Les propongo un pequeño ejercicio. Suelten una linda carcajada. Bien. ¿Pudieron apreciar que al emitir sus ja, ja el aire salía? Ahora, les propongo que hagan el mismo ejercicio, pero esta vez tratando de reír mientras inhalan el aire. Suena raro, ¿verdad? Para empezar, no da la sensación de que los ja, ja transmitan placer o un estado de bienestar. Por otro, ¿no les parece que esa risa inhalada parece un sonido emitido por un animal no humano? En mi caso guardé el truco para mejorar mi imitación de chimpancé ante sobrinos y chiquilines de amigas y amigos.
La idea de este ejercicio no es dejarlos en ridículo con las personas que tengan alrededor mientras leen la nota, sino que viene a cuento de la publicación del artículo La ontogenia de la risa humana publicado recientemente en la revista Biology Letters de la Royal Society. De hecho, fue lo primero que hice al leer su resumen. Lo segundo fue sentir un placer enorme al leer un poco más sobre la ciencia de la risa. Así que, esperando que ese placer sea tan contagioso como una buena carcajada, les propongo sumergirnos un poco en el estudio de la risa.
Reíte, animal
“Los sabios han explicado la risa, sí. Pero ¡qué lejos han estado de comprenderla” decía el sabio de la risa Arthur García Núñez, Wimpi, en su libro La risa, publicado póstumamente en 1975. Allí hablaba de Platón y Aristóteles, de Henri Bergson, de Goethe, de Nietzsche, del psicoanálisis. Como en el libro homónimo del ya mencionado Henri Bergson, Wimpi hablaba tanto de la risa como de lo cómico y del humor. La pregunta por qué nos reímos y la pregunta de qué nos reímos son bien distintas. El artículo publicado por Mariska Kret, del Instituto para el Cerebro y la Cognición de la Universidad de Leiden, Países Bajos, y sus colegas apuntan más a la primera pregunta y no se adentra ni en lo cómico ni en el humor. ¿De dónde sale eso de emitir esa vocalización asociada a una forma particular de respirar, que eleva los labios, dilata las pupilas, muestra los dientes, frunce la nariz, y que se asocia con el bienestar o algo placentero? Es un problema que la ciencia viene tratando desde larga data.
A esta altura del camino, quienes siguen la sección Ciencia de la diaria saben que Charles Darwin es un amigo de la casa. Este naturalista inglés, que dio forma a la teoría de la evolución, en un ya lejano 1872 publicó La expresión de las emociones en el hombre y los animales, donde, entre otras cosas, abordaba el fenómeno de nuestra querida risa.
“Si se le hacen cosquillas a un chimpancé joven –las axilas son particularmente sensibles a las cosquillas, como en el caso de nuestros niños–, emite un sonido decididamente de risa, aunque la risa a veces es silenciosa”, hacía notar Darwin, que también destacaba dos diferencias. “Los dientes de la mandíbula superior del chimpancé no quedan expuestos cuando emiten su sonido de risa”, decía, al tiempo que también aportaba que esa risa no siempre era sonora.
En su libro Darwin sostenía que “la risa parece ser, principalmente, la expresión de la mera alegría o felicidad” y ponía de ejemplo que los niños, cuando juegan, “se ríen casi sin cesar”. Gran observador, señalaba que “el sonido de la risa es producido por una inspiración profunda seguida de contracciones breves, interrumpidas y espasmódicas del tórax, especialmente del diafragma. Por el temblor del cuerpo, la cabeza asiente de un lado a otro. La mandíbula inferior a menudo tiembla hacia arriba y hacia abajo, como también ocurre con algunas especies de babuinos cuando están muy contentos”.
¿Por qué meter a chimpancés y babuinos a la hora de hablar de la risa de los humanos? El asunto era obvio: Darwin había propuesto casi 13 años antes que todos los seres vivos actuales habían evolucionado a partir de otros seres vivos distintos que los antecedieron. Y el año anterior había publicado la obra en la que, sin ambages, proponía que los seres humanos se habían originado en África a partir de unos primates no humanos. Darwin había derribado el muro que separaba a los humanos del resto de los animales. Las emociones y la risa eran otra prueba a favor de este continuo de la vida en el planeta Tierra.
“Con respecto a la alegría, su expresión natural y universal es la risa; y en todas las razas humanas la risa fuerte conduce a la secreción de lágrimas más libremente que cualquier otra causa, excepto la angustia”, sostenía en 1872. Y no es que Darwin fuera racista, al contrario: cuando publicó estos libros pocos europeos estaban dispuestos a aceptar que las distintas “razas” humanas tuvieran el mismo origen. Poner un antepasado común a todos los humanos, y encima ubicarlo en África –la evidencia hoy es abrumadora– lo convirtieron en uno de los punks de la ciencia de fines del siglo XIX. Por eso en su libro confesaba: “Me he esforzado por mostrar con considerable detalle que todas las principales expresiones que exhibe el hombre son las mismas en todo el mundo. Este hecho es interesante, ya que ofrece un nuevo argumento a favor de que las diversas razas descienden de un único linaje parental, que debe haber sido casi completamente humano en estructura, y en gran medida en mente”. A estos pies de plomo, agregaba: “Hemos visto que el estudio de la teoría de la expresión confirma hasta cierto punto la conclusión de que el hombre se deriva de alguna forma animal inferior y apoya la creencia de la unidad específica o subespecífica de las diversas razas; pero por lo que mi juicio sirve, tal confirmación apenas era necesaria”. Punk.
La risa, entonces, era otro de los puentes que unían lo animal y lo humano. “Podemos creer con seguridad que la risa, como signo de placer o disfrute, fue practicada por nuestros progenitores mucho antes de que merecieran ser llamados humanos; porque muchas clases de monos, cuando están complacidos, emiten un sonido reiterado, claramente análogo a nuestra risa, a menudo acompañado por movimientos vibratorios de sus mandíbulas o labios, con las comisuras de la boca hacia atrás y hacia arriba, por las arrugas de las mejillas, e incluso por el brillo de los ojos”, escribía Darwin.
Cada vez somos más
Citar a Darwin –o a cualquier viejo barbudo o sabio de épocas pretéritas– tendría poco valor, salvo para la historia de las ideas, si lo postulado no hubiera seguido acumulando evidencia a su favor, contribuyendo así, al menos en líneas generales, a ampliar el campo de las teorías e hipótesis validadas sobre el fenómeno. Restos de varios homininos encontrados en África son evidencia del origen africano de los seres humanos modernos (Homo sapiens). Eso mismo ha sucedido con esto de entender la risa humana originada en la risa de animales que nos precedieron evolutivamente.
Cortamos abruptamente de aquel lejano 1872 en el que Darwin hablara de risa de animales y hombres y nos vamos a abril de 2021. En la publicación Bioacoustics aparece el artículo “Vocalizaciones durante el juego y la risa humana: una revisión comparativa”, de Sasha Winkler y Gregory Bryant, del Centro para el Comportamiento, la Evolución y la Cultura de la Universidad de California, Estados Unidos. Allí, tras revisar la literatura científica existente, sostenían que “la risa espontánea en los humanos comparte características acústicas y funcionales con las vocalizaciones del juego en muchas especies, pero más notablemente con otros grandes simios”, entendiendo por estos últimos a los gorilas, chimpancés, bonobos y orangutanes (y nosotros). De esta manera, reportan que hay al menos 65 especies de animales, en su gran mayoría mamíferos y algunas aves, que emiten vocalizaciones típicas durante el juego que no se emiten en otros contextos. Si bien no en todos los casos podemos decir que son “risas”, sí podemos señalar que son vocalizaciones placenteras que se dan durante el juego. Algo de eso vimos en una nota reciente sobre las ratas adolescentes, que en este caso emiten risas ultrasonoras cuando se les hace cosquillas.
¿Por qué reír y jugar están asociados? “Debido a que el juego brusco requiere un alto nivel de esfuerzo físico, la respiración rápida sorda o pesada durante el juego probablemente se originó como una señal acústica del gasto de energía y la inversión en la actividad de juego”, citan en el trabajo. Es decir, el juego físico requiere una respiración laboriosa que satisfaga su demanda energética. Dado que los animales juegan con otros animales, mostrar la disposición a jugar respirando de esa manera era algo favorable. Según reseñan los autores, uno de los pioneros del estudio del comportamiento animal, Niko Tinbergen, habría propuesto que “a través de un proceso de ritualización, el patrón vocal se transformó en una señal comunicativa de intención benigna que clarificó la inversión positiva mutua en la actividad e indujo afecto positivo, lo que ayudó a prolongar el juego”. Esta maravilla habría ocurrido “en un ancestro común de los mamíferos, lo que significa que todas las vocalizaciones de juego de mamíferos actuales son homólogas”, sostienen, y señalan que desde esa perspectiva “cualquier variación en las características acústicas de las vocalizaciones del juego en los mamíferos evolucionó a partir de un sonido ancestral similar a un pant a través de la evolución vocal específica de la especie”. Ese pant del inglés podría traducirse al español en algo así como un puff, ya que trata de ser una onomatopeya de la respiración con esfuerzo.
Volviendo a nuestra risa, el artículo sostiene que “las vocalizaciones del juego en primates y otros mamíferos a menudo incluyen sonidos de jadeo, lo que respalda la teoría de que la risa humana evolucionó a partir de una señal auditiva de respiración laboriosa durante el juego”. También dan cuenta de que en 2009 investigadores “reconstruyeron la filogenia de las vocalizaciones de los grandes simios mediante el análisis acústico y sugirieron que toda la ‘risa’ de los simios se remonta a la vocalización del juego de un antepasado común que vivió aproximadamente hace 18 millones de años”.
Pero claro, un origen común no nos condena a quedarnos sólo con eso: “La complejidad social humana permitió que la risa evolucionara de una vocalización específica del juego a una señal pragmática sofisticada que interactúa con un gran conjunto de otras conductas sociales multimodales en contextos intragrupales e intergrupales”, dicen los autores, tal vez esperando complacer a Wimpi. También señalan que la risa humana generalmente “ocurre en contextos grupales”, lo que “podría ayudar a explicar una de las características acústicas inusuales de la risa espontánea humana: generalmente es bastante fuerte”. Aportan que “la risa humana tiene todas las características acústicas de una señal diseñada para una amplia difusión: componentes de alerta (es decir, alta amplitud y alta frecuencia de inicio), notoriedad y elementos repetidos con pequeños repertorios. Además, es contagiosa: escuchar la risa es el mejor desencadenante de la risa espontánea”. Este papel de la risa como pegamento social les hace decir que se trata de “una señal honesta de afiliación”.
Ahora sí, pasemos al artículo que originó el ejercicio con el que comenzamos este contacto.
Reír como monos
En su trabajo maravilloso, Mariska Kret y sus colegas parten de la base que venimos tratando: “La risa evolucionó a partir de la respiración laboriosa del juego físico y en los humanos se convirtió en una señal que se produce principalmente durante la exhalación (‘ja, ja’)”. También concuerdan con lo ya expuesto, y señalan que “al igual que muchas otras expresiones de emoción, la risa humana tiene sus orígenes en despliegues o comportamientos de exhibición de primates no humanos ancestrales”.
Sin embargo, reconocen que hay “diferencias notables” entre los patrones de risa humanos y el de los primates más cercanos, es decir, chimpancés, bonobos, gorilas y también orangutanes. “En un estudio que examinó las vocalizaciones inducidas por cosquilleo a grandes simios infantiles y juveniles, incluidos los humanos”, Davila Ross y sus colegas, en 2009, reportaron haber encontrado “que todas las especies de simios no humanos producían risa durante la exhalación, así como durante las fases mixtas de exhalación-inhalación (egresiva-ingresiva). Por el contrario, los humanos produjeron exclusivamente la risa egresiva”.
Dado que la risa “surge en los bebés humanos de tan sólo tres meses de edad”, y partiendo de que “en comparación con los adultos humanos, los bebés tienen poco control sobre su aparato de producción vocal y han tenido oportunidades limitadas para el aprendizaje social”, estos investigadores se propusieron ver si era posible “que la producción de vocalizaciones de risa cambie a lo largo del desarrollo, ya que el tracto vocal de un recién nacido es similar al de un gran simio, y la producción vocal sufre cambios dramáticos durante los primeros dos años de vida”. Se plantearon entonces “la hipótesis de que la risa infantil se caracterizaría por vocalizaciones más ingresivas en comparación con los adultos, y que la cantidad de risa al exhalar aumentaría con la ontogenia”, es decir, a medida que el bebé se desarrolla.
“El presente estudio investigó nuestra hipótesis de que la risa de los bebés humanos cambia de una risa similar a la de los simios para parecerse cada vez más a la de los adultos humanos en el desarrollo temprano”, dicen. Además, trabajaron con otra hipótesis: “Cuanto más se produce la risa al exhalar, más positivamente se percibe”, es decir, los humanos reconocemos como una risa que expresa bienestar y regocijo a aquellas que son exhaladas y no a las inhaladas (¿concuerdan en base al ejercicio del inicio?).
Experimentando
De acuerdo a sus hipótesis, Mariska Kret y sus colegas predijeron que “la proporción de risa producida al exhalar sería menor en los bebés que en los adultos, y que la proporción de risa egresiva aumentaría a lo largo del desarrollo del bebé (entre los tres y los 18 meses)”. También buscaron probar “si la risa egresiva se asociaría positivamente con el afecto positivo percibido, lo que podría hacer que el cambio en la producción vocal de la risa sea funcionalmente adaptativo en términos de relaciones sociales”.
Para probar esto, lo que hicieron fue hacerle escuchar 44 risas de bebés de entre tres y 18 meses a 102 escuchas voluntarios “novatos” y a 15 “expertos en fonética” para que determinaran si las risas eran exhaladas o inhaladas. Dado que no hubo grandes diferencias entre la detección de risas inhaladas y exhaladas entre expertos y novatos, en un segundo experimento, realizado sólo con los “novatos”, midieron qué tan “agradables y contagiosas” encontraban otras 64 risas de bebés (a las que también debieron catalogar como inhaladas o exhaladas). Si bien los llaman novatos, antes de la encuesta se entrenó a los participantes en la diferencia entre una risa ingresiva y otra egresiva mediante un video donde adultos hacían una y otra.
Crecer como adultos
Tras analizar sus resultados, los investigadores corroboraron sus hipótesis: cuanto mayores eran los bebés, más egresiva era su risa. Por tanto, afirman que “a lo largo del desarrollo temprano, la risa humana se desvía cada vez más de las vocalizaciones de risa de los primates no humanos”. En otras palabras: comenzamos a reír a los tres meses como monos, y hacia el año y medio ya desarrollamos nuestra risa humana solamente exhalada y que resumimos en ja, ja.
¿A qué se debe esto? Bueno, corroborar algo es distinto a encontrar una causa. Sin embargo, el experimento permite hacer algunas conjeturas coherentes con la evidencia recabada. “Dos vías pueden explicar el cambio hacia la risa egresiva a lo largo de la ontogenia y los efectos de reforzamiento interpersonal en la risa egresiva”, sostienen los autores.
Por un lado, no pueden descartar al propio desarrollo anatómico de los bebés como parte importante de los cambios “en las características acústicas de la risa”. Al respecto, señalan que “los bebés mejoran enormemente en términos de control vocal a medida que comienzan a producir vocalizaciones de protohabla, como balbuceos, alrededor de los siete u ocho meses”. Con honestidad, entonces, apuntan que “la risa temprana de los bebés humanos puede parecerse a la risa de los primates no humanos en parte debido a las similitudes en términos de sistemas de producción vocal y (falta de) control vocal asociado”.
Pero hay otra razón para este cambio de una risa más ingresiva hacia la risa humana: procesos de aprendizaje social. Entonces señalan que “se ha descubierto que los bebés de tan sólo seis meses imitan los sonidos producidos por sus cuidadores, y que los bebés son muy receptivos a las respuestas de los cuidadores a sus vocalizaciones prelingüísticas”. Otro dato no menor: “La risa es intrínsecamente social”, dicen, y como dato señalan que “es 30 veces más probable que la risa ocurra en situaciones sociales que en situaciones de soledad”. También arrojan otro dato delicioso: “La risa compartida es particularmente importante al principio de la ontogenia para fortalecer el vínculo esencial entre el bebé y quien lo cuida, y de hecho, los bebés pequeños se ríen mucho” señalan. “La frecuencia de la risa entre madres y bebés durante un período de 20 minutos está dentro del mismo rango que la que ocurre en un período de 24 horas entre adultos”. ¡Si habrá ocasión para entrenar, modificar e ir probando las mejores risas mientras uno es bebé!
“Los bebés adaptan las vocalizaciones subsiguientes basándose en la retroalimentación social, y los adultos humanos tienen preferencia por las risas sonoras y similares a canciones que se producen durante la exhalación”, reportan, por lo que sostienen que “los procesos de imitación y aprendizaje social pueden, por lo tanto, apoyar el desarrollo de una risa cada vez más adulta”.
Los bebés no son tontos. Se hacen entender. “Dado que la risa induce un efecto positivo en los demás, los bebés pueden llegar a producir con el tiempo la risa con una mayor proporción de exhalación para maximizar la obtención de respuestas positivas de su entorno social”. Como decía el fabuloso músico Jonathan Richman en una canción en la que asumía el rol de un infante que se resistía a dormir la siesta, “Soy más fuerte que vos / Vos simplemente sos más grande que yo” (escuchen Not yet Three). Si a los adultos lo que les gusta son las risas exhaladas, los ja, ja más que los uaj, uaj, eso es lo que tendrán. Nacemos monos. La risa exhalada podría ser apenas un sello del grupo para diferenciarnos de los otros primates que andan en dos patas y que se nos parecen tanto.
Artículo: “Play vocalisations and human laughter: a comparative review”
Publicación: Bioacoustics (abril de 2021)
Autores: Sasha Winkler y Gregory Bryant
Artículo: “The ontogeny of human laughter”
Publicación: Biology letters (agosto de 2021)
Autores: Mariska Kret, Dianne Venneker, Bronwen Evans, Iliana Samara, Disa Sauter.