Lo que se espera de científicas y científicos es que hagan buena ciencia. Pero en un mundo en el que comunicar es casi un imperativo, hay una especie de creciente presión por que también cuenten la ciencia que hacen.

A modo de ejemplo, hace ya unos cuantos años que los fondos para investigación Clemente Estable y María Viñas, de la Agencia Nacional de Investigación e Innovación, obligan a las investigadoras e investigadores que los obtienen a dedicar un porcentaje del monto recibido a comunicar lo que hacen en sus proyectos. La idea no está mal, ya que al tratarse de fondos públicos, contar a la sociedad lo que se hace con ellos es sano y deseable. El asunto es que por un lado los montos para investigación de ambos fondos son bastante pequeños –unos U$S 30.000 para dos años– por lo que la comunicación, que debiera ser un plus o un agregado, se hace a costa de dinero que se precisa para la propia investigación. Por otro lado, en su formación como investigadores e investigadoras, la comunicación no es un aspecto muy abordado. Entonces hay quienes lo disfrutan y quienes lo viven como una obligación que no tienen más remedio que encarar. Algunos recurren a otros profesionales con experiencia en el área –realizadores audiovisuales, diseñadores, etc.– mientras que otros lo asumen como un desafío personal que les lleva a aventurarse en terrenos inexplorados.

Que no se malinterprete: a casi todas las investigadoras e investigadores les apasiona hablar de lo que hacen. El asunto es a quiénes, de qué manera y cuándo. En el último segmento de este ajetreado diciembre de 2022, dos estupendos libros dedicados al público infantil y juvenil nos muestran lo valioso que es que nuestras científicas y científicos nos cuenten sobre los temas que investigan. Asomémonos entonces a estos dos libros ideales para niñas, niños y adolescentes curiosos o para aparecer sobre un par de calzado el próximo seis de enero.

La megafauna que cobra vida

Megafauna 3D, un libro de huesos, es un maravilloso trabajo sobre los mamíferos de gran tamaño que vivieron en nuestro país, y en otras partes de América, hasta hace unos once mil años. Toxodontes, tigres dientes de sable, macrauquenias, perezosos gigantes, gliptodontes, caballos, osos, mastodontes, entre otros, se pasearon por estar tierras hasta que el Pleistoceno llegó a su fin. A ese ensamble de mamíferos de gran tamaño se lo conoce como la megafauna americana, que dependiendo de criterio utilizado puede abarcar a animales de más de 40 kilos o de más de 1.000.

Independientemente del criterio de peso empleado, esos animales ya no se pasean por nuestro territorio y sólo podemos hacernos una idea de cómo fueron y de cómo vivían la mayoría de las veces a través de los huesos fosilizados que esporádicamente se dejan encontrar. Cuando esos huesos y otros fósiles caen en manos de paleontólogos y paleontólogas, estos animales pueden cobrar vida, al menos en nuestra cabeza. Y justamente, este libro es consecuencia del trabajo de décadas trayendo a la vida fósiles del Laboratorio de Paleobiología de la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República (Udelar), liderado por el paleontólogo Richard Fariña, que en las últimas décadas viene estudiando los fósiles del sitio Arroyo del Vizcaíno, cerca de Sauce, en Canelones, donde han aparecido, entre otros, gran cantidad de fósiles de varias especies de perezosos gigantes.

Foto del artículo 'Megafauna 3D y Abejas del Uruguay, dos libros para incentivar la curiosidad infantil y juvenil realizados por investigadoras e investigadores'

Sin embargo, Megafauna 3D, un libro de huesos, está escrito a varias manos. En los textos participaron los paleontólogos Luciano Varela, Sebastián Tambusso, Mariana Di Giacomo y el propio Fariña, además del polifacético Martín Batallés, diseñador, dibujante y fotógrafo, museólogo y amante de la paleontología y de los libros de divulgación. Pero no están solos: como parte del proyecto Megafauna 3D, que comenzó hace años con la idea de hacer imágenes en tres dimensiones de los fósiles del Arroyo del Vizcaíno y que rápidamente creció hasta ser una plataforma online, en el libro también participan la diseñadora, fotógrafa y programadora web Gabriela Costoya, y Mauro Muyano y Facundo Gómez en ilustraciones 3d y rendereados. Ah, porque el libro contiene realidad aumentada: gracias a códigos QR y dependiendo del celular que uno tenga, vamos a poder ver los fósiles en tercera dimensión así como recreaciones de cómo se habrían visto algunos de los mamíferos de la megafauna de nuestro país.

Con un lenguaje ameno y entretenido, y con gráficos y un diseño que deleitan la vista, el libro es una vibrante introducción a la paleontología que puede ser disfrutada tanto por niñas y niños como por adolescentes y personas adultas. Conoceremos cómo se forman los fósiles, por qué son tan escasos y veremos que no sólo se trata de huesos, sino también de pisadas, caca y otros rastros de la actividad de los seres vivos. Nos fascinaremos con fósiles enormes como los cráneos o los huesos largos de las extremidades, y veremos fósiles diminutos de los huesecillos del oído. Cada uno, sin importar su tamaño, puede ser una pista que nos ayude a entender un poco más sobre seres que ya no están.

El libro no trata sólo de los fósiles del sitio Arroyo del Vizcaíno. Claro que siendo el perezoso gigante Lestodon armatus el animal más abundante en ese yacimiento, es uno de sus grandes protagonistas y es, en cierta medida, el responsable del peludo arte de tapa. Pero también estelarizan varias páginas los gliptodontes con sus corazas formadas por plaquetas. Hay carnívoros como el tigre diente de sable (en el libro aparece una de las dos especies reportadas para el país, Smilodon populator) o el oso de cara corta (Arctotherium tarijense), herbívoros extraños como el toxodonte (Toxodon platensis) o la macrauquenia (Macrauchenia patachonica) y colosos fuera de serie como el mastodonte (Notiomastodon platensis), pariente de los elefantes.

Siendo un libro sobre fósiles de animales que ya no existen –porque hay fósiles también de animales que siguen estando entre nosotros, por ejemplo de carpinchos, pumas, jaguares y un largo etcétera– se habla también de la extinción. ¿Por qué se extinguió la megafauna? Aún no lo sabemos con certeza, aunque se piensa que fue la conjunción de factores climáticos –al terminar el Pleistoceno culminan las grandes glaciaciones que están detrás de que llamemos a ese período “la era de hielo”– con la irrupción de un nuevo animal en el continente –el todo terreno Homo sapiens–. En este punto en particular, el libro, si bien refleja la visión del grupo de investigación, es también cuidadoso y deja abierta la puerta a nuevas evidencias sobre el papel del ser humano tanto en la extinción de estos animales como sobre el tiempo en que llegaron a Sudamérica.

Vale la pena repasarlo: Richard Fariña y otros integrantes de su equipo han reportado que algunos fósiles encontrados en el Arroyo de Vizcaíno, que tienen una antigüedad que ronda los 30.000 años, presentan marcas que a su entender habrían sido generadas por artefactos humanos. En otras palabras, de acuerdo a lo que proponen, hace 30.000 años los humanos ya andaban por este rincón de continente y usaban herramientas de piedra para carnear a los enormes lestodontes, que llegaban a pesar unas cuatro toneladas. El asunto es controvertido, porque para muchos otros investigadores, los humanos habrían colonizado Sudamérica luego de haber ingresado a América del Norte cruzando el estrecho de Bering hace no más de 18.000 años.

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En el libro, entonces, al pasar hablan de otros sitios que proponen un poblamiento humano del continente más antiguo que el aceptado por la mayoría de la comunidad de paleontólogos, arqueólogos y antropólogos, por ejemplo, el sitio Pilacuco en Chile o Arroyo Seco en Argentina, que generan controversia y acalorados debates. Pero son cautos: los nombran como “sitios con posible presencia humana”. O incluso en un pie de foto de un hueso con marcas del Arroyo Vizcaíno, pese a que Fariña y los suyos están genuinamente convencidos de que esas marcas sí fueron hechas por humanos, se permiten poner “En varios sitios de América se han encontrado huesos con marcas que podrían haber sido hechas por herramientas de piedra. ¿Serán estas las marcas que dejaron los humanos al cazar a los enormes mamíferos del pasado?”. O como ponen en el breve texto que explica quién es cada uno de los autores de libro, en el caso de Fariña señalan que “terminó siendo paleontólogo, con ínfulas de contracorriente como en el caso del perezoso omnívoro o las marcas de origen humano en los huesos de la megafauna”.

La controversia no es mala, al contrario, es parte de la ciencia. De hecho, a los pocos días que el libro Megafauna 3D salía a la calle, se publicaba en la revista científica Paleoamérica tanto un artículo que desestima el origen humano de esas marcas como dos artículos contestando a las críticas y objeciones realizadas, uno de ellos firmado por varios de los autores del libro. La discusión científica prosigue y es bienvenida, pero en el libro no se da nada por resuelto. Es que la ciencia es un sitio en construcción permanente. Y para que esa construcción prosiga, nada mejor que atraer a más gente al tema. Megafauna 3D, un libro de huesos es excelente en ese sentido: no habrá niña ni niño, ni adolescente o incluso personas adultas, que no encuentren en él algo fascinante que no conocían sobre la paleontología y la fauna del pasado de nuestro país. Si los fósiles permiten que los animales vuelvan a la vida, este libro ayuda a que siga viva la pasión por encontrarlos, estudiarlos y dejar que cuenten sus secretos.

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Las abejas que polinizan el país

Así como Megafauna 3D es un libro que se materializa gracias al empuje de un grupo de investigadores y artistas allegados (que contaron con el apoyo del Fondo Concursable para la Cultura del Ministerio de Educación y Cultura de 2019), Abejas del Uruguay surge también a impulso de cinco investigadoras que trabajan con insectos polinizadores. A diferencia del libro sobre paleontología, en este caso las investigadoras trabajan en distintos centros de investigación.

Es así que Belén Branchiccela, del Instituto Nacional de Investigaciones Agropecuarias (INIA) y del Instituto de Investigaciones Biológicas Clemente Estable (IIBCE), Estela Santos y Sheena Salvarrey, de Facultad de Ciencias de la Udelar, Karina Antúnez del IIBCE y Natalia Arbulo, del Centro Universitario Regional Este de la Udelar, decidieron embarcarse en la creación de un libro sobre abejas para niñas y niños. El tema estaba claro: como dice Belén, trataría sobre abejas porque querían compartir su pasión por estos animales. La decisión de que estuviera dedicado a niñas y niños se basaba en dos motivos. Por un lado porque considerar que para lograr “los cambios medulares” necesarios en la sociedad, como en este caso, el de respetar el papel de los polinizadores, es central “poner las energías en los niños”. Y por otro porque como dice también Belén, “a la hora de pensar en la divulgación de ciencia, el trabajo con chiquilines es lo más gratificante”. Juntando ambas cosas es que hoy podemos hablar del primer y único libro que habla sobre abejas nativas para el público general.

Si bien el libro se llama Abejas del Uruguay, el Mucho más que miel que lo antecede en la portada es extremadamente revelador: no se trata sólo de un libro en el que conoceremos más sobre estos animales y los beneficios que traen, que van mucho más allá que la producción de la deliciosa miel, sino en un material que niñas y niños podrán colorear, realizar pasatiempos relacionados con la temática y en el que aprenderán jugando.

Sabremos entonces que en el mundo hay más de 20.000 especies de abejas de las que apenas un puñado son usadas para producir miel. La más usada para obtener miel son las abejas de la especie Apis mellifera, que no son nativas de nuestro país y que fueron introducidas para tal fin. Por eso, a la hora de pensar en los problemas que enfrentan los polinizadores, mal haríamos en pensar sólo en las abejas productoras de miel. Hoy en día sabemos que hay 97 especies de abejas nativas en nuestro país, cifra que seguro aumentará en la medida que estas investigadoras y sus colegas las sigan estudiando. Todas estas abejas cumplen un rol en los ecosistemas donde viven, polinizando a varias plantas y también a cultivos.

Tras conocer sobre anatomía de las abejas y avispas –la mejor forma de diferenciar una de otras es la estrecha “cintura” de las avispas y sus patas delgadas que no tienen estructuras para guardar polen– e interiorizarnos en su dieta de polen y néctar, habiendo ya coloreado y realizado algunas actividades, pasamos luego a ver algunas de las especies de abejas nativas más comunes. Y entones cobran vida las estupendas ilustraciones de Elis Montagne y María Leguizamón, ilustradoras, diseñadoras y diagramadoras del libro. Veremos abejorros de las dos especies nativas de Uruguay (Bombus bellicosus y Bombus pauloensis), nos asombraremos con los mangangás, también llamados abejas caripinteras (del género Xylocopa). ¡Y tanto abejorros como mangangás son abejas!

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Pero hay más. Tenemos abejas de un verde intenso que si no les prestás atención podrías confundir con una mosca. Se trata de las abejas metalizadas como Augochlora amphitrite, cuyos nidos son galerías subterráneas en lugar de panales. Otras utilizan las hojas de árboles y plantas para hacer sus nidos y por eso se las conoce como abejas cortadoras de hojas. O también podemos apreciar a la única abeja nativa que produce y almacena miel, la abeja sin aguijón Tetragonisca fiebrigi, que vive en el norte del país. Ahí afuera hay un mundo al que muchas veces no prestamos atención. Cualquiera que tenga Mucho más que miel, abejas del Uruguay en sus manos seguro sentirá unas ganas irrefrenables de pasearse por un jardín, pastizal o monte a ver si, tras la lectura, descubre algunas de las abejas nativas que antes tomaba por abejas melíferas o hasta por moscas.

“Este libro fue generado aspirando a que en clase y en los hogares podamos valorar a estos animales y pensar en cómo les afecta lo que hacemos” dicen en la reflexión que cierra el libro. Entonces señalan que es importante pensar “en las consecuencias que pueden tener los monocultivos en la nutrición de las abejas” y en que tengan lugares “para nidificar”. En que prestemos atención en la “aplicación sostenida e indiscriminada de insecticidas” y en la amenaza que puede implicar el cambio climático. “Este libro fue concebido con la esperanza de que podamos modificar estos comportamientos cotidianos que afectan negativamente a las abejas”, sostienen. Y el primer objetivo en esa dirección está ampliamente cumplido: es difícil conservar lo que no se conoce. Y Abejas del Uruguay es una maravillosa, entretenida y apasionada forma de que nuestras niñas y niños conozcan a las abejas. Tal vez ellas y ellos logren lo que nosotros no hemos podido alcanzar. No es escusa, pero ninguno de nosotros, los adultos de este Uruguay que vive del agro, crecimos teniendo a mano un libro sobre nuestras polinizadoras nativas.

En librerías y por mail

Megafauna 3D, un libro sobre huesos se encuentra en las librerías de plaza. En la web del proyecto aguardan más datos, curiosidades y gratos momentos con fósiles y quienes los estudian.

Mucho más que miel. Abejas de Uruguay, en cambio, no está en librerías. Escribiendo a [email protected] pueden ponerse en contacto con las autoras y solicitar tanto una versión en PDF gratuita como a una versión impresa, que en el caso de maestras, educadores, se le envía de forma también gratuita. En el caso de que queramos obsequiarle el libro a un pequeño o pequeña, se nos pedirá una colaboración que permitirá imprimir más libros que serán obsequiados a escuelas públicas.

Tanto Megafauna 3D como Abejas del Uruguay son dos brillantes ejemplos de libros pensados por investigadoras e investigadores que generan conocimiento relevante para nuestro país. En ambos casos, se supieron rodear de artistas, diseñadores e ilustradores que, a su manera, pusieron su talento para que cada uno de los libros sean sumamente disfrutables tanto para el ojo como para las neuronas. Nuestros científicos y científicas no tienen por qué ser grandes comunicadores. Pero en este caso, se mandaron dos librazos que muestran que bien haríamos en reservarle también un lugar a nuestra ciencia en las bibliotecas de nuestros hogares e instituciones educativas.