Imaginemos una situación bastante ridícula.
Pongamos que una persona que ya dejó atrás su primera infancia es fanática de las hamburguesas. Pongamos que todas las semanas concurre a un local que le prepara una hamburguesa al pan que le vuela la cabeza. Pongamos que además tiene una receta propia para hacerlas en casa de manera que queden sabrosas, jugosas y épicas, recurriendo para ello a una carnicería de confianza cuya carne picada especial es parte fundamental de su experiencia culinaria. Pongamos que su fanatismo es tal que come hamburguesas prácticamente a diario.
Ahora imaginemos que esta persona hamburguesomaníaca fuera incapaz de reconocer de dónde proviene la carne picada vacuna. No es que no sabe en qué frigorífico se procesó o en qué departamento se crio el animal, sino que lisa y llanamente no tiene la más pálida idea de cómo se ve el animal del que proviene la carne picada. Podríamos mostrarle una foto de una vaca Hereford o Aberdeen Angus, o de un gato, o de un perro, o de una gallina, o de un carpincho, y movería su cabeza con desconcierto sin poder decir de cuál sale el alma de sus hamburguesas.
Tanto o más ridículo es lo que nos pasa a uruguayos y uruguayas con la yerba mate. Según datos de 2019 de la consultora Id Retail, para entonces éramos el país con consumo de yerba mate per cápita más alto del planeta: unos 10 kilos por persona por año, totalizando un estimado de 34,8 millones de kilos anuales. Lo curioso es que la mayor parte de toda esa yerba es importada. Y más allá de lo que eso dice de un país de fuerte impronta agrícola, que produce soja para criar chanchos en otras partes del mundo pero no yerba para abastecer a su propia población, tiene una consecuencia que una reciente publicación científica pone de manifiesto: la mayoría no sabemos reconocer a la planta Ilex paraguariensis a partir de la que se hace la yerba mate que tomamos.
Para algunos tal vez sea una sorpresa saber que en Uruguay no sólo la yerba mate puede crecer, sino que es una planta que forma parte de nuestra flora nativa. Más aún, tenemos 14 poblaciones silvestres identificadas (seguramente haya más) en los departamentos de Tacuarembó, Cerro Largo, Treinta y Tres, Lavalleja y Maldonado, que son genéticamente distintas no sólo de las que crecen en Brasil, Argentina y Paraguay, sino que presentan diferencias marcadas entre ellas. Esto es especialmente relevante si tenemos en cuenta que la Ilex paraguariensis está mundialmente en la categoría Casi Amenazada de extinción en la Lista Roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza: de extinguirse las poblaciones de Uruguay, se perderían miles de años de información genética guardada en ellas.
Justamente de yerba mate nativa, qué tanto la conocemos y posibles estrategias de conservación habla el artículo “¿De qué yerba estamos hablando? Yerba mate silvestre: conocimiento y aceptabilidad de conservación”, publicado en la revista Ecología Austral con las firmas de Rodrigo Olano, del Departamento de Sistemas Ambientales de la Facultad de Agronomía de la Universidad de la República; Francisco Zorondo, del Departamento de Manejo Agrícola de la Universidad de Santiago de Chile, y Ana Paola Yusti y Javier Simonetti, del Departamento de Ciencias Ecológicas de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Chile.
En él, mediante encuestas en persona y en línea a 770 habitantes de nuestro territorio, incluyendo productores de las zonas donde hay yerba silvestre y público general de los 19 departamentos, no sólo evalúan si sabemos reconocer la planta (spoiler: menos de 12% de las personas encuestadas logró hacerlo), sino además qué tan dispuestos estamos a conservar la especie, cuáles de cuatro estrategias nos parecen más adecuadas para lograrlo (áreas protegidas, pagos por conservación, manejo de la especie y regulaciones legales) y en qué medida esas estrategias podrían implicar conflictos.
Así que más rápido de lo que preparamos un mate al levantarnos, salimos al encuentro de Rodrigo Olano, el ingeniero agrónomo al que la yerba mate le permitió resolver una crisis existencial.
Claves de esta investigación
- Se propusieron evaluar “las percepciones y la aceptación de estrategias de conservación para las poblaciones nativas de yerba mate” en Uruguay.
- Entre mayo y agosto de 2023 hicieron una encuesta que abarcó de forma presencial a 101 productores rurales de las zonas donde crece la yerba silvestre y en línea a 669 personas de los 19 departamentos.
- 44% del público general tomaba mate a diario, mientras que lo hacía 74% de los productores.
- Apenas 11,7% de las personas encuestadas logró identificar la planta. Los productores “mostraron mayor capacidad de reconocimiento” que el público general.
- 32% reconoció en qué área del país la planta crece de forma silvestre.
- La disposición a proteger la yerba mate silvestre nativa fue alta: 92% estuvieron entre “de acuerdo” y “muy de acuerdo” en que se debe hacer esfuerzos por conservarla.
- Las dos razones principales esgrimidas para conservarla fueron que “forma parte de la cultura” (82%) y su “potencial económico” (59%); en tercer lugar quedó la opción de conservarla “porque es parte de la naturaleza”.
- A las personas se les ofrecieron cuatro alternativas para conservar la yerba mate nativa: áreas protegidas, incentivos o subsidios económicos, programas de manejo de la especie y obligaciones legales.
- En una escala de cinco puntos (de totalmente en desacuerdo a totalmente de acuerdo), todas recibieron en promedio una evaluación positiva (es decir, de más de 3, que implica tener una posición neutral).
- Mientras el público general estuvo entre de acuerdo y totalmente de acuerdo (4 y 5 en la escala) con las áreas protegidas y los incentivos económicos, los productores sólo puntuaron entre 4 y 5 a los incentivos económicos.
- 29% de los productores tuvieron “una percepción negativa” de las áreas protegidas (en su mayoría por las “restricciones de uso del suelo”, “problemas con las especies invasoras” y “la falta de desarrollo del turismo”). Sólo 4% del público general tuvo percepciones negativas hacia ellas.
- El trabajo señala que la yerba mate funciona como “una especie cultural clave”, destacando que su “relevancia simbólica y social puede movilizar el apoyo a la conservación incluso en ausencia de conocimiento ecológico”.
- Señala que “la eficacia de cualquier estrategia de conservación dependerá de su capacidad para adaptarse a las realidades sociales del territorio” y que “la combinación de cultura, percepción social y programas voluntarios, como los pagos por conservación puede ser clave para promover una gestión sostenible y eficaz”.
Un bicho raro y en crisis pensando en salvar una planta nativa
Cuando le pregunto a Rodrigo cómo comienza esto de tratar de estudiar qué estrategias de conservación serían más apropiadas para proteger a nuestras poblaciones de yerba mate nativa, su respuesta es la que está detrás de casi todas las aventuras científicas: “Es una historia bastante larga”.
“En la Facultad de Agronomía tenía una compañera que estaba haciendo su tesis sobre yerba mate y ahí fue cuando recién empecé a tener la información de que la yerba que tomábamos era importada y que en Uruguay crecía en lugares súper puntuales. Con la importancia cultural que la especie tiene en Uruguay, todo eso era muy loco”, arranca Rodrigo, quien hacia el final de su carrera hizo un viaje a Brasil en el que aprendió sobre el cultivo de la yerba y sus procesos.
“Cuando volví ya había terminado la facultad. Viendo para dónde arrancaba, me dije de hacer una maestría estudiando la yerba mate. En ese entonces en la facultad no había ningún equipo funcionando que estuviera activamente estudiando la yerba mate, así que eso implicó golpear varias puertas y empezar a pensar en quién podía tutorear el trabajo y con quién podía llegar a trabajar”, recuerda.
Pero lo logró: hizo su maestría en Ciencias Agrarias en la Facultad de Agronomía “evaluando el estado de conservación, más desde el punto de vista ecológico, de las poblaciones silvestres de yerba mate” junto a “referentes” del Laboratorio de Evolución y Domesticación de Plantas y del Departamento de Sistemas Ambientales. “En el marco de ese posgrado hice un curso de Conservación Biológica en el que conocí a Javier Simonetti y a Ana Paola Yusti, de la Universidad de Chile, que tenían muchos trabajos desde esta perspectiva de incluir el componente social en los estudios de conservación”, agrega. “Este artículo surge del trabajo que hice en el marco de una pasantía que me fui a hacer a Chile con este equipo”, cuenta Rodrigo.
Para él, el aspecto social era tan relevante como el ecológico. “A veces siento que se genera mucha información, pero si eso no llega a la sociedad, y en particular a la gente que está en el territorio, pierde un poco el valor”, confiesa. Pero además, también es una cuestión importante para la conservación. “Hay un marco teórico muy grande de la importancia de evaluar las percepciones vinculadas a la conservación de las especies y de cómo, si hacemos una estrategia netamente desde un escritorio, es muy probable que esa estrategia de conservación no funcione. Y sobre todo en Uruguay, donde conservás en tierra privada, porque las tierras fiscales en nuestro país son prácticamente nulas”, afirma. “La sociedad civil tiene que ser un aliado que forme parte de la política pública, de la investigación, de todo el proceso de la conservación. A partir de ahí surge este trabajo”, apunta.
Su investigación tiene varias particularidades. Además de estudiar la conservación de una planta nativa, algo un poco raro en la Facultad de Agronomía (“raro” en el sentido estadístico de la palabra), por otro lado, indaga en percepciones de la gente, algo más de las ciencias sociales. Obvio que en las ciencias agronómicas, como queda de manifiesto en los cruces que se han dado respecto de la última compra de campos por parte del Instituto Nacional de Colonización, en última instancia siempre se habla de gente y de otro montón de cosas sociales, pero aun así su trabajo es particular. Le pregunto qué tan raro se sintió haciéndolo.
“Bastante raro”, dice riendo. “La verdad es que fue parte de una crisis existencial cuando estaba llegando al final de la carrera. En un momento me dije que tendría que haber sido biólogo en vez de agrónomo”, confiesa. Pero como ya estaba cerca de terminar el grado, optó por la opción que califica de “inteligente”: “Terminar la carrera y después, en algún momento, ver de darle más el enfoque que a mí me gustaba, porque era evidente que lo que me interesaba era otra cosa”. “Si me hablabas de soja, eso a mí me generaba más cosas negativas que positivas”, menciona a modo de ejemplo.
Hoy Rodrigo está conforme con las decisiones que tomó. Y más aún, lo que dice es casi un llamado a que otras y otros lo acompañen en su camino: “El perfil de agrónomo en la conservación es bastante interesante, porque la carrera tiene una gran solidez desde el punto de vista más práctico”, apunta. “Tengo muchos amigos biólogos y me encanta trabajar con ellos, pero creo que la carrera de biólogo te forma más para la parte de escribir artículos, más para lo teórico o para la gestión. Siento que la agronomía integra otras cosas que para la conservación están muy buenas, como el trabajo con la gente, el entender la perspectiva de los productores o el alinear la producción con la conservación, algo que en Uruguay es fundamental por lo que comentaba de que aquí la conservación se hace en tierras mayormente privadas”, señala.
“En resumen, sí era un bicho raro, sobre todo en el posgrado. En un curso cada uno hacía una presentación de su tesis, y todas eran tipo ‘rendimiento de la soja no sé qué’ o ‘rendimiento de tal raza de vacas’, y yo iba con esto de ‘estado de conservación de la yerba mate en Uruguay’. Tipo nada que ver, nada que ver”, dice tentado. “Incluso por cómo me vestía todo el mundo en el posgrado pensaba que era biólogo. De hecho, en la evaluación de los proyectos que mandé para el financiamiento a la Comisión Sectorial de Investigación Científica, o cuando me presenté a la financiación de la Agencia Nacional de Investigación e Innovación para la pasantía en Chile, si bien decía siempre ‘Ingeniero Agrónomo Rodrigo Olano’, en los comentarios que me devolvían había cosas como ‘muy bueno el trabajo que propone el licenciado’. Como que ya el tema los llevaba a pensar que era biólogo. Pero estoy contento con el perfil que fui armando”, sostiene. Y viendo el trabajo que realizó, seguro que somos varios los que estamos contentos.
Rodrigo Olano.
Foto: Alessandro Maradei
Sí sabe y no contesta
El detalle de la investigación puede verse en el recuadro que acompaña a esta nota. Pero teniendo a Rodrigo enfrente uno se ve tentado a preguntarle por un detalle. Si bien reportan las respuestas de 101 productores, en el trabajo señalan que visitaron a “un total de 105 productores” cuatro de los cuales “se negaron a ser entrevistados”. Qué pasó allí, pregunta uno a lo Jorge Rial o Luis Alberto Carballo, como si estuviéramos en una especie de Intrusos de la ciencia.
“Una de las zonas en las que trabajamos era cercana al Área Protegida de la Quebrada de los Cuervos justo cuando se estaba tratando el tema de su expansión del área”, dice Rodrigo. El asunto fue complicado y hasta terminó en la Justicia. “Había ciertas zonas que eran puntos calientes, y justo allí estaban las cuatro personas que se negaron a dar la entrevista. Ya cuando les comenté que las preguntas estaban vinculadas a la conservación, declinaron participar”, comenta.
“Era gente que estaba enojada con la extensión del área protegida y su zona adyacente. No me lo tomé como algo personal, entendí que estaba en un lugar complejo respecto de este tipo de temáticas”, dice Rodrigo mostrando la cintura imprescindible que hay que tener en estos temas en los que es imposible hacer feliz a todo el mundo. Le digo que al negarse a participar se perdieron la oportunidad de haber incidido en los porcentajes del trabajo y en reflejar que para distintas personas, en distintas circunstancias y en distintos puntos del territorio, hay mecanismos de conservación que generan más o menos resistencia que otros. “Sí. Nosotros vimos una aceptabilidad distinta entre los dos grupos, y eso es algo que tiene bastante sentido”, marca Rodrigo.
“Si sos un productor que depende de un recurso para vivir, que lo maneja y que tiene una historia en ese lugar, puede ser que determinada medida te despierte más resistencia que a una persona que está en un apartamento en Montevideo, para quien la medida no tiene un efecto que impacte en su vida cotidiana”, reafirma.
“En ese sentido, lo que nos interesaba era estudiar estos dos grupos: por un lado, la gente que está en el territorio, que es el filtro principal para implementar una acción de conservación in situ; por otro lado, el público general, como lo llamamos en este trabajo, para ver el apoyo social, que también es fundamental para construir políticas públicas que necesitan presupuesto y voluntad política, entre otras cosas”. La tiene clarísima, así que vayamos a ver qué mostraron las encuestas a estos 770 habitantes de Uruguay.
Grandes tomadores de mate
“Encontramos un reporte bastante alto de consumo: 74% de la gente que vive en el campo reportó tomar mate todos los días, y eso tuvo diferencias significativas con la gente de la ciudad, donde casi 45% reportó tomar mate a diario”, resalta Rodrigo.
En el trabajo hay más datos sobre las frecuencias de consumo, tanto de productores como del público en general. Pero lo que puede decirse es lo que ya sabemos: somos grandes tomadores de mate.
Paradoja y extinción de la experiencia
“Nuestros resultados revelan una importante paradoja: a pesar del consumo generalizado y cotidiano de mate en Uruguay, el conocimiento sobre su origen botánico –la planta silvestre Ilex paraguariensis– es extremadamente bajo”, reportan en el artículo. “Sólo 11,7% de los encuestados pudo reconocer la planta de yerba mate e identificarla como un árbol”, lo que “demuestra una clara desconexión entre su uso cultural intensivo y el conocimiento ecológico asociado”. Me incluyo en ese gran 88,3% de quienes hasta esta nota no serían capaces de reconocer un árbol de yerba mate ni aunque le estuviera evapotranspirando en la nuca.
“De ese resultado un poco surge el nombre del trabajo, eso de ‘¿de qué yerba estamos hablando?’”, comenta Rodrigo.
“Una de las secciones del formulario era de reconocimiento de la planta. Mostrábamos la planta cuando la entrevista era presencial, y si no mostrábamos fotos y hacíamos alguna otra pregunta más vinculada a las características de la especie, como por ejemplo el porte, porque hay mucha gente que se piensa que la yerba mate es un pasto y no un árbol. Con esas preguntas fuimos construyendo esta parte de lo que era el conocimiento que tenía la sociedad uruguaya sobre la planta”, amplía.
Más allá de que tengamos el ojo entrenado o no para identificar este árbol, el asunto es relevante: “Esta falta de conocimiento no sólo implica información limitada sobre la especie, sino que también representa una barrera directa para su conservación”, señala el artículo.
Esta disociación entre algo que consumimos de forma cotidiana y el cultivo que lo hace posible (que inspiró el ejemplo ridículo de comer carne picada vacuna y no poder identificar a una vaca) tal vez tenga que ver con que la mayor parte de la yerba que compramos es importada. Uruguayos y uruguayas no tenemos en nuestra experiencia cotidiana ver plantíos de yerba mate. Vemos campos con vacas, con soja, con colza, con ovejas, con frutales, con pinos y eucaliptos, pero nunca vemos un yerbal.
“Uruguay hace unos 100 años tuvo experiencias de producción de yerba mate y el tema estaba más presente. Si vas a la zona de Aiguá o a Treinta y Tres, ves arroyos que se llaman Yerbal, Yerbalito. Eso nos muestra que en algún momento estuvo mucho más presente la yerba y que a lo largo de la historia se fue perdiendo”, coincide Rodrigo.
“Para esto hay un concepto, que tiene todo un marco teórico, que es el de extinción de la experiencia, que alude a esto de que las sociedades modernas se van desconectando de este tipo de cosas. Si les muestro a los uruguayos yerba mate del paquete, como están acostumbrados a consumirla, la reconocerán muy fácilmente. Pero si vas a la planta, a la raíz de todo el proceso, hay una brecha de conocimiento. Eso es bastante loco e interesante en un país en el que la especie es culturalmente clave”, señala.
Esto de la extinción de la experiencia se toca con otro de los hallazgos del trabajo: quienes más reconocieron la especie fueron los productores. Y en las regresiones entre variables, las dos que más pesaron a la hora de reconocerla entre los productores fueron la cercanía a una zona donde está la planta y el tiempo de residencia en ella.
“Podríamos decir que uno de cada diez uruguayos reconoce la planta de yerba mate. Y entre la gente que vive en las inmediaciones de una población silvestre, uno de cada cuatro la reconoce. Es algo bastante lógico por lo que decía de la extinción de la experiencia. La sociedad en su conjunto no está expuesta a una plantación de yerba mate o algo así de llamativo”, comenta Rodrigo.
También reportan que 32% de las personas encuestadas identificó en qué zonas del país hay yerba mate nativa silvestre.
Mapa zonas con yerba mate nativa silvestre. Tomado de Olano et al.
Hay consenso: estaría bueno proteger nuestra yerba mate
Si bien 88% de las 770 personas fallaron al intentar reconocer el árbol de la yerba mate, el trabajo reporta que 711, es decir, 92%, “mostró una actitud positiva hacia las acciones de conservación de la especie”.
La gran mayoría de las personas, ya fueran productores entrevistados presencialmente o gente en su casa respondiendo desde un celular o computadora, estaba de acuerdo en que la yerba mate merecía algún tipo de protección. De hecho, en una escala de 1 a 5, en la que 1 implica estar totalmente en desacuerdo y 5 totalmente de acuerdo, el promedio de los encuestados fue 4,5, es decir a medio camino entre de acuerdo y totalmente de acuerdo.
Al indagar en la razón, reportan que 82% daban su apoyo a la conservación de la yerba mate “motivados por la identificación cultural” y que 59% lo hizo por su “potencial económico”. Una minoría lo hizo por entender que “es parte de la naturaleza”.
“Nosotros partíamos de la base de que la yerba mate tenía el potencial de ser una especie bandera”, comenta Rodrigo. “Las especies bandera son aquellas que se utilizan para promover la conservación, ya sea para aumentar la aceptabilidad de la conservación, por ejemplo, al establecer un área protegida, o para conseguir fondos para la conservación”, explica.
“A pesar de su escaso reconocimiento ecológico, encontramos una gran disposición a conservar el Ilex paraguariensis impulsada principalmente por su valor cultural”, dicen en el artículo, y agregan que eso “respalda la idea de que funciona como una especie cultural clave, cuya relevancia simbólica y social puede movilizar el apoyo a la conservación incluso en ausencia de conocimiento ecológico. También puede actuar como especie emblemática para la conservación de bosques nativos”.
Bien. El asunto ahora es qué estamos dispuestos a hacer para conservarla. Y sobre eso también habla el trabajo.
¿Qué preferimos hacer para conservar la yerba mate nativa?
En la encuesta les daban a las personas cuatro alternativas para promover la conservación de la yerba mate en los lugares donde la planta crece en Uruguay, que debían puntuar nuevamente en una escala de 1 a 5 (desde totalmente en desacuerdo a totalmente de acuerdo).
La primera era “establecer áreas protegidas en terrenos privados que incluyan poblaciones nativas existentes”, ya sea “ampliando las áreas protegidas actuales o creando otras nuevas bajo un estatus de conservación formal”. Las áreas protegidas, pese a suscitar diversos conflictos, las tenemos presentes, así que pasemos a las otras.
La segunda opción consistía en “proporcionar incentivos financieros o subsidios a los propietarios de tierras que conserven la yerba mate en sus propiedades e implementen medidas de conservación activas”, como “excluir el ganado, controlar las especies invasoras o permitir la regeneración”. Rodrigo comenta que los pagos por conservación son “algo que ya se ha utilizado, sobre todo en países desarrollados, pero también en otros países de la región”. Agrega que “Uruguay recién está empezando a evaluar estas posibilidades, por ejemplo, iniciativas que se están explorando en el Ministerio de Ambiente de pagos por conservar pastizales que sean de prioridad para la conservación”.
La tercera vía consistía en incluir la planta “en los programas gubernamentales de gestión de especies, con financiación específica para apoyar su conservación mediante políticas públicas, instrumentos de planificación y marcos de implementación”. Rodrigo comenta que en este caso eso podría consistir en “incluir la especie en el listado de especies prioritarias para la conservación”.
“Llama la atención que la yerba mate no integre la lista de especies prioritarias para la conservación de 2013, la última editada, siendo que cumple con una serie de criterios por los que se define cuáles son esas especies, como presentar un grado de amenaza, tener valor económico y tener valor cultural. La yerba mate es una especie re candidata para integrar esa lista”, afirma, y adelanta que se está preparando una nueva lista de especies prioritarias para la conservación, aunque ignora si la yerba mate Ilex paraguariensis estará incluida.
Finalmente, les proponían “hacer de la conservación de Ilex paraguariensis una obligación legal para los propietarios de tierras, estableciendo normas vinculantes y mecanismos de control para garantizar su cumplimiento”. Rodrigo comenta que “son medidas que apuntan a que la persona que tiene yerba mate en su predio sea en cierta medida responsable de la conservación”.
Las cuatro medidas tuvieron en general una evaluación positiva, es decir, de más de neutral en la escala (más del valor 3). Pero hubo diferencias: mientras que el público general estuvo entre de acuerdo y totalmente de acuerdo (4 y 5 en la escala) con las áreas protegidas y los incentivos económicos, los productores sólo estuvieron entre de acuerdo y totalmente de acuerdo con los incentivos económicos. Más aún, 29% de los productores tuvieron “una percepción negativa” de las áreas protegidas, mientras que sólo las tuvo 4% del público general.
“Eso es algo que ya está muy reportado. Si a mí la conservación no me implica nada, buenísimo, pero si me implica que cambie la forma en la que produzco o uso determinado lugar, o me requiere una inversión para proteger, ya los apoyos no son los mismos. Y ojo, hay productores que son súper afines a estas medidas de conservación”, comenta Rodrigo.
“En una de las preguntas de la encuesta les preguntábamos a los productores cómo entienden las áreas protegidas, si como beneficios o como pérdidas, y esa era la variable que luego se correlacionaba con el apoyo o no a ellas. Por ejemplo, una persona que produce ganadería, hoy día en un área protegida no tiene grandes limitantes. De hecho, está creciendo el interés de los ganaderos por las áreas protegidas, porque las áreas paran la forestación, la minería y otros usos que, como son más rentables que la ganadería, están desplazando en cierto punto al sector”, enfatiza.
“Ahí lo interesante es que en el trabajo incluimos un índice de potencial de conflicto. Lo que te dice este índice es si las personas que respondieron estaban todas alineadas o no. El índice de potencial de conflicto se hace máximo si la mitad te dijo que está totalmente de acuerdo y la otra mitad te dijo que está totalmente en desacuerdo con las medidas”, explica Rodrigo.
Lo que dice tal vez sea el corazón del trabajo. “Al analizar cómo te da en cada uno de los sitios estudiados, podés determinar que las áreas protegidas, en determinada localidad, tienen un potencial de conflicto bajo, por lo tanto, son una medida que es más fácil adoptar allí”, señala. Pero en otros lugares eso no es tan así. “Como te decía, en la zona adyacente de la Quebrada de los Cuervos, el potencial de conflicto seguramente te da mucho más alto porque es un territorio en el que ya hay tensión”.
Los pagos por conservación también fueron bastante aceptados. “Tenemos que pensar en estos temas como sociedad en su conjunto”, señala Rodrigo. “Se podría estudiar específicamente qué formas de incentivo serían más aceptadas, de dónde saldría la plata, etcétera. Eso requiere un poco más de trabajo de gente que esté en distintas áreas”, señala, poniendo como ejemplo a quienes “trabajan en políticas” o “en incentivos en el Ministerio de Economía [y Finanzas]”. “El ejercicio teórico y académico es fundamental, pero luego se requiere la integración de las miradas y de la gente que está pensando en esas cosas”, agrega.
El trabajo nos dice algo muy importante: aun para la misma entidad a conservar, en este caso la yerba mate, en distintos territorios puede haber distintos índices de conflicto. Tal vez en un territorio es viable pensar en un área protegida, en otros habrá que pensar en incentivos y tal vez en todos pueda haber determinados marcos regulatorios.
“La política pública tiene que estar sustentada en datos, en información. En ese sentido, toda la investigación nacional es un aporte fundamental. Generar información, entender qué pasa en el territorio para luego ver cómo tenemos que pensar la política pública, los incentivos, cuáles son las vías, cómo integrar a la sociedad en todo este proceso; a eso es a lo que apuntaba a este trabajo”, afirma Rodrigo.
“Como decimos en el trabajo, esta es una especie cultural clave. Que Uruguay avance en el conocimiento de ella me parece fundamental. Antes de arrancar todos estos trabajos, me decía que si en Uruguay se extinguía la yerba mate iba a ser una gran vergüenza, como que no podía ser que no sepamos qué está pasando con la especie en nuestro país. En ese sentido van un poco los trabajos que buscan también poder entender qué necesidad y qué urgencia de acción tenemos para promover su conservación. La intención es remarcar que hay que tener presente la visión de la gente del territorio y también de la gente de las ciudades. Hacer esa exploración me pareció interesante”, dice. ¡Si lo será! Así que desde acá, aplausos y más aplausos. Eso sí, con una mano; con la otra estamos sujetando el mate.
Artículo: ¿De qué yerba estamos hablando? Yerba mate silvestre: Conocimiento y aceptabilidad de conservación
Publicación: Ecología Austral (agosto de 2025)
Autores: Rodrigo Olano, Ana Paola Yusti, Francisco Zorondo y Javier Simonetti.
Cuidado con el exceso de amor a la yerba mate
“Hay un tema bastante importante en cuanto al valor de conservación que tienen las poblaciones uruguayas de yerba mate, que es algo que han estado estudiando otros compañeros del equipo”, remarca Rodrigo.
“El valor de las poblaciones uruguayas radica en que son poblaciones que han estado aisladas por largos períodos de tiempo y que se encuentran en lugares bastante puntuales, que son las quebradas. Las poblaciones de quebradas de Uruguay han quedado geográficamente aisladas unas de otras, lo que ha impedido que haya un flujo génico entre ellas, y eso ha hecho que las poblaciones genéticamente se vayan diferenciando. Eso hizo que las poblaciones de Uruguay tengan más diferencia entre ellas que al compararlas con toda el área central de distribución, que comprende un espacio geográfico mucho más amplio”, explica.
“Por eso es que las poblaciones de Uruguay cobran una relevancia mucho mayor para la conservación de la especie, que está catalogada como casi amenazada por los criterios de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza”, remarca Rodrigo.
“Relacionado con esto, es una especie que en los últimos tiempos se puso como muy de moda y que mucha gente quiere plantar. Entonces, el mover semillas de un lugar para el otro, del norte al sur, del sur al norte, tiene implicancias directas en su conservación, porque estamos rompiendo esa estructuración genética que se ha generado por miles de años de poblaciones aisladas. Intervenir en esta dispersión que naturalmente no ocurre genera el riesgo de que perdamos parte de la variación genética que tenemos en el territorio”, dice Rodrigo.
“Si la gente quiere plantar una semilla de yerba mate, o una plantín de yerba mate, lo importante no es que mueva un plantín de Aiguá a Tacuarembó, o de Tacuarembó a Cerro Largo, sino que se respete esa cosa de las regiones, que es parte de otro de los avances que ha ido generando el equipo en el cual se enmarca también mi trabajo”, aconseja Rodrigo.
Lo que dice es clave. Muchos de nosotros, con la mejor intención, tratando de ayudar y de promover la presencia de plantas nativas antes que las exóticas, podemos cometer errores e ir en contra de lo que nos proponemos hacer. En ese afán por reyerbalizar Uruguay, por darle visibilidad a una planta que tanto significa para nuestra identidad, tanto la presente, como la colonial y la ancestral, tenemos que hacerlo de forma ordenada. Traer plantas de un departamento a otro, comprar en viveros sin saber de dónde provienen, o incluso llevar de una quebrada a otra zona, no ayudaría a conservar nuestra riqueza de yerba mate. Lejos de eso, podríamos ayudar a una homogeneización de la especie, a una pérdida de variabilidad genética. Peor aún sería traer plantas de Argentina, Brasil o Paraguay (algo que no es legal... pero dados los escasos controles para este tipo de cosas, seguro ya ha sucedido). Por más que todas sean Ilex paraguariensis, cada planta presenta características propias del lugar donde ha evolucionado y las selecciones a las que ha sido sometida. Un exceso de empatía hacia la yerba mate podría también causar un problema para los relictos que van quedando en Uruguay.
Eso que mencionamos ya está pasando. Rodrigo cuenta que otro artículo que se desprende de su tesis, a publicarse en breve, analizó la información genética de los adultos y de los juveniles de yerba mate en una localidad específica. Y allí se estaría viendo este efecto de haber traído plantas de otras regiones. Pero de eso hablaremos más adelante, cuando el artículo finalmente sea publicado.
Con la mejor de las intenciones, podemos hacer desbarajustes. “Sí, claro que no hay mala intención. Pero esa tiene que ser justamente una lección aprendida de qué no hay que hacer. Fueron acciones que se llevaron a cabo en un momento y contexto en el que no estaba disponible toda la información que tenemos ahora. Seguro fue con la mejor de las intenciones y de hecho era gente pionera, que estaba con la yerba mate desde antes de que se pusiera de moda, que fueron indagando en distintas zonas y haciendo avanzar el conocimiento de estas plantas desde otros puntos de vista. De hecho, estos precursores, como los viveros Iporá, en Aiguá, Pindó Azul, en la Quebrada de los Cuervos, o Nin, en Rocha, ayudaron a posicionar este tema en un momento en el que nadie hablaba de esto”, reconoce Rodrigo.
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