La cosa es más o menos similar en gran parte de América. Tras el accidental encuentro en 1492 entre la expedición de Cristóbal Colón y un continente que no estaba en los mapas de los europeos, varias monarquías del viejo mundo –¡acaba de “descubrirse” uno nuevo!– abrieron los ojos ante la posibilidad de acceder a materias primas, riquezas, territorios, súbditos y demás. Con España y Portugal a la cabeza en lo que refiere a América del Sur, barcos cargados mayoritariamente de hombres, armas, animales y patógenos zarparon hacia la aventura de explorar una inmensa tierra por ellos desconocida.
Había un pequeño inconveniente en toda esta épica exploratoria y de anexión colonial de territorios. No habían sido pocos los grupos euroasiáticos que ya habían descubierto el continente americano muchísimo tiempo atrás. Habiendo llegado a América hace al menos unos 18.000 años (y puede que bastante más, como postula un trabajo reciente que sitúa al ser humano hace 25.000 años en cuevas de Mato Grosso, en Brasil), aquellos pioneros euroasiáticos hicieron lo que llevan haciendo los diversos grupos de primates humanos desde que salieron de la cuna de la humanidad africana: explorar, habitar y ocupar casi todos los rincones del planeta. Lo que hoy es nuestro país, por ejemplo, lleva habitado, como mínimo, más de 14.000 años.
Habiéndose instalado en América hace tanto tiempo, aquellos humanos se fueron estableciendo en distintos territorios, generando etnias, culturas, pueblos, tradiciones, tecnologías y mucho más. Y como abandonaron el “viejo mundo” hace tanto tiempo, los pueblos que vivían en América cuando los europeos volvieron a descubrirla eran inmunes a la moda del cristianismo y sus monarquías, que allí imperaba. Aquí la gente tenía sus propias deidades, su propia forma de organizar la vida social y de resolver conflictos. Como quien dice, estaban bien como estaban y no precisaban que nadie los viniera a descubrir.
Los conquistadores españoles y portugueses, aunque nadie los llamara, igual vinieron. Aquello tuvo múltiples consecuencias. Pero aquí nos enfocaremos en una que es importante en el marco del artículo científico de reciente publicación que motiva esta nota. La llegada de grandes contingentes de hombres a un vasto territorio al que se pretendía colonizar implicaba o bien un suministro constante de personas, o bien que aquellos que venían encontraran la forma de ir poblando también con su descendencia. Dado que no venían muchas mujeres desde las metrópolis... las mujeres nativas fueron otro de los recursos que el nuevo continente ofrecía para solaz y provecho de los conquistadores. El mestizaje, por las buenas, y obviamente por las malas, se produjo.
Al ser los hombres más abundantes entre los colonizadores, y teniendo en cuenta además prejuicios raciales, la segregación, sometimiento, demonización, desprecio y persecución de los pueblos originarios, los encuentros sexuales que dejaban descendencia se daban en mayor proporción entre hombres europeos y mujeres nativas que entre hombres nativos y mujeres europeas. La antropología biológica, que entre otras cosas hurga en la información de los genes para responder preguntas sobre la ancestría y dinámicas de las poblaciones, viene respaldando todo esto ya sabido por fuentes históricas y de otras ramas de la antropología.
En Sudamérica, la ancestría indígena por vía materna, detectada a través del análisis del material genético contenido en las mitocondrias, organelos que están dentro de cada una de las células y que tienen un ADN propio que se hereda sólo por vía materna, es mayor que la que puede encontrarse analizando el ADN autosómico, es decir, el material genético que está en el núcleo de nuestras células y que no forma parte de nuestros cromosomas sexuales, que heredamos de ambos progenitores.
En este contexto, el artículo “Perspectivas sobre la diversidad humana del cromosoma Y en Uruguay”, firmado por Patricia Mut y Mónica Sans, del Departamento de Antropología Biológica de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad de la República (Udelar), junto a Bernardo Bertoni y Rossana Sapiro, de la Facultad de Medicina de la Udelar, Pedro Hidalgo, del Polo de Desarrollo Universitario Diversidad Genética Humana del Centro Universitario Noreste de la Udelar, y Alejandra Torres y Carlos Azambuja, del Laboratorio Genia de Genética Molecular, arroja información valiosísima.
Al estudiar la ancestría por vía paterna analizando la información del cromosoma Y, que sólo tienen los individuos de sexo biológico masculino y que se hereda sólo del padre (la mayoría de las personas de sexo biológico femenino tienen un par de cromosomas X, mientras que los de masculino presentan un cromosoma X que combina genes del padre y la madre, y un cromosoma Y, que utiliza genes sólo aportados por el padre), en 56 personas de Tacuarembó y 98 de Montevideo encuentran que en Uruguay este proceso de mestizaje sesgado por sexo habría sido más extremo que en otras partes del continente. El trabajo, además, arroja información sobre los linajes europeos y afro, que junto a los indígenas, fueron dando forma a la población actual de Uruguay. Así que con todo esto salgamos ya mismo al encuentro de la antropóloga Patricia Mut, primera autora del artículo, que nos espera en el sótano donde funciona el Laboratorio de Antropología Biológica de la Facultad de Humanidades.
Reescribiendo la historia
Lo que la ciencia viene mostrando en las últimas tres décadas sobre lo indígena obliga a revisar la versión que teníamos de lo que pasó en nuestro territorio, tanto antes de la llegada de los conquistadores como desde entonces. En el artículo incluso dicen que “estudios genéticos de ancestría en Uruguay han revelado aportes ancestrales ignorados por la historia nacional”. Tenemos entonces que reescribir la historia, porque hay cosas sobre lo indígena que o bien se pasó por alto o bien se prefirió no ver, o bien no interesaron o no se supo cómo investigar.
Patricia Mut tiene clara cuál de estas opciones se ajusta más a la realidad. “Definitivamente, son cosas que la historia no pasó por alto, sino que se ocultaron con una intención”, comenta. “Lo afro y lo indígena, ambas cosas, fueron totalmente eliminadas del relato fundacional de lo que es la identidad uruguaya. Eso es algo que ya sabíamos. Ya en los primeros estudios de ancestría que realizó Mónica Sans, que ni siquiera eran con marcadores moleculares sino con grupos sanguíneos, se sorprendió porque esperaba encontrar menos proporción de indicadores de ancestría indígena”, señala.
Hablar de antropología biológica y de ancestría mediante análisis moleculares en nuestro país sin mencionar a Mónica Sans es imposible (incluso es coautora de este trabajo). “Hay que tener la cabeza muy abierta. Cuando empecé, en la década de 1980, no esperaba encontrar indígenas”, nos había comentado Sans en una nota anterior. Recibida de arqueóloga en la Udelar en 1983, le picó el bicho de la antropología biológica, así que se formó en ella en el exterior. En sus primeros trabajos sobre este aporte ni siquiera trabajó con ADN: el primero fue con la mancha mongólica –que aparece en los recién nacidos en más alta proporción en personas con ascendencia asiática y africana y muy baja en las de ascendencia europea– y el segundo con los grupos sanguíneos ya mencionados. En el primer caso, casi un tercio de la población presentaba la mancha, algo que indicaba ancestría tanto indígena como africana. En el caso de los grupos sanguíneos –cuando llegaron los europeos el tipo 0+ era el más extendido entre los nativos–, vieron que mientras que en Montevideo había menos de 2% con ese aporte, en Tacuarembó subía a 20%.
Luego Mónica Sans y sus colegas decidieron ver qué decían los genes, en este caso, los ya mencionados de las mitocondrias. “Esos estudios de ADN mitocondrial que analizaron haplogrupos mitocondriales que se heredan por línea materna mostraron algo que nadie esperaba”, comenta Patricia. Varios trabajos permitieron ver que por vía materna más de 20% de la población de Montevideo tenía ancestría indígena. La cifra en el interior trepaba mucho más: en el caso de Tacuarembó era de 62% y en Bella Unión, en Artigas, de 64%.
“Eso abrió un abanico de preguntas, entre las que estaba cuestionar este relato que nos estuvieron contando sobre nuestra identidad como uruguayos y uruguayas. Que haya lugares donde más de la mitad de las personas tiene una ancestría materna indígena es sorprendente en un país que te decía que venimos todos de europeos. Todo fue ocultado, creando deliberadamente un relato en la historiografía nacional. Pero los datos genéticos están ahí y te dicen algo. Y eso que dicen está yendo en contra de esta narrativa creada por el Estado y los medios y grupos hegemónicos”, apunta Patricia.
Bien. Ya hablaron las manchas en los glúteos. Ya hablaron los grupos sanguíneos. Ya hablaron los genes de las mitocondrias sobre la línea materna. Ahora Patricia y sus colegas querían ver qué tenían para decir los que venían por el otro lado.
¿Qué dicen ellos?
Los estudios de ADN autosómico, más recientes que los del ADN mitocondrial, también comenzaron a mostrar que la ancestría indígena estaba allí, pero al combinar el aporte por ambas líneas, la paterna y la materna, era menor que lo visto sólo por línea materna (cada uno de nosotros es el resultado de un 5 de oro genético en el que ambos progenitores colocan sus 46 cromosomas). “Mirar el cromosoma Y es como mirar el ADN mitocondrial, en el sentido de que estás mirando sólo una línea de una genealogía, pero en vez de la materna, la paterna”, dice Patricia. Y hacer eso era más que relevante.
“Por el lado de la línea paterna no conocíamos mucho. El último trabajo se había hecho hace más de diez años, con muy poquitos marcadores, que ya indicaban que había un mestizaje que estaba sesgado por sexo, que es algo que pasa en toda América”, señala Patricia.
Siendo la ciencia bastante machista, y más aún en el pasado, ¿por qué había más evidencia sobre la ancestría por línea materna que por la paterna?, ¿por qué había más análisis de ADN mitocondrial que del cromosoma Y? La respuesta no es nada poética ni empoderadora.
“Excepcionalmente, eso no tiene que ver con un tema de machismo, sino con algo técnico”, admite Patricia. “El ADN mitocondrial es un ADN que tenemos en las mitocondrias, que están fuera del núcleo celular, y que tiene 16.500 pares de bases aproximadamente. Es un material genético pequeño, y sólo amplificando dos segmentos pequeñitos, que tienen un montón de mutaciones, ya se puede obtener el haplogrupo de la persona e inferir su origen. Además, tiene la ventaja de que en una sola célula hay muchísimas moléculas de ADN mitocondrial. Cuando miramos el cromosoma Y, tenemos una sola molécula de ADN de cromosoma Y por célula, lo que hace que sea más fácil la recuperación de ADN mitocondrial que recuperar esa molécula de la célula”, explica. Pero hay más.
“Por otro lado, el cromosoma Y es un cromosoma entero, y en lugar de tener 16.500 pares de bases como la mitocondria, tiene unos 60 millones. Entonces si se quiere obtener información para determinar un haplogrupo, tenés un marcador acá y otro en China”, dice, bromeando, Patricia para que uno entienda que entre tanta maraña de información encontrar la que se busca es más complejo. “Con el cromosoma Y no se puede secuenciar sólo un pedacito y obtener de él toda la información, algo que sería barato y fácil de hacer, sino que hay que ir a todos los segmentos donde están esos marcadores informativos, hay que hacer diferentes experimentos o un array, que ya es más complicado, o hay que secuenciar todo el cromosoma”, prosigue.
“Por todo eso, analizar el ADN mitocondrial es más fácil y mucho más barato”, dice, dejando atrás cualquier idea de que en la antropología biológica la mujer se privilegiaba a la hora de estudiar ancestría. Y eso es lo que explica que tengamos ese sesgo en la información, que no es algo que pasa sólo acá, sino en todos lados. “Sí. Los primeros estudios de antropología molecular eran todos basados en ADN mitocondrial, justamente porque es fácil de estudiar, tienen una región donde se acumulan mutaciones con mucha mayor probabilidad, llamadas regiones hipervariables, que son las que se usan para determinar los haplogrupos. En el cromosoma Y, con toda su enormidad de paisaje genético, es más difícil encontrar las mutaciones”, comenta.
Difícil pero alguien tiene que hacerlo. Y en ese sentido, no es un dato menor que el trabajo anterior que intentó estudiar la ancestría de la población de Uruguay mirando el cromosoma Y se haya hecho hace diez años. En esa década la secuenciación avanzó rápido y si bien es más trabajoso que estudiar el ADN mitocondrial, es un poco más sencillo obligar a que el cromosoma Y nos cuente sus secretos. “Las técnicas moleculares avanzaron de una manera increíble. Y los costos se han reducido muchísimo, al punto de que podés secuenciar tu genoma completo por 1.000 dólares, cuando el proyecto Genoma Humano, que comenzó a mediados de la década de 1990, duró muchísimos años y llevó millones de dólares. En unos 20 años secuenciar el genoma entero de una persona se redujo de millones de dólares a 1.000”, señala Patricia. “Entonces sí, las técnicas han avanzado muchísimo y por eso ahora es mucho más fácil y más accesible estudiar el linaje paterno”, resume.
Indígena, afro y europeo
En el trabajo, entonces, Patricia y sus colegas le hacen preguntas al linaje paterno poniendo al cromosoma Y bajo escrutinio. Si bien el tema de la ancestría indígena es apasionante, ya que estaban por ver el panorama general de la población uruguaya, con los distintos aportes, el indígena, el afro y el europeo, sería valioso. “La idea era ver qué teníamos en Uruguay, porque lo poco que sabíamos venía de aquel trabajo realizado hace más de 15 años, con apenas cuatro marcadores”.
En aquel trabajo de 2005 sobre el cromosoma Y, llevado adelante, entre otros, por Bernardo Bertoni, coautor de este artículo y tutor de Patricia, se había reportado una mayor proporción de haplogrupos europeos. “Sin embargo, no se había podido distinguir qué haplogrupos eran, algo que es interesante para conocer el origen de las migraciones europeas”, comenta. Así que si en 2005 pudieron estudiar cuatro marcadores, ahora miraron 13 marcadores bialélicos y 27 repeticiones cortas en tándem del cromosoma Y.
“En el cromosoma Y hay unos marcadores que mutan más lento, que te sirven para establecer la filogenia y ver los haplogrupos, y unos marcadores que mutan más rápido y que se repiten en tándem, que son, por ejemplo, los que se usan en estudios de paternidad y permiten ver relaciones genealógicas más cercanas y la variabilidad dentro de cada haplogrupo”, explica Patricia. “Mirando estos haplogrupos europeos, indígenas y afro, pudimos explorar un poquito cómo está compuesta la población uruguaya a nivel de orígenes geográficos por el lado paterno, que era algo que no sabíamos”, agrega.
Los voluntarios para el estudio fueron 59 personas de Tacuarembó (de las cuales hay datos para 56) y 98 de Montevideo, a los que o bien se les extrajo saliva para esta investigación, o bien en una extracción previa para otros trabajos habían consentido que se usaran en futuros estudios. ¿Qué vieron?
De todas partes vienen
“Lo que vimos es que la población de Uruguay es un salpicadero, no hay nada muy homogéneo. Es como si hubieses tomado una muestra al azar de varios lugares de toda Europa. No es que vinieron todos de un mismo lugar, no había, por ejemplo, un origen continental más del lado de la península ibérica. Lo que vimos es que es muy muy diverso y es algo que no esperábamos tanto”, comenta sobre los resultados del componente europeo por línea paterna, que fue el más representado. De hecho, representaron 99% de las muestras de personas de Montevideo y 93,2% de las de Tacuarembó.
En el trabajo de 2005 Bertoni y colegas habían visto que Uruguay había experimentado una expansión poblacional. “Eso es algo que se sabe demográficamente, pero los resultados del test genético daban que había una expansión reciente de la población”, dice Patricia. “Bertoni planteaba, a modo de hipótesis, que esa expansión podría deberse a que algunos linajes paternos, una vez llegados a Uruguay, habían tenido mucho éxito reproductivo. Si hubiera sucedido algo así se podría ver a nivel genético, pero en ese entonces los datos que había eran muy pocos y la hipótesis no se podía testear”, agrega. Pero ahora, con más datos, bien valía desempolvarla y ver qué pasaba.
“Analizando estas repeticiones cortas en tándem del cromosoma Y se puede ver un patrón muy claro cuando se da una expansión local de ese tipo, porque se ven linajes derivados de esos linajes que llegaron a Uruguay. Pero eso no fue lo que se vio en este estudio”, adelanta.
Al graficar este tipo de expansión se formaría lo que Patricia llama un patrón de estrella: un núcleo formado por el haplogrupo inicial (serían los recién llegados de Europa) y luego las puntas de la estrella serían los linajes derivados a partir de aquel haplogrupo inicial debido a mutaciones que habrían adquirido estando en Uruguay. Pero lo que vieron, lejos de parecer una estrella, parece más un cuadro de Kandinsky. “Obtuvimos un montón de puntos que no tenían ningún patrón y donde además faltan los linajes intermedios, lo que quiere decir que Uruguay es un salpicón”, resume Patricia.
Que los genes indígenas aún estén en nosotros, si bien derriba la idea de que venimos únicamente de los barcos, no niega que efectivamente muchos de nuestros ancestros vinieron de Europa. Este trabajo lo que agrega es que esos barcos fueron diversos, que cargaban gente de distintos orígenes y que llegaron en varias oleadas. Ese es el salpicón que ven.
“También se ve la diferencia del interior con respecto a Montevideo. Cuando hicimos un análisis comparando con poblaciones parentales, nos daba que Montevideo era más cercano a otras poblaciones europeas, como por ejemplo, Italia y alrededores, dejando en evidencia oleadas que ocurrieron durante fines del siglo XIX, principios y también mediados del siglo XX”, dice. La población de Tacuarembó, sin embargo, marcó otra cosa: “Tenían más afinidad con lo que serían las oleadas migratorias más antiguas, que serían de la península ibérica, de los primeros conquistadores españoles y portugueses”.
Indígena por parte de padre
Toda la evidencia decía que había mayor ancestría indígena por línea materna. También sabíamos que esa ancestría indígena por línea materna era mayor en la población al norte del río Negro, con lugares donde supera ampliamente a la mitad de las personas, como Tacuarembó o Bella Unión, y que es menor en Montevideo. Aquí, viendo la ancestría indígena por vía paterna, las cosas fueron tanto similares como llamativas.
En Tacuarembó, de las 56 personas que participaron, sólo dos portaban el haplogrupo Q1b1a1a que indica el pasado indígena. No sólo es un porcentaje bajo, 3%, sino que contrasta con el 62% de ancestría indígena por vía materna allí registrado. En Montevideo no encontraron señal de ancestría indígena por el lado paterno. Si bien lo esperable era que la señal de ancestría indígena paterna fuera más baja que la materna, ¿esperaban una señal tan baja en Tacuarembó?
“No”, dice, riendo, Patricia. “Sí se esperaba una diferencia respecto de la ancestría materna, porque el patrón es así para toda América, donde la colonización implicó la eliminación de los individuos masculinos y las mujeres indígenas fueron utilizadas para la supervivencia de los hombres que llegaban, pero la verdad es que no esperábamos tan poco aporte de linajes paternos indígenas”.
“Más aún nos sorprendió que en Montevideo no hubiera ni un solo individuo. La diferencia es muy grande respecto de los linajes maternos, en Tacuarembó es de 62% a 3%, y en Montevideo de 20,4% a 0%. Esto está hablando de un proceso súper marcado”, comenta Patricia.
Pero vayamos despacio. “Lo primero que hay que decir es que si bien en este trabajo no la encontramos, no es que no haya ancestría indígena paterna en Montevideo. Trabajamos en una muestra que se tomó bajo determinadas circunstancias”, contextualiza Patricia. Y eso es importante.
Es que en el trabajo citan la investigación de Mónica Sans, publicada en 2021, que mostró que en Montevideo había mayor proporción de ancestría indígena en la población de menor nivel socioeconómico. Aquel fabuloso artículo evidenciaba que había operado un proceso de discriminación socioeconómica y que la ancestría materna indígena no se distribuía homogéneamente en todos los pobladores de la capital. En las mujeres que se atendían en la salud pública la ancestría indígena trepó a 41,2%, mientras que en las que lo hacían en mutualistas fue sólo de 18,5%. Tal vez si la muestra aquí tomara esto en cuenta los números hubieran sido otros.
“En un trabajo de José López Mazz hay una frase que me gusta mucho citar que dice que la etnicidad dentro del nuevo sistema capitalista occidental devino clase social. Bajo el régimen colonial, las personas indígenas eran discriminadas, marginalizadas, etcétera, ya que no se consideraban ni jamás serían consideradas del mismo estatus que un europeo. Los indígenas entonces se incorporaron a la sociedad, pero, sin embargo, se mantuvieron estos prejuicios, y eso estuvo asociado siempre con una precarización general del trabajo que realizaban. Los indígenas no eran los dueños de la tierra, mejor dicho eran los dueños, pero se las quitaron, y entonces esto se ve hasta el día de hoy. Esa asociación de menores recursos y una determinada ancestría se viene arrastrando desde entonces”, sostiene Patricia.
Esa, a diferencia de otras que se invocan un día sí y otro también, sí sería una herencia maldita. “Sí, sería una herencia injustamente maldita. Y muy dolorosa”, coincide Patricia.
Capaz que haciendo un muestreo que represente mejor los distintos niveles socioeconómicos de Montevideo podríamos ver una señal de ancestría indígena incluso en el cromosoma Y. “Claro. Las muestras que usamos para este trabajo eran de un proyecto anterior de Rossana Sapiro sobre fertilidad. No era una muestra pensada para esta investigación, porque no teníamos los recursos para representar todos los estratos socioeconómicos de la población de Montevideo, que hubiera sido lo ideal. Lo mismo se aplica a Tacuarembó, pero lo que pasa ahí es que levantás una piedra y te sale una persona con una abuela indígena”, comenta.
“El trabajo se hizo con los elementos que teníamos. Implicó mucho esfuerzo, pero pocos recursos”, desliza Patricia, y uno quisiera poner un enlace para hacer aportes a la cuenta del Departamento de Antropología Biológica. Como ve mi preocupación, Patricia me tira un hueso: “Ahora, en el contexto de un proyecto más grande sobre diversidad de la población uruguaya, se está haciendo un muestreo más intensivo por diferentes localidades del interior y de Montevideo, y estamos viendo resultados alentadores”, me adelanta. De hecho, en la capital ya encontraron dos linajes indígenas por línea paterna, además de otros en Rivera, Salto y Tacuarembó.
Parecidos pero distintos
Más allá de lo que publiquen en futuros trabajos, aquí lo que se puede observar es que la ancestría indígena por el lado paterno es aún menor de la esperada. “Las diferencias que se dan entre linajes indígenas maternos y paternos son muy grandes, y de hecho en Montevideo no se encontró ninguna, lo que es algo que llama mucho la atención”, dice Patricia.
“Son muchos los factores que llevaron a eso. Si bien este mestizaje sesgado por sexo es algo que se ve en toda América, en Uruguay se ve más pronunciadamente”. ¡Justo cuando podíamos apelar a nuestra medianía penillanurada, decidimos destacarnos pronunciadamente en un tema que está lejos de enorgullecernos! Cuando le pregunto a qué se debe que seamos excepcionalmente pronunciados en esto, Patricia señala varios aspectos.
“Por un lado, el territorio uruguayo actual en la época de la conquista presentaba una baja demografía. Entonces ya de entrada tenemos poca población nativa. Los datos arqueológicos y algunas otras estimaciones nos hablan de que la población era pequeña comparada con la de Perú, por ejemplo, o mismo Argentina en algunas localidades”, señala. Bien, arrancamos con menos nativos que en otras partes.
“Después está la jerarquía racial y social impuesta por la colonia. A eso se suma que a nuestro país llegaban mucho más hombres que mujeres y llegaban principalmente por el puerto de Montevideo. Las poblaciones indígenas que estaban localizadas en la costa lo que hicieron fue migrar al norte, por eso se ve ese mayor porcentaje indígena en los linajes maternos del norte”, sigue Patricia. “Dado que esa población indígena se desplazó, es esperable encontrar menos en Montevideo, no cero pero sí menos. En el norte sí encontramos esa señal de ancestría, pero igual 3% es muy poco”.
A la mezcla poderosa, Patricia agrega otros ingredientes. “Las condiciones de vida de las personas indígenas, o con ancestría indígena, más adelante, eran muy malas. Por otro lado, hay que considerar las campañas de exterminación y de eliminación de la población indígena, que no se trataron de un único evento como Salsipuedes, sino que fueron algo sostenido en el tiempo desde que llegaron los conquistadores. Todo ese proceso de persecución y exterminio llevó a la disminución de la población indígena, y a las personas que eliminaban en esas campañas eran principalmente hombres. Como la mayoría de los conquistadores eran hombres, a las mujeres se las apropiaban”, sostiene.
“Con todo eso ya te vas haciendo idea de cómo se van explicando estos resultados. Pero después, en épocas más recientes, además de que los hombres eran eliminados y las mujeres tomadas como esclavas, sucede que los hombres que habrían quedado tendrían condiciones de vida mucho peores que las de las mujeres indígenas que quedaban. Cuando no eran eliminados en batalla directamente, eran sometidos a trabajos forzados y en condiciones extremadamente malas”, agrega.
Perseguidos, asesinados, discriminados y con el lomo roto, Patricia da a entender que los hombres indígenas no tuvieron cómo dedicarse con energía a hacer prosperar su linaje. “Además, el acceso a las mujeres que habrían tenido los hombres indígenas que podrían haber quedado en el siglo XVIII, si lo comparamos con el acceso a las mujeres que tenían los hombres europeos, era muy inferior”, sostiene. Y encima el acceso inverso, que un hombre indígena tuviera la posibilidad de dejar descendencia con una mujer europea, era casi imposible. “Claro. Era una deshonra y no estaba permitido por la ley. Habrá algún caso muy interesante y novelesco, pero que las mujeres europeas tuvieran hijos con indígenas no era la norma para nada”, comenta.
“El proceso colonizador es, obviamente, patriarcal y todos estos procesos que hablamos responden a eso”, agrega al cóctel explosivo. “En el núcleo de la colonización tenemos a los hombres que llegaron y que se apropiaron de las mujeres. Somos hijos de mujeres violadas, del sometimiento y la violencia hacia la mujer. Al principio del período de colonización esa violencia es preponderantemente física, más adelante era un sometimiento más simbólico”, afirma Patricia. “La mujer indígena, a principio de la colonización, fue un recurso que se usó para poblar Uruguay. Los hombres que venían solos se apropiaban de las mujeres. La mujer era un objeto y la utilizaban para su satisfacción y para poblar el país. Todo el proceso de colonización es totalmente patriarcal”, enfatiza.
“Después, en el libro de Diego Braco Con las armas en la mano se relata que los hombres indígenas de Uruguay preferían matarse antes que ser capturados durante una batalla”, prosigue. “También narra que, a veces, durante las batallas, las madres sacrificaban a los niños pequeños que no lograban permanecer en silencio cuando los indígenas eran asediados por los conquistadores. Si bien la eliminación de los niños habrá sido sin discriminación de sexo, de todas formas produce una disminución de la población indígena en general y, por tanto, también de los hombres”, suma. Ya casi que estoy sepultado por la catarata de motivos que explican tanto los resultados como lo injusto y doloroso que fue todo este asunto.
“Son pequeñas cosas que van contribuyendo a este resultado de por qué no encontramos linajes indígenas paternos; hay un montón de factores que hay que tener en cuenta”, pone como moño Patricia.
Así como diversas cosas, algunas más pequeñas y otras más grandes, influyeron en todo este proceso que determina quiénes son los ancestros de uruguayas y uruguayas hoy, el monumental trabajo que la antropología biológica del país viene haciendo, en colaboración con otras disciplinas y ramas del conocimiento y de la sociedad civil, sin prisa pero sin pausa, nos viene ayudando a entender quiénes somos, de dónde venimos y, por tanto, a ver hacia dónde vamos.
Artículo: Insights into the Y chromosome human diversity in Uruguay
Publicación: American Journal of Human Biology (julio de 2023)
Autores: Patricia Mut, Bernardo Bertoni, Rossana Sapiro, Pedro Hidalgo, Alejandra Torres, Carlos Azambuja y Mónica Sans.
Claves de esta investigación
- Ya que hay pocos estudios que analicen los linajes paternos en la población uruguaya, aquí se recurrió al ADN del cromosoma Y que las personas del sexo biológico masculino heredan sólo por vía paterna.
- El trabajo analizó muestras de 56 personas de Tacuarembó y 98 de Montevideo.
- Los haplogrupos (o linajes) que predominaron fueron europeos, presentes en 99% de las muestras de Montevideo y en 93,2% de las de Tacuarembó.
- Análisis de redes mostraron que, en el caso de Montevideo, había una “población masculina muy diversa”, lo que sugiere “que los inmigrantes europeos vinieron en diferentes oleadas y de localidades geográficas heterogéneas”.
- En Tacuarembó, por su parte, encontraron afinidades mayores con poblaciones ibéricas, lo que reflejaría un mayor aporte de las primeras oleadas de inmigrantes, “mientras que Montevideo refleja una composición haplotípica más diversa, a causa de migraciones europeas posteriores”.
- El haplogrupo indígena Q1b1a1a se encontró solamente en dos individuos de Tacuarembó (3%) y no se registró en las muestras de personas de la capital.
- Sobre esta baja señal de ancestría indígena por línea paterna, señalan que evidencia “un mestizaje fuertemente sesgado por el sexo”.
- En el caso de la ancestría africana, fue encontrado un haplogrupo africano subsahariano en una muestra de Montevideo (1% de la muestra) y en dos de Tacuarembó (3%).
- Por todo esto, en el trabajo comunican que “el pool genético masculino uruguayo es el resultado de varias oleadas migratorias de orígenes diversos, con un fuerte mestizaje sesgado sexualmente, que se explica por la migración europea, la violencia contra los varones indígenas y la segregación de los varones africanos”.