Hernando Arias de Saavedra –más conocido como Hernandarias– supo ver hace más de 400 años que los pastizales, praderas y bosques abiertos de la Banda Oriental no eran “tierras sin ningún provecho” sino potenciales fuentes de riqueza para la corona española. Entre 1611 y 1617 introdujo unos cuantos cientos de vacunos y caballos en estas tierras, que se multiplicaron rápidamente, cambiaron la fisonomía del paisaje y sentaron las bases del modelo productivo del país.

La presencia del ganado bovino y ovino es tan ubicua hoy en nuestras tierras que las grandes praderas uniformes en las que pastan nos resultan naturales, como si fueran parte de un paisaje prístino que siempre estuvo allí. Pero los pastizales precoloniales no carecían de animales que los mantuvieran a raya. Antes de la llegada de vacas y ovejas existía un ganado nativo que era manejado por los indígenas: el venado de campo (Ozotoceros bezoarticus). Y miles de años antes de la conquista española teníamos especies de megafauna herbívora, como las macrauquenias o los perezosos gigantes, que se extinguieron luego de que los seres humanos habían llegado a Sudamérica.

Nuestros ecosistemas herbáceos coevolucionaron con estos animales nativos durante varios cientos de miles de años, pero la extinción de la megafauna, hace unos 11.000 años, y la llegada de la ganadería en el siglo XVII, con su pasaje a prácticas más intensivas en el siglo XIX, sin dudas modificaron las reglas del juego. Sabemos, gracias a las investigaciones del Departamento de Biodiversidad y Genética del Instituto de Investigaciones Biológicas Clemente Estable (IIBCE), que llegó a haber unos nueve millones de venados pastando en todo el bioma pampeano en Sudamérica. Hoy, coexistiendo al mismo tiempo sólo en Uruguay, tenemos casi 20 millones de bovinos y ovinos, según datos del Sistema Nacional de Información Ganadera (SNIG).

Aunque Hernandarias los viera como una oportunidad y nuestro país los considere principalmente como fuente de producción, en los pastizales no sólo vive el ganado. Casi dos tercios de las especies de aves del país y tres cuartas partes de las especies de mamíferos –además de gran número de anfibios, reptiles, insectos y arácnidos– hacen uso de ellos. En un contexto alarmante de pérdida progresiva de pastizales por la expansión de la agricultura intensiva y las plantaciones forestales exóticas, el mantenimiento de tierras de pastoreo parece un negocio razonable para algunas de estas especies; una forma de producir y conservar al mismo tiempo. Para otras, sin embargo, esto no resulta suficiente.

El pasto es más verde en la pradera de al lado

El ganado genera un acortamiento y homogeneización de nuestros pastizales naturales, manteniéndolos con una altura menor a los 10 centímetros cuando el forrajeo es constante. Así ocurre en general, pero no todos los campos de pastoreo son iguales ni tienen los mismos manejos.

En nuestra región se alternan mayoritariamente dos métodos: el pastoreo rotativo, que consiste en mover el ganado en un predio de tal modo que una parte del pasto “descanse” mientras la otra es forrajeada; y el pastoreo continuo, en el que el ganado permanece todo el tiempo en un área extensa y come todo lo que desea. Ambos sistemas tienen como objetivo una mejora en la producción –es decir, producir más carne– pero no hay consenso sobre cuál de los dos es más eficiente.

Esta paciente tarea gastronómica del ganado en nuestros pastizales trajo también consecuencias para los animales especialistas de estos ecosistemas. Por ejemplo, para las aves que necesitan de pastos altos para vivir y que, como resultado de este progresivo acortamiento de las hojas, ven disminuido su hábitat.

Como las aves de pastizal ya se enfrentan a un cóctel de amenazas cuyos ingredientes principales son la degradación y sustitución de su hábitat, saber cómo las afecta el manejo del pastoreo es relevante. Quizá los productores no estén seguros de cuál de los dos sistemas es mejor en términos económicos, pero ¿ocurre lo mismo cuando hablamos de conservación de especies?

Esa es la pregunta que estaba en la mente de Federico Pírez, licenciado en Gestión Ambiental por el Centro Universitario Regional del Este (CURE) de la Universidad de la República, cuando decidió hacer la tesis para recibirse. Para contestarla, contó con la guía del ornitólogo Joaquín Aldabe (también del CURE) y el apoyo de un proyecto más amplio que financia el Servicio Forestal de Estados Unidos y del que participan Aves Uruguay, la Alianza del Pastizal y el CURE, que intenta evaluar la implementación del pastoreo rotativo en la región de Aiguá, en Maldonado.

Federico Pírez.

Federico Pírez.

Foto: Mara Quintero

Parte de ese trabajo se vio reflejado en un artículo de reciente publicación en Ornithology Research, en el que Pírez pudo unir su vocación por asuntos ambientales y su amor por las aves, una relación larga que se inició en su niñez y que fue desencadenada por la aparición de una extraña ave en el patio de su casa en Tacuarembó (el elusivo pirincho de monte, de cola majestuosa).

En Aiguá, Pírez y Aldabe trabajaron con 40 productores que en sus campos usan pastoreo continuo y rotativo (o están en medio de una transición entre ambos). “Lo que hicimos nosotros fue categorizar los predios y en base a eso analizar cómo impactaban en la comunidad de aves, porque una de las cosas más importantes para la conservación de la biodiversidad en un ecosistema es la generación de heterogeneidad estructural. En el caso del pastizal, ¿qué la genera? El pasto, más allá de que tenés otras comunidades presentes como los caraguatales y pajonales, así como la cardilla o los arbustos dispersos”, cuenta Federico, recién llegado de una beca de maestría que hizo en Australia.

Tenían una hipótesis clara ya en mente. “El pastoreo rotativo genera esta heterogeneidad temporal y espacial porque en un momento hay un potrero de pasto largo y a la vez hay uno de pasto corto en el mismo predio. Queríamos evaluar eso, si esta teórica heterogeneidad impactaba en la comunidad de las aves y beneficiaba la aparición de algunas especies”, agrega. Para comprobarlo, recorrieron entre 2015 y 2017 más kilómetros de campo que un arado.

Se hace camino al muestrear

Los especialistas dividieron los 40 predios de productores de acuerdo al sistema de pastoreo y los analizaron en dos períodos distintos de aproximadamente dos meses (el primero en una temporada muy seca y el segundo en una lluviosa). En el primero clasificaron 24 predios de pastoreo continuos y 16 rotativos, mientras que en el segundo –debido a la transición que hicieron algunos productores– tuvieron ocho continuos y 32 rotativos.

Para su análisis, hicieron seis transectas de unos 300 metros de largo por cada predio, siempre en áreas lejanas a los alambrados o zonas arboladas adyacentes para evitar que sesgaran la presencia o ausencia de algunas especies. Mantuvieron también los mismos porcentajes de pasturas naturales y artificiales en el total de parches muestreados, y las características topográficas (valles o sierras). Dentro de los campos rotativos, hicieron la mitad de las transectas en potreros pastoreados y la otra mitad en descanso.

Viudita gris.
Foto: Javier Sellanes López (NaturalistaUY)

Viudita gris. Foto: Javier Sellanes López (NaturalistaUY)

Midieron también la altura de los pastos y la cobertura de árboles de cada parche muestreado para analizar cuán diversa era la estructura vegetal, tanto comparativamente entre los potreros como dentro de cada uno de ellos. Parece una tarea cansadora, pero palidece al lado del titánico esfuerzo que hicieron para llevar a cabo el conteo de aves en cada transecta.

Durante los dos períodos de estudio, de las 7.00 a las 10.00, y luego de 16.00 a 19.00 (horarios en que las aves están más activas), dos observadores calificados se dedicaron a recorrer cada parche y contar todas las aves observadas u oídas. Además de Pírez y Aldabe, participaron en la tarea muchos estudiantes del CURE.

Una vez obtenidos los resultados, usaron modelos estadísticos para relacionar las distintas variables de la vegetación con la riqueza de aves observada. En pocas palabras, analizaron qué aspectos de los campos incidían más en la comunidad de aves que los habitaban.

Clases de manejo

La primera conclusión a la que llegaron resultó la más evidente. Los campos con pastoreo rotativo tenían mucha más heterogeneidad vegetal en sus potreros, gracias al contraste entre los que estaban “en descanso” y los sometidos a la presión del pastoreo. Más precisamente, los primeros tenían pastos 67% más altos que los segundos.

“Incluso a nivel de potrero interno los predios rotativos tenían más diversidad, que eso no era tan esperable porque una de las particularidades del pastoreo rotativo es que cuando entran los lotes de ganado en un par de días comen todo el pasto y lo dejan mucho más homogéneo”, explica Federico. Eso se debió a que muchos productores no hacían un pastoreo tan sistemático o intenso y por lo tanto favorecían también algo de diversidad dentro de los parches pastoreados.

Con respecto a las aves, registraron en total 53 especies, 13 de ellas especialistas del pastizal y tres amenazadas a nivel global (sólo se contabilizaban aquellas que hicieron uso del ecosistema y no las que veían volando, por ejemplo). Las especies más comunes fueron el hornero (Furnarius Rufus), el tordo común (Molothrus bonariensis), la perdiz (Nothura maculosa), la tijereta (Tyrannus savana) y el tero (Vanellus chilensis).

En cuanto a las diferencias según el tipo de predio, los análisis concluyeron que cuatro especies se veían significativamente favorecidas por los parches rotativos: el verdón (Embernagra platensis), el tiotío (Phacellodomus striaticolis), la golondrina parda (Progne tapera) y el dorado (Sicalis flaveola). En el campo contrario –a veces literalmente– estaba la viudita gris (Nengetus cinereus).

“El caso de la viudita parece tener que ver con requerimientos de hábitat de la especie, que prefiere los campos cortos”, explica Federico. Con respecto a las otras especies, esta preferencia podría relacionarse también con el hábitat, ya que son aves que tienen inclinación por pastos medios o altos, y con la mayor disponibilidad de alimento. “Hay una correlación entre la cantidad de biomasa vegetal y la cantidad de alimento que encuentran, por lo que las aves insectívoras, como la golondrina parda, encuentran mejores condiciones en estos hábitats con pastos más altos”, agrega.

Doradito.
Foto: Diego Caballero (NaturalistaUY)

Doradito. Foto: Diego Caballero (NaturalistaUY)

No hallaron, sin embargo, especies exclusivas de uno u otro ambiente, algo que puede deberse a la presencia ocasional de algún caraguatal o pajonal en los predios continuos, que sustituyó el rol de los potreros de descanso y “emparejó” un poco los resultados.

Los análisis permitieron que Pírez y Aldabe pudieran responder a la gran pregunta que planteaban en el trabajo. A muchas aves de pastizal no les resulta indiferente la altura de los pastos. Los modelos estadísticos mostraron que el sistema de pastoreo efectivamente impacta en la riqueza de aves, con un promedio estimado de 21,5 especies para los sistemas rotativos y 18,5 para los continuos si se tienen en cuenta estrictamente las aves observadas. Si se aplica el “número efectivo de especies”, que es un cálculo estadístico que estima la cantidad real de especies en base a las observaciones, la diferencia es de casi ocho especies (48,8 aves del rotativo contra 41,1 del sistema continuo).

Las diferencias son significativas aunque no muy grandes, pero los investigadores creen que con un diseño experimental más fino, que tenga en cuenta otras variables (como la quema o la conservación de otras comunidades herbáceas como pajonales y caraguatales) y categorice mejor los predios, quedará en evidencia que el impacto es en realidad mayor.

“Por ejemplo, nos faltó registrar un elenco de aves de pastizales altos, como los capuchinos, lo que hubiera marcado aún más diferencias. Pero es un hecho que en nuestro trabajo encontramos más especies en los predios rotativos; o sea, que hay comunidades un poco más diversas en ellos que en los predios de pastoreo continuo”, explica Federico.

En el artículo señalan que los resultados son consistentes con otros estudios, pero aclaran que la moderación de las diferencias de ambos predios también puede explicarse por la sequía del primer período de estudio, que “homogeneizó los tratamientos” (la escasez hizo que el ganado comiera en todos los parches, incluso los de descanso).

Un mayor período de descanso de pastoreo para los predios o directamente dejar sectores sin utilizar por el ganado son otras variables que podrían marcar diferencias mayores entre un sistema y otro.

Mucho campo para trabajar

La gran conclusión del trabajo de Pírez y Aldabe es que el manejo de pastoreo impacta en la comunidad de aves de pastizal, “el grupo de aves más afectado en Uruguay”. “Conocer el efecto de las diferentes prácticas de manejo es necesario para su conservación”, explican en el artículo. Saberlo es especialmente importante en un contexto complejo para estas especies, cuya diversidad ya está afectada por la presión de la agricultura y también de la forestación, según se muestra en otros trabajos.

“Tenemos cerca de 500 especies de aves registradas a nivel nacional, de las cuales más o menos 90 son de pastizal. De esas 90, 46 se consideran prioritarias para la conservación por el Sistema Nacional de Áreas Protegidas (SNAP) y hay 23 que están bajo alguna clase de amenaza a nivel mundial; entonces hablamos de especies muy sensibles, algunas de las cuales dependen mucho de un tipo de pastizal alto”, asegura Federico. Entre las aves amenazadas globalmente hay especies muy complicadas localmente, como la loica pampeana (Leistes defilippii), el yetapá de collar (Alectrus risora) y el chorlo cabezón (Oreopholus rufficolis).

El libro Especies prioritarias para la conservación (2013), del que surgen algunos de estos datos, advertía ya que muchas aves especialistas de pastizal requieren de una cobertura vegetal alta para alimentarse, refugiarse y reproducirse, pero “por lo general, el pastoreo del ganado impide que el pastizal adquiera tal desarrollo y eso limita las posibilidades del uso de hábitat de un elenco importante de aves”.

Verdón.
Foto de Santiago Ramos (NaturalistaUY)

Verdón. Foto de Santiago Ramos (NaturalistaUY)

Las conclusiones del trabajo de Pírez y Aldabe obligan a repensar “cómo el productor entiende el campo natural”. “Históricamente si sobraba pasto era un problema porque era comida que no se aprovechaba. Ahora hay que entender la importancia de que haya pasto más allá de los objetivos productivos, comprender el rol que juegan el pasto y otras comunidades y estructuras para la conservación de las aves”, agrega.

“Considerando el alto porcentaje de pastizales en manos privadas en la región del Río de la Plata, este resultado sugiere la importancia de los sistemas de pastoreo en la conservación de aves de pastizal”, concluyen en el artículo, aunque admiten que es necesario realizar otros trabajos que tengan en cuenta nuevas variables y diversos niveles de intensidad de forrajeo para confirmar este efecto.

Quizá sea difícil ponerse a pensar en el futuro de las aves de pastizal en momentos en que el campo vive una gran sequía, que obliga a enfocar la energía en otras prioridades, pero las conclusiones de este trabajo tienen poco que ver con temas coyunturales o de corto plazo. Son una guía a futuro, una pieza más en el cúmulo de evidencias que van armando un puzle poco prometedor para un ecosistema desamparado –pese a ser el más típico y dominante del país– y para las especies que dependen de él. Incluyendo a los seres humanos.

Artículo: Comparison of the bird community in livestock farms with continuous and rotational grazing in eastern Uruguay
Publicación: Ornithology Research (diciembre 2022)
Autores: Federico Pírez y Joaquín Aldabe.