Vivimos en un mundo que parece cada vez más pequeño. A medida que la tecnología avanza, las distancias se achican y el conocimiento se acumula, tendemos a pensar que todos los rincones del planeta han sido explorados, cartografiados y estudiados a fondo.

La impresión de aventurarse por un territorio desconocido, lleno de especies por descubrir, parece relegada a las crónicas de pioneros de otros siglos, que incursionaban en ríos selváticos y montañas casi inaccesibles. Incluso taxónomos eminentes, como Oldfield Thomas, consideraban hace 100 años que el estudio de la fauna estaba casi agotado, una pista de que ya entonces muchos habían perdido la sensación de encontrarse con un mundo capaz de guardar sorpresas.

Pero esto no es así, sobre todo en regiones subestudiadas como la nuestra. En Uruguay todavía es posible emular a los naturalistas de otros siglos y meterse en cañadas, bosques ribereños, quebradas y hasta en los pastizales que tenemos al lado de las rutas para toparse con especies aún desconocidas para la ciencia.

Esto puede pasar incluso con los mamíferos –para probarlo tenemos a las elusivas marmosas, que siguen desafiando la taxonomía–, pero es especialmente notorio con aquellos grupos de animales históricamente relegados. Por ejemplo, los artrópodos, que incluyen a insectos, arácnidos, crustáceos y miriápodos.

Dos por uno

Prueba de ello es el trabajo que un equipo de aracnólogos de la Facultad de Ciencias (Universidad de la República) viene llevando a cabo desde hace varios años, con aventuras ya relatadas en esta sección en varias ocasiones. En su búsqueda por comprender mejor la diversidad de arañas en Uruguay y lo que estos animales nos cuentan sobre los ambientes en los que viven, han llevado a cabo varios proyectos en distintas regiones del país con efectos colaterales bienvenidos: el descubrimiento de nuevas especies para la ciencia.

Álvaro Laborda, José Carlos Guerrero, Damián Hagopián, Manuel Cajade y Miguel Simó.

Álvaro Laborda, José Carlos Guerrero, Damián Hagopián, Manuel Cajade y Miguel Simó.

Foto: Mara Quintero

Dos nuevos artículos son la evidencia más reciente del trabajo constante de Miguel Simó, Manuel Cajade, Álvaro Laborda y Damián Hagopián, todos ellos de la sección Entomología de la institución.

En uno de ellos, firmado junto con José Carlos Guerrero, del Laboratorio de Desarrollo Sustentable y Gestión Ambiental del Territorio de la Facultad de Ciencias, y Everton Rodrígues, de la Universidade Estadual Paulista (Brasil), nos presentan a una nueva araña tejedora de los bosques nativos de Uruguay.

En el otro, firmado junto con los argentinos Belén Maldonado y Gabriel Pompozzi (que pasaron por la Facultad de Ciencias como becarios posdoctorales), nos muestran a una de las arañas saltarinas más pequeñas del mundo, especialista de los pastizales de nuestro país.

Claro que, tratándose de este grupo de aracnólogos inquietos, hablar de “evidencia más reciente” de especies nuevas es siempre un poco engañoso. Tan sólo un día después de que Miguel, Damián, Álvaro, Manuel y José Carlos nos recibieran en la Facultad de Ciencias para hablar de estos dos descubrimientos, publicaron otro artículo en el que registraron otras dos especies nuevas de arañas para la ciencia. Esa historia, como la de tantos otros animales desconocidos que esperan un ojo atento en tierras uruguayas, quedará para otra ocasión. Es hora de conocer primero a dos centinelas con nombres flamantes.

Criaturas del pantano

Si bien los investigadores de este equipo no salen a buscar expresamente especies nuevas de arañas, como los protagonistas de algún folletín de aventuras del siglo XIX, sí aprovechan los muchísimos ejemplares que surgen de sus monitoreos.

En 2019, por ejemplo, comenzaron con un proyecto financiado por la Comisión Sectorial de Investigación Científica (CSIC, Udelar) que tenía como objetivo caracterizar la fauna de arañas asociada a los bosques ribereños del río Negro. Esto les resultaba interesante por el conocimiento de las arañas en sí, pero también para comprender la influencia de la amenazada mata atlántica brasileña en los bosques ribereños de esa zona de Uruguay. Para ello debieron explorar estos peculiares ecosistemas asociados a cursos de agua, que incluyen también bosques pantanosos (muy raros en Uruguay).

Entre la gran cantidad de arañas que recolectaron prestaron particular atención a un par de especies de linífidos, como se llama a un grupo de arañas diverso y poco estudiado en nuestra región, que se caracterizan por ser muy pequeñas pero capaces de fabricar telas horizontales. Se trataba de arañas atigradas con un tamaño bastante considerable para un linífido (entre tres y cuatro milímetros).

Gracias a la labor previa que había hecho Álvaro Laborda con su tesis de maestría, pudieron reconocerlas con bastante rapidez como arañas del género Dubiaranea. Una resultó ser Dubiaranea dificillis, la única especie de este género que se conocía en Uruguay y que Álvaro había citado en trabajos anteriores, pero la otra tenía algunas características que los hicieron sospechar de que podía tratarse de una especie no descrita hasta el momento.

“Cuando uno incursiona en ambientes naturales poco estudiados, encontrar una especie nueva de linífidos es posible, porque es una de las familias con mayor cantidad de especies a nivel mundial y está subexplorada en Sudamérica”, explica Miguel, con el entusiasmo de un naturalista de otro tiempo.

Llegaba entonces la hora de poner a la Dubiaranea desconocida bajo la lupa –en realidad bajo un estereomicroscopio–, para acometer la tarea titánica de compararla con las 100 especies descritas de este género y corroborar si se trataba efectivamente de una nueva especie para la ciencia.

Una reliquia de araña

Para quien no esté acostumbrado a la taxonomía arácnida la siguiente frase puede resultar rara, pero la primera pista firme de que se encontraban ante una especie nueva se las dio la estructura que cubre la abertura genital (el epigino) de la hembra de esta araña. Tenía una forma peculiar, que no habían visto antes.

“Nos dimos cuenta de que era una especie nueva gracias a eso, tiene una forma bien distintiva en esta especie. Cuando la vio, Damián dijo que le parecían magatamas”, cuenta Manuel. Las magatamas tienen poco que ver con las arañas o sus aberturas genitales. Son adornos prehistóricos japoneses, que comenzaron a fabricarse hace al menos 15.000 años, de forma parecida a las mitades del símbolo del yin y el yang.

En un análisis más detallado, los investigadores encontraron luego otras diferencias morfológicas que les permitieron confirmar que habían descubierto una nueva especie para la ciencia. La llamaron Dubiaranea magatama, en honor a esas reliquias japonesas que le vinieron a la mente a Damián.

_Dubiaranea magatama_ macho.

Dubiaranea magatama macho.

Foto: Damián Hagopián

El trabajo no se quedó sólo en el nombre. Si bien el holotipo –el ejemplar con el que se describe una especie para la ciencia– es originario de un bosque pantanoso de Durazno, revisaron luego la Colección Aracnológica de la Facultad de Ciencias y material proveniente de otros muestreos para ver si la especie se encontraba también en otras partes de Uruguay, e hicieron lo mismo con el sur de Brasil.

“Para muchas arañas Uruguay es el límite austral de su distribución, con ambientes compartidos con el sur de Brasil y algunas provincias de Argentina. Muchos están conectados por corredores, lo que hace que supongamos que especies que encontramos acá, como esta, pueden habitar esos otros sitios. Por las características del ambiente ripario en que se halló esta especie en particular, vinculado a bosques ribereños de Río Grande del Sur, suponíamos que podía hallarse también allí”, explica Miguel.

Esa intuición fue correcta, porque con la ayuda del especialista brasileño Everton Rodrígues pudieron revisar ejemplares de Brasil y corroborar que la especie nueva se hallaba presente al menos en 15 localidades de ese país (en los estados de Paraná, Santa Catarina y Río Grande del Sur). En Uruguay, la registraron también en 25 localidades de los departamentos de Canelones, Cerro Largo, Durazno, Florida, Lavalleja, Maldonado, Río Negro y Rivera.

Dubiaranea magatama fue encontrada en bosques pantanosos, ribereños, serranos y de quebrada de Uruguay y la mata atlántica de Brasil”, resume el trabajo. Eso significa que es más especialista de este ambiente que su prima, Dubiaranea dificillis, que pese a ser casi idéntica tolera también las plantaciones de eucaliptos (lo que nos muestra una vez más que el aspecto no lo es todo a la hora de distinguir entre especies). Que nuestra flamante Dubiaranea magatama esté asociada a ambientes tan específicos y amenazados en la región nos obliga a prestarle particular atención.

Centinela de los bosques

Además de validar esta especie, los investigadores aportaron datos interesantes sobre los lugares que habita. Con ayuda de paquetes estadísticos, que tienen en cuenta las características ambientales de los lugares donde fue encontrada la especie (como cercanía con ríos y cobertura de árboles, entre otras variables), realizaron un mapa de distribución potencial de Dubiaranea magatama e hicieron lo mismo con Dubiaranea difficilis.

La posible distribución de la nueva especie cubre áreas de la región pampeana y el extremo sur de la mata atlántica, incluyendo parte de la provincia de Buenos Aires, el sur de Brasil y todo el Uruguay. Lo más importante de estas predicciones es su fuerte asociación con los ecosistemas boscosos, tan escasos en Uruguay y tan amenazados en Brasil.

De hecho, su presencia está muy ligada a ambientes que están especialmente en jaque, como los bosques de araucarias de la mata atlántica brasileña, y se ve afectada negativamente por los cultivos. Esto último puede deberse, según Álvaro Laborda, a que los linífidos dependen mucho de la estructura de la vegetación para hacer las telas, que se ve modificada drásticamente por los cultivos.

Por lo tanto, Dubiaranea magatama “merece ser incluida en la lista de arácnidos prioritarios para la conservación de Uruguay” y contar también con “un perfil de conservación acorde a la lista roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza”, dice el artículo. Uno de los objetivos del equipo –más precisamente de la tesis doctoral de Manuel Cajade– es justamente la elaboración de una Lista Roja de arañas en Uruguay, hoy inexistente. Mal de muchos es consuelo de tontos, pero esto no pasa sólo en nuestro país. Como apunta José Carlos, “los artrópodos están entre los grupos más olvidados y menospreciados de las listas rojas”.

“La proponemos como prioritaria porque esta nueva especie es exclusiva de bosques y puede ser buena indicadora de la salud de esos ambientes. El área que ocupan los bosques nativos en Uruguay es muy baja. Incluso, dentro de los bosques serranos, se encuentran en zonas que son de prioridad forestal y que se podrían perder”, explica Manuel.

Dicho en otras palabras, esta nueva especie y los bosques pueden celebrar un matrimonio por conveniencia. Si nos preocupamos por conservar a Dubiaranea magatama, ayudamos a proteger el tipo de bosques en el que habita, y viceversa.

Mientras esta especie nos da una mano –una pata– para garantizar la buena salud de nuestros bosques, la otra araña descrita recientemente por el equipo nos lleva a prestar atención a un ecosistema mucho más extendido en Uruguay pero también más ninguneado.

A salto de mata

Casi en paralelo a sus investigaciones en los bosques ribereños del río Negro, el equipo impulsó otro trabajo apoyado por la CSIC. Su objetivo era entender las modificaciones que se producen en los ensambles de arañas en el ciclo de las plantaciones de eucaliptos y en los pastizales asociados del noreste de Uruguay.

Entre la gran cantidad de ejemplares que analizaron en esos monitoreos había muchos saltícidos, arañas saltarinas que no construyen telas pero que logran atrapar a sus presas gracias a su excelente vista (esto es tan notorio que Youtube se ha llenado de videos de saltícidos –como la araña cebra Salticus scenicus– que persiguen luces de láseres como si fueran gatos).

Entre estos saltícidos reconocieron algunas especies del género Neonella, cuya particularidad más notable es que se encuentran dentro de las arañas saltarinas más pequeñas del mundo. Pero, una vez más, algo les llamó la atención.

“Encontré un macho que tenía algunas estructuras, como el émbolo (la prolongación del bulbo copulador), muy diferentes a las de otras especies”, cuenta Damián Hagopián, siempre atento a los detalles íntimos, esenciales para diferenciar arañas. Era una pista prometedora que apuntaba a una posible nueva especie, pero precisaba más especímenes para comparar y sacarse la duda. Y al principio no los veía.

Como se daría cuenta más tarde, había cometido en realidad un error de apreciación: se había topado en el campo ya con varios ejemplares de esa araña particular, pero los dejó de lado al confundirlos con juveniles de otras especies que se caracterizan por tener una coloración más apagada que los adultos.

Cuando tuvo más material para examinar, pudo comprobar su corazonada. “Viendo algunas características de la genitalia y la coloración, y comparando con el resto de las especies de ese género, que entonces eran 15, llegamos a la conclusión de que era una especie nueva”, explica Damián.

Alma y vida

El holotipo con el que se describió la especie proviene también de Durazno, aunque en este caso de un pastizal. Cuando los investigadores comenzaron a revisar material recolectado en otros sitios en busca de esta misma especie, comprobaron que había registros también en Cerro Largo, Flores, Florida, Maldonado, Salto y Treinta y Tres, siempre en pastizales.

A Damián, como primer autor del artículo, le correspondió bautizar esta nueva especie para la ciencia. La llamó Neonella almita, que fue su forma de intentar dar valor a este minúsculo animal de dos milímetros de largo. “Por lo general, a las especies de este género se les dan nombres que aluden a su tamaño insignificante. Pero es un ser vivo, igual que yo, y eso me dio la idea de almita, de entender que aunque este bichito sea un puntito perdido en el pasto, que no vemos, eso no significa que no esté allí ocupando un lugar igual que nosotros”, explica.

_Neonella almita_ macho.

Neonella almita macho.

Foto: Damián Hagopián

Como para darle la razón, el artículo salió publicado el 2 de noviembre, el día de los muertos, y a Damián lo notificaron el 3 de noviembre, en el cumpleaños de su abuela (hoy fallecida), una de las personas más importantes de su vida. Al final lo de “almita” le cerró por todos lados.

La pequeña Neonella almita podría prestar además servicios importantes. Es muy especialista de pastizales naturales y por lo tanto es candidata a convertirse en un buen bioindicador de este ambiente bajo amenaza en Uruguay.

“Las arañas tiene una utilidad integral para planes de manejo de áreas naturales o para mitigar el impacto de las actividades humanas”, por lo que “los esfuerzos para describir la diversidad de arañas aportan información importante con propósitos de conservación”, dice el artículo, y aclara que Neonella almita cumple con los criterios para integrar la lista de arácnidos prioritarios de Uruguay (igual que otras tres especies del género que se discuten también en la publicación). En esa lista hay ya 18 arañas especialistas de pastizales que pueden usarse como “indicadoras del cambio de uso del suelo de los ecosistemas pampeanos”.

“El ecosistema natural dominante en Uruguay es el pastizal, pero sin embargo las áreas protegidas no suelen abarcar los pastizales, que están muy impactados por los cambios en el uso del suelo. Por eso es interesante descubrir especies que cumplen criterios de conservación. Es decir, además de proteger la especie, que sea también parte de un ambiente que hay que cuidar”, remarca Damián.

Tenemos entonces dos nuevos centinelas de algunos de nuestros ambientes más amenazados: Dubiaranea magatama, especialista de los bosques nativos, y Neonella almita, que se encuentra exclusivamente en pastizales naturales. Conservarlas es un tema de conveniencia y también de ética.

Deuda de extinción

“Más allá de la potencialidad que la especie tenga para dar un beneficio a nosotros, como humanos hay que entender que esa especie tiene millones de años en el ecosistema, que recién ahora la estamos ‘descubriendo’, entre comillas, pero que ya estaba ahí hace rato. Entonces, sea araña o cualquier otro ser vivo, es importante darle espacio en su ecosistema, poder entenderlo, describirlo y darlo a conocer. Y dejar la pregunta abierta: ¿vale la pena, para generar un sistema de producción a gran escala, detonar un ambiente natural que lleva millones de años evolucionando?”, reflexiona Damián.

Para José Carlos, que es quien asesoró al equipo en los análisis estadísticos, este es uno de los desafíos de la ética en la conservación hoy en día. “Tenemos que conservar las especies porque en realidad en la preservación de la naturaleza se preserva nuestra propia supervivencia”, dice.

En ese sentido, usar la necesidad humana como excusa para degradar los ambientes naturales es un argumento un poco tramposo, que puede convertirse en un búmeran. “Hay una idea de crecimiento muy asociada al concepto de aumentar cada vez más el producto interno bruto, pero la tierra tiene un límite finito. Nosotros, como científicos, estamos acostumbrados a presentar la información de nuestras investigaciones y que sea la gestión pública la que decida, pero a lo mejor tenemos que ser más valientes y empezar a plantear que no podemos seguir así”, agrega José Carlos.

Describir especies nuevas, como estas dos pequeñas arañas presentes en Uruguay, es un recordatorio importante en tiempos de crisis de biodiversidad global. Además de estimular la sensación de descubrimiento en un mundo que nos parece agotado, nos ayuda a entender lo mucho que falta por conocer y, por lo tanto, conservar.

Artículo: A new species and new records of the spider genus Dubiaranea (Araneae, Linyphiidae) from southern Brazil and Uruguay, with an analysis of the potential distribution of the species
Publicación: Zootaxa (abril de 2024)
Autores: Manuel Cajade, Damián Hagopián, Everton Rodrígues, José Carlos Guerrero, Álvaro Laborda y Miguel Simó.

Artículo: A new species of Neonella Gertsch, 1936 (Araneae: Salticidae: Euophryini), new records and conservation issues for the genus from Uruguay
Publicación: Arachnology (noviembre de 2024)
Autores: Damián Hagopián, Manuel Cajade, Belén Maldonado, Gabriel Pompozzi, Álvaro Laborda y Miguel Simó.