En la rambla de Carrasco existe un mundo paralelo y prácticamente desconocido para la gran mayoría de los montevideanos. Sus habitantes ocupan uno de los tramos más caros de la ciudad y se refugian en construcciones estupendas con vista al mar, aunque sólo se dejan ver brevemente en la entrada de sus viviendas.

Viven aislados del resto de sus semejantes, permanecen allí desde hace varias generaciones y son parte de una familia de nombre antiguo, tan viejo como la independencia del país. No hablamos de los seres humanos que han comprado o construido sus casas en esa zona tan codiciada –aunque en algunos casos la descripción cuadra a la perfección–, sino de habitantes muy anteriores, que resisten el avance de los primates que en los últimos siglos comenzaron a rodear su hábitat.

A veces, su presencia es delatada por un ruido casi fantasmal, que parece provenir de todos lados y de ninguno al mismo tiempo. Es un sonido bajo y repetitivo, de ritmo tribal, cuya onomatopeya aproximada –tucu tucu– se ha convertido en la palabra que los identifica. Si quien lo escucha tiene la paciencia suficiente, podrá observarlos en los canteros o médanos de la rambla de Carrasco, a veces a sólo un par de metros de los autos o los peatones.

Cuando no se los ve ni se los escucha, las únicas pruebas de su existencia son los montoncitos de arena o tierra que dejan al descubrir o tapar sus cuevas, complejas galerías subterráneas en las que pasan prácticamente toda su vida. Quizá por eso tanta gente confunde a estos roedores llamados tucu tucu con los apereás, aunque en realidad no se le parezcan tanto; los tucu tucu tienen cola y un cuerpo más cilíndrico, producto de su adaptación a la vida subterránea. El nombre científico de la especie que habita en la rambla de Carrasco es Ctenomys pearsoni, una de las tres que se encuentran en el país.

En Carrasco se los ve en buen número frente a la Escuela Naval, aunque están incluso cerca del hotel Sofitel Carrasco, con una densidad promedio calculada en 31,7 habitantes por hectárea. Aparentemente, los tucu tucu tienen más talento que un agente inmobiliario para ocupar terrenos, ya que habitan cerca de toda la costa uruguaya.

El biólogo Martín Buschiazzo desconocía la existencia de este mundo subterráneo hasta 2002, cuando cursó el seminario de introducción a la biología que imparte el laboratorio de Etología de la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República. “Las docentes Graciela Izquierdo y Bettina Tassino nos dijeron que íbamos a hacer trabajo de campo y de repente nos llevaron a plena playa Miramar en Carrasco para conocer a los tucu. Fue muy loco”, se ríe hoy, ante la mirada atenta de los animales que pueblan las vitrinas del Museo de Historia Natural Carlos Torres de La Llosa, en el que trabaja. Fue el comienzo de una historia de amor inesperada.

Resiste ahora y siempre

Buschiazzo ingresó a la Facultad de Ciencias con el objetivo de estudiar tiburones. ¿Cómo fue posible que terminara prácticamente investigando lo opuesto, un mamífero que prácticamente no sale de la tierra ni bebe agua?

“Fue una mezcla de cosas. Me interesó un montón la población, porque está en plena rambla; vos pasás con el ómnibus o la bici y si prestás atención los ves. Me abrió la cabeza eso, que vive bajo tierra y casi no sale, pero está muy cerca de la gente. Pero además resultaba práctico para alguien como yo, que estudiaba al mismo tiempo que trabajaba en una óptica. Sólo necesitaba agarrar la bici luego del laburo para hacer trabajo de campo”, comenta.

Puede decirse que los tucu tucu, al tener la delicadeza de seguir viviendo en Montevideo, salvaron la carrera académica de Buschiazzo. Los tucu tucu y Graciela Izquierdo, que falleció víctima del coronavirus en 2021, como recuerda Buschiazzo con tristeza. “Ella me invitó a participar en el estudio de esa población porque yo trabajaba, tenía otros condicionamientos y quería rescatarme para que no me cayera en la carrera, como hacía con tantos. Jamás te dejaba tirado”, agrega sobre su tutora.

Que estos tucu tucu vivan en un ambiente tan antropizado no significa que nada los afecte. En los canteros de la rambla de Carrasco están relativamente a salvo de que su hábitat desaparezca para dar paso a plantaciones o a nuevas viviendas humanas –un problema que sí tiene su pariente amenazado de Río Negro, Ctenomys rionegrensis–, pero aun así protagonizan algunos conflictos cuando llegan a los jardines de los otros habitantes de la rambla, los humanos. “Su principal riesgo en la zona ahora es que los maten cuando rompen los jardines o llamen a alguna empresa para exterminarlos”, cuenta Buschiazzo.

Cuando Buschiazzo se decidió a estudiar la población de tucu tucu, a muchos vecinos les causó curiosidad verlo meter la mano en el suelo y sacar una trampa con uno de aquellos roedores. Le preguntaban si los estaba matando (respuesta: no, los necesitaba en el mejor estado posible porque quería estudiar su comportamiento) o si transmitían enfermedades, un prejuicio con el que cargan los tucu tucu y otros roedores nativos por la mala fama de la exótica rata negra o el ratón casero. Muchos ni siquiera sabían qué eran aquellos animales, pese a tenerlos viviendo literalmente bajo sus propios pies.

Buschiazzo no sacaba estos animales al azar por el solo gusto de examinarlos y sorprender a los vecinos. Su objetivo era estudiar su comportamiento sexual, todo un desafío en el caso de roedores que, a diferencia de otras criaturas dadas al exhibicionismo a plena luz del día, tienen una vida sexual que ocurre en las profundidades de sus galerías, en total oscuridad. Si quería desentrañar los detalles más íntimos de su sexualidad, tenía que construirles su propio hotel de alta rotatividad y ponerle cámaras, como un buen voyeur de roedores.

Se ha formado una pareja

Antes de adentrarnos en la vida sexual secreta de estos tucu tucu en particular, es útil repasar algunas características comunes a la mayoría de las especies de Ctenomys. Estos animales son poligínicos, lo que significa que los machos se aparean con varias hembras y compiten por ellas. Como ocurre en muchísimas especies en las que la poliginia es la norma, los machos más grandes son los que monopolizan a la mayoría de las hembras y los más chicos suelen quedar relegados.

Su comportamiento sexual puede dividirse en dos etapas bien diferenciadas: el cortejo y la cópula. Al ser una especie con ovulación inducida, la estimulación tiene una importancia crítica. Sin el estímulo no se produce la ovulación, a diferencia de lo que pasa en especies con ovulación espontánea, como los humanos, en las que las hembras son fértiles en ciertos momentos independientemente de la estimulación que reciban.

Los tucu tucu tienen una temporada reproductiva en la que las hembras comienzan a ciclar pero no ovulan salvo que reciban una estimulación vaginal. Lo interesante –como podrán atestiguar machos y hembras de nuestra especie– es en realidad la previa, la forma en que se llega hasta ahí. Y es en esa fase que aparecen diferencias comportamentales entre las distintas poblaciones de la especie.

Buschiazzo y Graciela Izquierdo se propusieron determinar el comportamiento de cortejo y cópula en la población de Carrasco y analizar el rol de cada sexo mediante una evaluación cualitativa de su conducta. Para eso usaron la experiencia del laboratorio de Etología con las especies de tucu tucu del país y reclutaron a 35 ejemplares de Ctenomys pearsoni para que protagonizaran una experiencia extrema del Juego de las Citas.

Martín Buschiazzo.

Martín Buschiazzo.

Foto: Federico Gutiérrez

Yendo del living a la cama

Tras su captura, los tucu tucu fueron trasladados temporalmente de Carrasco a la Sección Etología de la Facultad de Ciencias, donde se los alojó con la máxima comodidad posible. Se colocó a machos y hembras en cuartos separados, respetando los ciclos naturales de luz y oscuridad. Luego, los ejemplares fueron trasladados en forma individual en terrarios con pasto seco y una cama hecha de virutas y cáscaras de arroz.

Para elegir qué machos y hembras era conveniente cruzar, los investigadores seleccionaron machos 10% más grandes que las hembras, aproximadamente. Antes de comenzar el experimento, se colocó a cada hembra en un dispositivo de acrílico que consistía en dos cajas conectadas por un tubo. En una de las dos se ubicó la cama del macho y se permitió que la hembra la inspeccionara, como quien hace un chequeo de la habitación de su pretendiente, para alentar el comportamiento reproductivo. Esta aclimatación duró 48 horas antes de hacer entrar en acción a la pareja.

En total llevaron a cabo 36 interacciones usando 15 machos y 20 hembras, siempre bajo las mismas condiciones ambientales en las que se produjo la aclimatación. Todos los encuentros fueron filmados.

Para su análisis descartaron 26 de esas 36 interacciones en las que no se produjo comportamiento reproductivo. En las diez cópulas registradas se llevó a cabo un detallado estudio de los patrones copulatorios, cuantificados al detalle por Buschiazzo e Izquierdo. Anotaron el número, la duración total y la frecuencia de comportamientos muy específicos. Por ejemplo, la “intromisión vaginal con rápidos empujones pélvicos” o la “intromisión con penetración profunda”, por citar sólo dos.

La pornografía de tucu tucu no parece la producción audiovisual más excitante del mundo, y mucho menos narrada en términos tan técnicos, pero es necesaria para entender los matices sexuales de las diferentes poblaciones. Un video de 45 minutos de interacción podía implicar cuatro o cinco horas de análisis, en el que los investigadores detenían cada parte de la filmación, la retrocedían y la pasaban en cámara lenta para discutir lo que estaban viendo con la misma meticulosidad de dos árbitros del VAR. Este proceso era importante para corroborar que estaban descifrando correctamente los comportamientos y describiéndolos de una forma comprensible, una tarea que se volvió casi obsesiva. “Llegué a sentar a una amiga en una mesa para narrarle los comportamientos y comprobar si los entendía bien”, cuenta Buschiazzo, una situación que hubiera ameritado su propia cámara para analizar las reacciones que suscitó.

Lo más interesante de su análisis fue que no se redujo a la acción copulatoria, para la que usaron esquemas ya existentes, sino que caracterizó y estudió el cortejo con 19 unidades de comportamiento definidas, algunas tomadas de trabajos anteriores y otras basadas en el análisis de los nuevos videos.

El camino es la recompensa

Los comportamientos de cortejo fueron agrupados primero en dos grandes categorías: interactivos (macho y hembra participaban) o individuales (sólo uno los realizaba). Estos últimos fueron subdivididos a su vez en “estimulatorios” (si tenían como objetivo estimular al otro miembro de la pareja), “agonistas” (si reflejaban un comportamiento de rechazo o agresión hacia el otro individuo) o “vinculantes” (si un individuo mostraba intenciones de relacionarse con el otro sin presentar estimulación o agresividad).

La descripción de los comportamientos podría impactar a algún pacato o prestarse a las antropomorfizaciones burdas, que siempre están a la orden del día cuando se habla de sexualidad en animales. Por ejemplo, algunas “unidades comportamentales” describen si los tucu tucu se frotan su propia zona genital usando la lengua, los labios o sus extremidades; si uno de los individuos pasa su hocico por la zona anogenital del otro; o si ambos se mueven en posiciones opuestas, con el hocico en el cuarto trasero o la cola del otro.

“Observamos esas fases de estímulo propio que pueden corresponder a un comportamiento de higiene pero abren la puerta para estudiar si cumplen una función a nivel químico. Se asume que eso juega en la estimulación en los momentos iniciales”, reflexiona Buschiazzo.

En una especie con ovulación inducida ese despliegue está justificado. “Tiene que haber una estimulación muy fuerte para que la hembra libere los óvulos. Se da también con caricias, mordisquitos, lo que vendría a ser la previa”, agrega para que nuestra mente humana lo entienda mejor.

Terminada esa fase, la hembra acepta la monta y se produce la estimulación final a través de penetraciones (técnicamente llamadas “intromisiones”), acompañadas de una o múltiples eyaculaciones. La evolución le dio a Ctenomys pearsoni una excelente herramienta para cumplir esta función. El pene de los machos tiene una serie de bulbos en el extremo distal –más claramente, tiene un hueso peneano con estructuras espinosas– que suena muy incómodo en la teoría pero es esencial para la necesaria estimulación cérvico-vaginal durante la cópula.

En lo que parece una lección que va más allá de la sexualidad de los tucu tucus, el trabajo recuerda que “aunque la función final de la cópula sea la transferencia de esperma del macho a la hembra, el despliegue, la duración y la frecuencia de los comportamientos asociados a este proceso son decisivos para ambos sexos a la hora de conseguir una fertilización exitosa”.

El análisis de las interacciones mostró efectivamente que los tucu tucu dedicaban un tiempo largo al cortejo, más que a otras interacciones. En ocho de las diez cópulas registradas observaron al comienzo un acercamiento agonista (de agresividad o rechazo), seguido de comportamientos vinculantes y de estimulación (como aproximar sus cabezas, darse caricias u olfatear la zona genital del otro).

“La resolución se daba en forma muy rápida, más allá de que sí registramos mucha estimulación previa. Si se permitían tocar y olfatearse, ya sabíamos que la cópula se iba a dar”, cuenta Buschiazzo.

En cuanto a la descripción de la cópula en sí que da el artículo, dista de ser un atractivo kamasutra de tucu tucu, ya que narra en lenguaje técnico el procedimiento estándar y detalla incluso la frecuencia de los empujones pélvicos del macho según dos modalidades distintas, una centrada en la rapidez y otra en la profundidad. En el sexo de esta población de Ctenomys pearsoni, como vimos, puede ocurrir una o múltiples intromisiones o eyaculaciones, que es donde el asunto se pone interesante.

Las tucu arriba

Las observaciones de Buschiazzo e Izquierdo van en línea con otros trabajos que muestran al macho más activo en la estimulación, cumpliendo en el cortejo la función de “apaciguar” la agresividad de la hembra y despertar su receptividad sexual. Pero eso no implica que las hembras no puedan decidir o no tengan incidencia en el resultado de los encuentros.

A ambos investigadores, por ejemplo, les resultó curioso que hubiera variabilidad entre las montas simples y múltiples en una misma población, especialmente porque lo más frecuente fue lo segundo. “Nosotros creemos que la hembra no es sólo pasiva receptora, sino que tiene una conducta activa en cuanto a permitir o no la cópula, la duración y hasta la cantidad de intromisiones que acepta. Las interacciones en las que hay sólo una cópula quizá sean producto de lo que decide ella, de su elección”, explica Buschiazzo.

Las clasificaciones más clásicas de comportamiento sexual en mamíferos, agrega, no suelen tener en cuenta el rol activo de la hembra en la cópula. En el caso de los tucu tucu, “se basan únicamente en las intromisiones y eyaculaciones del macho y la hembra aparece sólo como la receptora. Estos resultados nos obligan a repensar algunas cosas”, aclara Buschiazzo.

Esta variabilidad en los resultados de los encuentros sexuales era considerada más bien una anomalía, en lugar del resultado de un conflicto de intereses entre machos y hembras, en el que las tucu tucu también tienen algo que decir.

Más allá de estas conclusiones, el trabajo de Buschiazzo e Izquierdo tiene valor intrínseco por permitirnos espiar en ese mundo complejo y fascinante que ocurre bajo nuestros pies, y suma una pieza más al puzle del estudio de la evolución de la sexualidad animal, ese lío fantástico que nos trajo hasta acá.

Artículo: “Sexual behavior of Ctenomys pearsoni (Rodentia: Ctenomyidae) in “Carrasco” population (Montevideo, Uruguay)”
Publicación: Acta Zoológica Mexicana (julio de 2022)
Autores: Martín Buschiazzo y Graciela Izquierdo.