¿Cuántos sitios quedan en el mundo que permitan seguir descubriendo nuevas especies de organismos? ¿Cuántos a los que un grupo de investigadoras e investigadores puedan llegar y sentir que están siendo pioneros en la descripción minuciosa y científica de lo que allí aguarda? ¿Cuántos en los que la curiosidad desbordada pueda hacer aportes a nuestro conocimiento de la biodiversidad? A modo de consuelo para quienes se fascinan con las plantas, los hongos, los animales o las bacterias, la falta histórica de inversión en ciencia de Uruguay, así como un rezago especial en esfuerzos por estudiar la biodiversidad, hacen que aquí aún queden muchísimos.
Si bien la ciencia busca por definición estar en la frontera del conocimiento, indagar en organismos de nuestro país presenta muchas veces la posibilidad de cumplir con el sueño de Star Trek de llegar a donde nunca nadie ha llegado antes y sentirse un naturalista como los del siglo XVIII o XIX. Al menos esa es la sensación que deja leer el artículo Plantas en la cima: caracterización de pastizales en cerros chatos en el noreste de Uruguay que acaba de publicarse.
Firmado por Pedro Pañella y Felipe Lezama, del Departamento de Sistemas Ambientales, y Ary Mailhos y Mauricio Bonifacino, del Departamento de Biología Vegetal, todos de la Facultad de Agronomía de la Universidad de la República, el trabajo sorprende por dejar en evidencia cómo, en un país ganadero que siente especial orgullo por alimentar a los animales a pasto, aún queda muchísimo pastizal por conocer. O cómo en un país que se alineó tras el sello Uruguay Natural, el relevamiento, sistematización, conocimiento y protección de la naturaleza está tan lejos de donde podría estar.
Subiéndose a tres cerros chatos de los cientos que hay en Tacuarembó y Rivera, estos cuatro exploradores de la Facultad de Agronomía se asomaron a algo que si bien ya había sido visto por otras personas, no había sido notado en su real dimensión. Porque así como el ojo del amo engorda al ganado, el ojo del botánico engorda al mundo en que vivimos. No sólo encontraron en estos cerros chatos a una especie de planta que hacía 64 años no se reportaba en nuestro país (la Oxypetalum aurantiacum), no sólo dieron con el primer registro para el país de la marcela Achyrocline marchiorii, sino que en apenas poco más de siete hectáreas, es decir, la totalidad de la superficie sumada de los tres cerros chatos estudiados, dieron con la despampanante cantidad de 315 especies de plantas vasculares (son las que tienen tejidos especializados para el transporte de agua y otras sustancias entre sus órganos). Más fascinante aún, los pastizales que estaban en sus cimas, que se elevan unos 100 metros sobre el suelo que rodea a los cerros y unos 300 metros sobre el nivel del mar, forman ensambles de especies que son totalmente distintos a los otros ya descritos en el país.
Si los cerros nos elevan, el trabajo minucioso de estos cuatro botánicos nos eleva aún más. Así que salimos hacia la Facultad de Agronomía para conversar con Pedro Pañella, Ary Mailhos y Mauricio Bonifacino, tres de estos cuatro aventureros que todavía tienen dibujada en el rostro la sonrisa de quien se abre paso entre los enmarañados y exuberantes secretos de la naturaleza.
Dejemos de mirar el árbol... ¡y también el bosque!
En la habitación de la Facultad de Agronomía donde nos esperan nuestros entrevistados hay más ejemplares de la diaria que en la propia diaria. No es que tengan una especial predilección por estar informados, que lo están, sino que desde hace muchos años decidieron que el formato de nuestro diario les venía muy bien para guardar las muestras de hojas, flores y plantas que preparan para su herbario, probablemente el más grande del país. Y comenzar hablando de esto –del herbario, no de las páginas de la diaria para conservar las muestras– es fundamental: sin una colección tan detallada y actualizada de la diversidad vegetal de nuestro país, el trabajo que ahora nos convoca hubiera sido prácticamente imposible. De los problemas de las colecciones botánicas –los herbarios– de nuestro país ya hemos hablado anteriormente, así que ahora hablemos de las maravillas que hacen posibles.
Primero lo primero, les digo: ¿Qué les dio por ir a explorar los cerros chatos? Y segundo lo segundo: ¿cómo, estando en el siglo XXI, nadie lo había hecho antes?
“Nosotros siempre hemos sentido una fascinación por ese elemento icónico de nuestro paisaje que son los cerros chatos, que a mí siempre me parecieron como una versión mini de los tepuy venezolanos o del mundo perdido de Conan Doyle”, dice Mauricio Bonifacino con su entusiasmo contagioso. La primera vez que subió a uno fue en 1994 junto al botánico Philip Davies en el marco de un proyecto que estudiaba propiedades medicinales de plantas nativas. La majestuosidad de la vegetación del cerro Miriñaque, uno de los tres que forman parte de la investigación junto al Cerro del Medio y al Cerro Vigilante, le valió entonces un rezongo: “Llegué al cerro y me pelé para arriba. Philip se enojó conmigo porque me había demorado, pero es que cuando vi todas las cosas que había arriba no lo podía creer. Salado”, dice, emocionado, como si fuera hoy. La experiencia lo marcó tanto que en las salidas a campo de la materia que dicta –Sistemática de Plantas Vasculares– subir al Miriñaque es “una parada obligada”.
“Es muy curioso, porque el Cerro Miriñaque es uno de los cerros chatos más accesibles y tal vez más conocidos. Imaginate lo que habrá sido visitado por botánicos, y lo loco es que se siguen encontrando cosas nuevas”, se extraña Mauricio, que afirma que Pedro Pañella, el primer autor del trabajo, y Ary Mailhos, el segundo, son los que llevaron adelante todo esto.
“Esto nació un poco de conversaciones con Felipe Lezama, y también de ir mucho al campo y ver esos sitios. Cada vez que uno iba al norte para hacer otro trabajo tenía ganas de no hacerlo y en su lugar subirse a uno de estos cerros a relevar vegetación”, confiesa Pedro. “En un momento surgió la posibilidad, a partir de un resto de plata de un proyecto, de poner esa ficha en esto. Ahí con Ary nos pusimos un poco más al hombro el trabajo de organizarlo, de conseguir los contactos, y lo demás”, agrega.
Valga aclararlo: este trabajo no es parte de ninguna tesis, ni de grado, ni de maestría, ni de doctorado, ni nada que tuvieran que hacer curricularmente Pedro y Ary. Tenían un metejón, unas ganas locas de encarar los cerros chatos. Para el presente artículo relevaron apenas tres, pero el tema los obsesiona tanto que se presentaron a un llamado de la Comisión Sectorial de Investigación Científica de la Udelar para seguir muestreando la vegetación de estos cerros, que rondan la centena.
“Yo no había subido al Miriñaque hasta que no hice el curso de Sistemática, así que lo conocí a través de Mauricio”, sigue Pedro. “Y empezando a leer sobre estos cerros iba viendo que si bien arriba son casi todo pastizal, los pocos trabajos trataban sobre la flora leñosa. Por otro lado, si bien un montón de botánicos los conocen, lo que encontraron no está escrito en ningún lado, no está negro sobre blanco qué hay y qué no hay en ellos”, explica.
Es un poco raro que en un país en el que los pastizales son el principal ecosistema los pocos esfuerzos documentados por estudiar la vegetación de los cerros se centraran en los árboles y arbustos. “Es como que la gente que no se dedica a los pastos, no mira pastos”, resume Pedro... ¡que tiene un pasto tatuado en su brazo derecho! “Eso en parte es así porque es un mundo taxonómico complicado, y en cierta medida lo mismo pasa con todas las herbáceas. Entonces nos dijimos que en los cerros chatos había cosas que había que ir a mirar y a las que no se les había puesto demasiado el ojo”, afirma.
Mauricio salta también en defensa de la flora no leñosa. “En Uruguay hay unas 150 especies de árboles y unas 2.400 especies de herbáceas. En cualquier lugar que vayas, incluso cuando estás metido dentro de un bosque, la mayoría de las plantas que vas a ver son herbáceas, siempre lo dominante va a ser otras plantas que no son los árboles. El tema es que como los árboles son los más grandes, los más llamativos, es como que importan más o la gente se conecta más con ellos”, señala, confirmando que así como en la zoología hay un cierto sesgo hacia los mamíferos y las aves, en la botánica también. También puede haber un problema gestáltico: el árbol es figura y el pasto, fondo.
“El pasto pasa perdido y se mimetiza con el resto”, coincide Mauricio. “Me pasa que voy al campo y señalando un bosque me dicen que mire tal vegetación cuando estamos parados arriba de pastizales. Para muchos la vegetación es el monte, es un concepto generalizado”, dice entre resignado y consciente de que el mundo es como es. “Sí, pero también nosotros nos vamos para el otro lado, trabajamos mucho en pastizales, entonces al final te hacés hincha de ellos”, matiza Pedro, mostrando que no todo está perdido. Si dejamos de mirar el árbol, y también el bosque, hay un mundo extremadamente diverso. Y eso fue lo que hicieron.
Tres cerros norteños
Con el objetivo de “realizar la primera caracterización de la vegetación de la cima de los cerros chatos”, Pedro, Ary, Mauricio y Felipe decidieron concentrarse en “tres cerros emblemáticos” del noreste del país, ubicados en la Cuchilla de Cuñapirú y que pueden disfrutarse al viajar por la ruta 5: el Cerro del Medio, el Cerro Vigilante –también conocido como el Cerro de los Chivos– y el Cerro Miriñaque.
A ellos fueron en noviembre de 2021, en plena primavera, y en marzo de 2022 cuando ya se había instalado el otoño. Hicieron tanto en las cimas, que poseen suelos bastante profundos, como en las cornisas pedregosas y en los hombros, en el caso del Miriñaque (el hombro se forma en este cerro entre dos bordes pedregosos que dan lugar a una pendiente moderadamente empinada), celdas de 5x5 metros en las que relevaron toda la vegetación que allí se encontraba. Luego también recorrieron cada una de las zonas viendo si fuera del área de la celda había especies que no estaban dentro de ellas, y también las registraron.
“En primavera hay especies que todavía se están desarrollando y que no florecieron, o hay especies anuales que recién empiezan a crecer en el verano y que no ves en esa estación”, explica Ary. “Entonces en otoño volvimos al mismo sitio donde estaba la parcela para sumar las especies que nos perdimos en primavera”, agrega. Pedro señala que hay plantas que cuando no están en flor son mucho más difíciles de identificar. Y eso nos lleva de nuevo al herbario.
Bajo la lupa
Al estimulante y entretenidísimo trabajo de campo, en la cima de cerros únicos y rodeados de un paisaje majestuoso, hay que agregarles luego una intensa inmersión en las colecciones para poder determinar ante qué plantas se está. Porque claro, algunas son muy comunes y conocidas, pero otras son más discretas y desafían aun al botánico más avezado. Y eso lleva tiempo, paciencia y trabajo meticuloso.
“Pensá que los primeros muestreos los hicimos en noviembre de 2021. Ya desde esa primavera empezamos a mirar las muestras, y desde entonces nos juntábamos una vez por semana para trabajar sobre los materiales colectados”, confiesa Ary. Y eso que estaban haciendo trampa: si bien identificar los materiales les llevó tiempo, sin contar todo el trabajo que han hecho otros anteriormente colectando plantas, identificando, guardando en el herbario, realizando claves de identificación, reportando especies, la tarea hubiera sido tanto más ardua y extendida en el tiempo.
“Nos paramos sobre los hombros de otros, como Eduardo Marchesi, o los propios Mauricio y Felipe, mucha gente que nos da información, si no es imposible hacer todo esto”, reconoce Pedro. “Una vez por semana dejamos lo que sea que estamos haciendo, nos juntamos, y estamos todo el día mirando muestras de las colectas. Después de ocho horas mirando plantas quedás como loco, pero así avanzamos”, comenta Pedro, y agrega que es más divertido de lo que podría sonar. ¿Qué vieron mezclando lo observado en campo con la sabiduría de la colección botánica? Cosas sumamente interesantes.
Concentrados
En el trabajo hay una cosa increíble, sobre todo cuando uno analiza los resultados y ve la superficie sumada de estos tres cerros. En nuestro país, dicen en su artículo, hay por ahora 2.756 especies de plantas vasculares reportadas. Y en estos tres cerros chatos del noreste comunican que encontraron “un total de 315 especies pertenecientes a 63 familias de plantas vasculares”, 45 de las cuales “se encontraron exclusivamente durante el otoño”. “La diversidad encontrada corresponde a 10,4% de las especies de plantas vasculares presentes en la flora uruguaya”, afirman entonces.
¡Este 10,4% de las especies vasculares de todo Uruguay estaban en poco más de 17,7 hectáreas (4,4 en la superficie de la cima del Cerro del Medio, 11,6 en la del Vigilante y 1,7 en la del Miriñaque). Ahí es cuando uno toma real dimensión de que algo interesante está pasando en estos cerros en cuanto a la biodiversidad. Son pequeños lugares, pero en ellos está representada una buena parte de nuestra flora.
“En poco más de 17 hectáreas encontrar 315 especies es un resultado que te sorprende un montón porque no era algo esperable a priori”, reconoce Ary. “En cualquier otra superficie normal de pastizales de los que tenemos datos, por ejemplo, en relevamientos que Felipe Lezama ha hecho en otros pastizales de esa zona, la cantidad de especies está bastante lejos”, agrega.
“Felipe, que trabajó mucho en las comunidades de pastizales de Uruguay, más que nada en las regiones eminentemente ganaderas del país, lo que es centro-sur, el basalto, noreste y las sierras, en unas 300 parcelas relevadas a nivel de todo el país en cuatro regiones geomorfológicas, ha reportado cerca de 500 especies. En este trabajo reportamos 315 en apenas siete parcelas”, dice a su vez Pedro.
“El caso de los cerros chatos es particular, pero en todos los lugares donde hay un relieve importante hay también una heterogeneidad ambiental que usualmente va asociada con picos de diversidad”, comenta Mauricio.
Chichoncitos con personalidad
Suponían, a priori, que la diversidad de allí iba a ser distinta por un montón de causas. Primero, la biogeografía empezó como disciplina estudiando la influencia de la altura en la cobertura vegetal. Estos cerros, que rondan los 300 metros sobre el nivel del mar y que tienen una altura de unos 100 metros respecto del suelo que los rodea, era esperable que se diferenciaran en su vegetación de la vegetación circundante. Sin embargo, en este trabajo no encontraron ninguna especie nueva para la ciencia, y salvo una especie de planta que no se había reportado en el país, no hallaron nada raro que no hubiera sido visto antes en otros lugares. Ahora, que eso no nos confunda: lo que sí encuentran es que la forma en la que se estructura la gran diversidad de especies encontradas ahí arriba les permite decir que la vegetación de los cerros chatos es distinta a todo lo que hay alrededor. No es que las especies que están sean distintas, sino la forma en que está estructurada esa comunidad es lo que realmente hace relevante a estos cerros chatos.
“Más allá de que hay un grupo de especies que no se encuentran abajo, lo importante son las comunidades. Hicimos la comparación con las comunidades que había descrito Felipe Lezama en ese trabajo del que hablaba Pedro, y lo que encontramos arriba de los cerros cae muy lejos de las comunidades que describe él”, dice Ary. “Por eso hablamos de islas de biodiversidad. Porque hay ciertas cosas en común, hay algunas especies que no aparecen abajo y sí aparecen en común en los tres cerros, pero después cada uno de los cerros está como en su propio cumpleaños”, agrega Pedro. “Cada cerro es interesante en sí mismo, y eso es raro, no es lo que uno espera, porque generalmente los pastizales, por más que son heterogéneos, tienen cierta homogeneidad. Estos, al estar aislados, como que cada uno tiene su propio combo de cosas llamativas propias de ese lugar. Tampoco están tan elevados, no son cientos de metros de altura, son unos chichoncitos que tienen su carácter único, son bien distintos”, agrega.
Ary concuerda: “Hay una proporción importante de la cantidad de especies en cada cerro que son exclusivas de cada uno, y eso que están entre sí muy cerquita; la distancia más grande entre estos cerros es de siete kilómetros, y el Vigilante y el Miriñaque están al lado uno del otro”.
“El Cerro Miriñaque es muy icónico, porque tenés una combinación de cosas. Ahí arriba tenés la palmera enana, Butia paraguayensis, que es una cosa rara, y aparte uno de los componentes principales de lo que es el pastizal, la Schlechtendalia luzulifolia, que es una compuesta con aspecto de pasto”, comenta Mauricio.
En el trabajo reportan que el Vigilante tuvo “la mayor riqueza” de los tres cerros estudiados. Encontraron allí 205 especies de plantas, de las que 73 son exclusivas del Vigilante y no están en los otros dos, y 14 son especies prioritarias para la conservación en Uruguay. En el Cerro del Medio reportan 173 especies, 51 exclusivas en él y 12 prioritarias para la conservación. En el Cerro Miriñaque encontraron 171 especies, 58 de las cuales no estaban en los otros dos cerros y de las que 13 eran prioritarias para la conservación. Con tantas especies exclusivas hay algo que se hace relevante a la hora de preservar estos lugares: no alcanza que uno de estos tres cerros chatos entre a ser parte de un área protegida u otro mecanismo de conservación. Si se protege a uno, no se protege la biodiversidad que hay en los otros. Cada uno es distinto. Cada cerro es como una personita con sus características particulares.
“Siempre estaba esa sensación. Cuando ya habíamos visto cuánto variaba esto, a medida que íbamos viendo otros cerros, era claro que cada uno tenía como su personalidad, al punto que eso te ayudaba a identificarlos; este es el cerro que tiene tal cosa, este tal otra y así”, dice Ary.
Comunidades
En el trabajo reportan entonces que encontraron tres comunidades que se pueden diferenciar en cada uno de los cerros. Las llaman formaciones: “Dos formaciones vegetales estaban presentes en los tres cerros: la formación de cornisa, asociada a los afloramientos rocosos, formando un perímetro alrededor de las cimas; y la formación de cima, asociada a suelos profundos con baja rocosidad, hacia el centro de las cimas. Una formación de hombrera también fue identificada en el Cerro Miriñaque, mostrando una pendiente y rocosidad moderada”.
“Hay comunidades de pastizales descritas para nuestro país. Pero para describir comunidades se requiere un gran número de muestreos. La idea es agrandar el número de cerros para en un futuro poder decir cuáles son las comunidades vegetales de los cerros chatos y compararlas con las otras comunidades vegetales del país para ver si coinciden con alguna. Por eso, hasta que no hagamos eso, preferimos hablar de formaciones”, enfatiza Pedro. “Sin dudas la vegetación de las cimas y la de los bordes son muy diferentes”, adelanta.
En la formación de las cimas se registraron unas 106 especies, con 76 que se encontraban sólo en ellas. Dominaron allí la ya mencionada Schlechtendalia luzulifolia y los pastos Sorghastrum pellitum, Axonopus siccus, Axonopus argentinus y Bromus auleticus. En la formación de cornisa se encontraron unas 104 especies, también con 76 exclusivas sólo de ella. Pero allí había mayor diversidad y si bien la Schlechtendalia luzulifolia sería la más dominante, apenas representaba el 5,3% en comparación con el 16,7% de su presencia en la cima.
Visitados
Hay dos coprotagonistas del paper que no son plantas: el fuego y el ganado. Uno pensaría que en los cerros chatos donde pastaba el ganado estarían en peores condiciones que aquellos en los que no. Pero las cosas no son tan simples. En dos de los cerros (Miriñaque y Vigilante) encontraron bosta, “lo que implica que el ganado tiene acceso a la cima de esos cerros y se produce pastoreo”. En el del Medio, los paredones de piedra impiden el acceso del ganado. ¿Y a qué no saben cuál tenía más diversidad de plantas en relación con su superficie? ¿Y en total?
En relación a su superficie (más allá de que en todos se muestreó una parcela de idénticas dimensiones), el cerro chato con más especies por hectárea fue el Miriñaque, donde el ganado accedía a pastorear. En número bruto de especies, el que más tenía fue el Vigilante, donde también había pastoreo. “La cima del Miriñaque es accesible para el ganado. Pero para ser lo chiquito que es, y con lo frágil que son todas las cosas, para mí está en un estado bastante bueno de conservación”, señala Mauricio.
Algo similar pasó con el fuego. En el trabajo dicen que en uno de los cerros, el Vigilante, “las observaciones de campo y las entrevistas con los propietarios revelaron que la vegetación en la cima [...] es sometida periódicamente a incendios como práctica de manejo”. “Ahí el pastizal estaba hermoso”, adelanta Mauricio. En el del Medio encontraron gran cantidad de materia seca, “lo que sugiere que no se produce pastoreo ni quema regular”, sostiene el trabajo.
“A mí, desde el punto de vista cultural, me parece mucho más positivo que me digan que al cerro lo usan”, señala Pedro. “Ahora que fuimos en invierno podemos dar fe de que evidentemente el Cerro Vigilante guarda pasto para el invierno. Cuando fuimos en primavera, lo vimos quemado, que es algo común cuando hay más materia seca y tenés más arbustivas, luego lo vimos en el otoño y estaba exuberante, y ahora que fuimos en invierno había sido bastante pastoreado. Cuando estás en una época buena es más práctico que el ganado coma abajo, pero cuando no hay pasto, guardás el pasto allá arriba. Más allá de las medidas de manejo, culturalmente, que lo usen siempre y cuando sea de forma medida, sin sobrepastoreo y sin hacerlo pelota, para mí mejor, porque le da otra capa de valor al sitio”, apunta.
“Es una ganancia de los dos lados. Gana el productor porque usa lugar, tiene la reserva esa de pasto, y ganás vos desde el punto de vista de la conservación de la diversidad, porque se te va a conservar mejor”, coincide Mauricio. “Hay trabajos que lo describen muy bien y gracias a los que sabemos que los sitios que están excluidos del pastoreo, en nuestro territorio, al final pierden especies y cambia la composición. Lo mejor probablemente siempre sea lograr un mosaico de sitios sin pastoreo y sitios con pastoreo, porque las especies que aparecen son distintas. Pero lo cierto es que en números cuando no hay pastoreo se pierden especies”, agrega Pedro.
Especies destacadas
- “La palmera enana es muy carismática y está sólo en el Miriñaque” dice Ary.
- “Otra a destacar es la Agarista eucalyptoides, que se llama así porque la hoja se parece a la de un eucalipto. Es una especie que en Uruguay encontramos sólo en estos sistemas, es familiar del arándano. Acá tenemos dos especies de esa familia y las dos son de cerros chatos”, agrega Ary.
- “Está la marcela nueva para Uruguay, Achyrocline marchiorii, que está en las cornisas. Tomamos mate con ella. Es rica, sabe a marcela”, dice Pedro.
- “Para mí una que es definitivamente una marca es la Schlechtendalia luzulifolia, porque es una planta icónica de Uruguay. No es abundante, pero es relativamente frecuente, entonces la encontrás en prácticamente todos los extremos de Uruguay. Está acá en el cerro de Montevideo, está en el cerro de las Ánimas, en el Pan de Azúcar, en las barrancas de Mauricio, en estos cerros, en las barrancas del río Uruguay, y hay algunos lugares en el centro sobre el Río Negro donde también está presente. Y acá es donde me brota el nacionalista, pues el capítulo parece el sol de la bandera uruguaya. Para mí esa tendría que ser la planta nacional. Tiene un nombre común que le pusieron unas chicas que venden semillas de plantas nativas. Le pusieron Sol de Oro”, comenta Mauricio. Podemos hacer una promo en el próximo mundial usando eso de regalame un sol. Todos asienten riendo.
Conservemos
La vegetación de los cerros chatos es distinta a la de otras partes del país. El pastizal presenta grandes diferencias con otras comunidades ya estudiadas. Buscar la protección de la biodiversidad única de estos lugares se impone. Y habría que actuar con cierta prisa. En primer lugar, porque en el trabajo reportan que hay tres especies exóticas invasoras que ya están en estos cerros chatos: la gramilla o pasto de Bermuda (Cynodon dactylon), el pasto rojo de Natal (Melinis repens) y el pino (Pinus tadea).
Dos de estas especies están ahí sin que nadie se lo haya propuesto demasiado. “La gramilla llega a donde quiera que va el ganado”, señala Ary. “Dicen que las traían los ingleses para fijar las vías del tren. Anda a saber si es cierto o no. El Melinis dicen que venía en las camas de los esclavos, es el cuento que me dijeron. Lo concreto es que son exóticas accidentales. En el caso de la gramilla, ya está en todos lados. Si te vas al Canelones rural, todo lo que son chacras viejas, es infernal la gramilla, uno lo tiende a naturalizar. Ahí arriba teníamos la esperanza de llegar al fin a un lugar donde no hubiera gramilla, pero parece que, como Dios, está en todos lados”, comenta Pedro.
“El Melinis está apareciendo más en el norte del país. Le encanta estar en los costados de la ruta, en esa parte que es pedregullo y asfalto. Se dispersa muy fácil con el viento, entonces no es sorpresa que haya llegado allá arriba. Para mí es peligroso, porque está en la parte que es más embromada; las cornisas son más heterogéneas, son microambientes que tienen menos superficie, entonces una especie que colonice ahí es jodido”, advierte Pedro.
Lo que no es nada casual es que los pinos estén amenazando a estos cerros. Ahí hay suelos de prioridad forestal. “Los pinos son realmente un flagelo, porque el tema es que esos pastos de última habrá que ver qué tanto le compiten a las otras especies que hay allí, hay una chance. Pero cuando el pino se mete, perdés todo lo que hay abajo, porque te cambia absolutamente todo el paradigma”, lamenta Mauricio.
“El pino te saca el pasto. Es así de sencillo. Y encima se complementa: si algo crece abajo del pino, es gramilla”, agrega Ary. El pino además es un invasor con granadas. Las piñas reparten muy bien las semillas, que además se dispersan como helicópteros con el viento.
Como se dice siempre con las especies exóticas invasoras, la posibilidad de tener éxito en su erradicación depende de si se toman medidas en las primeras etapas de invasión. ¿Estamos a tiempo, cuántos pinos se encontraron? “En el Cerro del Medio, que de estos tres que estudiamos era el que tenía pinos, la situación todavía es controlable”, tranquiliza Ary. “Pero hemos ido a otros cerros donde encontramos más de los que podríamos matar con el machete, te puedo decir. Empezamos a cortarlos pero tiramos la toalla. Esa es la realidad en algunos otros sitios”, nos pone los nervios de punta Pedro.
No sólo encontraron algo fantástico que nadie había descrito antes, que es sumamente valioso, sino que además corre ciertas amenazas. Lo bueno es que estamos a tiempo de hacer algo por la vegetación de los cerros chatos. “Es un buen momento para tratar de cuidar estos cerros, totalmente”, dice Pedro. “Están en manos de privados. Si a alguien se le ocurre plantar la mitad del cerro con pinos, puede hacerlo perfectamente” problematiza Ary.
Ahora que el Parlamento está estudiando una ley de protección al pastizal el trabajo llega en un buen momento: en la cima de los cerros chatos hay pastizales distintos a los del resto del país. En sus cornisas, además, hay otra vegetación relevante. Les digo que tendrían que mandar el paper para que lo insertaran entre las páginas del proyecto. “Vinieron a hacer una presentación y una de las cosas que quieren hacer es establecer una serie de prioridades sobre qué pastizales se protegen más. Evidentemente, este tipo de insumos van a ser esenciales”, señala Mauricio.
El mundo natural no está por fuera de donde estamos los humanos. Los cerros chatos, que llevan miles de años allí, permitieron ensambles de vegetación únicos. Hay ganado que se alimenta de ellos cuando el pasto escasea abajo. Hay humanos que se fascinan al llegar a sus cimas y contemplar el paisaje. Y hay otros que como Pedro, Ary, Felipe y Mauricio se regocijan contándonos qué tan especiales son. Lo mínimo que podemos hacer ahora el resto de nosotros es hacer lo que esté a nuestro alcance para que tal maravilla no se deteriore.
Artículo: Plants at the summit: characterization of grasslands on cerros chatos of northeastern Uruguay
Publicación: Darwiniana (agosto de 2023)
Autores: Pedro Pañella, Ary Mailhos, Mauricio Bonifacino y Felipe Lezama.
¿Nubarrón para la Botánica?
“Nos llegó una comunicación de un par de docentes que están vinculados al consejo de formación en educación de ANEP de que la idea era sacar Botánica como asignatura del bachillerato”, dice Mauricio.
“Si se elimina Botánica de Secundaria vamos a ver estudiantes que llegan a la Facultad de Agronomía que nunca tuvieron esa materia. Y la consecuencia de eso es que nos vamos a encontrar con gente que no tiene capacidad de ver, apreciar y entender la vegetación. Entonces vamos a querer arrancar en un escalón determinado y vamos a tener que volver al piso 1. Eso trae aparejado una pérdida de especificidad y de profundidad”, lamenta Mauricio.
También es algo que puede incidir en las vocaciones. El trabajo fascinante que acaban de hacer es bien de botánicos, van a un lugar, colectan, ven qué hay y hacen aportes para entender la biodiversidad. “Yo estoy acá en gran parte gracias a la materia Botánica de sexto de liceo. Sabía que me interesaban la biología y las ciencias naturales, pero definí que quería ser botánico gracias a esa asignatura. Si no fuera por eso, no sé dónde estaría”, dice Ary.
“Yo hice sexto de Medicina”, dice Pedro, cortando el momento brillante para cerrar la nota. “Pensá que los botánicos clásicos eran todos médicos”, dice Mauricio tratando de volver a la seriedad. Y hay allí una relación: un gran impulso de la botánica fue el de ir descubriendo propiedades medicinales de las plantas. De hecho, la primera vez que Mauricio subió a un cerro chato estaba en un proyecto para evaluar propiedades medicinales de plantas.
Pedro aclara que lo decía un poco en chiste y que nada es tan lineal. “Obviamente, me hubiera ayudado a pararme mejor en todo esto haber hecho esa asignatura. Para mí tiene todo el sentido del mundo que exista”, afirma, y dice también que es un conocimiento indispensable para los que ingresan a la facultad. Mauricio agrega que va más allá de lo preparado que lleguen los alumnos a la Facultad de Agronomía.
“El Uruguay natural bendito, nuestra producción, todo tiene que ver con plantas. No lo digo sólo porque soy botánico. El aire que respiramos lo hacen las plantas. La comida que comemos la hacen las plantas. Cuando querés ir a un lugar para que se te llene el alma, vas a un lugar natural, y la inmensa mayoría de los sitios que percibimos como naturales están dominados por plantas. ¿Entonces cómo puede ser que no les des la oportunidad a los uruguayos, que de repente muchos no van a seguir con otra formación, de que tengan una aproximación a esa parte tan conspicua de la diversidad que nos rodea? Les estás quitando la posibilidad de que entiendan un poco más lo que están viendo. Independientemente de los efectos directos que tiene para cosas como las que hacemos acá en Agronomía o en Ciencias, o lo que sea, hay una pérdida de enriquecimiento cultural de la gente, de adueñarse de los valores y cosas que tenemos en Uruguay. Eso hablando de Botánica. Que saquen Filosofía es obtuso. Y Astronomía o Geografía ni te cuento”, cierra Mauricio.
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