Si entrabas a algunos supermercados uruguayos de fines de los 90 o comienzos de los 2000 y mirabas con atención la sección destinada a los pescados o carnes en general, podías toparte con paquetes de carne de rana producida en nuestro país. Es probable, sin embargo, que la mayoría de los lectores no recuerde nada parecido, ya que esta es una historia de fracasos humanos (y de éxitos de ranas, o de al menos una de ellas).
Las ranas dueñas de las ancas musculosas y de forma perturbadoramente humana que llenaban aquellos paquetes no eran nativas, pese a ser nacidas y criadas en Uruguay. Pertenecían a ejemplares de la robusta rana toro (Lithobates catesbeianus), una especie originaria del este de Estados Unidos. Para entender cómo habían llegado a los criaderos y frigoríficos de nuestro país es necesario retroceder a mediados de los 80.
La idea de traer ranas toro a Uruguay surgió en 1986, cuando el entonces Inape (Instituto Nacional de Pesca) comenzó un estudio para analizar la factibilidad del negocio, alentado por la experiencia exitosa de productores brasileños. El proyecto, en el que participó también el Instituto de Investigaciones Pesqueras de la Facultad de Veterinaria, concluyó que la ranicultura era técnicamente viable en el país, incentivo suficiente para que un tiempo después una veintena de granjas pequeñas comenzaran a criar esta especie para exportarla.
Mientras la viabilidad económica era la principal preocupación para aquellos pequeños productores, otro tipo de inquietud era la que rondaba en la cabeza de algunos biólogos e investigadores. Existía ya suficiente evidencia como para incluir a la rana toro entre las especies invasoras más dañinas del mundo, dada su gran capacidad para prosperar en tierras (o más bien aguas) ajenas y desplazar anfibios nativos.
¿Qué podía malir sal?
“Estábamos en una época en que no había tanta idea entre las autoridades –y en el país en general– del problema de las invasiones biológicas”, aclara el biólogo y ecólogo Gabriel Laufer, uno de los primeros investigadores en lanzar la voz de alerta por la llegada de la rana toro a Uruguay.
El problema no era simplemente que muchos de los pioneros de la ranicultura en Uruguay tuvieran poca o nula idea de las consecuencias ambientales del negocio; muchos no tenían tampoco suficientes conocimientos agropecuarios o productivos. Algunos, incluso, “eran personas interesadas en el medioambiente y que no sabían que estaban haciendo una macana”, recuerda Laufer.
Aquel primer movimiento colapsó en poco tiempo, debido sobre todo a la falta de conocimiento técnico. En los 90, sin embargo, la rana toro volvería a tener una oportunidad comercial en Uruguay. Una nueva tanda de productores probó suerte, esta vez con un trabajo técnico mucho más serio y con más respaldo, pero la venta de aquellas ancas nunca llegó a consolidarse como para que el negocio prosperara. Además, sufrieron otro golpe de gracia: la llegada de la crisis de 2002, tan implacable como la depredadora rana toro con cualquier negocio cuyos costos estuvieran en dólares.
Con las granjas y criaderos cerrados, las ranas toro que quedaron hicieron lo que mejor saben hacer y lo que sus contrapartes humanas no lograron: prosperar en ambientes nuevos. Escapadas de sus antiguos establecimientos o liberadas ex profeso ante el cierre del negocio, se convirtieron en poblaciones silvestres que rápidamente se expandieron a cuerpos de agua cercanos.
A la crisis de 2002 no podemos sumarle la culpa de esta amenaza a nuestra biodiversidad, pero es cierto que hoy en día no existe ninguna población de rana toro en Uruguay que no se encuentre cerca de donde hubo algún criadero fallido, ya sea de la primera o de la segunda ola. Laufer y sus colegas publicaron el primer reporte sobre este problema en 2005, pero no estaban improvisando; ya en los años 70 existía información sobre la gran tolerancia climática de esta especie y los problemas que ocasionaba, luego de que se comprobara su expansión por casi todo Estados Unidos.
“Esas publicaciones ya estaban disponibles en Uruguay, tanto en la Facultad de Ciencias como en la de Veterinaria. Otra cosa es la conciencia del problema de las especies invasoras. Si bien se conoce como tal desde hace tiempo –por ejemplo, el zoólogo Charles Elton lo planteaba en su libro fundacional La ecología de las invasiones por animales y plantas, de 1958–, no provocó una conciencia global fuerte sobre sus impactos hasta hace unos 20 años y en Uruguay hasta hace unos diez”, apunta el ecólogo.
Mal de muchos es consuelo de tontos, pero no sólo Uruguay cometió errores al introducir la rana toro. Esta especie está muy extendida en Brasil y también genera problemas en otros países de América del Sur (como Argentina y Colombia), Europa (especialmente Francia e Italia) e incluso Asia, donde en China ejemplares de rana toro se han liberado también en ceremonias budistas. En todos estos lugares, la Lithobates catesbeianus demostró su formidable capacidad de adaptación, su resistencia y su voracidad, que es justamente lo que la hace tan dañina.
Rey de ranas
Traer una rana toro a un tajamar nativo es como invitar a un matón a vivir en un vecindario lleno de niños: al poco tiempo de su llegada es probable que no quede ninguno jugando en la calle. Para empezar, está el detalle no menor de su tamaño. Las ranas toro miden cerca de 15 centímetros desde la cloaca al hocico (sin contar las patas, suficientemente impresionantes como para lucirse en el supermercado, como vimos).
Luego está el detalle de su gran apetito. Se alimentan prácticamente de todo lo que encuentran, aunque no muerden personas ni animales grandes, como se informó en Uruguay en estos últimos años. Cualquier cosa de tamaño menor que se mueva es un potencial alimento para esta especie, a tal punto que para pescarlas basta con mover cerca de ellas un corchito enganchado en el anzuelo. Comen renacuajos, larvas de insectos, insectos, eventualmente peces y lo que sea que se acerque desde afuera de los cuerpos de agua. Eso incluye aves pequeñas, algún roedor, reptiles chicos y otros anfibios. Por lo tanto, la rana toro afecta a las comunidades nativas de anfibios de diversos modos, ya sea al depredarlos, competir por los mismos recursos o incluso transmitirles enfermedades.
“Con respecto a ranas nativas, el patrón es muy claro. Después de unos años de entrada la rana toro en un cuerpo de agua, hay un descenso fuerte en la abundancia y riqueza de anfibios nativos. Las especies que caen más rápidamente son las que están asociadas al agua, las que dependen del mismo ambiente que ocupa la rana toro, porque otros anfibios tienen más plasticidad y pueden usar cuerpos de agua temporales”, explica Laufer.
La aparición de la rana toro trae aparejada una alteración muy fuerte a los ecosistemas acuáticos a los que llega, al cambiar muchísimo la composición de sus comunidades. Esto es una muy mala noticia para los anfibios nativos, aunque buena para algunas especies de peces, por ejemplo, que parecen prosperar con su llegada. Se cree que peces como las mojarras son beneficiadas por los cambios que provocan las larvas de rana toro, de un tamaño considerable, al remover detritos e invertebrados que les sirven de alimento. Esto, a su vez, también es un perjuicio adicional para los anfibios nativos, ya que las mojarras son grandes depredadoras de sus huevos y larvas.
Para luchar contra la amenaza de la rana toro, un investigador no puede únicamente salir con su caña a pescar y comerse las ranas toros que encuentre, aunque Laufer también lo ha hecho (“es rica y suave, pero me quedo con el asado de tira”, dictamina). El biólogo y sus colegas trabajan con las comunidades que viven cerca de los lugares donde se encuentra esta rana, enseñando a pescarlas y cocinarlas, pero al mismo tiempo realizan trabajos de investigación fundamentales para que este combate sea exitoso. El más reciente en ser publicado, por ejemplo, muestra que la esperanza quizá esté en las propias rana toro.
Rana come rana
Estudiar la dieta de una especie invasora es esencial para entender cómo se sostiene en su nuevo ambiente y cómo está afectando a especies nativas. Con esta premisa, Laufer y sus colegas se propusieron estudiar el contenido estomacal de un buen número de ranas toro de Aceguá, en Cerro Largo, colectadas en el período 2007-2013, cuando la especie se encontraba aún en la fase de establecimiento en la zona.
Analizaron en total 126 ejemplares, cerca de la mitad de ellos juveniles. Encontraron, tal cual esperaban, una dieta muy variada que incluía arácnidos, insectos, vertebrados, gastrópodos y decápodos (orden de los crustáceos entre los que se encuentran los cangrejos).
Del análisis, sin embargo, surgieron datos significativos sobre las diferencias de dieta entre adultos y juveniles. Mientras los adultos consumían una mayor variedad de presas, en su mayoría provenientes del ecosistema acuático, los juveniles obtenían la mayoría de su alimento del entorno terrestre, una variación que quizá tenga su origen en otra diferencia muy sustancial hallada en sus dietas. Se comprobó una prevalencia importante de canibalismo entre las ranas toro adultas, una tendencia que aumentaba en forma directamente proporcional al tamaño de los ejemplares y que no se observaba, sin embargo, en los individuos juveniles.
El canibalismo no es una novedad para esta especie, que como vimos no hace grandes distinciones a la hora de elegir la cena, pero la ocurrencia con que se produjo en esta población es muy significativa. Los adultos, especialmente las hembras, mostraron una alta tasa: las ranas toro conformaron 33% de su ingesta, según el índice de importancia relativa, que considera la cantidad de presas consumidas y su volumen.
Esta incidencia es superior, por ejemplo, a lo que muestran estudios similares en poblaciones de rana toro en Minas Gerais, Brasil, donde se produce una mayor depredación de anfibios nativos. Esto puede deberse a la diferencia de oferta de presas, pero también a que las poblaciones de Aceguá y las de Brasil se encontraban en distintas fases de invasión al momento de hacer los estudios. En Minas Gerais se hallaban en plena fase de expansión, mientras que en Cerro Largo estaban en fase de establecimiento.
Según los autores del trabajo, el canibalismo decrece durante la fase de expansión, ya que la densidad de ranas toro es menor y la tasa de encuentros con otros anfibios aumenta. En poblaciones pequeñas, sin embargo, la frecuencia de episodios de canibalismo es mayor.
Esta alta tasa de canibalismo también explicaría las diferencias de dieta con los juveniles. Los hábitos alimenticios de las ranas toro más grandes (o sea, su tendencia a comerse a los más chicos de su misma especie) “empuja” a los jóvenes a los bordes de los cuerpos de agua para escapar a la depredación, acercándolos a las áreas terrestres y su fauna.
La rana es el lobo de la rana
La confirmación de la alta incidencia de canibalismo es una herramienta muy útil para saber cómo manejar esta especie en Uruguay. “Este canibalismo regula los tamaños de las poblaciones. Cuando los renacuajos están en el charco o pasando a ser juveniles, los adultos empiezan a comerlos. Entonces, si vos sacás a los adultos estás liberando de esa presión a los juveniles, de los que hay una cantidad muy grande y que podrían explotar poblacionalmente”, explica Laufer, que agrega que las ranas toro pueden poner hasta 25.000 huevos.
Con estos datos, los investigadores se percataron de que eliminar a los adultos podía convertirse en un remedio peor que la enfermedad –al menos en la fase analizada por este estudio– e idearon un nuevo proyecto. Con el apoyo financiero de la Agencia Nacional de Investigación e Innovación, Laufer y sus colegas Noelia Gobel, Sofía Cortizas, Nadia Kacevas, Claudio Borteiro, Diego Arrieta, Iván González, Johan Duque, Johny Arteaga, Iván Zapata, Saulo Castro y Natalie Aubet decidieron tomar algunas ranas toro como aliadas.
“Queremos usar estos adultos como reguladores de las poblaciones. Con el equipo estamos utilizando una técnica que implica esterilizar adultos y luego volver a dejarlos en el cuerpo de agua. O sea, que no sean reproductores pero sí que actúen como caníbales de las poblaciones, como forma de complementar el manejo actual. Dentro de las diferentes técnicas de control que estamos probando esta es novedosa pero le tenemos fe”, dice esperanzado Laufer. Es un esfuerzo de mucha gente, como ya vimos, y también de varias instituciones. El proyecto se ejecuta desde la ONG Vida Silvestre Uruguay, con participación del Museo Nacional de Historia Natural, la Universidad Tecnológica y el Centro Universitario Regional.
Esta suerte de cuadrilla de ranas estériles y caníbales no es por sí sola una solución a esta amenaza invasora. Es parte del rompecabezas que los investigadores vienen armando desde hace más de 20 años, con tesis, trabajos, intercambios con el exterior y las herramientas que últimamente empieza a brindar el Estado. El trabajo más grande no les corresponde a las ranas, en realidad, sino a los seres humanos encargados de la toma de decisiones.
Mañana es tarde
Cuando los investigadores iniciaron el análisis de la dieta de rana toro en Aceguá, esta especie se encontraba en la fase de establecimiento, pero “a partir de 2012 la población comenzó a expandirse”, apunta Laufer.
“Cuando ya estábamos muestreando, comenzamos a ver individuos dispersantes que se movían a otras zonas. Esto se notaba enseguida. Si alguien transformaba un tajamar en la zona, la rana toro entraba rápidamente”, agrega. El efecto de esta expansión puede ser importante para los anfibios nativos, ya que un trabajo de solapamiento de dieta calcula que comparten con las ranas toro 80% de las presas, por lo que “es probable que estén compitiendo fuertemente con los recursos de otros anfibios, además de depredarlos”.
Pese a ello, Laufer cree que aún se está a tiempo de controlar la invasión y evitar un futuro similar a lo que ocurre hoy en Brasil, donde la especie ya está muy extendida.
“Hablamos de 30 cuerpos de agua invadidos en cinco kilómetros de diámetro en Aceguá y San Carlos, y un poco menos en Los Cerrillos. Obviamente, con sólo tres cuerpos de agua invadidos la oportunidad era mucho mayor, pero todavía estamos en una situación controlable, donde se podría buscar los lugares de potencial dispersión, cortar la posibilidad de que lleguen a ellos y trabajar fuerte en remoción de animales y otras técnicas que intentamos mejorar. Vale la pena hacerlo y el país cree eso, porque el Ministerio de Medio Ambiente, por intermedio del Comité de Especies Exóticas Invasoras, considera esta especie como prioritaria por la oportunidad de control”, dice el biólogo, que asegura que en ese sentido la situación de la rana toro es mejor que la del ligustro, omnipresente árbol exótico invasor, o el jabalí, que ya está en casi todos lados.
En Aceguá, las autoridades comenzaron hace pocos años un plan piloto de erradicación de la rana toro (que en 2018 dejó en la prensa titulares como “El Ejército sale a la caza de miles de rana toro”), algo que el biólogo ve con optimismo moderado.
“Hay un plan y hubo también algunos movimientos puntuales de las autoridades ambientales. Me gustaría ver mucho más, pero luego de haber pasado tantos años sin que hubiera ningún tipo de respuesta, al menos pasamos a un plan y una intención de trabajo. Me pone contento que exista, aunque me gustaría que se hiciera algo más rápido”, dice.
“Estamos en una dimensión que aún es manejable, pero las acciones importantes en territorio no se han hecho todavía”, insiste Laufer. Decir que los ritmos del Estado son más lentos que los de un batracio puede sonar a una humorada, pero en este caso es estrictamente cierto.
Space invaders
El Comité de Especies Exóticas Invasoras de Uruguay, que está integrado por diversas instituciones del Estado y de la academia, y que funciona en la órbita de la Dirección Nacional de Medio Ambiente, elaboró una lista de 42 especies exóticas invasoras que requieren atención prioritaria en Uruguay.
La llegada de cada una de estas especies a nuestro país tiene una historia distinta, pero algunas comparten características muy humanas: tropezar dos veces con el mismo tipo de invasor.
“Una muestra de que todavía hay muchas deficiencias es que luego de la experiencia de la rana toro se introdujo la tilapia, el visón, y que todavía no hay un trámite único oficial por el que evaluar las introducciones de especies, un centro de evaluación de estas cosas. La conciencia sobre el tema no está instaurada todavía”, se lamenta Laufer.
La experiencia de la rana toro o la tilapia, un pez de origen africano con gran potencial invasor, fue la crónica de una invasión anunciada por motivos lógicos, además. Las características que se buscan para un buen animal productor, como que sea prolífico, resistente, fuerte, que crezca rápido y tolere bien las condiciones climáticas, son las mismas que hacen de él un exitoso animal exótico invasor.
Otros patrones se repiten. Por ejemplo, creer que el clima en Uruguay será impedimento para que prosperen algunas de estas especies en la naturaleza, un pensamiento mágico aplicado con la rana toro y también con la tilapia. Y tener más fe de la debida en los réditos económicos que brinda.
“Eso te muestra que muchas de estas cosas no tienen ni pies ni cabeza. El caso de la introducción del esturión es el único en el que al menos hay algo para poner en la balanza, que son los beneficios económicos, esté uno de acuerdo o no. En todos los demás, ya vimos repetidas veces que no hemos generado nada. Realmente estas invasiones se podrían haber prevenido con un especialista en negocios, más que con un biólogo. El inversor se hubiera ahorrado toda la plata”, concluye Laufer.
Artículo: “American bullfrog (Lithobates catesbeianus) diet in Uruguay compared with other invasive populations in Southern South America”
Publicación: North-western journal of zoology (junio de 2021)
Autores: Gabriel Laufer, Noelia Gobel, Mauro Berazategui, Matías Zarucki, Sofía Cortizas, Álvaro Soutullo, Claudio Martínez-Debat, Rafael de Sá.