En el marco del seminario “Desigualdades de género en la academia”, llevado adelante este martes 21 de noviembre en la Facultad de Ciencias Económicas y de Administración de la Universidad de la República (Udelar), tuvo lugar una serie de mesas, conferencias y presentaciones que abordaron la temática desde distintas aristas. En ese contexto se presentaron y comentaron algunos de los resultados del proyecto “El vínculo entre maternidad y paternidad y las desigualdades de género en la trayectoria académica”, presentado al fondo Investigación y Desarrollo de la Comisión Sectorial de Investigación Científica (CSIC) de la Udelar.

Mientras Mariana Fernández Soto, del Programa de Población de la Facultad de Ciencias Sociales, presentó a grandes rasgos los resultados de la investigación que realizó junto a Sofía Robaina y Cecilia Tomassini (de la CSIC) titulada “Brechas de género en las trayectorias de formación académica: la influencia del nacimiento de los hijos en la formación doctoral de mujeres y varones en Uruguay”, Victoria Tenenbaum hizo lo propio sobre la investigación que realizó junto a Estefanía Galván (ambas del Instituto de Economía, Iecon, de la Facultad de Ciencias Económicas y de Administración) que llevó por título “Brechas de género en la academia: el rol de los hijos e hijas” y que se centró en la producción académica tras la llegada de las criaturas, así como en el ingreso al Sistema Nacional de Investigadores o el acceso a un grado 3 o superior en la academia.

La sala estaba casi colmada, siendo la amplia mayoría de quienes estaban presentes académicas, investigadoras o estudiantes que se enfrentarán a las brechas de género para progresar en sus carreras. La avidez por hablar sobre el tema, generar evidencia y pensar medidas y políticas que permitan subsanar las carencias así como valorar las diferencias quedaron patentes cuando tras las presentaciones se abrió el micrófono para comentarios. Y es que ambas presentaciones, además de hacer valiosos aportes, estuvieron marcadas por resultados llamativos. Así que vayamos a ellos.

Maternidad y paternidad y su impacto en los doctorados

Pongamos primero un contexto general. Si bien en nuestro país, como en muchos otros, se han constatado brechas de género que hacen que el camino sea más empinado, injusto y difícil para las investigadoras que para los investigadores –por ejemplo, si bien ellas son mayoría cuando miramos quiénes se reciben, eso cambia al ver la proporción de hombres y mujeres que acceden a un doctorado, etapa que se alcanza sólo después de haber pasado por la maestría, siendo ambos lo que se denomina “posgrados”–, en la presentación de la investigación Cecilia Tomassini señaló que hacen falta estudios que busquen evaluar “el efecto de la maternidad y la paternidad a lo largo de las carreras académicas” de manera de ver si es este uno de los factores que “obstaculizan el avance de las mujeres” en sus carreras. Esa fue entonces la génesis de este grupo de investigación y desarrollo que obtuviera financiación de CSIC en 2020 y del que se comentaron algunos de sus resultados.

Su objetivo era “construir un conjunto de datos longitudinales que combinen información sobre logros académicos a lo largo de las carreras con datos sobre la presencia de hijos” para las investigadoras e investigadores y, a la vez, estudiar los efectos, tanto de la maternidad como de la paternidad, “en las trayectorias académicas” de quienes investigan en Uruguay observando la formación de posgrado –maestrías, doctorados–, la publicación de artículos en revistas especializadas y el acceso a los cargos dentro de la academia. Para ello recurrieron a la base de datos de investigadores que hay en CVuy, quedándose con aquellos que estuvieran actualizados y que hubieran declarado información sobre sus hijos, siendo la muestra final de 2.819 participantes (44% varones, 56% mujeres).

La encargada de presentar los resultados referentes al impacto de la maternidad y la paternidad en el doctorado, etapa en la que quienes hacen carrera en la ciencia obtienen un título que les permite dirigir investigaciones, fue Mariana Fernández. Ya al principio dio una cifra que parecería fantástica pero que no lo es: en 2020, según datos del Ministerio de Educación y Cultura, las mujeres llegaron a ser 50% de quienes estaban realizando un doctorado. El asunto es que esa cifra para quienes hacen maestría, en el mismo año, era de 63%, lo que muestra que algunas se quedan por el camino (y más aún cuando son aún más las que obtienen el título de grado).

Luego Fernández aportó otro dato más que relevante: en nuestro país la edad promedio de inicio del doctorado es de 33,8 años, algo un poco tardío en comparación con otros países. Por su parte, dentro de aquellas mujeres con 13 o más años de estudios, el promedio de inicio de la maternidad se da a los 31 años, por lo que señaló que es “más factible la coincidencia entre la formación doctoral y la presencia de hijos o hijas pequeños”. Según marcó, eso es algo que no suele pasar tanto “en los países desarrollados”, lo que en parte podría reflejar la falta de trabajos que midan el impacto de la llegada de los hijos en los doctorados en la literatura internacional.

Observando entonces si tanto quienes hicieron como quienes estaban haciendo un doctorado habían tenido hijos dos años antes del inicio del doctorado o durante, observaron cuánto les llevaba a investigadoras e investigadoras completar esa etapa.

Sus resultados arrojan que “existen diferencias significativas por sexo en cuanto al tiempo necesario para completar los estudios de doctorado”. 43% de los varones completaron su doctorado en cinco años, mientras que eso sólo lo lograron 33% de las mujeres. Al observar la presencia o no de hijos, los resultados eran más extremos. 44% de los varones con hijos completaron su doctorado en cinco años, mientras que sólo lo hicieron 20% de las mujeres con hijos. Por ello señalan que “tanto en comparación con los hombres que tienen hijos como con las mujeres que no los tuvieron”, las mujeres que tuvieron hijos durante su formación de doctorado “se gradúan a edades más avanzadas” y “tardan más en graduarse”.

Al comparar mujeres con y sin hijos, la investigación arroja que tener un hijo o una hija pequeño “supone una postergación del egreso de seis meses respecto a las que no tienen hijos durante el doctorado. El efecto de tener un segundo hijo en ese período es aún mayor: el segundo “dilata el egreso un año y ocho meses, en comparación a las mujeres que no tienen hijos”.

Al comparar varones con y sin hijos, los resultados son otros. El que muestra que algo está sucediendo indica que para los varones no hay diferencia en el tiempo en el que completan el doctorado al tener un único hijo o hija ya sea durante su realización o hasta dos años antes de haberlo iniciado. Pero entonces llega la primera sorpresa de la jornada: según reporta Mariana Fernández, un segundo hijo durante la realización del doctorado “dilata un año y medio el egreso” respecto a los varones que no tienen hijos. El primero no afecta, el segundo sí (y si bien es dos meses menos que en el caso de la comparación entre mujeres, la cifra es muy similar). Algo pasa.

La tercer comparación fue entre mujeres y varones con hijos. Cuando tenían un único hijo o hija, el doctorado a las mujeres les llevó un promedio de ocho meses más que a los varones con un único hijo o hija. Sin embargo, cuando tenían dos hijos o hijas, reportan que “no hay diferencias significativas en las duraciones esperadas entre varones y mujeres”.

Efecto maternidad. Ilustración de Johan Jarnestad para la Rel Academia Sueca de Ciencias al respecto del Nobel de Economía 2023.

Efecto maternidad. Ilustración de Johan Jarnestad para la Rel Academia Sueca de Ciencias al respecto del Nobel de Economía 2023.

Por tanto, las investigadoras afirman que su trabajo “demuestra la existencia de una brecha en el egreso del doctorado entre varones y mujeres” que estaría asociada “a las responsabilidades de cuidado” de hijos e hijas pequeños. También afirman que “la transición a la maternidad”, es decir, tener la primera hija o hijo, “es el evento de mayor importancia para el retraso en el egreso para las mujeres investigadoras”, destacando que “para los varones investigadores sólo el segundo hijo o hija tiene una influencia negativa para el egreso del doctorado”.

Finalmente, sostienen que el “nacimiento de los hijos durante la formación doctoral juega un rol relevante en la ampliación de las brechas en una etapa central e inicial de las trayectorias académicas”, afirmando que “una titulación más tardía coloca a las investigadoras madres en un lugar de desventaja al inicio de sus carreras, que puede traducirse en nuevas desventajas a lo largo de sus carreras”.

El artículo que recoge esta investigación aún está en elaboración. Cuando salga, seguro hablaremos en profundidad con sus autoras, Sofía Robaina, Mariana Fernández y Cecilia Tomassini, sobre qué nos dice todo esto, qué medidas podrían implementarse para no perjudicar las carreras académicas de las mujeres que deciden tener hijos o, visto de otra forma, de qué manera podrían valorarse otros aspectos que entran en juego en los planes de vida de las personas, y del paradójico dato que arroja la llegada del segundo hijo, que hace que los hombres sientan el impacto que no sintieron al tener el primero.

Maternidad y paternidad y su impacto en la producción y cargos

Dejando la vara bien alta con sus resultados, llegó el turno de Victoria Tenenbaum de reportar otros aspectos del efecto de la maternidad y la paternidad, que trabajó junto a Estefanía Galván sobre la misma base de datos de investigadoras e investigadores (recordemos: la muestra fue de 2.819 personas que brindaron información sobre sus hijos). A diferencia del trabajo antes presentado, aquí observaron los “resultados académicos”, entendiendo por estos los artículos publicados, el acceso al Sistema Nacional de Investigadores así como la obtención de un grado 3 o superior en la academia, que investigadoras e investigadores obtuvieron en un período que iba desde cinco años antes de haber tenido su primer hijo o hija hasta diez años después.

En el primer gráfico que compartió Tenenbaum se muestra la cantidad de artículos científicos publicados por hombres y mujeres en relación a los años previos y los que pasaron desde el primer hijo o hija. Si bien antes del primer hijo las diferencias no son mayores (por ejemplo tres años antes del primer hijo las mujeres publicaron en promedio algo así como 0,22 artículos por año y los hombres 0,29), luego las cosas cambian. A los diez años del primer hijo la producción de las mujeres ronda en poco menos que 0,29 artículos por año, mientras que la de los hombres se dispara a cerca de 0,45. Se habla entonces de un efecto de “penalidad por maternidad”, aunque la frase no suene todo lo adecuado que debería, ya que pone una carga negativa en algo que no debería serlo. ¿Y si mejor habláramos de “abstracción paternal” en el caso de los investigadores que teniendo hijos siguen produciendo artículos como si no los hubieran tenido? Perdonen la digresión, volvemos a la presentación y a uno de sus datos más impactantes.

Al analizar el momento en que ese primer hijo o hija había llegado en la publicación de artículos, Tenenbaum arrancó una mirada de sorpresa generalizada del auditorio. En su gráfico quedaba patente que en aquellas investigadoras e investigadores que tuvieron descendencia luego de haber finalizado su doctorado, no había grandes diferencias (incluso en promedio ellas publicaron más que ellos entre los cuatro y los diez años posteriores a haberla tenido). Sin embargo, era cuando habían tenido hijos o hijas antes de terminar el doctorado cuando la “penalidad por maternidad” (o la “abstracción paternal”) mostraba sus efectos. En este caso, diez años después de la llegada de la primera criatura las investigadoras en promedio habían publicado 0,2 artículos más que un año antes de tenerla, mientras que los investigadores publicaban casi un artículo más por año que un año antes de tenerla.

Este mismo efecto de la caída respecto a un año antes de tener hijos se observaba en las investigadoras respecto a ser admitidas en el Sistema Nacional de Investigadores como al acceso a cargos superiores o iguales al grado 3 (profesor adjunto), pero no se observó en el caso de los investigadores.

Por eso, a modo de resumen, Victoria Tenenbaum enfatizó que “el nacimiento del primer hijo afecta la trayectoria académica de las madres pero no de los padres”, destacando en su presentación que “la maternidad supone una penalización importante para la productividad científica” y que esa “penalización por hijos es mayor para aquellas mujeres que tuvieron su primer hijo antes de terminar el doctorado”. De esta manera, señala la investigación que “el nivel de consolidación en la trayectoria académica al momento del nacimiento es un factor clave para entender los efectos de la maternidad”.

Comentando

Ambas presentaciones de resultados fueron comentadas a su término por otras investigadoras, que señalaron puntos fuertes, dudas pertinentes, reflexiones de relevancia, alcances y limitaciones. La investigación sobre el impacto de la maternidad y la paternidad en la duración del doctorado fue comentada por Marisa Bucheli, del Departamento de Economía de la Facultad de Ciencias Sociales. La de la producción académica y el acceso a grados y Sistema Nacional de Investigadores estuvo comentada por Paola Azar, del Iecon de la Facultad de Ciencias Económicas y de Administración.

Es difícil bajar muy bien a palabras la emoción que produce presenciar una discusión que se eleva no de tono sino de nivel. En pocas instancias humanas se puede ver cómo alguien que acaba de contar detalles sobre un trabajo que estuvo desarrollando por años recibe con genuino interés, y hasta entusiasmo, aportes que, si bien llevan a reflexionar sobre el problema, también pueden verse como el señalamiento de limitaciones de lo presentado o hasta críticas.

¿Cómo es el hogar de cada una de esas investigadoras e investigadores que tuvieron hijos durante su doctorado? ¿Hay hogares monoparentales, biparentales, otros? ¿Qué red de cuidados hay detrás? ¿Retrasar la obtención del doctorado por tener hijos es algo indeseable? ¿Qué nos dice de quienes teniendo hijas e hijos pequeños no resulta alterado su desempeño académico? ¿Queremos un mundo en que todo lo que importe sea publicar mucho, acaparar cargos y mostrar estadísticas de desempeño intachables? ¿Es esperable que no haya diferencias entre quienes dedican tiempo, energía, recursos y afecto a criar personitas y quienes sólo dedican tiempo energía, recursos y afecto a su carrera? ¿Dónde entra la felicidad y la realización en todo esto, más aún cuando una investigación anterior mostraba que las investigadoras con doctorado trabajando en la Udelar reportaban mayor insatisfacción con su trabajo que los investigadores con doctorado? Lo cierto es que ser madre en la ciencia y la academia viene aparejado con connotaciones más negativas que ser padre. Sobre esa desigualdad hay mucho por trabajar.