“Los humanos estamos en Sudamérica desde hace unos 15.500 años”. ¿Quién lo dijo? ¡Esta misma sección de ciencia que ahora dice que podríamos estar paseándonos y habitando este continente desde prácticamente unos 10.000 años antes! “Pero qué vergüenza, esta sección no resiste el archivo”, podría pensarse. Pero sucede que la ciencia es una disciplina maravillosa en la que nunca se tiene la última palabra, ni de lo que ha pasado ni de lo que pasará. Más aún cuando el poblamiento del continente americano en general, y del sudamericano en particular, es tema de álgido debate entre distintos grupos de investigación. Como en ciencia nada es definitivo, nótese el condicional del título de esta nota. Pero lo cierto es que hay novedades jugosas para comentar.
En aquella nota que citamos en el párrafo anterior, dábamos cuenta de un artículo publicado en 2020, titulado “Rápida radiación de los humanos en Sudamérica luego del Último Máximo Glacial: un estudio basado en radiocarbono”, cuyo resultado principal, tras analizar una gran cantidad de evidencias de sitios con tecnologías o restos humanos con fechas fiables, era que los humanos habríamos llegado al norte del continente americano, viniendo desde Eurasia, luego del Último Máximo Glacial, un evento que tuvo lugar entre 18.500 y 13.000 años atrás. Luego de ingresar por el norte, se expandieron por América Central y finalmente por América del Sur hace unos 15.500 años.
En aquel trabajo, liderado por el argentino Luciano Prates, se reconocía que el poblamiento de América es “un tema de investigación que lleva a los arqueólogos a un debate multidisciplinario” y se daba cuenta de que, a grandes rasgos, se manejan tres posibles modelos. El llamado modelo de cronología corta sostiene que los humanos llegaron a América del Norte no mucho antes de hace 13.000 años y a América del Sur no antes de hace 12.900, a instancias de varios grupos de arqueólogos norteamericanos que sostienen que las puntas de proyectiles Clovis son manifestación de “la primera cultura arqueológica generalizada de América del Norte”.
Este modelo, también conocido como Clovis primero o Clovis first, impone un límite, ya que esas puntas talladas en piedra tienen una antigüedad de entre 13.400 y 12.900 años, por lo tanto, el poblamiento del resto del continente americano debe ser posterior a ellas. La aparición de puntas talladas o restos humanos más nuevos haría caer este modelo, y eso es justamente lo que sucedió: en Uruguay, por ejemplo, el arqueólogo Rafael Suárez y otros colegas han reportado puntas de proyectiles tan antiguas –o más– que las Clovis.
En el otro extremo de este modelo está lo que se engloba dentro del modelo de cronología larga, que postula que los seres humanos entraron a América del Norte durante el Último Máximo Glacial o antes, y afirma que el poblamiento de América del Sur se habría dado hace 18.000 años o más. Y algunos investigadores, basados en evidencias de distintos sitios, llevan esa fecha mucho más atrás. En México, en las Cuevas de Chiquihuite, se reportaron evidencias que colocan al ser humano allí hace entre 33.000 y 31.000 años. En nuestro país, el paleontólogo Richard Fariña y colegas han propuesto un poblamiento también del entorno de los 30.000 años, basados en huesos de perezoso que el equipo propone que tienen marcas de cortes realizados por herramientas humanas. Como estos, hay otros sitios de cronología antigua en varias partes de Sudamérica, pero la mayoría de ellos son motivo de disputas y discrepancias científicas.
Vale la pena aclarar: lo que hace un poco más difícil todo este asunto es que si bien hay restos de artefactos tecnológicos y culturales –las puntas de piedra de proyectiles, por ejemplo–, como bien dejaba en evidencia el trabajo de Prates, los restos de los propios cuerpos de los primeros humanos que poblaron el continente resultan muy esquivos. Los huesos humanos recién se hacen abundantes en el registro arqueológico hace unos 10.300 años, es decir, varios miles de años después de algunas herramientas confeccionadas por ellos.
Bien, el trabajo de Prates cerraba, aunque su afirmación de que “si consideramos América del Sur como un todo, el límite cronológico inferior de la primera llegada, estadísticamente bien respaldado, se estimó entre 16.600 y 15.100 años antes del presente”, reconociendo allí que sus resultados estaban “en desacuerdo con varias afirmaciones de una entrada de alta antigüedad basada en presuntos sitios de cronología larga de Brasil y Uruguay”.
Pues bien, el artículo publicado este mes, que tiene a la paleontóloga Thais Pansani, del Laboratorio de Paleobiología y Astrobiología del Departamento de Biología de la Universidad Federal de San Carlos de Brasil, como primera autora y a la arqueóloga Mírian Pacheco, del mismo laboratorio de la misma universidad brasileña, como autora correspondiente, viene un poco a patear el tablero.
Titulado algo así como “Evidencia de artefactos hechos de huesos de perezosos gigantes en el centro de Brasil alrededor del Último Máximo Glacial”, el trabajo de Pansani y colegas parece no ser muy disruptivo, ya que, como vimos, el Último Máximo Glacial tuvo lugar hace entre 18.500 y 13.000 años, cuando el trabajo de Prates sostenía que los humanos habrían llegado al centro de Brasil hace entre 16.200 y 13.900 años.
El asunto es que el fechado del sitio donde se encontraron estos tres “artefactos de huesos de perezosos gigantes” en las cuevas de Santa Elina, en el estado de Mato Grosso, en Brasil, arroja unos 25,1 miles de años con la técnica de luminiscencia ópticamente estimulada, 27.042 años antes del presente para el fechado por radiocarbono de los microcarbones encontrados en el mismo nivel que los artefactos de huesos de perezoso, y 27.000 años en el fechado del propio hueso con la técnica de datado por la relación entre radioisótopos de uranio y torio. Y el trabajo lo que hace con elegancia, detalle y puntillismo es reportar que mediante diversos análisis tres osteodermos, formaciones óseas que varias especies de perezosos gigantes tenían en la piel, como es el caso del Glossotherium phoenesis encontrado en Santa Elina, presentan pulidos y orificios que fueron realizados por seres humanos. Su hipótesis además se refuerza por la gran cantidad de material lítico que coexiste con estos osteodermos en el sitio, con pinturas rupestres y otras señales de poblamiento continuado del lugar. Así que vayamos a eso.
Nada perezosos con los perezosos
En las cuevas de Santa Elina, cuentan en el artículo, las excavaciones “han revelado ocupaciones humanas sucesivas en capas de cuatro unidades principales”. En dos de ellas hay “fósiles de huesos de perezosos gigantes” y, en ambos casos, aparecen “en clara asociación con material arqueológico, incluidas herramientas de piedra y otros artefactos minerales y rocosos”.
Entre esos miles de osteodermos, tres aparecieron con modificaciones que les llamaron la atención (las piezas SEI6059, SEI6557 y SEI6386), en las capas que fueron fechadas con las antigüedades arriba mencionadas. También señalan que “el conjunto arqueológico rico y diverso de Santa Elina incluye lascas de piedra caliza hechas por humanos con microrretoques, lascas de calcita y artículos de cuarzo y sílex, algunos de los cuales podrían haber sido utilizados por humanos para realizar alteraciones en la superficie ósea.
Al estudiar los tres osteodermos que se veían pulidos, reportan que “la presencia de varias marcas de modificación humana, incluyendo perforaciones, pulido, raspaduras multidireccionales y huellas de uso, sugieren su naturaleza antrópica y uso extensivo. En el trabajo documentan “el alisado de las superficies; rastros de interacción de herramientas de piedra con hueso, incluidas incisiones y cicatrices, marcas de raspado, rasguños, muescas de percusión; pulimento y brillo; alisado por uso-desgaste del aro y de los sistemas de fijación; y modificaciones infligidas por animales en los tres osteodermos”.
Los análisis fueron varios y de distinto tipo, y tras ellos reportan que “dos osteodermos (SEI6557 y SEI6386) presentan una perforación circular que atraviesa el hueso, con un borde bien definido y regular y cicatrices en los bordes que indican un proceso de fabricación humano deliberado”. También sostienen que “los análisis de la morfología de la perforación de los agujeros más grandes en estos tres osteodermos modificados permiten excluir los procesos naturales como posibles agentes de modificación”.
Uno podría pensar que nada impediría que, como artesanos de Valizas de hoy en día, aquellos pobladores antiguos no hayan podido confeccionar estas piezas con huesos que ya eran fósiles. Si así fuera, los huesos podrían ser más antiguos que la artesanía. Pero no es el caso: “las modificaciones ocurrieron antes del entierro final de los osteodermos, en lugar de crearse después en huesos ya fosilizados”, señalan. De ello tienen varias pruebas.
Para empezar las piezas muestran una homogeneidad (visible pero también al microscopio y con técnicas de luminiscencia) que muestra que todas las superficies pasaron por los mismos procesos de fosilización. Pero, además, las perforaciones realizadas por humanos muestran las mismas características que las huellas dejadas por los dientes de roedores en los osteodermos, lo que los lleva a pensar que la perforación y el pulido se realizaron antes de que los huesos se enterraran y empezaran a fosilizarse (ya que los ratones roen estos materiales buscando alimento o para desgastar sus dientes antes de esos procesos cuando la pieza aún está “fresca”).
Como si esto no bastara, realizaron un experimento zooarqueológico perforando y puliendo tanto un osteodermo seco de un armadillo actual (el armadillo gigante Priodontes maximus) como un osteodermo fosilizado del perezoso gigante de la especie Glossotherium phoenesis de los miles encontrados en la cueva donde aparecieron las artesanías. Al comparar uno y otro con los osteodermos de las cuevas de Santa Elina informan que encontraron “características similares de las marcas de herramientas de piedra realizadas en el hueso de armadillo moderno y los artefactos de osteodermo”, algo que no sucedió al trabajar el osteodermo ya fosilizado.
Creativos y adornados
En el trabajo señalan que todo les hace pensar que estos tres osteodermos “fueron modificados por humanos para convertirlos en artefactos, probablemente adornos personales”.
Por ejemplo, sostienen que dos de ellos “presentan una notable zona cóncava en uno de los lados de su orificio de perforación”, y atribuyen “estas deformaciones al desgaste por el uso, posiblemente debido a la interacción de cuerdas o la suspensión en un sistema de sujeción”. También observan “rastros de uso-desgaste cóncavos” que pueden atribuirse “a la interacción con cuerdas, ropa o presión contra otras piezas”.
Uno de los tres osteodermos presenta dos orificios rotos en sus bordes, así como otro presenta un único orificio también roto y en el borde. Sobre esto dicen en el artículo que “puede estar relacionado con haber sido perdido o descartado después de ser usado”, es decir, que se soltó de la cuerda que lo sujetaba o que, al romperse, fue dejado allí en la cueva, presuntamente tras confeccionarse otro ornamento sustituto. Al respecto, señalan que encontrar sólo tres piezas trabajadas por humanos entre miles de osteodermos puede deberse a que “los artículos personales generalmente se llevan consigo cuando las personas abandonan su asentamiento”. Aquí dos de los tres que quedaron se rompieron en su ojal.
De esta forma, resumen que “todas las características meticulosamente observadas en los tres osteodermos modificados de Santa Elina sugieren que fueron utilizados como ornamentos”, aunque aclaran que sería recomendable “realizar más estudios tecnológicos y etnográficos de estos artefactos que permitan una interpretación más precisa de su función exacta”.
Un pequeño ornamento para unos humanos, un gran salto para la humanidad
Tras decir entonces que “las diferentes técnicas y magnificaciones aplicadas en este estudio de marcas, así como la combinación de las evidencias analizadas (la morfología de los agujeros de las perforaciones y las modificaciones de la superficie ósea, el contexto ambiental/arqueológico con una rica industria lítica y la ausencia de restos de otras grandes faunas tales como carnívoros que podrían haber infligido modificaciones en la superficie ósea), respaldan la identificación de la modificación humana de tres osteodermos de perezosos gigantes en un contexto previo al entierro”, sostienen que “estos constituyen, hasta el momento, el único registro de presumibles artefactos personales del Último Máximo Glacial en las Américas”.
Añaden que “las perforaciones de los orificios desgastados y las superficies deformadas, así como los sistemas de fijación y las huellas de uso, sugieren su uso extensivo, probablemente como adornos colgantes”. Luego afirman que “Santa Elina desafía las afirmaciones mainstream sobre el poblamiento de las Américas, favoreciendo un modelo en el que las personas se acercaron por primera vez al continente americano durante, o incluso antes, del Último Máximo Glacial”. Sobre esto dicen que “concuerda con la evidencia reportada de otros sitios que sugieren una presencia humana temprana en América del Norte, como las cuevas de Bluefish en Canadá”, entre otras, la mencionada cueva de Chiquihuite en México, y también en América del Sur, “como varias localidades en el Parque Nacional Serra da Capivara en el noreste de Brasil, Monte Verde II en Chile, y aquellas con reclamos de interacción humano-megafauna, como El Muaco y Taima-Taima en Venezuela, y Arroyo del Vizcaíno en Uruguay (aunque se ha cuestionado la presencia humana anterior al Último Máximo Glacial en este último)”.
Si bien este trabajo ni confirma ni descarta que las marcas en huesos de perezoso de la especie Lestodon armatus reportados por Richard Fariña y colegas en el Arroyo del Vizcaíno hayan sido realizadas por humanos –algo que aún se discute, como bien muestra un artículo relativamente reciente que sostiene que no pueden haber sido realizadas por humanos y la réplica correspondiente de los investigadores que sostienen que sí–, al menos podemos decir que pensar en humanos y perezosos compartiendo estas tierras hace 30.000 años se ve menos descabellado. Más piezas del puzle nos llevarán a abrazar nuevas ideas de cómo se pobló el continente o no.
También el trabajo propone una reflexión que puede traernos un poco de paz: según señalan, la evidencia que presentan “apoya la hipótesis de que los humanos estuvieron en América del Sur miles de años antes de la extinción de la megafauna del Pleistoceno en el continente”, lo que les lleva a afirmar que “esta evidencia podría sugerir que la presencia humana en América del Sur no fue el principal agente responsable de la extinción de la megafauna”.
Para concluir, dicen que su trabajo “refuerza a Santa Elina como un sitio central en el debate sobre la ocupación humana, el comportamiento simbólico y la modificación ósea de la megafauna en el Pleistoceno tardío de América del Sur”. Claro que sí. Ahora habrá que pensar más modelos y buscar más evidencia, ya sea en un sentido o en otro. En ciencia, cambiar una idea no está mal visto. Al contrario, si el cambio lo motiva nueva evidencia, lo que está mal visto es no hacerlo.
Artículo: Evidence of artefacts made of giant sloth bones in central Brazil around the last glacial maximum
Publicación: Proceedings of the Royal Society B (julio de 2023)
Autores: Thais Pansani, Briana Pobiner, Pierre Gueriau, Mathieu Thoury, Paul Tafforeau, Emmanuel Baranger, Águeda Vialou, Denis Vialou, Cormac McSparron, Mariela de Castro, Mário Dantas, Loïc Bertrand y Mírian Pacheco.