Alejandro Sequeira es fotógrafo, ilustrador, diseñador gráfico y un gran conocedor de la naturaleza, entre muchas otras cosas. Su larga carrera como divulgador incluye la autoría o coautoría de una treintena de libros. Aunque ha dedicado buena parte de esta carrera a los hongos, campo en el que se especializó, en setiembre lanzó un proyecto editorial más abarcativo: el sello BIO+, cuyo catálogo incluye los títulos sobre fauna Arácnidos y Naturaleza extravagante, que reseñamos en esta sección, y una inminente guía de anfibios, a la que seguirán otras de mamíferos, reptiles, hongos y plantas.

¿Por qué crear un sello dedicado específicamente a nuestra biodiversidad?

Tengo la convicción profunda de que conocer nuestra biodiversidad es el primer paso para valorarla y protegerla. Uruguay tiene un patrimonio natural riquísimo, pero muchas veces pasa desapercibido o queda relegado por falta de atención o conocimiento. Sentí que hacía falta un espacio editorial que pusiera en primer plano a nuestras especies y ecosistemas, con un lenguaje cercano y accesible, que invite tanto a especialistas como al público general a mirar con otros ojos lo que nos rodea.

Bio+ surge como una manera de unir ciencia, sensibilidad y cultura, para que la naturaleza forme parte activa de nuestra identidad. Busco que cada libro no sólo transmita información rigurosa, sino también la belleza como objeto de lectura. La idea es que quienes los lean encuentren una invitación a observar, aprender, disfrutar y, finalmente, comprometerse con la divulgación y la conservación.

En el caso de las guías Tresefes, como la de arácnidos y la de anfibios que acaban de editar, ¿a qué apuntan específicamente?

Fueron concebidas como una herramienta para la identificación de especies, el relevamiento del patrimonio natural y para generar conciencia sobre la importancia de la conservación, tanto para el público general como para educadores, naturalistas y profesionales.

El nombre Tresefes refiere a flora, fauna y funga, los tres grandes grupos de seres vivos. Tengo como propósito que los autores sean referentes científicos nacionales de cada grupo elegido, para que de esa manera las publicaciones oficien de resumen del trabajo que realizan expertos uruguayos desde hace muchos años en territorio nacional.

Una guía de identificación en manos de un lector está vinculada casi siempre a una salida de campo, a la escapada de fin de semana o a las vacaciones. Este es un punto importante: este tipo de publicaciones acompaña a las personas curiosas en sus caminatas al aire libre, actividad que ya de por sí da muchos beneficios. Las guías permiten reconocer, dar un nombre a los seres vivos con los que convivimos, aprender sobre sus comportamientos o maravillarnos con sus peculiaridades. En muchos casos evitan miedos infundados, en especial hacia especies que se cree que son tóxicas o peligrosas y no lo son.

Naturaleza extravagante, el título con el que dio inicio este sello, es un libro muy distinto, en el sentido de que su objetivo no es principalmente la identificación de especies.

Surgió de una exposición fotográfica que realizamos con Gustavo Casás en 2018 junto con el Centro de Fotografía. Los años siguientes a la exhibición seguimos trabajando juntos con la idea de ampliar y compilar el material para hacer una publicación. Hoy estamos trabajando en una segunda entrega y parte de las fotografías se están exhibiendo hasta noviembre en la galería de Espacio Modelo. El libro está pensado como un relevamiento de seres curiosos, algunos de los cuales aún ni siquiera han sido identificados a nivel de especie. O sea, apuesta a la curiosidad y el asombro como forma de convocar a contemplar las maravillas de la biodiversidad en Uruguay.

¿Qué otros proyectos hay en esa línea?

Además de las guías de identificación, quiero incorporar a Bio+ una serie dedicada a las áreas protegidas del país. Hace unos años dirigí un coleccionable de prensa con esa temática y hoy creo que si se actualiza y amplía el contenido puede convertirse en un material muy importante para naturalistas, guardaparques y senderistas. También pienso en guías “visuales” con preponderancia en el contenido fotográfico o infográfico.

Ahora estamos trabajando con Uruguay Profundo, un proyecto de divulgación que incluye un libro de distribución gratuita sobre Sub200, la expedición uruguaya a bordo del buque científico Falkor (too) y su pasaje por aguas del país, así como hojas de actividades didácticas sobre el tema, en coautoría con Cecilia Ratti, mi compañera, que es docente, con apoyo de Ministerio de Educación y Cultura y otras instituciones. Este proyecto no es del sello, sino de un equipo más amplio, ligado al Museo Nacional de Historia Natural.

En esta época en la que se usa tanto la tecnología para identificar especies o divulgar información sobre biodiversidad, como pasa con NaturalistaUy, eBird o GBIF, ¿cuál es el lugar de las guías en papel?

Son contenidos y formatos complementarios. Participo en esas aplicaciones y las usao, y creo que son sumamente valiosas. Los libros tienen características que los hacen insustituibles: brindan una experiencia de contacto físico y de uso que son únicas. Me da mucha emoción cuando las personas llegan a un sendero con los libros en sus manos repletos de post-its que marcan páginas que para ellos han resultado relevantes. Me gusta tener y ver libros con anotaciones en sus páginas; se vuelven personales, únicos. La letra manuscrita es única. Si el diseño gráfico y la fotografía son preponderantes y dan a la publicación un clima de libro objeto, entonces la publicación cobra un valor especial.

Guardo un libro firmado por mi padre, otro con anotaciones de mi padre y de mi madre. Cada vez que lo releo, repaso tres narrativas diferentes; descubro qué le interesó a cada uno. Tengo pasión por los libros y me siento dichoso de poder trabajar en su ADN para crearlos. Cuando voy a la imprenta a supervisar la impresión, suelo decir que estoy en la sala de parto. Soy de los que disfrutan del olor a tinta del libro recién impreso. Y aunque haya estado trabajando meses en una publicación, siempre me asombra hojear el libro recién salido de imprenta, porque la experiencia de la lectura, libro en mano, es maravillosa.

¿Qué rol creés que pueden cumplir libros como estos en la crisis de biodiversidad que estamos atravesando, tanto global como localmente?

Creo que el mayor aporte de estas publicaciones es el estímulo de la reconexión con el entorno natural con conocimiento. Siento que estamos retornando poco a poco a la naturaleza, como necesidad, para reconectar con nuestros orígenes y como una forma de despertar un cuerpo que necesita estímulos naturales. El patrimonio natural es importante para nuestra identidad, nos define. Pero para proteger el lugar en que vivimos necesitamos conocerlo, aprender de las interacciones biológicas que lo mantienen en funcionamiento. La vida es el resultado del éxito de asociaciones que han sido esculpidas durante millones de años por procesos evolutivos.

No basta conocer las especies, sino entender cómo se vinculan y cuáles son los roles que cumplen en los ecosistemas. Quizás por eso me ha entusiasmado tanto estudiar hongos, porque son organismos que moldean el paisaje biológico y sostienen el pulso de la vida en base a conexiones y transformación.

¿Qué papel jugaron los libros de fauna en tu propia formación como naturalista y fotógrafo?

Cuando cumplí 5 años mi padre me regalóMan and the Vertebrates 2, de Alfred Romer... ¡Un libro de biología en inglés! Escribió en la primera página: “To my son on his 5th birthday” [“A mi hijo en su 5° cumpleaños”]. No tengo claro qué pretendía entonces. Hoy lo guardo como uno de los recuerdos más queridos. Crecí mirando las imágenes de ese libro: cráneos, gliptodontes, dibujos prehistóricos de la cueva de Altamira, el esquema de desarrollo de un embrión humano. En años siguientes recibí otros libros de regalo, como los de la colección Los animales: cómo son, dónde viven, cómo viven, de Scortecci. Pasaba mucho tiempo contemplando las fotografías.

Para ser contador público, mi padre era una persona cuya curiosidad excedía los números y balances; de él heredé el amor por los “bichos”, las aventuras y el cine. Mi madre tuvo la lucidez de vincularme con el arte y apoyar cada hobby que llevaba adelante. En la época de los álbumes de figuritas fui fan de Vida y color y otros dedicados a biología y zoología. Cuando comencé a publicar coleccionables con el diario El País, me propusieron editar y diseñar láminas didácticas para sacar con la revista El Escolar. Durante varios años entregué un póster o afiche en cada edición de la revista. Tuve entonces el placer de escribir y publicar fotografías con fines didácticos, y siempre venían a mi mente aquellos libros y fotografías que me habían acompañado durante la infancia.

Mi madre, que era una gran lectora, con intereses muy diversos, fue la que me introdujo en la lectura de libros sobre naturaleza que luego se volvieron referentes. Cito uno, La vida sexual de los animales, de Herbert Wendt. Mi padre hizo algo similar con la ciencia ficción. Sigo teniendo como referencia importante los libros de Nuestra Tierra, esa colección pluritemática increíble que fue publicada a partir de la década de 1960. Renzo Pi, que era mi primo, inauguró la serie en 1969 con El Uruguay indígena. Pero uno de mis números preferidos fue el siguiente, el número 2, El borde del mar, de [Miguel Ángel] Klappenbach y Víctor Scarabino. Tuve el placer de tener a Scarabino como docente, también a su esposa, Susana Maytía, que también es bióloga marina. Hoy comparto la pasión por la vida en el mar con Fabrizio Scarabino, hijo de ese matrimonio, amigo y admirado investigador.

Leo biología todos los días, pero necesito plurilectura, entrar y salir de los textos académicos y de divulgación, rumbear hacia destinos literarios diferentes. Al final, todo suma.