Es difícil seguir los pasos de Charles Darwin. Lo es figuradamente pero también literalmente, y sin embargo esto último es lo que le ocurrió a la aracnóloga uruguaya Nadia Kacevas, del Departamento de Ecología y Biología Evolutiva del Instituto de Investigaciones Biológicas Clemente Estable (IIBCE).

Nadia es una de las pocas personas en el mundo que pueden contar que siguió parte del itinerario del famoso viaje de Charles Darwin en el Beagle y que además investigó algunas de las observaciones que el científico inglés hizo a bordo.

En agosto del año pasado voló a Reino Unido para sumarse al proyecto Darwin200 Global Voyage, que recreó a bordo de la goleta Oosterschelde el viaje emprendido por Darwin hace más de 190 años. Fue invitada a formar parte de esa aventura porque en los últimos años se dedicó a investigar un fenómeno que fascinó a Darwin en 1832, cuando se encontraba embarcado a unos 100 kilómetros de la costa de Buenos Aires: el de las arañas voladoras.

Darwin observó extrañado, durante un día calmo y de cielo claro, cómo los mástiles del Beagle se llenaban de telarañas. Luego pudo capturar algunas de las culpables y constató que se trataba de unas pequeñas arañas rojas que habían logrado cruzar al menos 100 kilómetros sobre el mar, pese a la desventaja evidente de no poseer alas.

¿Cómo habían hecho estas arañitas para convertirse en aeronautas tan fantásticas? Gracias a un comportamiento llamado ballooning –en esta sección se propuso castellanizarla con el término globismo, que inexplicablemente aún no pegó en la comunidad científica–, justamente la conducta que Nadia estudia en las arañas.

Para “despegar”, las arañas trepan hasta un lugar alto cuando hay algo de viento, se paran en la punta de sus extremidades, elevan el abdomen y lanzan un hilo de seda que ondea al viento y les permite ser arrastradas por los aires (comportamiento llamado tiptoeing, que significa “en puntas de pie”).

Araña emparentada con A. lagotis realizando tiptoeing y ballooning

Video gentileza Nadia Kacevas.

A veces usan otra modalidad, que consiste en descender de un hilo como ninjas que se descuelgan de una azotea, dejar que el viento las columpie hasta que la seda se rompa y de ese modo salir volando (a esto se le llama dropping on dragline, aunque se lo podría bautizar como bungee jumping arácnido). Como hemos reportado en otra ocasión, el campo eléctrico de la Tierra también suele hacer su parte.

Muchas especies de arañas usan este mecanismo para dispersarse, colonizar nuevos ambientes, encontrar nuevos recursos o escapar de situaciones complejas. Por una simple cuestión de tamaño, es más común en ejemplares juveniles o en especies pequeñas, como los linífidos, pero se ha observado incluso en juveniles de migalomorfas, suborden que incluye a las tarántulas. No es quizá la mejor imagen para un aracnofóbico, pero demuestra la increíble plasticidad de algunas arañas.

A bordo de la goleta, Nadia adaptó una metodología que venía aplicando en sus investigaciones en Uruguay con otras arañas que hacen ballooning. Los resultados de su aventura darwiniana no son, sin embargo, el centro de esta historia, sino el trabajo que hizo con una especie peculiar, capaz de provocar en los investigadores el mismo asombro que sintió Darwin ante aquella invasión de polizontes aéreos.

¿Lobo está?

Las arañas lobo, como hemos repetido algunas veces en esta sección, son bichos particulares. En lugar de hacer telas y aguardar con paciencia a que su alimento caiga en ellas, son errantes como los lobos y salen a emboscar a sus presas. Parece la característica esencial de esta familia, a punto de darle su nombre común, pero algunas poquitas especies van a contracorriente de sus parientas.

Ese es el caso de Aglaoctenus lagotis, una de las especies a las que se llama comúnmente arañas lobo de tela en embudo y que representan menos del 1% de las arañas lobo. A diferencias de la gran mayoría de las integrantes de su familia, Aglaoctenus lagotis fabrica telarañas en las que vive toda su vida (excepto los machos en los períodos en que salen a buscar a las hembras).

Las telas que hacen estas arañas son bastante peculiares. Se valen de estructuras vegetales para sostener las construcciones tridimensionales que crean y en las que forman una suerte de embudo que usan como refugio. Algunas de estas características inusuales, sumadas a que tienen en nuestro país su punto de distribución más austral, han motivado que se la clasifique una especie prioritaria para la conservación en Uruguay.

Crías en tela materna. Foto: C. Toscano-Gadea.

Crías en tela materna. Foto: C. Toscano-Gadea.

¿Cómo y por qué evolucionó este rasgo en unas poquísimas arañas de esta familia, cuya gran mayoría de especies prescinden de la tela? Antes de intentar responder esta pregunta, hay que aclarar que esto puede ser al revés. ¿Será la tela el rasgo más antiguo y son las arañas errantes las que adquirieron este comportamiento vagabundo en tiempos más recientes, extendiéndolo con éxito en toda la familia?

Hay mucho debate al respecto y nada muy claro aún, aseguran las aracnólogas Nadia Kacevas, Leticia Bidegaray y Macarena González, mientras observan un ejemplar de Aglaoctenus lagotis que descansa sobre su curiosa tela, dentro de un cubículo especialmente construido para ella en el IIBCE.

Por eso se ha vuelto tan interesante estudiar este tipo de especies, aunque hay que reconocer que el caso de Aglaoctenus lagotis es particular y aporta motivos adicionales para investigarla. Las aracnólogas publicaron un trabajo en el que muestran que lo que parecía ser una especie sola, con una distribución amplia que va desde Uruguay a Colombia, son en realidad dos, aunque aún no culminaron con la descripción formal que dará nombre a la especie nueva. La coloración, el comportamiento, la diferenciación genética y el hábitat que ocupan, entre otros puntos, justifican esta diferenciación.

Una de estas dos especies –o formas, como las denominan por el momento– es especialista de pastizales y casi endémica de Uruguay, ya que hasta hace poco sólo estaba registrada en nuestro país (recientemente se la halló también en una partecita de la provincia de Buenos Aires). Probablemente el trabajo que las describa formalmente como especies distintas –y bautice a la especialista– ayudará a aclarar confusiones en su distribución.

“Hablando con Macarena y Anita Aisenberg de las diferencias entre ambas formas y teniendo en cuenta su distribución, se nos ocurrió que era interesante comprobar si una se dispersa más que la otra y si la que es más especialista era capaz de hacer ballooning”, cuenta Leticia.

La duda tiene su lógica. Las arañas capaces de volar no eligen su destino y hacen por lo tanto una apuesta de riesgo, que es menor para las especies más generalistas y mayor para las que dependen mucho de un tipo de ambiente. En escala humana, esta disyuntiva es equivalente a tomarse un avión sin saber el destino. Si uno carece del equipaje adecuado, probablemente será menos propicio a hacerlo y arriesgarse a acabar en pantalones cortos en Alaska.

Con el fin de dilucidar esta y otras dudas que planteaba la forma especialista de Aglaoctenus lagotis, como por ejemplo estudiar la estructura genética de sus poblaciones o comprobar cuán fragmentadas están por los cambios de uso del suelo, Nadia Kacevas tomó la posta para su tesis de maestría. Como la araña siempre sigue a la jugadora (literalmente, porque Nadia juega al futsal), las encontró pronto en la chacra de su familia en San Jacinto (Canelones), lugar donde llevó a cabo algunos de sus estudios.

“En San Jacinto estaban por todos lados, y noté que cuando las crías comenzaban con su vida solitaria se iban quedando cerca de la tela de la madre”, comenta Nadia. Parecían tan poco dispuestas a salir del rango materno como aquellos hijos de familias uruguayas que recién se independizan, pero siguen gravitando alrededor de lo de sus padres a la hora del almuerzo.

Esta observación, sumada a las anteriores, llevó a Nadia y sus colegas a diseñar un experimento para comprobar si los juveniles de esta especie tan peculiar eran capaces de hacer ballooning, algo que no había sido registrado hasta entonces en ninguna araña de tela en embudo. El resultado de sus investigaciones es un trabajo que lleva la firma de Nadia Kacevas, Macarena González y Leticia Bidegaray, del Departamento de Ecología y Biología Evolutiva y el Departamento de Biodiversidad y Genética del IIBCE, y de Noelia Gobel, del Museo Nacional de Historia Natural y el Departamento de Ciencias Biológicas del Centro Universitario Regional Litoral Norte Paysandú de la Universidad de la República. En la publicación las arañas muestran, una vez más, por qué no hay que juzgarlas antes de tiempo.

Vuela vuela...

Las investigadoras eran escépticas sobre las capacidades voladoras de Aglaoctenus lagotis y así lo dejaron en claro en su trabajo. “Aunque la dispersión aérea es una estrategia común en arañas, la hipótesis es que la Forma I de Aglaoctenus lagotis no presenta este comportamiento, algo que se debe a la especificidad de hábitat demostrada por la especie y la permanencia observada de un alto porcentaje de las crías alrededor de la tela maternal”, señalan.

Para ponerlo a prueba, realizaron experimentos tanto en el campo como en laboratorio. Para estos últimos, colocaron a juveniles de Aglaoctenus lagotis en una suerte de islita con arena y pastos altos, que les permitían trepar y volar si lo deseaban (su pista potencial de despegue, digamos). Luego, dispusieron en otra mesa un ventilador en un ángulo de 45 grados, que generaba una corriente de aire continua a la velocidad máxima que induce el comportamiento de ballooning, tal cual fue reportado en otros estudios.

Como control positivo –para corroborar que las condiciones del experimento eran las adecuadas– las pruebas se realizaron también con otra especie: Schizocosa malitiosa, una típica araña lobo de jardín que convive con Aglaoctenus lagotis y que es una consabida experta en ballooning.

Cada prueba de laboratorio consistía en colocar a tres arañitas de la misma madre en este dispositivo durante un total de 15 minutos o hasta que las tres hicieran ballooning. Realizaron pruebas tanto de día como de noche y anotaron cuidadosamente todos los comportamientos previos al “despegue”, incluyendo los ya mencionados tiptoeing y dropping on dragline.

En el campo, mientras tanto, las investigadoras colocaron en un pasto alto una a una a cada araña de las dos especies y verificaron cuál era su comportamiento, además de corroborar que la intensidad del viento no superara la máxima usada en el laboratorio.

Leticia Bidegaray, Nadia Kacevas y Macarena González, en el Instituto Clemente Estable.

Leticia Bidegaray, Nadia Kacevas y Macarena González, en el Instituto Clemente Estable.

Foto: Mara Quintero

Mantuvieron a los ejemplares junto a sus madres todo el tiempo antes de los experimentos, con el objetivo de simular la coexistencia que tienen en condiciones naturales, y una vez acabadas las pruebas las liberaron en las mismas localidades donde las recolectaron.

La Forma I de Aglaoctenus lagotis vive exclusivamente en los pastizales, uno de nuestros ecosistemas más amenazados. Saber si es capaz de volar es interesante para estudiar la evolución de este comportamiento en las arañas, pero también es fundamental para la supervivencia de la especie en el futuro. Sin ánimo de spoilers, podemos adelantar que estuvo a la altura de las circunstancias.

... no te hace falta equipaje

Contrariamente a lo que pensaban las investigadoras, Aglaoctenus lagotis demostró ser muy capaz de hacer ballooning, aunque no perdió la ocasión de revelar su rebeldía también en este comportamiento.

Es más, la frecuencia con la que lo hizo no marcó diferencias significativas con Schizocosa malitiosa, en la que este comportamiento está ampliamente reportado: hubo un 88% de probabilidades de registrar un intento de ballooning en laboratorio para A. lagotis ante un 86% de S. malitiosa, mientras que en el campo fue de 83% y 70%, respectivamente.

El 30% de los intentos de ballooning fueron exitosos para Aglaoctenus lagotis en el laboratorio y 48% en el campo. Para Schizocosa malitiosa los porcentajes fueron de 44% y 20%, respectivamente. Como vemos, no parece que la primera tenga nada que envidiarle a la segunda en esto de salir por los aires.

Hubo sí una diferencia notable que vuelve a Aglaoctenus lagotis una rara avis (¿o rara araneus?) dentro de las arañas que hacen ballooning. Por decirlo gráficamente, mientras la mayoría prefiere elevarse en globo lanzando su seda al viento, esta araña de tela de embudo se inclina por el bungee jumping.

Araña lobo A. lagotis realizando dropping on dragline y ballooning

Video gentileza Nadia Kacevas.

Expresado más formalmente, el comportamiento típico que antecede al ballooning en las araneomorfas –como lo es esta especie– suele ser el tiptoeing, ese movimiento ya explicado en el que elevan el abdomen y estiran las patas como una bailarina, pero Aglaoctenus lagotis no lo registró ni una sola vez en las pruebas de laboratorio y de campo. En lugar de eso, optaba exclusivamente por el dropping on dragline, que, como dijimos, consiste en descolgarse de un hilo y dejarse llevar por el viento.

Es la primera vez que en un estudio de este tipo en el gran grupo de las araneomorfas no se registra el comportamiento de tiptoeing o “ponerse en puntas de pie”, como podría traducirse. “La ausencia de esta conducta no la esperábamos”, confiesa Macarena.

Además, el trabajo constituye el primer registro en el mundo de una araña de tela en embudo capaz de volar mediante ballooning. Las Aglaoctenus lagotis son algo así como los hermanos Wright de este tipo de arañas.

Estos hallazgos abren nuevas preguntas, como suele ocurrir en este tipo de trabajos. ¿Por qué evolucionaría esta capacidad para volar en una araña que parece tan especialista? ¿Y por qué únicamente con esta técnica? La pregunta que estos animales podrían hacerse, tal cual sugiere el título del trabajo en alusión a una canción de The Clash, es “¿debo quedarme o debo volar?”. Las respuestas están soplando (literalmente) en el viento, a la espera de nuevas investigaciones.

Arañas low cost

“¿Por qué esta especie hace ballooning pese a lo que suponíamos? Porque la enseñanza con las arañas es que todo lo que pensás que no va a pasar, pasa”, bromea Leticia.

Estudios previos han sugerido que la técnica de ballooning que usan estas arañas (el dropping on dragline) podría ser menos eficiente en comparación con el tiptoeing, ya que la mayoría de las arañas aterrizarían cerca de donde despegaron y sólo ocasionalmente lograrían movilizarse a grandes distancias. Digamos que es como tomar un avión de una aerolínea low cost que sólo te lleva a destinos cercanos, en vez de un Boeing 747 que puede cruzar el Atlántico.

“Sin embargo, es posible que al repetir este comportamiento sucesivas veces, las arañas puedan cubrir distancias mucho más grandes y por lo tanto lograr una dispersión mucho mayor que si deambularan”, aclara el trabajo. Harían vuelos con muchas escalas, por seguir la metáfora aeronáutica.

“Estas arañas tienen en promedio entre 80 y 100 crías en una camada. Y uno lo que ve alrededor de la tela materna serán diez, 15, 20 crías. ¿Dónde están las otras? Quizá ese mecanismo de dispersión aérea ayuda a que no queden todas próximas. Pero creo que deben dispersarse de a tramos cortos”, ensaya Macarena como explicación.

Determinar cuánto incide la ausencia de tiptoeing en esta especie y entender cuán lejos se dispersan en estos vuelos de ninjas colgantes es un punto a estudiar en el futuro, aunque hacerlo no es sencillo.

Los resultados de este trabajo ayudan a poner una piecita más en el puzle que busca entender cómo evolucionó el ballooning en arañas y las técnicas para hacerlo. “¿A qué se debe que actúe así? ¿A que es una araña de tela? ¿Cuánto incide el hábito de vida que tiene? ¿Cuánto la familia?”, se pregunta Macarena.

El trabajo también sugiere que sería interesante estudiar si la tendencia a hacer ballooning varía según el grado de fragmentación de los ambientes. Es decir, si los individuos son capaces de evaluar su sitio de nacimiento y usar eso como insumo para decidir si se dispersan mediante el vuelo o no.

Esto es muy importante para su conservación, aclara Leticia. Dispersarse efectivamente puede ayudarla a evadir la endogamia y colonizar nuevos lugares cuando el ambiente está amenazado, entre otros factores.

“Yendo a algo más tangible de prácticas de conservación, es importante saber la potencialidad que tienen los animales de poder zafar de determinadas situaciones. Sobre todo en este tipo de especies, que son prioritarias y viven en un ambiente amenazado”, agrega.

En esta dirección apuntan también otros aspectos de la tesis de maestría de Nadia, dedicados al estudio de la estructuración genética de la población de la Forma I de esta especie. Eso permitirá ver “si las poblaciones están aisladas, conectadas, e incluso dar información sobre su capacidad de dispersión y entender si permite el intercambio de individuos entre las poblaciones”, dice Nadia.

Esa información puede relacionarse con los cambios climáticos previstos en los ambientes. “Sería interesante ver si su capacidad de dispersión le permite modificar su distribución hacia zonas que en el futuro van a ser aptas para la especie. Por ejemplo, cruzar la barrera del Río de la Plata y extender su distribución hacia las zonas de pastizales de Argentina o al sur de Brasil”, agrega,

En este sentido, la aparición en Argentina de la Forma I de Aglaoctenus lagotis –la especialista de pastizales–, limitada hasta hace poco a Uruguay, plantea preguntas interesantes.

“Estamos haciendo unos modelos de distribución a futuro, con base en modelos climáticos, y encontramos que en Uruguay se reduciría gran parte de la distribución potencial, quedando restringida al sur del río Negro, pero empezarían a aparecer zonas de idoneidad en Argentina, por ejemplo, en la zona sur de la provincia de Buenos Aires. La aparición reciente de esta forma en Argentina ¿implica que se está dando antes de lo previsto esta transición? ¿O que siempre estuvo y no se registró?”, se pregunta Nadia.

Es fácil imaginarse a Aglaoctenus lagotis como una especie de Aarón de Anchorena arácnido a la inversa, cruzando por vía aérea de Uruguay a Argentina pese al escepticismo sobre su capacidad para lograrlo, pero responder estas preguntas es complejo y llevará probablemente a caminos inesperados. El ancestro común de las dos formas de esta especie tiene aproximadamente dos millones de años de antigüedad, tiempo en el que se produjeron muchos cambios ambientales en nuestra región.

Tal cual han dejado en claro más de una vez las arañas, animales sorprendentes, diversos, plásticos y llenos de secretos por descubrir, cada vez que uno cree tener las respuestas, cambian las preguntas. Como en el proverbial agujero de conejo de Alicia, uno no sabe nunca dónde terminará si se desliza por él.

Artículo: Should I stay or should I fly: Aerial dispersal in a funnel-web wolf spider from the grasslands of southern South America
Publicación: Ethology (febrero de 2024)
Autores: Nadia Kacevas, Leticia Bidegaray, Noelia Gobel y Macarena González.