Aquella repetida frase surrealista que aseguraba que “hay otros mundos pero están en este” probablemente se refiriera a los mundos invisibles de la imaginación, pero pocas citas aplican tan bien a los universos sensoriales que nos rodean y no podemos percibir.
Incluso cuando compartimos el mismo espacio, el mundo que nosotros experimentamos es muy distinto al de un murciélago, una serpiente, un búho o casi cualquier otro animal. A nuestro alrededor hay sonidos que los humanos no escuchamos, colores que no vemos, vibraciones que no captamos, campos eléctricos y magnéticos de los que no nos enteramos. Por seguir en vena poética, es imposible saber que “cada ave es un inmenso mundo de gozo si te encierras en cinco sentidos”, tal cual escribió William Blake.
Existe un nombre para esta burbuja sensorial particular de cada animal, que le permite captar sólo una pequeña porción de la realidad diversa que lo rodea: Umwelt, tal cual la bautizó el zoólogo Jacob von Uexküll.
A veces nuestra Umwelt nos impide directamente darnos cuenta de que nos rodean algunos animales que están muy cerca, o entender siquiera qué es lo que sienten u observan. Los humanos, sin embargo, contamos con una ventaja.
“A través de la observación paciente, de las tecnologías a nuestra disposición, del método científico y, sobre todo, de nuestra curiosidad e imaginación, podemos intentar entrar en sus mundos”, escribía el divulgador Ed Yong en su libro La inmensidad del mundo. Algo de eso hizo un grupo de investigadores locales, junto a colegas latinoamericanos, para sumar una nueva especie a la lista de mamíferos del Uruguay.
Tarea quijotesca
Es al menos curioso que el registro de esta nueva especie se deba en realidad a unos gigantes que la amenazan. Para entender esta aparente paradoja, hay que desenredar la relación que existe entre la diversificación de la matriz energética en el país y el estudio de los murciélagos en Uruguay.
Si bien el estudio sistematizado de los quirópteros en el país comenzó con Eduardo Acosta y Lara en la década de los 40 del siglo pasado, tuvo un empuje más colectivo y organizado con la creación del Grupo de Investigación de Murciélagos en 2005, bajo el ala del Museo Nacional de Historia Natural. En 2007, con la formación de la Red Latinoamericana para la Conservación de los Murciélagos, este grupo pasó a denominarse Programa para la Conservación de los Murciélagos del Uruguay (PCMU).
Fue por entonces que comenzaron a reproducirse en Uruguay los gigantes a los que alude esta historia. En esa época se inició la instalación de varios parques eólicos en el país, que debían cumplir una serie de requerimientos de impacto ambiental. Entre ellos, realizar monitoreos de aves migratorias y de murciélagos en las zonas de construcción, para entender qué especies de fauna podían verse afectadas por la colocación de los molinos. Puede que estos molinos hayan sido una buena noticia para la generación de energía renovable en el país, pero no para muchos animales que vuelan y no están preparados para enfrentarse a aspas que giran a tres o cuatro metros por segundo.
A partir de esos años, las empresas encargadas de cumplir con los requerimientos ambientales internacionales contrataron consultoras y especialistas locales para realizar los monitoreos. ¿El resultado? “Un notable desarrollo de la quiropterología (el estudio de los murciélagos) en Uruguay, pero basada en buena medida en esos estudios de impacto ambiental que terminaban en informes no publicados, por estar sujetos a cláusulas de confidencialidad”, cuenta Enrique González, encargado del Departamento de Mamíferos del Museo Nacional de Historia Natural (MNHN). Lo dice con propiedad, porque él participó en varios de los monitoreos de murciélagos en las áreas de interés.
Para descubrir qué especies de quirópteros se encontraban en los lugares donde se instalarían los molinos, no bastaba la observación ni tampoco la captura de ejemplares mediante redes de niebla. Parafraseando a Yong, debían usar la tecnología para detectar animales como los murciélagos, entre los que hay muchas especies que emiten ultrasonidos (es decir, sonidos agudos que están más allá de la capacidad auditiva del oído humano).
Sólo así pudieron dar con una especie muy difícil de encontrar y no registrada hasta ahora en el país, tal cual revela un artículo liderado por el propio Enrique González y en el que participan también Annia Rodríguez, de la Facultad de Ciencias de la Universidad Santo Tomás, Chile; Santiago Carvalho, de la consultora de biodiversidad Tetra (Uruguay); Germán Botto de la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República, el Instituto de Investigaciones Biológicas Clemente Estable y el PCMU; Ana Laura Rodales y Mariana Díaz del PCMU; Joaquín Ugarte, de la asociación Sallqa (Perú), y Jaime Pacheco, del Centro de Investigación Biodiversidad Sostenible (Perú).
Los sonidos del silencio
El 12 de febrero de 2013, mientras realizaba monitoreos de murciélagos para un parque eólico en Peralta, Tacuarembó, el biólogo Santiago Carvalho detectó el sonido de una especie perteneciente a la familia de los molósidos, murciélagos que se caracterizan por sus alas largas y estrechas que les permiten volar rápidamente en espacios abiertos, y porque la cola sobresale un tramo de la membrana caudal.
Santiago no “escuchó” a este murciélago en cuestión, ya que sus vocalizaciones están por fuera del rango auditivo que puede captar el oído humano. Lo registró con un grabador Anabat, un dispositivo diseñado para la detección de sonidos de murciélagos que permite observar, y por lo tanto analizar, el sonograma de las vocalizaciones.
No quedaba claro a qué molósido pertenecía porque el sonido captado no se parecía al de ninguna de las especies de esa familia registradas para Uruguay. Santiago consultó entonces con colegas extranjeros especializados en bioacústica, como se denomina al estudio de comunicación de los animales a través de señales sonoras. Le respondieron que la grabación correspondía a la vocalización de Eumops perotis, un murciélago muy grande, no registrado en Uruguay y bastante difícil de detectar en todo su rango de distribución. En algunos países cercanos se lo conoce con el nombre común de “moloso orejón grande”, epíteto bastante acertado cuando se tiene la suerte de ver al animal.
La noticia corrió rápido entre los especialistas en murciélagos de Uruguay, deseosos por confirmar y registrar este hallazgo en una publicación. Como bien adelantó Enrique, este plan presentaba algunas dificultades, porque quienes realizan los monitoreos para los desarrolladores de los parques eólicos están atados por una cláusula de confidencialidad.
Quien vino a desenredar este intríngulis algunos años después fue Mariana Díaz, estudiante de biología que prepara una tesina de grado sobre la conservación de los murciélagos de Uruguay. Como todos los monitoreos realizados para los parques eólicos se elevan al Ministerio de Ambiente, Mariana hizo una solicitud de acceso a la información pública para poder usar los datos. Entre ellos, libre al fin, apareció el reporte del elusivo Eumops perotis.
Un gigante esquivo
Para confirmar que la grabación obtenida por Santiago pertenecía efectivamente a este murciélago, los investigadores evaluaron cinco variables medibles en los pulsos: duración, frecuencia inicial, frecuencia final, pendiente y frecuencia pico. Las compararon con las vocalizaciones de otras especies de molósidos en Uruguay y también con las de ejemplares de moloso orejón grande de Chile y Perú. El análisis resultó muy claro.
“Los pulsos obtenidos en Uruguay se superponen con los registrados en Chile y Perú y se agrupan separadamente del resto de las especies de molósidos comunes en Uruguay, incluidas las especies del género Eumops. El registro acústico de este quiróptero coincide en latitud aproximadamente con las localidades más australes conocidas para Eumops perotis y eleva a 23 la cantidad de especies de murciélagos presentes en Uruguay”, indica el trabajo.
Que este quiróptero tan grande no hubiera sido registrado hasta ahora en Uruguay no es extraño. El moloso orejón grande tiene una distribución amplia que incluye buena parte de Sudamérica, “pero es una especie rara, difícil de colectar y encontrar porque vive en lugares inaccesibles”, cuenta Enrique. Por ejemplo, en “grietas y oquedades en paredones rocosos, dado que la altura facilita su despegue”.
Tal cual resalta el trabajo, “se encuentra entre las especies más grandes de su género y presenta pocos registros confirmados para América del Sur, distribuidos de forma desigual por casi todos los países del continente”. Enrique agrega que “ello se debe a que desarrolla la actividad de forrajeo a gran altura, por lo que es difícil capturarlo con redes de niebla si no es cuando entra o sale de sus refugios”.
Es un murciélago de alta carga alar, concepto que se mide por la cantidad de gramos de murciélago que es sostenida por cada centímetro cuadrado de ala. Eso lo hace veloz pero con baja capacidad de maniobra. “Este tipo de murciélagos suelen volar rápido y en forma rectilínea por encima de las copas de los árboles, en una columna de aire que va desde esa altura hasta donde encuentren insectos”, señala Enrique.
Que me aspen
Estas características convierten al moloso orejón grande en “candidato a morir en los parques eólicos, cuyas aspas están entre 40 y 150 metros de altura”, apunta Enrique. Esa altura en la que se mueve también lo hace difícil de detectar mediante la bioacústica, “dado que los equipos de grabación captan las llamadas a unas pocas decenas de metros (entre 30 y 80, como máximo), dependiendo de variables como la potencia de las vocalizaciones, la dirección de vuelo del ejemplar respecto al micrófono y las condiciones climáticas”, indica el artículo.
Si a estos factores sumamos que los estudios de bioacústica en murciélagos recién están en su fase inicial en Uruguay, se comprende mejor que recién se haya producido el primer registro de esta especie en el país.
Esta dificultad a la hora de detectarlo no disminuye a pesar de su tamaño imponente, que queda de manifiesto cuando Enrique extrae de la colección de mamíferos del Museo Nacional de Historia Natural un ejemplar de Eumops perotis. No el correspondiente al trabajo, obviamente, ya que sólo se registraron sus vocalizaciones, sino uno procedente de Paraguay obtenido por Acosta y Lara hace más de 70 años.
En comparación con las otras 22 especies de Uruguay, que Enrique coloca en un gran cajón para dar algo de perspectiva, es un verdadero gigante. En la colección del MNHN hay especies de murciélagos bastante más grandes, como el enorme Vampyrum spectrum de las selvas sudamericanas (el murciélago carnívoro más grande del mundo), que se alimenta de vertebrados e incluso de otros quirópteros. O el descomunal murciélago zorro de Filipinas (Acerodon jubatus), que tiene un tamaño aún más imponente. Pero ninguno de ellos vive en nuestro país. A escala local el moloso orejón grande ciertamente impresiona.
El registro de este murciélago llega a tiempo para otra publicación muy relevante para la fauna nacional, firmada también por Enrique González y Germán Botto: la Lista sistemática comentada de los murciélagos (Mammalia: Chiroptera) de Uruguay. En ella, los dos especialistas no sólo pasan en limpio el listado de las 23 especies de murciélagos registradas para el país, sino que también aclaran el panorama de otras diez especies que han sido citadas erróneamente para Uruguay o no tienen material válido de referencia.
Se pasa lista
La lista sistemática, en la que Enrique volcó más de 20 años de estudios sobre murciélagos tanto dentro como fuera de fronteras, implicó la revisión bibliográfica y de material de las colecciones del Museo Nacional de Historia Natural de Montevideo, la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República, el American Museum of Natural History (Nueva York) y el Field Museum of Natural History (Chicago).
El trabajo concluye que de las aproximadamente 1.400 especies de murciélagos descritas en el mundo, en Uruguay se han registrado 23, correspondientes a 12 géneros y tres familias. 20 son insectívoras, lo que muestra su importancia en el rol de regulación de las poblaciones de insectos en el país. De las restantes, dos son frugívoras (de escasa abundancia) y una hematófaga (el conocido vampiro Desmodus rotundus).
Cuatro de las especies tienen el límite sur de su distribución en Uruguay (Platyrrhinus lineatus, Sturnira lilium, Myotis pampa y Promops centralis), “lo cual se asocia a la ocurrencia de elementos de flora paranaense, chaqueña, de mata atlántica y de selva misionera en una matriz de bioma Pampa”, indica el artículo.
Todas las especies que figuran en la lista cuentan con ejemplares de referencia en las colecciones locales, exceptuando el ingreso más reciente, Eumops perotis, que como ya vimos fue detectada únicamente mediante registros acústicos.
En el trabajo se consigna la primera cita de cada una para Uruguay y se ofrecen comentarios sobre su estatus sistemático. Los investigadores hicieron un trabajo tan importante para confirmar estas especies como para descartar varias, hasta dar con el listado definitivo de 23. De hecho, el trabajo de exclusión implicó una ardua labor detectivesca que arrojó curiosidades que parecen salidas de algún cuento gótico del siglo XIX.
Por ejemplo, lo ocurrido con Nyctinomops macrotis o murciélago de cola libre grande. Si bien estaba registrado para Uruguay y contaba con un ejemplar en la colección del museo, procedente de Tacuarembó en los años 70, el análisis del espécimen que hizo Enrique González reveló que se trataba de un compuesto, conformado por un cráneo de murciélago de cola libre y una piel de Eumops bonariensis con las orejas recortadas. Además, el punto en el que fue supuestamente colectado no tiene las características de hábitat adecuadas para esta especie.
¿Cómo y por qué llegó ese Frankenstein de murciélago a la colección del museo? Nadie pudo dar una explicación satisfactoria, por lo que el misterio aún permanece. Por lo pronto, fue excluido de la lista local hasta obtener material de referencia adecuado.
Los murciélagos ocultos
Otras especies fueron descartadas de la lista por motivos más convencionales, como el haber sido identificadas erróneamente en su momento, por equivocaciones a la hora de anotar su procedencia, por no contar con material de referencia o por estar aún en discusión su estatus taxonómico.
En las conclusiones del artículo, los investigadores sugieren que “el ensamble de quirópteros de Uruguay dista de estar bien caracterizado”. No está clara la sistemática de varias especies y algunas “presentan problemas como vaguedad de la designación de la localidad tipo o aparente inexistencia de holotipo (el ejemplar con el que se describe una especie), lo cual genera dificultades a la hora de intentar resolver su taxonomía”.
“Es probable que en los próximos años y décadas la lista de murciélagos de Uruguay continúe ampliándose con relación a cinco factores”, apuntan. Estos son el ritmo de registro de especies nuevas (dos por década en los últimos 30 años), la existencia de varias especies con distribución muy cercana a Uruguay, el incremento de la investigación sobre este grupo de animales en el país, la eventual modificación de la distribución de especies presentes en regiones cercanas debido al cambio climático y modificaciones en los patrones de uso de suelo, y el desarrollo de trabajos de bioacústica, “que se han incorporado en años recientes a las investigaciones sobre murciélagos que se realizan en el país”.
El artículo sobre el moloso orejón grande también resalta este último punto y señala que la tardanza en el registro de esta especie sugiere que “el conocimiento de los quirópteros de Uruguay dista aún de ser completo y pone en evidencia la importancia de intensificar las campañas de muestreo con métodos tanto directos como indirectos (bioacústica)”.
En eso están los especialistas locales, justamente, intentando usar la tecnología para detectar animales que sensorialmente son distintos a nosotros.
“Estamos en pañales en el uso de la bioacústica en Uruguay. Esta tecnología promete dar algunas otras especies nuevas para el país próximamente”, confirma Enrique. Por ejemplo, el PCMU tiene prevista una expedición a las islas del río Uruguay, en el norte del país, a la que llevará detectores de ultrasonidos. “Un candidato a aparecer allí es el murciélago pescador (Noctilio leporinus), cuyo registro más cercano al país está a 20 kilómetros de la frontera de Bella Unión. Es muy probable que podamos encontrar esta y otras especies nuevas mediante métodos acústicos”, asegura Enrique.
Detectar animales que no se escuchan ni se ven habría parecido surrealista hace 100 años, pero hoy, además de una posibilidad al alcance de la mano, es una necesidad para entender mejor lo que nos rodea y lo que está en riesgo de perderse. Aquello de que hay otros mundos corre para muchas disciplinas, pero no sirve como excusa a la hora de la conservación.
Artículo: Primer registro de Eumops perotis (Molossidae: Chiroptera) para Uruguay
Publicación: Comunicaciones Zoológicas (setiembre de 2024)
Autores: Enrique González, Annia Rodríguez, Santiago Carvalho, Germán Botto, Ana Laura Rodales, Mariana Díaz, Joaquín Ugarte y Jaime Pacheco.
Artículo: Lista sistemática comentada de los murciélagos (Mammalia: Chiroptera) de Uruguay
Publicación: Comunicaciones Zoológicas (setiembre de 2024)
Autores: Enrique González y Germán Botto.