Una mañana clásica de Semana de Turismo, de cielo parcialmente nublado y temperatura moderada, el observador de aves Carlos Crocce salió a pasear por Piriápolis con la cámara colgando del cuello, como hace siempre. Enfiló por la Rambla de los Ingleses, cerca del puerto, y miró con atención un pedregal que no siempre es visible debido a las fluctuaciones de la marea.

Aquella mañana, unas 100 aves costeras compartían el lugar, ajenas al bullicio de los turistas y los autos que pasaban a unos 60 metros. Entre ellas había adultos y juveniles de gaviotas capucho café, gaviotines reales, gaviotines de antifaz, gaviotas cocineras, gaviotines de pico amarillo, biguás y garzas blancas chicas, aunque para la mayoría de la gente conformaban probablemente una gran masa indistinguible de gaviotas.

A Crocce, que sale todos los días con su cámara y tiene el ojo entrenado que otorgan años de recorridas en busca de aves, algo le llamó la atención en aquella congregación ruidosa. Uno de los juveniles de gaviota le resultó raro y decidió sacarle un par de fotos para poder observarlo luego con más atención en su computadora. Cuando lo hizo, terminado su paseo de rutina, se dio cuenta de que era un ave realmente rara para Uruguay y salió nuevamente a buscarla, esta vez sin suerte. Muy a su pesar, aquella fue una relación de una sola cita y a la que no le dedicó toda la atención que merecía.

“Creí que era una gaviota de Franklin (Leucophaeus pipixcan) y me quedé muy contento, porque hay sólo cinco o seis registros en Uruguay desde que la fotografió Martín Abreu en 2011. Era un bruto registro para mí y la subí a la plataforma eBird con ese convencimiento”, cuenta Crocce desde Minas. Por suerte para él, estaba equivocado.

Otros usuarios de eBird le aseguraron que aquella no era una gaviota de Franklin y le sugirieron los nombres de otras especies que a Crocce no lo convencieron del todo. Decidió, entonces, pedir opinión a un experto con mucha experiencia de campo: el naturalista y guía Thierry Rabau, nacido en Bélgica pero radicado en Uruguay desde fines de la década de 1980. Fue Rabau el que le dio la seguridad absoluta de que había logrado el primer registro para Uruguay de una gaviota bastante desubicada, literalmente, cuyo avistamiento más austral en la costa atlántica estaba a casi 1.000 kilómetros de distancia al norte.

A las risas

Crocce tuvo la fortuna (y el buen ojo) de fotografiar a una gaviota reidora (Leucophaeus atricilla), un ave que debe su nombre a su vocalización un tanto perturbadora, que suena a una señora mayor que sufre un ataque de risa incontenible. No es lo único que la distingue de su prima hermana, la ya mencionada gaviota de Franklin, aunque hace falta mucho conocimiento y un ojo agudo para notarlo. Ambas tienen capucho negro, pero la gaviota reidora es bastante más grande, con patas y pico más largos. Los juveniles, como aquel ejemplar observado, tienen además un dorso más claro que el de Leucophaeus pipixcan y un patrón de plumas distinto en la cabeza. Las dos, como buenas gaviotas, son sociables y aprovechan muy bien los ambientes antrópicos.

Aunque gracias a su extensa área de distribución no están consideradas en peligro por la Unión Internacional de Conservación de la Naturaleza (su categoría es “preocupación menor”), la pasaron muy mal en el siglo XIX. “Las cazaban porque usaban sus plumas para almohadones y colchones, a tal punto que llegaron a diezmarlas totalmente”, cuenta Crocce.

Varios trabajos de ornitólogos estadounidenses dan cuenta de la desaparición de colonias reproductivas a lo largo de las costas norteamericanas desde finales del siglo XIX, como ocurrió en el estado de Nueva York, donde recién en la década de los 70 del siglo XX la especie comenzó a reproducirse nuevamente. La culpa no sólo la tuvieron los almohadones de plumas, sino también la confección de sombreros de mujer y la colecta comercial de huevos.

A medida que estos productos decaían en popularidad y se tomaban medidas de protección (como el Tratado de Aves Migratorias de 1918), las poblaciones fueron recuperándose. Quién sabe, quizá más de una gaviota reidora haya debido su vida a Horacio Quiroga, que con su espeluznante cuento “El almohadón de plumas” melló involuntariamente la reputación de estos objetos de descanso.

Carlos Crocce.

Carlos Crocce.

Foto: Sin dato de autor

En teoría, la gaviota reidora fotografiada por Crocce no debía estar allí, metida en la rambla de Piriápolis a la vista –y al mismo tiempo oculta– de miles de turistas. La gaviota reidora tiene un área de reproducción muy amplia, que va desde los grandes lagos que sirven de límite entre Estados Unidos y Canadá a las islas del Condestable, frente a la Guayana francesa, donde se encuentra la colonia reproductora más austral del mundo, pero no llega a nuestras latitudes. Si bien durante el invierno boreal las poblaciones más septentrionales migran al norte de Sudamérica, huyendo del frío extremo, es muy raro verlas al sur de la ciudad brasileña de Natal.

¿Qué hacía entonces la gaviota reidora por allí? Para Crocce, se trata de un ejemplar “vagante” o “vagabundo”, que es que como se denomina a los animales que aparecen por fuera de su área de distribución (algo que se da con más frecuencia entre individuos juveniles). “Cuando los ejemplares de las colonias que están más al norte migran a Sudamérica, algunos se pierden y andan un tanto erráticos”, explica.

“Lo que creemos que puede haber pasado es que este ejemplar migró a Brasil y, cuando llegó la hora de volver, en lugar de ir hacia el norte fue más hacia el sur. Nos parece la teoría más aceptable porque se dio en la época en que tendría que estar retornando”, agrega. Si bien la aparición de “vagantes” es explicada también por otras teorías, que postulan que se trata de ejemplares que exploran nuevos lugares para que la especie los colonice luego, Crocce cree que simplemente se perdió y llegó hasta nuestra costa. Si está en lo cierto, el juvenil fotografiado por Crocce viene a ser el Cristóbal Colón de las gaviotas reidoras: aunque algunos insistan en considerarlo un explorador de avanzada, en realidad encontró estas tierras de puro despistado.

Poco importaban todas estas elucubraciones al juvenil de gaviota reidora que decidió pasar parte de la Semana de Turismo en Piriápolis. Su extraña visita permitió que se convirtiera en el primer reporte de la especie en el país, aunque para lograr eso Crocce tuvo que descolgarse la cámara y meterse en un terreno menos familiar para él: el de los artículos científicos.

Abogado con jueces

Sacar foto a una especie no significa lo mismo que registrarla, como pronto le quedó claro a Crocce. “Alfredo Rocchi, otro observador de aves, fue quien me dijo que para que se aceptara un registro como nuevo se exigía un avistamiento documentado y un artículo hecho en una revista arbitrada. Y como no quería que se perdiera el reporte y nadie más le prestara atención, me puse a escribir el artículo pensando en que no podía ser tan difícil. Bueno, confieso que costó más de lo que creí”, cuenta a las risas Crocce, que es abogado de profesión y tiene formación humanista.

Quizá por eso la primera versión del artículo que preparó para la publicación ornitológica Achará estaba cargada de poesía y un estilo literario que le desplumaron muy pronto. En su auxilio llegó la doctora en veterinaria y observadora de aves Cristina Ayçaguer, que tuvo el papel no oficial de primera y feroz revisora del texto. Llegó con las tijeras y fue recortando la prosa más literaria para ceñirse a los datos y la estructura de un artículo científico. Posteriormente, los revisores anónimos de Achará aportaron otros comentarios que ayudaron a dar forma final al texto.

“Observar aves y hacer ornitología no es lo mismo”, dijo una vez a la diaria el ornitólogo Washington Jones (uno de los editores de la revista Achará), lo que no significa que un observador esté impedido de hacer ornitología o necesite un título. Lo que precisa, como el propio Jones aclaró, es “ponerse a estudiar, a seguir las reglas de la ciencia, a usar evidencia tangible y no ambigua”, que fue exactamente lo que hizo Crocce.

En su artículo, Crocce hace un resumen bien respaldado de las características y distribución de la gaviota reidora, y también fundamenta la identificación de este “individuo inmaduro de primer invierno” con base en la “coloración de su plumaje y partes duras”. Lo distinguió de los juveniles de gaviota de Franklin por diferencias en la coloración de la cola y el dorso, el patrón de plumaje, el tamaño del pico, el largo de las patas y otras características perceptibles en la comparación de las fotografías de ambas especies facilitadas en el artículo.

Lejos de creer que su registro es un caso aislado e irrepetible, anticipa que es probable que en el futuro próximo aparezcan nuevos reportes de gaviota reidora, “en la medida en que aumenta el número de observadores y se mejoran las tecnologías”. “Cada vez vienen equipos mejores con un acercamiento increíble. Aunque vos no veas nada en el momento en que tomás la imagen, si ampliás bicho por bicho en la foto podés encontrarte sorpresas como esta y también otras”, asegura.

Una de las mejores cosas de hallazgos como este, sin embargo, no es que el acceso a nuevas tecnologías nos dé la oportunidad de obtener registros nuevos, sino los lugares donde podemos lograrlos.

Tesoros al alcance de la mano

Carlos Crocce no encontró a la gaviota reidora en una isla deshabitada frente a las costas uruguayas, luego de pasarse una semana acampando. Lo logró, gracias a su curiosidad y su ojo bien entrenado, en una rambla transitada de uno de los principales balnearios del país durante una de las semanas turísticas más intensas del año. Y ni siquiera es la única vez que logró un primer avistamiento de una especie para Uruguay.

El 20 de abril de 2022, cuando observaba aves junto a Luis Piñeyrúa y Hermann Eduardo Muñoz, se encontró sorpresivamente con una tersina hembra (Tersina viridis), un ave hermosa y de dicromatismo sexual notable (la hembra es verde brillante y el macho es de color azul intenso, con antifaz y garganta negros). Una vez más, se trataba de un ejemplar por fuera del área de distribución conocida y del que no había registros documentados en Uruguay.

El ave voló antes de que Crocce pudiera hacer clic, muy a su pesar, pero una ráfaga de fotos tomada por su compañero Piñeyrúa logró el primer registro documentado de esta especie en el país. Sin embargo, Crocce y sus colegas no encontraron la tersina en un monte perdido en el norte del país. La observaron en el Jardín Botánico de Montevideo, el parque más popular de la ciudad más densamente poblada del país.

Gaviota reidora juvenil en Piriápolis.
Foto: Carlos Crocce

Gaviota reidora juvenil en Piriápolis. Foto: Carlos Crocce

Ese es el regalo de las aves a los aficionados a la naturaleza en Uruguay: la posibilidad de sentirse exploradores y hacer un descubrimiento importante en sitios tan accesibles como el jardín de una casa, un árbol observado desde un edificio, una plaza, una rambla o un parque concurrido. Las aves nos demuestran que para disfrutar algunas maravillas del mundo natural sólo hace falta armarse de curiosidad, conocimiento, paciencia y tener ojos (u oídos) entrenados.

“Montevideo es el quinto departamento en cantidad de registros de especies en eBird en Uruguay (317) pese a su pequeñísimo tamaño y estar totalmente poblado. Es un departamento genial para ver aves”, asegura Crocce.

Para los curiosos que quieran comprobarlo y salir con la cámara o largavistas en ristre, recomienda varios lugares. “La zona del faro de Punta Carretas, por ejemplo, es increíble, con aves pelágicas que a veces se posan en las rocas, como petreles, albatros o escúas raras de observar en otros sitios. También es impresionante la cantidad de especies que se registran en ese bañado que hay al borde de la playa, entre el faro y La Estacada”, se entusiasma.

El Jardín Botánico es otro gran lugar para la observación de aves, lo que a su juicio se debe a la variedad de vegetación que tiene, que ofrece alimentación a la avifauna en todas las épocas del año. “Hay otros lugares, también, como el Parque Rivera, que se recuperó pila desde que sacaron la mayoría de los gansos, lo que permitió que volvieran un montón de especies acuáticas. O la zona de la desembocadura del arroyo Carrasco, o el mismo parque Rodó. No precisás ir muy lejos para observar aves, ni meterte en lugares raros, mojarte en bañados o someterte a las cruceras, si eso no te gusta”, asegura Crocce.

País abierto a migrantes

Eso no significa que Crocce se limite a mirar el jardín de su casa o pasear por la rambla de Piriápolis para registrar aves, o que la observación sea una actividad pasiva. Cuando retomó su pasión por la fauna, siendo ya mayor, se planteó el ambicioso proyecto de viajar por el país junto a su hijo y su hija –también aficionados y estudiosos de la naturaleza– para fotografiar todas las especies de aves del Uruguay. Al final quedó solo con su plan y aquella idea no prosperó, pero sus caminatas y recorridas no han sido en vano, como ya vimos.

Gracias a su registro atento, la familia de las gaviotas se amplía en Uruguay y llega a seis integrantes, aunque muchas personas suelan poner en la misma bolsa a los gaviotines, de los que hay 14 especies registradas en nuestro territorio.

Históricamente en el país hubo cuatro gaviotas: dos del género Larus, que son muy parecidas, como la gaviota cocinera (muy abundante) y la gaviota cangrejera (visitante invernal), y dos del género Croicocephalus, como la gaviota capucho café (residente común en el sur) y la gaviota capucho gris (poco común). A ellas se sumaron recientemente las ya mencionadas gaviota de Franklin y gaviota reidora, del género Leucophaeus.

Como bien aclara Crocce, para ver muchas de estas especies basta caminar un rato por la costa, donde se congregan a veces cientos de ejemplares de gaviotines y gaviotas. Perdido entre ellos, a la espera de un observador curioso o una cámara atenta, quizá se encuentre el próximo nuevo integrante de la extensa familia de aves con la que compartimos territorio.

Artículo: “Primer registro para Uruguay de la gaviota reidora, Leucophaeus atricilla (Linnaeus, 1758)”
Publicación: Achará (en prensa, noviembre de 2022)
Autor: Carlos Crocce.