En 1901, el mismo año en que se produjo el último registro de un jaguar en nuestro país, salir a cazar pumas en Uruguay era una actividad alentada e incluso celebrada en tono épico por los medios de comunicación. Así lo muestra un artículo del diario salteño La Prensa de ese año, que describe las partidas organizadas de caza de “leones” en los montes del Arapey.
En un estilo digno de los folletines de aventuras del siglo XIX, que no estaría fuera de tono en algún libro de Rider Haggard, el cronista del artículo se refiere a “los festines que aquellos feroces animales celebraban noche a noche tan luego como salían de sus ignotas guaridas selváticas”.
Tales festines hacían sospechar “la existencia de un número considerable de esas fieras”, pero era “problemático darles caza, pues demostraban una astucia extraordinaria”, prosigue.
Los hacendados de la zona, entre los que se encontraba el general José Villar, ministro de Guerra y Marina en el mandato de Julio Herrera y Obes, hicieron entonces varias expediciones junto a sus perros con el objetivo de diezmar la población de pumas, que les traían problemas.
El asunto no resultaba tan sencillo. Según el narrador, los hombres lograban cazar cada tanto algunos ejemplares y colocaban reses envenenadas a modo de trampa, pero los pumas seguían haciendo estragos en el ganado ovino.
Surge entonces la figura del héroe aventurero, que en la crónica del diario salteño es el propio general Villar, líder de una partida que busca dar con la guarida de los animales y acabar con el problema. No sabemos cuán exagerada era la pluma del periodista o cuánto deseaba magnificar la aventura en la que participó él mismo, pero narra que, tras encontrar unos “200 esqueletos de corderos, algunos con carne fresca”, se toparon con un “león” hembra que subió a un árbol tras verse rodeado por perros. Lo mataron a tiros.
“El resultado feliz de esta aventura”, dice el cronista, llevó a que al día siguiente se realizara una nueva expedición a la zona. En ella, los aventureros usaron perros y lazos para capturar otros dos pumas, que pasaron a formar parte de un jardín zoológico que el general tenía en su estancia. Allí fueron “condenados por un Consejo de Guerra, con ley marcial previa, a cadena perpetua o garrote si se retobaban”, cuenta a modo de chiste castrense.
Este tipo de artículos sugieren que la presencia de pumas no era rara a comienzos del siglo XX en Uruguay, pero es posible que las batidas de caza de pumas hayan sido demasiado efectivas: ya en 1935 el zoólogo Garibaldi Devincenzi consideró a la especie extinta en Uruguay.
Unos a otros conmigo
Pero el puma seguía en realidad por aquí. La aparición de un cráneo en 1972 se convirtió en el primer registro formal para el país y, a partir de entonces, se produjeron varios reportes más, ya fuera a través de sus huellas o directamente de ejemplares cazados (aunque con menos prensa que los del general Villar). Un artículo de Juan Andrés Martínez Lanfranco, Juan Rudolf y Diego Queirolo, publicado en 2010, analiza seis registros confirmados para Uruguay a partir de 1972.
Con la masificación de los celulares con cámaras y el advenimiento de las redes sociales, los avistamientos de pumas encontraron un nuevo terreno en el que prosperar. Comenzaron a aparecer fotos y filmaciones de este felino en lugares remotos –y otros no tanto– del país. Varios de estos reportes eran suficientemente confiables, entre tanto video dudoso y de origen extranjero, como para terminar de pintar un panorama sobre el puma distinto al que muchos creían.
La bióloga Eliana Walker, por entonces una estudiante en busca de tema para su tesis de grado, quedó encantada con aquel artículo de 2010 que repasaba la presencia del puma (Puma concolor) en el país. Como persona interesada en la conservación, se entusiasmó con el potencial que presentaban las apariciones de un felino tan carismático en Uruguay.
Se puso en contacto con los autores del artículo y poco después tenía ya una idea de tesis entre manos. Su orientador fue Diego Queirolo, quien le sugirió que retomara la dirección del trabajo de 2010, pero con una mirada más regional, que analizara también la disponibilidad de hábitat y los cambios del uso del suelo en el país en las últimas décadas.
El trabajo se convirtió en una publicación reciente que lleva la firma de Eliana Walker, del Programa de Desarrollo de las Ciencias Básicas (Pedeciba) de la Universidad de la República (Udelar); Griet Cuyckens, de la Universidad Nacional de Jujuy (Argentina); Juan Andrés Martínez-Lanfranco, del Departamento de Ciencias Biológicas de la Universidad de Alberta (Canadá), y Diego Queirolo, del Centro Universitario Regional Litoral Norte de Salto de la Udelar. En él queda claro que las amenazas para el puma en Uruguay han variado desde 1901, pero no por ello son menos complicadas.
Un error en la matriz
Teniendo en cuenta los esporádicos reportes de pumas en Uruguay, el trabajo busca entender más sobre su presencia y la dinámica de sus poblaciones en la región, con énfasis en nuestro país.
Para eso, los investigadores recolectaron registros de pumas en el bioma Pastizales del Río de la Plata (región que incluye a Uruguay, el sur de Brasil y parte del este de Argentina) entre 1999 y 2011, provenientes de varias fuentes, incluyendo bibliografía, colecciones de museos, repositorios digitales (en especial GBIF, la sigla en inglés del Sistema Global de Información sobre Biodiversidad) y reportes no publicados de especialistas. En total, recogieron 224 registros georreferenciados, 22 de los cuales corresponden a Uruguay.
Usando un software de modelos de distribución, relacionaron luego los puntos de los registros con variables bioclimáticas y topográficas con el propósito de modelar un mapa potencial de distribución para el puma en la región estudiada. Por ejemplo, entre las variables significativas que tuvo en cuenta el modelo figuran la pendiente del terreno, la distancia a los cuerpos de agua, la orientación y los promedios de estacionalidad de temperatura y precipitaciones.
Además, exploraron el impacto que ha tenido la intervención humana en su ambiente en Uruguay. Para ello tomaron en cuenta los cambios en el uso del suelo, que, como bien aclara el artículo –y como ha quedado demostrado ampliamente en estudios de biodiversidad–, producen fragmentación, degradación y pérdida de hábitat para las especies con las que compartimos territorio. Al puma esto le ha ocurrido a lo largo de su amplia distribución, con la agravante de que hay regiones en las que también es perseguido sistemáticamente.
Pudieron analizar la evolución de estos cambios gracias a los mapas de cobertura de suelo, disponibles para Uruguay desde 2000 a 2022. “Eso nos permitió hacer el análisis de la progresión de la pérdida de hábitat”, explica Eliana.
Las categorías de los usos del suelo fueron divididas en propicias o no propicias para el puma de acuerdo con sus requerimientos ecológicos. Por ejemplo, entre las primeras se encuentran el bosque nativo, los campos naturales, las forestaciones, los humedales e incluso áreas urbanas dispersas, mientras que entre las no propicias están las plantaciones agrícolas, las pasturas artificiales, las urbanizaciones y áreas sin vegetación.
Para evaluar la pérdida de hábitat idóneo para el puma, superpusieron el mapa de ambientes propicios con el de usos del suelo, restando aquellas áreas que presentaron modificaciones no aptas para la especie. “De esta manera, identificamos zonas que anteriormente eran idóneas para el puma que se fueron perdiendo debido a los cambios de uso del suelo, lo que nos permitió cuantificar la pérdida de hábitat a lo largo del tiempo”, señala el artículo. Los resultados son preocupantes, aunque no sólo para los pumas que aparecen tímidamente en nuestro territorio de vez en cuando.
Los de atrás vienen conmigo
¿Qué variables ambientales juegan para el puma en nuestro territorio, según el análisis del equipo? La más significativa fue la pendiente del terreno; a menor pendiente, más idoneidad.
La segunda más influyente fue la distancia a los cuerpos de agua. Mientras más lejos está un curso de agua, peor para el puma (algo que se hizo mucho más notorio a partir de una distancia de 4,5 kilómetros). La idoneidad también se incrementó con temperaturas promedio anuales hasta los 22 grados, decreciendo a partir de este punto.
Por supuesto que el modelo tiene algunos sesgos que el software intentó corregir. “Este fue un primer acercamiento, pero hay muchas otras variables ecológicas que estaría buenísimo tener. La más evidente es la disponibilidad y abundancia de presas, de la que no tenemos información sistemática en Uruguay. Eso puede estar influyendo y no lo estamos teniendo en cuenta”, reconoce Eliana.
Más allá de estas limitaciones, ¿qué nos dijo el modelo sobre las condiciones ambientales que tienen los pumas en Uruguay? Las noticias no son muy alentadoras, aunque tampoco pésimas. Uruguay exhibe una idoneidad de hábitat intermedia, muy por debajo de la que se registra en la zona de Brasil analizada. El software proporciona incluso un “puntaje de idoneidad”: mientras que el de Brasil es de 0,84, Uruguay está entre 0,25 y 0,5.
Peores noticias son las que trajo el análisis del cambio de uso del suelo. Para 2008, en comparación con el 2000, se habían perdido unos 3.446 km² de hábitat propicio para la especie en Uruguay. Para 2011, ya eran 6.086 km². Para 2022, totalizaban 46.699 km² de ambiente perdidos. Es una cifra que impresiona para un país con 176.215 km² de territorio (sin contar el marino).
Los mapas incluidos en el trabajo, en los que la idoneidad de hábitat está marcada en una escala de grises y la pérdida en rojo, muestran cómo a partir del 2000 los puntos colorados se extienden como la viruela por el territorio, en especial al suroeste y este del país.
“Esta pérdida tiene que ver con el aumento de la agricultura en el litoral, especialmente de la soja. En ese período Uruguay experimentó una transición hacia la producción de cultivos de ese tipo, que se convirtieron en ambientes no propicios para esta especie”, señala Eliana.
Obviamente, esta es una mala noticia para muchas otras especies que utilizan este hábitat, no sólo para el puma. “Lo más relevante no es conservar al puma de por sí, sino mantener nuestros ecosistemas saludables, porque así como los usa el puma, que es un mamífero de gran tamaño, de ahí para abajo ocurre lo mismo con un montón de especies relevantes, tanto en fauna como en flora”, reflexiona Eliana.
Lo bueno de poner el foco sobre el puma es que es una especie carismática que puede servir para “despertar más interés en la población sobre la conservación, conseguir más financiación e incluso sensibilizar a las autoridades”, asegura. En resumen, si hacemos un esfuerzo por conservar el hábitat aún disponible para el puma, los que vengan atrás también se beneficiarán y, por extensión, todo el ambiente.
El llanero solitario
La falta de hábitat disponible no es lo único que podría explicar la escasez de pumas por estos lares. “Aunque nuestro estudio identificó áreas con hábitat propicio para los pumas en todo el Uruguay, no hay registros de poblaciones residentes confirmadas desde comienzos del siglo XX. Otros factores, como la variación de la disponibilidad de presas, las perturbaciones humanas y sus dinámicas históricas poblacionales, pueden haber contribuido a la ausencia de poblaciones permanentes en el país”, dice el artículo, para luego formular su teoría sobre la aparición ocasional de ejemplares en Uruguay. Con los pumas parece ocurrir aquí lo mismo que con la economía: dependemos de lo que pase en países vecinos.
Según los autores, la presencia de pumas en Uruguay está ligada a la dinámica de dispersión desde países vecinos. No contamos con poblaciones estables de pumas, pero llegan ejemplares del sur de Brasil y el norte de Argentina, regiones con los que existe una conectividad natural. Algunos, incluso, residen durante parte del año en el país, como mostró una reciente publicación cuyo registro no llegó a tiempo para el modelado de datos de este trabajo.
“Dada la idoneidad intermedia de hábitat de los pastizales uruguayos y la escasez de registros, postulamos la hipótesis de que la abundancia naturalmente baja de pumas en Uruguay ha sido empujada casi a la extinción, probablemente por la caza a modo de represalia, un fenómeno observado en regiones como Corrientes, Buenos Aires y Santa Fe en Argentina, así como en el sur de Brasil”, apuntan los investigadores. La historia narrada al comienzo de este artículo, más un par de casos registrados en la década de los 90 del siglo XX, dan sustento a esta teoría. Los autores señalan incluso que los recientes avistamientos de la especie “podrían sugerir un intento por recolonizar el país, ya que persiste todavía hábitat idóneo”.
El aumento en el número de avistamientos de pumas en los últimos años en Uruguay parece contradictorio con la pérdida de ambiente propicio registrada desde el 2000, pero la explicación puede estar en el contexto regional. “Hay que tener en cuenta que en Brasil y Argentina también se están produciendo cambios en el uso del suelo desfavorables para la especie y que allí se los corre mediante la caza”, opina Eliana, y agrega que en las últimas décadas esta tendencia al aumento de registros en el sur se ha dado también con otras especies, no sólo el puma.
También es posible que la situación no haya cambiado tanto en las últimas décadas, sino que ahora tengamos más tecnología y vías más accesibles para difundir los registros. “Puede ser que el puma se esté dispersando más o que simplemente estemos mirando más, estemos comentando más o estemos más atentos, pero es difícil saberlo porque no hay estudios científicos de abundancia de pumas o de movimientos de dispersión de la especie en Uruguay, ni ahora ni antes”, admite Eliana.
La pérdida pronunciada de hábitat registrada en las últimas décadas supone igual un llamado de atención para una especie prioritaria en el país, cuyos registros recientes comprueban que, pese a todo, aún persiste en el territorio.
Mercosur felino
En sus conclusiones, el trabajo señala que ante la falta de poblaciones residentes se vuelve crucial mantener la conectividad de hábitat y conservar los potenciales corredores de dispersión “para facilitar la recolonización natural de pumas en el futuro”. “Las autoridades quizá necesiten revaluar las prioridades de conservación para promover la recuperación del puma y la conservación del hábitat”, agregan.
“La reducción sustancial de hábitat adecuado para el puma, observado entre 2000 y 2022, atribuido al factor humano de los cambios en el uso del suelo, despierta preocupación sobre la permanencia a largo plazo de los pumas en Uruguay”, dicen los autores, que consideran que este es uno los factores que justamente pueden estar contribuyendo a la falta de poblaciones permanentes de la especie en el país. El incremento del uso agrícola “ha acelerado el declive de la vegetación herbácea natural, ya degradada desde tiempos históricos”, agregan.
Con este panorama, la conservación de los ambientes que quedan, en especial la vegetación ribereña, donde se han producido varios registros, es esencial para el futuro de los pumas y otros mamíferos con requerimientos ecológicos similares. “A veces, con ánimos de conservar estas especies súper carismáticas, tendemos a pensar en un montón de medidas difíciles de llevar a cabo acá, y quizá la mejor medida para esta especie es cuidar esos corredores ya existentes”, insiste Eliana. Por ejemplo, el que forma la Cuchilla Grande en el noreste, que se une con Rio Grande do Sul en Brasil, o los de la Cuchilla Negra y la Cuchilla de Haedo al norte, que comunican con el Planalto Norte de Rio Grande do Sul y la selva misionera.
“Existe una fantasía de recolocar las especies en áreas protegidas, o traslocarlas a hábitats idóneos, pero tenemos que discutir cuáles son las mejores alternativas para Uruguay. Esto de mover los animales quizá funciona en otros países con realidades distintas; las áreas protegidas de acá no son las de Estados Unidos (por ejemplo, en la extensión, gestión y manejo). Hay que contextualizar este tema en el marco de las herramientas que tenemos”, agrega.
Sobre el final, el artículo propone mejorar el monitoreo y manejo de esta especie en Uruguay mediante una mayor cobertura de cámaras trampa e incluso con la colocación de radiocollares satelitales a algún ejemplar, además de alentar la participación ciudadana para tener más cantidad de datos y con más alcance, y llevar adelante monitoreos a largo plazo para evaluar los futuros cambios de hábitat.
Eliana remarca que “sería relevante que los planes de conservación busquen formas de mantener esos corredores biológicos con otros países para favorecer a esta y otras especies, porque no hay que olvidar que hay muchos otros animales que están presentes todo el tiempo en Uruguay y que también experimentan muchos problemas”. “Esta es una especie emblemática para gestionar recursos, pero siempre deberíamos tener como foco la idea de favorecerla a ella y a muchas más”, asegura.
Hoy es muy poco probable que un exministro organice una expedición para cazar pumas en el norte del país y sea celebrado por la prensa (y menos probable aún que encuentre un ejemplar). Los tiempos han cambiado. Al general Villar probablemente no se le habría ocurrido en 1901 que a sólo tres kilómetros de su estancia, donde mantenía “bajo ley marcial” a los pumas que capturaba, se construiría luego un gran complejo turístico que ocupa buena parte de la ribera del Arapey. Como deja en claro el trabajo de Eliana y sus colegas, el felino más grande del país hoy tiene más motivos para preocuparse que la obsesión de algunos hacendados.
Artículo: Assessing puma habitat suitability in Uruguay’s Grasslands: exploring source-sink dynamics and conservation implications
Publicación: Studies on Neotropical Fauna and Environment (agosto de 2024)
Autores: Eliana Walker, Griet Cuyckens, Juan Andrés Martínez-Lanfranco y Diego Queirolo.