Primera escena: Varios científicos exploran las cercanías de una construcción enorme y toman muestras de los organismos que hallan. Cuando observan con atención lo que recogieron, encuentran un ser pequeñísimo y extraño que no debería estar allí.

Segunda escena: Los científicos analizan estos organismos en el laboratorio y se dan cuenta de que se trata de pequeños visitantes que llegaron inadvertidos en naves humanas. Su descubrimiento, sin embargo, no impedirá la invasión en marcha. Un ejército minúsculo crecerá, se expandirá y saboteará construcciones clave para los humanos, perjudicará las fuentes de agua e incluso desplazará a organismos nativos.

Tercera escena: Comienza la lucha contra los invasores al mismo tiempo que los científicos buscan comprender mejor a estos organismos para combatirlos con más eficiencia.

Parece un argumento clásico y lleno de clichés de una historia típica de ciencia ficción, pero es absolutamente real y ocurrió —está ocurriendo— en Uruguay. Así se produjo el descubrimiento de larvas del invasor mejillón dorado (Limnoperna fortunei) en los embalses del río Negro hace ya 25 años durante un monitoreo que hicieron científicos locales tras un acuerdo con UTE.

Los biólogos Ernesto Brugnoli y Juan Clemente se toparon entonces con unas pequeñas larvas de menos de un milímetro que no debían estar allí, ya que las larvas de los moluscos de la cuenca del Plata no son planctónicas (no flotan en la columna de agua), sino que se pegan a las agallas de los peces. Luego de estudiarlas, corroboraron que se trataba de larvas del mejillón dorado, una especie invasora originaria de los sistemas de agua dulce del sureste de China.

Pasajero oculto

Esta especie ya había sido encontrada en la costa uruguaya del Río de la Plata en 1994 por Fabrizio Sacarabino y Mariano Verde, pero no en la fase larval, sino adulta, pegada a rocas y otros sustratos duros. ¿Cómo había llegado hasta allí para luego conquistar el río Negro? Como polizonte en el agua de lastre de embarcaciones de carga, igual que otros dos temibles invasores asiáticos: el caracol rapana (Rapana venosa) y la almeja asiática (Corbicula fluminea).

Con el tiempo, el mejillón dorado demostraría cuán perjudicial podía ser. Fue ascendiendo por los sistemas hídricos de la región con tasas de invasión de 240 kilómetros por año (mucho menor en el caso de Uruguay) y, al igual que los grandes invasores asiáticos de otras épocas, como Genghis Khan, dejó una estela de destrucción. Se volvió el bivalvo dominante en los ambientes colonizados, en los que, entre otras cosas, modificó la estructura del fitoplancton y la macrofauna que los habita, favoreció la presencia de cianobacterias, cambió los hábitos e incluso la morfología de algunos peces autóctonos y se dedicó al vandalismo: se incrustó en forma masiva en instalaciones hidráulicas (lo que se llama macrofouling), produciendo daños y perjuicios económicos a represas, plantas potabilizadoras e instalaciones agroindustriales.

En las historias de ciencia ficción sobre invasiones es clásico que las autoridades echen mano de los científicos en busca de alguna clave biológica que los ayude a combatir al enemigo. Algo así ocurrió con UTE, una de las principales empresas perjudicadas por el mejillón dorado en Uruguay, que llegó a un acuerdo con la Comisión Sectorial de Investigación Científica de la Universidad de la República (Udelar) para analizar el grado de invasión de este mejillón en los embalses del río Negro y aplicar métodos de control mecánico.

Parte de los resultados de los estudios hechos en ese marco acaban de ser publicados en la revista Biological Invasions, en un artículo firmado por un grupo de investigadores del Instituto de Ecología y Ciencias Ambientales, Oceanografía y Ecología Marina, y de la sección de Limnología de la Facultad de Ciencias: Leandro Capurro, Jennifer Pereira, Manuel Castro, Carolina Ferrer, Daniel Fabián, Pablo Muniz y Ernesto Brugnoli.

En la investigación estudiaron los factores ambientales que influyen en la distribución del mejillón dorado en los embalses del río Negro, confirmaron su capacidad para modificar la fauna de los ambientes que coloniza y descubrieron que ha conquistado nuevos sitios, en una carrera que parece incontenible y que puede generar perjuicios ecológicos además de económicos.

Ernesto Brugnoli, Manuel Castro y Leandro Capurro.

Ernesto Brugnoli, Manuel Castro y Leandro Capurro.

Foto: Mara Quintero

Las invasiones bárbaras

En las instalaciones de la sección de Limnología de la Facultad de Ciencias, Ernesto Brugnoli, Leandro Capurro y Manuel Castro muestran un objeto que a la distancia parece muy extraño. Es el tallo de una planta acuática que sacaron durante sus estudios en los embalses del río Negro, pero parece cualquier cosa menos una planta. Está cubierto por centenares de pequeños mejillones dorados, abigarrados de tal forma que aquello parece parte del vestuario de Davy Jones, el marino cefalópodo de la saga Piratas del Caribe. Viéndolo así es fácil entender cómo este pequeño animal se las ingenia para tapar filtros, inutilizar sensores y obstruir tuberías de agua.

Mejillones dorados en tallo de planta del Río Negro.

Mejillones dorados en tallo de planta del Río Negro.

Foto: Mara Quintero

Tal cual narran en su artículo, pese a que llevamos unos 25 años de lucha contra el mejillón dorado, no sabemos demasiado aún sobre los factores ambientales que explican la distribución de estos mejillones en los tres principales embalses del río Negro (Rincón del Bonete, Baygorria y Palmar), ni su impacto como especie capaz de modificar el hábitat en el que vive y la fauna con la que convive (es decir, como especie bioingeniera de esos ambientes).

Eso fue exactamente lo que los investigadores se propusieron averiguar con su trabajo. Para eso, consideraron dos zonas por cada embalse: la zona ribereña o cola, la que se asemeja más a un río, y la cabecera o zona lacustre, más cerca de la represa y más parecida a un lago. Tomaron muestras en tres profundidades distintas en cada zona (18 puntos en total). Analizaron, entre otras variables, el nivel de clorofila en el agua, el tamaño de los granos del sedimento y la cantidad de materia orgánica en él, la densidad de ejemplares de mejillón dorado, y la cantidad y diversidad de la macrofauna bentónica (los organismos que viven en el fondo de los cursos de agua o en sustratos duros como las rocas).

“Nuestra idea era ver qué diferencias había en distintas escalas y comprobar cómo las variables a meso y a macroescala influyen en la distribución del mejillón dorado”, explica Ernesto Brugnoli. Los resultados de este esfuerzo permiten sacar algunas conclusiones interesantes sobre este invasor persistente.

Donde ningún mejillón dorado ha llegado antes

El mejillón dorado fue encontrado en todos los puntos de muestreo, excepto en la zona ribereña de Baygorria, con densidades tan imponentes como la registrada en un punto de Rincón del Bonete: 142.369 individuos por metro cuadrado. Allí tienen un tamaño muy pequeño, pero en Palmar, por ejemplo, observaron lo opuesto: pocos individuos pero muy grandes. “Eso tiene que ver con el ciclo de vida: el mejillón llega, se empieza a reproducir, genera mucha progenie para lograr establecerse y después empieza a agrandar su tamaño”, cuenta Leandro Capurro.

Los sondeos les permitieron comprobar además la presencia del mejillón dorado en sitios en los que no había sido registrado antes, como San Gregorio de Polanco en Rincón del Bonete, una muestra de su avance constante.

Según señala el artículo, la dispersión de esta especie por el sistema de embalses del río Negro puede haber sido mediada por pequeños botes que van río arriba y que tienen mejillones dorados incrustados en el casco o en otros elementos que arrastran. Así ha ocurrido también en otros ríos y otros países.

“Lo que llama la atención es eso. De algún modo hay que explicar cómo un organismo con un máximo de 4,5 centímetros de largo y cuyas larvas tienen hasta medio milímetro pudo subir el río Paraná, que tiene un caudal promedio de 16.000 metros cúbicos por segundo, o el río Uruguay, con 7.000 metros cúbicos por segundo. Hay algo artificial o natural que lo ayuda”, argumenta Ernesto.

El mejillón dorado es un polizón hábil y un jinete ventajero. Si no usa barcos, se vale de animales. Así como Genghis Kahn expandió su imperio valiéndose de los caballos, el mejillón dorado tiene a las aves. “Esa es la teoría que se maneja, que además de los barcos, viajan gracias a organismos naturales, probablemente algunas aves que tienen la costumbre de tirar el mejillón para romperlo y poderlo comer, o que incluso llevan a las larvas pegadas en las patas”, sostiene Manuel Castro.

Un mejillón hard rock

Con respecto a los factores que inciden en la presencia del mejillón dorado, el más influyente fue el tipo de sedimento presente en el ambiente. Para que las larvas puedan establecerse exitosamente, necesitan sustratos duros, como el que dan las rocas, la infraestructura humana e incluso algunas plantas. También incidió la conformación física de los embalses, ya que en las zonas lacustres, más profundas, las superficies disponibles para la especie disminuyen porque prevalece un tipo de sedimento más fino.

Otro factor importante fue la presencia de clorofila a, el pigmento más abundante en la fotosíntesis. Influyó por su importancia como alimento (especialmente para las larvas), pero también porque la cantidad de clorofila es un buen indicador del tiempo de residencia del agua en los embalses. Las aguas más calmas favorecen el establecimiento del mejillón dorado en su fase poslarval, señala Leandro.

Si bien no se encontraron mejillones dorados en la zona ribereña de Baygorria, debido a que allí predomina un tipo de sedimento no apto para el establecimiento de la especie, los autores aclaran que este sitio está corriente abajo de la planta de UPM, que no estaba operativa aún durante los sondeos (en marzo de 2019). “En áreas cercanas a las descargas de la planta, las estructuras artificiales se incrementarán y servirán como sustratos consolidados para la colonización de Limnoperna fortunei”, advierte el artículo.

“Larvas de mejillón dorado ya hay en esa zona, pero obviamente previo a la fijación de los organismos adultos tiene que pasar un tiempo. Si se coloca un ducto, primero debe formarse un biofilm —una capa de microorganismos— antes de la adhesión de las larvas y posterior desarrollo de mejillones juveniles. Hay un mantenimiento que las empresas deben hacer para que no ocurra eso, porque luego el crecimiento es explosivo”, apunta Manuel.

Pero el mejillón dorado tiene otras habilidades. No sólo es capaz de avanzar a contracorriente y producir daños severos a infraestructuras humanas. También está modificando la estructura de los ecosistemas a los que ingresa.

Un mejillón con título de ingeniero

En su trabajo, los investigadores constataron que la presencia del mejillón dorado está relacionada positivamente con algunos organismos que viven en el sustrato duro y negativamente con los que viven en el sedimento. En palabras más claras, favorece a algunos y perjudica a otros. Estos resultados implican que el mejillón dorado está cumpliendo un papel de bioingeniero que modela las comunidades de la macrofauna en los sitios del río Negro en los que se estableció.

“Esta especie ha cambiado las comunidades de los ambientes donde ha llegado. Básicamente, en lugares donde había roca desnuda, pero que el mejillón dorado colonizó, se produjo un cambio brusco en la comunidad de la macrofauna y su dinámica”, apunta Leandro.

Al formar una capa sobre los sustratos, este mejillón ofrece una oportunidad de adhesión y refugio para muchos invertebrados acuáticos. Al mismo tiempo, perjudica a aquellos que prosperan en el sedimento blando o que, acostumbrados a ramonear sobre la roca, descubren ahora que toda la superficie está ocupada.

“Estos cambios producen a su vez impactos en toda la red. Una especie que se alimentaba de ciertos organismos, por ejemplo, quizá empiece a usar como recurso el mejillón dorado, que es más abundante (como pasa con la boga, Megaleporinus obtusidens, en el río Uruguay). Puede ocurrir que los depredadores dejen de controlar las poblaciones de algunos organismos, que se ven así más libres y comienzan a crecer. Ese es el tipo de efectos que puede provocar”, dice Manuel.

En resumen, tenemos un invasor capaz de vandalizar construcciones humanas, perjudicar especies nativas, modificar los ecosistemas que coloniza e incluso favorecer la presencia de cianobacterias al cambiar la estructura de la comunidad de fitoplancton. ¿Qué estamos haciendo para combatir su avance y qué pistas nos dan las investigaciones?

La leyenda del dorado

Las soluciones inmediatas y casi mágicas contra los invasores, lamentablemente, también pertenecen al mundo de la ciencia ficción. Pero la ciencia no funciona con los tiempos de Hollywood. Primero es necesario acumular conocimiento, que es lo que hace este trabajo y otros que está preparando el equipo.

“Lo que hace este artículo es mostrarnos dónde es más probable que esté Limnoperna fortunei. Acá no hay una buena caracterización de los sistemas, al menos a nivel bentónico y en el río Negro. Entonces, se podrían hacer estudios de geomorfología de los ríos para caracterizar, por ejemplo, la profundidad y el tipo de sedimentos, y determinar qué zonas son las más propensas a que haya mejillón dorado. Con este artículo y otros del estilo se podrían generar modelos predictores. Incluso para saber dónde están las poblaciones que generan las larvas, que terminan en el agua de los sistemas de refrigeración utilizada para enfriar las turbinas de las centrales hidroeléctricas”, dice Leandro.

Por eso, agrega Manuel, es importante entender qué tolerancias tiene esta especie, a qué profundidades prospera, y qué efectos provocan la temperatura y las fluctuaciones de corriente en el embalse, entre muchos otros factores que permitan hacer modelos efectivos de predicción de áreas de invasión. “Eso tiene implicaciones prácticas para una empresa como UTE, porque puede indicarte, por ejemplo, si tenés que disminuir el caudal o mantenerlo en determinada cota para no tener tantos mejillones”, razona.

Los investigadores no sólo trabajan en la base teórica. Tal cual cuenta Ernesto, hay todo un arsenal de herramientas que ya se están usando para combatir al mejillón dorado, aunque pensadas mayoritariamente para el sector industrial. “Se están ensayando alternativas viables ambientalmente. Por ejemplo, para evitar que la larva del mejillón se asiente, estamos trabajando con colegas brasileños en pinturas antiincrustantes a base de extractos naturales provenientes de plantas acuáticas. También hay filtros autolimpiantes para las estructuras hidráulicas y se están haciendo pruebas con ultrasonido, además de los posibles usos de controladores biológicos como la boga, que es consumidora de esta especie”, explica.

Lo que está claro es que el mejillón dorado llegó para quedarse y nos obliga a mitigar lo mejor posible sus impactos. Si bien no ha logrado penetrar aún en los pequeños ríos y arroyos de Uruguay, probablemente porque el tránsito de embarcaciones es mucho menor y el sedimento suele ser más fino allí, está presente en los grandes ríos del país y continúa su avance imparable, como muestra este reciente artículo. Es un problema compartido, porque ya invadió las principales cuencas de la región y podría llegar dentro de poco al Amazonas, según predicciones de investigadores argentinos.

En este contexto, es una buena noticia que el sector industrial y la Udelar se hayan acercado para generar investigaciones que permitan dar respuestas a este problema y sumen a la vez conocimiento sobre lo que ocurre en ambientes tan intervenidos y sensibles de nuestro sistema hídrico. El final de la historia, como ocurre en algunas megaproducciones de Hollywood, quizá dependa de la paciencia que los productores inviertan en ella.

Artículo: Environmental factors determining the distribution of Limnoperna fortunei and its impact on benthic communities in the reservoirs of the Rio Negro (Uruguay)
Publicación: Biological Invasions (diciembre de 2024)
Autores: Leandro Capurro, Jennifer Pereira, Manuel Castro, Carolina Ferrer, Daniel Fabián, Pablo Muniz y Ernesto Brugnoli.