En agosto de 1838 echó anclas en Montevideo el barco francés Louise Marie, que traía a bordo al botánico y viverista Pedro Margat, nacido en Versalles. Había sobrevivido a un naufragio en el canal de la Mancha tan sólo un año antes, luego de trepar a uno de los mástiles de la embarcación que lo trasladaba, pero no dejó que la experiencia disminuyera su pulsión por viajar. Cuando el verano llegó a Europa decidió partir rumbo a América del Sur con el objetivo central de buscar plantas, casi con la misma suerte que en su aventura anterior: una tormenta persistente estuvo a punto de hundir el barco poco antes de arribar a Montevideo.
Su destino final era Chile, pero pensaba aprovechar la escala en Montevideo para vender algunas plantas que traía de Europa, un plan que quedó bastante limitado por el tumulto de la guerra civil que desembocaría pronto en la Guerra Grande.
Al final cambió de planes y decidió afincarse definitivamente en Montevideo, pese a “los olores hediondos e insalubres de la ciudad”. Una vez establecido, pidió a sus padres que le enviaran nuevos cargamentos de plantas a Uruguay para proseguir con sus negocios de comercialización de especies vegetales. Según consta en sus diarios de viaje, rescatados por el historiador Juan Pivel Devoto, pronto comenzó a vender y plantar especies exóticas en quintas, jardines y espacios urbanos. Entre ellas, el ligustro (Ligustrum lucidum).
No podemos decir con total certeza que haya sido Margat el primero en traer el ligustro a Uruguay, pero sí que hizo mucho por popularizarlo y extenderlo a quintas y jardines (trabajaba sobre todo en Montevideo, pero también hacía envíos a Colonia y San José, como consta en sus escritos). Incluso si su barco hubiera naufragado, como estuvo a punto de hacer, es razonable pensar que la llegada del ligustro al país sólo se habría retrasado un tiempo, porque hoy esta especie ha conquistado todos los continentes menos la Antártida.
Para 1851 este árbol de origen asiático –de China, más precisamente- –era lo suficientemente conocido en Uruguay como para ser mencionado en poemas en publicaciones uruguayas, y a partir de 1886 la revista quincenal de la Asociación Rural del Uruguay fomentó activamente su plantación, junto a muchas otras especies exóticas.
Por entonces aquello parecía muy buena idea. El ligustro tiene una fisonomía muy bonita, da flor, y su follaje es brillante y persistente, algo ideal para propósitos ornamentales. Lo que ni Margat ni nadie más sabía era que en realidad estábamos dando cobijo a un asesino que aprovechó nuestro buen recibimiento para empezar a expandirse por el país.
El ligustro tiene una combinación de características que lo hacen mortífero para los árboles y plantas que habitan nuestros bosques nativos, relacionadas con el rasgo que domina el funcionamiento de los bosques: el acceso a la luz. En estos ecosistemas, lo que permite generalmente la coexistencia es que aquellas especies que crecen rápido y son buenas competidoras por la luz, son malas dispersándose, y las que son buenas dispersándose generalmente compiten poco.
El problema es que el ligustro tiene lo mejor de ambos mundos y cambia así las reglas del juego. Es muy buena dispersándose porque produce más semillas y frutos que el resto (tiene sus cómplices, como veremos más adelante) y, para peor, cuando llega, crece más rápido y más alto que las demás. Encima, es muy tolerante a distintos tipos de ambiente y rangos de temperatura.
¿El resultado? Termina ahogando a los organismos vegetales que se encuentran por debajo, igual que un náufrago que en su afán por salir a respirar a la superficie termina hundiendo a otros que buscan hacer lo mismo (de esto sí sabía Margat). Al final, si se le da suficiente tiempo, el ligustro se convierte en el matón del bosque invadido y termina prácticamente como su único habitante.
Tarde piaste
Recién a finales del siglo XX, más de 160 años después de que Margat llegara y se pusiera a plantar sus ligustros, comenzamos a percatarnos de los perjuicios que estaba ocasionando. “De a poco nos fuimos dando cuenta de que al mover especies de un lado para otro estábamos generando un montón de efectos negativos. La principal amenaza hoy para los bosques es de hecho la aparición y expansión de especies exóticas invasoras”, cuenta el ecólogo Alejandro Brazeiro en la Facultad de Ciencias.
Su trabajo lo ha dejado dolorosamente claro. Desde hace un tiempo está usando a modo de laboratorio vivo un bosque de Melilla que hoy está invadido por el ligustro. En los años 80, sin embargo, esa especie no estaba presente allí.
En algunas parcelas de ese bosque, Alejandro y sus colegas marcan los árboles para hacer un seguimiento y comprobar cómo crecen, y si viven o mueren. Hace cuatro años, todavía había parcelas en las que los ligustros no hacían mucha mella a los coronillas, la especie nativa dominante en los bosques del sur de Uruguay. “Eso ya no es así. Ahora los árboles más altos son los ligustros, que ya pasaron a los coronillas, y en ese tránsito de 100 metros se ve una gran cantidad de coronillas muertos o agonizantes que hace cuatro años estaban vivos”, cuenta Alejandro.
Como buen matón, el ligustro ataca en patota, por decirlo de algún modo. Además de los ligustros que logran abrirse paso y acaparar la luz en lo alto de los bosques, hay un ejército de pequeños reclutas esperando su oportunidad: los árboles juveniles que aguardan a que los mayores mueran de viejos o caigan por un fuerte viento para ocupar así su lugar en el bosque. Esta especie forma un colchón de reserva extraordinariamente abundante y que supera por lejos a las especies nativas. En el bosque de Melilla que examina Alejandro, por ejemplo, la proporción de estos reclutas es cercana a 100 ligustros por uno nativo. “Es un tema de tiempo: cuando quede un espacio, el que llegará ahí, sin dudas, va a ser un ligustro”, señala Alejandro.
Al igual que los terroríficos trífidos, las plantas de la famosa novela de ciencia ficción de John Wyndham, los ligustros aprovecharon los potenciales beneficios que ofrecían a los humanos para extenderse por campos y jardines con consecuencias lamentables e inesperadas, sólo que en este caso muy reales.
Más allá de estas experiencias a escala local, a Alejandro le interesaba entender qué está ocurriendo con el ligustro a escala nacional, más específicamente en qué fase de la invasión de esta especie exótica nos encontramos y cuáles son los factores y mecanismos que explican su expansión en el territorio nacional. Eso mismo investigó en un artículo reciente que publicó junto a Juan Olivera, Alejandra Betancourt, Ignacio Lado, Federico Haretche y Alexandra Cravino, todos del Instituto de Ecología y Ciencias Ambientales de la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República, y David Romero, del Departamento de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Málaga, España.
Tan ligustrados como valientes
A los investigadores les interesaba centrarse en dos etapas clave de la invasión de especies invasoras: el establecimiento y la dominancia. Para esto se valieron de varias herramientas complementarias.
Usaron los datos del Inventario Nacional Forestal, que hizo muestreos extensivos de bosques en todo el país, registrando las especies de árboles nativos y exóticos en 1.525 parcelas de 20 por diez metros, y le sumaron nuevos datos derivados de los trabajos de campo que en todo el país vienen haciendo para determinar la presencia o ausencia de ligustro.
Eso les permitió hacer uno de los primeros mapas de distribución de la presencia del ligustro en Uruguay, pero necesitaban un método efectivo para medir el grado de dominancia de la especie en los bosques. La ayuda llegó gracias al aporte de Juan Olivera, un estudiante de la Maestría de Ciencias Ambientales recientemente recibido, que trabaja con imágenes satelitales muy precisas (resolución espacial de diez por diez metros) y que desarrolló un método que permite distinguir áreas de bosque invadidas con al menos un 60% de cobertura de ligustro en el dosel (follaje) del bosque. La radiación reflejada (el brillo) por el follaje del ligustro lo delata, porque su comportamiento es diferente al del bosque nativo. Un bosque altamente invadido por ligustro tiene un follaje muy denso y persistente todo el año, mientras que el follaje del bosque nativo varía a lo largo del año (es muy denso en primavera-verano y menos denso en otoño-invierno).
La herramienta era prometedora, pero había que “enseñarle” para que fuera lo más precisa posible. Esto lo lograron yendo a zonas de bosque invadidas por el ligustro y a zonas sin ligustro, para evaluar cuán bien se comportaba la herramienta para discriminar entre áreas invadidas y no invadidas. De este modo fueron “alimentando” el modelo para que pudiera predecir en la forma más efectiva posible el grado de invasión del ligustro en el resto del territorio nacional.
Por último, para chequear el grado de eficiencia de la herramienta, usaron drones para sacar fotos a algunas parcelas de bosques en época de florecimiento del ligustro y contrastaron los resultados con las predicciones satelitales. Según Alexandra Cravino, encargada de esta parte del trabajo, desde arriba las flores del ligustro (de color blanco-crema) parecen coliflores, lo que permite distinguirlos bien. La herramienta resultó efectiva en 87,5% de los casos, un porcentaje muy alto.
Video de dron en bosque invadido por ligustro (flores amarillas) en Colonia. Gentileza Alexandra Cravino.
Todo este trabajo minucioso les permitió corroborar que el ligustro está establecido actualmente en 13,4% del total de nuestros bosques y que domina –es decir, ocupa al menos el 60% del follaje– en 1,2%. Los bosques invadidos por el ligustro se concentran en la zona sur y suroeste del país, con un patrón de difusión que parte desde esa región al resto del territorio.
Según los modelos climáticos, todos los bosques uruguayos son aptos para el ligustro. ¿Por qué, entonces, no se ha extendido a todas partes? Aunque hay factores a pequeña escala que podrían estar operando para retrasar la invasión del ligustro, la explicación más probable que ofrece Alejandro es la más simple: es sólo una cuestión de tiempo.
Por eso es tan importante entender cuáles son los mecanismos que están operando detrás de la invasión, que fue otro de los aspectos cruciales de este trabajo.
Una semilla en hombros de gigantes
“¿Cómo explico yo que un sitio esté muy invadido y otro no? ¿Por qué un sitio puede llegar a invadirse?”, se pregunta Alejandro. Eso depende básicamente de dos grandes procesos, responde. Por un lado, la presión de propágulos, es decir, de la cantidad de individuos o semillas de ligustro que llegan a un nuevo ambiente y la frecuencia con que lo hacen.
En este aspecto, hay que decir que como los ligustros producen una gran cantidad de frutos incluso en otoño e invierno, cuando la oferta de los bosques es limitada, consiguen cómplices ideales para dispersarse con más éxito aún: las aves, que los comen en abundancia y trasladan así las semillas a los bosques.
El otro proceso en juego es la invasibilidad, es decir, cuán permeable es un sitio a la invasión, porque puede estar muy sometido a la presión de propágulos pero, sin embargo, ser resistente.
Para entender cuáles son las variables que entran en juego en el establecimiento y la dominancia del ligustro en el país, y cómo inciden esas variables en estos dos mecanismos mencionados, los investigadores crearon 42 potenciales predictores. Unos eran ambientales (clima, hábitat, topografía, hidrología, etcétera) y otros antrópicos (distancia a urbanizaciones, rutas, cantidad de ganado, distancia de las forestaciones, etcétera). Con ayuda de un software, digitalizaron todas estas variables sobre una grilla de parcelas de 1x1 kilómetro, y usaron modelos estadísticos para evaluar sus efectos sobre la probabilidad de presencia y grado de dominación del ligustro.
Los resultados muestran que la invasión del ligustro viene a caballo de la actividad humana. El modelo detectó que la probabilidad de ocurrencia del ligustro era mayor en las parcelas más cercanas a urbanizaciones, vías férreas, forestaciones y caminos, mientras que las variables ambientales que parecen favorecerlo son los suelos más limosos y la proximidad a ríos.
Los suelos rocosos y los bosques nativos densos y saludables, por el contrario, parecen tenerlo más a raya. Un bosque degradado, ya sea por tala selectiva o por alteraciones en el ciclo hidrológico, es menos resistente y más permeable a la invasión.
Para dejar más clara la influencia del ser humano, podemos plantearlo así: al plantar ligustros en jardines o cercos vivos, estamos convirtiendo esos puntos en fuentes de semillas que las aves transportan a bosques nativos cercanos. Por lo tanto, mientras más cerca esté el bosque de un área urbana, más posibilidades de ser invadido tiene.
Las carreteras también influyen. “Los caminos en los que hay más movilidad humana e incluso las vías férreas pueden funcionar como corredores biológicos, porque muchas semillas viajan porque la gente las lleva sin querer, en un vehículo o en la ropa”, cuenta Alejandro.
Más allá de la influencia de estos factores, el patrón de distribución del ligustro se explica principalmente por una cuestión espacial que está vinculada con su historia, lo que nos lleva de vuelta a Margat y a aquellos botánicos pioneros que quisieron embellecer los jardines y plazas de las ciudades más viejas del país, con buenas intenciones y malas consecuencias.
“Este es un proceso que no está asentado aún, sino que está ocurriendo. Lo que muestra el trabajo es que hay una señal clara de origen. Mientras más cerca de Colonia, de San José y de Montevideo esté un bosque, más probabilidad hay de que esté invadido por el ligustro”, dice Alejandro. Algo similar ocurre con la otra especie invasora que está afectando gravemente a nuestros bosques: la corona de cristo o acacia negra (Gleditsia triacanthos), también concentrada en esta región. Entonces, no es que el ligustro esté ausente en algunas regiones porque allí las condiciones no son óptimas, sino porque aún no ha tenido tiempo para llegar. Pero avanza y nos obliga a tomar medidas.
El dilema de la Hidra
Una regla básica en el combate de las invasiones biológicas es que se debe actuar preventivamente, porque pasado cierto punto la erradicación de las especies exóticas se hace imposible. No podemos viajar en el tiempo para advertir a los botánicos como Margat o a las autoridades sobre los peligros del ligustro, pero eso no significa que haya que dar la batalla por perdida.
Con una invasión que está actualmente en expansión y que se inició al menos hace 175 años, más la información que tenemos tras dos décadas de recolectar evidencias sobre sus perjuicios, es curioso que algunas medidas no se hayan puesto en práctica aún. Eso, por suerte, está por cambiar.
“Nuestros resultados sugieren que sería apropiado enfocar esfuerzos en prevenir el establecimiento del ligustro en áreas propicias a las que todavía no ha llegado, y en controlar el crecimiento de la población en áreas de relevancia ecológica (por ejemplo, áreas protegidas) que ya han sido colonizadas, pero aún no están dominadas. Dado que ciudades, pueblos y otros establecimientos humanos menores juegan un rol relevante como focos secundarios de dispersión del ligustro, es clave tomar medidas que aborden dichos problemas, controlando las actuales poblaciones urbanas de Ligustrum lucidum y prohibiendo su plantación”, concluye el trabajo.
Es decir, al día de hoy el ligustro todavía se vende y se planta pese a los perjuicios que provoca. “Ahora con el Comité Nacional de Especies Exóticas Invasoras estamos trabajando en un decreto para que por lo menos no se comercialice más en los viveros. Hace tiempo que se está planteando esto, y ahora se ha podido avanzar en las cuestiones más legales, ya hay un borrador, y pronto tendremos un decreto para prohibir la comercialización”, cuenta Alejandro.
“El tema es cómo pasar a un plan de acción, porque yo creo que si no se hace nada el ligustro se va a desparramar en gran parte de los bosques, más allá de que los que están mejor conservados tendrán mejores chances de resistir”, advierte Alejandro.
Alejandro propone hacer un monitoreo anual o bianual en lugares de relevancia ecológica que aún no están dominados por el ligustro. “El avance no es tan rápido, así que si yo veo que aparecen unos arbolitos de ligustro tengo una ventana de oportunidad para eliminarlo. Pero si dejo que se instale una población, es mucho más complicado”, agrega.
Actualmente están experimentando con métodos para controlarlo en el área protegida de Santa Lucía. Por ejemplo, el más usado por los guardaparques de la zona es inyectar herbicidas a los ligustros, que provocan que el árbol muera lentamente, aunque se están probando también otras estrategias.
Combatir el ligustro tiene sus desafíos, porque entre sus muchas virtudes como invasor ha demostrado también tener poderes casi mitológicos. Al igual que la Hidra griega, a la que le crecían varias cabezas cuando se le cortaba una, si simplemente se cortan los ejemplares adultos de ligustro un nuevo ejército de plantines emergerá aprovechando el claro generado.
“Hace tiempo se hizo esto mismo en una zona de Melilla y ahora el lugar está peor. Donde tenías un ligustro cada tanto, hoy hay 20 o 30 adultos finos y altísimos, uno al lado del otro, compitiendo por el acceso a la luz. Eso nos enseñó que no hay que ir como loco matando ligustros adultos por todos lados, sino que además de eso hay que limpiar a los retoños que están esperando una oportunidad. Si hacés eso por dos o tres años seguidos podés dejar el lugar bastante saneado”, explica Alejandro.
Todas estas técnicas cuestan dinero, pero no hacer nada, como bien advierte Alejandro, nos deja una sola alternativa oscura: la expansión lenta y segura de esta especie hasta conquistar el resto de nuestros bosques, con el resultado de muerte por asfixia para la mayoría de las especies nativas. Es como una larga película de terror en la que se revela sobre el final que el asesino siempre estuvo ahí, a la vista de todos.
Artículo: [Disentangling the invasion process of subtropical native forests of Uruguay by the exotic tree Ligustrum lucidum: establishment and dominance determinants] (https://doi.org/10.1186/s13717-024-00512-w)
Publicación: Ecological Processes (junio de 2024)
Autores: Alejandro Brazeiro, Juan Olivera, Alejandra Betancourt, Ignacio Lado, David Romero, Federico Haretche y Alexandra Cravino.