Medio siglo pasó desde el último vuelo tripulado hacia la Luna. La misión Apolo 17 permitió que los astronautas Eugene Cernany y Harrison Schmitt fueran los últimos seres humanos en pasear por su superficie en diciembre de 1972 (mientras Ronald Evans los miraba desde la escotilla de la nave que orbitaba alrededor). Y si bien este 2022 no será el año en que la Luna vuelva a vernos la cara, la idea de la agencia espacial norteamericana, la NASA, era lanzar con éxito el primer vuelo de prueba que, para antes de que termine la década, permitiría el primer vuelo tripulado, con aterrizaje lunar incluido, del siglo XXI. Pero las cosas no salieron como se planeaba.

Habiendo generado gran expectativa, el despegue de la misión Artemisa I, llamada así por Artemisa, la hermana gemela de Apolo en la mitología griega, iba a tener lugar en la ventana de tiempo que se abría entre el 23 de agosto y el 6 de setiembre. Tras los preparativos, todo estaba pronto para hacer un primer intento el lunes 29 de agosto desde la base Cabo Cañaveral, en Florida, Estados Unidos. Con gran expectativa, un buen marco de público presente y una transmisión en vivo seguida desde varios rincones del planeta, el despegue fue abortado debido a problemas para enfriar los cuatro motores del cohete propulsor, apodado SLS por su sigla en inglés (Space Launch System o Sistema de Lanzamiento Espacial), y por una fuga de hidrógeno líquido. Con tiempo por delante para intentar subsanar los errores, el lanzamiento se pospuso para el sábado 3 de setiembre.

Una vez más, una fuga de hidrógeno líquido, que puede hacer que todo se torne inflamable, llevó a que los responsables de la misión Artemisa I decidieran cancelar una vez más, esta vez sin dar una nueva fecha para el tercer intento. “Nos retiraremos de cualquier intento de lanzamiento durante el período de lanzamiento actual, que finaliza el martes”, decía la cuenta oficial de la NASA, por lo que se especula que tal vez Artemisa I logre finalmente despegar en la próxima ventana temporal posible, que se abre el lunes 19 de setiembre y se cierra el 4 de octubre.

Pero ¿por qué hay tanta expectativa con la misión Artemisa? ¿Qué tiene de especial? Sin duda, volver a los vuelos tripulados más allá de la Estación Espacial Internacional, que orbita en torno a la Tierra, es atractivo. Pero la NASA tiene otro montón de objetivos al corto, mediano y largo plazo para los que necesita el éxito de Artemisa, más aún en un contexto en el que la irrupción de los oligarcas y magnates mediáticos en la carrera espacial hace que haya quienes miran con lupa cuánto gasta el gobierno de Estados Unidos en la exploración del espacio. La idea de que el sector privado gasta mejor y con más eficiencia no es un problema sólo en nuestro país, nuestro continente o nuestro pequeño punto azul pálido: también amenaza extenderse por la Luna, Marte, el infinito y más allá.

Si Artemisa fracasa, la NASA estará en grandes problemas. De allí la extrema precaución de posponer, por ahora sin fecha confirmada, el lanzamiento del primer vuelo de prueba. Lo último que precisa la agencia espacial norteamericana, que para esta misión cuenta con la colaboración de agencias espaciales de otros países y con una veintena de empresas privadas, es que un cohete en el que se llevan gastados más de 40.000 millones de dólares explote por los aires por una fuga de hidrógeno líquido para regocijo de Elon Musk, Jeff Bezos y quienes piensan el camino a las estrellas sólo es posible de la mano de emprendedores millonarios.

Así que veamos algunas de las cosas que se propone el proyecto Artemisa. Algunas suenan cuando menos raras desde el sur global. Pero aun así, más vale desearle el mayor de los éxitos.

Bienvenida la hermana gemela

Los lanzamientos del programa Apolo de la NASA comenzaron trágicamente en febrero de 1967: tras las pruebas exitosas no tripuladas de año anterior, los tres astronautas que formaban la tripulación del Apolo 1 murieron calcinados no en el espacio sino mientras el cohete llevaba a cabo las pruebas para dejar la Tierra. Aun así, el plan siguió adelante, permitiendo que el célebre Apolo 11 pusiera, en julio de 1969, a los dos primeros humanos sobre la superficie de la Luna. Parte de la carrera espacial que protagonizaron Estados Unidos y la hoy desparecida Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, el último Apolo voló en 1975, justamente con la primera misión conjunta entre ambos países, que tuvo su punto cúlmine cuando los tres astronautas del Apolo se dieron la mano con los dos cosmonautas de la Soyuz tras acoplar ambas naves en el espacio.

Artemisa I en plataforma de despegue en noche de Luna.

Artemisa I en plataforma de despegue en noche de Luna.

Foto: NASA (Aubrey Gemignani)

Si bien la exploración espacial siguió su camino, con la Guerra Fría enfriada definitivamente, los vuelos tripulados al espacio dieron paso a otras modalidades de investigación espacial protagonizada por sondas, telescopios y satélites. La triste explosión de transbordador espacial Challenger de 1986, que acabó con la vida de sus siete tripulantes a poco menos de un minuto del despegue, puso un freno al armado de cualquier frase que contuviera las palabras “tripulación” y “espacio”. Pero los tiempos cambian.

Decidida a retomar el protagonismo de otros tiempos, la NASA se propuso su meta más ambiciosa en décadas. Si bien no es el desafío científico más importante que pueda plantearse, volver a enviar humanos a la Luna, y más importante aún, traerlos sanos y salvos desde allí, implica una serie de desafíos tecnológicos que, cabe esperar, se resolverán de forma diferente que en 1972, la última vez que los astronautas norteamericanos anduvieron por allá. Nace entonces el proyecto Artemisa, denominado así en clara alusión mitológica al pasado glorioso del proyecto Apolo. Es que en esta movida de la NASA los detalles semánticos importan. No es un “make América great again” (hagamos a Estados Unidos grande de nuevo), pero casi.

“Con las misiones Artemisa, la NASA llevará a la primera mujer y a la primera persona de color a la Luna, utilizando tecnologías innovadoras para explorar la superficie lunar más que nunca. Colaboraremos con nuestros socios comerciales e internacionales para establecer la primera presencia humano-robótica de largo plazo en la Luna y sus alrededores. Luego, usaremos lo que aprendamos sobre y en la Luna para dar el próximo gran salto: enviar a los primeros astronautas a Marte”, dice la propia NASA.

Alguien podría preguntarse por qué ir a la Luna. O eso es lo que pensaron los encargados de comunicación de la agencia espacial, por lo que esbozaron una respuesta rápida con puntos sencillos. Con Artemisa, dicen, se proponen varias cosas. Algunas son científicas, como “estudiar la Luna para aprender más sobre el origen y la historia de la Tierra, la Luna y nuestro sistema solar” e “inspirar a una nueva generación y fomentar carreras en STEM”. Pero luego, el resto de los puntos refiere a cuestiones tecnológicas, como “demostrar nuevas tecnologías, capacidades y enfoques comerciales necesarios para la exploración futura, Marte incluido”, o estratégicas: “establecer el liderazgo estadounidense y una presencia estratégica en la Luna mientras expandimos nuestro impacto económico global en Estados Unidos” y “ampliar nuestras alianzas comerciales e internacionales”. Más clarito, sólo echándole agua... que, a propósito, se sabe que se encuentra al menos en el polo sur de la Luna.

Para alcanzar estos objetivos, la NASA estableció tres etapas. Artemisa I, que intentó despegar en estos días y se pospuso, es una misión de prueba no tripulada de la que ya hablaremos con más detalle. Tras el éxito de esta primera etapa, llegará Artemisa II, otra misión de prueba que llevará a los tres primeros humanos a orbitar la Luna y que está prevista, al menos tentativamente, para 2024. Si todo sale bien entonces, en 2025, pero seguramente antes de que termine la década, Artemisa III pondrá a la primera mujer y el primer afrodescendiente sobre la superficie de nuestro satélite natural, reparando así algunas injusticias históricas que al agencia cometió tanto con las astronautas como con los astronautas afrodescendientes. 50 años tarde es mejor que nunca.

Las misiones Artemisa se componen del cohete SLS (aquí no respetaron la tradición y eligieron un nombre menos entrador que el Saturno, que llevó a los primeros hombres a la Luna), que tiene cuatro motores y dos boosters (que se ven como cohetes anexos al costado del cohete principal y que son los primeros en desprenderse aun cuando la nave está en la Tierra) y el módulo Orión en el que va la tripulación, con capacidad para tres personas. Luego hay un módulo que permite a las y los astronautas descender en la Luna y volver a Orión.

“Si bien Marte sigue siendo nuestro objetivo en el horizonte, nos hemos propuesto primero explorar la superficie de la Luna con exploradores humanos y robóticos”, señala la NASA, que comenzará explorando el Polo Sur, donde se sabe que hay agua, aunque resta ver bien cuánta, dónde y de que manera. Por eso Artemisa tiene como objetivo “encontrar y usar agua y otros recursos críticos necesarios para la exploración a largo plazo”, “aprender a vivir y operar en la superficie de otro cuerpo celeste donde los astronautas están a sólo tres días de casa” y “probar las tecnologías que necesitamos antes de enviar astronautas en misiones a Marte, que pueden tomar hasta tres años”.

La NASA no esconde su emoción. O mejor dicho: no esconde sus ganas de que los norteamericanos se emocionen con la misión (y de paso también quienes aman mirar el cielo nocturno y pensar en el espacio). “Volver a la Luna será el momento brillante de nuestra generación. Este momento nos pertenecerá a todos: la Generación Artemisa. ¿Estás listo?”, dice la página web de la agencia dedicada al proyecto.

Artemisa I en plataforma de despegue.

Artemisa I en plataforma de despegue.

Foto: NASA (Joel Kowsky)

Artemisa I

Si llegar a la Luna, como dijo Neil Armstrong hablando en tercera persona cual futbolista, era “un pequeño paso para un hombre pero un gran salto para la humanidad”, Artemisa nos recuerda que en el espacio nadie camina solo y que el paso que se ve en las filmaciones es sólo el último en una larga serie de caminatas en las que participan varios miles de personas durante mucho tiempo. De hecho, Artemisa se propone dar tres pasos grandes, que a su vez están conformados por otra centena de pasos.

Artemisa I “será la primera prueba de vuelo integrada de los Sistemas de Exploración del Espacio Profundo de la NASA: la nave espacial Orión, el cohete del SLS, con los Sistemas Terrestres de Exploración recientemente actualizados en el Centro Espacial Kennedy en Cabo Cañaveral, Florida”. La foto de seres humanos en la Luna antes de que termine la década será imposible sin estas pruebas.

“El objetivo principal de operaciones de la misión es garantizar una entrada, descenso, amerizaje y recuperación seguros del módulo de tripulación. Además de enviar a Orión en su viaje alrededor de la Luna”, dice la NASA sobre este primer vuelo no tripulado. Es decir, hay que resolver problemas tecnológicos y de ingeniería. Pero ya que están, aprovecharán para hacer un poco de ciencia. “La primera de una serie de misiones cada vez más complejas, Artemisa I proporcionará una base para la exploración humana del espacio profundo y demostrará nuestro compromiso y capacidad para extender la existencia humana a la Luna y más allá antes del primer vuelo con tripulación en Artemisa II”, agrega.

En ese sentido, la agencia espacial norteamericana no oculta otro de sus grandes objetivos: para la NASA “Artemisa I es fundacional para la economía espacial”. Así, como suena, economía espacial. Para la agencia, Artemisa impulsará “nuevas industrias y tecnologías, apoyando el crecimiento laboral y fomentando la demanda de una fuerza laboral altamente calificada”. Una vez más, ir a la Luna es una forma de resolver problemas acá en la Tierra: “Hombres y mujeres en los 50 estados están trabajando arduamente para construir los Sistemas de Exploración del Espacio Profundo que harán posibles las misiones al espacio profundo”, sostienen. Y hay más: “Los contratistas principales de la NASA, Aerojet Rocketdyne, Boeing, Jacobs, Lockheed Martin y Northrop Grumman, actualmente tienen más de 3.200 proveedores que contribuyen al hito que anuncia el éxito del programa de vuelos espaciales tripulados de Estados Unidos”.

“La nave espacial se lanzará en el cohete más poderoso del mundo y volará más lejos de lo que jamás haya volado ninguna nave espacial construida para humanos”, sostiene luego la NASA, ya que Artemisa III irá hasta unos 450.000 kilómetros de la Tierra en una misión que, dependiendo de cuándo sea lanzada dentro de la ventana de oportunidades, durará entre cuatro y seis semanas. “Orión permanecerá en el espacio más tiempo que cualquier nave para astronautas sin acoplarse a una estación espacial y regresará a casa más rápido y más caliente que nunca”, dicen sumando atractivos.

Investigando mientras probamos

Como decíamos, ya que Artemisa I probará cómo funciona todo enviando a la nave Orión hasta la Luna, sin tripulación y trayéndola de regreso, mientras tanto lanzará una decena de satélites pequeños, denominados cubesats, para obtener diversa información. Un par de ellos estudiarán, con distintos métodos, la presencia de agua en el Polo Sur de la Luna bajo la forma de hielo. El hielo de la Luna puede ayudar tanto a aportar información sobre el pasado del Sistema Solar al tiempo que, en caso de querer jugar a la colonia, brindará un elemento que es esencial para la permanencia humana o para la elaboración de combustible.

Pero además habrá otros cubesats. Uno japonés alunizará y quedará en la Luna para probar algunas formas de comunicación y, de paso, recoger información sobre la radiación. Otro se dirigirá hacia un asteroide cercano, 2020 GE, desplegando una vela de 86 metros cuadrados para impulsarse hasta él aprovechando los vientos solares. Más allá de fotografiarlo y analizarlo, también servirá para probar nuevas formas de comprimir y enviar información hacia la Tierra.

Pero no todos son satélites diminutos. También habrá pruebas que arrojarán datos dentro mismo del módulo Orión. Algunos probarán los efectos de la radiación cósmica sobre unas levaduras, y otros buscarán medir cuánto afectará esa radiación a los cuerpos de los futuros tripulantes. Porque Artemisa I no irá tripulada, pero sus tres butacas para astronautas estarán ocupadas... por maniquíes que harán mediciones tanto de la radiación que reciben como de las presiones, aceleraciones y demás ajetreos de viaje espacial.

Ni bien sea en el mundo maniquí, al menos Artemisa I tendrá preponderancia femenina: la tripulación estará conformada por la maniquí Zohar, que llevará puesto un traje que la protege de la radiación, y por su colega Helga, que no llevará ningún traje que la proteja. El tema es interesante porque la radiación cósmica afecta de distinta manera a los distintos géneros, al menos en lo que respecta a algunos órganos. Acompañandolas a ambas estará el maniquí Arturo Campos, llamado así en homenaje al ingeniero de la NASA que evitó que un gran desperfecto en la misión Apolo 13 terminara con la muerte de los tripulantes en el espacio. Ambos maniquíes tendrán medidores de radiación en sus órganos artificiales.

Ahora, si bien la NASA quiere cambiar la pisada y entiende que en el siglo XXI los exploradores espaciales no pueden ser solo hombres blancos, llama la atención que Campos vaya en el puesto de Comandante en la nave Orión. Si bien estará también midiendo las radiaciones, vibraciones y aceleraciones, queda claro que hay mucho para mejorar en Artemisa II. Y mucho más si algún día soñamos con establecer colonias en el espacio.

Artemisa I en plataforma de despegue.

Artemisa I en plataforma de despegue.

Foto: NASA (Joel Kowsky)

Inspirador

En el video titulado “Por qué vamos”, la NASA afirma que “la historia de la agencia está marcada por barreras rotas que antes se consideraban imposibles, con ciencia ficción convertida en realidad, con innovaciones que han hecho girar industrias propias y con demostraciones de paz para toda la humanidad” y que “los avances de la era Artemisa definirán nuestra generación y las generaciones venideras”.

“Las decenas de miles de puestos de trabajo asociados con propulsarnos a la Luna hoy son sólo el comienzo de una economía lunar que verá cómo se desarrollan cientos de miles de nuevos puestos de trabajo en todo el mundo”, dicen luego. Economía lunar. Así, sin ambages. Por las dudas enseguida dicen que “esto no es una ambición de una entidad o de un único país. La exploración de la Luna es un esfuerzo compartido ensamblado por el deseo del bien mayor”. Claro que si bien el paso de Armstrong fue todo un salto para la humanidad, desde aquel lejano 1969 aún no hemos encontrado la vuelta para que la humanidad toda se beneficie de los adelantos.

Con el ejemplo reciente de la pandemia de covid-19, en el que la respuesta de las vacunas fue científicamente sensacional pero sociopolíticamente desmoralizante, mostrando que una solución que pudo pensarse de forma diferente y a escala global se dejó guiar por la ley de la oferta y la demanda, cómo el mundo entero se acoplará a la “economía lunar” es toda una interrogante.

“Porque la ambición de ir ya ha comenzado, y porque Marte está llamando, necesitamos aprender lo que se necesita para establecer una comunidad en otra orilla cósmica”, sigue el video de la NASA. Pero ¿llama Marte o debiéramos responder a la llama del ansia de conocimiento? El telescopio James Webb, que está dándonos maravillosas imágenes del Universo y ayudando a la comprensión de su historia, costó unos 10.000 millones de dólares. Unas cuantas veces menos de lo que se estima que costará Artemisa. De todas formas, ante el llamado de Marte, la NASA dice entonces que “acampemos cerca” antes, “así que vamos a la Luna ahora no como una serie de misiones aisladas, sino para construir una comunidad en y alrededor de la Luna capaz de demostrar cómo vivir en otros mundos”.

Como en otras ocasiones, se promete el sueño de un borrón y cuenta nueva. Pero lo que nos empuja a salir de la Tierra es justamente no haber aprendido a vivir en el único mundo habitable que por ahora tenemos a nuestro alcance. Nadie dice que tengamos que esperar a resolver nuestros problemas para comenzar a estudiar las posibilidades de establecernos en otras partes. Pero pensar que un mundo mejor espera a la vuelta de la Luna o Marte como por arte de magia, o peor aún, por arte de emprendedores millonarios, es un sueño bastante tonto para gente que maneja conceptos tan complejos como los que permiten llevarnos a otras partes del espacio.

“Usaremos las lecciones de más de 50 años de exploración pacífica para enviar una nueva generación a la superficie lunar”, claman. “Para permanecer anclaremos nuestros esfuerzos en el Polo Sur lunar para establecer el campamento basado en Artemisa, posicionándonos para la ciencia y la exploración a largo plazo de la superficie lunar”, agregan. “Con diseños mejorados, hábitats móviles y robots de reconocimiento que posicionan y reubican suministros, aprenderemos a utilizar los recursos que encontramos en estos otros mundos, comenzando por encontrar hielo, purificándolo para obtener agua potable, y refinándolo en hidrógeno para combustible y en oxígeno para respirar”, agregan.

La literatura nos lleva a viajar por varios mundos sin movernos de este. Ray Bradbury nos dejó una fabulosa colección de relatos que, al menos en la edición en español de la editorial Minotauro, venía prologada por Jorge Luis Borges. En una de aquellas Crónicas marcianas, los humanos que se establecían en el gigante rojo pronto convertían aquello en un gran vertedero. Pasaron más de 70 años de la publicación de aquellos relatos. Nuestra gestión de los residuos sigue dejando que desear. Y ya estamos pensando en anexar la Luna a nuestra angurrienta forma de manejar los recursos que nos rodean. Aun así, mejor la NASA que SpaceX. ¡Mejor suerte en el próximo intento, Artemisa!