, los cultivos emitían una cantidad considerable”.
En su trabajo pretendían evaluar cómo impactaría el cambio de uso del suelo el flujo del carbono. Para ello analizaron “el impacto probable de cambios hipotéticos en el uso del suelo en los flujos de carbono del ecosistema cuando toda el área potencialmente cultivable se convirtió de pastizal a tierra de cultivo, considerando el monocultivo de soja como la opción con más probabilidades de causar el impacto más negativo en el medioambiente”. Para estas estimaciones, lo que hicieron fue basarse en datos de las tierras más aptas para los cultivos y asumieron que en el mediano plazo –unos 15 años– todas serían convertidas a plantaciones de soja (algo no muy alocado, ya que en un artículo reciente se habla de sojaceno, algo así como “la época de la soja”, parafraseando al “antropoceno”).
Tras hacer sus estimaciones, basados en las emisiones de carbono de uno y otro ecosistema, informan que “la conversión a tierras de cultivo produjo una alteración significativa del ciclo del carbono en toda la región de estudio. En promedio, las emisiones netas de carbono de las tierras de cultivo contribuyeron con siete veces más carbono a la atmósfera (y mostraron una mayor variabilidad) que las emisiones de los pastizales”.
Por esto, dicen que sus resultados “resaltan el riesgo potencial de una conversión extendida del uso del suelo en el ciclo del carbono, cambiando de un sistema de carbono casi neutro (pastizales) a una fuente de carbono (tierras de cultivo)”. De todas formas, dejan la puerta entreabierta: “Esto podría mejorarse si, antes de la conversión, se adoptan estrategias de mitigación que consideren la idoneidad de los diferentes cultivos del suelo en las diferentes escalas espaciales (región, finca y parcela)”, dicen en el artículo.
También destacan que “en los ecosistemas de pastizales, el pastoreo del ganado juega un papel importante en la regulación del stock y la dinámica del carbono” y dejan constancia de que en su modelado asumieron “un pastizal bien manejado con una tasa de carga fija que cubre los requerimientos de nutrientes de los animales anualmente”. Pero dado que observan que “los pastos en la región de estudio, bajo pastoreo continuo durante todo el año, están sujetos a ciclos de sobrepastoreo y subpastoreo, y estos procesos ocurren en escalas temporales y espaciales” se ven llevados a afirmar que “aunque el manejo actual de los pastizales fue cercano al carbono neutral, se puede mejorar mediante el manejo del pastoreo y ajustes de la tasa de carga ganadera”, algo en lo que varios investigadores de nuestro país ya vienen trabajando desde hace tiempo.
Más allá del modelo que utilizaron y de sus posibles limitaciones, más allá de que hay varios trabajos que evalúan las emisiones de carbono de nuestros pastizales, el trabajo aporta una nueva mirada al poner el foco en el cambio del uso de la tierra. Transformar más pastizales en plantaciones de soja puede ayudar a la balanza comercial en el corto plazo. El asunto pasa por levantar un poco la mirada.
Artículo: “Land-use conversions from managed grasslands to croplands in Uruguay increase medium-term net carbon emissions to the atmosphere”
Publicación: Journal of Land Use Science (junio de 2021)
Autores: José Castaño-Sánchez, César Izaurralde, Stephen Prince.