El reporte de un murciélago con rabia en el centro de Montevideo, ocurrido a fines de marzo, no es una buena noticia para los humanos pero tampoco para los murciélagos nativos, que ya lidian con suficientes prejuicios y amenazas como para sumar las potenciales represalias generadas por el miedo.

Esta reacción es comprensible si uno tiene en cuenta únicamente las características de esta zoonosis (enfermedad que se transmite de animales a humanos o viceversa, como la covid-19) causada por el virus de la rabia y con prácticamente 100% de mortalidad una vez que aparecen los síntomas.

El espantoso cuadro clínico de la rabia que conocemos y que Uruguay padeció durante más de 150 años no ayuda a disipar el pánico. Antes de que Louis Pasteur probara exitosamente su vacuna antirrábica en 1885, muchos pacientes morían “aullando y revolcándose por el suelo”, como describió el médico Cristóbal Martín de Montújar al diagnosticar los primeros casos de rabia en Uruguay en 1807.

Con ese tipo de escenas bien incorporadas al imaginario colectivo, el comunicado del Ministerio de Salud Pública que aclara que “la actual situación es de riesgo para las personas y mascotas que entran en contacto con murciélagos” puede generar una ansiedad entendible en la población, pero la frase obliga a analizar cuáles son los factores que componen ese riesgo y qué diferencias hay entre lo que ocurre ahora y aquellas escenas que parecían salidas de un exorcismo.

Perros de la calle

Para empezar, la rabia transmitida por murciélagos es muy distinta de la que afectó a humanos en Uruguay hasta ahora. “La variante del virus de la rabia que circuló en perros en Uruguay hasta 1983 y produjo casos en humanos hasta 1966 no se volvió a encontrar aquí nunca más y es completamente independiente de lo que vemos en murciélagos”, explica el biólogo Germán Botto, una persona idónea para aclarar los tantos: es miembro del Programa para la Conservación de los Murciélagos de Uruguay, hizo su doctorado en Inmunología y Enfermedades Infecciosas en el Departamento de Microbiología e Inmunología de la Montana State University (Estados Unidos), es docente del Departamento de Métodos Cuantitativos de la Facultad de Medicina de la Universidad de la República y también es colaborador del Departamento de Biodiversidad y Genética del Instituto de Investigaciones Biológicas Clemente Estable.

Estas diferencias se aprecian en la sintomatología de la rabia transmitida por murciélagos, que es muy distinta de la de la hidrofobia, como se denominaba a la rabia transmitida por perros (llamada así porque los pacientes rechazaban el agua, no porque tuvieran alguna fobia caprichosa sino simplemente porque no podían tragar). “Es una parálisis ascendente que se va distribuyendo desde el sitio de la mordedura hacia el sistema nervioso central y va afectando las capacidades motoras. En oposición a la otra, se la conoce también como rabia tranquila”, apunta Botto, aunque hay que aclarar que eso no la hace menos mortal.

Incluso dentro de los murciélagos circulan variantes distintas de la rabia, como la que portan algunos vampiros (la única especie que vive en Uruguay es Desmodus rotundus) y la registrada en varias especies de murciélagos insectívoros, como los hallados en Montevideo.

La aparición de un murciélago insectívoro con rabia en Montevideo tampoco es novedad. Desde 2008, cuando se detectó el primer caso en el Prado, hubo varios episodios aislados. Teniendo en cuenta que Uruguay no hace una vigilancia activa y sistemática del virus, es razonable suponer que ha seguido circulando desde entonces y que sólo estos eventos casuales –el más reciente se reportó porque un gato capturó un murciélago– nos recuerdan cada tanto que el virus sigue en la vuelta.

Tras el último reporte de 1983, la enfermedad de la rabia reapareció en Uruguay luego de casi 25 años de ausencia, y si bien llegó por la variante transmitida por los murciélagos no se manifestó en perros o humanos sino en otros animales. Como suele suceder en este caso, no fueron los murciélagos los que tuvieron la culpa, sino otros mamíferos inteligentes y con capacidad para conquistar todos los rincones del planeta: nosotros.

Las penas nuestras y las vaquitas ajenas

En 2007 se registraron en el noreste uruguayo los primeros casos de rabia paresiante, también llamada paralítica, en el país, luego de que al menos 200 vacunos y también algunos equinos fueran mordidos por murciélagos vampiros infectados. El brote provocó pérdidas ganaderas, demandó una inversión de dos millones de dólares en vacunación y prendió las alarmas por el posible riesgo para seres humanos.

El propio Germán investigó la aparición de este brote y propuso que pudo haber sido ocasionado por los cambios en el uso de la tierra. En otras palabras, la fragmentación de los pastizales nativos, debido al aumento creciente de la forestación, cambió las dinámicas de movimiento de los vampiros entre las colonias, incrementó su conexión y favoreció así la persistencia del virus por más tiempo.

El origen del brote no fue entonces la llegada a Uruguay de vampiros extranjeros infectados y sedientos de sangre, sino la perturbación provocada por la intervención humana sobre los ambientes naturales, algo que suena ya inquietantemente familiar luego de más de dos años de pandemia de coronavirus.

Insistir únicamente en la inocencia de los quirópteros, sin embargo, no evitará que muchas personas decidan eliminarlos cuando aparezcan cerca de sus casas o que llamen a empresas de fumigación de plagas para que los exterminen, algo prohibido por la Ley de Fauna. Es exactamente lo que ocurre cada vez que se reporta el caso de un murciélago con rabia en la ciudad, a tal punto que un trabajo sobre el estado de conservación de nuestros murciélagos de 2019, liderado por el propio Germán, menciona los brotes de rabia como una preocupación para estos animales, pero no por el efecto del virus sobre ellos sino por la reacción que genera en la población “la situación y su manejo mediático”.

Recalcar las múltiples bondades y servicios ecosistémicos que nos prestan los murciélagos, como se ha hecho insistentemente desde estas páginas, tampoco es suficiente. A muchos que los odian o temen con pasión no les importa saber que controlan plagas, dispersan semillas, polinizan plantas de importancia ecológica o “son responsables de fabricar todas las tostadas a la francesa del mundo”, como bromeó una vez el comediante Louis CK.

En este contexto de miedo a los contagios de rabia, entonces, es más útil intentar dirimir cuán real es el riesgo que representan los murciélagos, entender por qué perturbar o matar a estos animales puede ser contraproducente y repasar cuáles son las precauciones sensatas a tener en cuenta.

Menos viru viru

“Algo que es importante plantear es que la prevalencia del virus de la rabia en murciélagos es muy baja”, explica Germán. Hay muy pocas posibilidades de que te topes con un murciélago con rabia porque se estima, con base en estudios realizados en la región, que sólo porta el virus uno de cada 1.000 ejemplares.

Tampoco existe más riesgo ahora porque se haya encontrado un ejemplar infectado, aunque la repercusión mediática provoque una alerta mayor. Se asume que el virus está circulando en las poblaciones silvestres y que estos casos, como dice Germán, “son sólo pequeños vistazos de un proceso que es continuo”. Lo deseable sería tener campañas de vigilancia activa permanentes para entender cómo y dónde se mueve el virus y no depender de hallazgos como el reportado en marzo en el Centro, que surgió a partir de una denuncia hecha por una persona tras un episodio fortuito.

Murciélago de la especie _Tadarida brasiliensis_ en Durazno.

Murciélago de la especie Tadarida brasiliensis en Durazno.

Foto: Pablo G. Fernández (NaturalistaUY)

Por otro lado, si bien el virus fue reportado en Uruguay tanto en murciélagos vampiros como insectívoros, los riesgos de transmisión de cada uno varían según el contexto. Como el virus se transmite por la saliva y el murciélago hematófago se alimenta de sangre caliente, que bebe tras provocar una incisión en la piel de sus presas, uno podría asumir que las posibilidades de contagio son mayores.

Sin embargo, contrariamente a lo que nos hizo creer un siglo y medio de exposición a Drácula y sus innumerables versiones, para los vampiros no es buen negocio alimentarse de seres humanos. Prefieren animales más grandes e incapaces de espantarlos con facilidad, algo que nosotros podemos hacer rápidamente con nuestras extremidades sumamente hábiles. Por eso se ceban en vacas, caballos, cabras u otros animales de buen tamaño y poca capacidad para sacárselos de arriba, como el propio Darwin observó con agudeza durante su viaje a nuestra región. Si tienen estas presas a disposición, se sienten muy poco inclinados a beber sangre humana, aunque el humano en cuestión se las ofrezca cual buffet.

Eso fue exactamente lo que hizo el famoso naturalista británico Gerald Durrell cuando visitó América del Sur para recolectar animales a comienzos de los años 60. Estaba obsesionado con capturar vampiros y llevarlos a Inglaterra, ya que en Europa no hay, pero como no contaba con redes de niebla ni logró encontrar sus escondites, decidió usarse a sí mismo como carnada y dormir con un pie fuera de la carpa en una zona en la que sabía que abundaban los vampiros. Su idea, además de atraparlos in fraganti, era comprobar si la mordida era tan indolora como decían. Los vampiros, sin embargo, se dedicaron a alimentarse únicamente de los caballos de Durrell e ignoraron su apetitoso dedo gordo congelado a la intemperie como una morcilla, tal cual comprobó irritado el naturalista a la mañana siguiente. Al final recordó que estos animales pueden portar el virus de la rabia y se dio cuenta de cuán tonta era su idea, si bien estaba convencido de que tenía bajísimas chances de contagiarse en caso de que lo mordiera uno.

Que un vampiro muerda a un humano, entonces, es bastante inusual, aunque hay unos cuantos antecedentes de contagio en ambientes selváticos o tropicales, en los casos en que estos murciélagos no tienen otros animales disponibles y una persona durmiendo desprotegida (a la intemperie o con ventanas abiertas) se convierte en una buena alternativa. Esto suele ocurrir, además, por culpa de cambios impulsados por los propios seres humanos en el entorno. De ocho brotes de contagios de rabia analizados por la bióloga brasileña Cristina Schneider en la región amazónica, siete habían registrado previamente algún cambio en el proceso productivo local, como desmontes o el retiro de los animales domésticos.

La curiosidad mató al gato (y al dueño)

Con los murciélagos insectívoros los problemas potenciales son otros. Como no tienen ningún interés en la sangre humana o animal, la vía de contagio con ellos es distinta, aunque también muy infrecuente. Se precisa en ese caso un rol activo de una persona o de sus mascotas.

“La situación más típica sería que un gato trate de capturar un murciélago infectado y el murciélago lo muerda. Y que, luego, ese gato muerda a su dueño, transmitiendo así la enfermedad. Es mucho más probable que estas dos cosas ocurran con un gato que con un perro, explica Germán, que agrega que de hecho no hay casos reportados de transmisión de un perro a un humano de un virus de origen de murciélagos, ni en Uruguay ni en el mundo.

Una vía de contagio más directa es que una persona intente tomar un murciélago infectado sin usar protección y el animal la muerda, pero Germán insiste en que estos casos son poco comunes en la región, especialmente en las ciudades, donde el contacto entre humanos y murciélagos es muy raro.

Si una persona ve un murciélago en su casa o su terreno, se pone nerviosa y decide erradicarlo o eliminarlo por mano propia. Está haciendo entonces algo penado por ley, pero que además aumenta las posibilidades de un potencial contagio: entrar en contacto con el animal.

Así como una persona no intentaría eliminar el potencial riesgo de un panal de abejas pegándole con un palo, enfrentar la amenaza de contagio de los murciélagos matándolos o persiguiéndolos es contraproducente. “No es deseable, pero tampoco es creíble que vamos a lograr matar a todos los murciélagos y eliminar así el riesgo; eso no va a pasar”, remarca Germán. Es malo incluso si no tuviéramos en cuenta en lo más mínimo la conservación de los animales.

Santas represalias

“Creo que los murciélagos que viven en las ciudades en Uruguay representan mucho menos riesgo que si estuvieran en un lugar en el que el ser humano está activamente modificando el ambiente”, había dicho Germán a la diaria en 2020, para aclarar luego directamente: “Ahora, si salimos a matar a todo murciélago que veamos en la ciudad, sí vamos a generar ese estrés y ese cambio en las dinámicas poblacionales que terminan disparando estos cambios”.

“A lo que voy con eso es que por más que tengamos murciélagos en las ciudades, incluso con colonias grandes en algunos lugares, mientras no generemos una perturbación importante esas colonias guardan su propio equilibrio interno y tenemos relativamente poco contacto con ellas”, aclara Germán.

Si el miedo al contagio se traduce en una sobrerreacción y una persecución a los murciélagos, hay riesgo de que esos temores se conviertan en una profecía autocumplida.

“El miedo es completamente entendible por el tipo de enfermedad que es, pero si tratamos de eliminar los murciélagos que vemos podemos generar un desequilibrio muy grande, fomentar movimientos entre las colonias –ya sea porque huyen del lugar en el que los perseguimos o porque repueblan un refugio que está disponible– y provocar un tipo de cambio en las poblaciones que, por ejemplo, es lo que proponíamos en vampiros como la razón por la cual el virus lograba persistir más tiempo en las colonias”, dice. Y entre insectívoros, agrega, no hay evidencia alguna de que matar a los murciélagos ayude a disminuir los riesgos de contagio.

En resumen, el riesgo actual para la población en Uruguay no aumentó ni es “enorme”, como se difundió en algunos medios de prensa, pero la forma en que reaccionemos a él sí puede ser muy perjudicial tanto para la conservación de los murciélagos nativos como para la salud de las personas y sus mascotas.

En los últimos cientos de años nos convertimos en un dolor de cabeza para estos animales inteligentes, sociables, longevos y que en 50 millones de años de evolución desarrollaron capacidades fantásticas, entre ellas justamente su tolerancia a cargas virales altas y a los efectos propios de la reacción inmune.

Gracias a la cultura occidental los asociamos con enfermedades, brujerías, satanismo y vampirismo, con resultados lamentables para su conservación. Incluso cuando comenzamos a apreciar sus fantásticos talentos, intentamos desentrañarlos con una serie de experimentos sádicos, como los realizados por el sacerdote italiano Lazzaro Spallanzani a fines del siglo XVIII, que consistían en cegarlos, quemarlos y mutilarlos para descubrir el mecanismo de la ecolocación. Ya que la pandemia de coronavirus sumó otra mancha injustificada a su legado, que al menos la rabia no nos confunda (aún más) a todos.

Batirrecomendaciones

Los riesgos de contagiarse la rabia por un murciélago son mucho más bajos que lo que sugieren algunos titulares de noticias, pero no son nulos, motivo suficiente para repasar algunas recomendaciones y precauciones que hay que tener ahora y siempre.

  • “Lo primero que conviene hacer es tratar de reducir la chance de contacto con los murciélagos, tanto la nuestra como la de los animales domésticos”, explica el biólogo Germán Botto. Para eso una buena medida preventiva es evitar que los murciélagos accedan a la casa, por ejemplo colocando un mosquitero en la salida del cajón de la persiana (o uno entero en la ventana para evitar que entren a la casa) o taponeando vías de ingreso al cielorraso o el perímetro del alero.

  • Si un murciélago ingresó a la casa por casualidad, lo recomendable es dejar una ventana abierta, abandonar la habitación y cerrarla, porque el animal intentará salir.

  • Si entró y no parece probable que salga, porque no se mueve, o se mete atrás de un cuadro o un mueble, lo primero que hay que hacer es alejar a las mascotas y luego retirar el animal sin tocarlo directamente. Se lo puede tomar con un guante de cuero grueso o, aún mejor, colocar un tupper u otro recipiente rígido encima, deslizar una cartulina por debajo para evitar el contacto y luego dejar el recipiente abierto en el exterior de la vivienda para que se vaya.

  • Si el animal entró y presenta síntomas llamativos, por ejemplo, está muy quieto o con movimientos erráticos, hay que llamar al Ministerio de Salud Pública y plantear la situación. Teléfono: 1934 interno 4010 (MSP) o 2709 9258 (Comisión de Zoonosis).

  • Si hay un evento de mordida de murciélago –ya sea a un ser humano o a una mascota– la denuncia es obligatoria porque se debe hacer la valoración del caso y analizar si se debe aplicar la vacuna antirrábica.

  • Es importante que las mascotas tengan las vacunas antirrábicas al día.