Una visita casual a una playa de Punta del Diablo puso a Pablo Limongi en la trayectoria principal de sus estudios científicos. Mientras cursaba la licenciatura en Ciencias Biológicas fue a surfar con un grupo de amigos a El Buzón, cerca de La Viuda, una playa de difícil acceso y a la que no suelen llegar los turistas. El panorama que encontró allí, sin embargo, no parecía salido del paisaje prístino esperable para un lugar tan poco visitado. El sitio estaba lleno de residuos plásticos, pero muy distintos a los desperdicios típicos que uno encuentra comúnmente en costas concurridas y que pueden achacarse al impacto del turismo.

Encontró botellas y envoltorios de origen asiático, carteles de propaganda de las elecciones de Buenos Aires y un sachet de mostaza (todavía con mostaza adentro) de un McDonald’s de Argentina, entre muchos otros objetos que claramente no provenían del entorno sino del mar. Eran residuos alóctonos, originarios de otros países.

Esta situación es común en otras playas de la zona, incluso algunas ubicadas en áreas protegidas y en las que casi no hay edificaciones. La colección de objetos que uno puede fotografiar en un par de kilómetros de costa poco concurrida es inesperadamente heterogénea y puede incluir ruedas, bidones, garrafas, botellas y recipientes de productos del otro lado del mundo.

Aquella experiencia llevó a Limongi a interesarse en el impacto de los plásticos en los sistemas marinos, inquietud que se vería reflejada en buena parte de su línea de trabajo posterior. Junto a la bióloga Carolina Rodríguez, entre otros colegas y amigos, creó luego el colectivo Aulamar, que durante 2014 y 2018 trabajó activamente en educación ambiental con niños y niñas. Con alumnos de Punta del Diablo, por ejemplo, Aulamar llevó a cabo un proyecto de recolección de residuos y monitoreo de microplásticos en las playas con metodología estandarizada.

Entre otros trabajos relacionados, Limongi estudió también la presencia de fibras de plástico en el tracto intestinal de peces de Punta del Diablo y actualmente participa en un proyecto que analiza el consumo de plástico de tiburones sarda y otros predadores tope, realizado en el Centro Universitario Regional del Este (CURE), sede Rocha. Como vemos, está muy familiarizado con el tema y no es una persona que se asombre con facilidad de los impactos de los residuos plásticos en la fauna y ecosistemas marinos. Salvo excepciones.

Life in plastic, ¿es fantastic?

¿Por qué tanta basura plástica se acumula en lugares poco explotados por el hombre, en costas que aún creemos razonablemente libres del impacto turístico? “Podemos tener muchas especulaciones de dónde viene la basura y cómo llega a esos lugares, pero no tenemos certezas o estudios que logren identificarlo con precisión. Es un área de estudio que recién se está desarrollando en nuestro país”, explica Limongi. En el CURE de Maldonado ya hay un grupo dedicado al estudio de este problema y en el de Rocha hay interés por desarrollar un laboratorio para investigarlo.

“Se calcula que 80% de los residuos que llegan al mar son de origen terrestre y 20% marino. La principal ruta de los residuos plásticos hacia el mar son los cursos de agua. Esto no quiere decir que una parte no llegue de la playa o la carretera. Hay lugares en los que evidentemente la gente no tira basura pero que tampoco están cerca de un curso de agua grande que traslade los residuos, y sin embargo aparecen allí. Hay mucho tráfico marítimo y probablemente buena parte de la basura provenga de ahí; uno se encuentra botellas de origen asiático pero que claramente no llegan desde Asia por el agua”, agrega.

Un estudio de Carolina Rodríguez publicado en 2020, que analizó la presencia de los microplásticos y mesoplásticos en las playas de Punta del Diablo, destacó especialmente la cantidad de basura hallada en la playa Fabeiro, que se halla lejos del pueblo y no es muy accesible para visitantes. Encontró allí residuos de Singapur, Francia y Malasia, con una acumulación muy superior a la de playas más concurridas. En la investigación estudió las dinámicas oceánicas y estimó que este fenómeno es favorecido por la orientación de la playa y la corriente, que al quedar enfrentadas propician el amontonamiento de residuos plásticos.

Aunque no siempre podamos trazar la ruta exacta que sigue buena parte de esta basura, la ubicuidad de los plásticos no es una sorpresa para nadie a esta altura. Así como la piedra, el bronce o el hierro definieron en líneas generales tres grandes períodos en la historia de la humanidad, muchos investigadores creen que este material sintético es otra de las marcas del Antropoceno. No hay rincón del planeta al que los plásticos no hayan llegado. Recientemente, un grupo de científicos uruguayos publicó el primer registro de pellets plásticos en playas de la Antártida. Entre 2017 y 2018, otro equipo de investigadores uruguayos halló casi 3.000 piezas de plástico en cuatro muestreos realizados en la Antártida.

Una de plástico y otra de arena

La historia de éxito del plástico es impactante si uno considera el breve período que llevan en la Tierra. El primer plástico completamente sintético fue creado hace poco más de un siglo, pero su uso se hizo masivo y se extendió a todas partes del globo recién luego de la Segunda Guerra Mundial. Aunque sabemos que ya a mediados de los años 60 había plásticos en nuestros océanos, el primer registro científico llegó hace exactamente 50 años, un pestañeo en el tiempo incluso para la brevísima historia de la humanidad.

Calcular cuánto plástico llega a los ecosistemas acuáticos y cuánto aporta cada país es complejo, pero sí tenemos una idea aproximada de su producción y comercialización. El propio Limongi hizo en 2020 un informe sobre microplásticos para la Dirección Nacional de Medio Ambiente (Dinama), en el que estimó que en nuestro país se comercializan cerca de 197.000 toneladas de plásticos. Sabiendo que se trata de números muy genéricos, en su informe se basa en un estudio internacional de 2018 (que estima que a nivel mundial 32% de los plásticos de un solo uso del sector embalaje escapa a los sistemas de recolección de residuos) para deducir que unas 11.356 toneladas podrían estar alcanzando el Río de la Plata y su frente marítimo anualmente.

Pese a su gran interés y experiencia en el tema, el descubrimiento más insólito que hizo Limongi en relación a plásticos y fauna marina no se produjo durante ningún estudio específico de este problema. A veces, simplemente la pelota busca al jugador.

Aro, aro, aro

Mientras realizaba un monitoreo piloto junto a pescadores en La Coronilla, en Rocha, usando redes destinadas a peces más pequeños, Limongi capturó un pejerrey (Odontesthes bonariensis) con una peculiaridad insólita: si bien seguía vivo, estaba atascado en un aro de plástico.

El aro no formaba parte de una red o algún otro artilugio destinado a la pesca, sino que era un plástico de origen terrestre. Más precisamente, se trataba de la tapa de una cinta de teflón de cinco centímetros de diámetro. Una serie extraña de infortunios o casualidades se concatenaron para que el biólogo realizara ese hallazgo curioso.

Primero: un objeto de plástico destinado al rubro de la construcción escapó al sistema de recolección de residuos y fue a parar al océano.

Segundo: de alguna manera, aquel pejerrey logró pasar por el medio del aro y quedó atorado en él.

Tercero: el pez se mantuvo vivo durante todo ese tiempo y el aro quedó en buenas condiciones.

Cuarto: el pejerrey fue pescado por una persona especialmente interesada en registrar el hecho, nada menos que un biólogo especializado en el estudio del impacto del plástico en los ecosistemas marinos.

“Una cosa curiosa que observamos fue que el ancho del animal era mayor al diámetro de la tapa. Aparentemente quedó atrapado en el aro cuando era más chico y creció con él. La zona de su cuerpo donde estaba el plástico se encontraba muy lastimada”, explica Limongi.

Las lesiones se produjeron cerca de la zona urogenital del pejerrey, un área “muy sensible”. “Estaba en un lugar que podía comprometer sus funciones reproductivas y de excreción, aunque no sabemos exactamente cuáles son las consecuencias que le generó”, aclara Limongi.

Como bien cuenta el biólogo, la mayoría de los “enredamientos” de peces registrados en la literatura científica corresponden a “redes fantasmas”, que se pierden en el mar y quedan pescando casualmente en el agua. No existe otra evidencia regional de peces atrapados de esta forma por plásticos de origen terrestre.

En la nota que realizó para registrar el hallazgo, explica que si bien hay un reporte de un pez atrapado en una botella de plástico en el sur de Brasil, este es el “primer registro de un pez marino vivo con signos de crecimiento, atorado en un anillo plástico de origen terrestre”.

“Quizá es más visible o común encontrar una tortuga enredada en bolsas de plástico, pero esto es algo muy gráfico. Que una tapa de teflón haya llegado al mar y generado estas consecuencias en un pez, que además se mantuvo vivo, me pareció algo muy interesante de reportar”, insiste Limongi. Que haya ocurrido en un área protegida refuerza aún más la importancia simbólica del registro.

Estamos hasta La Coronilla

Como quedó claro, ni las áreas más alejadas de la presencia humana están a salvo del plástico. Que un registro así se haya producido en el área protegida Cerro Verde e Islas de La Coronilla, un lugar que uno creería relativamente resguardado de impactos ambientales serios, es menos extraño de lo que parece (por poco deseable que sea).

“El área marina de Cerro Verde e Islas de La Coronilla posee la característica de tener el canal Andreoni. Trabajé dos años como guardavidas allí, al lado del canal, y si bien su aporte de basura no es algo que esté documentado (sí otros impactos negativos al ambiente), de mi observación personal comprobé que cuando hay lluvias grandes la cantidad de residuos que salen de ahí es impresionante. Es un área protegida, pero tiene allí una fuente antrópica fuerte”, dice Limongi.

Como bien aclara, esto no significa que pueda adjudicarse al canal la responsabilidad de este caso en particular, pero esta obra (modificada en épocas de la dictadura para encauzar vertidos contaminantes hacia el mar) sí puede explicar la presencia de algunos plásticos en la zona.

“Una característica de este hallazgo es que está lejos de centros urbanos grandes. En general hay cierto sustento teórico para decir que los lugares cercanos a los centros urbanos son los que presentan una mayor cantidad de residuos”, señala Limongi.

Como bien expresa su trabajo, “en este sentido, que el evento se reporte en un área marina protegida y lejana a los grandes centros urbanos lo vuelve aún más relevante”. El hallazgo de residuos plásticos del rubro construcción es menos raro de lo que querríamos, si volvemos a las cifras del informe del mismo Limongi; se calcula que este sector comercializa cerca de 20.694 toneladas de plástico por año, y “debido a un ineficiente sistema de recolección de residuos, parte de ellos puede escapar y llegar indirectamente a la costa uruguaya”.

En sus conclusiones Limongi sugiere que un esfuerzo más amplio, tanto a la hora de colectar datos como de reportar eventos de “enredamiento” de fauna con plástico, podría ayudar a identificar con más precisión la aplicación de medidas prioritarias de mitigación de este problema.

Arma subletal

Por curioso que haya sido este registro, la polución de plásticos genera a menudo consecuencias mucho más severas que las que padeció este pejerrey. Los plásticos que llegan a los ecosistemas acuáticos pueden tener efectos letales y subletales; los primeros, como queda claro en su nombre, son los que provocan la muerte directamente, pero eso no significa que los segundos carezcan de importancia.

Los efectos subletales, como los sufridos por el pejerrey, no provocan una muerte inmediata pero deterioran la historia de vida de los individuos y pueden reducir su capacidad de alimentarse, defenderse de predadores o incluso reproducirse, comprometiendo en ocasiones la supervivencia de algunas especies amenazadas.

Un caso característico en nuestro país es el de las tortugas verdes, cuyo consumo de nailon se ha convertido en un problema tan o más importante que el de las capturas incidentales en redes. La ingesta de plásticos provoca efectos subletales al minar su capacidad para alimentarse, pero también causa obstrucciones letales. Menos de la mitad de las tortugas que son atendidas en la ONG Karumbé por este problema logran recuperarse.

Las tortugas están lejos de ser las únicas afectadas. Los plásticos provocan serios impactos en mamíferos marinos, aves, peces e incluso pulpos (aunque estos últimos se las han ingeniado en ocasiones para usar la basura humana como refugio o protección).

Hacer un alegato encendido sobre los crímenes del plástico resulta sencillo. Lo complejo, teniendo en cuenta la magnitud del problema y también la esencialidad de este material en muchos aspectos de la vida moderna, es encontrar la solución.

Tal cual repasa Limongi, hay medidas de mitigación obvias y que sin dudas ayudan, como mejorar nuestra eficiencia en el reciclaje y el sistema de recolección de residuos, disminuir el consumo de plásticos de un solo uso, generar políticas que desestimulen el uso de plásticos, desarrollar con fuerza la industria de los plásticos biodegradables o usar otros materiales más amigables con el medioambiente siempre que podamos. Las reducciones drásticas de producción y consumo de nailon provocadas por la llamada ley de bolsas en Uruguay, o la prohibición de sorbitos de plástico en muchas partes del mundo (recientemente también en nuestro país) demuestran que hay paliativos efectivos.

El problema de fondo es de más difícil resolución, porque tiene que ver con el ritmo de consumo de nuestras sociedades (especialmente de los países desarrollados), equivalente a gastar dinero desenfrenadamente usando una tarjeta de crédito que alguien más pagará en el futuro. No sorprenderá a nadie saber que los dos países con más producción de residuos plásticos por persona, según un estudio reciente publicado en Science Advances, son Estados Unidos y Gran Bretaña.

La filosofía predominante del “use y tire”, tan estimulada a partir de la posguerra, es especialmente inconveniente cuando uno está literalmente tirando plásticos. La imagen impactante de un pejerrey que intenta sobrevivir con un aro de plástico en medio del cuerpo es, en este caso, un recordatorio muy gráfico de su impacto en los ecosistemas marinos.

Artículo: “First record of Odontesthes bonariensis (Valenciennes 1835) captured live entangled in a plastic ring in a protected marine area of South America”
Publicación: Pan-American Journal of Aquatic Sciences (abril de 2022)
Autor: Pablo Limongi.