En octubre de 2020, un buzo que se encontraba en plena sesión de pesca submarina en José Ignacio creyó escuchar el ronquido o tableteo de una corvina. La descripción puede resultar surrealista a quienes no han nadado cerca de una corvina ni se la imaginan roncando, pero este tipo de peces se caracterizan por emitir un sonido o canto fuerte y gutural con sus dientes faríngeos, ubicados en mandíbulas internas al mejor estilo de Alien.
Siguiendo ese sonido, el buzo descendió a una cueva, la iluminó y vio el reflejo del pez contra las piedras. Apuntó bien, disparó con su arpón, acertó y volvió a la superficie feliz con su corvina. O lo que pensaba que era una corvina.
Ya en el bote, él y sus compañeros examinaron la captura y se dieron cuenta de que definitivamente no era una corvina, por convincente que hubiera parecido su ronquido. De hecho, se trataba de un pez muy extraño, que no pudieron reconocer pese a sus años de experiencia pescando bajo el agua.
Le tomaron una foto y la compartieron con otros pescadores submarinos, sin que ninguno lograra determinar la especie. La imagen llegó finalmente al buzo Daniel Chañ, quien decidió enviarla a un amigo con la esperanza de que pudiera darles alguna pista más sobre su identidad: el biólogo marino Martín Laporta, que trabaja en la Dirección Nacional de Recursos Acuáticos (Dinara) en la base de La Paloma. Descubrieron entonces que tenían motivos de sobra para sentirse extrañados ante la aparición de aquel pez. No debía estar allí, al menos de acuerdo a la información científica disponible hasta ese momento. Con suerte, tendría que aparecer unos 700 kilómetros más al norte.
Laporta supo al instante de qué pez se trataba. No porque tuviera un conocimiento perfecto de todas las especies que forman parte de nuestra subestudiada ictiofauna marina, sino porque junto a varios colegas estaba terminando de escribir un artículo científico sobre ese mismo animal, que recogía una serie de hallazgos parecidos que habían dejado igualmente perplejos a otros pescadores experimentados de aguas uruguayas. Para Laporta, el registro producido en José Ignacio venía simplemente a reafirmar lo que ya deducía con base en la evidencia creciente: ese extraño visitante no era una casualidad o una anomalía, sino que había llegado a nuestras aguas para quedarse.
El protagonista de la historia y de su artículo es el corocoro (Orthopristis ruber), una especie abundante en aguas tropicales y subtropicales de Brasil, asociada a costas y estuarios. Mide cerca de 30 centímetros y presenta algunas características propias dentro de las siete especies del género Orthopristis. Por ejemplo, una mancha circular detrás del opérculo (la aleta que recubre las branquias), un bandeado lateral de franjas gruesas y finas, y unas pintitas amarillas en el vientre.
Laporta recuerda bien en qué momento decidieron comenzar a investigar la presencia inédita de este pez en nuestras aguas. Fue gracias a las artes de pesca de uno de los coautores del trabajo, Alfonso Pereyra, estudiante de la Licenciatura en Gestión Ambiental de la sede Rocha del Centro Universitario Regional Este (CURE-UdelaR), aunque es momento de confesar que se comió la evidencia.
Yo soy uno de los ocho
Que Pereyra se haya comido al corocoro que pescó casualmente no tiene nada de extraño (en Brasil, por ejemplo, es un pez bastante consumido). El ejemplar no quedó guardado para la ciencia, pero Pereyra se lleva los méritos de haber sido quien inició la investigación que dio pie al trabajo posterior. Fotografió al ejemplar inmediatamente después de sacarlo del agua (luego pierde la coloración distintiva y la identificación se hace más ardua) y comenzó las consultas que determinaron la identificación de la especie.
Gracias a eso, se pudo corroborar que otros registros fotográficos anteriores, al comienzo dudosos o poco claros, correspondían a la misma especie. “Fue entonces cuando empezamos a tratar de colectar algún ejemplar para revisarlo con detalle”, explica Laporta.
Para ello fue fundamental el programa de monitoreo de pesca recreativa que lleva a cabo la Dinara desde 2015, con el propósito de colectar datos científicos de las capturas y proporcionar una base para el manejo y regulación de este tipo de pesca. Es un programa participativo en el que pescadores aficionados aportan información voluntaria sobre sus capturas o hallazgos, pero que también se nutre de información obtenida en muestreos biológicos, en redes sociales o mediante contactos entre científicos y pescadores.
“Los pescadores ya saben que es importante guardar el ejemplar de cualquier pez raro para mandarlo a revisar”, dice Laporta. Y eso es exactamente lo que ocurrió en este caso. En un seguimiento que abarcó un lapso de dos años, dos pescadores pudieron aportar ejemplares de corocoro, ingresados luego a la colección del Museo Nacional de Historia Natural (MNHN), ubicado en Montevideo.
“Esos ejemplares nos dieron el puntapié para confirmar que lo que estábamos viendo en otras fotos era la misma especie”, apunta el biólogo. En total, el trabajo aporta ocho registros de corocoro obtenidos en costas uruguayas entre 2018 y 2020. Analizando los lugares donde se produjeron los hallazgos, queda claro que el corocoro actúa igual que cualquier turista brasileño que hace el recorrido esencial por nuestras costas: Punta del Diablo, Cabo Polonio, Barra de Valizas, La Paloma, José Ignacio y Piriápolis. En este caso, sin embargo, se trata de un turista que decidió quedarse.
En su análisis, los investigadores concluyen que el rango de distribución de la especie realmente está expandiéndose a otras latitudes y asentándose en nuestras aguas. Varios factores apuntan en esta dirección. Por ejemplo: el hallazgo en nuestras costas tanto de juveniles como de adultos; el número alto –y en años consecutivos– de registros; los testimonios de varios pescadores que aseguran haber capturado a esta misma especie en años anteriores; la extensión de su distribución en la costa uruguaya (unos 150 kilómetros); el tiempo que transcurrió entre los registros más australes de Brasil y su aparición en Uruguay (14 años); y, último pero no menos importante, un aumento de las anomalías positivas de la temperatura superficial del mar –en cantidad, duración e intensidad– observadas en los últimos diez años en nuestras costas.
El corocoro no está solo. No es un intrépido visitante de aguas tropicales sino más bien un síntoma de los cambios que se están produciendo en el planeta y en esta región en particular. No es el único que está experimentando sus primeros registros en nuestras aguas: Laporta y sus colegas trabajan en varias investigaciones con otros animales como protagonistas, heraldos involuntarios de una nueva era con impactos difíciles de predecir en nuestra biodiversidad.
Nadaremos, nadaremos, en el mar, el mar, el mar
El 22 de julio de 2017, el pescador artesanal Jorge Luis Bentancor caminaba por la costa de Playa Hermosa (Maldonado) cuando vio un hermoso pez varado en la arena que le hizo acordar a Dory, el pececito con problemas de memoria de Buscando a Nemo. Le sacó una foto y la envió a algunos conocidos.
La imagen llegó al teléfono del investigador y docente del CURE Fabrizio Scarabino, uno de los coautores del trabajo sobre el corocoro. Scarabino se dio cuenta de lo inusual del hallazgo, se contactó con el pescador y le pidió que por favor volviera a la playa y recogiera el ejemplar. Como Bentancor es alguien con buena voluntad e interés en la fauna, así lo hizo, permitiendo de esa forma que se validara el primer registro del pez ángel francés (Pomacanthus paru) en Uruguay. No era Dory (que es en realidad un pez cirujano azul, Paracanthurus hepatus) pero estaba tan completamente fuera de ambiente en nuestras aguas como ella.
“El límite sur de su distribución es Santa Catarina, en Brasil, y terminó en julio en Playa Hermosa. Probablemente llegó ahí por la permanencia prolongada de aguas cálidas en la costa durante el verano-otoño y salió varado en el invierno a causa del enfriamiento del agua”, sostiene Laporta. Tampoco fue una casualidad en este caso, ya que pocos días después del registro de Playa Hermosa una pescadora artesanal encontró otro ejemplar varado en la Playa de la Calavera de Cabo Polonio, y recientemente, en junio de 2020, hubo otro registro en la Playa de los Botes en La Paloma.
Lo mismo ha ocurrido con muchas otras especies actualmente bajo la lupa de estos investigadores. En diciembre de 2021 presentaron en el VI Congreso Uruguayo de Zoología una revisión del monitoreo participativo de pesquerías artesanales y recreativas que realiza la Dinara. Registraron 16 especies de ocurrencia inusual en nuestras costas y dos que hasta ahora no se habían reportado: la mojarra de estero (Diapterus rhombeus) y la corvinata cambucú (Cynoscion virescens), pez de más de un metro de largo cuya distribución conocida va desde Nicaragua a Santos (Brasil).
Tienen además otros trabajos en pleno proceso de elaboración con especies que aún no fueron citadas para nuestras aguas. Entre ellos, hay pargos, camarones y morenas. Detrás de la mayoría de estas apariciones hay un patrón que se repite.
Calientita, calientita, calientita
En el trabajo sobre el corocoro, Laporta y sus colegas destacan el sistemático incremento de las temperaturas en la superficie del océano Atlántico suroccidental, registrado en las últimas tres décadas. Estas anomalías han sido detectadas en la costa uruguaya desde 1997, y en los últimos diez años han tenido una mayor intensidad y duración.
“Estos hechos implicaron la ocurrencia de especies marinas con distribución tropical y subtropical, asociadas a una extendida presencia de aguas cálidas y subtropicales derivadas de la Corriente del Brasil a lo largo de la plataforma continental uruguaya”, explican, para aclarar luego que todos los registros del corocoro en nuestras aguas costeras se produjeron en meses y años con anomalías positivas de temperatura para esta región del Atlántico suroccidental.
Que los efectos del calentamiento global se están haciendo sentir en nuestras costas ya es sabido. El reportaje del periódico estadounidense The Washington Post que ganó el premio Pulitzer 2020 (en la categoría Explanatory Reporting), retrató algunos de los daños que el calentamiento de los océanos está provocando a pescadores rochenses y sus familias, tal cual muestra también el trabajo que el biólogo Omar Defeo realiza desde la década de los 80. Es que justamente uno de los “puntos calientes” del planeta, donde el aumento de la temperatura del mar es mayor que el promedio del aumento de la temperatura en los mares a nivel global, está frente a nuestras costas.
“La permanencia de aguas cálidas con influencia de la Corriente de Brasil durante un tiempo más prolongado que lo que ocurría años atrás está incidiendo cada vez más en nuestras aguas. Va acompañada no sólo de la aparición de especies nuevas de peces para estas latitudes, sino también de otros invertebrados, de aves, mamíferos y tortugas marinas”, señala Laporta.
Los cambios provocados por el calentamiento global –en la temperatura, salinidad, dinámica de los vientos y otras variables– modificarán probablemente nuestro ensamble de especies. Traerán consecuencias negativas para la supervivencia de algunas (como ha ocurrido con la almeja amarilla) y positivas para otras (como parece ser el caso del tatucito). El efecto dominó es, sin embargo, más difícil de predecir.
“Especies que se encontraban distribuidas en el sur de Brasil, al encontrar condiciones similares en Uruguay, pueden empezar a colonizar algunos ambientes. Allí el tema es ver el impacto que puedan tener por lo que comen o por la competencia que representan para otras especies”, aclara el biólogo.
Para Laporta, es interesante estudiar si esto es lo que está ocurriendo, por ejemplo, con el mero patagónico (Acanthistius patachonicus) y la garopa (Epinephelus marginatus). “Antiguamente la garopa aparecía poco, más que nada en La Coronilla e islotes de Cerro Verde. Hace 30 o 40 años sí se reportaba, sin embargo, mucho mero patagónico. Pero ahora la garopa la encontrás hasta en Punta Colorada, es una de las especies que más se capturan en la pesca submarina, y el mero patagónico está siendo una rareza. Una hipótesis a estudiar es que el mero patagónico quizá se haya distribuido más al sur y hacia aguas más profundas en busca de aguas más frías, dejando un nicho con condiciones óptimas para la garopa debido al calentamiento del mar”, explica.
“Evidentemente hay una serie de cambios que está buenísimo investigar, pero sin dudas lo que va a ocurrir, a medida que el calentamiento global continúe, es la aparición de especies tropicales y subtropicales, ensambles de una nueva vida marina en nuestras aguas”, agrega.
Estos cambios traerán aparejados impactos ecológicos y sociales, señala. “Otro ejemplo interesante a analizar es el de las cubomedusas (aguavivas altamente urticantes). Era poco común antes que a alguien lo picara una cubomedusa en Uruguay, quizá en algunos años con mayores anomalías de temperatura, pero ahora se registran con más frecuencia y en más lugares. La aparición de estos organismos genera otro tipo de impactos, no necesariamente económicos”, aclara.
Por eso, llamó a continuar investigando y sacar “fotos” de sucesivos momentos que permitan armar el puzle y responder las preguntas que nos tendremos que hacer en los próximos años, para saber cómo impactarán estos cambios en nuestra biodiversidad, nuestras pesquerías e incluso en nuestro uso recreativo del mar. Y como en Uruguay los recursos para investigación son mucho menos abundantes que la garopa, Laporta cree que para lograrlo es fundamental seguir fortaleciendo la ciencia ciudadana.
Poder ciudadano
En su trabajo sobre los primeros registros de corocoro en Uruguay, Laporta y los demás investigadores reconocieron desde el comienzo la importancia de la ciencia ciudadana. En lugar de quedarse con los méritos del trabajo basándose en los hallazgos de los pescadores, ya en el mismo título del trabajo reconocen que es la ciencia ciudadana la que está “registrando la cambiante distribución de las especies subtropicales en el Atlántico suroccidental”.
“Recientemente la ciencia ciudadana ha demostrado una contribución muy importante al estudio de las especies raras de peces y de la diversidad marina”, destacan en el resumen. Agregan que, teniendo en cuenta la falta de revisiones profundas y recientes sobre la diversidad de peces óseos marinos en Uruguay (a diferencia de los cartilaginosos, como tiburones y rayas), son necesarios los enfoques “transdisciplinares” e “interinstitucionales”. “En este contexto, la ciencia ciudadana constituye un método poderoso y económico para la detección y monitoreo de especies nativas y no nativas de peces”, acotan.
Para Laporta, que está haciendo su doctorado en la Universidad de Santiago de Compostela (España) en Ciencias del Mar, Tecnología y Manejo de Recursos Pesqueros (Domar) y que recientemente obtuvo una beca de posgrado en el exterior financiada por la Agencia Nacional de Investigación e Innovación (ANII), la alianza con los pescadores es fundamental, tanto con los que se dedican a la pesca artesanal como a la industrial o la recreativa. “En Uruguay la investigación en pesca recreativa a nivel científico está en pañales, pero sin embargo este tipo de pesca es más popular que el fútbol; la practica todo el mundo, desde niños, hombres, mujeres, personas mayores”, dice, soñando con toda esa información que se escapa como si fuera un contratista de fútbol al que se le pasan los jóvenes talentos debajo de la nariz.
“Antes quizá no estaba tan aceptada a nivel científico y muchas veces se perdía el conocimiento, quedaba en registros anecdóticos que jamás se publicaban. Pero en Uruguay, con la carencia que tenemos de recursos para la investigación y el desarrollo de las ciencias del mar, tenemos que poder aprovechar el conocimiento de pescadores y también el de gente que hace muchos años observa la costa. Es una oportunidad que tenemos que aprovechar, porque, si esperamos que venga plata o que venga el súper buque oceanográfico para armar un equipo y salir a investigar todo, puede que no llegue nunca ese momento; y, sin embargo, la vida en el mar sigue”, reflexiona.
Aclara además que la ciencia ciudadana no es necesaria solamente si hay pocos recursos. “Hay que cambiar el paradigma en Uruguay, porque es algo totalmente complementario. Tener a pescadores y gente curiosa que trabaja en el mar día a día con conocimiento adquirido, que puedan transmitirlo y compartirlo, y que luego eso se pueda validar, nos ayuda a buscar explicaciones y respuestas entre todos. En la medida en que construyamos esa confianza mutua entre pescadores y científicos podemos ir armando un lenguaje común, aunque luego eso se plasme en artículos científicos. Con las herramientas que nos da la tecnología hoy esta alianza es vital para conocer nuestras riquezas y nuestra diversidad marina, pero no sólo a nivel de peces sino de muchos otros grupos”, concluye.
Los efectos del cambio climático son evidentes frente a nuestras propias narices –literalmente, si uno está frente a la costa uruguaya– y están cambiando el puzle de nuestros ecosistemas. Como demostró el trabajo de Laporta y sus colegas, tener todas las piezas posibles, hasta las más pequeñas, es importante para hacernos una idea del panorama general en el que estamos. Del actual y del que nos aguarda en el futuro próximo.
Artículo: “Citizen science recording the shifting distribution of subtropical species in the Southwestern Atlantic: the southernmost records of Orthopristis ruber (Haemulidae, Lutjaniformes)”
Publicación: Pan-American Journal of Aquatic Sciences (noviembre 2021)
Autores: Martín Laporta, Graciela Fabiano, Fabrizio Scarabino, Alfonso Pereyra, Santiago Silveira, Irene Machado y Patricia Correa.
Tu aporte
“Si una persona va caminando por la playa y encuentra un pez que le llama la atención o que sabe que es raro, puede hacer su aporte”, aclara Martín Laporta. “Lo ideal es que pueda colectar el ejemplar y luego conservarlo en frío en su casa, algo que puede ayudar a la validación de alguna especie o incluso a que sea ingresada a una colección científica. Pero con sacar una foto y compartirla ya está ayudando”, agrega.
Además de tener la foto, es esencial saber el lugar donde se tomó, la fecha y cualquier otra información asociada que pueda aportar datos a la observación (por ejemplo, la descripción del tiempo o las condiciones del agua). Estos mismos consejos corren para quienes se dedican a la pesca deportiva o recreativa, que generalmente saben detectar especies poco comunes.
Los aportes pueden enviarse a los laboratorios de la Dinara ([email protected]; [email protected]) o al CURE ([email protected]).