La pregunta sobre qué fue primero, si el huevo o la gallina, esconde varias trampas. ¿A qué nos referimos con “primero”? ¿Y por “huevo” Y “gallina”? ¿Hay relación entre ambos sustantivos, es decir, es el huevo que da lugar a esa gallina o habla de huevos y gallinas en general? ¿Es una pregunta para responder desde la biología, la filosofía, la antropología, la lingüística, la historia u otra disciplina? En ciencia definir bien tanto los términos como la relación entre ellos es imprescindible para formular preguntas que luego pretendan ser contestadas.
Si por “gallina” entendiéramos a las aves domesticadas de la especie Gallus gallus, y por “primero” un hecho que se da antes en el tiempo, un nuevo artículo que se acaba de publicar nos permite dar una nueva respuesta que escapa a la dicotomía propuesta en la premisa. Primero que la domesticación de la gallina fue el arroz. O el arroz y el mijo. Estos cultivos habrían facilitado que unas aves que vivían en bosques bajaran de los árboles y se acercaran a ese otro ridículo ser que camina en dos patas. No sólo eso. El trabajo también derrumba lo que hasta hoy se admitía de cuándo y dónde los humanos y el animal doméstico más numeroso del planeta comenzaron a estrechar relaciones. Veamos cómo es el asunto.
Revisando evidencia
El artículo publicado en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences se titula “Los orígenes bioculturales y la dispersión de las gallinas domésticas” y fue liderado por Joris Peters, del Instituto de Paleoanatomía e Investigación de Domesticación e Historia de la Veterinaria de la Universidad Ludwig Maximilian de Múnich, Alemania, y Ophelie Lebrasseur, del Centro de Antropobiología y Genómica de Toulouse, Francia. Allí dicen que a pesar de “la ubicuidad mundial y la importancia cultural de la gallina (Gallus gallus domesticus), el momento y las circunstancias de su domesticación y posterior dispersión siguen siendo oscuros y controvertidos”. Cual operario lumínico del Solís, la idea que se propusieron fue arrojar un poco de luz al asunto.
En su artículo reconocen que a pesar de que bastante se ha escrito sobre el tema, hay dos publicaciones sobre la domesticación de la gallina que si bien son muy citadas, “rara vez se cuestionan”. En una de ellas, dicen, se propone “un origen en el sudeste asiático y posiblemente en el sur de la India”, mientras que en la otra se sostiene que “los pollos domésticos aparecieron por primera vez en el norte de China antes de seguir una trayectoria norte hacia Europa”. Sin andar con rodeos, su trabajo se propondrá demostrar que ambas publicaciones están equivocadas o, al menos, no se condicen con la evidencia existente hoy en día. Por ejemplo, citan trabajos que reportan, mediante un programa de datación por radiocarbono, que “numerosas afirmaciones sobre las primeras apariciones de pollos en Europa resultaron ser espurias”.
Ahora, ¿qué entendemos por gallina doméstica? En su trabajo citan estudios genéticos que demuestran que “de las cuatro especies de aves de la selva actuales, las gallinas derivaron principalmente de las aves rojas de la jungla”. Es más, de acuerdo a una instigación que analizó casi 900 genomas de especímenes modernos de Gallus, incluidas las cinco subespecies de aves rojas de la jungla, “identificó a la subespecie Gallus gallus spadiceus como el progenitor más probable de las gallinas domésticas”, un animal cuyo nombre común sería gallo salvaje rojo y que actualmente aún sobrevive en el sudeste de China, el norte de Tailandia y Myanmar. Por tanto, afirman que eso sugiere que el proceso de domesticación de las gallinas “comenzó dentro de la distribución de esa subespecie en el sudeste asiático”, donde reside o residió en el pasado.
Con todo esto sobre la mesa, se propusieron “establecer un marco espacial y temporal sólido para la aparición temprana de gallinas domésticas tanto dentro como fuera del área de distribución de las aves rojas de la selva”. De esta manera, analizaron los restos asignados a pollos de más de 600 sitios arqueológicos ubicados en 89 países de Asia, África y Oceanía, teniendo en cuenta “sus contextos cronoculturales y geográficos”, y cuando fue posible, reevaluando si efectivamente correspondían a restos de gallinas domésticas “midiendo fotografías publicadas o los huesos reales”. Esa información la combinaron con “datos zoogeográficos, contextuales y osteométricos”, revisaron “críticamente la posición estratigráfica de cada uno de los restos” y complementaron todo “investigando registros iconográficos, escritos y lingüísticos relacionados con las gallinas”.
Luego correlacionaron toda esa información sobre los restos de gallinas domésticas con la información de las “sociedades humanas y sus estrategias de subsistencia” en las regiones y períodos de los restos. Con ello buscaban “abordar el proceso, las circunstancias y el contexto cultural en el que tuvo lugar el cambio inicial en la relación humano-gallina que condujo a la domesticación, y los contextos de sus translocaciones posteriores”. Fantástico. ¿Qué encontraron?
Ni tan antiguas, ni chinas, ni indias
Los autores reconocen que “los huesos de pollo son raros en los conjuntos de arqueofauna prehistóricos del sudeste asiático continental”. Aun así, al volver a analizar los materiales de presuntas gallinas y pollos domésticos dentro de la zona en la que habitaba el gallo rojo salvaje antecesor, los autores descartan los sitios más antiguos propuestos para los sitios de India o Pakistán. Muestran que los restos clave para proponer tal origen indio de la domesticación de las gallinas “han sido identificados erróneamente o son demasiado grandes para ser categorizados con confianza como aves domésticas prehistóricas”.
En cambio, en las zonas donde sí vivía el animal que es el pariente más cercano de las gallinas domésticas actuales, validan los reportes encontrados en el sitio del neolítico Ban Non Wat, en Tailandia, que tiene una antigüedad de entre 3.670 y 3.270 años. Allí más de 95% de los restos de aves encontrados fueron atribuidos al género Gallus. “Dada la presencia de otros animales domesticados, incluidos cerdos y perros, y el hecho de que las personas habrían tenido acceso a una avifauna muy diversa en este entorno ecológico, la abundancia de restos de Gallus se ha interpretado como evidencia de que representarían una población doméstica”, lanzan. Esa interpretación es, según dicen, respaldada por otros dos hechos: por un lado, gran cantidad de esos restos corresponden a huesos de juveniles, así como el hecho de que “estas aves fueron depositadas como bienes funerarios junto con cerdos domésticos, perros y bovinos en entierros humanos en la Edad de Bronce” en sitios de la zona como Ban Non Wat (datado entre 3.600 a 3.970 años) y Ban Na Di (entre 3.800 y 2.500).
En todos los otros sitios analizados por fuera del área de distribución del gallo rojo salvaje, antecesor de la gallina doméstica, encuentran fechas más recientes o restos mal reportados. Por ejemplo, al reanalizar restos que supuestamente eran asignados a gallinas domésticas con una antigüedad de entre 11.000 y 8.000 años en la cuenca del río Amarillo, en China, se “determinó que no pertenecían a gallinas” sino a faisanes, y reportan que los restos más antiguos “que se pueden atribuir con confianza a gallinas domésticas en el este de Asia datan de finales de la dinastía Shang, que se extendió hace entre 2.370 y 3.066 años”. En Japón la cosa es aún más reciente: “Los pollos no llegaron hasta el Yayoi Medio hace entre 2.129 y 1.900 años, un momento consistente con su primera aparición en la península de Corea”. Los restos encontrados en África, Oceanía y Europa corrieron similar suerte: ninguno ni por asomo se acercaba en antigüedad a los encontrados en Tailandia.
Por todo eso proponen a Tailandia como el lugar donde gallinas y humanos comenzaron a estrechar sus vínculos hace a lo sumo 3.670 años, lo que “indica un origen temporal y una distribución de las gallinas que es sustancialmente posterior a muchos de los sugeridos por estudios previos”. También dicen, con confianza, que su evidencia “demuestra que las gallinas no aparecieron en contextos arqueológicos dentro de China central, el sur de Asia o Mesopotamia hasta finales del segundo milenio antes de la edad presente, justo antes de su presencia inicial en Melanesia. Alrededor de 2.700 años atrás habrían llegado a Etiopía y la Europa mediterránea”.
¿Y el arroz?
En el trabajo Peters y sus colegas se aventuran a dar una “hipótesis sobre el proceso de domesticación de la gallina”. Señalan que en el sudeste asiático el arroz (Oryza sp.) y el mijo menor (Setaria italica) eran cultivados y producidos por las comunidades neolíticas. Entonces señalan que “la evidencia arqueobotánica actual indica que los sitios con cultivo de arroz aparecieron dentro de la distribución de Gallus gallus spadiceus (la subespecie identificada recientemente como el antecesor más probable de las gallinas) desde hace aproximadamente 4.000 años en dos regiones: el sur de Yunnan y el noreste de Tailandia. Reconocen que estos cereales también se plantaban en regiones donde viven otras dos subespecies similares, Gallus gallus jabouillei y Gallus gallus gallus, pero allí no sólo no está el dato genético que apunte a esas especies como antecesoras, sino que “todavía no hay evidencia de la presencia temprana de poblaciones de gallinas domésticas”.
Volviendo al arroz y al mijo. “La recuperación de tierras para el cultivo de cereales condujo a la sustitución del bosque primario por vegetación secundaria, un hábitat más adecuado para la gallina roja de la jungla”, proponen. Lo que dicen a continuación no sorprenderá a nadie que haya estado cerca de un silo de acopio de granos y sintiera que estaba en una escena de la película Pájaros, dado el asedio de cantidades inimaginables de palomas: “La presencia novedosa de campos cultivados, campos en barbecho (necesarios para el mijo o el arroz de secano), residuos de la cosecha de cereales, restos de la preparación y el consumo de alimentos humanos, invertebrados asociados con la crianza de cerdos y ganado, y otros aspectos del nicho humano pueden haber atraído a las aves rojas de la selva a los asentamientos humanos y su captación inmediata”.
También proponen que esta abundancia de alimento en el nicho humano “habría llevado a cambios dramáticos en la presión selectiva que duraron varias generaciones”, llevando a nidadas más grandes, así como seleccionando una mayor “territorialidad en los machos”.
Luego dicen algo que, como en el caso de la domesticación de los perros, nos lleva a la vieja pregunta de quién domestica a quién: “Es probable que estas condiciones también facilitaran densidades de población de aves más grandes cerca de las comunidades agrícolas, seguidas de un ‘alojamiento’ posterior de las aves dentro de la aldea”. Perros y gallinas parecen haberse acercado por interés propio, dando ellos los primeros pasos.
Un tema no menor es que, al principio, la presencia de gallos y gallinas domésticas no se motivó en el consumo de su carne, al menos en Europa: “Un estudio reciente demostró que los primeros pollos en contextos arqueológicos europeos aparecen como esqueletos completos”, señalan, y agregan que “las marcas de corte en los huesos de pollo individuales encontrados como basura no están presentes hasta varios siglos después, lo que sugiere que los primeros pollos fueron inicialmente venerados en lugar de consumidos”.
¿Qué fue primero entonces, el huevo o la gallina? El arroz. Y el mijo. “La disponibilidad de cereales cultivados puede haber catalizado un cambio en la relación entre las personas y las aves rojas de la jungla”, señala el trabajo. Hace de esto unos 3.000 años en Tailandia.
Artículo: The biocultural origins and dispersal of domestic chickens
Publicación: PNAS (junio 2022)
Autores: Joris Peters, Ophelie Lebrasseur, Evan Irving-Pease, Ptolemaios Dimitrios Paxinos, Julia Best, Riley Smallman, Cécile Callou, Armelle Gardeisen, Simon Trixl, Laurent Frantz, Naomi Sykes, Dorian Fuller y Greger Larson.