Algunas veces no tenemos más remedio que recurrir a palabras en otros idiomas, al menos mientras no extendemos el uso del término correspondiente en el nuestro. En ocasiones la palabra termina castellanizándose, como pasó con el stress, que podríamos traducir como presión pero que castellanizamos como estrés para referirnos a esa condición de altos niveles de adrenalina que genera preocupación, tensión y demás. Algo similar acontece con otro trastorno que nos afecta y que en inglés se denomina burnout.

El concepto, aplicado a la salud, fue acuñado en 1974 por el psicólogo Herbert Freudenberger en un artículo publicado en el Journal of Social Issues titulado justamente “Staff Burn-Out”, algo así como burnout en el equipo de trabajo, ya que observaba eso en la clínica donde ejercía. En español podríamos decirle perfectamente síndrome del estar quemado/a, ya que, como decía Freudenberger, en inglés burn-out significa algo así como “desgastarse o agotarse al hacer exigencias excesivas de energía, fuerza o recursos”. Así que a lo que popularmente le llamamos estar quemados podemos agregarle esa otra parte de consumir nuestra energía de forma excesiva. Así y todo, la traducción más aceptada para el síndrome de burnout es la de síndrome de desgaste ocupacional.

El síndrome de desgaste ocupacional fue incluido en 2019 por la Organización Mundial de la Salud (OMS) en su 11ª revisión de la Clasificación internacional de enfermedades “como un fenómeno ocupacional” que afecta “el estado de salud”, pero sin considerarlo “una enfermedad” o “condición médica”. Al respecto, señala que “el síndrome de burnout se define como el resultado del estrés crónico en el trabajo que no se ha gestionado con éxito” y que “se caracteriza por tres dimensiones”: la “sensación de agotamiento o falta de energía”, un “mayor distanciamiento mental del trabajo” o la recurrencia de “sentimientos negativos o cinismo relacionados con él” y la “sensación de ineficacia y falta de logros”. La OMS destaca que el burnout “se refiere específicamente a fenómenos del contexto laboral y no debe aplicarse para describir experiencias en otras áreas de la vida”, aunque, como veremos en esta nota, hay actividades que no necesariamente son trabajos, como el deporte –¿y el estudio?–, donde también puede darse este desgaste.

Recientemente se dio a conocer un relevamiento que arrojó que “uno de cada tres médicos presenta síndrome de burnout” en nuestro país. Ahora, una nueva publicación científica nos lleva a mirar qué pasa con nuestros y nuestras atletas y deportistas de alto rendimiento.

Titulado Optimismo y resiliencia: ¿el camino dorado hacia el rendimiento deportivo?, el trabajo lleva la firma de Estefanía Malán, Hernán Pereira y Verónica Tutte, de la Universidad Católica del Uruguay, Julio Imbernón y Francisco Ortín, de la Universidad de Murcia (España), Regina Brandão, de la Universidad San Judas Tadeu (Brasil), Mario Reyes y Mariel Delgado, de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas, y Alejandro García, de la Universidad de las Islas Baleares (España).

En la investigación analizaron qué pasaba con los síntomas en cualquiera de las tres dimensiones del síndrome de burnout en 194 atletas que representaron a Uruguay en los Juegos Odesur disputados en Chile en 2022. Lo que se muestra en el artículo no puede dejarnos indiferentes: a decir del equipo de investigación, los porcentajes de deportistas que presentan sintomatología en alguna de las tres dimensiones del burnout “estremecen”. Casi siete de cada diez deportistas muestran signos de estar quemadas o quemados.

En el trabajo también se propusieron “identificar y describir las dimensiones de la resiliencia y el optimismo que podrían actuar como variables de protección frente a la posibilidad de padecer burnout” y, mediante un trabajo de análisis, vieron cómo las altas puntuaciones en los cuestionarios de resiliencia y optimismo protegían a los atletas de presentar la sintomatología. Si bien para nuestros atletas las cosas están complicadas, hay esperanza: “Los hallazgos encontrados permiten visualizar el rol fundamental de la resiliencia y el optimismo como factores protectores que podrían disminuir el riesgo de padecer burnout en deportistas de alto rendimiento”, afirman.

Con todo este panorama, salimos más rápido que Déborah Rodríguez al encuentro de la psicóloga deportiva Verónica Tutte, tutora de la tesis de doctorado de Estefanía Malán de la que se desprende el artículo, para conversar de qué tan quemados están nuestros deportistas y, más importante aún, todo lo que nos queda trabajar en salud mental en general y en la aplicada al deporte en particular.

El infierno de primera mano

Verónica Tutte, además de psicóloga del deporte, docente y tutora de quien lideró esta investigación, guarda un as bajo la manga: también fue una deportista profesional. Fue parte de las Cimarronas, la selección nacional de hockey sobre césped, y en el año 2000 integró el equipo que logró, por primera vez, obtener el campeonato sudamericano en esa disciplina al ganarle por penales 5-4 a la selección chilena, que jugaba de local. ¿Cuánto de eso influyó en que se dedicara a la psicología del deporte? Y más aún, habiendo sido una deportista de selección, con los niveles de exigencia que eso supone, ¿padeció el burnout o lo vio en sus compañeras de equipo?

“Fui campeona sudamericana, pero en el hockey en Uruguay no podemos decir que somos profesionales porque no cobramos, y la profesionalidad en el deporte está dada a partir de que uno percibe un dinero, pero sí fui una deportista de alto rendimiento”, comenta Verónica. “Hasta los 25 años el eje de mi vida fue el deporte. Si bien era estudiante de Psicología, si bien trabajaba como entrenadora de hockey, la vida se regía por las prácticas. Por ejemplo, cuando había período de entrenar para la selección y había doble turno, faltaba a la Universidad Católica sin dudarlo. Las prácticas y los encuentros marcaban todo”, remarca entonces sobre aquella época.

“Haber sido deportista fue lo que me marcó el deseo de querer ser psicóloga del deporte. Cuando estudiaba Psicología no estaba en el radar la psicología del deporte, de hecho tengo una formación clínica”, remarca. En su momento pensó hacer además la carrera de Educación Física para conectar ambas cosas, pero sintió que no era eso lo que buscaba. “Me interesaba estar relacionada y vinculada al deporte pero desde otro lugar, no como profesora o entrenadora”, comenta. Así que se quedó sólo en Psicología.

“Cuando me recibí, inmediatamente tuve claro que no iba a ser una psicóloga clínica, por lo tanto me puse a buscar dónde había un programa de doctorado o de maestría que uniera mis dos pasiones, el deporte y la psicología”, dice. Dio entonces con la Universidad Autónoma de Barcelona, que ofrecía posgrados en Psicología del Deporte. “En 2003, con 26 años y a los pocos meses de haberme recibido de psicóloga, marché a hacer el doctorado en Barcelona”, dice.

“En una de las primeras clases apareció la variable burnout, que entonces para mí era totalmente desconocida. Y cuando empezaron a hablar me sentí plenamente identificada. Eso era lo que yo había tenido y de alguna forma nadie me había podido ni diagnosticar ni ayudar. Quizá si alguien lo hubiera visto no hubiera dejado la selección a los 25 años y capaz que hubiera seguido jugando hasta los 30 y tantos años”, confiesa. No sólo fue deportista de alto rendimiento, sino que estuvo quemada.

“Si bien cuando jugaba no conocía qué era el síndrome del burnout, sí tenía una clara sensación de pérdida de motivación. Lo que había hecho durante años sin pensar, de forma rutinaria y con placer, en un determinado momento de mi vida dejó de tener total sentido. Fue una situación muy parecida a la depresión o a una crisis existencial”, se abre.

“Cuando vi en España esto del burnout, tuve claro que esa iba a ser la variable de mi tesis doctoral y que seguramente era la variable que me iba a acompañar durante muchos años de mi vida”, remarca. Y no le erró. Ya lleva 22 años estudiando el desgaste en el deporte.

Experiencia galáctica

Verónica hizo su tesis de maestría con jugadoras de básquetbol de España. Y no era un equipo cualquiera. Todo aquello terminó siendo parte de un artículo científico titulado “Evolución de los índices de burnout en un equipo femenino de baloncesto” publicado por Verónica y colegas en 2006 en los Cuadernos de Psicología del Deporte.

“Mi primera experiencia como psicóloga del deporte fue nada más y nada menos que en el Barcelona Fútbol Club con el equipo femenino de primera división de básquetbol. Fue impresionante porque, por un lado, fue una experiencia de investigación, ya que de ahí salen los datos de mi tesis, pero además fue una experiencia de intervención”, comenta Verónica. Aun así, al principio las cosas no fueron fáciles.

“Cuando llegué, la entrenadora me dijo que no creía en el trabajo psicológico. Me había llegado a decir que con las jugadoras hiciera lo que quisiera, pero que con ella nada”, recuerda. “Pero cuando empezó a ver un poco lo que surgía, me permitió intervenir con ella y hacer juntas la devolución de los datos a las jugadoras. Terminó asistiendo a la defensa de mi tesis de maestría y se quedó las tres horas. Fue un lindo reconocimiento: pasar de no creer nada a ver lo que un psicólogo del deporte era capaz de hacer beneficiando tanto a las jugadoras como al equipo”, dice Verónica con la satisfacción de la tarea cumplida.

El burnout y sus tres dimensiones

Ya iremos a ver qué pasó con el síndrome de estar quemado y los 194 atletas de Uruguay en los Juegos Odesur. Pero antes veamos un poco algo más del burnout con Verónica para precisar de qué estaremos hablando. ¿Es en sí una enfermedad o, como dice la OMS, es apenas “un fenómeno ocupacional” que afecta “el estado de salud” de las personas?

“Hay un largo camino en cuanto al diagnóstico del burnout, que no fue considerado patología o psicopatología hasta 2022, cuando fue considerado un síndrome o un trastorno, lo que quiere decir que hay un cúmulo de síntomas que llevan a, de alguna manera, generar un daño”, dice Verónica. “Cuando uno ve el diagnóstico del burnout, que implica tener síntomas en sus tres dimensiones, se convierte en una patología que es muy parecida a la depresión”, agrega. Así que veamos un poco estas tres dimensiones.

“La primera es el agotamiento emocional, que quiere decir que la persona de alguna manera siente un hastío mental, un cansancio por encima de lo común, que hace que aquello que hacía de forma natural le empiece a significar un sacrificio enorme. Hay un agotamiento, un cansancio que hace que uno pierda esa espontaneidad en hacer lo que antes hacía y que pase a hacerlo más por obligación”, explica.

“La segunda etapa es la despersonalización, la fase más psicopatológica, aunque no es la despersonalización que a veces los psiquiatras mencionan como una división de la personalidad. Aquí tiene que ver con una parte más social y de la interacción, donde se produce un enfriamiento emocional. Una persona cálida, empática, con el correr del tiempo empieza a tener actitudes cínicas e irónicas hacia sus compañeros o las personas con quienes trabaja, y de alguna manera los deja de ver como personas y deja de sentir emociones hacia ellos y pasa a verlos como simplemente una ayuda para realizar su tarea. Esta es la fase más reconocible porque, si una persona que era súper empática, súper cariñosa, de repente empieza a ser cínica, irónica, malhumorada, irritable, es algo muy notorio. Es en esta fase cuando las personas empiezan a percibir un cambio”, afirma.

“La tercera fase es la de la reducida realización personal y tiene ver con la percepción que la persona tiene de que su desempeño ha descendido. En un primer momento esto no es real sino 100% subjetivo: el desempeño no descendió, pero la persona no se siente feliz con aquello que está haciendo. Con el correr del tiempo sí empieza a haber un deterioro muy grande en el rendimiento y es otra de las fases visibles que los demás tienen para darse cuenta de que hay algo que le está pasando a esa persona”, completa Verónica.

“Entonces, con respecto a la pregunta de si el burnout es o no una enfermedad mental, en la medida en que va contaminando la personalidad, los vínculos, las relaciones y el desempeño en el trabajo, claramente es una patología”, responde Verónica.

“Lo que es muy difícil es el diagnóstico, porque en general las personas y en particular los deportistas, que no son una excepción, presentan sintomatología en una o dos de esas dimensiones, no en las tres. Entonces no podemos decir que tengan burnout, que sería tener síntomas en las tres, pero podemos decir que tienen sintomatología de burnout”, detalla. Y esto es fundamental para entender los datos del trabajo que realizaron con nuestros atletas.

“Cuando se dan síntomas en estas tres dimensiones, que podemos medir con determinados cuestionarios, la persona tiene el diagnóstico de estar padeciendo burnout. Con ese diagnóstico, en países como España, una persona podría hasta jubilarse, porque desde 2003, cuando estudié allá, el burnout es una razón de baja laboral. En Uruguay eso no es así, pero al menos ahora es reconocido e incluso vemos a veces certificaciones médicas que, si bien no lo llaman propiamente burnout, le dicen ‘estrés laboral’, que es una de las denominaciones que tiene”.

Hablando de denominaciones, a Verónica no le disgusta hablar de quemados. “Sí, para mí se le puede decir síndrome de estar quemado, porque el burnout de alguna manera consume el fuego interno de la motivación. Esto no le pasa a cualquier persona, les pasa a aquellos deportistas, o personas en general, altamente motivadas que tienen expectativas muy elevadas, que son perfeccionistas. Alguien que hace algo que le da igual, que no mete ni invierte años de su vida, no se va a quemar nunca, porque si hace eso u otra cosa le va a dar igual. En cambio, quien pone todos los huevos en una sola canasta y dedica toda su vida a algo que no termina saliendo como esperó, ese sí tiene grandes chances de quemarse”, afirma.

El síndrome de estar quemado y el deporte

El burnout es un fenómeno ocupacional. Pero en esto de que afecta a aquellas personas que dan todo y se comprometen, uno intuye que los deportistas de alto rendimiento son especialmente vulnerables. Dedicarse al deporte a ese nivel es algo altamente demandante, que lleva tanto o más tiempo que un trabajo y que, para colmo, por lo general no se remunera.

“Lo primero que los hace vulnerables es que el deporte de alta competencia, por lo general, se vive como un trabajo pero no lo es. Por lo tanto, una de las patas de la recompensa, que es el percibir un sueldo, no la tienen”, concuerda Verónica. “Lo segundo que los hace más vulnerables es que están expuestos a rutinas de entrenamiento con altísimas exigencias físicas y mentales, y con altas expectativas depositadas, tanto de ellos mismos como de terceras personas”, amplía.

También dice que los deportistas de alto rendimiento son evaluados en su tarea con una frecuencia mucho mayor que la mayoría de las personas en sus trabajos (aún más que científicas y científicos, que se ven sometidos a evaluaciones constantes para poder realizar investigaciones). “Ningún gerente o ningún empleado es despedido si un día rinde menos que el día anterior, ni yo pierdo mi trabajo si un día una conferencia no me sale tan bien como otras veces, o si no la doy de acuerdo a lo que los demás esperan. Sin embargo, un deportista juega mal un partido, o nada con una marca superior a la esperada, y se puede llegar a quedar fuera de un torneo sudamericano o mundial. Y además, eso está atravesado por la visión que otras personas van a tener de ese deportista por no haber llegado a la marca o por no haber conseguido la clasificación. Todo eso los hace sujetos excepcionales, distintos al resto y especialmente vulnerables al burnout”, detalla Verónica.

Partido Paraguay - Uruguay por el bronce de Hockey femenino de los XII Juegos Suramericanos Asunción 2022, el 12 de octubre en el Comité Olímpico Paraguayo.

Partido Paraguay - Uruguay por el bronce de Hockey femenino de los XII Juegos Suramericanos Asunción 2022, el 12 de octubre en el Comité Olímpico Paraguayo.

Foto: Sandro Pereyra, Agencia Gamba

Le digo que ningún periódico titulará “Conferencia de Verónica Tutte por debajo de su rendimiento habitual”. “Exactamente. Y no saldrán comentarios, no solamente acerca de mi desempeño, sino sobre cómo soy o juzgando decisiones que tomé, o lo que no hice, o lo que otros entienden que debería haber hecho, ni habrá especulaciones sobre qué me estará pasando, si estoy sintiendo presión, si no me estaré creyendo más de lo que soy. Ese tipo de comentarios son los que reciben los deportistas, sobre todo los futbolistas, no sólo en la prensa sino en las redes, donde incluso pueden recibir comentarios como si es o no gallina, que pagaron tanto por él y no rinde, y demás”, grafica.

“Hay una forma de tratar al deportista con un lenguaje que podríamos decir que es un poco deshumanizado. He llegado incluso a escuchar que ante un deportista lesionado se dice que ‘está roto’ o preguntar cuándo va a estar pronto. Parece que en lugar de estar hablando de una persona estamos hablando de un mueble que hay que reparar. Esa deshumanización lleva a que haya muchas más exigencias y que aumente la presión”, sostiene Verónica.

Podría pensarse que el problema son algunos periodistas deportivos o los hinchas, parciales y demás. Pero no sólo.

“También están las familias que, dependiendo del deporte, tienen expectativas que a veces son desajustadas, o los representantes, que también hacen comentarios que no se ajustan a la realidad y a veces venden espejitos de colores. Por ejemplo, en el fútbol tenemos porcentajes claros de cuántos deportistas pueden llegar a la primera división. De los que empiezan en la divisional séptima, los que llegan a primera no son ni el 1%. Y, sin embargo, todos tienen representantes desde los 13 años que les dicen que son los mejores y que van a llegar. Entonces, ¿qué le pasa a ese deportista en ese trayecto cuando ve que no juega, que no es citado y tiene a alguien del otro lado que le está diciendo que es el mejor, que no lo miran, que hay otro que tiene favoritismo? Empieza a generar determinadas creencias que, desde el punto de vista cognitivo comportamental, podemos decir que son irracionales”, explica.

Así las cosas, veamos entonces qué encontraron en esta investigación.

¿Qué tan quemados están nuestros atletas?

En el trabajo se propusieron “identificar y describir las dimensiones de la resiliencia y el optimismo que podrían actuar como variables de protección frente a la posibilidad de padecer burnout” en 194 atletas de alto rendimiento que participaron por Uruguay en los Juegos Odesur 2022.

“Yo soy la responsable de la línea, pero quien encabezó esta investigación fue Estefanía Malán. Ella defendió su tesis de doctorado hace exactamente un año y eso la hace la primera doctora en Psicología del Deporte que defiende en Uruguay, porque yo la defendí en España, y la segunda doctora en Psicología del Deporte del país”, señala con orgullo Verónica.

Para cumplir con el objetivo de la investigación, los 194 atletas debieron completar cuatro cuestionarios, a saber, el “Inventario de Burnout para Deportistas”, que mide las tres dimensiones que, si se dan juntas, conforman el síndrome del burnout, el cuestionario “Escala de Resiliencia”, y dos para medir el optimismo, el de “Escala de Orientación hacia la Vida Revisada” y el cuestionario “Optimismo Deportivo”. ¿Por qué tanta cosa? Porque según la literatura científica existente, está claro que la resiliencia y el optimismo son factores que pueden oficiar de protectores o mediadores para el burnout. Pese a ello, en el artículo señalan que “la ausencia de autores que hayan recogido datos sobre optimismo, resiliencia y burnout en una misma muestra de deportistas profesionales de alto nivel es sorprendentemente escasa”. Mejor para ellas: si nadie lo había hecho antes, la oportunidad de hacer ciencia que aporte estaba servida.

“Estefanía hizo un trabajo enorme en dos etapas. En la primera adaptó los instrumentos a Uruguay. Cuestionarios que fueron creados para otros países, que empezaron casi siempre siendo anglosajones y que después se adaptaron a España, Estefanía los adaptó, validó con expertos y además midió las propiedades psicométricas para ver si la muestra uruguaya respondía de una forma correcta. Los resultados que obtuvo fueron muy positivos, así que una vez que sabíamos que los instrumentos que íbamos a administrar se ajustaban a nuestra muestra, realizamos la segunda etapa con este muestreo con los deportistas que fueron a los Juegos Odesur”, cuenta Verónica. ¿Cómo les fue a los 195 atletas de Uruguay en los cuestionarios de resiliencia, optimismo y burnout?

“Los deportistas presentan un nivel moderado de resiliencia, un perfil de optimismo elevado y un nivel moderado de pesimismo”, reportan en el artículo. Respecto del burnout, comunican los resultados de acuerdo a las tres dimensiones ya señaladas: “65,5% presenta sintomatología en Agotamiento Emocional, 67% sintomatología de Despersonalización y 62,9% en Reducida Realización Personal”.

En concreto, de los 194 atletas de alto rendimiento que fueron a los Juegos Odesur en 2022, 61 (31,4%) presentaron sintomatología moderada de burnout en agotamiento emocional y 66 (34%) agotamiento emocional elevado. En el caso de la despersonalización, 48 (24,7%) mostraron síntomas moderados y 82 (42,3%) elevados. En el caso de la reducida realización personal, 52 (26,8%) presentaron síntomas moderados y 70 (36,1%) síntomas elevados.

Así las cosas, de los y las 194 atletas, 130 (67%) mostraron síntomas de burnout en al menos una de las tres dimensiones medidas. En el trabajo no se reporta cuántos y cuántas presentaron síntomas en dos o tres dimensiones. “Para esta publicación no lo reportamos, pero la base de datos nos permite hacer un montón de juegos”, comenta Verónica.

“Nosotros hacemos un paralelismo con el semáforo. Perfectamente con estos datos podemos poner cuáles son los deportistas que están en rojo, es decir, que tienen prácticamente instaurada la enfermedad porque presentan puntuaciones elevadas en las tres dimensiones, los que están en amarillo, que serían los que tienen dos dimensiones, y los que están en verde, que serían los que no presentan sintomatología”, sostiene. “Si bien eso no está en el artículo, lo hicimos desde el punto de vista clínico, porque a los deportistas les llegó un informe individualizado y al Comité Olímpico un reporte de la situación, porque sentimos que esa era nuestra obligación”, amplía.

“Por otro lado, la Universidad Católica tenía que hacerse cargo de la derivación clínica si había deportistas que estaban en riesgo. A esos casos les ofrecimos la Clínica Universitaria de la Salud. Entonces, si bien eso no está en los datos publicados, todo este trabajo de tesis de Estefanía también fue un servicio a la comunidad, porque nosotros teníamos claro que había deportistas que estaban con altas chances de enfermar o que iban a ir a un torneo de alta intensidad deportiva con una vulnerabilidad psicológica”, dice satisfecha con esa otra faceta de la investigación.

Porcentajes que alarman

En el trabajo emplean un adjetivo fuerte para lo que encontraron respecto del burnout: “Los porcentajes hallados estremecen y son muy similares a los encontrados en deportistas uruguayos evaluados anteriormente”. No sólo los porcentajes de sintomatología son elevados, sino que además dicen que son más elevados que otros reportados como muy elevados. Por ejemplo, en un trabajo de 2023 liderado por Tomás Santana se reportaba que en deportistas mexicanos de entre 12 y 17 años, “57,8% del total de la muestra presentó puntuaciones altas” en alguna de las tres dimensiones del burnout. Aquí esa cifra es mucho mayor.

“Si vamos a un estudio anterior nuestro de los deportistas que fueron a los Juegos Panamericanos, donde muchos son los mismos que luego fueron a los Odesur de 2022, los porcentajes son muy similares. Y si vamos a estudios anteriores, de 2016 con jugadoras de hockey y de 2014 con judocas uruguayos, también los porcentajes de sintomatología siempre están por encima del 60%”, comenta Verónica.

“¿Qué quiere decir esto? Que pasa el tiempo, sabemos más de la teoría, hacemos mediciones, pero todavía no estamos pudiendo practicar una intervención adecuada, porque los porcentajes se mantienen. Y el tema no es que las intervenciones no sean efectivas, sino que no llegan a todo el mundo. Los deportistas que reciben entrenamiento mental en nuestro país son muy pero muy pocos”, reflexiona.

“Tenemos clarísimos los porcentajes de deportistas con sintomatología de burnout, pero no son tratados por profesionales de la salud, no porque no haya profesionales formados, sino porque no son contratados o no son vistos como necesarios para formar parte de los cuerpos técnicos o de los equipos deportivos”, dice con cierto pesar.

Eso en Europa supongo que está un poco más avanzado. Como contaba, cuando hizo su doctorado, al principio la entrenadora del equipo no quería saber de nada con ella. “La diferencia en Europa es que hay muchos doctores, muchos académicos formados en psicología del deporte. Sin embargo, en América del Sur hay muchos más psicólogos de campo, es decir, más profesionales de la salud formados en psicología que están trabajando en las canchas, pero que no son doctores”, sostiene Verónica.

“Acá es muy difícil encontrar que haya académicos que estén trabajando en el ámbito aplicado. Hay que romper esa brecha porque, sin lugar a dudas, son las investigaciones las que dicen qué es lo que tenemos que hacer, las que marcan el camino. La teoría y las evaluaciones nos lo están diciendo, pero si después, a la hora de ir a la intervención, no hay profesionales, o no están preparados, o no son contratados, es lo mismo que la nada. Resumiendo, sabemos mucho pero hemos hecho poco”, afirma.

Camino al éxito

“Es importante aclarar que esos deportistas eran vulnerables desde el punto de vista psicológico, pero son deportistas que fueron a los Juegos Odesur. ¿Alguno estalló o alguno tuvo una patología mental? No. Incluso algunos de los que presentaban vulnerabilidad tuvieron altos rendimientos deportivos”, comenta también Verónica.

“Esto quiere decir que a veces, pese a tener esta sintomatología, pueden llegar al camino del éxito. Eso nos hace pensar en si no tendríamos que modificar los parámetros en la población deportiva, previendo que deben tener perfiles capaces de tolerar más cargas mentales que otras personas, así como toleran más cargas físicas”, dispara entonces.

Lo que dice también me lleva a pensar que éxito deportivo y salud mental no necesariamente van de la mano. Podés tener un deportista sintiéndose profundamente infeliz por este estrés crónico, pensando que está rindiendo menos, que trata a sus compañeros, a su equipo o a su entorno despersonalizadamente, que siente un profundo agotamiento, pero que vuelve con una medalla.

“Tenemos el caso de Michael Phelps, que estuvo diagnosticado con depresión profunda. ¿Quién puede decir que no fue exitoso con todas las medallas olímpicas que ha obtenido? Por eso en este artículo hablamos del camino dorado del éxito, porque en realidad es muy ambiguo. Por un lado, hay que atravesar altas y grandes dunas, lo que a veces supone un esfuerzo casi sobrehumano, pero, por otro lado, también puede aparecer el éxito. Entonces hay preguntas que surgen de este estudio. Quizá lo que es muy poco saludable para otros ambientes en este ambiente es parte del camino”, conjetura Verónica.

“También nos enciende alertas respecto de la salud mental. Es decir, si esto es parte del camino y ahora aparecen variables que estamos estudiando, como la carga mental, es decir, cuánto pesan estas variables a nivel emocional, tendremos que preparar a los deportistas de tal manera que sepan que esto es algo que van a transitar”, menciona.

“Si bien a veces parece que el del rendimiento deportivo y el de la salud mental fueran dos caminos distintos, pueden unificarse cuando la persona tiene un proyecto de vida”, apunta Verónica.

El trabajo también da esperanzas. “Los hallazgos encontrados permiten visualizar el rol fundamental de la Resiliencia y el Optimismo, como factores protectores que podrían disminuir el riesgo de padecer burnout en deportistas de alto rendimiento”, señalan tras realizar un trabajo estadístico y modelados con las puntuaciones obtenidas en los cuatro cuestionarios. En particular, señalan que “los datos sugieren que cuando los atletas son resilientes tienen más probabilidades de experimentar niveles significativamente más bajos de agotamiento”.

Verónica nos contó que cuando era jugadora de hockey, padeció síntomas de burnout, tanto que se retiró. Le pregunto qué habría pasado si hubiera tenido el apoyo de un psicólogo del deporte. Me mira y reflexiona.

“Si hubiera tenido apoyo psicológico, lo que habría pasado es que quizás estaría jugando al mamihockey. Hoy me invitan a jugar y tengo un rechazo total. Soy una ejercitante; salgo a caminar, voy a nadar, pero me decís de jugar al hockey, y lo detesto”, enfatiza. “Ahí tenés el efecto de no haber tenido un apoyo psicológico en su momento. Quizás hoy tendría otro vínculo, mucho más sano, y podría compartir con las madres del colegio de mis hijos un deporte en el que tenía un gran talento, en el que me desempeñé durante años y del que hoy no quiero saber de nada. Pero ahí está, sigue habiendo un rechazo, no al ejercicio, no al deporte, sino al hockey”, dice con sinceridad.

“Hace 27 años que dejé de ser una cimarrona y nunca más volví a jugar, cuando era algo que practicaba todos los días de mi vida. Si será fuerte lo que genera el burnout”, dice entonces. Verónica no se alejó del todo. Fue psicóloga de las Cimarronas para la preparación de Río de Janeiro 2007 y también cuando fueron a China a los Juegos Olímpicos de la Juventud. “Acompañar, sí, volver a jugar, no. En ese lugar de deportista quedó ese dolor, quedó esa sintomatología y, sobre todo, quedó ese rechazo”, confiesa.

Verónica está quemada con el hockey. “Sí, y acá aparece la resiliencia, porque eso fue muy transformador para que yo pudiera dedicarme a ver y entender las necesidades del otro y a entender mis necesidades y florecer en otros ámbitos. El hecho de que yo pueda investigar sobre esto, que pueda hacer consultas sobre esto, que pueda ser parte de un cuerpo técnico, me ha dado otro lugar que quizás si hubiera seguido como deportista no lo hubiera visto. Todo tiene su contracara, pero que hay un daño y que genera este rechazo es real. Hoy yo no quiero volver a jugar al hockey”, remata.

Podemos evitar que a otras personas les pase lo que a Verónica. Que si dejan el deporte es porque lo desean, no porque ya no lo soportan o porque no se le prestó atención a su salud mental. Generar evidencia como la de este artículo es un muy buen primer paso. Ahora hay que salir a la cancha y jugar ese gran partido.

Artículo: Optimismo y resiliencia: ¿el camino dorado hacia el rendimiento deportivo?
Publicación: Retos (2025)
Autores: Estefanía Malán, Julio Imbernón, Regina Brandão, Mario Reyes, Hernán Pereira, Mariel Delgado, Francisco Ortín, Alejandro García y Verónica Tutte.

Burnout e ikigai

“Hasta los 25 años mi eje de vida era el deporte. Aun así, tenía alternativas, era una estudiante universitaria, trabajaba en colegios, tenía mi pareja, tenía grupo de amigos. Si esa primera meta no se daba, tenía otras opciones. Pero no era que tenía el plan A, el plan B y el plan C. En mi única vida yo tenía varias aristas sobre las cuales había trabajado con diferentes jerarquías. El problema de muchos de los deportistas de alto rendimiento, y sobre todo en el fútbol, porque se vuelven profesionales, es cuando el proyecto vital únicamente está unido al proyecto deportivo. Si no son jugadores de fútbol, si no llegan, no tienen opción de nada. No trabajaron sus otras aristas, no se formaron, no generaron otros vínculos que no fueran deportivos, no tienen alternativas. Incluso en su ámbito familiar todos están pendientes de que eso se dé, y cuando no se da y la persona no es el salvador que se pensaba, siente que no le queda nada”, dice Verónica.

“Entonces cada vez más vemos que el ikigaies la contracara positiva del burnout, que es esa quemazón de motivación. En el ikigai, por el contrario, hay un proyecto, hay de alguna manera herramientas, hay una visión de lo que la persona quiere”, señala.

El ikigai es un concepto que viene del japonés y que significa algo así como “razón de ser” y se basa en la interacción de cuatro componentes.

“Los componentes del ikigai pasan por el reconocimiento de aquello en lo que uno es bueno, ver sus talentos. Luego está el ver la vocación, ver lo que uno quiere para su vida. Después tiene que ver con lo que el mundo necesita. ¿El mundo necesita más jugadores de fútbol, necesita más psicólogos del deporte? A veces creemos que lo que estamos haciendo es un gran aporte pero, en realidad, no le aporta a nadie más que a nosotros. Esto les pasa mucho, sobre todo, a los deportistas juveniles y más en el fútbol, creyéndose que lo que hacen es maravilloso y que tiene gran repercusión, cuando de repente repercute en un metro cuadrado y no más que en eso. Sin embargo, tienen la sensación de que están haciendo un aporte al mundo”, afirma. “Y después el ikigai tiene esto de poder reconocer que podemos vivir de eso, de tener una contrapartida económica, de estatus, de decir que se puede vivir de eso que a la persona le gusta”.

“Cuando unís esos cuatro ejes, lo que a uno le gusta, aquello en lo que uno es bueno, lo que el mundo necesita y aquello por lo que te pueden retribuir, ves que los chiquilines van desarrollando la capacidad de ver que en un solo proyecto tenemos diferentes aristas que se van a ir moviendo. Y que cuando las cosas no van tan bien, puede pasar que eso que antes hacías por pasión ahora lo vas a hacer por tener una recompensa económica. Cuando la recompensa económica no está o es chica, te podés acordar de que esa es tu vocación. Cuando tu vocación está flaqueando, podés recurrir a que eso es lo que el mundo necesita. Cuando nosotros podemos movernos en estos círculos y al mismo tiempo trabajamos las variables positivas, como la resiliencia y el optimismo, las chances de enfermar se reducen”, recalca Verónica.

“¿Qué tendríamos que hacer para prevenir el burnout? Tener un proyecto de vida. Cuando uno tiene ese proyecto de vida no quiere decir que no tengamos que enfrentar adversidades, pero minimizamos las chances de enfermar”, sentencia.