Desde hace por lo menos una década en la literatura científica se acumulan advertencias de que la producción mundial de agroalimentos se encuentra en una encrucijada. Las formas preponderantes de producirlos consumen aceleradamente los recursos naturales del planeta y generan contaminantes a un ritmo muy superior al que la naturaleza requiere para procesarlos. Para producir agroalimentos, numerosos ecosistemas del mundo se han convertido en millones de hectáreas dedicadas a la producción agrícola y ganadera, lo que, a su vez, ha provocado una reducción sustantiva en la cantidad y variedad de especies (animales y vegetales), alterando los ciclos naturales de nutrientes del suelo, como por ejemplo el nitrógeno y el fósforo, y aumentando exponencialmente las emisiones de gases de efecto invernadero.

Es verdad que, en paralelo, aumentó la cantidad total de alimento disponible en forma de calorías y proteínas de menor costo… aunque, tristemente, esto no fue acompañado por el acceso equitativo, ya que el hambre crónica por déficit de calorías afecta a más de 800 millones de personas. Irónicamente, otro número similar sufre obesidad y enfermedades crónicas por dietas hipercalóricas y escaso consumo de frutas y verduras frescas, además de que se desperdician alimentos consumibles sólo porque sus características no son homogéneas o atractivas en góndolas comerciales. En pocas palabras, andamos mal como humanidad y mantener esta situación no sólo parece inviable e ineficiente, sino también poco ético.

También desde hace tiempo sabemos que la concentración empresarial en el sector alimentario es intensa. Muy pocas grandes corporaciones, que operan de forma intercontinental, controlan porciones mayoritarias del comercio mundial de cereales, de insumos químicos y maquinaria para la agricultura, de semillas comerciales, así como de la propiedad de frigoríficos y plantas empacadoras de carne vacuna y de cerdos.

A ello se agrega la conjunción de lógicas comerciales que convierten la gestión de activos en la agricultura y el procesamiento de alimentos en una opción atractiva para la especulación financiera en los sistemas alimentarios en todo el mundo. Y es que varios agroalimentos adquieren el estatus de commodities, es decir, se comercian como materias primas para elaborar bienes consumibles y, por su valor, se utilizan para operar en la bolsa mercantil de Chicago y hacer así especulación financiera. En resumen, la dependencia de la alimentación mundial en pocas manos es alta y su vulnerabilidad también, puesto que la alimentación está peligrosamente ligada a las finanzas. El diagrama que acompaña a esta nota ilustra la concentración de empresas en sectores específicos del sistema agroalimentario global tomado del libro Barones de la alimentación 2022, del grupo ETC.

Foto del artículo 'Sistema alimentario global: entre la resiliencia y el colapso'

Sistema alimentario, la complejidad

Diversos expertos consideran que el sistema alimentario global se comporta como un sistema complejo. Sin pretender demostrarlo en esta nota, nos atrevemos a decir que esto significa algo más o menos así: el sistema alimentario es una red autoorganizada integrada por componentes que, por más simples que sean, cuando se unen se comportan de manera compleja.

Ojo que complejo no es igual que complicado (este adjetivo refiere a algo intrincado, difícil de resolver, pero que puede ser eventualmente separado en partes para su comprensión y abordaje, mientras que complejo es algo que resulta de la convergencia de elementos variados que se interrelacionan entre sí, con un comportamiento dinámico y frecuentemente poco predecible). La acción humana, intentando resolver problemas, puede crear accidentalmente comportamientos repentinos, espontáneos en el sistema, que eventualmente lo modifican y producen resultados contrarios a los buscados. La conexión global de esta red es alta, afecta la resiliencia de sus partes, es decir, la capacidad de amortiguar el efecto de los golpes que se puedan producir en otras partes del sistema. Cuando los vínculos son muy fuertes, un colapso en cualquier parte del sistema se propagará peligrosamente al resto. La autonomía relativa de las partes, por oposición, lo hará menos vulnerable, otorgando mayor capacidad de recuperación y adaptación del conjunto ante eventos imprevistos de efecto negativo.

Como vimos antes, el sistema agroalimentario tiene alcance planetario y se conecta de manera global mediante la producción de materias primas e insumos, procesamiento y transformación de alimentos, circulación y comercio. Estas conexiones potencian la vulnerabilidad del sistema en la medida en que las articulaciones entre corporaciones agroindustriales, financieras y tecnológicas disminuye la capacidad de reacción ante colapsos sectoriales que pueden ser globalmente contagiosos. La concentración empresarial y la interconexión entre sectores habilita que el poder en el mercado se traduzca en influencia política para intervenir en reglamentaciones y tratados comerciales internacionales. La vinculación financiera de la industria alimentaria hace que unos cuantos inversores fomenten la integración, asegurando que el poder de mercado que tienen en un componente del sistema potencie su poder de mercado en otro, por ejemplo, del procesamiento de alimentos a la venta al por menor de estos. Hiperconectados de un lado al otro del mundo, también para los riesgos.

Así las problemáticas de un sistema agroalimentario a nivel planetario se superponen y para poder encararlas se requieren transformaciones profundas que habiliten tránsitos hacia sistemas de producción, comercialización y consumo de alimentos alternativos al actual. Si el sistema alimentario se comporta como un sistema complejo, como lo señalan numerosos investigadores de distintas partes del globo, desde Uruguay y desde esta región del planeta tenemos el desafío de contribuir a generar una mayor diversidad de trayectorias productivas, comerciales y financieras.

Se trata de ir a contracorriente de todo lo que describimos hasta ahora, porque diversificar para contribuir a construir sistemas alimentarios menos uniformes disminuye los riesgos de vulnerabilidad ante presiones y shocks ambientales, económicos y políticos. La alimentación es demasiado importante como para poner todos los huevos en una misma canasta y dejarla a merced de unos pocos grupos empresariales y financieros.

Las transiciones hacia agriculturas sostenibles aparecen como las luces al final de este túnel. Pero ¿qué posibilidades tienen las transformaciones en el marco de sistemas complejos que están anidados entre sí?

Una idea adoptada por varios centros internacionales de investigación agrícola es la de la intensificación sostenible, un enfoque orientado a sostener el incremento en la producción de alimentos y reducir su impacto ambiental mediante el uso eficiente y racional de los insumos. Se articula en torno a innovaciones incrementales para reducir la huella ecológica y cambiar gradualmente algunas prácticas de manera que colaboren en la disminución de los efectos del cambio climático. Su foco está puesto en la productividad y la rentabilidad, pero con una desaceleración del daño al ambiente a través de, por ejemplo, reglamentaciones estatales para restringir algunas actividades y promover innovaciones para fomentar buenas prácticas. Así, las recomendaciones incluyen cambiar la genética de las semillas para potenciar su rendimiento y de paso disminuir la demanda de tierra para cultivos; usar productos fertilizantes y pesticidas en las cantidades y condiciones adecuadas para evitar el empobrecimiento del suelo, así como la contaminación del agua y las afectaciones a la salud humana y animal; mejorar la tecnología del riego para reducir el uso del agua; rotar cultivos entre temporadas para reducir la probabilidad de surgimiento de pestes, entre otras.

Sin embargo, en virtud de que el sistema agroalimentario es el que caricaturizamos arriba con una gran imbricación entre agricultura de tipo industrial y mercados financieros, la eficiencia productiva se enfocó más que nada en los principales commodities que se usan para alimentación de animales y para las materias primas que mueven la industria de alimentos procesados y ultraprocesados. Este tipo de productos, elaborados a base de insumos de origen animal, harinas, azúcar, sal y grasas, a su vez estandarizó y simplificó las dietas a nivel mundial, lo que según Patricia Aguirre, autora de Una historia social de la comida, “ha llevado a tener por primera vez en la historia gordos pobres y flacos ricos”.

En simultáneo aparece la intensificación ecológica y se fortalece la agroecología como modelos alternativos que promueven la producción de agroalimentos aplicando conocimientos ecológicos y reduciendo al máximo la dependencia de insumos de origen industrial, y a veces también del trabajo humano, a partir de procesos ecológicos. Con esta impronta se despliegan trayectorias contextualizadas, que toman como base principios ecológicos como la diversidad, reducción de desperdicios y contaminación por medio del reciclaje de nutrientes, el intercambio y la cocreación de conocimientos entre actores. Muchas experiencias en diversos territorios dan cuenta de estos caminos alternativos que centran el cuidado de las distintas formas de vida y la interacción entre diferentes formas de conocimiento como pilares de la producción de agroalimentos. Estas perspectivas enfatizan el enfoque sistémico de las producciones y la integralidad de la agricultura aumentando su resiliencia ante fenómenos como sequías o inundaciones y mejorando el bienestar y los medios de vida tanto de quienes se dedican a la producción de alimentos como de quienes los consumen. No obstante, para el habitante promedio de la urbe montevideana esta realidad es aún bastante desconocida.

Transformación con lentes 4 D

Una agenda de transformación del sistema agroalimentario para abordar las diversas dimensiones que los problemas comentados plantean requeriría fomentar múltiples caminos para construir sistemas más resilientes y menos complejos. Entre tantas lecturas y preocupaciones que motivaron la escritura de esta nota, encontramos que el marco de las 4 D, planteado por investigadores del Instituto de Estudios del Desarrollo (The Institute of Development Studies, IDS), de la Universidad de Sussex en Reino Unido, identifica ejes interesantes para pensar colectiva e interdisciplinariamente los cambios posibles desde este rincón del mundo. Este marco analiza la dirección, diversidad, distribución y democracia de los sistemas como ejes clave para dirimir cómo cambiar hacia alternativas más sostenibles y equitativas. Tomamos directamente de sus autores, en una traducción más o menos libre del original en inglés (Leach et al., 2020), algunas preguntas y reflexiones para proponer a los lectores interesados en los sistemas agroalimentarios.

1- ¿En qué direcciones se orientan los sistemas agroalimentarios? ¿Qué objetivos, valores, intereses, relaciones de poder se están impulsando? ¿Cómo podrían reorientarse?

Si se toma como ejemplo la política agroalimentaria internacional, es claro que se encuentra ampliamente orientada hacia una política de seguridad alimentaria produccionista que enfatiza las soluciones técnicas para problemas que tienen una base política como el cambio climático, el hambre y formas más amplias de inequidad en el sistema alimentario. Más recientemente, la crisis climática forzó el abordaje de aspectos de sustentabilidad, pero rápidamente el discurso ambiental se coopta en un impulso hacia una agricultura cada vez más eficiente, devolviéndonos una forma modificada de produccionismo que aún no logra incorporar la equidad en las políticas agroalimentarias.

2- ¿Existe suficiente diversidad de caminos? ¿Hay trayectorias suficientemente diversas para resistir procesos de bloqueo, construir resiliencia frente a la incertidumbre y responder a variedad de contextos y valores?

La persistencia del discurso sobre la necesidad de aumentar la producción y los rendimientos, durante décadas, ha permeado muchas organizaciones a nivel internacional y gobiernos nacionales. Algunos enfoques alternativos prometedores han comenzado a influir en las opiniones de individuos y grupos dentro de las principales organizaciones y foros, incluidos los enfoques agroecológicos, socioecológicos y otros sistémicos. La diversidad del sistema alimentario actual es sencilla: mayor disponibilidad de alimentos frescos ricos en nutrientes para quienes pueden pagarlos y más alimentos procesados y baratos para quienes no pueden. Esto está impulsado por intereses del sector privado a gran escala, pero también por políticas nacionales que promueven la producción de alimentos básicos en lugar de alimentos ricos en micronutrientes.

3- ¿Cuáles son las implicancias en materia de distribución? ¿Quiénes ganan o pierden con las trayectorias actuales y otras posibles? ¿Cómo elegir entre diferentes caminos que afectan las desigualdades de riqueza, poder, uso de recursos y oportunidad, a través de varios ejes, como género, etnicidad, clase social, lugar de residencia, y así sucesivamente?

Las consecuencias que resultan de la insuficiente diversidad inciden sobre la distribución. Las estadísticas revelan tendencias que parecen empeorar en lugar de mejorar (respecto de cantidad de personas que padecen hambre, con sobrepeso y obesas, así como de quienes carecen de dietas de calidad que aporten suficientes nutrientes). Pero otras consecuencias distributivas prevalecen en la forma en que ciertas culturas alimentarias dominan mientras que otras se debilitan, influidas por consejos dietéticos inadecuados y que refuerzan inequidades de género, raza, discapacidad. También existen consecuencias distributivas para productores agrícolas, trabajadores rurales y quienes trabajan en el sector alimentario, ya sea transportando o procesando agroalimentos: las soluciones técnicas, los subsidios gubernamentales y la extensión agrícola (donde todavía se apoya) benefician a grupos y clases particulares de agricultores (agricultura masculinizada, orientada a la exportación).

4- ¿Cuáles son las implicancias para la democracia, entendida ampliamente en términos de igualdad de oportunidades e inclusión y los procesos que la hacen posible, ya sea formal o informal?

Todas estas cuestiones apuntan a preguntarse sobre las implicancias para la democracia: ¿qué voces y perspectivas están representadas y cuáles podrían estar, ya sea en procesos formales o informales? Es casi un cliché trillado señalar que los sistemas alimentarios no están diseñados en función de los intereses de los pobres porque estos no están presentes en ciertos foros (salas de juntas comerciales, parlamentos y organismos gubernamentales, conferencias internacionales, negociaciones sobre políticas comerciales) que dan forma al sistema alimentario. Los caminos alternativos representados por movimientos de soberanía alimentaria o los intentos de lograr una gobernanza más participativa y contextualizada son un paso en la dirección correcta, pero es poco probable que conduzcan por sí solos al tipo de transformación de los sistemas alimentarios nacionales e internacionales que garanticen alimentos de manera equitativa y sostenible. Pero sin más esfuerzos de este tipo es probable que las direcciones, la diversidad y la distribución de los beneficios del sistema alimentario sigan siendo desiguales por mucho tiempo. La tolerancia de tal desigualdad dependerá de cada pueblo.

En suma, estamos en un momento de encrucijada del sistema alimentario global. Aunque pueda parecer que disponemos de la mayor cantidad de alimentos de la historia, su producción genera graves problemas ambientales y socioculturales, además de promover dietas no saludables y concentración de poder en pocos actores. Se requiere encarar de forma urgente procesos de transición hacia sistemas alimentarios más sostenibles, justos, inclusivos y variados. Las 4 D enunciadas anteriormente sirven de guía para estimular la creatividad en aspectos tecnológicos, ambientales, sociales, políticos y comerciales de forma articulada. Nadie tiene “la receta,” por lo tanto queda planteada la invitación a pensar cómo encarar esta necesaria transición.

Mariela Bianco es profesora del Departamento de Ciencias Sociales de la Facultad de Agronomía de la Universidad de la República (Udelar). Miguel Sierra es gerente de Innovación y Comunicación del Instituto Nacional de Investigación Agropecuaria. Ambos integran el núcleo interdisciplinario Ciencia, Tecnología e Innovación para un Nuevo Desarrollo de la Udelar. Ciencia en primera persona es un espacio abierto para que científicos y científicas reflexionen sobre el mundo y sus particularidades. Los esperamos en [email protected].

Este artículo utilizó información de las siguientes fuentes:

Aguirre, P. 2017. Una historia social de la comida. Buenos Aires: Lugar Editorial.

Clapp, J. 2018. Mega-mergers on the menu: Corporate concentration and the politics of sustainability in the global food system. Global Environmental Politics, 18:(2) pp. 12-33.

ETC Group, 2022. Food Barons

IPES-Food. 2017. Too big to feed: Exploring the impacts of mega-mergers, concentration, concentration of power in the agri-food sector. Report of the International Panel of Experts on Sustainable Food Systems.

Leach, M. et al. 2020. Food politics and development. World Development

Marchini, T. et al. 2022. Clima. El desafío del diseño más grande de todos los tiempos. Editorial El Gato y la Caja.

Monbiot, G. 2022. Regenesis: Feeding the World Without Devouring the Planet. Penguin Books.

Nystrom M. et al. 2019. Anatomy and resilience of the global production ecosystem. Nature, vol. 575, pp. 98-108.