A finales de marzo de 2021, dos policías de Minas que patrullaban la ciudad de madrugada se encontraron con un extraño peatón en la rambla de la ciudad. A paso lento, un pequeño acorazado cuadrúpedo bordeaba la zona del parque, como salido de una escena surrealista.

Aquel animal no era una mulita, un tatú ni un peludo, tres especies que aparecen con cierta frecuencia en el campo, sino una auténtica rareza para Uruguay. Verlo caminando por la rambla de la ciudad resultaba bastante extraño para los policías, pero hubiera constituido casi un milagro para cualquier zoólogo local.

Era un tatú de rabo molle (Cabassous tatouay), la especie más grande de armadillo entre las cuatro que pueden encontrarse hoy en Uruguay, cuyos registros en nuestro país hasta hace no tanto podían contarse con los dedos de una mano (literalmente). Los agentes intuyeron que el animal podía correr peligro y lo llevaron a la comisaría, donde su jefe reconoció la especie y tuvo la feliz ocurrencia de liberarlo en una zona propicia. Tras haber sido “fichado” en la comisaría por una noche y lograr luego su liberación, el tatú minuano se convirtió en el reporte más austral para la especie en el mundo, al menos hasta ese momento.

Si encontrar un tatú de rabo molle en una ciudad ya es una casualidad insólita en Uruguay, hallar otro en la misma localidad es como sacarse la lotería del mastozoólogo, el zoólogo que se dedica a los mamíferos. A juzgar por lo ocurrido hace unas semanas, sin embargo, Minas está desafiando estas probabilidades y ejerciendo una atracción irresistible para la especie.

Días atrás, una familia que vive en las afueras de Minas dio refugio a un tatú de rabo molle que aparentemente estaba huyendo de perros. Los niños de la casa colocaron al animal en el fondo y dejaron que se las arreglara allí, una idea con la que el tatú no estuvo de acuerdo. Optó por pasar a la casa de un vecino y comportarse como cualquier tatú haría en su situación: escarbó el lugar con sus uñas (mucho más robustas que las de un tatú o una mulita), con resultados lamentables para el jardín del pobre hombre.

Preocupado, el vecino se contactó con un guardaparques de la zona para ver qué destino podía darse a aquel animal. Y el guardaparques supo exactamente qué hacer, porque reconoció la especie, su rareza y la necesidad de liberarla antes de que fuera demasiado tarde.

Pero antes de llevar al tatú de rabo molle a una zona propicia, lejos de perros y jardines de vecinos, el guardaparques notificó a la persona con más interés en encontrar uno de estos animales en el país: Enrique González, encargado del Departamento de Mamíferos del Museo Nacional de Historia Natural (MNHN) e integrante del Grupo de Especialistas en Xenartros (superorden al que pertenecen armadillos, perezosos y osos hormigueros) de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN).

Enrique sale al campo en busca de animales desde hace más de 30 años, pero jamás tuvo la suerte de ver un tatú de rabo molle vivo, un deseo que acuna desde que se especializó en el estudio de los armadillos. La oportunidad no pudo llegar en mejor momento, porque está elaborando un artículo que actualiza la distribución de la especie en el país y estuvo a cargo recientemente del Proyecto Rabomol, que triplicó la cantidad de registros documentados de la especie en Uruguay, incluyendo los primeros basados en evidencia física para la Cuchilla de Haedo.

Preguntando se llega al tatú

El tatú de rabo molle es fácil de diferenciar de sus parientes más comunes en Uruguay, como el tatú, la mulita y el peludo. Es bastante más grande (entre 60 y 80 centímetros de largo total) aunque está lejos del armadillo más grande del mundo: el tatú carreta, que está extinto en Uruguay y cuyo cuerpo puede alcanzar el metro de largo. Otra de las pistas la da su nombre: molle significa “blando”, debido a que su rabo no es acorazado como el de los demás armadillos. Tiene orejas redondeadas y 13 bandas móviles dorsales, más que las otras especies de armadillos registradas en Uruguay.

Fue incluido en la Convención Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (CITES) para Uruguay, donde se lo considera “amenazado”, y es una especie prioritaria para la conservación y para el diseño del Sistema Nacional de Áreas Protegidas (SNAP). Entre sus principales amenazas se encuentran la caza y la pérdida de hábitat por desmonte y por el avance de los monocultivos.

Enrique no debería sentirse mal por no haber podido encontrar un tatú de rabo molle hasta ahora, porque su fama esquiva los acompaña desde que fueron registrados para la ciencia. El naturalista y explorador español Félix de Azara, cuyas anotaciones permitieron que la especie fuera descrita por el francés Anselme Desmarest, escribió en 1802: “He practicado muchas diligencias e impendido varios pesos por pillarle, y no pudiéndolo conseguir, lo encargué al amigo Noseda, que consiguió un individuo cerca de su pueblo”. Azara describió también entonces la ausencia de estuche en la cola y sus uñas “notablemente mayores” que las de los armadillos más pequeños.

En Uruguay se lo citó por primera vez en 1966, pero desde entonces las pruebas de su presencia han sido muy escasas. Incluso Federico Achaval y Alfredo Ximénez, los autores del primer artículo que consignaba la presencia de la especie en el país, reconocían haber viajado por Uruguay durante 12 años en busca del tatú de rabo molle sin poder verlo u obtener ejemplares de la especie. Les habría venido bien tener un “amigo Noseda”, como Azara.

En 2010, cuando Enrique González y Juan Andrés Martínez-Lanfranco publicaron el libro Mamíferos de Uruguay, el tatú de rabo molle contaba con solo cinco localidades de registro en el país, todas sobre la Cuchilla Grande, al sur del Río Negro. “Realmente esa distribución llamaba la atención en nuestra fauna, porque hay una serie de animales que están en el norte y no en el sur, por ejemplo, pero que se distribuya solamente en la Cuchilla Grande era algo extraño”, cuenta Enrique.

Convencido de que eso no se ajustaba a la realidad, Enrique impulsó el Proyecto Rabomol para obtener más datos de una especie tan esquiva que estaba pasando debajo del radar de los investigadores más tenaces del país. El proyecto, llevado a cabo durante 2021 y 2022 por el MNHN en conjunto con la Asociación Civil Agüita (con sede en Tacuarembó), contó con una gran ventaja: todo el conocimiento del agrónomo Andrés Berrutti, cuyas conexiones y capacidad de comunicación con la gente de campo brindaron varias pistas sobre evidencias del tatú de rabo molle en Uruguay.

Los investigadores, que se centraron en Tacuarembó, Rivera y parte de Artigas, usaron el método “bola de nieve”, que consiste en conseguir contactos con información sobre un tema en particular y ampliar el círculo solicitando a su vez a estos contactos los datos de otros informantes confiables y así sucesivamente, hasta alcanzar los resultados esperados. En este caso, significaba hablar con personas que vieron o cazaron algún tatú de rabo molle o que supieran de alguien que lo hubiera hecho (y que en lo posible guardara alguna parte del animal).

Hicieron cuatro salidas de campo de tres días cada una, dos de ellas acompañadas del biólogo argentino Agustín Abba, una de las tres personas que coordinan el grupo de especialistas en xenartros de la UICN. Preguntando y repreguntando, tocando puertas -no siempre con éxito- y recorriendo cientos de kilómetros en busca de algunas pistas, obtuvieron 10 caparazones de tatú de rabo molle más una uña, totalizando 11 registros y obteniendo así las primeras evidencias materiales de la especie para la Cuchilla de Haedo, en el norte del país.

“El proyecto fue todo un éxito. Nos permitió duplicar la cantidad de registros de la especie existentes en colecciones nacionales y sus resultados serán parte de dos trabajos distintos: uno sobre las nuevas localidades reportadas y otro sobre la metodología”, explica Enrique. Sirvió también para sacar algunas conclusiones interesantes sobre comportamiento y preferencias de hábitat del animal y, de paso, separar mito de realidad.

Tatú de rabo molle en Minas, 2022.
Foto Enrique González

Tatú de rabo molle en Minas, 2022. Foto Enrique González

Tatú de rabo molle, el octavo pasajero

La mayoría de los uruguayos tiene un conocimiento poco profundo de la fauna autóctona, algo que no se limita a quienes viven en zonas urbanas. Eso explica que medios de varias zonas del país informaran en 2011 que un productor rural duraznense mató un tatú carreta, cuando se trataba en realidad de un tatú de rabo molle, o que algunas de las personas contactadas por el Proyecto Rabomol confundieran a esta especie con peludos o tatúes.

También hay un poco de folclore mezclado con realidad. Uno de los cazadores consultados por el proyecto, por ejemplo, creía que cuando el tatú tiene una camada de ocho crías del mismo sexo, “muy raramente se da que el octavo sale tatú de rabo molle”, en una suerte de leyenda del lobizón en clave de armadillo. No erraba sin embargo al decir que el tatú común tiene solo crías del mismo sexo. Es una especie poliembriónica, en la que se desarrollan varios embriones a partir de un solo cigoto; por lo tanto, tiene camadas de crías exclusivamente de machos o de hembras, genéticamente iguales (lo mismo que ocurre entre humanos cuando nacen gemelos).

Pero los resultados obtenidos por los investigadores mostraron también que había creencias sobre el tatú de rabo molle un poco más fundamentadas. “La gente nos decía, y yo me resistía a creerlo, que este es un bicho de la arena. Yo tenía un prejuicio al respecto porque conocía los registros de la Cuchilla Grande, que no es particularmente arenosa”, cuenta Enrique.

Los nuevos registros obtenidos corresponden a zonas de Tacuarembó y Rivera donde efectivamente hay areniscas. “Es muy probable que el animal elija suelos en donde pueda hacer agujeros rápidamente para refugiarse, así que esta es una conclusión ecológica que surge de la conversación con muchos paisanos y que vale la pena estudiar. Es interesante porque nos permite realizar ciertas predicciones de hábitat si nos interesa buscar a la especie. También parece ser un animal de zonas serranas, que es lo que vemos tanto en la Cuchilla Grande como en la de Haedo”, agrega.

“Los paisanos también decían que es una especie lenta”, cuenta Enrique, una característica muy distinta a la de sus movedizos parientes menores y que nos obliga a retomar esta historia en Minas.

¿Qué hay de nuevo, viejo?

Para Enrique, la aparición de este tatú de rabo molle en Minas, vivo y listo para estudiar, representó una de esas oportunidades que llegan cada varias décadas. “Hablamos de un animal que, que yo sepa, ningún zoólogo de nuestro país vio vivo jamás, y que fue citado sólo en base a algunos caparazones. Mucha gente de campo, habiendo cazado toda la vida, lo ha visto una vez o nunca. Es el equivalente de algún extraño pangolín o equidna en otro continente, una cosa verdaderamente rara, de una escasez excepcional”, explica.

Los dos registros recientes en Minas -con el ejemplar de la comisaría reportado en marzo de 2021- imponían hacerse la pregunta de si se trataría del mismo animal que de alguna manera se había aquerenciado con la capital minuana. Aunque esa parecía una hipótesis razonable, el análisis de los escudetes cefálicos de los dos animales -algo así como su cédula de identidad- le permitió concluir a Enrique de que se trataba de dos individuos distintos. En los armadillos, y en particular en el de rabo molle, las placas óseas de los escudetes que protegen sus cabezas tienen una configuración única que permite identificarlos, como ocurrió en este caso al analizar las fotografías de ambos ejemplares.

Tras esta verificación, la primera idea de Enrique fue pedir autorización para trasladar el ejemplar al zoológico de Villa Dolores y mantenerlo allí algunas semanas, con el objetivo de estudiarlo y filmarlo bien. Pasado ese tiempo, pensaba liberarlo en el marco de alguna actividad educativa y sensibilizadora con participación de niños, pero cambió de opinión atendiendo a una sugerencia del guardaparques.

“Él prefirió liberarlo y yo estuve de acuerdo en función del estado de salud del animal, que tenía algunas lastimaduras no muy importantes en el lomo y que además estaba flaco. No es lo mismo darle unas termitas en cautiverio a que el animal esté alimentándose libremente”, explica.

Aun así, tuvo tiempo para una sesión privada de dos horas con el tatú. Lo revisó en busca de ectoparásitos (no tenía), le sacó una muestra de tejido para hacer un análisis de ADN y lo filmó un rato para analizar su comportamiento. “Es un animal que camina. No trota ni corre, es parecido en eso a los equidnas”, dice Enrique, comparándolo una vez más con esos otros comedores de hormigas que viven en las islas australianas, que tienen un aspecto similar a un erizo y son los únicos mamíferos -junto a los ornitorrincos- que ponen huevos (también tienen un pene de cuatro puntas, pero no es momento de profundizar en su intimidad).

Según Enrique, queda claro que el tatú de rabo molle no depende de su velocidad para escapar de sus depredadores, pero sí de su talento para fabricar cuevas y permanecer en ellas. De hecho, durante el rato en que lo estuvo observando el animal intentó guarecerse en cada madriguera que encontró. Fue eso, la pulsión del tatú por buscar refugio, lo que lo convenció de que estaba bien liberarlo en el monte en pleno día.

Además de la información valiosa que recabó sobre esta especie “extremadamente rara” en Uruguay, se quedó con la emoción de haber visto un animal que buscaba desde hace más de 30 años. “Recorrí los 19 departamentos del país. He acampado en los lugares más agrestes del Uruguay y anduve atrás de bichos de día y de noche. Supongo que con esa estadística lo más probable es que no vuelva a ver otro en mi vida”, apunta Enrique, que en estas tres últimas décadas probablemente no pensó en la posibilidad de acampar en la rambla de Minas sobre el arroyo San Francisco.

“Más allá de la filmación del tatú de rabo molle, de las primeras que se obtienen en el país, lo que me queda es la emoción del encuentro, esa cosa fantástica de ver al animal adelante tuyo, el saberse frente a un bicho de una rareza excepcional. Acá solemos minimizar este tipo de cosas, pero es el equivalente de hallar un pangolín rarísimo que hace un montón no se encuentra y que nunca vio ningún investigador”, prosigue.

A la suerte de haber encontrado un tatú de rabo molle hay que sumarle la de su supervivencia. Este ejemplar se las ingenió para escapar de los perros y también de la parrilla de algún vecino, antes de ser devuelto a su hábitat gracias a la intervención de guardaparques e investigadores. Es deseable, sin embargo, que el futuro de una especie rara y amenazada en el país no dependa solo de algunas acciones aisladas y los caprichos de la buena fortuna.