Al comienzo del invierno de 1815, don Dámaso Antonio Larrañaga, por entonces cura de la iglesia Matriz, partió en un viaje desde Montevideo a Paysandú para reunirse con el general José Artigas. Lo acompañaba una comitiva de delegados del Cabildo de Montevideo con una misión: destrabar el conflicto que se había originado entre Artigas y el gobernador de Montevideo, Fernando Otorgués, que ponía en riesgo la estabilidad de la Banda Oriental.

Cuando llegó a Paysandú, sin embargo, la principal preocupación de Larrañaga no era su misión diplomática, aunque se abocó a esa tarea con rigor. Según escribe, estaba “impaciente” por terminar las tareas de la comitiva para poder ir al río y registrar lo que allí había. Recién después del almuerzo pudo bajar al río con algunos de sus acompañantes y observarlo a su antojo, aunque no queda claro si Artigas lo acompañó a satisfacer su curiosidad científica.

La anécdota resume el dilema al que se enfrentaba Larrañaga como naturalista y figura pública en el país naciente. Tenía pasión por el estudio y la investigación del mundo natural, pero se dedicaba a él como podía mientras desarrollaba múltiples obligaciones políticas, educativas y religiosas en las primeras etapas de la República, tanto en el proceso revolucionario como en el período de dominio luso y los comienzos de la nación independiente. Su incidencia en la historia del país fue tan grande que eclipsó el aporte que hizo a varias disciplinas científicas y quizá impidió que publicara en vida sus descubrimientos.

Tan es así que la mayoría de sus trabajos permanecieron en el anonimato durante muchas décadas y todavía hoy, casi 180 años después de su muerte, siguen surgiendo novedades. Por ejemplo, hubo que esperar a 1922 y 1923 para que se publicaran póstumamente sus escritos, cartas y diarios de campo (conocidos como Escritos), tan sólo una parte de su legado científico.

Los manuscritos muestran el detallado conocimiento paleontológico, geológico, zoológico y botánico de Larrañaga, que ya hace más de 200 años aplicaba los criterios de naturalistas ilustres como Carl von Linneo y Antoine de Jussieu, aún hoy utilizados, para describir y clasificar las especies que veía.

Larrañaga encontraba tiempo para oficiar el casamiento de José Artigas, intentar resolver los líos de la convulsionada Banda Oriental y viajar 26 días para resolver un malentendido que hoy llevaría un minuto de una llamada telefónica, pero a la vez investigaba con minuciosidad la naturaleza y se informaba como podía sobre los estudios de la época.

En estas últimas décadas, científicos e historiadores de la ciencia han descubierto y reivindicado algunos de sus aportes en varios campos, pero la tarea está lejos de terminarse, porque los documentos siguen brindando nueva información. Como ejemplo, basta tomar sólo una muestra de sus amplios intereses: la ornitología.

Ilustración de Larrañaga del chorlo cabezón.

Ilustración de Larrañaga del chorlo cabezón.

Detectives de aves

En 1998, el investigador uruguayo Rodolfo Escalante se abocó a la ardua tarea de bucear en los apuntes ornitológicos de Larrañaga para interpretar sus descripciones anatómicas de aves y, bajo el nombre Las aves de Larrañaga, confeccionó una lista de 123 especies mencionadas por el sacerdote, muchas de las cuales habrían sido primeras descripciones para la ciencia de haberse publicado en su tiempo. Se trata de un libro muy valioso y sin embargo poco conocido.

Washington Jones, biólogo encargado de la colección de aves del Museo Nacional de Historia Natural (MNHN), tenía muy presente ese libro cuando en 2023 decidió preparar una conferencia sobre los aportes de Larrañaga a la ornitología. Al igual que Escalante, también se sumergió en los textos del sacerdote, pero al intentar dar brazadas entre tantos papeles descubrió que desde 1998 había una montaña de nuevo material para revisar.

Por ejemplo, la publicación de dos extensísimos tomos del Diario de Historia Natural de Larrañaga, que recién conoció la luz en 2015. Además, Jones tenía a disposición la biblioteca del ornitólogo Juan Cuello, donada por su familia tras su fallecimiento, en la que se encontraban los Escritos originales de Larrañaga más los Atlas con todas sus ilustraciones.

“Cuando preparé la charla me di cuenta de que había un montón de cosas inéditas, que no estaban en el libro de Escalante y de las que no se sabía absolutamente nada, y decidí hacer algo al respecto”, cuenta Washington, rodeado de ejemplares de aves en la colección del MNHN. No estuvo solo en la tarea. Su socio fue Carlos Calimares, curador de los ejemplares de aves del Museo de Historia Natural Dámaso Antonio Larrañaga.

Era la dupla de detectives perfecta para este caso. Los dos son especialistas en aves, desempeñan funciones en museos que honran la memoria de Larrañaga –el sacerdote presidió honorariamente la comisión fundadora del MNHN– y además ya trabajan juntos en una guía ilustrada de aves de Uruguay, aprovechando los talentos de Carlos con la pluma.

Ambos se abocaron a una tarea de pesquisas y deducciones que dio sus frutos en una investigación publicada recientemente. Para ella revisaron todos los textos e ilustraciones sobre aves que dejó Larrañaga y, como dice Carlos, “debieron ponerse en la piel del padrecito” para interpretar a qué especies se refería y ajustar a la nomenclatura actual los nombres que él les daba.

Los resultados corroboran el gran aporte de Larrañaga a la ornitología, muestran la reputación que hubiera obtenido como experto en esta área si hubiera publicado sus descripciones en el tiempo que le tocó vivir, y también abren una ventana para apreciar el mundo natural que rodeaba por entonces al sacerdote y los demás montevideanos.

Las aves descubiertas por Larrañaga

En esta nueva revisión de las aves de Larrañaga, Washington y Carlos lograron aumentar la lista de Escalante de 124 a 133 aves, además de actualizar la nomenclatura y discutir en profundidad algunos registros en duda. “Quizá podríamos haber hecho más, pero hay algunas que quedaron con signo de pregunta porque no es suficiente la información que proporciona Larrañaga como para darse cuenta de qué habla”, confiesa Washington.

“Si Larrañaga hubiese publicado en su período de actividad científica (1799-1824) sería la autoridad taxonómica de 29 especies de aves”, señalan en su trabajo. Esto significa que habría descrito 29 especies de aves nuevas para la ciencia y se habría convertido en una autoridad reconocida a nivel mundial en este campo. Esto es contrafáctico, naturalmente, porque Larrañaga andaba ocupado lidiando con el nacimiento del país y no publicando sus observaciones, pero es también revelador. Según Washington, muestra asimismo cuán minucioso era.

“Se trata de 29 especies que él mencionó con nuevos nombres, siguiendo las reglas de Linneo, poniendo la descripción e incluso las medidas, y por lo tanto en esa época calificaban sobremanera para que pudieran ser aceptadas como la descripción original de la especie”, cuenta.

“Se puede concluir que la mayoría de sus descripciones ornitológicas superan en calidad, detalle y profundidad a la de varios naturalistas contemporáneos, que incluso finalmente pudieron publicar sus observaciones”, indica el trabajo.

Además, si bien no disponía de dibujantes expertos, como ocurría con otros naturalistas de la época, a sus varios talentos se sumaba que era un buen ilustrador. “Sus ilustraciones ayudan mucho. Yo no dejo de asombrarme, porque hay que tener en cuenta las revueltas de la época. Podía caerte un cañonazo cuando estabas sacando punta al lápiz, pero la mayoría de sus ilustraciones de aves te permiten saber inmediatamente de qué animal se trata, era muy fidedigno en los detalles”, afirma Carlos.

Pecho colorado dibujado por Larrañaga que podría ser una loica pampeana (cabeza esquina superior derecha, ilustraciones de Carlos Calimares)

Pecho colorado dibujado por Larrañaga que podría ser una loica pampeana (cabeza esquina superior derecha, ilustraciones de Carlos Calimares)

Aunque las ilustraciones que dejó Larrañaga no siempre están asociadas a un nombre o una descripción, Washington y Carlos sumaron varias al trabajo –así como dibujos del propio Carlos– para mostrar y discutir marcas específicas de las que habla el sacerdote en sus textos.

Hay que aclarar que algunos de los documentos de Larrañaga se han perdido y que es posible que varias ilustraciones tuvieran en su momento su descripción correspondiente. Un trabajo de Adrián Azpiroz de 2014, por ejemplo, identificó en uno de los dibujos de Larrañaga el águila coronada (Buteogallus coronatus), especie de dudosa presencia en Uruguay, y sin embargo no pudo hallar ningún texto asociado a él, excepto una posible alusión genérica en el Diario del Viaje de Montevideo a Paysandú.

En esta lista revisada de 133 especies, los autores incluyeron varios datos valiosos. Por ejemplo, el nombre científico dado en su momento por el propio Larrañaga (o por el naturalista Félix de Azara, cuyos apuntes Larrañaga usaba como guía), el nombre científico actual de la especie, la fecha de avistamiento (que no siempre figura) y comentarios significativos dejados por el propio Larrañaga.

El trabajo no se queda allí. Los autores comentan en profundidad siete registros de especies que les resultan valiosos por tratarse de novedades, por generar dudas interesantes o por tratarse de primeras menciones de especies raras en el país o en la región.

Los registros más novedosos

“Para mí, la gran novedad en este trabajo es el loro de cabeza azul, Thectocercus acuticaudatus, que si bien está descrito para Uruguay es rarísimo y no está registrado en el sur. Larrañaga dice que lo ha visto, aunque raramente, en la cercanía de donde él se mueve, que es Montevideo y Canelones”, cuenta Washington.

Este registro sorprendente, así como otros extraños para el sur del país, nos ayudan “a pensar cómo era la diversidad de especies en la zona meridional de Uruguay” en aquellos tiempos, destaca Washington.

En su trabajo, Washington y Carlos destacan que las observaciones de Larrañaga no sólo hubieran sido primicias y novedades ornitológicas para la época, sino también “un compendio valioso de anotaciones sobre hábitos de diferentes especies y descripción de locaciones en muchos casos muy distintas a las actuales”.

Otra especie destacada es el gavilán ceniciento (Circus cinereus), cuya descripción por parte de Larrañaga, de haberse publicado en su momento, habría anticipado en varios años el primer registro formal de la especie (ver recuadro). En sus discusiones para intentar identificar de qué ave se trataba, Larrañaga compara sus características comunes con otras especies y hace la interesante reflexión de que la naturaleza “no obra cosa ninguna por saltos”.

Entre los demás registros que destacan se encuentran un águila mora (Geranoaetus melanoleucus), cazada en Manga; un águila negra (Buteogallus urubitinga), que Larrañaga identificó aparentemente en el arroyo Miguelete (especie rarísima en el sur aunque registrada por el propio Calimares en Montevideo en 2021); un loro barranquero (Cyanoliseus patagonus), que también habría constituido un primer registro formal para la ciencia, y la duda que queda en la identificación entre un pecho colorado (Leistes superciliaris) y la amenazada loica pampeana (Leistes defilippii), ya que hay detalles de la ilustración de Larrañaga que no parecen coincidir con su descripción.

El trabajo de Washington y Carlos se suma entonces a los esfuerzos de reivindicación de Larrañaga como un naturalista brillante de su tiempo, en la línea de trabajos recientes de otros investigadores del MNHN. Su objetivo en este caso no es establecer la prioridad de Larrañaga en los nombres dados a decenas de especies de aves, una tarea que implicaría otro tipo de discusiones y de éxito improbable, pero deja en claro cuán pionero fue su trabajo y lo mucho que podría haber logrado de no haber estado tan aislado.

La soledad de un naturalista

En sus conclusiones, los autores destacan que Larrañaga fue “un naturalista muy sistemático, preciso observador, exigente, detallista”, que utilizó la metodología de clasificación de Linneo que predomina hoy en día, “a pesar de no poder cotejar con los ejemplares tipo ni acceder a bibliografía necesaria para estos fines”.

Para Washington, lo más impresionante del trabajo de Larrañaga es “la soledad increíble con la que lo hizo”. “En ornitología, por ejemplo, no tenía a nadie que le diera una devolución. Con dos siglos de diferencia lo leés y no sólo ves lo bien rumbeado que estaba, sino que te deja una sensación de soledad fría fría fría, en la que no tenía nadie con quien pudiese hablar”, dice.

Para Carlos, si se consideran las condiciones de la época artiguista, 200 años antes de que comenzaran a usarse aplicaciones e inteligencia artificial para identificar cantos e imágenes de especies, “lo de Larrañaga es admirable”.

Tal cual señala el artículo, las razones de la postergada publicación de los estudios científicos de Larrañaga “puede tener que ver con varios factores: su ajetreada vida pública bastante bien documentada, sus dudas respecto a varias de sus conclusiones (varias de ellas presentes en los Diarios de Historia Natural y Escritos) que no podían ser corroboradas por los expertos mundiales en diferentes temáticas, a pesar de su relación epistolar con algunos naturalistas eminentes de la época, su locación geográfica en una zona del mundo con poco desarrollo científico y apoyo económico para la difusión de estas temáticas, y finalmente, características personales como pudor, inseguridad, o simplemente tomarse su actividad científica como un mero placer intelectual”.

Sus dudas muestran también su vocación científica. “La forma en cómo duda de las cosas y el espíritu escéptico que tiene no son de una persona que está totalmente dogmatizada o encasillada. Y duda de lo suyo pero también de lo de otros autores. Le discute a Linneo, por ejemplo”, destaca Washington.

Washington Jones.

Washington Jones.

Foto: Ernesto Ryan

Una de las grandes conclusiones del trabajo, más allá de la revisión valiosísima de las especies registradas por Larrañaga, es corroborar que su nivel de elaboración, tal cual muestra toda la información que estaba recabando, “está muy por encima de muchos contemporáneos”.

De haber podido organizar y publicar toda esa información, “sin duda hubiera sido uno de los grandes naturalistas de su época, porque era especialista en muchas cosas”, dice Washington. El famoso botánico francés Aimé Bonpland, que viajó a Sudamérica con Alexander von Humboldt, “se maravillaba con Larrañaga”, sostiene. Y aunque Bonpland también pasó tiempos agitados en Sudamérica, al menos en su país natal no tenía que escaparse a los ríos mientras intentaba resolver los grandes problemas de su nación. Napoleón Bonaparte incluso le dio una renta anual por los especímenes que llevó a Francia.

“A Larrañaga le tocó esa época, ese lugar geográfico y ser además protagonista de la historia. Estaba dedicado a múltiples cosas complicadísimas. ¿Qué tiempo podría tener él para eso?”, se lamenta Washington, que incluso se pregunta qué podría haber ocurrido si Charles Darwin se hubiera encontrado con Larrañaga cuando el británico visitó el país.

Muestra de ese espíritu inquieto, que se maravillaba ante la naturaleza que lo rodeaba, intentaba comprenderla y a la vez la observaba con la duda sana del científico, es la frase de Larrañaga con la que se cierra el trabajo: “¡Qué de misterios encontramos a cada paso en la naturaleza que a cada momento nos humillan y nos obligan sin cesar a confesar que sabemos muy poco, y que aún tenemos mucho que leer y observar en este libro encantador si queremos escribir algo con acierto y no decir mil contradicciones!”.

Artículo: Nueva revisión de las aves de Larrañaga
Publicación: Historia Natural (julio de 2024)
Autores: Washington Jones y Carlos Calimares.

Las 29 especies de aves que Larrañaga hubiera bautizado de publicar en su tiempo

Nombre común actual: chiflón o garza amarilla
Nombre científico actual: Syrigma sibilatrix, descrita en 1824
Nombre que le dio Larrañaga: Ardea cyanocephala, en 1808

Nombre común actual: cuervillo de cañada
Nombre científico actual: Plegadis chihi, descrita en 1817
Nombre que le dio Larrañaga: Tantalus lividipodius, en 1810

Nombre común actual: pato capuchino
Nombre científico actual: Spatula versicolor, descrita en 1816
Nombre que le dio Larrañaga: Anas pulchirostris, en 1808

Nombre común actual: pato overo
Nombre científico actual: Mareca sibilatrix, descrita en 1829
Nombre que le dio Larrañaga: Anas macrocephala, en 1814

Nombre común actual: pato de cabeza negra
Nombre científico actual: Heteronetta atricapilla, descrita en 1841
Nombre que le dio Larrañaga: Anas atrirostris, en 1808

Nombre común actual: gavilán ceniciento
Nombre científico actual: Circus cinereus, descrita en 1816
Nombre que le dio Larrañaga: Falco strigioides, en 1808

Nombre común actual: burrito enano
Nombre científico actual: Coturnicops notatus, descrita en 1841
Nombre que le dio Larrañaga: Rallus platensis, en 1819

Nombre común actual: chorlo cabezón
Nombre científico actual: Oreopholus ruficollis, descrita en 1829
Nombre que le dio Larrañaga: Charadrius triangulum, en 1823

Nombre común actual: agachona chica
Nombre científico actual: Thinocorus rumicivorus, descrita en 1829
Nombre que le dio Larrañaga: Valvalis, en 1823

Nombre común actual: gaviota capucho gris
Nombre científico actual: Chroicocephalus cirrocephalus, descrita en 1818
Nombre que le dio Larrañaga: Larus canus, en 1812

Nombre común actual: gaviotín de antifaz
Nombre científico actual: Sterna trudeaui, descrita en 1938
Nombre que le dio Larrañaga: Sterna albida, en 1811

Nombre común actual: paloma de monte
Nombre científico actual: Patagioenas picazuro, descrita en 1813
Nombre que le dio Larrañaga: Columba magna, en 1808

Nombre común actual: torcaza
Nombre científico actual: Zenaida auriculata, descrita en 1847
Nombre que le dio Larrañaga: Columba carolinesis, en 1808

Nombre común actual: paloma montaraz común
Nombre científico actual: Leptotila verreauxi, descrita en 1855
Nombre que le dio Larrañaga: Columba immaculata, en 1808

Nombre común actual: loro barranquero
Nombre científico actual: Cyanoliseus patagonus, descrita en 1818
Nombre que le dio Larrañaga: Psitacus nigroviridis, en 1808

Nombre común actual: carpintero de campo
Nombre científico actual: Colaptes campestris, descrita en 1818
Nombre que le dio Larrañaga: Picus flavicollis, en 1810

Nombre común actual: caminera
Nombre científico actual: Geositta cunicularia, descrita en 1816
Nombre que le dio Larrañaga: Alauda cunicularia, en 1811

Nombre común actual: remolinera
Nombre científico actual: Cinclodes fuscus, descrita en 1818
Nombre que le dio Larrañaga: Alauda viarum, en 1811

Nombre común actual: viudita chocolate
Nombre científico actual: Neoxolmis rufiventris, descrita en 1823
Nombre que le dio Larrañaga: Turdus pratensis, en 1815

Nombre común actual: viudita blanca chica
Nombre científico actual: Xolmis irupero, descrita en 1823
Nombre que le dio Larrañaga: Muscicapa nivea, en 1813

Nombre común actual: vinchero
Nombre científico actual: Satrapa icterophrys, descrita en 1818
Nombre que le dio Larrañaga: Muscicapa flaviventris, en 1815

Nombre común actual: sietecolores de laguna
Nombre científico actual: Tachuris rubrigastra, descrita en 1817
Nombre que le dio Larrañaga: Muscicapa preciosa, en 1812

Nombre común actual: tiquitiqui oscuro
Nombre científico actual: Serpophaga nigricans, descrita en 1817
Nombre que le dio Larrañaga: Muscicapa minima, en 1811

Nombre común actual: golondrina rabadilla canela
Nombre científico actual: Petrochelidon pyrrhonota, descrita en 1817
Nombre que le dio Larrañaga: Hirundo campestris, en 1812

Nombre común actual: golondrina ceja blanca
Nombre científico actual: Tachycineta leucorrhoa, descrita en 1817
Nombre que le dio Larrañaga: Hirundo albifrons, en 1810

Nombre común actual: golondrina azul chica
Nombre científico actual: Pygochelidon cyanoleuca, descrita en 1817
Nombre que le dio Larrañaga: Hirundo minor, en 1810

Nombre común actual: calandria
Nombre científico actual: Mimus saturninus, descrita en 1823
Nombre que le dio Larrañaga: Turdus calandria, en 1808

Nombre común actual: sietevestidos
Nombre científico actual: Poospiza nigrorufa, descrita en 1837
Nombre que le dio Larrañaga: Motacilla bonariensis, en 1811

Nombre común actual: músico
Nombre científico actual: Agelaioides badius, descrita en 1819
Nombre que le dio Larrañaga: Sturnus cinereus, en 1811