Una elevación producida por una falla geológica de 530 millones de años de antigüedad, que desde lejos parece una enorme ballena introduciéndose en el mar, es el centro de un intenso debate público desde hace más de un año y motivo de disputa desde hace décadas.

Llamada muy apropiadamente Punta Ballena, se convirtió en uno de los sitios más hermosos y privilegiados de Uruguay gracias a esa cuña elevada que se mete en el agua entre la bahía de Portezuelo y la playa Mansa de Punta del Este. Es de todos y a la vez no lo es; un hecho curioso en un país que considera sagrada la condición pública de la faja costera, aunque hay para ello una explicación histórica.

El empresario y arborista Antonio Lussich compró hace 130 años un predio de 1.900 hectáreas que incluía Punta Ballena, tierra que sus sucesores fueron parcelando y vendiendo a lo largo del siglo XX. Parte de los padrones que conforman la Sierra de la Ballena, como se llama su elevación característica, fueron expropiados por la Intendencia de Maldonado hace más de 50 años, período en el que se construyó el mirador y la ruta que trepa sobre el “lomo” de la ballena. Tras un reclamo de los sucesores de Lussich, sin embargo, la Justicia los devolvió a manos privadas en los años 90 del siglo pasado.

La espectacular península de Punta Ballena es entonces privada al día de hoy, pero tras la sentencia se negoció que la ruta y el mirador, además de otros accesos (como el que lleva a la playa de Las Grutas), quedaran habilitados para uso público.

Son justamente esos terrenos los que encendieron recientemente una discusión de alcance nacional con varias puntas. En sociedad con algunos de los sucesores de Lussich, el banquero argentino Delfín Ezequiel Carballo presentó una iniciativa para construir un complejo de 29 bloques de edificios en ambos lados del extremo de la Sierra de la Ballena, hoy libre de construcciones.

Según consta en la solicitud ambiental realizada por los responsables del proyecto, además de los 29 edificios, con un total de 320 viviendas, se prevé construir garajes, ocho salones multiuso, piscinas, calles, obras de saneamiento y conexión a servicios.

El impacto potencial de la obra provocó que organizaciones locales, científicos, profesionales y especialistas de diversas áreas advirtieran sobre las consecuencias negativas de emprender un proyecto de este tipo en esa zona.

Por ejemplo, botánicos que estudiaron el lugar –entre ellos Eduardo Marchesi, reconocido con un Honoris causa de la Universidad de la República– advirtieron que en los predios donde se busca instalar la obra existen unas 427 especies de flora, gran parte de ellas en peligro de extinción o prioritarias para la conservación.

El geólogo Mauricio Faraone, técnico en la Dirección Nacional de Minería y Geología (Dinamige) y uno de los autores del Inventario del Patrimonio Geológico del Uruguay, alertó que la obra tendrá impactos “negativos e irreversibles” para la “geodiversidad” de una zona muy relevante para el estudio geológico. Las antiquísimas rocas milonitas, evidencias de la transformación de los continentes, son sólo un ejemplo de su importancia.

La iniciativa también motivó la publicación de documentos críticos del Centro Universitario Regional del Este (CURE) de la Universidad de la República (Udelar), de investigadores e investigadoras de la Facultad de Ciencias de la Udelar y del Instituto de Investigaciones Biológicas Clemente Estable (IIBCE) y de la Sociedad de Arquitectos del Uruguay, además de varios comunicados de organizaciones ambientales y vecinales.

A esta larga lista de advertencias se suma una nueva voz, que pone el ojo sobre un factor hasta ahora no contemplado pero tan emblemático para la zona que ni el nombre de la península puede escapar de él.

Existen otros mundos, pero...

A Punta Ballena se la llama así por la forma de su sierra, que se asemeja al lomo de una ballena, pero su relación estrecha con estos animales va mucho más allá de casualidades morfológicas. Tanto la zona de la playa Mansa como la bahía de Portezuelo, muy cerca de la península rocosa, son parte de una de las áreas de descanso más importantes para la ballena franca austral (Eubalena australis) en Uruguay.

Durante su paso por nuestras aguas, que se extiende generalmente de julio a octubre-noviembre como parte de su ruta migratoria, las ballenas francas usan esa zona para descansar, reproducirse, socializar y desarrollar también comportamientos de filiación entre madre y crías.

Lo sabemos porque científicos y científicas las observan y analizan todos los años, pero también porque las escuchan. El biólogo Javier Sánchez Tellechea, del Laboratorio de Acústica Ultrasonora del Instituto de Física de la Facultad de Ciencias, dedicó su carrera a la bioacústica y más específicamente a la grabación y análisis de sonidos bajo el mar. Como parte de sus trabajos colocó más de una vez hidrófonos en la zona y corroboró no sólo que se produce una intensa interacción vocal de las ballenas francas en el lugar, sino algo aún más significativo: es un área con poca contaminación sonora durante los meses en que las ballenas francas la visitan. Ese quizá sea uno de los motivos por los que la frecuentan tanto.

“Se trata de áreas muy sensibles para esta especie en Uruguay, al igual que ocurre en La Aguada (Rocha) y sus alrededores”, cuenta Javier. Además, agrega, hay un montón de otras especies prioritarias que van y vienen por la zona y sus alrededores, como las orcas, las franciscanas y la ballena minke, entre otras.

Antes de que alguien piense que preocuparse por los ruidos de obras y su posible impacto en cetáceos es una exageración, hay que entender algo sobre la forma en que estos animales perciben el mundo. Nosotros somos seres extremadamente visuales, a los que nos cuesta incluso describir otras sensaciones sin apelar a la comparación con la experiencia de la visión. Las limitaciones de nuestra propia burbuja sensorial nos impiden entender cabalmente la experiencia subjetiva que implica habitar cuerpos que se orientan con otros sentidos.

Las ballenas también ven, pero su universo es muy distinto del nuestro. “El mundo de los cetáceos es un mundo acústico”, define Javier. Dependen del sonido para ubicarse, encontrar pareja y alimentos, percibir la geografía submarina, comunicarse con sus pares y básicamente realizar todas sus actividades vitales. Sus mensajes sonoros viajan a distancias increíblemente largas, aunque el oído humano a menudo no pueda detectarlos.

El problema para los cetáceos, así como para otros tantísimos animales que dependen del sonido, es que los seres humanos hemos alterado catastróficamente su percepción del paisaje. El ruido de barcos, construcciones, exploraciones en busca de gas y petróleo, explosiones submarinas, dragados y cualquier otro sonido artificial ha convertido porciones muy amplias de los mares, ríos y océanos en un vórtice de caos y confusión para los animales que perciben el mundo de esta forma.

Una manera de aproximarse a esta sensación sería imaginar en nuestras ciudades la aparición de una niebla espesa que tapara todos los objetos que conocemos y que, para complicar aún más el asunto, formara también figuras y siluetas que nos confunden.

“Las perturbaciones que se generan en el medio acuático donde viven estos organismos provocan confusiones y enmascaran sus señales”, cuenta Javier, que cita como ejemplo lo que ocurre con la hermana de la ballena franca austral, la amenazadísima ballena franca del Atlántico Norte (Eubalena glacialis).

“La ballena franca del norte no se está pudiendo reproducir al paso que debería para agrandar su población por dos motivos. El primero es la frecuencia de colisiones con barcos en la zona de Boston, y el segundo es el gran enmascaramiento acústico que hay, lo que no permite que los machos se encuentren con las hembras”, sostiene.

Jaiver Sánchez Tellechea con equipo de escucha submarino. Foto: gentileza J. Tellechea.

Jaiver Sánchez Tellechea con equipo de escucha submarino. Foto: gentileza J. Tellechea.

Ese “sonido niebla” producido por los seres humanos tiene efectos directos de ese tipo, como la imposibilidad de alimentarse o reproducirse, pero también producen un aumento en el nivel de estrés y gasto energético que influye negativamente de formas más sutiles y difíciles de medir. Hacerse oír por encima del umbral sonoro del ruido constante puede ser un esfuerzo muy desgastante, como bien saben maestros y profesores.

En los alrededores de Punta Ballena, la presencia de la ballena franca es ya un emblema de la zona, un símbolo del departamento y también un atractivo turístico que se renueva todos los años. A juzgar por las experiencias y trabajos realizados en otros países, las características que tendrá la construcción del anunciado complejo residencial de Punta Ballena obligan a poner al menos mucha atención a sus posibles consecuencias.

Prendé el amplificador

Según la información proporcionada por los impulsores del proyecto en su solicitud ambiental, la obra prevé la excavación de roca para construir los bloques, caminos, estacionamientos, escaleras, rampas, pozos sanitarios, planta baja, foso de ascensores, vaso de piscina y construcciones auxiliares.

Se estima que se retirará un volumen de 77.000 m3 de material en toda la obra. Se empleará martillo neumático montado sobre el brazo de una retroexcavadora y, en los casos en que esta técnica no se pueda emplear, “se evaluará la utilización de explosivos”, con cuidado en “la carga por barreno y la secuencia de detonación (microrretardos entre barrenos), a los efectos de garantizar que las potenciales vibraciones no signifiquen un riesgo para las estructuras cercanas”.

La construcción demorará unos siete años y empleará entre 60 y 70 obreros por mes de forma directa, según el documento. Dentro de los impactos ambientales previstos está la “afectación a la geomorfología y estructura de las grutas por transmisión de vibraciones por voladuras” y las “molestias a la población cercana por transmisión de vibraciones por voladuras”. Recordemos que son los datos que manejan los propios impulsores del proyecto, por lo que es razonable creer que no son números inflados sino todo lo contrario: lo mínimo esperable.

Nadie menciona a las ballenas, pero este tipo de construcción, según Javier, tendrá efectos profundos en el medio subacuático, en el que el sonido se transmite en forma mucho más veloz y a mayor distancia que en el aire, y lo hará de una forma que no es equiparable a otras obras en esa región.

“Cuando se construyen edificios en la franja costera entra en juego el factor arena, que oficia de amortiguador acústico; de hecho, la arena se usa para insonorizar habitaciones. En el caso de la península de Punta Ballena el problema es justamente ese, que es una península. El lugar donde se van a hacer las construcciones está rodeado de agua y metido hacia adentro del mar cientos de metros. Y el área es de roca, que es un excelente propagador acústico”, explica Javier.

Si se usa martillo neumático para excavar la roca y se hacen explosiones y voladuras, “se producirá un nivel de perturbación extremadamente grande, y ya se ha visto que las explosiones, sea a nivel costero o mar adentro, hacen que los animales se retiren”, agrega.

En cuanto al tipo de sonido que provocará la construcción, Javier considera que las obras en Punta Ballena serán equiparables a los trabajos de voladuras y excavación que se realizan para hacer muelles, que en otros países cuentan con medidas de mitigación justamente para minimizar las perturbaciones a los animales marinos.

Estas precauciones no sólo se tienen en cuenta en el exterior. Según cuenta Javier, cuando comenzó a planificarse el puerto en Rocha del fallido Proyecto Aratirí, la empresa se contactó con él para asesorarse sobre los posibles efectos de la obra en la fauna marina. Y lo hicieron porque en otras partes del mundo existen estudios sobre los impactos que emprendimientos de este tipo producen en los cetáceos.

Es muy improbable que los impulsores del proyecto lo ignoren. El técnico que los representó durante la audiencia pública, el ingeniero Carlos de María, también es autor del informe ambiental que la multinacional CGG presentó al gobierno para hacer prospecciones sísmicas subacuáticas en aguas uruguayas en busca de petróleo. Allí admite los posibles impactos para los mamíferos marinos de las emisiones sonoras, que dependiendo de la cercanía pueden incluir “efectos letales, así como también afectación de conducta, orientación, alimentación, comunicación y ecolocalización”. Que no se mencione nada al respecto en el informe ambiental de Punta Ballena parece cuando menos contradictorio, apunta Javier.

Cuando veas las barbas de tu ballena vecina arder...

“No tenemos trabajos realizados en Uruguay, pero sí la evidencia de estudios hechos en el exterior, que documentaron la afectación en estos organismos por hincado de pilotes, construcciones de muelles y ese tipo de obras”, advierte Javier.

Estudios de campo y de laboratorio realizados en Europa, por ejemplo, mostraron la perturbación que los trabajos de construcción en el mar provocan en la marsopa común. En consecuencia, Alemania impulsó una ley que obliga a tomar medidas de mitigación del ruido en las obras para evitar perjuicios a esta especie de cetáceo.

En Reino Unido, las obras con hincado de pilotes requieren que se haga un monitoreo visual y acústico alrededor de la zona de construcción para detectar mamíferos marinos, y en Holanda este tipo de obras se prohíben en períodos con alta presencia de animales sensibles a ruidos, entre otras medidas.

Un estudio que abarcó seis años de datos, publicado por Marine Ecology Progress, analizó en Irlanda los efectos de las obras de construcción de un gasoducto en algunas especies de mamíferos marinos. Concluyó que en ese período se produjo un descenso en la presencia de ballenas minke, marsopas y delfines en el área circundante.

Un reciente trabajo de investigadores de la Universidad de Melbourne, que usó las matemáticas para modelar cómo la polución sonora está repercutiendo en las migraciones de ballenas, concluyó que los ruidos provocados por sonares, construcciones y exploraciones sísmicas perturban y confunden a las ballenas, al punto de provocar demoras en las migraciones o hasta desvíos en sus rutas.

“Las ballenas evitan los ambientes que les resulten incómodos por ruidos significativos, y esto puede llevar a alargar la duración de sus viajes o incluso a hacerlos fallar”, advirtió el primer autor de ese artículo, Stuart Johnnston.

Ese es el principal temor de Javier Sánchez Tellechea respecto de los siete años de construcción del complejo residencial Punta Ballena. “Teniendo en cuenta los estudios realizados en otras partes y observando que esta zona es sensible para ballenas, si nosotros construimos durante varios años en una zona rocosa metida en el mar, que genera una propagación muy buena del sonido, lo que podemos lograr es que las ballenas abandonen ese sitio en particular y por un tiempo largo no vuelvan”, advierte.

“Por lo tanto, habría que pensar muy bien si vale la pena llevar a cabo un emprendimiento así, y en caso de hacerlo, planificar bien las medidas de mitigación”, continúa. Eso, sin embargo, no se menciona en el proyecto.

El ruido de un trueno

Entre los impactos previstos por los responsables del proyecto en Punta Ballena sólo se alude a las “molestias a la población cercana por incremento del nivel de presión sonora en fase de construcción”, así como los “ruidos de vehículos y actividades de mantenimiento”. Para minimizar estos impactos, sus medidas previstas se limitan a realizar las obras en horario diurno y a controlar la velocidad y mantenimiento de los vehículos.

Si esto no parece una mitigación muy rigurosa para los vecinos que viven sobre Punta Ballena, mucho menos lo será para los vecinos que viven alrededor de ella y bajo el agua, un medio mucho más expuesto a los sonidos.

Si, en el peor de los casos, la construcción del complejo se habilita, las medidas de mitigación no son opcionales, señala Javier; deben tomarse sí o sí, sobre todo si hablamos de “una especie bandera de Uruguay que, más allá de las razones de conservación, es una atracción turística y podría verse perjudicada en el mismo departamento que decidió colocarla en su escudo”.

Para eso hay que tener bien claro cuál será la duración de la obra y los períodos en que se piensa trabajar. “Para empezar, debería haber un rango de cero o muy poco ruido durante la temporada de ballena franca, que va por lo menos de junio a octubre-noviembre”, aclara.

Además de esto, Javier cree también que debería haber monitoreos visuales y acústicos para detectar la presencia de la ballena y coordinar de ese modo con los períodos de trabajo, tal cual se hace en Reino Unido. Este monitoreo también debería hacerse durante y después de la construcción –ya hay registros del “antes”– para analizar cuáles fueron los cambios y sus impactos.

“Debemos tener en cuenta que estas cosas pasan y saber cómo pasan, porque van a seguir viniendo proyectos de este tipo. Me ha tocado trabajar para empresas del exterior que son muy puntillosas con estos temas, pero acá se generan grandes discusiones y esto, sin embargo, ni se menciona”, se lamenta Javier.

Por supuesto que no es posible decir con certeza cuál será el impacto exacto de una construcción de este tipo en las ballenas francas y otros animales marinos de esa zona, pero, a juzgar por las evidencias recogidas en otras partes del mundo, pasar siete años haciendo excavaciones y voladuras en una cuña de roca introducida en el mar no augura nada bueno.

Escuchar a las ballenas es difícil. Además de vivir en un medio muy distinto del nuestro, las vocalizaciones de varias especies son muy bajas o muy agudas para la audición humana. Esta vez, al menos, tienen una ventaja: se suman a un coro diverso de voces que llevan meses intentando que su mensaje de advertencia llegue a los oídos correctos.