Las imágenes son estremecedoras. Una tortuga marina nada con una bolsa plástica enredada en una de sus aletas. Un delfín aparece varado en la arena con restos de una red de pesca ‒plástica‒ en su hocico. Una toma aérea muestra una zona del océano donde parece haber una isla conformada por plásticos que son llevados allí por las corrientes marinas. Con razón nos indignamos o nos entristecemos. O las dos cosas.
El tema de los plásticos en los mares preocupa a la sociedad. Cientos de investigadoras e investigadores alrededor del globo están realizando en este momento algún trabajo relacionado con el tema. También en la ciencia hay tendencias, modas, fondos disponibles para aquello que interesa en determinado momento. Y ese momento es ahora. La presencia del plástico en el ambiente es algo que se viene estudiado desde hace tiempo, pero no fue hasta hace alrededor de una década que los plásticos pasaron a considerarse un contaminante emergente significativo.
Sin embargo, hay algo que llama la atención: si bien está estupendo y es necesario y oportuno estudiar los plásticos en los océanos ‒gracias a eso sabemos que están allí y nos vamos componiendo un panorama de los daños que provocan y el riesgo que representan‒, la evidencia de que gran parte de ellos llega hasta allí por el transporte de arroyos y ríos no parece pesar demasiado, tanto en la sociedad como en la producción científica. ¿Será que pedir que salven los océanos suena mejor que pedir que salven los arroyos? ¿Ballenas, delfines, orcas, tortugas marinas nos conmueven cual osos panda, pero no logramos conectar con los bichos que viven en una cañadita? ¿Será que los océanos son de todos, pero los pequeños arroyos son más nuestros? Más allá de estas preguntas sobre las que se podría conversar largo y tendido, ¿qué está pasando con los plásticos en los arroyos y ríos del mundo en general y con los nuestros en particular? ¿Qué evidencia tenemos? ¿Qué sabemos? ¿Inciden las actividades que hacemos en las cuencas de ríos y arroyos en los plásticos que van a parar a ellos?
Parte de algunas de esas interrogantes pueden empezar a ser contestadas con investigaciones como la que acaban de publicar en la revista Water Camila Vidal, Giancarlo Tesitore, Guillermo Goyenola y Franco Teixeira de Mello, del Departamento de Ecología y Gestión Ambiental del Centro Universitario Regional Este (CURE) de la Universidad de la República, y Juan Pablo Lozoya, del Centro Interdisciplinario de Manejo Costero Integrado del Cono Sur, también del CURE.
Plásticos, arroyos y peces
Titulado “Incidencia del uso de la tierra en las cuencas en el consumo de meso y microplásticos por comunidades de peces en arroyos de las tierras bajas uruguayas”, el artículo que se desprende de la tesis de grado de Camila Vidal busca llenar un vacío que explicita en los primeros párrafos: “Si bien los ríos y arroyos son los principales portadores de desechos plásticos (hasta el 80% de lo que llega a los océanos), no hay mucha información sobre el ciclo de transporte y retención del plástico, ni de su interacción con la fauna en estos sistemas”.
Sobre el plástico en sí no hay mucho que agregar que no sepamos ya, pero a modo de breve perfil de quien hará del malo de esta película, citemos cuando dicen que “se generan inmensas cantidades de desechos plásticos, de los cuales menos del 15% se manipula y recicla adecuadamente”. Dado que son muy estables químicamente, los plásticos tienen una tasa de descomposición lenta y por tanto “se acumulan y se fraccionan sucesivamente en dimensiones microscópicas, y se convierten en parte integral de los sistemas ecológicos, interactuando e impactando en la biota”. Entre estos impactos, cuando hablamos de arroyos, “probablemente el más importante tanto para los peces como para sus consumidores potenciales, y por tanto para toda la red alimentaria, sea la ingestión de pequeñas partículas de plástico”.
Como dicen que “los plásticos constituyen en la actualidad el activo residual más importante, representando una parte importante del material transportado y acumulado en cursos de agua”, y dado que “los diferentes usos del suelo, como la urbanización, las industrias y las diversas actividades agrícolas que se pueden desarrollar en una cuenca, condicionan y determinan los desechos y contaminantes que eventualmente terminan llegando a los sistemas de agua dulce”, Camila Vidal y sus colegas se propusieron “evaluar la comunidad de peces y la incidencia de desechos plásticos en la dieta de las especies presentes en pequeños arroyos”. Pero además agregaron una de las líneas de investigación del grupo que tiene que ver con los distintos usos del suelo: “Para evaluar más a fondo el efecto de las actividades humanas, comparamos arroyos que atraviesan áreas urbanas y áreas de ganadería extensiva”, apuntan en el artículo.
De esta manera, en 2017 muestrearon seis arroyos: el Insaurral, el Curupí y Las niñas, que atravesaban predominantemente predios con ganadería extensiva; y el Cañada del Dragón, el Cañada del Colorado y Las Piedras, que atravesaban zonas urbanas o semiurbanas, midiendo cuidadosamente varios parámetros como conductividad, pH, oxígeno disuelto, temperatura, fósforo o nitrógeno. En esos arroyos, tres de cuencas de ganadería y tres de cuencas urbanas, recolectaron peces con técnicas que les permitieron conocer cómo estaba conformada la comunidad que vivía en ellos, es decir, qué especies había, cuál era su riqueza, su abundancia relativa, la biomasa total y el tamaño de los individuos para cada curso estudiado. De las 29 especies de peces que obtuvieron, analizaron el contenido estomacal e intestinal de 309 individuos en busca de microplásticos (miden menos de 5 milímetros) y mesoplásticos (menos de 2,5 centímetros).
El estudio realizado es de suma importancia, porque, como dicen Vidal y sus colegas, “la información disponible sobre la incidencia de microplásticos a nivel de comunidad de peces en arroyos a nivel internacional” es “escasa”. Pero, además, a nivel local “establece la primera línea de base sobre el consumo de desechos plásticos por parte de peces en arroyos uruguayos, mostrando la magnitud del problema de contaminación por plásticos y microplásticos”. ¿Qué encontraron? Ya iremos sobre eso (aunque el título de la nota seguro ya les pinta parte del panorama).
Cambiando la mirada
Entendemos el problema que representa el plástico, pero casi siempre lo asociamos al mar.
La idea de este trabajo es ver qué pasa en los arroyos pequeños. Y tiene lógica, porque son los arroyos y los ríos los que llevan ese plástico que tanto nos molesta en el mar y que acapara las tapas de publicaciones como National Geographic. “Es que los arroyitos no se los vendemos a nadie”, dice riendo Franco Texeira de Mello, uno de los autores del artículo y, junto con Juan Pablo Lozoya, tutor de la tesis de Camila Vidal.
“Es un tema que venimos impulsando desde hace tiempo para que sea tenido en cuenta. Como el océano y los animales marinos tienen muchísimo más marketing, casi toda la información que se está generando sobre microplásticos es sobre el mar. Sobre los plásticos y los arroyos hay muy poca información generada”, agrega. El artículo que publicaron nos está diciendo, de alguna manera, que es fantástico que miremos los océanos y reconozcamos que tenemos un problema con los plásticos, pero al mismo tiempo nos recuerda que gran parte de ese plástico viene a parar allí por el transporte de arroyos y ríos. “Obviamente tenés ingreso de plásticos al mar que no se da a través de los ríos y arroyos, que es lo que va directamente de la costa, así como también está el gran ingreso directo desde dentro del mar, que es el tráfico marino, la pesca y otras actividades humanas”, comenta Teixeira de Mello, que también es docente del Programa de Desarrollo de las Ciencias Básicas (Pedeciba) en las áreas de Geociencias y Biología.
Esto de ver el plástico en el océano pero no en ríos y arroyos podría ser algo así como ver la paja en el ojo ajeno pero no la viga en el propio. Y además tiene consecuencias en las políticas y las medidas ambientales. Porque el plástico de los mares y océanos puede pensarse como un fenómeno global, que a veces escapa a la gestión local. Por ejemplo, el propio Teixeira de Mello y otros colegas acaban de publicar un artículo sobre microplásticos en glaciares próximos a nuestra base en la Antártida, que, conjeturan, llegaron allí por las corrientes marinas y los vientos. Sin embargo, el plástico en pequeños arroyos nos increpa en mayor medida sobre qué estamos haciendo en zonas más manejables de nuestro territorio.
Lo esperable y lo inesperado
En el artículo señalan que, debido a trabajos previos y a la literatura científica, partían de la hipótesis de que encontrarían más microplásticos en peces de los tres arroyos urbanos. Si bien comprobaron esto, también observaron que los microplásticos aparecieron en gran medida en los peces de las cuencas ganaderas, esos ecosistemas que en teoría son los que más se adaptan a esa idea del Uruguay Natural de la que queremos convencernos. “Se encontró una diferencia significativa entre el porcentaje de individuos que consumieron desechos plásticos entre ambos sistemas (51,6% en ganaderos y 76,6% en urbano)”, reportan en la publicación.
“La verdad es que eso nos sorprendió bastante. Más aún porque los arroyos que muestreamos en zonas de ganadería extensiva son unos arroyitos que están en el medio de la nada y que uno no espera que estén contaminados. Son puntos que conocemos bien de muestreos anteriores, que elegimos justamente con la lógica de contrastar y mostrar bien el efecto de la urbanización. Pero lo que vimos fue que no era tan así”, comenta Texeira de Mello. “Pero lo cierto es que, si uno va a cualquier arroyo, por más que esté en el medio de la nada, uno va a ver que por todos lados hay bolsas de plastillera, neumáticos. Y esas son todas cosas que sin duda están aportando al sistema” afirma.
“Eso podría hacernos pensar que las actividades agrícolas y ganaderas también generan un montón de residuos plásticos”, conjetura Teixeira de Mello. En el trabajo, él y sus colegas afirman que si bien encontrar plástico en tanta cantidad de peces de los arroyos menos impactados “no se esperaba, es posible que se haya subestimado la contribución potencial de los desechos plásticos por las actividades realizadas en los sistemas ganaderos”. Pero también señalan que, además, “los ambientes fuera de las áreas urbanizadas pueden estar recibiendo importantes aportes de microplásticos de múltiples fuentes, tanto por la mala disposición de residuos en la zona, el aporte de las actividades productivas en la cuenca o la deposición atmosférica”.
Teixeira de Mello cuenta que, en un trabajo, colegas brasileños encontraron algo similar. “Se plantea entonces la llegada de microplásticos desde zonas más lejanas por acción del viento, algo que también planteamos en el artículo sobre microplásticos en la Antártida”. Que a través del aire haya aportes de microplásticos no sólo hace más complejo el tema, sino que tiene sus consecuencias en la gestión de la que hablábamos antes. “El transporte de microplásticos por el aire también libera un poco de responsabilidades a quienes gestionan el territorio. Tengo un colega en España que está haciendo un muestreo de microplásticos con aviones haciendo seguimientos de las corrientes de viento, y ven que las fibras de plástico se trasladan por varios kilómetros”, lanza. Se trata de un problema para abordar desde la ciencia. Y Teixeira de Mello ya lo tiene en su cabeza: “El aporte de microplásticos por el aire entonces también existe. Pero no sabemos en qué cantidad, porque si bien andamos con algunas ideas, todavía no hemos investigado al respecto. Hoy no sabemos cuánto de este microplástico encontrado en arroyos en cuencas ganaderas proviene de la acción del viento o cuánto de la producción. Creo que el aporte de la producción debe ser mayoritario, pero eso aún tenemos que determinarlo”.
No se salva nadie
Como vimos, en los seis pequeños arroyos muestrearon 29 especies de peces “con un promedio de 15 especies en los arroyos de ganadería extensiva y 11 en los arroyos urbanos”. Y en todas y cada una de las 29 especies encontraron microplásticos. Que fueran peces detritívoros ‒los que comen la materia orgánica en descomposición, como los populares peces limpiafondos‒, piscívoros ‒los que se alimentan de otros peces‒, invertívoros ‒los que se alimentan de invertebrados‒ u omnívoros ‒los que comen de todo‒ poco importaba. Fuera cual fuera la dieta de las 29 especies de peces estudiados, en los estómagos e intestinos de todas aparecieron mayormente fibras plásticas (85% de los 373 ítems plásticos encontrados en 189 peces) y otros microplásticos, y en algunas hasta mesoplásticos. Las microfibras incluso fueron más frecuentes en los peces de los arroyos de cuencas ganaderas (93,4%) que de los de arroyos urbanos (82,3%). “Lo que vemos es que, en cuanto al consumo, no hay diferencias, ya que en todas las especies, independientemente de sus hábitos alimenticios o en qué parte de la columna de agua se encuentren, encontramos microplásticos”, resume Teixeira de Mello.
A la hora de ver la presencia de microplástico de acuerdo al tamaño de los peces, también los indicadores mostraron que, como en muchas otras cosas de la vida, el tamaño no es tan importante: el microplástico estaba tanto en peces grandes como en pequeños. Y esto puede ser un poco preocupante. “Que los peces chicos tengan igual cantidad de microplásticos que los peces grandes en cuanto a la biomasa quiere decir que están soportando mucho más plástico que los peces grandes”, explica Teixeira de Mello. “Eso está poniendo en mayor riesgo a determinados grupos de peces más pequeños”, señala.
“Camila ahora está anotada en Pedeciba para hacer su tesis de maestría estudiando microplásticos y estructura trófica en peces del río Negro. Ahí hay otros grupos tróficos, hay peces más grandes, y eso nos va a permitir ver si esto que observamos en pequeños arroyos también sucede en un río caudaloso o no”, adelanta.
Contaminación y tamaño
Sin importar el tamaño de los peces, los microplásticos encontraban la manera de ir a parar a sus tripas. Pero hablando de tamaño, dado que el trabajo compara lo que sucede en arroyos ubicados en cuencas urbanas y ganaderas, hay otra cosa interesante para resaltar, aunque no tenga que ver exclusivamente con el plástico. “Los arroyos de ganadería extensiva contenían comunidades de peces con individuos más largos en comparación con las comunidades de los arroyos urbanos. En los arroyos de ganadería extensiva el 90% de los individuos eran menores de 6 cm, mientras que en los sistemas urbanos el 90% de los individuos eran menores de 4 cm”, dice el artículo.
Ante mi mirada perpleja, Teixeira de Mello entiende que debe explayarse sobre el tema. “El cambio del tamaño es algo que ya hemos encontrado y que ya hemos publicado. Es consecuencia del deterioro de la calidad del agua y del deterioro ambiental en general. Cuanto peor es la calidad ambiental hay una mayor pérdida de especies, que por lo general son las más sensibles, lo que genera un aumento de la abundancia y la cantidad de las especies más tolerantes”, explica. Y según me hace ver, en general las especies más tolerantes al deterioro de las condiciones ambientales son las especies más chicas. “Es el caso de Cnesterodon decemmaculatus, conocida como “madrecitas”, que es un pez que está en cualquier cañada urbana. El problema es que es casi el único pez que está en esas cañadas, porque es muy tolerante”.
“A medida que vas perdiendo las especies más sensibles, a nivel comunitario se termina generando ese patrón de individuos de especies más pequeñas en los sistemas más impactados, y de más grandes en los sistemas que no lo están tanto”, redondea Teixeira de Mello. De hecho, ese es justamente el motivo por el que querían ver qué pasaba contrastando arroyos de cuencas urbanas con los de cuencas ganaderas.
“En Uruguay, los sistemas menos impactados que tenemos en cuanto a comunidad de peces son los sistemas de ganadería extensiva. Estos sistemas terminan siendo prácticamente nuestros controles, porque, por ejemplo, son los que tienen una mayor diversidad de especies. No sabemos cómo eran esos sistemas antes de la llegada de la ganadería, tal vez si nos vamos 300 años atrás capaz que vemos que nuestros arroyos ganaderos de hoy son como los urbanos, es decir, que sufrieron un deterioro respecto de cómo eran antes”, dice.
No puedo evitar señalarle que en ese control de lo más prístino que nos va quedando, 51,6% de los peces que recolectaron tenían microplásticos. ¡En el control la mitad de los peces tienen plástico! “Sí, eso nos muestra que en realidad no son tan prístinos”, acota Teixeira de Mello.
“En estos ambientes más ‘prístinos’ vemos efectos a nivel individual o a veces poblacional, pero eso no quiere decir que con el tiempo no se empiecen a notar efectos a nivel comunitario, que no se empiecen a perder especies, que no se comiencen a ver efectos en la reproducción de los animales”, reflexiona, haciendo ver que los impactos se ven a distintos niveles, de individuos, de poblaciones, o de impactos a nivel de la comunidad, que son los que demoran más tiempo en observarse. “Para tener un cambio a nivel de comunidad tenés que estresar el sistema durante mucho tiempo o con mucha intensidad. Por eso los sitios urbanos, que son los que tienen más historia de deterioro, son los que tienen más deterioro ambiental y donde se ven estos efectos a nivel de comunidad”.
Ojo donde pescás
En el trabajo dan información que permite decir que la probabilidad de que un pescador saque un pez con plástico en el estómago en un arroyo en un lugar con ganadería es de 56%, mientras que si pesca en un arroyo de una zona urbana sube a 78%. Es decir, mínimo tres de cuatro peces que pesque en un arroyo urbano tendrán plástico en el estómago, y mínimo dos de cada cuatro lo tendrán en un arroyito ganadero.
“Eso sería así, al menos para estos sistemas. Aunque claro, en estos pequeños arroyos no hay muchos pescadores”, dice Teixeira de Mello. “De todas maneras, en los ríos más grandes también se están encontrando altas probabilidades de encontrar microplásticos en especies más grandes. La probabilidad de que te los estés llevando existe, y según donde estés podrá ser más alta”, agrega.
“Muchas veces cuando se habla de microplásticos y peces se hace énfasis en ver cuánto plástico tienen peces de importancia comercial, porque son los que comemos. Pero el asunto es que nosotros no nos comemos las vísceras de los peces. Ahí habría que pasar a otro tipo de estudios, que en Uruguay todavía no tenemos capacidad de hacer, para estudiar nanoplásticos en el músculo”, comenta. Le digo que, sin embargo, los peces pequeños son esos que uno se come enteros en una frittata. Teixeira de Mello retruca: “Igual creo que un pescado que te vayas a comer, seguramente junte más microplásticos en el proceso en el restaurante”. Teixeira de Mello es inquieto y apasionado por el tema. Su cabeza no descansa. “Estaría bueno medir microplásticos en un pescado en un restaurante y ver cuánto tienen”, dispara, y uno ya se imagina que es algo que seguro hará en algún momento.
Pero lo que dice está sustentado por la experiencia, no de comedor de pescado en restaurantes, sino en su laboratorio: “Descartamos muchas muestras debido a la gran contaminación de microplásticos que hay. Tenemos que hacer muchos controles, que se colocan al costado de la lupa con la muestra. Y si mirás el control y está lleno de fibras, y si esas fibras son del mismo color o tamaño que las de la muestra, tenés que descartarla. Y eso son cosas que están en el aire”, afirma. De hecho, nos invita a colocar una tapita con agua en cualquier rincón de nuestras casas. Está seguro de que en menos de 24 horas encontraremos fibras flotando. “Y muchas de esas serán plásticas”, apuesta.
Poniéndole nombre y cara
Nunca serán tan simpáticos o populares como los delfines, ballenas, tiburones o tortugas marinas. Pero tal vez si personalizamos un poco esto del plástico en peces de arroyo logremos que más gente conecte con el tema.
De los peces que muestrearon, el que se llevó la peor parte fue la vieja de agua (Hypostomus commersoni): “Fue la única especie que presentó al menos un ítem en todos los individuos analizados, y la que mostró el mayor número promedio de partículas por individuo (2,4 ítems por individuo) en al menos tres individuos”, señala el trabajo. Sin embargo, hay otro que lucha con la vieja de agua por llevarse la peor parte.
“A nivel individual, el mayor número de fibras se encontró en una Crenicichla scotti (16 ítems) en el arroyo Insaurral (grupo ganadería extensiva)”, dice el trabajo. “Es el famoso cabeza amarga, un pez que todo el mundo pesca en los arroyos”, comenta Teixeira de Mello, quien aclara que en realidad le decimos cabeza amarga a varias especies, de las cuales Crenicichla scottii es una de ellas.
Si en lugar de discriminar por individuo pasamos a estimar el plástico con relación al tamaño y masa del pez, las cosas cambian un poquito. “La especie con menor promedio de artículos plásticos por gramo de individuo fue Australoheros facetus (0,021 ítems por gramo), mientras que Cnesterodon decemmaculatus fue la que presentó mayor cantidad (8,3 ítems por gramo)”, dice el artículo.
Cnesterodon decemmaculatus, las madrecitas, como vimos, son una especie resistente que tiende a ocupar los nichos vacíos que dejan los peces que no resisten tanto deterioro ambiental. “Cnesterodon es la especie indicadora de deterioro ambiental que tenemos nosotros. Manejando ciertas precauciones, la abundancia de las madrecitas es la que te puede mostrar el nivel de impacto en el ambiente”, comenta Teixeira de Mello.
La especie con menos plástico por gramo, Australoheros facetus, es también una vieja conocida para los amantes de los peces de río. “Se trata de las castañetas. En algunos lugares se les dice “chanchitas”, en el norte le dicen “palometas”. Lo curioso es que es un pez del mismo grupo que Crenicichla, el cabeza amarga”, dice riendo Teixeira de Mello, por el hecho de que los dos récords, el de más y el de menos plásticos por gramo, quedó en la misma familia de peces. “Se ve que, en los hábitos de cada uno, si bien nosotros no pudimos ver nada, hay algunas cuestiones que están haciendo esta diferencia grande entre unos y otros”.
Ya sabemos que está
Volvamos al principio. El trabajo de Camila Vidal y sus colegas nos muestra que ya en pequeños arroyos el plástico no sólo está presente, sino que está siendo consumido por la mayor parte de nuestros peces. Tenemos que cuidar los océanos, no cabe ninguna duda. Pero si para capturar a Al Capone la forma más sencilla resultó ser ir tras la pista del dinero, para empezar a pensar en océanos libres de plástico se hace evidente que hay que ir, en gran medida, tras la pista, aguas arriba, de los arroyos y ríos que terminan muriendo en ellos. Todavía estamos a tiempo de que las viejas de agua, las madrecitas y los cabeza amarga no paguen el precio de nuestra demora en darnos cuenta de eso.
Artículo: “Incidence of Watershed Land Use on the Consumption of Meso and Microplastics by Fish Communities in Uruguayan Lowland Streams”
Publicación: Water (junio 2021)
Autores: Camila Vidal, Juan Pablo Lozoya, Giancarlo Tesitore, Guillermo Goyenola, Franco Teixeira de Mello.