Cuidado con lo que te apasiona, podría estar haciéndote pasar por alto otras cosas interesantes, maravillosas y relevantes. Si estuviera escrito como un cuento infantil, algo así podría ser la moraleja del trabajo científico que nos convoca.

A veces el árbol no nos deja ver el bosque. En otras el bosque y el árbol no nos dejan ver que el ecosistema más amenazado en nuestro país es el pastizal. Y en el caso concreto de la investigación que nos convoca, a veces el hueso fósil no nos deja ver... una compleja red de túneles, cámaras y madrigueras que se extiende por todo el suelo que estamos pisando. O para simplificar, a veces el fósil de hueso no deja ver el icnofósil, es decir, el fósil no de un hueso o resto del animal, sino de la evidencia de su actividad, como puede ser una huella, un excremento, un nido, o en este caso, excavaciones en el suelo.

Eso fue casi lo que pasó cerca de la playa Kiyú, al inicio de la pandemia, de no haber sido por Ximena Martínez (paleontóloga que, lejos de dedicarse al estudio de madrigueras, túneles y cámaras subterráneas, se ha especializado en el estudio de polen fósil, o sea, a la paleopalinología y que tiene formación complementaria en geología). Hoy, tres años después de que Ximena no se dejara encantar por los huesos fósiles de un gliptodonte que cegaron a sus colegas de expedición, su prestar atención a otras cosas permitió la publicación de un artículo científico cautivante.

Titulado algo así como Madrigueras de mamíferos del Mioceno tardío en la Formación Camacho de Uruguay revelan una compleja comunidad de ingenieros de ecosistemas, el trabajo lleva la firma de la propia Ximena Martínez y de sus colegas del Departamento de Paleontología de la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República (Udelar) Luciano Varela, Sebastián Tambusso, Carolina Lobato y Richard Fariña. También firman el trabajo Raúl Ugalde, de la Facultad de Ciencias, Ingeniería y Tecnología de la Universidad Mayor, Chile, y Claudio Gaucher, del Instituto de Ciencias Geológicas de la Facultad de Ciencias de nuestro país.

Ya que al principio hablábamos de cuentos infantiles y moralejas, su trabajo podría verse también como una especie de La cenicienta paleontológica en la que, en lugar de con un zapato con túneles fosilizados, el equipo debió salir a buscar qué animales podrían haber realizado las excavaciones. Así que vayamos al encuentro de Luciano Varela y Richard Fariña, conocidos de esta sección que además son investigadores del Servicio Académico Universitario y Centro de Estudio Paleontológicos (Sauce-P) de la Udelar y de Ximena Martínez, quien puso todo esto en movimiento.

Cangrejos mutantes y paleontólogos zombis

Como bien describe el trabajo publicado, los icnofósiles de estos túneles subterráneos fueron encontrados a los pies de las barrancas de Punta San Gregorio, localidad costera de San José que queda a unos dos kilómetros al oeste del popular balneario Kiyú. Estaban en sedimentos de lo que se conoce como Formación Camacho, en estratos que han sido datados con diferentes fechas, pero que coinciden en una antigüedad que nos lleva al Mioceno tardío, es decir, a hace entre unos 11 y seis millones de años (algunos se van un poco más lejos y otros un poco más cerca, pero siempre apuntando al tramo final del Mioceno). Pero claro, el artículo científico no da detalles de cómo este fabuloso equipo de investigación dio con ellos (no por una omisión sino porque dentro del estilo de las publicaciones científicas no se consigna este tipo de información).

Desprovistos del corsé de los papers, Luciano, Ximena y Richard disfrutan contando los detalles del hallazgo. “Nos contactó Darío Varela, un docente de Historia que vive en Kiyú que suele salir a caminar por la playa y que dos por tres ha visto cosas interesantes”, dice Luciano, que como es un paleontólogo que generalmente trabaja con vertebrados, las “cosas interesantes” no son otra cosa que huesos fosilizados. En esta ocasión les había pasado el dato de una coraza completa junto a otros restos de un gliptodonte. Era mayo de 2020, la pandemia había llegado hacía poco al país, y sabiendo que al aire libre pasarían mejor que encerrados, se fueron hasta Punta San Gregorio.

“Cuando llegamos no pudimos recuperarla porque el lugar donde Darío había visto la coraza estaba bajo el agua”, recuerda Luciano. Pero son testarudos –o estaban aburridos durante la pandemia– y a los dos meses volvieron. Esta vez tuvieron suerte a medias: el agua había bajado pero sólo encontraron la mitad del material que Darío había visto meses atrás. Richard, Luciano, Sebastián y Carolina se pusieron a recuperar los fósiles del mamífero. A Ximena, como se apasiona por el polen fósil, los huesos del xenartro no la cautivaron tanto. Por suerte. Algo llamó su atención en el suelo.

“Recuerdo hablar con Sebastián y decirle que esos dibujos que estaban por todo el sedimento eran icnofósiles. Me hicieron acordar a los que hay en las barrancas de San Pedro, hechos por cangrejos e insectos, pero estos en comparación eran gigantes y de otro color”, cuenta Ximena, que entonces ya estaba convencida de que estaban ante unos icnofósiles extraños y no reportados en nuestro país.

“Cuando me contó me maté de la risa, porque no podían ser eso”, dice Luciano. “Hasta le dije que se trataría de cangrejos mutantes, porque los icnofósiles eran de dimensiones que hacían imposible pensar en cangrejos”, ríe tentado como si aquel día fuera hoy. “Había túneles que tenían 40 o 50 centímetros, no tenían nada que ver con los de San Pedro”, dice ahora con seriedad Luciano. Ximena cuenta que empezaron a mirar con atención y los fósiles de túneles “estaban por todos lados”. Pero...

“En eso apareció un húmero de perezoso”, admite Luciano, mostrando que para él un hueso tira más que una yunta de icnofósiles. “Terminamos de trabajar con la coraza, fuimos hacia donde estaba el húmero y revisando al lado de él encontramos unos dientes que sobresalían”, rememora Luciano. La cosa se complicaba: pronto vieron que los dientes estaban aferrados al cráneo en el que había cumplido funciones millones de años atrás. No lo dice, pero está claro: un húmero es menos atractivo que un diente, que es menos atractivo que un cráneo completo con varios dientes. “Y en eso todo lo que habíamos hablado de estos túneles pasó a un segundo plano”, reconoce Luciano con la calma de quien sabe que luego cambió de parecer.

“Yo hice la carrera de Geología, entonces miro más el sedimento, ver qué tiene, cómo está conformado”, explica Ximena. “Nosotros miramos más los huesos”, asume Luciano. “Podemos mirar el sedimento, es interesante, pero vemos un diente y nos tiramos hacía ahí como zombis”, agrega Richard. “Estábamos ahí por una coraza de gliptodonte y después nos apareció un cráneo de perezoso. ¡Toda nuestra atención estaba ahí!”, se justifica Luciano.

El momento eureka

Viendo que el trabajo se ha publicado, uno calcularía que Ximena los hizo entrar en razón y que las primeras excavaciones fosilizadas de mamíferos reportadas para el país podrían ser tanto o más interesantes que los fósiles de un gliptodóntido o de un perezoso (aunque el cráneo tiene particularidades que tal vez lo hagan estelarizar su propia publicación). Pero no fue así.

Luciano había hecho tomas con el dron para registrar el sitio donde habían hallado los fósiles de los dos mamíferos. Su intención era luego hacer un modelo tridimensional compuesto con las diversas tomas del dron. Pero el momento eureka no llegó mientras tenían los pies al lado de cuevas excavadas por cangrejos mutantes hace millones de años, sino semanas después ante una computadora en Montevideo.

“Al hacer el modelo 3D, se te forman imágenes compuestas de extensiones grandes. Y en eso aparecen las imágenes con esos lugares donde había un montón de túneles”, cuenta Luciano. “Cuando volví a casa le comenté a Ximena lo raro que era todo eso”, agrega. No lo dicen pero uno se lo imagina: la cara de “te lo dije” de Ximena seguro fue para enmarcar y exponer junto a La Gioconda.

“Al verlos más en detalle nos empezamos a cuestionar un montón de cosas. Al buscar literatura sobre el tema, rápidamente apareció un trabajo en Argentina, en una formación que es más o menos de la misma época, con túneles de vertebrados que tenían tamaños similares”, cuenta Luciano. “Cuando vimos las fotos de algunos de estos túneles de La Pampa nos convencimos de que los de acá eran lo mismo”, agrega. La justicia había tardado unas semanas pero finalmente llegaba para el gran descubrimiento de Ximena.

“Al estudiar las fotos se hizo notorio que había túneles grandes más simples y otros más chiquitos más complejos”, describe Luciano. “Al ver estos sistemas de túneles con bifurcaciones, con cámaras asociadas, algunos con cámaras que salen de un túnel y son como individuales y otras en las que el túnel continúa, vimos que había muchas configuraciones diferentes”, dice. Y entones Luciano pasó de bromear con cangrejos mutantes y se acercó a algo más real: “La complejidad de las estructuras rápidamente nos hizo cambiar la perspectiva y nos convenció de que estábamos ante túneles de vertebrados”, sintetiza.

La diferencia entre los tamaños de los túneles además implicaba distintos animales. Así que aunque no fueran huesos, ahora sí se morían de ganas de volver al campo a estudiar eso que antes había sido sólo una anécdota, cosa que hicieron varias veces durante la primera mitad de 2021.

“Una de las primeras cosas que intentamos hacer fue cortar algunos túneles, porque nos decíamos que capaz que eran otra cosa, una estructura sedimentaria, como un canal o algo así. Al volver hicimos varios cortes y pudimos ver que estos túneles se cerraban”, confirma Ximena. “También todas las veces que íbamos nos fijábamos si aparecían fósiles de vertebrados y los colectábamos, tanto por los fósiles en sí como por el hecho de que aparecieran fósiles adentro de los túneles, algo que sería muy valioso para pensar quiénes los podrían haber hecho”, comenta Luciano, que evidentemente no puede con su fijación con los huesos fósiles.

Pese al empeño de Luciano, no tuvieron mucha suerte en esa empresa: de los pocos fósiles de huesos encontrados dentro de los túneles, sólo pudieron identificar uno, que pertenecía a una especie de vizcacha del Mioceno del género Lagostomus (la vizcacha actual es Lagostomus maximus). Varios fósiles de otros animales, entre ellos armadillos y gliptodontes varios, sí se encontraron cerca de los túneles, pero no en ellos.

A mitad de 2021 el sitio se volvió a tapar de arena y los túneles, dibujados en el sedimento de lo que vendría a ser el piso de la playa, que se perdía en un extremo bajo la barranca y en el otro en el mar, volvieron a quedar ocultos. “Pensamos que el evento por el que todos estos túneles quedaron al descubierto por casi ocho meses, permitiéndonos sacar las fotografías y hacer todo el estudio, no debe ser muy común, porque el sitio se investiga hace más de 50 años y esto no había sido reportado”, destaca Luciano. “Yo voy a esa zona desde 1977”, enmarca Richard.

El asunto es que mientras la zona estuvo sin arena –hoy no lo está– pudieron hacer 243 mediciones de túneles, cámaras y bifurcaciones en una extensión de unas tres cuadras de la Formación Camacho, sacaron fotografías, tomaron muestras de las paredes de los túneles, de su relleno y del sedimento del entorno y colectaron cada huesito que encontraron que pudiera dar alguna pista sobre quienes los excavaron. Y entones, comenzó la labor detectivesca de encontrar los responsables con las pistas disponibles.

Como en La Cenicienta

En el cuento La Cenicienta la protagonista, tras salir corriendo del baile en el que el príncipe había caído rendido ante ella, pierde uno de sus zapatos. Decidido a encontrarla, el príncipe sale con el zapato por el pueblo en busca de la muchacha. Aquella a la que el zapato le calzara debía ser quien lo había cautivado. Más allá de que los tamaños de los pies se distribuyen con la tradicional campana de Gauss, es decir, hay un rango de tamaño que abarca a gran parte de las personas –entre los talles 35 y 40 para el calzado femenino–, y que salvo que Cenicienta calzara algo excepcionalmente pequeño o grande, seguramente a muchas muchachas el zapato les podría ir bien, al leer el trabajo no pude evitar pensar que sucedía algo similar.

En San Gregorio los vertebrados no habían dejado zapatitos sino túneles. Teniendo los talles de los túneles –su diámetro horizontal– los autores del trabajo entonces salen cual príncipe del relato a ver a qué vertebrados de los reportados en esa formación, o sea, en esa época y esa zona, podrían corresponder los túneles, cámaras y madrigueras.

Analizando las más de 200 mediciones de los túneles, los modelos les arrojaron que podrían agruparse en cuatro tamaños distintos, lo que llevaría a que tuvieran que pensar en al menos cuatro sospechosos de haberlos construido. “El método que empleamos lo que hace es, con base en la distribución de las medidas de los diámetros, encontrar cuál es la combinación de normales que mejor se ajusta”, explica Luciano.

Como vimos con los talles de calzado femenino de adultos, si hiciéramos una gráfica nos daría una curva en la que entre los talles 35 y 40 quedaría la mayor parte de la población. Ese pico de la gráfica se achataría hacia ambos extremos, con los talles pequeños hacia la izquierda y los más grandes a la derecha, dando forma en la gráfica a la famosa campana de Gauss. Aquí el modelo arrojó que había cuatro picos o centro de cuatro campanas.

“Este método no es supervisado, es decir que no le estamos dando información de cuántos picos tiene que haber. Cuando el modelo ajusta por un solo pico, el ajuste del modelo para los datos es muy malo. Cuando prueba dos es un poco mejor, cuando prueba tres es un poco mejor aún, cuando prueba cuatro es un poco mejor, y cuando prueba cinco es un poco peor. Y entonces uno llega a la conclusión, de forma objetiva, de que el modelo con cuatro distribuciones normales, con cuatro subpoblaciones, es el más soportado estadísticamente”, reseña Luciano.

¿Cuánto calzan las cuatro Cenicientas de San Gregorio? En el trabajo reportan que los túneles pueden agruparse en cuatro medidas. A partir de ahora en esta nota llamaremos túneles de talle P a los que están en el entorno de los 15 cm, túneles de talle M a los que rondan los 25 cm, túneles de talle G a los que andan por los 34 cm y túneles de talle XG a los del entorno de los 70 cm.

Usando estudios previos que establecen relaciones entre el tamaño de los animales y el diámetro de los túneles que cavan, en el trabajo estimaron “los siguientes rangos de masa corporal de los potenciales creadores para cada una de las categorías de tamaño de madriguera”, de forma que los túneles talle P podrían haber sido construidos por animales con una masa corporal cercana a los tres kg, los M por los de una masa de unos 11 kg, los G de 35 kg y los XG de 450 kg.

A diferencia del príncipe del cuento, que no sabía por qué casa arrancar a buscar, aquí el equipo contaba con información extra: conocían animales reportados para esa formación, tanto encontrados por ellos como por otros paleontólogos, y además apelaron a lo que se sabe de la biología y comportamiento de algunos animales emparentados con los que allí vivieron, con trabajos de biomecánica de los animales extintos y demás. Si un animal pertenece a un género o grupo del que se sabe hay animales con comportamientos fosoriales, en otras palabras, adaptados para excavar, las cosas se hacen más sencillas. Asimismo, el diámetro del túnel fue el tamiz que indicó cuáles podrían pasar por allí y cuáles no.

Se trata de una labor detectivesca de sentar en el banquillo de los acusados a todo el registro fósil de la Formación Camacho y ver, con la evidencia que tienen, cuáles se liberan sin cargos y cuáles quedan emplazados como posibles constructores de los túneles. “Sí, hay una parte más objetiva que tiene la base en establecer los rangos o la estimación de masa de los fósiles que se conocen para la Formación Camacho, que se obtienen con regresiones alométricas con las que Richard ha trabajado mucho. Luego hay algo similar, pero aplicado a los túneles, en el que otros autores han estudiado la relación entre el tamaño de animales y el tamaño de los túneles que hacen estos animales y han producido regresiones alométricas de eso. Entonces, por un lado, podemos estimar la masa a partir del tamaño del túnel y, por otro lado, podemos estimar la masa del animal a partir de huesos de los animales. Esa es la parte objetiva”, apunta Luciano.

“Y en nuestro trabajo esas regresiones se solaparon. Porque podríamos haber tenido una cantidad de túneles demasiado grandes y ningún posible autor porque los animales más grandes fuesen más chicos, o viceversa”, señala Richard.

“Luego hay otra búsqueda que pasa a ser más cualitativa y no tan objetiva quizás, en la que entra la revisión bibliográfica y lo que se piensa de esos animales. Eso hizo que a algunos los evaluáramos como potenciales creadores de esos túneles y a otros los descartáramos”, detalla Luciano.

El trabajo es claro en su alcance. No afirma categóricamente que tales o cuales túneles fueron construidos por tales o cuales animales. Aun así, nos acercamos a las posibles Cenicientas a las que esos túneles les calzarían bien.

Túneles talle P: dos roedores y un armadillo

En el trabajo proponen que los túneles más chicos pudieron haber sido producidos por “animales con masas de entre 1,9 y 4,2 kg”, lo que les resulta “compatible con dos roedores registrados para la Formación Camacho, Lagostomus y Prodolichotis, y el armadillo Proeuphractus limpidus”. Sus nombres científicos pueden despistar, pero son dos viejas conocidas: Lagostomus es el género de las vizcachas actuales ya mencionadas. Prodolichotis, en cambio, refiere a un pariente de las actuales maras.

Estos dos roedores no son las únicas Cenicientas a las que el talle P de túnel les queda bien: en el trabajo suman también al armadillo extinto Proeuphractus limpidus, ya registrado en la Formación Camacho. El actual tatú peludo (Euphractus sexcinctus), que aún vive en Uruguay, está “filogenéticamente relacionado” con él y “es conocido por su capacidad de excavación”.

Pero que a todos les calce el túnel no implica que el equipo los señale con la misma probabilidad. La vizcacha coincide en el tamaño y, como dice Richard, “tiene un comportamiento fosorial similar al que tiene su pariente moderno”. “Hay un trabajo en la provincia de Buenos Aires que reporta varios fósiles de diversas especies en los túneles, y entre ellos está Lagostomus”, suma Luciano.

A su vez, los túneles talle P presentaban cámaras. “Eso es algo compatible con el comportamiento de la vizcacha y de otros roedores actuales”, apuntala Luciano. “Por lo que se conoce de los roedores sociales, acá y en el mundo, e incluso en el registro fósil, estos roedores sociales generan sistemas complejos, mientras que en el caso de los xenartros eso no es tan claro. Creo que no hay registros de túneles de armadillos tan complejos como los de los roedores, ni de que tengan una vida social en la que se compartan esos sistemas, como hacen las vizcachas o los tucu tucu”, suma Luciano explicando por qué el tatú extinto quedó fuera del grupo principal de probables sospechosos.

¿Y las maras? En el trabajo señalan que “no son reconocidas como especialmente buenas cavadoras” y que si bien “pueden cavar sistemas de túneles para que los ocupen parejas y crías”, se sabe que también “utilizan madrigueras previamente construidas por otros” animales. De esta forma, Luciano señala que “si uno tiene que pensar entre esos dos organismos, nos inclinamos por la vizcacha. Coincide en el tamaño y además encontramos un fósil en un túnel. No es que eso sea determinante, pero sumando toda la evidencia la vizcacha es el animal más razonable de los que podemos pensar”. Cenicienta talle P encontrada, entonces.

Túneles talle M: una liebre que no es una liebre

Para los túneles talle M los sospechosos debían estar entre nueve y 14 kg. En los animales fósiles de Camacho ese talle le calza a la perfección a Hemihegetotherium achataleptum, cuya masa estimaron en 13,7 kg. Se trata de un mamífero que si bien parece una liebre, es en realidad un notoungulado.

“Los notoungulados fueron un grupo muy diverso en el Cenozoico y de gran variedad morfológica”, apunta Richard. “El representante más conocido es el toxodonte, que formaba parte de la megafauna. Pero antes hubo notoungulados de todos los tamaños y de varios formatos, uno de los cuales es Hemihegetotherium. Tenía un tamaño más bien chico y apariencia general como de una liebre”, agrega. En el trabajo sostienen que este animal, como otros de su género, “probablemente era un buen corredor” y también “tenía la capacidad de cavar madrigueras, ya sea para protegerse de los depredadores o para anidar”. Richard de todos modos aclara: “No es un típico excavador. No es un armadillo o una vizcacha, por ejemplo. Aún así, no podemos saberlo del todo, porque es un animal, como todos los notoungulados, que carece de análogos modernos”.

“Está bastante emparentado con otro animal que está reportado en estos túneles que mencionaba de Argentina. Se asume que podría tener algunos hábitos cavadores y es el único que coincide en tamaño”, redondea Luciano. Cenicienta talle M encontrada.

Túneles talle G: entre armadillos, roedores grandes y coatíes

Los sospechosos de poder usar los túneles talle G pueden andar entre los 24 y los 51 kg, lo que apunta a varios animales encontrados en Camacho: los armadillos Ringueletia (con una masa estimada en 40 kg) y Kraglievicha paranensis (masa estimada 30,5 kg), el roedor caviomorfo Cardiatherium orientalis (masa estimada 29,9 kg)y el procióniodo Cyonasua, cuya masa se estimó entre 12,6 y 28,5 kg y es un pariente de los coatíes como el que aún vive en el norte de nuestro país.

En el trabajo varios de estos sospechosos son descartados. Por ejemplo, del armadillo Kraglievicha dicen que “podría considerarse el menos adaptado para excavar”, ya que pertenece a un grupo, los pampatéridos, cuyos miembros “carecen de adaptaciones morfológicas importantes” para ello. El roedor caviomorfo, grupo que hoy tiene en los carpinchos a representantes vivos, “tampoco representaría un buen excavador, basándose en el comportamiento de sus parientes actuales”. Los dos sospechosos que quedan, además de haber podido cavar los túneles talle G, podrían además estar involucrados en escenas de cierta violencia.

“Dentro de estos túneles más grandes vimos que algunos cortaban a través de los túneles más chicos. Una de las posibilidades es que se tratara de un carnívoro buscando presas”, explica Luciano. Y allí el Cyonasua tiene todas las de quedarse con este talle de túnel: se trata del primer miembro del grupo Carnívora que llegó a estas tierras gracias al intercambio de animales que tuvimos con América del Norte al comenzar a formarse el istmo de Panamá (en ese momento llegaron como estos coatíes y también osos, tigres dientes de sable, pumas, jaguares, cánidos y demás).

Que los túneles grandes cortaran a otros chicos no es la única razón para apuntar al coatí. “Hay registros de este mismo género en Argentina en madrigueras fósiles para los que se propone que podría depredar a otros organismos cavadores”, agrega Luciano. Sin embargo, también el armadillo Ringueletia podría haber usado este talle de túnel.

Ringueletia era cercano en tamaño al Priodontes maximus, el tatú carreta, y bastante más grande que cualquiera de los tatú que tenemos acá ahora, ya que rondaría los 40 kg”, dice Richard. Y nuevamente, en las madrigueras fósiles reportadas en Argentina se propone que este armadillo no sólo hacía madrigueras sino que podría estar involucrado en “relaciones depredador-presa entre taxones”, pero a diferencia del coatí, estaría del lado de los devorados. Así que acá el príncipe paleontológico tiene dos Cenicientas para el mismo talle G de túnel.

Túneles talle XG: entre gliptodontes, roedores inmensos y perezosos

Los túneles talle XG son los menos abundantes y se corresponderían con animales de entre 211 y 724 kg. Dada la abundancia de mamíferos de considerable tamaño encontrados en la Formación Camacho, hay varios sospechosos. Una vez más, algunos son descartados casi ni bien su nombre sale a la luz.

Entre estos están varios roedores de gran tamaño (de la familia de los dinómidos), “ya que no se consideran especializados en cavar”. Por su parte, dos grandes armadillos, Vassallia (masa estimada 180 kg) y Pseudoplohophorus (masa estimada 209 kg) también entran en la lista pese a estar un poco por debajo del peso estimado. El primero, Vassallia, como es un pampatérido, queda excluido por sus pocas dotes de cavador, tal como había pasado con el Kraglievicha en los túneles talle G. Pseudoplohophorus, en cambio, se mantiene.

Pseudoplohophorus era un gliptodontito”, dice Luciano, aclarando que usa el diminutivo “al compararlo con los gliptodontes del Pleistoceno, pero no era nada pequeño”. Justamente, aclara que acá la fama de sus parientes gigantes más modernos no debería llevarnos a excluirlo: “Uno piensa que los gliptodontes no eran buenos cavadores pensando en los gigantes del Pleistoceno. Pero este gliptodonte, más antiguo y pequeño, presenta índices basados en los huesos de las patas delanteras que indican que podría cavar más que sus parientes grandes. Quizás no fuera tan buen cavador como otros armadillos, pero podría, y por eso no está descartado”. Estos túneles grandes son simples, por lo que Luciano propone que podrían haber sido un refugio o algo similar.

Pero este gliptodontito no está solo. “El otro candidato es Kiyumylodon lecuonai, un perezoso ya de cierto porte”, señala Luciano. Según las estimaciones de masa que publicaron, pesaría en el entorno de los 870 kg. En el trabajo también nombran a otro perezoso del mismo grupo, los milodóntidos, Lestobradys sprechmanni, que pesaría cerca de 850 kilos.

“Sobre los milodóntidos la evidencia de que podían cavar es muy fuerte. Nos centramos más en Kiyumylodon, pero podrían ser ambos”, apunta Luciano. “Son parientes de los milodóntidos del Pleistoceno, de Lestodon, Glossotherium, y también con Scelidotherium, que tiene registros confirmados de que hacían cuevas gigantes en Argentina. En Brasil hay cuevas gigantes que se asignan a Lestodon, incluso con marcas de garras, entonces estos perezosos son candidatos bastantes claros para imaginar quién podría ser el responsable de túneles tan grandes”, agrega. Para el talle XG, entonces, hay dos o tres Cenicientas.

Les digo que pasaron entonces de cero a 100 en unos días. De no haber estudiado nunca madrigueras fósiles de mamíferos, a tener cuatro tipos con cerca de una decena de mamíferos que podrían haber andado por allí. “Viéndolo para atrás, es muy razonable. Porque si uno va por la lista de los mamíferos registrados para Camacho, que es lo que hicimos, hay muchos que tienen evidencia muy fuerte, sea por parientes actuales, sea por estudios de fósiles, de ser fosoriales o de tener habilidades para excavar”, resume Luciano.

“La diversidad sí me llamó la atención. Había un montón de organismos que estaban generando estos túneles e inevitablemente todos estos sistemas de galerías tenían un impacto sobre el ambiente. Tenemos un registro de varios ingenieros de ecosistemas, porque más allá de la identidad de cada uno, no hay duda de que hay diferentes organismos y que no es el mismo el que produjo todos esos tamaños. Eso habla de que había por lo menos cuatro o más organismos vertebrados modificando intensamente el ambiente con los impactos que eso genera”, comenta Luciano.

Ximena permaneció callada casi toda esta última parte en la que sus colegas de publicación comentaban maravillados sobre qué mamíferos podrían haber construido tales túneles. Su silencio, sin embargo, es elocuente. Nada de esto hubiera pasado sin que ella mirara donde nadie más había mirado antes.

Artículo: Late Miocene mammalian burrows in the Camacho Formation of Uruguay reveal a complex community of ecosystem engineers
Publicación: Evolving Earth (noviembre de 2023)
Autores: Luciano Varela, Ximena Martínez, Raúl Ugalde, Sebastián Tambusso, Carolina Lobato, Claudio Gaucher y Richard Fariña

De los Andes a las barrancas de San José

De los Andes a las barrancas de San José Uno de los autores del artículo es Raúl Ugalde. Y su aporte al trabajo no es menor: es un experto en la Formación Camacho, ya que hizo su maestría estudiándola. El asunto es que Raúl es chileno, por lo que me veo tentado a preguntarle por videoconferencia cómo terminó estudiando la Formación Camacho, por qué cambiar sus Andes por unas barrancas de pocos metros.

“Es que la Formación Camacho tiene lo suyo también, no es tan pedorra como la pintás”, dice tentado. “Hubo varios factores sobre por qué terminé estudiándola. El primero es que un gran amigo chileno, Enrique Bostelman, que ya vivía en Uruguay, me enganchó para que hiciera mi posgrado allá. Yo quería hacer mi posgrado fuera de Chile, pero no conocía nada de Uruguay, salvo lo que había escuchado de Suárez, Mujica y de la legalización de la marihuana”, confiesa Raúl.

“Resulta que terminé hablando con Claudio Gaucher y con él armamos el proyecto de estudiar esta formación porque había estudiado unas formaciones muy similares a Camacho en la Patagonia. Eran formaciones un poquito más viejas, pero también marinas y con fósiles”, dice. Así que entre 2014 y 2017 anduvo por acá haciendo su maestría. Y desde entonces ha colaborado con varios investigadores que hacen trabajos con fósiles y otros aspectos de la Formación Camacho.

Raúl mencionó que Camacho era una formación “marina”... ¡cuando publican un trabajo de madrigueras de mamíferos que no sólo no son cetáceos, sino que cavan bajo tierra! ¡Menos marino imposible! Raúl se ríe.

“Podríamos decir que la Formación Camacho no es marina en sentido estricto. Tiene fases que son marinas de poca profundidad, es decir, de no más de 50 metros, pero también hay fases, como estas que describimos, que se denominan de la trasplaya, esa zona que está entre las dunas y donde moja el agua”, explica. “Formación Camacho está preservando tanto parte de las dunas, parte de la playa propiamente y parte de donde está el agua”, precisa.

“Entonces tenés un espacio que geográficamente no está siempre saturado en agua. San Gregorio sería parte del borde costero y en sentido estricto no es marino”, sostiene. “Hay unas clasificaciones generales de los ambientes sedimentarios donde están los continentales, con sus glaciares, ríos, lagos, desiertos o dunas eólicas, luego están los ambientes costeros, donde puede haber deltas, estuarios, playas, y finalmente los ambientes marinos, ya sean de poca o de alta profundidad. Lo que preserva Camacho en distintos lugares son zonas costeras o marinas de poca profundidad. Y justamente en Punta San Gregorio lo que describimos originalmente, tanto en la tesis de maestría como ahora con este trabajo, es que eran fases más próximas hacia el continente”, apunta. “Esa parte costera próxima al continente, esa trasplaya, es un lugar que tiene la potestad de no estar siempre saturado en agua. Eso lo confirma la ocurrencia de madrigueras de mamíferos”, afirma entonces.

“Otra cosa linda que figura en el trabajo es que dentro de las madrigueras hay raíces fósiles, rizolitos, que nos están marcando que allí no sólo no estaba ese ambiente saturado en agua, sino que estuvo en condiciones subaéreas que le permitieron desarrollar incluso vegetación”, agrega Raúl.

“La Formación Camacho, teniendo un rango de varios millones de años, independientemente de cuáles sean esos millones de años, probablemente puede preservar varios episodios diferentes”, prosigue. “Las madrigueras de Formación Camacho nos están mostrando justamente ese fenómeno de una baja del nivel del mar y después una suba, en escala de miles de años”, puntualiza.

Enigma relleno
“Cuando Luciano me contó que habían encontrado un montón de madrigueras dudé. Cuando me envió las fotos del dron me tapó la boca”, confiesa Raúl. Ahora está tan convencido que redobla la apuesta: “Si esa unidad tiene túneles, seguramente los hay en otras partes. Yo tengo la presunción de que muchos de los fósiles que se han encontrado en Arazatí o en Kiyú estaban dentro de túneles, sólo que nadie vio el contexto general”.

El llenado de estas madrigueras, conjetura Raúl, debe haberse producido rápidamente, pues de lo contrario los túneles hubieran colapsado antes de ser rellenados. ¿Una inundación repentina? ¿Otro fenómeno?

“Hay dos cosas que son interesantes de la perspectiva netamente sedimentológica-geológica. Primero, el desarrollo de la huella se debe haber dado en un momento en el que las arenas de la Formación Camacho estaban un poquito duras, semiconsolidadas sería el término. Lo segundo es que el relleno tuvo que hacerse relativamente rápido para que se preserve la huella”, sostiene.

“Eso es súper interesante desde la perspectiva geológica, es un episodio geológico que no se había contado antes y que creo que aporta mucho más a la discusión de la formación”, continua. Sobre cómo podrían haberse rellenado rápidamente, lanza dos posibles explicaciones: “Una es que pueden ser reiterados episodios de inundación que rellenan de una completamente las huellas cerca de la costa. La otra explicación posible tiene que ver un poco con el sesgo de ser chileno”, dice enigmáticamente.

“Uno habría esperado que si fuese un régimen completamente pasivo, tranquilo de la plataforma marina, todas las capas de la formación estuvieran completamente horizontales. Pero si comparás localidades de Colonia y de San José, vas a ver que en realidad la Formación Camacho, de oeste a este de Uruguay, está un poquito inclinada. Y esa inclinación no es natural, no es que es justo la pendiente de la superficie está inclinada y se rellenó así”, sostiene. Y entonces surge el toque chileno y habla de una “dinámica tectónica”.

“Ese basculamiento es un fenómeno tectónico que se tiene que describir para esta formación”, especula. “Es un fenómeno tectónico de gran escala, y para mí esto que estamos viendo de las huellas, aunque no parezca tener relación, podría tener que ver en explicar el fenómeno de exposición y enterramiento rápido. Allí podría estar involucrada la subsidencia tectónica. Pero para afirmar eso necesitamos mucha más evidencia”, sostiene Raúl.

Dibujando con IA

El grupo MEGAFAUNA 3D, que integran varios de los autores del artículo, cuenta con un artista maravilloso, Martín Batallés, y el libro Megafauna 3D es una gran muestra de ello. No obstante, el artículo –y esta nota– está ilustrado por una imagen que a su pie dice que fue compuesta “utilizando una combinación de arte digital e imágenes generadas por IA”. ¿Cómo es eso?

“Ayer le dije a Martín que venías y que en la nota querías hablar de la imagen con IA. Le dije que iba a quedar como el paleontólogo que le está sacando trabajo a los paleoartistas, a lo que me contestó que eso era así y que debería ser el título en la diaria”, cuenta entre risas Luciano.

“Para este trabajo decidimos hacer algo que no habíamos hecho antes, porque sentía que estaría bueno que tuviera una imagen del ecosistema. En ningún otro artículo nos habíamos planteado hacer una reconstrucción así”, dice ahora explicando el asunto Luciano. “Le escribí eso a Martín y coincidió en que estaría genial. Pero claro, le dije que el artículo lo quería sacar este año, a lo que me dijo que no podía porque estaba tapado de laburo. Entonces le pregunté qué le parecía si lo hacía usando IA combinada con Photoshop. Martín me dijo que podría andar”, relata dejando claro que en este caso, al menos, si la IA desplazaba al artista humano había sido con consentimiento.

“Yo siempre lo jodo a Martín con la IA”, retoma Luciano. “Cada vez que sale algo nuevo lo pruebo, hago una imagen y se la mando por Whatsapp, y él me dice cosas como ‘bárbaro, gracias por avisarme que en breve no tengo más laburo’”, cuenta Luciano.

“Empecé entonces a probar con mis pocas habilidades de edición de imágenes en Photoshop. Ya hay un montón de herramientas diferentes de IA en las que podés pedir un montón de cosas. Entonces podés combinar, por ejemplo, IA para generar una imagen a partir de texto, y si bien no hay un notungulado que parece una liebre, le podía pedir determinada liebre y luego irla modificando”, explica.

Los notungulados caminan sobre sus dedos. “Claro, por eso no le muestro los dedos”, dice Luciano. IA Peñarol. “Lo mismo pasa con el gliptodonte. No hay imágenes de gliptodontes excavando por ahí. Pero ponés un armadillo y le modificás el hocico y las placas”, dice Richard.

“Después tenés otras herramientas a las que les podés dar un dibujo lineal y pedirles que lo transformen a otro estilo. Entonces yo podía darle un dibujo lineal de algo como me parecía o armar algo más o menos y decirle que le cambie el estilo y lo haga parejo para todo lo que tenía. Después de mucha prueba y error, llegué a esta especie de collage. No fue que le dije a una IA que me hiciera esta imagen y me tiré a descansar. Fueron varios días y con mucho ida y vuelta con Martín que me hacía observaciones”, relata Luciano.

“La idea era más como un juego. Si Martín hubiese tenido tiempo o nosotros financiación para tirar para arriba, seguro hubiéramos hecho otra cosa”, dice a su vez. Lo que lo movía no era tanto figurar como ilustrador, sino que el artículo se enriqueciera. “Lo que me interesaba de la reconstrucción no era que la hubiera hecho yo, sino que se pudiera visualizar la escena, mostrar lo que nos imaginamos y lo que nos parece que está bueno del sitio”, expresa Luciano. “El sitio nos muestra un montón de animales ahí, que muchas veces encontramos por separado, pero que mediante los túneles los vemos como conviviendo. La idea era representar un poco eso”, confiesa.

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