En el otoño del Canelones rural de 1894, en las inmediaciones de la actual Santa Lucía, nacía Clemente Estable. Ese entorno seguramente ambientó la curiosidad y el interés de niño de Clemente por dilucidar los fenómenos sobre los que basaba la explosión vital que lo rodeaba.

A partir de un ingreso tardío a los ámbitos formales educativos, egresó del Instituto de Enseñanza Primaria y Normal a los 20 años de edad. Desde ese momento se desempeñó como maestro en distintas escuelas de la capital y dictó luego cursos de vocaciones para maestros. Ejerció así una profesión desde la cual además investigó y reflexionó, generando propuestas relevantes en el ámbito de la educación.

Significativamente, Estable presidió el Segundo Congreso Nacional de Maestros en 1937, en el que hizo importantes ponencias. En estos Congresos se procuraba poner de manifiesto la capacidad colectiva de pensar del magisterio en materia de educación, como expresaba Enriqueta Compte y Riqué, presidenta del primer Congreso Nacional de Maestros, en 1933.

Pocos años después, Estable diseñó un plan para la enseñanza primaria, conocido luego como Plan Estable, basado en el estímulo de la curiosidad infantil, la experimentación y el método científico, así como el cultivo del espíritu crítico, en el marco de la comunidad ciudadana. Dicho plan educativo se oficializó en 1939 y se aplicó en diversas escuelas del país. La suerte corrida por el plan en el sistema educativo nacional, probablemente sorprendido en la interpretación de un cambio de tal magnitud y tan removedor, aún es tema de debate.

Uno de los logros más significativos de Clemente Estable fue la concepción y materialización de un instituto dedicado a la investigación en el ámbito de las ciencias de la vida. Estable se formó como investigador de manera autodidacta y en cursos libres de distintas facultades de la Universidad de la República, consolidándose como científico durante su estancia en el laboratorio de Santiago Ramón y Cajal en Madrid, así como en otros centros científicos europeos, entre 1922 y 1925.

Poco después de su regreso, Estable fue convocado por Américo Ricaldoni a incorporarse al recién creado Instituto de Neurología de la Facultad de Medicina, en calidad de jefe de la Sección de Técnica e Investigaciones Histológicas (1926). Esta sección, quizás el primer laboratorio de Investigación en neurociencia de Uruguay, podría considerarse un antecedente directo del laboratorio que evolucionaría, a partir de 1927, al instituto que hoy lleva su nombre.

Es así que, a partir de la conjunción de diversos factores, entre los cuales seguramente pesaron sus investigaciones ya a esa altura relevantes, su pasión, su condición de maestro y su capacidad de convicción, se resuelve crear el Laboratorio de Ciencias Biológicas en el seno de Enseñanza Primaria, en 1927. En la resolución del 6 de abril de 1927, firmada por Eduardo Acevedo, el Consejo Nacional de Enseñanza Primaria y Normal asignaba las siguientes funciones al nuevo laboratorio: la investigación científica, la extensión cultural y la preparación de material para la enseñanza.

Así comenzaba la vida del instituto que hoy lleva su nombre y que se encamina, en tres años, a cumplir su centenario, sosteniendo con orgullo el legado del maestro.

Relataba Juan Francisco Sáez, célebre genetista y leal compañero de ruta de Estable, sus impresiones acerca del naciente laboratorio: “Éramos los cuatro mosqueteros de la incipiente biología [Estable, Sáez, el zoólogo Ergasto Cordero y el administrador José María Martínez] que, andando el tiempo, florecería en el actual Instituto”. Al decir de Fernando Mañé-Garzón, “allí nació la biología nacional: Estable era su rector, que, junto a los ya nombrados compañeros en la azarosa empresa, lograron crear ese ámbito de estudio e investigación”.

Entre un sinnúmero de distinciones y reconocimientos, se puede mencionar el otorgamiento a Estable del Doctorado Honoris Causa en 1959 por parte de la Universidad de la República y el homenaje que le tributó al año siguiente (1960) la Cámara de Representantes.

Clemente Estable también integró la Academia Nacional de Letras desde su elección como miembro de número, el 6 de marzo de 1943. Entre sus numerosas intervenciones y aportes es recordado su discurso en el acto de homenaje de la Academia a su maestro y amigo, Carlos Vaz Ferreira, con motivo de sus 80 años, celebrado el 19 de diciembre de 1952.

En esa rica pieza oratoria, entre otros conceptos, Estable decía de Vaz Ferreira: “Ha transformado el paraninfo de la Universidad en un laboratorio de ejercicios espirituales, no para olvidar la vida concreta por lo sobrenatural, sino para alumbrarse mejor en esta vida de realidades y esperanzas, abierta hacia arriba y hacia adelante”. En estas líneas Estable reivindicaba la actitud abierta y antidogmática que tanto él como Vaz Ferreira practicaron, abrevando de distintas fuentes del conocimiento, entre las cuales la ciencia no dejaba de ocupar un papel fundamental. Estable insistió en estas ideas a lo largo de su obra, por ejemplo, cuando afirmaba que “pocas veces el hombre es más hombre que cuando se aventura a probar todos sus poderes en la exploración de la realidad”.

Desde las múltiples facetas de su obra, Clemente Estable se comprometió con su tiempo y su comunidad. “Si ignoramos la realidad del mundo en que vivimos somos unos exiliados en la propia comarca”, afirmaba en su Psicología de las vocaciones (1967).

Ciencia, políticos y estadistas

Estable, quien sostenía que “sin investigación científica una nación no puede llamarse independiente”, asumió el compromiso de transmitir sus ideas, reivindicaciones y demandas a las autoridades políticas nacionales a lo largo de las distintas etapas de su vida, basado en la autoridad que le otorgaba la magnitud de su obra y una soberbia capacidad de comunicación. Su prédica planteaba, por ejemplo: “¿Que la investigación científica no debe hacerse en países pobres? [...] ¡Qué error y qué horror! He aquí proclamada la esclavitud. [...] No, un país es pobre porque en él no se hace investigación científica como fundamental preocupación del Estado”.

La relación entre la ciencia y la política ha sido y es compleja, con idas y venidas, tanto en nuestro país como a lo largo y ancho del mundo. Al respecto reflexionaba Estable: “Hay países pequeños; no hay naciones pequeñas. La verdad las engrandece y la verdad es un bien común. Esto patentiza el profundo sentido democrático de la investigación científica. Desventuradamente, millones de hombres ignoran las verdades de la ciencia, a pesar de ser un bien común […] Cada vez más los individuos como los pueblos, para sobrevivir, tienen que saber más. Y aunque el saber solo no baste (el saber en cuanto poder debe ser regulado por la conciencia moral), los pueblos que no tiendan a la sabiduría van por el camino de la esclavitud. Quien no esté atento a ello podrá ser político, pero jamás estadista”.

En general los gobiernos, independientemente de sus distintas orientaciones, ubican la ciencia como objeto de sus políticas, a la misma altura que la salud, la educación, la seguridad o la vivienda, entre tantas otras. En esa “competencia” por los recursos (usualmente limitados) la ciencia generalmente pierde ante las otras “políticas” cuyos abordajes se perciben como más perentorios. De esta manera, los gobiernos deciden “apoyar la ciencia”, de manera más o menos generosa, de acuerdo a los saldos que les ofrecen las distintas coyunturas.

Ante esta concepción se puede plantear otra alternativa que propone a los gobiernos no apoyar a la ciencia sino “apoyarse en la ciencia”, al decir del científico argentino Marcelino Cereijido. Esta visión plantea que la ciencia es un sistema de generación de conocimiento capaz de contribuir en forma significativa con el desarrollo de la comunidad en su más amplia acepción. La ciencia, entonces, atraviesa transversalmente a todas las “políticas” generando evidencias para la toma de decisiones soberanas que coadyuven con la superación de sus obstáculos y la multiplicación de sus logros. Además de un significativo compromiso presupuestal, esta noción de la ciencia requeriría también un diseño institucional innovador, que apueste a maximizar los resultados de su puesta en práctica.

Clemente Estable sostenía que “progresar de veras es tanto innovación como conservación de lo que vale”. Nos enfrentamos hoy a la imperiosa necesidad de preservar y difundir el valor de su obra. Es vital aunar esfuerzos, iniciativas y recursos para construir y formalizar el acervo Clemente Estable, que a partir de su valor patrimonial ayude a mantener la llama encendida de su legado y contribuya a nuestro mejor futuro como nación.