Al principio, creyeron que sólo el chupacabras podía estar atacando de esa forma a los animales. Así consta en las denuncias que algunos productores rurales de la Región de los Ríos, en Chile, hicieron hace más de una década, luego de que descubrieran en sus campos decenas de gallinas y ovejas destrozadas.
Creer en la existencia de un animal mítico salido de leyendas rurales, que parece una cruza entre un lobo y un reptil, con púas en la columna vertebral, puede parecernos ridículo, pero aquellos productores no tenían otra explicación para lo que veían. La fauna silvestre que conocían no atacaba de ese modo a los animales.
En eso tenían razón. El depredador que estaba causando estragos en la zona no era el fantástico chupacabras, pero sí un desconocido con antecedentes muy peligrosos. La Unidad de Protección de los Recursos Naturales de esa región investigó el asunto y descubrió que el culpable era el visón americano (Neovison vison), una especie originaria de América del Norte conocida por su voracidad y sorprendente capacidad destructiva para un tamaño tan modesto (suelen pesar cerca de un kilo y medio).
¿Qué hacían esos visones a miles de kilómetros de su área de distribución, causando caos en el sur de Chile? La historia se ha repetido tantas veces con otras especies, sin que la lección se termine de aprender, que a esta altura caer en la misma trampa parece tan ridículo como creer en el chupacabras. Fueron introducidos en Chile en la década de los 30 del siglo XX para explotarlos comercialmente, en medio del auge de la venta de abrigos de piel.
Está demostrado que introducir por motivos comerciales especies exóticas que son adaptables, resistentes y con potencial destructivo para el ambiente nativo o la producción local es una pésima idea, pero el ser humano puede tropezar una y otra vez con la misma invasora. El final siempre es el mismo: tarde o temprano, los animales terminan escapando, ya sea por su propia habilidad o porque son liberados por personas desinformadas o por los propios empresarios tras el fracaso del negocio.
En Chile los últimos criaderos de visones cerraron en 1993, pero para entonces ya era tarde para hacer algo. Muchísimos animales escaparon, se expandieron por los cursos de agua y prosperaron en ambientes que no estaban preparados para lidiar con esta clase de depredadores. Años después, comenzaron a causar un nivel de daño suficientemente severo como para ser confundidos con la criatura más temible de las leyendas latinoamericanas.
El gran escape
Chile no es un ejemplo aislado. Se han producido fugas y liberaciones de visones en los 33 países de Europa, Asia y América del Sur en los que se introdujo la especie. La noticia se vuelve aún más preocupante por las implicancias sanitarias de su manejo, ya que los visones son reservorio de varias enfermedades e incluso pueden transmitir a humanos el virus SARS-CoV-2 y la gripe aviar.
Uruguay no parece haber aprendido casi nada sobre lo peligroso que es traer especies exóticas por motivos comerciales o recreativos. Hace 100 años, cuando Aarón de Anchorena introdujo el ciervo axis y el jabalí para practicar la caza deportiva, o hace 150, cuando se fomentó la plantación de ligustro por motivos ornamentales, se podía alegar ignorancia, pero no hoy en día. Sin embargo, la información tampoco parece estar actuando muy eficientemente como elemento disuasorio.
Las consecuencias de la introducción de especies exóticas en Uruguay con propósitos comerciales vienen demostrando esto en las últimas décadas. Tenemos el caso de la rana toro, introducida en los 80 y 90 para un proyecto de ranicultura fallido, especie que hoy está conquistando los ambientes cercanos a los criaderos para desgracia de los anfibios nativos. O la carpa, cuya cría fue promovida por el Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca (MGAP) entre los años 1993 y 2008, lo que sólo ayudó a que se asentara en nuestros ríos y se convirtiera en un problema para los ecosistemas.
Hay muchos otros ejemplos. Un reciente trabajo de los biólogos Gabriel Laufer y Néstor Mazzeo examina el rol que tuvieron las instituciones públicas en la introducción de 13 especies exóticas al medio acuático nativo en Uruguay, pese a las conocidas experiencias fallidas en otros países. Menciona entre otras especies riesgosas a la tilapia, la langosta australiana de pinzas rojas y el esturión (el único “aparente caso de éxito comercial”, aclaran, pero en el que también se produjeron escapes).
Con el visón está pasando exactamente lo mismo. Conocemos perfectamente la historia, pero al igual que esas películas clásicas de terror que se repiten todos los meses en el cable, nos quedamos mirando hipnotizados aunque sepamos exactamente cómo va a terminar.
Aquel que no quiere ver
Incluso sin tener en cuenta consideraciones éticas, que han motivado cientos de denuncias contra la industria peletera de visones por razones de bienestar animal, la situación internacional del negocio no parecía muy auspiciosa como para alentar la llegada del visón a Uruguay.
Pese a las experiencias negativas en Argentina y Chile, donde la apuesta por la industria peletera provocó impactos en la economía y la biodiversidad y al final redundó en que todos los criaderos terminaran cerrando, Uruguay decidió iniciar el mismo camino… 80 años más tarde. En otras palabras, jugó a cartas vistas sabiendo que tenía todas las de perder.
Desde 2007 funciona en Uruguay un criadero de visones que, para peor, está ubicado al lado del Área Protegida del Santa Lucía, en Melilla. La empresa se llama El Porvenir y se encuentra ubicada en Camino de la Redención 8119. Surgió como consecuencia de un estudio experimental del Instituto Nacional de Investigaciones Agropecuarias (INIA) en la estación Las Brujas en los primeros años del siglo XXI.
Por mucho que nos guste creer otra cosa, en Uruguay no somos excepcionales. Con un criadero que tiene una capacidad máxima de producción de 70.000 pieles crudas de visón por año (en 2015 la empresa preveía sacrificar 30.000 en una sola faena), era esperable que, al igual que ocurrió en los demás países, algunos visones se las ingeniaran para escapar. La culpa, como suele repetirse en estos casos, no se puede endilgar a los animales, que hacen exactamente lo que se espera que hagan en situaciones como estas.
Las advertencias estaban allí. En 2013, un trabajo del biólogo Ramiro Pereira anticipaba que “este tipo de experiencias han dado lugar a focos de invasión con especies como la rana toro y la carpa”, y realizaba una estimación de idoneidad que sugería que “la especie podría establecerse y dispersarse por la mayor parte del territorio”.
Las predicciones respecto de las fugas ocurrieron. Según consta en un artículo de 2022 elaborado por investigadores e investigadoras del Museo Nacional de Historia Natural y la Facultad de Ciencias, realizado con la colaboración de guardaparques de Santa Lucía y científicos argentinos, entre 2010 y 2020 se registró el escape de al menos 35 ejemplares del criadero. Como dato preocupante adicional, el trabajo mostraba que las fugas eran más frecuentes en años más recientes.
En junio de 2020 la situación se volvió más alarmante: los guardaparques de Santa Lucía encontraron por primera vez un visón dentro del área protegida y solicitaron al director del organismo, Víctor Denis, el inicio de una investigación y la elaboración de un plan de acción ante el riesgo que representaba este hallazgo.
Poco después, los investigadores Enrique González, Alexandra Cravino y Gabriel Laufer, que lideraron el estudio sobre escapes de visones, enviaron un comunicado a la entonces Dirección Nacional de Medio Ambiente (Dinama, que en 2020 pasaría a ser el Ministerio de Medio Ambiente) para ponerlos al tanto de la situación y solicitar que se evaluara el cierre del criadero, se prohibiera la instalación de nuevos emprendimientos de este tipo y se implementara un programa de monitoreo y control del visón en la zona.
También ingresaron por mesa de entrada otros expedientes en el MGAP y la Intendencia de Montevideo, explicando los graves riesgos económicos y ecológicos que se asocian al visón como especie invasora.
Las comunicaciones tenían como base la misma grave preocupación y una pregunta con respuesta pendiente: ¿los visones habrían logrado establecer una población feral por fuera de los límites del criadero en Uruguay, como ocurrió en Chile y Argentina con consecuencias lamentables?
En respuesta a los planteos, la División del Sistema Nacional de Áreas Protegidas y la entonces División Biodiversidad abrieron un expediente en octubre de 2020 y elaboraron un informe con recomendaciones, al que la diaria accedió tras una solicitud de acceso a la información pública.
Tapado de expedientes
En el reporte se enumeran los antecedentes de inspecciones realizadas al criadero, entre los que se encuentran la constatación del funcionamiento incorrecto del sistema de tratamiento de efluentes y de amortiguación y manejo de pluviales, evidencia de desborde de cámara en la zona de tanque de sedimentación, incumplimiento de los estándares de efluentes de sólidos totales para infiltración en terrenos, y falta de procedimientos de desinfección y valores elevados de fósforo y nitrógeno en los efluentes finales, que “evidencian la falta de mantenimiento” de la planta de tratamiento.
Además, el reporte informa que en 2018 y 2019 hubo varias denuncias de vecinos por escapes de visones y malos olores, lo que fue constatado en inspecciones del Departamento de Control de Especies y Bioseguridad de la Dinama.
En el informe elaborado por los técnicos de la Dinama se destaca también la falta de control en las fugas y el conteo de los animales. En este sentido se recomienda solicitar a la empresa que haga un monitoreo de la “existencia de ejemplares asilvestrados en la zona aledaña al criadero” y que “tome medidas para el control de los escapes”, además de presentar un plan de contingencia “ante escapes y de disposición de los animales en caso de clausura” (uno de los grandes problemas en los países vecinos y también en el nuestro, si se tiene en cuenta el caso de la rana toro).
El informe enumera luego los riesgos que representa esta especie para Uruguay, tanto sanitarios como ecológicos, y aclara que en otros países en los que se estableció afectó a “colonias silvestres de aves, peces y mamíferos, con repercusiones sobre el balance trófico de los ecosistemas e importantes pérdidas económicas para controlarlo”.
En sus sugerencias finales, solicitan que se exija a la empresa un estado de situación del emprendimiento, un plan de relevamiento y control de ejemplares ferales en la zona aledaña al criadero, un plan de control de los escapes y un plan de cierre y abandono, y se le notifique que es pasible de sanciones, incluyendo multas y clausura del emprendimiento.
Este informe fue elevado a la Gerencia de Ecosistemas para su “consideración y actuación correspondientes”, pero no tuvo andamiento, según fuentes del Ministerio de Ambiente. Para Enrique González, uno de los autores del trabajo sobre los escapes de visones y encargado de Mamíferos del Museo Nacional de Historia Natural, la situación era ya desesperante.
Al ver que nada se hacía para detener una invasión inminente con serios riesgos ecológicos y perjuicios económicos, en setiembre de 2023 envió una carta directamente al presidente Luis Lacalle Pou. En ella, le solicitaba que se actuara ya para detener la invasión biológica en un momento clave, en vez de tener que gastar muchos más recursos más adelante, cuando la instalación de la especie esté consumada. “El problema es grave y su solución es relativamente sencilla, pero no se encara”, diagnosticaba.
Muchos meses pasaron desde entonces, pero nada cambió. La pasividad ante este asunto es tal que los principales responsables de los planes de monitoreo y control del visón en Argentina y Chile, países que sufren las consecuencias de no haber actuado a tiempo en este asunto, enviaron en las últimas semanas una carta de alerta dirigida al ministro de Ambiente, Robert Bouvier, y el Comité de Especies Exóticas Invasoras del Uruguay.
Haz lo que yo digo y no lo que yo hice
La misiva está firmada por la bióloga doctorada Laura Fasola, investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) de Argentina, coordinadora del Programa Patagonia-Aves Argentinas e integrante de la Wildlife Conservation Research Unit (Wicru), organización que ha trabajado en la invasión del visón en varios países; y por Eduardo Raffo, veterinario doctorado y encargado regional de la Unidad de Protección de los Recursos Naturales de la Región de los Ríos, en Chile.
En la comunicación explican que el motivo de su carta es haberse enterado de la presencia de un “potencial foco de invasión del visón americano en la cuenca del río Santa Lucía”. Tras recordar que hay datos “irrefutables del impacto de las especies exóticas invasoras” en los países afectados, señalan que la plasticidad del visón para “afrontar desafíos ambientales de manera exitosa es excepcional”. “Sólo los desiertos extremos pueden poner freno a esta especie”, advierten.
Luego enumeran de qué forma se alentó la introducción de la especie en Argentina y Chile en los años 30, y cómo debido a eso continúa expandiéndose a varias regiones pese a los esfuerzos de control.
En cuanto a Argentina, los especialistas enumeran los daños producidos a aves de corral, fauna nativa e incluso actividades deportivas, como la pesca con mosca. Allí se la identificó como una de las amenazas más agudas para especies en riesgo de extinción, como el macá tobiano, entre otros animales nativos. Solo para evitar la depredación del macá tobiano por parte del visón, Argentina ha gastado ya 250.000 dólares.
El impacto económico en Chile es aún peor, prosiguen. Citan estudios que estiman que las pérdidas previstas de aquí a 20 años “superan los 400 millones de dólares producto sólo de la presencia de esta especie en el país”, además de una importante afectación a la biodiversidad imposible de medir en plata.
Sobre el final, van a lo concreto y hacen advertencias difíciles de desoír, como las que haría alguien que sufrió una adicción terrible y ve a un vecino que toma alegremente por el mismo camino.
“La expansión potencial del visón en Uruguay a partir del río Santa Lucía sería riesgosa. La localización del foco inicial coincide con la cuenca del río Santa Lucía donde se encuentra un área protegida que preserva rica biodiversidad de aves acuáticas. A partir de allí, su expansión a toda la cuenca amplificaría de manera exponencial el problema”, advierten.
El impacto que podría ocasionar en ese sistema “no tendría manera de repararse, más allá de los costos que se requerirían para mitigar este efecto”. Luego lo dicen más claramente: “Tanto en Chile como en Argentina se reconoce al visón como una especie no erradicable una vez establecida; lo mismo debiera esperarse del caso uruguayo”.
Nuestro potencial foco de invasión se encuentra en áreas periurbanas y rurales, prosiguen. “La salud humana y las actividades productivas de estas localidades se verían permanentemente afectadas. Los establecimientos avícolas y las pisciculturas que se desarrollan en el municipio enfrentarían pérdidas económicas importantísimas a las que el gobierno debería dar respuesta”, dicen.
Estos impactos no se solucionan con dinero, pero aun si no nos importara en absoluto el ambiente y lo pensáramos de la forma más mercantilista posible, ¿es una apuesta que vale la pena? Los investigadores son tajantes: “Consideramos muy importante advertir que los impactos futuros asociados a la presencia de esta especie en el medioambiente de Uruguay no son comparables al rédito económico que se pueda obtener de este tipo de explotaciones, ya que los esfuerzos de control a costo generalmente de los gobiernos requieren de elevadas inversiones públicas para materializarse, por lo que desde un punto de vista técnico, práctico y económico recomendamos tomar acciones tendientes a la finalización de este tipo de explotaciones”, concluyen.
No te escucho, no te escucho
En resumen, Uruguay tiene una invasión biológica en puerta que, de no actuar pronto, le costará muchísimo dinero, impactos a su biodiversidad y potencial riesgo sanitario. El país conocía algunos de los riesgos al momento de meterse en esta aventura y los asumió igual, pero ahora está plenamente al tanto de sus alcances. Se lo vienen advirtiendo desde hace años investigadores locales y recientemente también los expertos del extranjero, que ya vivieron la historia y la conocen bien.
Si las palabras fueran insuficientes, Uruguay cuenta también con las evidencias. Al menos 35 visones se fugaron ya de un criadero que, según constatan las propias inspecciones gubernamentales, ha demostrado “falta de control de los escapes”. Luego de eso, fue notificado en más de una comunicación que uno de los ejemplares apareció dentro de un área protegida.
Sin embargo, no ha hecho nada para actuar en consecuencia o siquiera evaluar cuál es la situación actual en el área y el riesgo que representa. En suma, si esto fuera un juicio por negligencia Uruguay no tendría chance alguna de salir bien parado.
El Comité de Especies Exóticas Invasoras de Uruguay sí viene evaluando el nivel de riesgo que representa el visón, aunque tampoco ha hecho público hasta el momento el resultado final.
En este panorama de estancamiento, algunos de los investigadores se plantean ahora la posibilidad de notificar a las comisiones de Ambiente de ambas cámaras parlamentarias de esta situación, a la espera de que eso redunde en alguna acción concreta.
Hay dos líneas de acción que habría que seguir cuanto antes, según Enrique González. Una es preventiva y la otra apunta a corregir el daño hecho. La primera sería cerrar el emprendimiento, como sugieren investigadores locales y extranjeros, con un plan de clausura bien controlado para evitar fugas y liberaciones. “Eso no debería tener discusión”, asegura.
La segunda es detectar si ya hay una población feral reproduciéndose y removerla, tal cual prevé un proyecto presentado hace ya un año al Ministerio de Ambiente por el mismo equipo de investigadores que hizo el seguimiento de los escapes. Consiste básicamente en colocar en la zona circundante al criadero dispositivos para filmar y capturar a los ejemplares. Por ejemplo, cámaras trampa y jaulas ubicadas sobre balsas en las cañadas (para evitar que otros animales queden atrapados).
“Ese es el ABC: monitorear la presencia de visones en libertad en el área. Algo así equivale al diagnóstico del médico para ver luego qué medidas se toman; en este caso, si se constata que el animal ya está establecido en la naturaleza, debería haber una campaña virulenta para tratar de remover totalmente la población de visones libres. Va a requerir de una acción radical”, explica.
Para eso el tiempo apremia, tal cual especialistas locales y ahora también extranjeros vienen advirtiendo. A juzgar por los resultados obtenidos, por momentos parece que estuvieran anunciando la aparición del chupacabras o alguna otra criatura en la que casi nadie cree.