Cuando algún visitante recorre las rutas de Rivera y Tacuarembó que llegan hasta la cuesta basáltica, flanqueadas por esos curiosos cerros chatos que vigilan el paisaje desde hace más de 100 millones de años, difícilmente sospeche lo que se esconde detrás de las praderas o incluso entre los parches de forestación. Los únicos indicios de esos secretos son los zarpazos de vegetación exuberante que asoman cada tanto como heridas en la tierra.

Lo que hay debajo de esas explosiones verdes, sin embargo, parece parte de un mundo perdido, casi tan fantástico como el que soñara Arthur Conan Doyle para sus novelas aventureras hace 110 años. Una frondosa vegetación subtropical aísla al visitante del resto del paisaje y le da la bienvenida a un ambiente húmedo, con cañadas, helechos, cascadas y paredes rocosas a las que el musgo saca brillo cuando se filtra algún rayito de sol.

Así son los ambientes únicos de las Quebradas del Norte, relictos subtropicales hundidos como cuchillazos en la roca basáltica, en los que viven especies de fauna y flora inusuales para el país y que tienen allí su punto más austral de distribución. En la Cuchilla de Haedo, por ejemplo, que oficia de corredor biológico para varias especies tropicales que ingresan a nuestro territorio, pueden encontrarse anfibios y reptiles raros para Uruguay, como la cascabel (Crotalus durissus terrificus) o el sapito de Devincenzi (Melanophryniscus devincenzii).

Algunas de esas características son las que lograron que las Quebradas del Norte hayan sido incluidas en la Reserva de Biósfera de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) y tengan un destaque especial en un trabajo dedicado a las ecorregiones del Uruguay y sus prioridades de conservación, editado en 2012 bajo la guía del investigador Alejandro Brazeiro. En él, se concluía que la cuesta basáltica es la ecorregión con mayor riqueza de especies en el país (911 en total, incluyendo animales y plantas), muchas de ellas endémicas o casi endémicas.

Sin embargo, dentro de las Quebradas del Norte hay una sola área ingresada al Sistema Nacional de Áreas Protegidas (SNAP) del país: el Paisaje Protegido Valle del Lunarejo (aunque se espera que en el mediano plazo pueda sumarse Laureles-Las Cañas, con la que está “hermanada” paisajísticamente).

Si para proteger el resto de las Quebradas del Norte tuviéramos que apelar a una suerte de juicio, deberíamos entonces reunir la mayor cantidad de evidencia posible sobre su valor. Una, por ejemplo, puede ser la mencionada riqueza de especies o la singularidad que poseen, pero estas no son las únicas medidas para entender el aporte de estos paisajes. Para ayudarnos a elaborar un argumento lo más contundente posible, llegan en nuestro auxilio dos especies de ranas y dos de lagartijas.

Un corte y una quebrada

El herpetólogo Arley Camargo, docente del Centro Universitario Regional Noreste de la Universidad de la República (Cenur Noreste, sede Rivera) desde hace una década, tiene una debilidad especial por las Quebradas del Norte. Las considera el lugar más lindo y diverso de Uruguay, argumento que lo ayudó a decidirse rápidamente cuando debió elegir un sitio en el que aplicar nuevas herramientas para priorizar áreas de conservación, uno de sus temas de estudio.

No perdió tiempo. En 2012 presentó un proyecto a la Comisión Sectorial de Investigación Científica (CSIC) de la Universidad de la República y en 2013 ya estaba trabajando en la zona junto a un equipo formado por Laura Lima (colega en el Cenur Noreste) y Ernesto Elgue, Claudia Fernández y Raúl Maneyro, de la Facultad de Ciencias. De sus esfuerzos conjuntos salieron dos tesis de maestría (las de Ernesto y Claudia) y una reciente publicación que nos brinda una herramienta adicional para entender la riqueza de nuestras Quebradas del Norte: la diversidad filogenética.

Arriba: Ernesto Elgue, Juan Zufiría y Joaquín Villamil. Abajo: Raúl Maneyro, Arley Camargo y Claudia Fernández. Foto gentileza A. Camargo

Arriba: Ernesto Elgue, Juan Zufiría y Joaquín Villamil. Abajo: Raúl Maneyro, Arley Camargo y Claudia Fernández. Foto gentileza A. Camargo

“Para decidir qué áreas priorizar para conservar, ya que lamentablemente los recursos no dan para todo, se suele considerar el número de especies que hay en un lugar, cuán amenazadas están o la representatividad de géneros y familias. Pero hoy en día se está usando mucho la historia evolutiva, que te da otro nivel de información, especialmente a una escala pequeña. Es decir, qué cantidad de cambio evolutivo se ha acumulado en las especies”, explica Arley.

La diversidad filogenética es una medida que justamente indica eso, la amplitud de diferenciación genética que existe en especies de un lugar determinado (y por lo tanto la diversidad de características que presentan). Esto es útil para las especies, que tendrán más variabilidad genética para adaptarse a cambios ambientales, tales como nuevas enfermedades o posibles catástrofes climáticas, pero también para el potencial beneficio a futuro de los humanos que las estudian en busca de aplicaciones médicas o científicas, el famoso “valor de opción” en la jerga conservacionista.

Lo ideal sería poder medir la diversidad filogenética de todas las especies de una región para saber cuáles zonas es preferible conservar, pero como los científicos viven en el mundo real, en el que los recursos para estos estudios no abundan, saben que deben seleccionar algunas especies que brinden pistas útiles. En su caso, como buenos herpetólogos, pusieron la mira en anfibios y reptiles. Los emisarios seleccionados para contarnos qué está ocurriendo con la diversidad filogenética de las Quebradas del Norte fueron el geko de las piedras (Homonota uruguayensis), la rana de las piedras (Limnomedusa macroglossa), la lagartija verde de cinco dedos (Contomastix lacertoides) y la rana piadora (Leptodactylus latinasus). Antes de proseguir, hay que hacer unas breves presentaciones de rigor.

Geko de las piedras en Cuchilla de Laureles, Tacuarembó.
Foto: Ernesto Elgue

Geko de las piedras en Cuchilla de Laureles, Tacuarembó. Foto: Ernesto Elgue

Batalladoras de las piedras

Las cuatro especies tienen características comunes que las hacen un buen modelo de estudio en las Quebradas del Norte. Por ejemplo, están fuertemente asociadas a los ambientes rocosos y se las puede encontrar allí fácilmente, si uno sabe cómo buscar.

El geko de las piedras, el único geko autóctono del país, es el más “complicado” de los cuatro. Es una especie endémica de la región (también se encuentra del lado brasileño), especialista de los afloramientos rocosos basálticos y con una distribución restringida. Es considerado vulnerable y prioritario para la conservación.

A la lagartija verde de cinco dedos también se la puede ver asoleándose en los pedregales de la zona o escondida bajo las rocas. Se la encuentra en las principales cuchillas del norte y este del país.

Lagartija verde de cinco dedos en Valle Edén, Tacuarembó.
Foto: Pablo Balduvino (NaturalistaUY)

Lagartija verde de cinco dedos en Valle Edén, Tacuarembó. Foto: Pablo Balduvino (NaturalistaUY)

La rana de las piedras, igual que Homonota uruguayensis, delata su hábitat preferido con su propio nombre. Suele refugiarse bajo piedras o troncos al borde de los cursos de agua. Su pupila vertical la hace inconfundible para los buenos observadores de fauna.

La rana piadora es un poco menos selectiva respecto a los ambientes. Se la ve bajo piedras o en las cuevas que ella misma construye, pero también está asociada a zonas de pastizales o incluso lugares muy urbanizados. A la hora del sexo son más reservadas que muchas de sus parientes. Tienen el amplexo (el abrazo sexual) en la intimidad de sus cuevitas y dejan allí la puesta de huevos en un nido de espuma, protegida bajo tierra. Cuando llueve, las guaridas se inundan y los renacuajos finalmente salen y se dispersan. Como se ve, son un poco más sobreprotectoras que otras ranas, que simplemente dejan los huevos en el agua, una costumbre heredada por pertenecer a un grupo de especies adaptadas a ambientes áridos.

El objetivo de los investigadores era obtener suficientes muestras de ADN de estas especies en las Quebradas del Norte y evaluar así la diversidad de cada una en las distintas áreas en las que conviven, pero para ello necesitaban delimitar bien las regiones. Con ese objetivo, dividieron las Quebradas del Norte en cinco cuencas o drenajes bien diferenciados por cursos de agua, en un eje que va de noreste a suroeste: Tacuarembó Grande-Cuñapirú, Lunarejo-Laureles-Cañas, Tres Cruces, Tacuarembó Chico y Tranqueras.

En sus monitoreos obtuvieron muestras de ADN de 67 ranas de las piedras, 28 ranas piadoras, 26 lagartijas verdes de cinco dedos y 78 gekos de las piedras. Con ayuda de un paquete estadístico que desarrollaron especialmente, pudieron analizar la diversidad filogenética para estas cuatro especies en toda el área en tres medidas distintas: la diversidad total, la endémica y también la complementaria. Esta última medida era importante para comprobar cuál zona complementa mejor el área protegida que ya existe, que es la de Valle del Lunarejo.

Rana piadora en Maldonado.
Foto de Javier Sellanes López (NaturalsitaUY)

Rana piadora en Maldonado. Foto de Javier Sellanes López (NaturalsitaUY)

Por último, compararon estos resultados con el grado de intervención humana de cada una de las cuencas de las quebradas (urbanización, cultivos, forestaciones), medido siempre dentro de las alturas en las que se sabe que viven estas especies, para comprender mejor el grado de amenazas que enfrentan en sus respectivos drenajes. Los resultados fueron una sorpresa, porque indicaron con más claridad de la esperada que hay algo especial, sobre todo en una de las cuencas.

Terminal Tres Cruces

La zona que mostró los valores más altos de diversidad filogenética para casi todas las especies fue Tres Cruces, que está poco intervenida y tiene un alto porcentaje de bosque nativo y praderas bien conservadas. Incluso cuando no obtuvo los valores más altos de diversidad filogenética total, como pasó para la rana de las piedras, sí lo logró en diversidad complementaria. “A lo largo de las cuatro especies, Tres Cruces fue el mejor drenaje con base en todas las estadísticas de diversidad filogenética, con gran diferencia respecto a los otros”, señala el trabajo.

“Nos sorprendió que diera ese valor tan alto en casi todas las especies, porque el trabajo se hizo a escala muy chica. Hubo una congruencia fuerte; las cuatro especies indicaron ese patrón común que diferencia muy bien a esta cuenca, y es interesante también que es de las que menos impacto humano tienen. En ese sentido hay un mensaje esperanzador porque por ahora está relativamente protegida en ese sentido, no hay tanta intervención”, apunta Arley.

“En general, cuando tomás en cuenta todas las especies analizadas en forma global, Tres Cruces es incluso mejor que Lunarejo. O sea, si no tuviéramos ningún área protegida en las Quebradas del Norte y fuéramos a elegir una, esta sería la mejor candidata en términos de diversidad filogenética”, agrega. Lo más revelador, para Arley y sus colegas, es justamente que más allá de lo que ocurre con cada una de las especies, hay un patrón común que vuelve especial a esa región en particular. “Al comparar varias especies al mismo tiempo podés ver patrones compartidos, y eso es lo que sería interesante hacer ahora con otros animales”, aclara.

Estos patrones de diversidad tan congruentes entre especies a una escala espacial tan pequeña “podría deberse a las limitadas habilidades de dispersión y las preferencias de hábitat compartidas”, concluye el trabajo.

Tenemos, entonces, una espléndida candidata a sumarse al SNAP. Como bien repasa la investigación, Tres Cruces representa una contribución valiosa a la biodiversidad de las Quebradas del Norte que se complementaría perfecto con el Valle del Lunarejo.

Si estos reptiles y anfibios pudieran decidir, en base a su diversidad filogenética, cuál será la próxima área protegida de la zona, elegirían seguramente la cuenca de Tres Cruces, pero los análisis arrojaron otro resultado revelador. Tres Cruces es la que posee una mayor diversidad, pero hay otra área que destaca por su singularidad: la de Tacuarembó Grande-Cuñapirú. Quizá su diversidad filogenética no sea tan alta, pero la que posee es muy distinta a la de las otras cuatro, algo que muestran todos los patrones estudiados.

Rendición de cuencas

“Hay cambios evolutivos únicos que tiene esa región. No son tantos, pero son diferentes. Quisimos destacarlo porque esta región parece ser distinta a todo el resto de las Quebradas del Norte, algo que se corresponde un poco también con la división geográfica que hay entre los dos subsistemas de las quebradas: por un lado la Cuchilla Negra, donde está Tacuarembó Grande-Cuñapirú, y por el otro la Cuchilla de Haedo, que agrupa las otras cuatro”, informa Arley.

No es la primera vez que una investigación nota las singularidades de esta zona. Trabajos previos de Alejandro Brazeiro, hechos a una escala más detallada, propusieron la creación de áreas protegidas o de prioridad de conservación dentro de Tacuarembó Grande-Cuñapirú debido a su riqueza de vertebrados terrestres y el nivel de antropización que experimentan.

Justamente, el análisis del grado de intervención humana en las quebradas arroja otro dato importante sobre esta cuenca: es la más impactada de las cinco, por lejos. Mientras el área antropizada de Lunarejo ocupa el 15%, la de Tres Cruces 8,7% y las de Tacuarembó Chico y Tranqueras 4,7% cada una (siempre midiendo a partir de la altura en la que aparecen las especies estudiadas en este trabajo), en Tacuarembó Grande-Cuñapirú la cifra sube a un preocupante 46,1%. Casi la mitad del área está intervenida por el ser humano, con gran protagonismo de la forestación. “Lo quisimos destacar justamente porque esta área está bajo un impacto muy diferente al que vimos en Tres Cruces”, apunta Arley.

Por lo tanto, si designar la próxima área protegida de las Quebradas del Norte dependiera de Arley (aunque no podemos asegurar que las autoridades vayan a prestarle más atención que a los reptiles y anfibios), se inclinaría por esta. “Lo haría por un tema de prioridad, porque puede estar más comprometida desde el punto de vista de su conservación al futuro, en el sentido de que acá hay una intervención humana mucho más destacada, tanto por cultivos forestales muy densos como por el desarrollo urbanístico; eso se puede ver ya si uno sale por los alrededores de Rivera, donde se aprecian cerros que están desapareciendo porque se usan para obtener materiales para la construcción”, agrega.

Para comprobar a qué se refiere, basta con ir a las nacientes del arroyo de Cuñapirú, donde se encuentra el parque Gran Bretaña. Tal cual recuerda Arley, es un espacio hermoso pero que convive con varias intervenciones, como una pista de motocross y un autódromo. “Es una zona tan espectacular como el Lunarejo, pero te das cuenta de que estás cerca de una ciudad porque hay muchos desperdicios; ese tipo de cosas te dan una pauta de que es un lugar que, si no le prestamos suficiente atención, podemos llegar a perder”, dice. Allí, por ejemplo, hay especies que solamente se ven en esa zona en Uruguay, como la rana perro (Physalaemus cuvieri).

En el trabajo también resaltan la necesidad urgente de hacer nuevas evaluaciones de filodiversidad especialmente en esta cuenca, dada la conversión progresiva del suelo y el avance de la forestación.

“La expansión de la forestación y el incremento de la urbanización fronteriza reducirán aún más la cobertura natural propicia para las especies que viven en Tacuarembó Grande-Cuñapirú. Adicionalmente, favorecerá la fragmentación y aislamiento entre los parches de hábitat, que pueden resultar en la probable pérdida de la diversidad genética única encontrada”, advierte el trabajo. El lado positivo es que una porción de la mitad sur de esta cuenca ya fue seleccionada como área de alta prioridad para ser incluida en el SNAP. Por eso, volviendo al comienzo, toda evidencia de su valor es importante. Que se le preste atención ya es otro asunto.

Centro al área

Una manera de reunir nueva evidencia es abrir la cancha a este tipo de estudios con otras especies. El trabajo recuerda que es “obvio” que se necesita una evaluación más amplia de patrones de diversidad filogenética en otras especies que conviven en la región, para corroborar las conclusiones de priorización a las que llegó este estudio.

Entre las candidatas que menciona la investigación están la ranita de flancos amarillos (Scinax fuscovarius) y el camaleón de cola espinosa (Tropidurus catalanensis), además de arácnidos como las abundantes arañas pollito y plantas como los cactus. Arley agrega a la lista escorpiones, peces y las llamadas viboritas de dos cabezas, que al ser subterráneas probablemente tengan una preferencia de hábitat muy marcada.

¿Puede un grupito de anfibios y reptiles, con la ayuda potencial de arácnidos y peces, lograr que una nueva área protegida ingrese al SNAP? Si fueran los superhéroes mutantes de una película de ciencia ficción habría más chances, pero teniendo en cuenta la archioposición de algunos integrantes del sistema político al ingreso de nuevas áreas (con Sergio Botana y Sebastián da Silva al respecto de Arequita como ejemplos recientes), se precisará probablemente mucha más colaboración. La evidencia, sin embargo, no es nada desdeñable y suma un argumento más a favor de una zona que no debería necesitar defensa alguna.

Arley, por lo pronto, ya compartió los resultados del trabajo tanto a integrantes de la Intendencia Departamental de Rivera como del Ministerio de Ambiente. “No sé cómo incorporarán ellos esa información a todo lo que ya manejan para el diseño de estas políticas, pero hicimos este trabajo pensando en eso, en hacer un aporte en ese sentido”, cuenta.

Para eso, agrega, algo más efectivo que una publicación científica es tener una instancia en la que los investigadores puedan transmitir la información de forma más “ejecutiva” para que se traduzca en la toma de decisiones. “El trabajo es valioso porque agrega nueva información a tener en cuenta para decidir qué lugar de las Quebradas del Norte puede ser de interés para conservar además del Lunarejo”, insiste. Que toda el área debería ser prioritaria para su conservación es un mensaje que los anfibios y reptiles ya están transmitiendo a su manera desde hace mucho tiempo. Para eso basta con sumergirse un rato en el mundo oculto y fantástico de las quebradas para disfrutar de la diversidad de sus cantos o sus colores y diseños de camuflaje.

Artículo: Conservation prioritization of the northern hills of Uruguay based on the intra-specific phylogenetic diversity of frogs and lizards
Publicación: Journal of Nature Conservation (julio 2023)
Autores: Arley Camargo, Ernesto Elgue, Claudia Fernández, Laura Lima y Raúl Maneyro.

Anfibios compartidos y libro para escuelas

Los dos anfibios que forman parte de este trabajo también figuran en el libro Anfíbios das planicies costeiras do extremo sul do Brasil e Uruguay, una guía escrita en portugués, español e inglés que tiene entre sus autores al herpetólogo Raúl Maneyro, también coautor del artículo sobre diversidad filogenética que nos ocupa hoy.

Se trata de un libro atractivo, que cuenta con fotos de las 38 especies de anfibios que habitan los ecosistemas costeros del extremo sur de Brasil y Uruguay, además de una gran cantidad de información bien ordenada sobre estas especies: características de comportamiento, biología, hábitat, conservación e incluso técnicas de investigación.

Editado en 2017 y firmado por Maneyro y sus colegas brasileños Daniel Loebmann, Alexandro Tozetti y Luis Fernando Marin da Fonte, el libro ha tenido una nueva vida en el ámbito educativo gracias a una buena iniciativa de sus autores. Lo envían a las bibliotecas de las escuelas que lo solicitan, con el valor agregado de que además concurren a dar charlas a los alumnos sobre conservación y anfibios.

Las escuelas interesadas en conseguir el libro o en recibir una visita de sus autores, pueden contactarse al mail del Laboratorio de Herpetología de Facultad de Ciencias: [email protected]