1.

Eran tiempos difíciles para hacer ciencia. La tradición y los prejuicios no dejaban ver con claridad. El viejo esquema, en el que la Tierra era el centro del universo, comenzaba a resquebrajarse. Mirando por un pequeño orificio, en este caso de un telescopio que él mismo construyó, Galileo Galilei comenzó a hacer observaciones de Venus que lo convencieron de que el modelo copernicano, en el que la Tierra giraba en torno al Sol, era el que mejor explicaba lo que veía.

2.

Aunque no son tiempos tan difíciles para hacer ciencia, la tradición y los prejuicios a veces nublan la visión. Para los europeos que llegaron a América, los perezosos, esos animales peludos que viven el 99% de su vida en los árboles, eran seres que no podían comprender. Como bien recoge Lucy Cooke en su libro La inesperada verdad sobre los animales, para muchos aventureros exploradores los perezosos resultaban tan “feos” como “inútiles” e incluso eran “las únicas criaturas con las que la naturaleza ha sido cruel”. No pocos se burlaban de la torpeza del animal para moverse y de su desmesurada lentitud. Como Cooke narra bien, estaban planteando mal el problema: los perezosos actuales, de los que existen dos géneros y tres especies, efectivamente son extremadamente torpes... si los observamos caminando por el suelo. En los árboles, donde viven casi toda su vida, las cosas son distintas: se mueven lento, sí, pero allí hacen cosas que para cualquiera de nosotros, gimnastas olímpicas incluidas, serían imposibles.

“La gente suele decir: ¿qué importa el nombre? Bueno, pues importa bastante cuando es sinónimo de un pecado capital”, dice Cooke con su tradicional humor. De hecho, los dos géneros tienen nombres científicos que recogen la mirada prejuiciosa: Choloepus significa “pie estropeado” y Bradypus “pies lentos”.

El asunto es que estos perezosos actuales, que forman parte del grupo de los xenartros, mamíferos americanos conformados por los perezosos (folívoros), los armadillos (cingulados) y los osos hormigueros (vermilinguos), tenían parientes que se extinguieron hace unos 10.000 años. Algunos eran inmensos y fueron entonces llamados perezosos gigantes (o perezosos terrestres, ya que, a diferencia de los actuales, estos sí andaban la mayor parte del tiempo por el piso). En nuestro país se han encontrado fósiles de más de una decena de especies, entre ellos los famosos lestodontes (Lestodon armatus), que llegaban a pesar más de tres toneladas, los glosoterios (Glossotherium robustum), que pesaban en el entorno de una tonelada y fueron descritos a partir de un cráneo colectado por Charles Darwin en Uruguay, y el gigante megaterio (Megatherium americanum), un enorme mamífero que superó las cinco toneladas.

El prejuicio que hizo que los perezosos actuales fueran sinónimo de torpeza y lentitud se pasó, por transitiva, a los gigantes extintos. Dado además que los armadillos actuales y los osos hormigueros también tienen tasas de metabolismo más bajas que los mamíferos que no son xenartros, la idea imperante era que los perezosos gigantes, y también los parientes enormes de las mulitas, los gliptodontes, serían animales de bajo metabolismo, es decir, bastante lentos, de agilidad limitada y con una actitud plasta respecto de otros mamíferos.

En nuestros días, cual Galileos contemporáneos, observando un orificio, ahora no de un telescopio sino de fémures de animales fósiles y actuales, tres paleontólogos ponen sobre la mesa evidencia que va en contra del mal consejo del sentido común y el prejuicio. Gran parte de los perezosos gigantes no eran ni lentos, ni torpes, ni poco gráciles. Lo mismo sucede con varias especies de gliptodontes y armadillos fósiles. Eso es lo que afirman en el artículo Forámenes nutricios del fémur y capacidad aeróbica en xenartros gigantes extintos Luciano Varela, Sebastián Tambusso y Richard Fariña, los tres del Departamento de Paleontología de la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República (Udelar) y del Servicio Académico Universitario y el Centro de Estudios Paleontológicos (SAUCE-P), también de la Udelar.

Así como la pelota busca al jugador, los perezosos gigantes buscan a estos Galileos contemporáneos: los tres estudian los fósiles del Sitio Arroyo del Vizcaíno, cerca de Sauce, en Canelones, un lugar en el que no sólo de cada diez fósiles que se recuperan nueve son de perezosos de lestodontes, sino en el que además, en unos pocos metros cuadrados, hasta el momento han encontrado cinco especies de perezosos que vivieron allí hace unos 30.000 años.

Así que para hablar de este maravilloso trabajo salimos con el metabolismo acelerado al encuentro de Luciano Varela, que nos aguarda en la Facultad de Ciencias.

Abogado de oficio de los xenartros

¿Cómo fue que Luciano y sus colegas se propusieron salir a defender el estado atlético de los perezosos gigantes? Bueno, ellos ya tenían indicios varios, tanto por trabajos propios como de colegas, de que algunos perezosos y armadillos gigantes extintos podrían haber sido más activos que sus parientes actuales. Pero lo que puso a Luciano en movimiento fue una alerta que le cayó al mail en 2016.

“En la casilla tenía una alerta sobre un trabajo acerca del metabolismo o las capacidades aeróbicas, que era un tema que estaba siguiendo. Al leer el trabajo vi que citaban a otro artículo en el que se desarrollaba el método que ahora empleamos y que inicialmente los autores habían desarrollado para tratar de estimar las capacidades aeróbicas de los dinosaurios”, cuenta Luciano.

El trabajo al que se refiere se llama El flujo de sangre a los huesos largos indica la actividad metabólica en mamíferos, reptiles y dinosaurios y había sido publicado por Roger Seymour y colegas en 2011. Con avidez, Luciano lo devoró.

“Leí el trabajo medio rápido para ver de qué se trataba, y el método que usaron está muy claro. Por otra parte, es bastante intuitivo”, comenta. En efecto, el método se basa en medir los forámenes nutricios, orificios en los huesos largos de los animales, como por ejemplo el fémur o la tibia. Por esas aberturas pasan vasos sanguíneos que llevan nutrientes y sacan desperdicios. “La idea es que por un orificio más grande pasa más sangre. Y en teoría, cuanto más sangre pasa, el bicho tiene más capacidades aeróbicas”, explica Luciano esta cosa muy intuitiva que estaba detrás del método de Seymour. Uno pensaría que entonces comenzó a pensar un proyecto a futuro para aplicar algo así con los perezosos gigantes. Pero no, nada de pensar a futuro: Luciano se puso en acción de inmediato.

Leyendo el trabajo, buscó a ver si en la lista de animales evaluados había algún xenartro. “Lo que me llamaba la atención de ver qué pasaba con los xenartros era justamente que son unos animales que actualmente tienen temperaturas y metabolismos más bajos que los de muchos mamíferos, son bichos que se supone que son menos activos, siendo el caso más extremo el de los perezosos actuales”, explica. ¿Cómo le fue con su búsqueda? “Había varios mamíferos, algunos marsupiales y otros mamíferos no placentarios, un montón de reptiles y dinosaurios, pero de xenartros, nada”, comenta. Lo que sucedió a continuación fue maravilloso.

“Ahí, ese mismo día, usé su método”, dice soltando una risa contagiosa. “No tenía ningún fémur de perezoso a mano, ni fósil, ni actual, pero sí un fémur de un armadillo chiquito, creo que una mulita, de un esqueleto que usamos para dar clase. También tenía un fémur de un gliptodonte juvenil, que no era lo ideal porque para que este método funcione bien hay que estudiar ejemplares adultos, ya que en un fémur juvenil el foramen puede ser más grande de lo esperado, no por las capacidades atléticas del animal, sino por los requerimientos energéticos del crecimiento”, cuenta.

El artículo que acababa de leer había sido tan clarito que las ganas de medir los forámenes de ambos fémures le quemaba las entrañas. “Les saqué unas fotos medio rápido y medí digitalmente los forámenes de los dos. Descargué los datos, los preparé, sumé y rápidamente los comparé”, dice complacido.

¿Qué vio a pocas horas de leer el método para estimar actividad mirando un pequeño orificio en un fémur? “El armadillo, para su tamaño, me daba un foramen bastante chico. El gliptodonte, sin embargo, para su tamaño, me daba un foramen razonablemente grande, no más grande de lo esperado para cualquier otro mamífero de los que había en la base de datos de los autores del artículo”, cuenta. ¿Qué indicaba eso? Aplicando lo planteado por los otros autores, mostraba que la mulita, con su foramen pequeño en relación con su tamaño, tendría sí un metabolismo lento. El gliptodonte, en cambio, sería tan bueno para el ejercicio como cualquier otro mamífero de su mismo tamaño. ¡Pimba!

“Entonces me quedé con esa idea, de que esto se podía expandir, teniendo en cuenta esta hipótesis de que los xenartros actuales, con su metabolismo y su nivel de actividad más bajo, y su lentitud en el caso de los perezosos, iban a presentar forámenes más chicos para su tamaño que los esperados para un mamífero placentario y quizás, si teníamos suerte, los xenartros fósiles gigantes iban a dar diferente”, dice Luciano.

Así que desde aquel 2016 quedó planteado el trabajo que finalmente ve la luz en 2024. En el medio, en 2019 ganaron con su equipo un Fondo Clemente Estable para estudiar el metabolismo de los xenartros, viajaron a Dinamarca y Francia para estudiar huesos de animales depositados en varias colecciones y llevaron adelante el trabajo minucioso de medir forámenes nutricios de 20 mamíferos actuales y de 50 extintos, hacer los cálculos, regresiones y todo lo que la ciencia actual demanda. Y todo eso valió el esfuerzo: el trabajo arroja nueva luz sobre los perezosos y gliptodontes extintos.

Midiendo pequeños orificios

“Creo que en el medio, antes de hacer estas mediciones en Europa y de que saliera la financiación del proyecto, seguramente hicimos alguna medición en algún fémur de perezoso del Arroyo del Vizcaíno”, reconoce Luciano.

“Más allá de que había que hacer la investigación, tomar las medidas y contrastar estadísticamente las mediciones, lo que saltaba a la vista era que un fémur de un lestodonte, que es un animal de un tamaño similar al de un elefante, tenía un foramen de prácticamente el mismo tamaño que los forámenes reportados para elefantes. Y en el caso del elefante, nadie anda pensando que es un animal lento o que no tiene capacidades aeróbicas como las de cualquier otro mamífero cuadrúpedo grande”, dice.

Luciano Varela

Luciano Varela

Foto: Alessandro Maradei

Hay quienes pueden pensar que un elefante no es un animal muy atlético. Hasta que ven esos típicos videos de safaris en los que un elefante macho empieza a perseguir a un jeep con turistas y se dan cuenta de que si ves un elefante corriendo hacia vos, lo último que vas a pensar es que es un bicho que anda despacito.

“Claro, un elefante es un animal grande. Comparado con otros animales, uno puede verlo con movimientos más lentos. Pero no está en discusión que sea un animal extremadamente lento, como sí puede estar en discusión ese aspecto para un perezoso fósil. Más aún cuando se los compara con los perezosos actuales. Muchas veces se habla de los perezosos extintos como animales que serían similares a los perezosos actuales pero terrestres y gigantes. La idea justamente era contrastar eso”, afirma Luciano, que ya antes de emprender el trabajo de mediciones estaba cada vez más convencido de que los perezosos saldrían mejor parados en sus capacidades aeróbicas.

Llegó entonces el tiempo de las mediciones. Para su trabajo no sólo tomaron medidas de forámenes nutricios del fémur ya publicadas para mamíferos actuales y extintos, sino que incluyeron mediciones propias de 70 fémures de animales depositados en colecciones de museos de Dinamarca, Francia y Uruguay.

Entre los animales actuales que midieron, había fémures de varios xenartros, tanto de perezosos (de los géneros Bradypus y Choloepus), osos hormigueros (Cyclopes didactylus, Myrmecophaga tridactyla y Tamandua tetradactyla), como armadillos (Cabassous unicinctus, Dasypus hybridus, Dasypus novemcinctus, Euphractus sexcinctus y Priodontes maximus).

Entre los nuevos xenartros fósiles de los que aportaron mediciones, había fémures de los perezosos gigantes Catonyx cuvieri, Glossotherium robustum, Lestodon armatus, Megatherium americanum, Mylodon darwinii, Nothrotherium maquinense, Scelidotherium leptocephalum y Valgipes bucklandi y de cingulados como Glyptodon reticulatus, Neoglyptatelus uruguayensis, Neosclerocalyptus paskoensis y Panochthus tuberculatus.

Para cada uno de estos 70 forámenes nutricios de fémures obtuvieron la tasa de flujo sanguíneo de acuerdo al método del ya mencionado Seymour, estimaron la tasa metabólica máxima y, mediante análisis filogenéticos, exploraron “las diferencias entre grupos de mamíferos”.

¡Hay que dejar la pereza de lado!

El principal resultado del trabajo es justamente que los perezosos gigantes no necesariamente tenían el metabolismo que vemos en los xenartros actuales. “Las estimaciones de flujo sanguíneo indicaron capacidades aeróbicas comparables a las de otros taxones gigantes placentarios como los elefantes o algunos ungulados”, reportan en la publicación, ratificando, ahora sí con datos y trabajo estadístico riguroso, lo que Luciano había visto en el campo mirando los forámenes de lestodontes del Arroyo del Vizcaíno y su gran similitud con los de los elefantes.

Pero el trabajo tiene además la elegancia de discriminar entre perezosos gigantes. No todos tenían ese metabolismo más elevado o ese estado más aeróbico que el de muchos xenartros actuales. Aquellos perezosos que sabemos que tenían una dieta más basada en hojas que en pasto, es decir, más folívoros, como los perezosos actuales, o aquellos con hábitos más de madriguera, como las mulitas de hoy en día, tuvieron también metabolismos más bajos.

“Por ejemplo Nothrotherium, que es un perezoso fósil más bien de Brasil, bastante chico, que por lo que se ha investigado debería haber tenido una dieta más basada en hojas y quizás hábitos que si bien no eran estrictamente arborícolas, al menos sugieren que era un animal trepador, nos da que tiene un metabolismo más bajo que el de los otros perezosos terrestres”, comenta Luciano. Esto también sucedió en el caso del Scelidotherium. “Ese es el perezoso del que uno podría decir que hay más evidencia de que tenía hábitos fosoriales”, comenta. Por hábitos fosoriales se entiende que hacía madrigueras y que vivía gran parte del tiempo en ellas, como hacen algunos xenartros actuales como las mulitas.

De hecho, a la hora de explicar el menor metabolismo de las mulitas y de los perezosos actuales, frecuentemente se menciona tanto la dieta como los hábitos, los fosoriales entre ellos. Aquí todo coincidía: los perezosos extintos de gran tamaño que comían pasto estaban más cerca de mamíferos herbívoros ungulados que de los actuales que comen hojas; por otro lado, los que cavaban más madrigueras tenían metabolismos bajos como los xenartros fosoriales de hoy en día.

Le digo entonces que el trabajo que hicieron limpia el prontuario de los perezosos gigantes: ya no podemos pensar que eran muy perezosos ni los Lestodon, ni los Glossotherium, ni los Mylodon, ni los Megatherium, entre otros. “Sí. Para mí la comparación es con el elefante. Es un animal que si bien por el tamaño que tiene es más lento que otros, no necesariamente lo imaginamos como un animal extremadamente lento. El caso de los perezosos gigantes podría ser similar. Lo que vemos es que serían animales que tendrían unas capacidades aeróbicas y atléticas similares a las de cualquier otro mamífero”, redondea Luciano.

Removiendo la pereza de animales... y humanos

Dado que muchos de los perezosos gigantes convivieron con humanos, y dado que hay evidencia de que los humanos los cazaron, suponemos que ellos ya sabían que no había que confiarse en que los perezosos no te pudieran alcanzar durante una corridita. “Sí, al no ser los perezosos gigantes animales lentos, tampoco correría eso de que los cazaban fácilmente”, concuerda Luciano.

Lo que dice es relevante: al quitarles lo perezoso a los perezosos, lo hacemos también a sus cazadores. El artículo entonces, sin decirlo, habla también de una mayor destreza humana a la hora de cazar. “Entre las capacidades aeróbicas que vemos y las garras que tenían, podemos decir que quizás no eran una caza tan sencilla”, dice Luciano.

Cualquiera que haya visto defenderse a un oso hormiguero actual de los que aún viven en Uruguay, los simpáticos tamanduás, verá que ese animal extremadamente simpático, al sentirse asediado, se sienta sobre sus patas traseras y se defiende con sus impresionantes garras, que si bien están diseñadas para abrir los duros hormigueros, son capaces de provocar dolor intenso. Imaginemos ahora a un tamanduá de tres metros y más de una tonelada moviéndose con agilidad, y entonces la escena de un cazador con las tripas al aire luego de recibir un zarpazo de un lestodonte acorralado se hace más patente.

De yapa: reivindicando también a los gliptodontes

Los gliptodontes fueron xenartros gigantes parientes de los armadillos actuales. También para estos gigantes extintos los forámenes nutricios arrojan más capacidad aeróbica que las de los cingulados actuales. Y también se observa lo mismo que pasó con los perezosos: hay muchos cingulados extintos que tenían dimensiones similares a las de los armadillos actuales y que, probablemente, compartían hábitos y dietas. Para ellos el metabolismo da igual de bajo. Sin embargo, para gigantes como los Glyptodon reticulatus, que llegaron a medir tanto como un auto pequeño y que se alimentaban de pasto, el trabajo reporta valores “comparables a los observados en otros grandes mamíferos placentarios”. Es decir, a los armadillos gigantes del pasado tampoco tenemos que pensarlos con metabolismos tan bajos como los que vemos en los armadillos de ahora.

“Sí, eso se suma a evidencia que venía de antes. Sobre los gliptodontes hay trabajos en los que ya se los describe como pastadores, lo que implica un cambio radical respecto de lo que comen los armadillos actuales”, enfatiza Luciano. En el trabajo señalan que tanto perezosos como gliptodontes habrían tenido metabolismos similares a los de ungulados de gran tamaño. Si los ungulados de gran porte comen pasto y no son ni torpes ni lentos, no hay razón para que un bicho grande del pasado que comía lo mismo tampoco lo fuera.

¿Es mejor no ser tan lento?

Le pregunto a Luciano si como paleontólogo le provoca algo mostrar que estos bichos que tanto ha estudiado no fueran tan torpes o lentos como algunos pensaban, si siente esto como una reivindicación.

“No, la verdad que no”, dice riendo. “No es que me cause algo a mí que estos animales sean más activos. De hecho, la idea de perezosos lentos gigantes no está mal tampoco”, agrega.

Le cuento sobre una exposición que hubo hace tiempo en el Museo Nacional de Artes visuales. Llamada Natura Futura, la historia natural estaba presente en varias obras. Una de ellas, de Raúl Álvarez, consistía en una recreación a tamaño del inmenso perezoso Megatherium americanum junto a un escritorio con una máquina de escribir y expedientes. Según el catálogo, la idea era “representar el cliché del funcionario público, un típico perezoso gigante”. El trabajo que publican ahora cambia justamente ese tipo de operaciones.

“Este trabajo aporta a la idea de no pensar a estos perezosos como si fueran un perezoso actual”, concuerda. “En lo particular no tengo ningún problema con el perezoso lento, pero sí, imaginarlos un poco más activos hace que el paisaje del Pleistoceno sea quizá un poco más pintoresco”, dice finalmente cediendo a la presión de que esto le mueva la aguja.

“Si mezclamos esto con la idea de que quizás tenían comportamientos gregarios, que eran pastadores, no es lo mismo imaginarse un grupo de perezosos pastadores en el que todos son lentos y están quietos, que un grupo de pastadores moviéndose más en el paisaje. Sí, le puede dar como otro aspecto a esa imagen del Pleistoceno del Río de la Plata. Agregar un poco de movimiento y un poco de actividad hace más interesante esa imagen de nuestro Pleistoceno”.

Le suelto entonces todo el rollo del nombre que encierra prejuicios y la pereza de los europeos a la hora de describir animales que nunca habían visto cuando nombraron a los perezosos actuales. Estos fósiles heredaron los prejuicios y la pereza a la hora de tratar de entenderlos. El trabajo que sacan es, de alguna manera, un elogio contra la pereza, esa que nos lleva a pensar, aplicando el mínimo esfuerzo, que las cosas son similares a lo que ya conocemos.

Si vemos a un perezoso actual sin pereza, apreciaremos que está perfectamente adaptado a su vida arborícola. Si vemos a los perezosos gigantes extintos sin pereza, veremos que no eran iguales a los de ahora pero más grandes, sino mucho más activos. O tan activos como muchos otros mamíferos placentarios de tamaños similares.

“Esa es la idea que nos interesa transmitir. No nos quedemos con esta idea de que los xenartros fósiles tenían metabolismo lento y eran animales de poca actividad sólo porque los xenartros actuales son así”, asiente Luciano. Gracias a su falta de pereza al leer un método para calcular el flujo sanguíneo mirando un orificio en fémur, no sólo hace más activos a los perezosos gigantes y gliptodontes, sino que refleja el gran momento aeróbico de nuestra paleontología.

Artículo: Femora nutrient foramina and aerobic capacity in giant extinct xenarthrans
Publicación: PeerJ (agosto de 2024)
Autores: Luciano Varela, Sebastián Tambusso y Richard Fariña.