La revolución verde, patrocinada desde mediados del siglo pasado, consistente en emplear maquinaria para labrar el suelo, fertilizantes sintéticos para hacer crecer rápidamente los cultivos, y herbicidas y pesticidas para eliminar cualquier maleza, hongo, bacteria o insecto que reduzca el rendimiento del plantío; si bien aumentó la producción por área cosechada, nos ha puesto contra las cuerdas.
Todos parecemos estar de acuerdo en que debemos producir alimentos de una forma que no sólo dañe menos el ambiente, el resto de los seres vivos y la propia salud humana, sino que además frene y revierta la degradación de los suelos agrícolas. Producir de forma sostenible, en ese sentido, es producir en la tierra de hoy sabiendo que no estamos comprometiendo la producción de los alimentos que se necesitarán mañana.
Algunos hablan entonces de avanzar en lo que denominan “transición sostenible” de los sistemas agrícolas, en la que la obtención de alimentos sin uso de químicos y sin comprometer al ambiente es la meta más ambiciosa a alcanzar. Pero claro, no basta con decirlo para comenzar a vivir ya en ese mundo más feliz. Se requiere ciencia. Se requiere investigación.
Sin información y evidencia, será difícil alcanzar esa sostenibilidad, ya que, por un lado, precisamos alimentos –a precios razonables, además– y, por otro, precisamos que quienes los producen puedan vivir de ello. Sin cultivos que le rindan al horticultor de cebolla, en este caso, no hay sostenibilidad posible.
–Capaz que empezaste con las reflexiones finales del artículo– dice Mariana, una de las entrevistadas para esta nota, que aún no presenté formalmente. Su acotación es pertinente. Pero sucede que la introducción es motivada por lo maravilloso que resulta el artículo que junto a sus colegas acaba de publicar. Se trata de una pieza magnífica sobre lo valiosa que resulta la ciencia para superar problemas y sobre por qué con ciencia estamos mejor que sin ella. Pero presentemos formalmente al trabajo.
Titulado Hacia el desarrollo de sistemas basados en cultivos de cobertura y laboreo reducido sin herbicidas ni fertilizantes sintéticos para el cultivo de cebolla: prometedor, pero aún quedan desafíos, el artículo es bellamente sincero ya desde el arranque. Firmado por Mariana Scarlato, Magdalena Rieppi, Florencia Alliaume, Gabriela Illarze, Paloma Bertoni, Guillermo Galván, Margarita García de Souza, Pablo González, José Dieste y Santiago Dogliotti, de la Facultad de Agronomía de la Universidad de la República; Natalia Bajsa y Tania Trasante, del Instituto de Investigaciones Biológicas Clemente Estable; Gimena Echeverriborda, de la Cooperativa Entrebichitos; Juan Gilsanz, del Instituto Nacional de Investigación Agropecuaria, y Félix Bianchi y Walter Rossing, de la Universidad de Wageningen de Países Bajos, el trabajo nos dice que queda camino por delante.
Es cierto sí, los rendimientos de cebolla obtenidos con este sistema, que busca, por una parte, frenar la erosión del suelo y mejorar su calidad, y, por otra, no aplicar ni fertilizantes químicos ni herbicidas para combatir las malezas que compiten con el cultivo, no fueron todo lo bueno que podían haber sido. Pero la ciencia aprende más de las perdidas que de las ganadas, y eso sucedió también aquí: en el trabajo desnudan las razones que llevaron a que estas cebollas más respetuosas del ambiente y la sostenibilidad no crecieran tanto y, por tanto, tras su trabajo estamos más encaminados hacia lograr rendimientos aceptables que antes de él.
Así que ahora sí, vayamos al encuentro en la Facultad de Agronomía de Mariana Scarlato y Santiago Dogliotti, quienes ya nos habían mostrado que no necesariamente por aplicar más fertilizantes y pesticidas se produce más frutilla, boniato, tomate y cebolla, y de Florencia Alliaume.
Haciendo camino al andar
“Este año se cumplen 20 años de que empezamos a trabajar con los productores, en predios de productores, buscando atacar los principales problemas de sostenibilidad que tenía, y sigue teniendo, la horticultura. Si bien se han ido mejorando varios aspectos, todavía queda mucho para hacer”, contextualiza Santiago y nos pone en camino para apreciar lo que aquí investigaron.
“Uno de los principales problemas de sostenibilidad que tiene la horticultura es que es una producción que hace un uso muy intensivo del suelo. Son cultivos de ciclo corto, en general muchos cultivos por año, que además se hacen con laboreo convencional. Nuestro suelos además son muy propensos a erosionarse y perder materia orgánica en ese proceso de laboreo”, sostiene luego. La consecuencia de esto, dice, es que en toda la zona donde se asienta gran parte la horticultura de nuestro país, en Montevideo, Canelones y San José, principalmente, los suelos están muy deteriorados. “Ese era nuestro foco principal al ir a los predios y ver qué tecnología implementar para mejorar la sostenibilidad”, señala Santiago.
“Lo que empezamos haciendo fueron cosas que ya conocíamos y que sabíamos que funcionaban, que eran las enmiendas orgánicas, como hacer abonos verdes con cultivos que mantienen el suelo cubierto, aplicar abono animal para recuperar la materia orgánica, hacer rotaciones de cultivos y planificar el uso del suelo más a mediano y largo plazo, cosa que los productores no estaban haciendo. Y eso lo hicimos con mucho éxito, ya que hubo impactos muy interesantes”, reseña Santiago.
“Ahí entra el trabajo de doctorado de Florencia, en el que empezamos a calcular y modelizar qué posibilidades de mejora había con esas tecnologías. Lo que vimos, con cálculos que hizo Florencia, es que en realidad se puede mejorar mucho, pero en predios donde se puede hacer rotaciones muy largas con pasturas, y donde se puede dejar el suelo descansar mucho tiempo”, cuenta. En el trabajo, por ejemplo, hablan de suelos en los que se siembran pasturas por cuatro años, algo que no va mucho con los tiempos y las necesidades de los productores, generalmente familiares y de pequeña escala, que se dedican a la horticultura.
“Allí la mayoría de los productores tienen predios pequeños y necesitan cultivar una gran proporción del área con cultivos comerciales. Entonces es difícil para ellos practicar este tipo de rotaciones”, comenta entonces Florencia.
Como en la horticultura no podían bajar la erosión a los niveles que deseaban ni recuperar la materia orgánica a la velocidad que precisaban, buscaron agregar otra herramienta a la caja de soluciones. “Ahí viene la idea para la tesis de doctorado de Florencia de probar la reducción del laboreo”, dice Santiago.
Para los que no sabemos de campo, aclaremos qué es esto de “laboreo reducido”. En la investigación que aquí comentamos, el laboreo convencional implicó “dos pasadas de cincel y disquera (25-30 cm de profundidad), una de rotovator para formar los canteros (20 cm) y una pasada de disco cortante para abrir los surcos (15 cm) antes del trasplante”. El tratamiento con laboreo reducido, menos agresivo para el suelo, consistió en cambio en “el acamado mecánico del cultivo de cobertura con una rastra de dientes invertida, seguido de una pasada con disco cortante de surcos (15 cm) antes del trasplante”, que sólo perturba el suelo en la línea donde luego se trasplantarán los plantines de cebolla y deja una gran superficie del suelo cubierta con los restos vegetales.
“Durante los trabajos en el marco del doctorado de Florencia vimos que el potencial que tiene esa tecnología para reducir la erosión es impresionante. La reducción del laboreo baja mucho la erosión, se protege mucho mejor el suelo y también hay un impacto en la materia orgánica”, comenta Santiago. Pero no sólo eso.
“También surgió con mucha fuerza durante mi tesis que el laboreo reducido implicaba un gran ahorro de agua, ya que hay menos evaporación del suelo y más infiltración. Entonces, desde el punto de vista del suelo, no tenemos duda de que el laboreo reducido es algo a lo que hay que apostar”, agrega Florencia.
“Sin embargo, lo que aparecía ya desde la tesis de Florencia era que resultaba difícil la nutrición mineral del cultivo. Manejar el nitrógeno era complicado”, plantea Santiago. El nitrógeno es un nutriente fundamental para el crecimiento de las plantas. Y lo que les pasaba entonces era que los rendimientos de los cultivos eran entre medios y bajos comparados con los que se obtenían con laboreo tradicional. “Si bien eran aceptables, había que mejorarlos mucho para poder transferirlos”, dice Santiago.
“A la luz de toda esta trayectoria, había algunas preguntas que nos llegaban. Por ejemplo, por qué seguir insistiendo con esto del laboreo reducido si había tantas limitantes para estos cultivos todavía para resolver”, recuerda Mariana. Lejos de desanimarse, se remangaron y volvieron a la tierra.
Cuidar más que el suelo
“Con la tesis de Mariana se trató de abordar dos desafíos. Por un lado, cómo manejar mejor los nutrientes, sobre todo el nitrógeno, en el cultivo de cebolla. Por el otro, el desafío de que fuera cebolla orgánica, es decir, un cultivo con el que pudiéramos liberarnos de los insumos químicos”, apunta Santiago.
“En el equipo venimos en esta línea de trabajo de cuidar el suelo, pero también en la de reducir el uso de herbicidas y otros productos químicos, como los fertilizantes sintéticos”, dice a su vez Mariana. “Porque, en realidad, el laboreo reducido, la siembra sin laboreo, o la siembra directa, en la agricultura ya se usa mucho. Se hacen los cultivos de cobertura, se queman con herbicidas, se hace ese barbecho químico con el material que quemó el herbicida, y se planta arriba el cultivo sin mover el suelo. Eso reduce la erosión, es cierto”, agrega.
Pero claro, si se mira más que la erosión, las cosas son distintas. “Todos los trabajos que se venían desarrollando vinculados a esta forma de manejar el suelo siempre dependían del uso de herbicidas. El paquete tecnológico ya venía con el uso del herbicida para terminar el cultivo de cobertura y para controlar las malezas mientras se desarrolla el cultivo posterior. En ese sistema, los problemas de falta de nitrógeno se atacan con fertilizantes sintéticos. El tema es que no vemos por ahí la sostenibilidad de los sistemas, no podemos ver sólo la erosión. Es la erosión, sí, pero también la calidad del suelo, en cuanto a su vida, es la calidad de los productos que generamos”, reflexiona Mariana.
“Nuestra idea pasa por cómo seguir investigando en esto de proteger el suelo de la erosión, pero también atacando el otro problema, que es que necesitamos reducir el uso de pesticidas por una cuestión ambiental, de salud y de dependencia tecnológica”, agrega Mariana. “Ese fue el salto que dimos en esta siguiente etapa, y que, obviamente, implicó que nos enfrentáramos a nuevos desafíos”.
Para su investigación entonces realizaron dos cultivos de cebolla, uno en 2019 y otro en 2020, en la Estación Experimental Centro Regional Sur de la Facultad de Agronomía, en Canelones. Allí probaron la tecnología consistente en plantar un cultivo de cobertura (o “abono verde”, como le dicen) en verano –una gramínea, Setaria italica, y una leguminosa, Vigna unguiculata–, dejar que ese cultivo muriera al llegar el frío (junio en 2019, mayo en 2020), dejando que eso formara un mantillo o mulch, hacer el acamado o laboreo y trasplantar las cebollas a mano en agosto (de la variedad Pantanoso del Sauce en 2019 y Armonía en 2020). En algunas parcelas eso se llevó a cabo con laboreo tradicional y en otras con laboreo reducido.
También se probó en ambos laboreos aplicar o no microorganismos eficientes nativos (MEN) de la Cooperativa Entrebichitos, desde el trasplante de las cebollas, para “aumentar la mineralización de la materia orgánica del suelo y la disponibilidad de nitrógeno”. No se aplicó ningún fertilizante sintético (sí abono de pollo antes del cultivo de cobertura) ni tampoco ningún herbicida para controlar las malezas. De hecho, las malezas fueron extraídas a mano cuando aparecieron luego de plantar las cebollas entre tres y cuatro veces en ambos tratamientos en ambos años.
A su vez, en 2020 también hicieron dos “experimentos simplificados” en un predio comercial de productores orgánicos y otro en un predio de producción convencional, los dos también en Canelones, combinando laboreo reducido y convencional, así como aplicación o no de microorganismos eficientes nativos.
De hecho, el trabajo experimental comenzó bastante antes de 2019, ya que, como dicen, se trató de “una estrategia de investigación participativa”. ¿Cómo es eso? Desde 2017 el equipo de investigadores comenzó a organizar reuniones y talleres con un grupo de apoyo al proyecto integrado por horticultores y técnicos. En efecto, los productores de los dos predios comerciales tuvieron “interacciones semanales” con el equipo de investigación.
Lo de “participativo” aquí no fue algo puramente declarativo. Como muestra basta un botón: fueron los propios productores en esos encuentros los que definieron que la tecnología de cultivo de cobertura y laboreo reducido se probara en cebollas, un cultivo con el que tenían dificultades tanto para el manejo de las malezas sin herbicidas como para el suministro de nitrógeno sin apelar a fertilizantes sintéticos. Vayamos entonces a ver algunos de los resultados más destacados.
Menores rendimientos
Al mirar el trabajo es imposible no fijarse en los rendimientos de los cultivos de cebolla. Como reportan, el máximo rendimiento total se obtuvo en 2019 en laboreo tradicional con microorganismos nativos (12,2 toneladas por hectárea), mientras que con laboreo reducido y los microorganismos se produjeron 9,5 toneladas de cebolla por hectárea. En 2020 el máximo rendimiento total se obtuvo con laboreo tradicional (con y sin microorganismos nativos, poco más de 15 toneladas por hectárea), mientras que en laboreo reducido se produjeron 11,4 toneladas. ¿Fueron buenos o malos?
“Acá en Uruguay, los buenos productores, en años sin limitantes, pueden sacar por encima de 40 toneladas de cebolla por hectárea”, señala Santiago. De eso quedaron lejos. “En la producción orgánica los rendimientos de cebolla suelen ser más bajos, aun con laboreo convencional”, agrega. Mariana señala que “el promedio nacional de rendimiento de la producción de cebolla está en unas 23 toneladas por hectárea”. Obtuvieron cerca de la mitad de eso.
“Llegar a unas 25 toneladas de cebolla por hectárea sería alcanzar una buena producción. Si bien estuvimos un poco lejos de ese valor, relativizamos eso de que obtuvimos malos resultados, porque a través de los mecanismos que vimos en este proyecto que limitaron los rendimientos podemos ver las falencias, que se pueden resolver ajustando manejos y determinados aspectos, lo que nos permitirá generar mejores rendimientos”, señala Mariana.
Por otro lado, hubo menor rendimiento, pero gastaron menos en fertilizantes y herbicidas. Esto también debe ser tenido en cuenta. “Y no sólo eso, sino también valores que son intangibles, o por lo menos que son difíciles de monetizar, como es la conservación del suelo. Para nosotros ese es el foco central. O sea, conservamos mejor el suelo, mantuvimos el recurso, y lo vamos mejorando en un sistema de producción, la horticultura, que acá y en todo el mundo es un sistema particularmente agresivo con el suelo”, comenta Santiago.
“El ideal es lograr mecanismos o sistemas que, combinando muchos factores, puedan lograr no ya mantener, sino mejorar el suelo, porque para la horticultura mantener el suelo que hay hoy no alcanza. Hay que mejorar la calidad. Una vez que se logre una calidad de suelo aceptable, ahí sí podemos pensar en estrategias para mantenerla”, añade.
En ese sentido, el cultivo de cobertura o abono verde, en todos los tratamientos, les permitió alcanzar “más de 80% de cobertura del suelo” durante el verano y el otoño, lo que en el trabajo consideran “un buen resultado para la región del estudio y que puede reducir la erosión e incrementar la materia orgánica del suelo”.
Luchando con las malezas
La idea de utilizar el cultivo de cobertura en el verano, además de cubrir el suelo para evitar la erosión y aportarle materia orgánica, también pasa por no dejar que proliferen las malezas, algo que sí sucedería al dejar el suelo descubierto (las malezas son como carteristas, aprovechan el menor descuido). ¿Cómo les fue con esto? Más o menos: al no aplicar herbicidas antes del cultivo de la cebolla, en los campos experimentales las malezas aparecieron y se removieron manualmente. Eso lleva esfuerzo.
En el trabajo reportan que en 2019 “se realizaron tres eventos de desmalezado” tanto para el laboreo convencional como para el reducido durante el ciclo de la cebolla, que requirieron “740 horas de mano de obra humana por hectárea”. En 2020, el laboreo reducido “requirió cuatro intervenciones de desmalezado y 1.390 horas por hectárea”, mientras que el convencional implicó tres intervenciones y “620 horas”.
“Más que los rendimientos bajos o medio bajos, el factor que nosotros vemos como más limitante son los rendimientos obtenidos a costa de tantas horas de trabajo de remoción de maleza”, dice Mariana. Pero, una vez más, hay luz al final del túnel.
“Esta es una de las preguntas que ahora queremos contestar en nuevos ensayos que estamos llevando a cabo”, nos da esperanza Florencia. “Los tratamientos incluyen probar diferentes densidades de siembra de abono verde, porque la hipótesis que tenemos es que a mayor densidad vamos a tener una malla de tallitos más finitos y entrelazados que pensamos que van a competir mejor con las malezas, aparte de agregarle mulch extra al cultivo”, apunta.
En todo esto además hay otro punto que mencionan en el trabajo. Esas malezas que complican a la cebolla ya están, como semillas, en el propio suelo donde se cultivó. Eso se conoce como “banco de semillas del suelo”. Si la cantidad de maleza fuera disminuyendo con la aplicación de estas prácticas, tal vez en una década el banco de semillas de maleza del suelo se reduciría drásticamente y, en consecuencia, también el esfuerzo para quitarlas.
Santiago asiente. “Pero, además, ojo, nosotros hablamos de que esto va generando problemas de malezas que no pudimos resolver todavía, pero el uso de herbicidas también genera problemas de malezas que aún no se resuelven. Parece un contrasentido, pero en la horticultura, y en la agricultura en general, los problemas de malezas crecen y eso obliga a usar cada vez más herbicidas y a combinar distintos tipos frente al aumento de la resistencia de algunas especies. Es como una carrera sin fin, porque en la medida en que no hay otras prácticas de manejo que acompañen eso, el problema aumenta”, agrega.
“No es que los herbicidas sean la solución para las malezas, lejos están de serlo. Pero también abandonarlos completamente requiere un esfuerzo grande”, sostiene Santiago. Hay una transición en la cual inevitablemente hay que ver qué tipo de herramientas nos podrían ayudar a facilitar el trabajo, pero hay horas de trabajo agregado que realmente no las tenés si aplicás herbicidas, eso sin duda”, dice entonces.
Les propongo pensar en el lado positivo: en un mundo que está todo el tiempo hablando de la amenaza de la inteligencia artificial, están generando miles de horas de trabajo humano de remoción de malezas. Los tres ríen. Pero el asunto es un desafío. “Esto de las malezas es sin duda un cuello de botella que estamos intentando levantar ahora en estos nuevos experimentos con otros tratamientos”, señala Mariana.
“Con las malezas pasa lo mismo que con la calidad del suelo. No es que la vamos a mejorar sólo haciendo laboreo reducido. Es una combinación: además del laboreo reducido se requiere la aplicación de enmiendas orgánicas, el cultivo de cobertura y la rotación de cultivos. Y los frutos de esa estrategia los vamos a ver en el mediano y largo plazo. Con las malezas pasa lo mismo, no vamos a poder controlar malezas sólo con el mulch que ponemos arriba, tenemos que controlar malezas todo el tiempo y en todo el predio, no sólo cuando está el cultivo”, apunta Mariana. “Entonces son estrategias más globales del predio como tal, que pasan por evitar que las malezas semillen, tener siempre el suelo cubierto, y después sí controlar cuando están los cultivos para que no prosperen. Pero es un cúmulo de estrategias que redundan en que haya un menor banco de semillas de maleza y eso hace viable después el poder hacer laboreo reducido y que haya menos malezas”, redondea.
Entender para mejorar
Nos enfocamos antes en los dos puntos bravos de este ensayo con cultivo de cobertura y laboreo reducido. Pero esas debilidades en el trabajo se convierten en fortalezas, porque, más que un resultado, lo que la ciencia busca es conocimiento. Y conocer por qué algunas cosas no funcionan nos pone en camino para que sí lo hagan.
“Creo que así como no tuvimos buenos rendimientos de cebolla, el trabajo muestra un montón de caminos para obtener buenos rendimientos, porque arroja un montón de explicaciones de por qué sucedió eso y nos lleva a pensar alternativas de cómo levantar esas limitantes”, puntualiza Mariana. Hay dos mecanismos en ese sentido que son de gran relevancia.
Por una parte, en el artículo señalan que ese menor rendimiento de los cultivos se dio por una menor absorción del nitrógeno en los primeros estadios del cultivo. Saber eso nos ayuda a pensar. “Puedo hacer que la actividad biológica aumente en ese momento, que se descomponga más materia orgánica que libere nitrógeno en esa ventana”, sostiene Mariana. De hecho, en los nuevos trabajos no sólo agregaron más mulch, sino que aplicaron compost antes del cultivo. Y los resultados los vienen conformando mucho.
“La cebolla es un cultivo particularmente problemático”, apunta Santiago. “Entre otras cosas, el cultivo rinde según la cantidad de área foliar que se pueda obtener antes de que se empiece a formar la cebolla. Y justamente en esa ventana es que se vieron las diferencias”, explica. El nitrógeno es el nutriente principal para la formación de esas hojas.
“En ese período inicial, que además coincide con el invierno, con la época de menor temperatura y de menor cantidad de horas de luz, la liberación de nitrógeno es crucial para la cebolla. Cada pequeña diferencia hace que, llegado el momento de empezar a bulbificar, empieces con una planta más grande o una planta más chica. Después de que el bulbo comienza a formarse, ya es muy difícil recuperar la falta de nitrógeno previa”, enfatiza Santiago.
Una de las cosas interesantes que dicen en el trabajo es que no hubo menor producción porque se formaron menos bulbos, sino porque muchos de los bulbos estaban por debajo del tamaño comercializable. “Eso tiene que ver con el tamaño de planta que lográs cuando empieza la primavera. Allí la planta deja de formar hojas y dedica toda su energía a formar el bulbo. Si llegado ese momento la planta todavía es chica, va a formar una cebolla más chica. A partir de ahí el partido ya está definido”, comenta Santiago.
“Cuando hablamos de hacer funcionar la biología, tenemos que tener en cuenta que el nitrógeno se puede fijar a través del uso de leguminosas. Entonces, otra estrategia es incorporar a ese abono verde, es decir, al cultivo de cobertura, una mezcla de gramíneas y leguminosas. El año pasado lo hicimos así y usamos centeno con lupino combinado y obtuvimos, en otro cultivo, mejores resultados”, señala Florencia.
“Además, el efecto se va acumulando. En la medida en que vas logrando levantar el contenido de materia orgánica que hay en el suelo, aumenta la tasa de mineralización y actividad biológica, y entonces la fuente de nitrógeno empieza a aumentar. De esa manera, el suelo, naturalmente, ya tiene una capacidad de aporte de nitrógeno mayor a la que tenía cuando empezaste con el ensayo hace tres años o cuatro años”, señala Santiago. “Si esto se logra mantener como una constante de manejo, es muy probable que los efectos y los resultados, si volvemos a cultivar cebolla en uno o dos años, sean muy distintos a los que tuvimos con este primer cultivo”, apunta.
Es que en el trabajo cuentan que en los predios experimentales venían de 12 años de laboreo tradicional. Una recuperación del funcionamiento del suelo, asociada además a una menor erosión, se supone llevará cierto tiempo. Ciertamente, esa es la apuesta al cambiar la pisada con una horticultura sustentable. Pretender que con dos ciclos de cultivo el suelo ya vuelva a su pretérito esplendor es caer en la trampa a la que nos llevaron los agroquímicos: hago algo hoy pensando en unos meses y dejo de ver la apuesta a largo plazo.
Por otra parte, en el trabajo también reportan que el laboreo reducido venía aparejado de una menor temperatura del suelo. Esa menor temperatura, junto a la falta de nitrógeno en el período inicial del cultivo, la relacionan con un retraso en el desarrollo e inicio de la formación del bulbo de cebolla. Sabiendo que el laboreo reducido disminuye la temperatura, hay entonces cosas que se pueden intentar.
“Por ejemplo, si la fecha habitual de cosecha para esa variedad de cebolla es a mediados de diciembre, cuando se hace laboreo reducido, capaz que es mejor hacerlo a fin de mes, porque esa menor temperatura atrasó todo un poco. Hasta esas cosas son en realidad las que uno empieza a pensar”, comenta Mariana.
¿Y los microorganismos nativos?
En el trabajo reportan que no vieron demasiados resultados en la aplicación de inóculos de microorganismos nativos en los rendimientos de la cebolla. Pero sí en cuanto a la actividad biológica del suelo. Si pensamos en el paradigma de la salud del suelo, tal vez los resultados no se hayan visto en esas dos intervenciones, sino que tal vez ese suelo, luego de años de uso de microorganismos, va a estar mejor que sin ellos.
“Ese es otro tema entero de investigación: cómo manejar la biodiversidad microbiana y cómo intervenir. Es algo de lo que sabemos muy poquito”, comenta Santiago. “Por ejemplo, en algunos suelos de esta investigación aumentó la respiración. Eso es algo que podemos usar si queremos incentivar la mineralización para que se libere nitrógeno y el reciclaje de nutrientes. Entonces podemos pensar en qué momento es óptimo aplicar los microorganismos con ese objetivo”, apuntala Florencia.
“Sobre esto discutimos bastante. Capaz que no es que no tengan efecto, sino que hay efectos mayores que camuflan el efecto que pueden estar teniendo los microorganismos nativos”, dice a su vez Mariana. “Después está analizar la estrategia de cómo los usamos. Con el diario del lunes nos queda la sensación de que los podríamos haber usado de forma distinta. Por ejemplo, haber empezado con la aplicación de MEN antes del trasplante de las cebollas. En este proyecto aplicamos los MEN en el suelo desde el momento del trasplante, en invierno, con condiciones de temperatura bajísimas, y básicamente cuando necesitábamos que empezara a haber nitrógeno disponible. Capaz que tendríamos que haber aplicado otra estrategia, aplicarlos dos o tres veces 20 o 30 días antes del trasplante, para que cuando llegara el plantín de cebolla, el suelo ya hubiera tenido más actividad microbiológica, más mineralización, y entonces, más nitrógeno”, agrega.
“Trabajo para hacer hay. Se puede hacer algo también más de laboratorio si lo que queremos es ver ese efecto de disponibilizar nitrógeno de los microorganismos”, aporta Florencia, mostrándonos que cuando se sabe a dónde se quiere llegar, la investigación siempre es de gran ayuda.
Pensando en las críticas
Para quienes entienden el valor de la ciencia, el trabajo es valiosísimo: demuestra que con investigación local valiosa, la transición es posible. Pero les pregunto cómo hacer para que el trabajo no sea leído como un espaldarazo para los detractores de la agroecología y del camino hacia una agricultura con menos agroquímicos.
“No nos preocupa eso. Siempre va a haber detractores. Capaz que hasta se les ocurre alguna cosa interesante que tenemos que tener en cuenta”, apunta Santiago.
“Si me preguntan si estoy contenta con los resultados, diría que más o menos. A los detractores les podemos reconocer que los rendimientos no fueron buenos, pero que seguimos trabajando, que identificamos mecanismos que llevaron a eso, y mejor aún, que tenemos alternativas”, dice Mariana. “De hecho, los resultados de los proyectos actuales muestran un efecto acumulado. Si bien ahora no estamos trabajando con cebolla, el rendimiento sí está siendo muy bueno, se reduce mucho la erosión, aumenta mucho la vida y la materia orgánica del suelo, así como su capacidad de infiltrar agua. Entonces, si bien en el trabajo los resultados no son buenos en todas las dimensiones, aporta explicaciones posibles y propone alternativas para mejorar”, redondea.
Y aparte hay que sumarle a todo esto lo que decía Santiago de los intangibles. La dimensión del rendimiento es importante, sí, pero dado que son predios familiares, reducir la erosión en el campo es asegurarle a la familia que va a haber campo para los que vienen después. A eso hay que agregarle la menor dependencia de insumos externos, que tienen sus costos, y los beneficios al ecosistema al aplicar menos agroquímicos, con todos los problemas que pueden generar. “Problemas incluso para la salud de los propios productores. En los talleres algunos productores contaban que llegaron a la producción orgánica porque sufrieron ellos mismos, o sus padres o abuelos, problemas de salud por el uso de los agroquímicos. Ese es otro resultado, y no lo llamaría de tan intangible, porque estamos hablando de la salud de la personas”, lanza Florencia.
“Los dos temas que tenemos que mejorar son, además del volumen producido, la eficiencia de uso de la mano de obra”, dice Santiago. “Y me parece que hoy, con las herramientas que tenemos, el volumen productivo es más fácil de mejorar que la eficiencia de la mano de obra. En la facultad no tenemos un buen equipo como para investigar alternativas de mecanización, por ejemplo, para la extracción de malezas, de herramientas que permitan hacer estos sistemas menos trabajosos”, agrega.
“Para esa otra dimensión, la de cómo adaptar herramientas que reduzcan el trabajo, tanto para abrir los surcos para plantar, para la propia plantación y para el control de las malezas que puedan salir del mulch, hoy tenemos que confiar en los productores, que son muy imaginativos y creativos. Si pudiéramos ayudar en eso también sería buenísimo”, sostiene Santiago.
“Incluso ahora en el nuevo proyecto se le ha agregado mulch externo además del cultivo de cobertura mixto y más entramado, y eso tuvo un control muy bueno de las malezas. Prácticamente, en estos cultivos de calabacín que hicimos no hubo que sacar maleza, se controló con el mulch y con el cultivo de cobertura. El tema es de qué forma se puede facilitar la colocación de ese mulch, porque una cosa es hacerlo en 1.400 m2 y otra es en media o dos hectáreas”, complementa Mariana.
“Esa es una de las diferencias grandes que tenemos con la agricultura orgánica de otros países, donde a veces las escalas o los accesos a maquinaria son más fáciles que en Uruguay”, dice Santiago.
“En Europa, por ejemplo, ese sistema que cuenta Mariana yo lo he visto aplicar, por ejemplo, en grandes cultivos de papa, todos con mulch. No sale una maleza, no sale nada, porque simplemente hacen coberturas muy buenas ya que tienen predios grandes para hacer rotaciones. Y, además, tienen herramientas para cortar. Las personas no tocan el pasto. Se corta, se cargan unas zorras que son como estiercoleras y que van tirando el pasto cortado para todos lados, que cae y queda arriba de los cultivos. Pero claro, son otras escalas y además está todo subvencionado para que la gente no use herbicidas”, agrega.
“Los gobiernos tienen el objetivo de que no se usen más herbicidas, entonces toda la tecnología que ayude a que el productor no los use está apoyada con fondos específicos. Hay una voluntad política de que todo esto hay que promoverlo y entonces ahí está la diferencia”, redondea Santiago. “Acá estamos lejos de eso”, comenta Florencia trayéndonos a nuestra realidad. “Nosotros como país todavía no tenemos ese convencimiento de que a los agroquímicos hay que reducirlos a la mínima expresión posible”, le reconoce Santiago. Consuela al menos saber que hay investigadoras e investigadores generando evidencia que no sólo es sumamente útil hoy, sino que será crucial el día que decidamos mostrar ese convencimiento que nos falta.
Artículo: Towards the development of cover crop-reduced tillage systems without herbicides and synthetic fertilizers in onion cultivation: Promising but challenges remain
Publicación: Soil & Tillage Research (marzo de 2024)
Autores: Mariana Scarlato, Magdalena Rieppi, Florencia Alliaume, Gabriela Illarze, Natalia Bajsa, Paloma Bertoni, Félix Bianchi, Gimena Echeverriborda, Guillermo Galván, Margarita García, Juan Gilsanz, Pablo González, José Dieste, Tania Trasante, Walter Rossing y Santiago Dogliotti.
Guía para citadinos despistados (como yo)
Mulch: también llamado “mantillo”, se trata de una capa de materiales que se aplica sobre el suelo para mejorar la calidad del suelo y reducir el crecimiento de malezas. En el caso de este trabajo, el mulch que se usó fue el que generó el propio cultivo de cobertura al morir con la llegada de las temperaturas bajas.
Cultivo de cobertura: es un cultivo que se coloca para no dejar el suelo descubierto, lo que generaría erosión, y también para preservar su calidad al elegir especies de gramíneas y leguminosas que ayuden a que el suelo obtenga nutrientes y materia orgánica para hacer frente al cultivo que luego se llevará a cabo.
Laboreo: trabajo de la tierra, generalmente mediante acción mecánica como con el uso de arado, con una profundidad de varios centímetros como para llegar a donde se desarrollarán las raíces del cultivo. Al realizar el laboreo, las malezas que estén en donde se cultivará son trituradas. El problema es que la tierra laboreada queda desnuda hasta que el cultivo no crece y la cubre, y el laboreo genera una rotura de los agregados del suelos en pequeñas partículas que lo hacen muy susceptible a la erosión,
Laboreo reducido: reducción del laboreo a lo mínimo indispensable. Según la bibliografía, es el aquel que conserva al menos 20% de la superficie del suelo cubierta de mulch o restos vegetales.