En un interesante libro sobre los grandes retos planetarios de nuestro tiempo, Charles Mann ilustra dos concepciones del mundo a partir de la metáfora del mago y el profeta. Profetas como William Vogt (un ecologista estadounidense de la primera mitad del siglo XX) piensan que los seres humanos viven en un mundo finito con restricciones impuestas por el medioambiente, en tanto que los magos como Norman Borlaug (un agrónomo y genetista conocido como el padre de la revolución verde) creen que el ingenio del ser humano nos da una serie sin fin de herramientas que permiten manejar el ambiente para satisfacer nuestras necesidades. Esta dicotomía un poco caricaturesca es, sin embargo, parte del imaginario que sustentan las comunidades dedicadas a la producción de ciencia, tecnología e innovación vinculada a sectores agropecuarios.
El contexto general para esta dicotomía es la necesidad de transformación de los sistemas predominantes de producir, comerciar y consumir alimentos. Lo cierto es que para los partidarios de una y otra forma de concebir y sostener la humanidad en el planeta resulta cada vez más evidente que el mundo se encuentra ante un escenario en el que urge cambiar para disminuir tendencias negativas que se vienen acumulando progresivamente: cambio climático, degradación de recursos planetarios, desigualdad en el acceso a alimentos, para nombrar las más evidentes. Y aquí es cuando, unos y otros recurren a la innovación como manera de asegurar alguna suerte de alternativa.
¿Qué es innovar?
Innovar implica modificar estados de situación a partir de cambios creativos. En el ámbito agropecuario la innovación se da a partir de cambios tecnológicos, económicos, sociales y organizacionales de forma interconectada a lo largo de procesos. El componente principal es el conocimiento, tanto de carácter científico-técnico, proveniente de instituciones especializadas en investigación, como de carácter práctico, resultante de la experiencia de quienes se ocupan en actividades agropecuarias. Las innovaciones se enfocan en problemas concretos que requieren soluciones útiles y que pueden estar tanto en la producción misma como en la comercialización y logística, las instituciones, la organización social de territorios y comunidades asociadas a actividades agropecuarias. Su naturaleza es a la vez social y técnica en tanto involucra usos prácticos así como las intenciones e interacciones entre organizaciones y colectivos diversos (técnicos, investigadores, productores, comerciantes, organizaciones intermediarias) para poner en práctica los cambios.
El sector agropecuario tiene algunas características que hacen a su especificidad sistémica para innovar: arquitectura de instituciones fundamentalmente de base pública, presencia de empresas privadas con alcance internacional que comercializan innovaciones, actores productivos que presentan demandas de investigación y que pueden ser portadores de conocimientos concretos, que conducen a diferentes tipos de innovación. El arte de los magos desafiando las predicciones más pesimistas de los profetas.
Típicamente, las innovaciones agropecuarias han estado orientadas por la búsqueda de mayor productividad, es decir, conseguir mejores rendimientos, ya sean toneladas de grano por hectárea o litros de leche o kilos de carne por animal. En perspectiva histórica, esta búsqueda ha alineado la producción de maquinaria e insumos de origen biológico y químico teniendo como efecto el aumento de la productividad de dos factores básicos: la tierra y el trabajo humano. Complementariamente, otros objetivos de la innovación son la diversificación y diferenciación de productos, apostando a mejorar la competitividad así como la obtención de alimentos de mejor calidad, el cuidado ambiental o los servicios ecosistémicos como nuevas metas para innovar. Más recientemente, se plantean también orientaciones más concretas de la mano de la necesidad de impulsar la innovación dirigida al cumplimiento de misiones. Este es un enfoque normativo que alienta soluciones tecnológicas o institucionales, de productos o de procesos, tendientes a producir de forma directa un cambio en una problemática socialmente relevante; por ejemplo, alcanzar la neutralidad de carbono o disminuir la inseguridad alimentaria. Para promoverlas con éxito, frecuentemente se requiere una buena combinación de políticas e intervención pública para lograr los objetivos buscados.
Pero volviendo al desafío de transformar para enfrentar desafíos actuales mayores, dos frentes de atención sobresalen en este momento.
Crisis alimentaria e innovación para contribuir a la seguridad alimentaria: además de factores coyunturales como son las sequías, las guerras, los aumentos del precio del petróleo, la crisis alimentaria revela uno de los cambios estructurales más preocupantes de la actualidad. La situación se configura a partir de varios factores: el aumento mundial en la demanda de alimentos (competencia por producción de biocarburantes, crecimiento del consumo de alimentos en calorías animales en algunas regiones del mundo), producción deficitaria en algunas regiones del planeta (estancamiento de rendimientos de algunos rubros agropecuarios, baja de la inversión pública y privada en la agricultura) y los intercambios (financiarización de los mercados agrícolas, liberalización de políticas nacionales dirigidas al agro). Sin embargo, parecería evidente, para algunos, que la crisis alimentaria también tiene algo que ver con las políticas de distribución y las posibilidades de acceso a los alimentos.
Recién se conoció en nuestro país un informe sobre prevalencia en inseguridad alimentaria que ubica a uno de cada cinco hogares con niños o niñas menores de seis años en una situación de inseguridad alimentaria moderada o grave. Es decir, el consumo de alimentos en esos hogares es insuficiente ya sea porque algunos días sus integrantes se saltan comidas o porque pasan un día entero sin consumir alimento. También en nuestro país se dice y se escribe de forma repetida que producimos alimentos para 30 millones de personas... pero dentro del territorio uruguayo vivimos apenas 3,5 millones y, según cuentan estos datos, no todos comen a diario. Paradójico, ¿no?
El asunto es que la crisis alimentaria muestra los límites de un modelo de desarrollo e innovación agrícola que estaría en las predicciones del profeta menos renombrado. Con base en la liberalización y financiarización de la agricultura, el modelo tiene dimensión planetaria y está fuertemente concentrado. Nada tiene que ver con la seguridad alimentaria referida antes que concierne a la disponibilidad, calidad (sanitaria y nutricional), regularidad y accesibilidad de los alimentos, pero también a la capacidad de las poblaciones y los países de definir y controlar su alimentación de forma soberana. La inseguridad alimentaria en nuestro país no se basa en la escasez de alimentos, sino más bien en la débil elaboración de políticas focalizadas en la alimentación y en la ausencia de estímulos a la innovación institucional para construir alternativas.
Innovación y el desarrollo de la agricultura digital. Los usos de las nuevas TIC en la agricultura, asociados por ejemplo a la agricultura de precisión, se involucran en diversidad de innovaciones que se combinan entre sí, como los captores y sensores, los robots, la orientación por satélite, la computación integrada, las aplicaciones digitales de gestión de rebaños o de irrigación, entre otros. Las aplicaciones múltiples constituyen la base de la agricultura basada en procesos automáticos en los que lo digital modifica las condiciones de trabajo agrícola y de gestión de la explotación agropecuaria. Deleite para los magos que, ante posibilidades innumerables, están prontos para sacar de la galera de la innovación soluciones para casi cualquier problema.
Las magias son promovidas por empresas y organizaciones de I+D ligadas a la agricultura industrial, pero también a actores emergentes (firmas digitales, start ups y también ONG) y tienden a crear nuevas redes de innovación en las que lo verde, como sinónimo de sustentable, se presenta como deseable e intrínsecamente bueno. Sin embargo, existen controversias importantes sobre el control de la información y de las innovaciones digitales, ya que el big data posibilita la obtención y almacenamiento de datos desde la siembra de un cultivo hasta la distribución del producto al consumidor. El dilema es que el ritmo de utilización de estas novedades es más rápido que el de la regulación por parte de las entidades nacionales e internacionales, por lo que la incertidumbre es un dato de la realidad.
Innovar en el marco de transiciones sostenibles
Planteamos al principio que existe un acuerdo bastante expandido acerca de la necesidad de transformación de los sistemas convencionales de agricultura de tipo industrial hacia otros con menor impacto negativo ambiental y mayor impacto positivo social.
El modelo actual genera erosión de suelos, contaminación del agua, emisiones de gases de efecto invernadero, pérdida de biodiversidad, uso intensivo de energías fósiles, y a su vez está fuertemente concentrado en proveedores de insumos y conglomerados comerciales.
Las transiciones sostenibles enmarcan un pensamiento que aborda la necesidad de cambios de largo plazo de los sistemas de producción y consumo con una orientación expresa del cambio. Las transiciones pueden comenzar en espacios reducidos y protegidos, denominados nichos, en los que se experimenta, con incipientes alternativas que podrían derivar en innovaciones. Los nichos de innovación a veces son ámbitos virtuales y otras veces físicos, en los que actores varios definen y negocian objetivos con vistas a desarrollar transiciones hacia la sustentabilidad. Obviamente, los procesos de transición rara vez son consensuados y acordados de forma ordenada, sino que más bien dan lugar a conflictos y contraposición de intereses entre adeptos de un lado y de otro. Las políticas de ciencia, tecnología e innovación pueden desempeñar un rol catalizador de cambios transversales a partir de orientaciones con metas concretas en línea con la articulación dinámica de la tecnología, la economía, las instituciones y las culturas.
La FAO, por intermedio de un panel de expertos de alto nivel (HLPE), identifica dos grandes alternativas de cambio: el enfoque de la intensificación sostenible y la agroecología. La intensificación sostenible privilegia una reducción del impacto ambiental por un uso más eficiente de los diferentes recursos (agua, fertilizantes) y una integración a lo largo de las cadenas de valor. Utiliza para ello las tecnologías de precisión tales como las digitales y la edición génica, entre otras. Se promueve lo que se conoce como agricultura y ganadería de precisión en las que se gestiona cada parcela de cultivo o unidad animal de acuerdo a su estado concreto para así dosificar el uso de insumos o el alimento acorde a las necesidades de cada ciclo. Generalmente se orienta a la producción demandada por los mercados internacionales y pone foco en la mejora de la productividad y la disminución de costos por la eficiencia y la productividad de los factores utilizados.
Por su parte, la agroecología promueve una agricultura basada en procesos naturales y la integración de los sistemas alimentarios contextualizados, la soberanía alimentaria y la participación de actores locales, la distribución de poder y de beneficios con foco en la agricultura de tipo familiar. Promueve todas las formas de diversidad (biodiversidad, diversidad de sistemas de producción, y la integración de la producción vegetal y animal), los aprendizajes entre productores y consumidores, una mayor autonomía de insumos externos de origen industrial y una disminución de los costos. Se conforma también como un movimiento que incorpora los saberes y experiencias de los productores y la familia rural, así como una relación con pobladores urbanos y consumidores buscando una nutrición más saludable.
Ambos enfoques, la intensificación sostenible y la agroecología, están en evolución y en sus definiciones y alcances participan actores públicos, empresas, ONG y sociedad civil. Entre ellos existe una diferencia elemental: el primero plantea reformar el sistema agroalimentario actual mediante un uso más eficiente de los recursos y que genere menor impacto ambiental, mientras que el segundo implica una transformación profunda del sistema actual promoviendo cambios en el ámbito productivo pero también en relación con las cadenas alimentarias y con los consumidores.
Estos enfoques conviven con diferente grado de colaboración y conflicto a lo largo y ancho del planeta. Toda transformación requiere la construcción de una coalición de actores que la lleve adelante; probablemente en las coaliciones transformadoras del sistema alimentario actual la presencia de liderazgos pertenecientes a uno y otro enfoque tenga que ver con las características de cada conformación social específica. En nuestro país existen ambos enfoques, a veces de manera poco explícita: la intensificación sostenible viene siendo promovida desde el Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca desde hace aproximadamente una década y el enfoque agroecológico existe con experiencias variadas impulsadas por la sociedad civil (por ejemplo, la Red de Agroecología), las iniciativas de coinnovación desarrolladas por instituciones (Universidad de la República -Udelar- e Instituto Nacional de Investigaciones Agropecuarias), sobre todo con foco en horticultura y ganadería extensiva basada en campo natural, y la más reciente en lechería del Centro Emmanuel (tamberos de Colonia, San José y Soriano, con apoyo de la Agencia Nacional del Desarrollo).
Para llevar adelante las transformaciones partiendo del sistema alimentario actual se necesita un rol activo de las políticas capaces de encontrar un adecuado mix de magos y profetas. Existen diferentes marcos referenciales para las mismas, pero ese será tema para otra nota. En ellas también podría haber lugar para los poetas, creadores de otros versos para intervenir el futuro. Imaginar creativamente es tarea de poetas; ¿por qué no desafiar restricciones proféticas e ingenio mágico con una dosis complementaria de intervención sensible? Parafraseando a otros, nos gusta creer que la innovación no es buena ni mala, y tampoco es neutral. Innovamos para sobrevivir y no hay un único resultado posible, pero la forma en que construimos respuestas a los desafíos estructura ineludiblemente nuestras interacciones con el ambiente y el resto de la humanidad. Entonces, ¿cuáles son nuestras misiones? ¿Qué credibilidad decidimos otorgar a magos y a profetas? ¿Podremos permitir entrar al juego a los poetas?
Mariela Bianco es profesora del Departamento de Ciencias Sociales de la Facultad de Agronomía de la Udelar. Miguel Sierra es gerente de Innovación y Comunicación del Instituto Nacional de Investigación Agropecuaria. Ambos integran el núcleo interdisciplinario Ciencia, Tecnología e Innovación para un Nuevo Desarrollo de la Udelar. Ciencia en primera persona es un espacio abierto para que científicos y científicas reflexionen sobre el mundo y sus particularidades. Los esperamos en [email protected].