Cuando se estudia cómo reaccionan dos elementos en determinadas circunstancias, alcanza con diseñar un buen experimento, medir, observar y analizar los datos. Poco importa qué tenga para decir un átomo de carbono o uno de oxígeno, por más que sepamos que cuando dos de estos últimos salen de correrías unidos a uno del primero luego todos sufrimos porque forman el gas de efecto invernadero dióxido de carbono. Es que, hasta donde sabemos, podemos decir casi con absoluta certeza que los átomos no dicen ni sienten nada. Distinto es el caso cuando tratamos de entender el comportamiento y sus bases biológicas en los animales.

No cabe duda de que sienten y que, salvo pocas excepciones, se comunican. Tal vez para muchas preguntas que les hacemos a los modelos animales eso que sienten y comunican pueda no aportar demasiado a lo que se está investigando. Pero cuando se estudia su comportamiento, sacar de la ecuación emociones, sentimientos y comunicación es pretender que los animales sean apenas los átomos que los integran. El cortometraje UltraSonoro, dirigido por Álvaro Adib, da a conocer el trabajo que viene haciendo el grupo de Neuroendocrinología de los Comportamientos Afiliativos de Facultad de Ciencias, grupo que estudia las bases neurales y hormonales del comportamiento sexual y parental en las ratas. Y como pueden ver por la introducción de esta nota y por el título del corto, lo que las ratas dicen es parte importante del asunto, aun cuando se expresen en frecuencias tan altas que no pueden ser registradas por nuestros oídos humanos, que a duras penas detectan sonidos más allá de los 20 Khz.

UltraSonoro recurre a muchos dibujos ‒realizados notablemente por Marcos Vergara‒ y a pequeñas actuaciones para que el mensaje no sólo llegue, sino que lo haga de forma entretenida. Muestra también el trabajo de las investigadoras de este grupo conformado por docentes y estudiantes de la sección Fisiología y Nutrición y del Laboratorio de Neurociencias de Facultad de Ciencias, y nos introduce de forma amena a una dimensión que hasta hace relativamente poco desconocíamos: las ratas emiten vocalizaciones relacionadas con momentos no placenteros en frecuencias cercanas a los 20 Khz y otras asociadas a cosas positivas en frecuencias cercanas a los 50 Khz. El pionero en este estudio fue el genial Jaak Panksepp, neurocientífico que constató que las ratas emitían sonidos de alta frecuencia cuando les hacía cosquillas. No sabemos si se trata de una risa ratonil, pero sí que esas vocalizaciones eran de placer: las ratas buscaban a Panksepp para que les siguiera haciendo cosquillas. Así que los invito a ver el disfrutable corto UltraSonoro (disponible en www.neuroendo.fcien.edu.uy) y a “youtubear” Panksepp. Verán cómo el placer es parte intrínseca del conocimiento.

Escuchándolas a ellas

El video UltraSonoro termina con un “continuará”; no es sólo porque la ciencia es una aventura que nunca termina, sino porque el audiovisual es el primero de al menos dos entregas. En este caso se centra en la investigación, financiada por el Fondo Clemente Estable de la Agencia Nacional de Investigación, titulada “Aspectos motivacionales del comportamiento sexual de ratas hembras durante la adolescencia y sus bases neurales”. La futura entrega abordará la otra línea, la del comportamiento afiliativo de las ratas cuando son madres. Así que nos ponemos en contacto con las dos responsables del grupo, Daniella Agrati, de la sección Fisiología y Nutrición, y Natalia Uriarte, del Laboratorio de Neurociencias. Antes leo el artículo que publicaron a principios de año junto con Magdalena Armas y Gabriella Marín, titulado “Aumento de la motivación sexual a lo largo de la adolescencia en ratas hembras en ciclo”.

Lo que observaron es fabuloso. Diseñaron un experimento para comparar el valor motivacional de ratas macho para ratas hembra en la adolescencia media, en el final de la adolescencia y en la adultez, usando test de preferencia macho-hembra y la emisión de vocalizaciones de ultrasonido luego del encuentro con el macho o la hembra. Lo que vieron es que las ratas en la adolescencia media no aumentaron sus vocalizaciones ultrasonoras asociadas al placer ‒las de 50 Khz‒ luego de interactuar con los machos, cosa que sí hicieron las de la adolescencia final. También vieron que las ratas en su adolescencia media mostraron menos lordosis ‒posición en que las hembras exhiben su vagina y clítoris esperando que el macho haga lo suyo‒ y niveles más altos de juego y exploración social durante la interacción sexual. Las de la adolescencia final, en cambio, estaban más interesadas en tener relaciones.

En el trabajo concluyen que “el repertorio del comportamiento sexual es completamente exhibido durante la adolescencia media, pero la motivación sexual es baja y aumenta hacia el final de la adolescencia”, proponiendo que “los mecanismos endócrinos detrás de esta motivación sexual” en las ratas de la adolescencia media “todavía están madurando”. Las frases finales del artículo deberían enmarcarse: “Esto resalta la importancia de considerar la adolescencia no sólo como un período diferente a la infancia y la adultez, sino como un período heterogéneo en sí mismo”, dicen. Y para el grand finale sugieren que “un estudio fragmentado de la adolescencia es esencial para la comprensión completa de las dinámicas de desarrollo del comportamiento”. Gracias a todas por tanto, ya sean ratas chillando en agudos inaudibles como investigadoras dejándolo todo en el laboratorio.

Tras leer el artículo reflexiono que los abordajes convencionales ponen a los animales como objetos de investigación, mientras que este escuchar a las ratas hembra les da un lugar más cercano al de sujetos de investigación. “Para divulgar en el video elegimos distintas cosas de las que trabajamos en el grupo. En particular, hicimos énfasis en las vocalizaciones de ultrasonido, porque nos parecía que en parte reflejan esa complejidad que tiene estudiar ciertos procesos biológicos como las emociones o la motivación en otras especies”, afirma Agrati. “Porque el problema más grande que tenemos, y puede parecer obvio, es que no somos ratas. Y eso dificulta enormemente tratar de entender un proceso emocional ‒que nosotros manifestamos con nuestras expresiones faciales o hablando‒ en otro animal que tiene un mundo perceptual muy distinto al nuestro y que, además, se comunica de una forma diferente”, agrega.

¿Por qué trabajar con aparatos que permitan registrar lo que nuestros oídos tienen vedado? Hay varias razones. “La evidencia que tenemos hasta ahora indica que las ultravocalizaciones son una forma de comunicación social entre las ratas, pero además que es una vocalización social que tiene un valor afectivo por detrás”, sostiene Agrati. Y el beneficio es obvio: incorporando otro aspecto de la comunicación entre estos animales pueden afinar más las conclusiones que obtienen al estudiarlas. “Acercarnos un poco más a su mundo de comunicación contribuye a que tal vez sea más fácil después entender procesos emocionales”, sostiene.

Que quede claro: Agrati y Uriarte no les hicieron psicoanálisis a las ratas para entender sus motivaciones sexuales. No pueden acceder, al menos no aún, al significado o al contenido de lo que se comunican, pero sí acceden a más dimensiones de los fenómenos que estudian. “Estamos poniendo el foco en la comunicación entre los animales”, sostiene Uriarte. “Como estamos estudiando comportamientos sociales y afiliativos, viendo, por ejemplo, una díada macho y hembra, o una madre y su camada, más allá de que entendamos o no lo que se están diciendo, estamos poniendo el foco en la interacción, en un comportamiento que depende de lo que hace el otro, lo que es diferente a estar estudiando las unidades comportamentales de un único individuo, es decir medir si un animal aumenta, por ejemplo, la frecuencia de las montas”, agrega. Es obvio: al tener sexo las ratas ‒y nosotros‒ tenemos actos motores medibles y cuantificables. Pero hay algo más: “También están interactuando”, dice Uriarte, y perdonen si pensaron que ese algo más era el amor (aunque el amor podría verse como una forma de interactuar). “Esto de las ultravocalizaciones resalta, para mí, cómo deberían ser estudiados este tipo de comportamientos entre animales que interactúan”, afirma.

No estamos solos: el sexo con placer no es patrimonio nuestro

Cuando uno ve este tipo de investigaciones sobre el sexo, la adolescencia o el comportamiento afiliativo en ratas, está siempre el riesgo de extrapolar lo que sucede en el animal estudiado a nuestra experiencia humana. Los caminos de los roedores y de los mamíferos que llevarían hasta los seres humanos se separaron hace unos 125 millones de años. Pero, aun así, tanto ratas como humanos somos mamíferos, animales que comparten gran cantidad de estructuras fisiológicas, neurotransmisores y proteínas que inciden de forma similar en el comportamiento. De cierta manera la evolución obliga a que el auto eléctrico más desarrollado tecnológicamente tenga que tener los mismos circuitos y cableados que un viejo Ford T. Y el trabajo de Uriarte y Agrati muestra algo que tal vez no queremos ver: las ratas sienten placer en la actividad sexual. El sexo en las ratas no se limita a breves interacciones, a cópulas que duran breves intervalos, sino que hay una interacción compleja en la que hay placer y se generan vínculos. ¿Por qué no darles a las ratas el beneficio de un sexo que sea mucho más que colocar un espermatozoide que luego habrá de encontrarse con un óvulo?

“Esa fue un poco la idea que tuvo Panksepp, y por eso siempre lo reverenciamos como el señor de las neurociencias afectivas”, dice Agrati. “Es cierto que las ratas y los humanos estamos evolutivamente bastante alejados, pero también es cierto que tenemos muchas cosas en común. Los circuitos neurales que ambos tenemos muestran que indefectiblemente tenemos más en común de lo que creemos”, afirma. “Aun así, no somos ratas, lo que a veces hace muy difícil interpretar a partir del comportamiento un estado emocional como los nuestros, o el placer”, amplía.

A la hora de concederles a los animales emociones dignas de ser tenidas en cuenta al estudiarlos, Agrati dice que tenemos algunas dificultades. “Si ponés a una rata frente a un gato ves que queda paralizada, que le aumenta la frecuencia cardíaca y se le erizan los pelos. Para todos nosotros es bastante intuitivo pensar que ese animal tiene miedo y podemos especular que tiene una emoción que nos parece que es muy lógica para su superveniencia, ya que las hace alejarse de cosas negativas. Sin embargo, nos cuesta más pensar o interpretar que también puede haber emociones positivas en los animales, que, en lugar de alejarlos, esas emociones hacen que se acerquen más hacia cosas relevantes para ellos”. Y eso nos lleva al placer en el sexo.

“Es obvio que, cuando una rata está interactuando sexualmente ‒más allá de que lo hace en un período determinado vinculado a la ovulación y que por tanto hay alta probabilidad de que quede preñada‒, creemos, con base en la evidencia que tenemos hasta ahora, no va a estar pensando en que va a tener hijos, sino que hay algo más”, conjetura Agrati. “¿Por qué una rata tiene sexo? ¿Por qué una rata después de haber tenido experiencias sexuales busca más a un macho? El porqué probablemente esté asociado a un estado positivo, porque los estados emocionales positivos nos ayudan a acercarnos a comida rica, a una pareja, a nuestros hijos”, sostiene.

“En el caso del comportamiento sexual de la rata, y en particular de la rata hembra ‒que es la que nos gusta estudiar a nosotras‒, el grupo de Jim Pfaus, investigador canadiense, comenzó a estudiar la respuesta placentera asociada a la cópula. Él plantea que en las ratas existen respuestas del tipo del orgasmo”, prosigue Agrati. Y así es. En el artículo “¿Tienen las ratas orgasmos?”, publicado en 2016 en la revista Socioaffective Neuroscience & Psychology, Pfaus y los suyos concluyeron que “tanto las ratas macho como las hembras muestran patrones de comportamiento consistentes con respuestas similares al orgasmo”.

“Lo que dice es bastante evidente si pensamos que la rata hembra tiene clítoris al igual que nosotros, un órgano genital sensorial. A través de varios experimentos demostró que la estimulación del clítoris de las ratas genera emisiones de ultravocalizaciones de 50 Khz. No interviene allí un macho de rata, sino que se trata de un humano con un pincel estimulando el clítoris y generando una respuesta afectivo-positiva”, comenta Agrati.

No sorprende que en otras especies animales haya placer en el sexo y no sólo ese mandato de pasar los genes a una siguiente generación. Gran parte de los rasgos que vemos en los seres humanos son un continuo evolutivo de cosas que ya estaban en los animales que nos antecedieron. Las ratas tienen sexo placentero; es otra de las tantas cosas que compartimos con ellas. “Es claro que en nuestra especie ciertos factores sociales ejercen gran influencia en la construcción de nuestra sexualidad y motivación sexual. Pero sin duda hay influencia de las hormonas en el deseo y el placer sexual, y tenemos una respuesta física a la estimulación del clítoris, por ejemplo, que también la estamos viendo en otras especies. Y eso está bueno para pensar en esa base compartida con muchos otros animales que puede estar detrás de varios aspectos de nuestra sexualidad, más allá de las diferencias”, dice Agrati.

Natalia Uriarte y Daniella Agrati, en Facultad de Ciencias.

Natalia Uriarte y Daniella Agrati, en Facultad de Ciencias.

Foto: Federico Gutiérrez

Armando lío

“Nosotras siempre estamos como molestando a las ratas, no molestándolas en el mal sentido, sino que estamos tan convencidas en el sentido pankseppiano de que el comportamiento de las ratas es tan complejo, que la única manera de conocerlo es desafiándolas”, explica Agrati. “Por eso buscamos formas de trabajo, modelos, que no sean sólo las ratas encerradas, sino buscar siempre algo más”. Su colega y compinche asiente.

“Como comentaba Daniella, se decía que las ratas hembra eran sexualmente receptivas porque al estudiar su conducta se ponían ratas de laboratorio en una cajita diminuta y le colocaban un macho. ¿Qué podía hacer la rata hembra en esas circunstancias? No tenía mucha opción comportamental”, prosigue Uriarte. “Sólo poniéndola en un modelo donde hay dos pisos o con una puerta chiquita por la cual ella puede pasar y el macho no, ya te das cuenta de que las hembras no son sólo receptivas, sino que son muy activas, regulan sus cópulas y cuándo acercarse al macho. A nosotras nos gusta eso, pensar otros modelos, armar lío”, afirma.

Menos mal que les gusta armar lío. De lo contrario nunca hubieran traído equipos para escuchar los ultrasonidos de las ratas. “A nosotras lo que nos gusta de estos modelos de la conducta sexual y maternal es que, al ser comportamientos tan biológicamente importantes, les podemos dar una vuelta, enfrentarlas a nuevos desafíos, para mostrar un poco más la gran complejidad que tienen y que supera a lo que se puede ver en dos ratas en una caja diminuta”, afirma con satisfacción Uriarte.

Claro que esto de desafiar a las ratas ‒o más bien a los modelos experimentales para estudiar su comportamiento‒ les implica también grandes desafíos a ellas. Y en eso de armar lío, agregan también una capa extra: “Una cosa que nos gusta es poner el foco en la hembra, lo que acarrea un grado de complejidad un poco mayor, al menos con respecto a lo que se sabe”, dice Uriarte. “Trabajar con hembras hace más compleja tu investigación y tu actividad experimental, porque, por ejemplo, si vas a aplicarles inyecciones en el cerebro, sólo tenés mapas del cerebro de ratas macho. Las dosis de los anestésicos están calculadas para individuos estándar, que son los machos, algo que pasa también en la industria médica”, explica. “Entonces nos gusta también armar lío por ese lado, lo que nos lleva un poco más de trabajo, porque tenemos que ajustar muchas cosas que son diferentes al trabajar sólo con hembras”.

El lío no es por el lío mismo; sobran las razones para introducir el género ‒o el sexo biológico en este caso‒ en la investigación. “Si sólo estudiamos lo que pasa con los machos nos falta entender mucho”, afirma Agrati. “Lo mismo pasa con los fármacos, que dependen de la fase del ciclo en el que están las hembras, de su perfil endócrino. A nosotras nos gusta estudiar esa complejidad porque nos parece que es importante visualizarla y que se conozca”, amplía.

“En un estudio de Margaret McCarthey se mostraba que ocho de cada diez fármacos que se retiraron del mercado en Estados Unidos se retiraron porque habían presentado efectos adversos en mujeres. Eso te hace ver que si todo lo probás en machos, hay parte de la complejidad que se pierde”, dice Agrati. De hecho, ella tiene una frase de cabecera que repite para provocar la reflexión (y también porque es profundamente cierta): “Estudiamos las hembras porque son mucho más interesantes que los machos”. Las hembras, con sus ciclos hormonales, son más complejas que los machos, en los que las hormonas como la testosterona no varían demasiado. Y en ciencia, más complejo es más interesante.

“Hay que reconocer la complejidad de los procesos biológicos. No sabemos todo, es obvio, pero al menos aceptemos que hay cosas que están cambiando, que hay distintos factores que están influyendo. Los fenómenos en las hembras son más complejos, y eso para mí es algo genial”, afirma Agrati, quien también dice que las ratas macho son más aburridas. Le digo que las ratas hembra parecerían no darle la razón. “Bueno, sí, a ellas les gustan”, dice. “Pero también les gusta que les pasen un pincel”.

Más allá de las bromas, hay mucho para contar; incluso cuando hablamos de sexo y placer. “El ritmo ‘óptimo’ de las cópulas para machos y hembras es distinto”, cuenta Agrati. “El macho tiene una cadencia típica de intromisiones que lleva a que eyacule. Si ponés al macho sexualmente activo y a la hembra en una cajita pequeña, el macho le va a estar estimulando el clítoris durante las intromisiones a su ritmo, porque él irá a la monta, y como ella está activa, hará la lordosis y expondrá la vagina y el clítoris. Pero si las colocás en un ambiente donde, por ejemplo, haya una puertita por la que el macho no puede pasar, la hembra copula a otra cadencia. Después de las intromisiones se va al otro lado, espera un poco, y tiene un ritmo diferente”, cuenta Agrati, quien además agrega que se ha visto que la cópula controlada por la hembra es más “reforzadora” que cuando está encerrada con el macho y él controla el ritmo de estimulación. “De hecho, cuando la hembra controla el ritmo, el macho eyacula antes, tal vez porque está más estresado”, señala. Una vez más, el placer parece ser parte importante de la cosa, también para las ratas hembras.

Extrapolando

La tentación, o tal vez el reflejo, de tratar de extrapolar lo que se descubre a nuestra propia especie está siempre al acecho. ¿Acaso la heterogeneidad observada en la adolescencia de las ratas en cuanto a su motivación y comportamiento sexual, que indica que hay al menos tres etapas diferenciadas, podría tener un correlato en nuestras adolescencias? Si en un animal que podríamos llegar a considerar más “simple”, la adolescencia no es una etapa homogénea, ¿cuánto más diversa será en un animal como nosotros, más complejo debido al factor social? El trabajo de estas investigadoras nos alerta con vehemencia: cuidado con ver algo como homogéneo cuando no lo es.

“Se puede considerar que la adolescencia es un período de transición y se asume que va a ir cambiando, pero no estudiamos si se trata de etapas con distintas características que implican que los cambios entre la infancia y la adultez no sean un proceso gradual, continuo y lineal”, piensa Uriarte. Por las dudas ataja: “No es así, no hay un continuo gradual y lineal, los fenómenos biológicos son mucho más complejos”.

“Sin dudas es muy tentador preguntarse si lo que vemos en las ratas se relaciona con la adolescencia en humanos”, sostiene Agrati. “Sobre los temas que estudiamos en ratas, tanto el comportamiento maternal como sexual, leemos artículos sobre lo que pasa en humanos al mismo tiempo. Muchos de los resultados de la experimentación que se hace en ratas o animales de laboratorio luego se utilizan para generar hipótesis para trabajar en humanos”, amplía. “Siempre hay que tener cuidado con las generalizaciones, y la extrapolación no debe ser directa. Salvando esto, resultados en especies que tienen cerebros con características y procesos neurales comunes con los nuestros, nos permiten, por ejemplo, formular hipótesis sobre qué está pasando en los humanos y tratar de estudiarlos a partir de ello”, afirma.

“Si una ve que en las ratas, en la adolescencia temprana o media, hay menor interés sexual y que luego en la adolescencia tardía ese interés se incrementa, es tentador ver si ocurre algo similar en nuestra especie, por más que en el comportamiento sexual humano el factor social es muy fuerte, lo que no quiere decir que en la rata no haya un componente social”, aventura Agrati.

En su trabajo vieron que las ratas en la adolescencia media juegan, exploran, se vinculan sin que la motivación sexual sea la que determine el comportamiento. “Con base en lo que estamos viendo, suena lógico pensar que las interacciones sexuales en la adolescencia puedan tener un elemento que no sea totalmente sexual, que pueda tener algo más social y emocional del vínculo”, conjetura.

“Justo hay un trabajo publicado este 2021 por Fortenberry y sus colegas, a partir de autorreportes realizados mediante encuestas en adolescentes de Estados Unidos de entre 14 y 17 años, viendo su percepción del placer sexual vinculado a su última experiencia sexual en el último año. Lo que concluyen es que el placer sexual en los adolescentes está de algún modo mediado más por la intimidad emocional que tienen con el otro individuo que por el placer físico directo. Me pareció algo muy interesante”.

“Capaz que esto que estamos viendo en las ratas nos sirve para apuntalar esa tendencia de estudiar el comportamiento de adolescentes en humanos como una etapa del desarrollo en la cual se da naturalmente la convergencia de la conducta social y sexual”, apuntala Uriarte. “Creo que explicitando eso nos beneficiamos como sociedad. Si nos sacamos el tabú del sexo adolescente, podemos empezar a ver que tal vez esa sexualidad tenga características propias, en la que lo social y lo sexual están muy imbricados. Eso nos protegería mucho, porque el ocultamiento, el tabú y lo que no queremos hablar del sexo de nuestros ‘niñito’ es lo que hace que a veces estén solos en eso”, agrega.

Como vimos en otras notas, la primera forma de protección para nuestros niños, niñas y adolescentes comienza por darles ambientes de confianza en los que puedan hablar de sus cosas. Demonizar su vida en redes, o su sexualidad, no impedirá que tengan una vida en redes y una sexualidad. La diferencia es que no contarán con los adultos referentes para transitarlas.

“Muchos estudios de la sexualidad en la adolescencia han sido direccionados como a proteger o disminuir el comportamiento sexual, porque se toma como un comportamiento de riesgo asociado a embarazos no deseados o a transmisión de enfermedades”, sostiene Agrati. “Comparada con otras áreas, la sexualidad en la adolescencia, y sobre todo pensándola como un proceso del desarrollo, es un área poco estudiada y recién desde hace pocos años está adquiriendo más fuerza”, dice. Y aunque reconoce que está bien tratar de reducir riesgos en la sexualidad adolescente, “lo que se está viendo es que, más allá de eso, hay que ver el desarrollo de la sexualidad como algo que está ocurriendo durante ese período y que está bueno que ocurra”.

Durante siglos, el clítoris humano tuvo poco atractivo para la ciencia. Es más, el estudio científico de la sexualidad recién tomó impulso en la década de 1960, algo bastante extraño si pensamos en cuánto nos gusta el sexo a los humanos. Empezar a ver la sexualidad desde el placer y no desde la enfermedad o las disfunciones también es algo relativamente reciente. Si tanto tiempo nos llevó eso, que en 2021 ya estemos escuchando los gritos ultrasonoros de las ratas, entendiendo que el ritmo que prefieren ellas en el sexo es distinto al que prefieren ellos, podemos pensar que algo hemos avanzado. Si encima al escuchar a las ratas en distintas etapas de su adolescencia luego de interactuar con otras ratas descubrimos que no podemos seguir pensando que la adolescencia es una etapa homogénea, debemos sentirnos afortunados de que Uriarte, Agrati y todo su equipo paren la oreja a lo que esas pequeñas mamíferas tienen para decirnos.

Artículo: “Increase in sexual motivation throughout adolescence in the cycling female rat”
Publicación: Developmental Psychobiology (enero 2021)
Autoras: Magdalena Armas, Gabriella Marín, Natalia Uriarte, Daniella Agrati

Ganando habilidades

“Entiendo que es fundamental comunicar lo que uno hace, y me parece super interesante el ejercicio de poder traducirlo a un lenguaje accesible para la gente”, dice Uriarte sobre UltraSonoro. “Este corto como que cierra el círculo de lo que hacemos. Estamos trabajando, investigando, publicando, y en esta etapa mostrás lo que hacés de una forma divertida. Me interesa el ejercicio de encontrar la forma de comunicar para cada una de las distintas facetas de nuestro trabajo. Como docentes de la Universidad tenemos que transmitir de determinada manera las cosas a nuestros estudiantes. Como investigadoras, tenemos que comunicarles a nuestros pares científicos nuestro trabajo, lo que implica otro lenguaje. Esto nos hace comunicarnos de otra manera distinta a las dos anteriores, por lo que creo que como docentes e investigadoras ganamos una habilidad”, sostiene.

“Fue un desafío encontrar la forma hacer que esto que hacemos, que para nosotros es alucinante, que le encontramos su relevancia y su finalidad y que nos encanta, se transmitiera a otros fuera de la comunidad científica”, dice por su parte Agrati. “A nosotras nos gustan las cosas divertidas y queríamos que fuera algo divertido. Allí trabajaron mucho Álvaro Adib y el dibujante, que encontraron formas entretenidas de expresar lo que hacíamos. Creo que el resultado final es que el video puede ser visto en distintos niveles; como que hay distintas capas de información”.

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