Hace tres años que apareció el picudo rojo en nuestro país. Al principio de forma muy poco difundida, se dio una alerta de que este escarabajo podía amenazar a las palmeras Phoenix canariensis, conocidas comúnmente como palmeras canarias, la más popular y frecuente a los costados de muchas rutas en todo el país, en parques, plazas y avenidas. En Montevideo seguramente las más conocidas son las de Bulevar Artigas.
Los primeros inmigrantes que vinieron de Islas Canarias trajeron la semilla de esta palmera que se adaptó perfectamente a nuestro clima, al punto de ser la única palmera no nativa que tiene un desarrollo reproductivo espontáneo, superando a las palmeras autóctonas en la facilidad de su propagación. Ayudados por los pájaros, se pueden encontrar debajo de los alambrados ejemplares jóvenes en gran parte del país. Estas palmeras Phoenix canariensis comenzaron a morir de forma abundante en los departamentos de Florida, San José y Canelones, lo que ha puesto en evidencia que el picudo rojo (Rynchophorus ferrugineus) ya había conquistado mucho territorio y se propagaba a gran velocidad. Mientras tanto, el Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca (MGAP) anunciaba un plan de contingencia que es extenso en su redacción, en el que proliferan detalles del seguimiento del avance de la plaga, pero no resuelve qué medidas concretas de combate deben tomarse.
En los últimos meses el avance del picudo rojo ha sido vertiginoso, lo que indica un crecimiento exponencial de su población. Aunque el escarabajo adulto vive poco tiempo, las hembras pueden depositar hasta 500 huevos de a uno, en una o varias palmeras. Los huevos son diminutos, de dos milímetros, y tienen un pegamento que se adhiere a los tejidos. En un par de días nace una larva que se desarrolla en varias fases de crecimiento y se alimenta del centro tierno de la palmera, de su meristemo apical (el palmito), y abre túneles. Como son muchas, a veces varios cientos, terminan por consumir todo el interior y matan a la palmera.
El proceso de crecimiento de las larvas lleva entre tres y seis meses, y culmina con la formación de un capullo ubicado en una zona bastante externa del estípite o tronco de la palmera, de forma de facilitar la salida al exterior del picudo. Así comienza su vuelo criminal para aparearse y colonizar otras víctimas.
Hoy vemos constantemente un paisaje plagado de tumbas de enhiestos troncos de palmeras muertas o de palmeras que, en vez de un follaje verde, tienen en su fronda una especie de sombrero chino seco y deshilachado.
Desde hace unos cuantos meses la tragedia se abate sobre otras especies de palmeras. En este caso el daño es mucho mayor: perdemos un acervo de un valor incalculable que nos dejaron los paisajistas, arquitectos, botánicos y emprendedores que hace más de un siglo introdujeron especies de gran valor botánico y paisajístico.
Uruguay, con fronteras con dos países que tienen innumerables especies de palmeras, porque sus territorios llegan a regiones más cálidas, no ha quedado tan mal parado con seis o siete especies de palmeras autóctonas. De algunas me gustaría hablar. Tenemos la Butia yatay que forma palmares en el litoral en localidades de Río Negro y Paysandú y que compartimos con Argentina, que extiende estos palmares en la provincia de Entre Ríos. La Butia odorata, que hasta hace poco se denominaba Butia capitata, conforma los palmares de Rocha y Treinta y Tres, que sin duda son la mayor riqueza botánica de nuestro país. Sus ejemplares, de más de 200 años, conforman un paisaje de una belleza espectacular sobre un territorio de más de 60.000 hectáreas que todos quisiéramos preservar, para el mundo entero y para nuestros descendientes.
Después tenemos a la pindó (Syagrus romanzoffiana), la más decorativa y comercializada. Si bien también crece en Argentina y Brasil, fueron aquellos que introdujeron especies de palmeras exóticas en nuestro país quienes se encargaron de exportar nuestra pindó a muchos países. Hay constancia de que los primeros ejemplares de pindó que llegaron a Europa y América del Norte salieron de Uruguay.
Por último, tenemos una especie que es un híbrido natural entre la pindó y la butiá, cuyos primeros registros se dieron estudiando los ejemplares del Prado y hoy es considerada una especie propia con nombre y apellido. Se llama x Butiagrus nabonnandi. Según los estudiosos, la flor macho es de la pindó y la madre es la butiá. Es una palmera muy atractiva y como es un híbrido sus semillas son improductivas y por eso le llaman la “palmera mula”. Hoy en muchas partes del mundo se reproduce de forma asistida sacudiendo polen de pindó en las butiá, a las que se les corta los extremos de las raquillas de las inflorescencias florales para quitarles sus flores masculinas.
Picudo rojo.
Foto: Miguel Berkemeier (Inaturalist)
Palmeras que se van
Lamentablemente he visto en estos meses un ejemplar hermoso de Butiagrus cerca de Pando, afectado y luego muerto por el picudo rojo.
Soy un apasionado de las palmeras, y desde hace un poco más de 20 años me he dedicado a su estudio. Desde aquel tiempo en mis recorridas por las calles de Montevideo, Canelones y Maldonado buscaba reconocer todas las especies. En aquellos años sufría con la desaparición de ejemplares de palmeras que casi nunca morían por causas naturales. Arrancaban palmeras para construir edificios y morían grandes kentias (Howea forsteriana), Livistonas chinensis y, por supuesto, Phoenix canariensis. Vi morir una a una tres de un grupo de cuatro Jubaea chilensis en el Prado, que constituían sin duda la mejor postal de una especie icónica en el mundo de las palmeras. Sufrí con la desaparición de una Livistona australis en un colegio en la calle Comercio, que era una maravilla, y la cortaron en rodajas para evitar que alguna rama cayera y lastimara a los niños. También una Chamaerops humilis en el jardín de un edificio en Rivera y Santiago de Anca.
Un día descubrí, cerca de Avenida Italia y Bolivia, una maravilla: una pareja de Phoenix dactylifera. Digo pareja porque era un ejemplar masculino y otro femenino. Como las Phoenix son plantas dioicas, requieren el polen del ejemplar macho para fertilizar las flores del ejemplar femenino y producir los dátiles. Lo curioso era que una de las datileras se encontraba dentro del jardín de una casa, y la otra, apenas a unos cinco metros, estaba plantada en el espacio público. Les saqué fotos y compartí el hallazgo con otros fanáticos de las palmeras, y con Carlos Brussa, que en aquel momento era director del Jardín Botánico y había dado cursos sobre palmeras.
El descubrimiento tenía un valor real. Hasta ese momento sólo había encontrado datileras aisladas en Montevideo y Solymar. Sólo en el Jardín Botánico se encontraban ejemplares de ambos sexos, pero se encontraban muy distantes entre sí, y además había muchas canariensis que también podían fecundarla. Así que pasé por esa esquina varias veces, hasta que un día vi que la palmera de la casa tenía dátiles y toqué timbre. No había nadie, y me interesaba mucho saber si esos frutos formaban semilla, cosa que no pasaba con los de la datilera del Botánico. Volví otras veces, hasta que por fin encontré al matrimonio que vivía allí. Ninguno de los dos tenía idea de qué clase de palmera tenían. ¡Y lo más asombroso es que los dos eran ingenieros agrónomos!
Un par de años después, ya no estaba más el ejemplar macho al frente de la casa. Ni siquiera intenté saber qué había pasado, ya no tenía remedio.
Si te encariñás con algo, aunque sea una planta, sentís su pérdida. Por suerte, con el paso del tiempo lo vas aceptando como algo natural. Pero la devastación que está provocando el picudo rojo es algo diferente, es algo atroz. Hoy no sólo quienes solemos prestar atención al verde del paisaje nos sentimos conmovidos, sino que también muchas otras personas se entristecen al ver tantas palmeras muertas.
El picudo rojo las ataca a todas. La semana pasada visité una estancia turística en Colonia, que tiene mucho campo y muchas palmeras plantadas y, por supuesto, muchísimas canarias. Recorrimos el terreno junto al propietario, tratando de ver si el coleóptero había llegado. No encontramos ejemplares muertos, pero en tres canariensis se advertían síntomas preocupantes. Al terminar la recorrida, encontramos una Washingtonia robusta muerta y le dije: “Allí tenés al picudo”. Y realmente estaba. Se derribó la palmera, que ya llevaba tiempo con su copa colgando seca, y encontramos que todavía tenía más de 15 larvas adentro. Se prendió fuego al tronco y sacamos las larvas, que ante nuestro asombro seguían vivas.
Aquí en Montevideo he visto muchas Washingtonia muertas, pero en su mayoría son de los ejemplares de Washingtonia filiferas, que son las del estípite más gordo y menos altas que las Washingtonia robusta. Al pasar digo que, en general, en los viveros se mezclan ambas especies, y en los primeros años es muy difícil saber cuál es cuál. Por eso, muchas veces se plantan mezcladas, como pasa en la rambla de Montevideo, sobre todo en Malvín y Carrasco.
Otras especies tienen más ejemplares muertos. Es el caso de las butiá, que ya son una enorme cantidad. Al flanquear un camino interno del parque Lecocq se encuentran numerosos ejemplares de butiá afectados por el picudo rojo. Todos están muertos. También en el entorno del parque Rivera, en Carrasco Norte, en el parque Baroffio, en la Escuela de Policía sobre camino Maldonado. Probablemente haya ejemplares afectados de esta especie en todos los barrios.
Si se quiere dimensionar el daño causado por el picudo rojo, basta con visitar el Prado y el Jardín Botánico. En este último, además de las canariensis, se perdieron ejemplares de pindó, Phoenix dactylifera, Sabal palmetto, Brahea edulis y un imponente ejemplar de Phoenix reclinata. En una calle interna conocida como “la línea del Ecuador”, ubicada detrás de la casa presidencial y conformada por dos hileras de seis Washingtonia robusta y seis Washingtonia filifera, estas últimas están todas muertas o al borde de estarlo.
De las pocas palmeras Washingtonia plantadas en la arena, rambla de Malvín, atacadas por picudo rojo.
Foto: José Berná
En el Prado hace muchos años alguien plantó numerosos ejemplares de la palma chilena que se llama justamente Jubaea chilensis, reconocida como una de las palmeras más espectaculares del mundo. Es una palmera de crecimiento muy lento: su semilla tarda de dos a cuatro años en germinar, y desarrolla un tronco muy ancho que alcanza los dos metros de diámetro. A los 50 años su tronco se adelgaza ostensiblemente y es cuando empieza a florecer.
Por diferentes causas, su número fue disminuyendo a lo largo de los años y, a pesar de eso, los pocos ejemplares que quedaban, menos de diez, serían la envidia de muchísimos países, porque hay muy pocos ejemplares en el mundo de esta palmera. Es endémica de la zona central de Chile y dicen que puede vivir 1.000 años. Cuento todo esto para que se dimensione la tremenda tristeza que tuve al encontrar tres ejemplares de Jubaea muertos por el picudo, uno de los cuales era, sin duda, la palmera emblemática de esta especie en el parque del complejo Parque Posadas. Según mis registros, hoy sólo quedan cuatro palmas chilenas, una de las cuales creo que ya está afectada. Pero además los ejemplares muertos conservan larvas que seguirán completando su ciclo y saliendo a volar y serán entonces cientos de ejemplares adultos de picudo rojo por cada palmera muerta.
¿Cuántas palmeras muertas ya hay? Si estimo unas 20.000 tal vez me quede corto, pero pienso que debo multiplicar por diez o 20 esa cantidad para estimar cuántas tienen el bichito adentro, por lo que en poco tiempo el picudo rojo superará en número a la población de Uruguay, si no lo ha hecho ya (recordemos que en cada palmera infectada hay varios picudos en fase de larva). En agosto del año pasado se publicó en la diaria un artículo que informaba de la llegada del picudo a Piriápolis y playas cercanas, y que había demorado un año en recorrer 100 kilómetros. O sea que en pocos meses, si no hacemos nada contundente, estará llegando a las cercanías de Castillos, donde empiezan los palmares de Rocha.
Muchos tecnócratas y pocas acciones concretas para enfrentar esta catástrofe
El Plan de Contingencia del MGAP (de setiembre de 2024) agrupa a una cantidad abrumadora de instituciones y actores bajo la coordinación de la Dirección General de Servicios Agrícolas (DGSA), aunque con escasa capacidad real de acción. Se creó un comité técnico con participación estatal y privada, encargado de “asesorar y proponer” medidas para enfrentar la plaga del picudo rojo.
Pero surgen preguntas inevitables. ¿Ese comité se ha reunido alguna vez? ¿Quiénes lo integran? ¿Qué decisiones concretas ha tomado?
El plan establece además que la responsabilidad de actuar depende de quién sea el titular del terreno: intendencias, organismos estatales, Ministerio de Transporte y Obras Públicas o propietarios privados. Y cierra con una advertencia contundente: cada uno deberá afrontar los costos sin esperar indemnización del Estado.
Volvamos a tierra: no podemos aspirar a procedimientos propios de países desarrollados si no contamos con los recursos para sostenerlos. Los equipos técnicos del ministerio y de los otros organismos involucrados (incluidas las empresas autorizadas a combatir el flagelo) cuentan con una formación y estándares profesionales comparables a los europeos, pero allá las alcaldías, las provincias y los organismos del Estado disponen de fondos más que suficientes para ejecutar programas eficaces de combate y control del picudo. Aquí, en cambio, las intendencias informan que, si las palmeras enfermas o muertas están en terrenos privados, no pueden intervenir. En Europa basta con la autorización del propietario y coordinan fecha y horario para tratar la palmera o retirar los ejemplares muertos.
En 2005, en el Palmeral de Elche de palmeras Phoenix dactylifera, se enfrentó al picudo rojo con la participación activa de ingenieros, científicos, estudiantes, funcionarios del ayuntamiento y, por supuesto, también de empresas especializadas. Sin embargo, aquí el enfoque ha sido diferente: los técnicos del ministerio y de las intendencias sostienen que las aplicaciones sanitarias para combatir al picudo deben ser hechas por profesionales capacitados y por empresas habilitadas, cuyo personal ha sido entrenado por el propio ministerio.
La Intendencia de Montevideo decidió invertir para el tratamiento de casi 3.000 ejemplares, que se eligieron como los más importantes de salvar, y al mismo tiempo sacó algunos ejemplares muertos. No conozco el detalle de esas licitaciones ni los precios pagados. Las intendencias de Canelones y Maldonado, con similar criterio, decidieron proteger 1.000 palmeras de cada departamento. Canelones pagó 4.000 pesos por el tratamiento de cada palmera y Maldonado 9.000. Si se tiene en cuenta que son las mismas empresas las que se presentan, la diferencia de 5.000 pesos por palmera resulta llamativa, aunque puede deberse también a diferente cantidad de aplicaciones que determina la licitación.
Sin embargo, lo más alarmante no es la diferencia de precios, sino la constatación de que muchas de las palmeras tratadas igual han muerto. Le pregunté a un ingeniero agrónomo amigo, que integra una de esas empresas, cuál era la razón por la que igual se morían y me contestó que se trataron siempre tarde. Así que seguiremos viendo cambiar el paisaje con cada vez más palmeras muertas. La ciudad muy linda y elogiada que veían los turistas que llegaban al aeropuerto y viajaban hasta el Centro ya no será igual. Sin hablar del impresionante costo de quitar las palmeras muertas, chipearlas, volver a aplicar insecticidas para matar las larvas que todavía tienen adentro y llevarlas a su disposición final.
Nada hemos de esperar que no venga de nosotros mismos: receta para combatir al picudo rojo
Muchísima gente se pregunta: si esto avanza a esta velocidad, ¿cómo se puede salvar los palmares? No sabemos si podremos salvar los palmares, pero lo que sí podemos hacer es corregir lo que se ha hecho mal y cambiarlo.
Primero, hay que cambiar el concepto tecnócrata de que el combate a esta plaga deben hacerlo solamente los ingenieros o profesionales capacitados. Esto es una pandemia y como tal hay que enfrentarla.
Palmeras atacadas por picudo rojo en ruta 11, próximo a a ciudad de San José.
Foto: José Berná
Por supuesto que el uso de insecticidas apropiados para eliminar las larvas y los ejemplares adultos del picudo requiere ciertas precauciones, así como cuidados con los instrumentos y recipientes utilizados. Pero todo eso es fácil de explicar y de entender. Lo que no me explico es por qué, si en todo el país cientos y cientos de trabajadores aplican productos mucho más peligrosos –como el glifosato, el 2,4-D, el Tordon, el Gramoxone y otros– en cultivos de soja y otros, se deba restringir y prácticamente esconder cómo debe atacarse el picudo y cómo proteger las palmeras.
El ministerio ofrece cursos para estas aplicaciones, y la pregunta es por qué no capacita a todas las personas que estén dispuestas a combatir al picudo. Hoy en día, alguien puede aprender a preparar una comida sofisticada simplemente mirando un video en el celular, o adquirir habilidades en jardinería, artesanías y todo tipo de tareas. ¿Por qué no podría aprender también a realizar correctamente las aplicaciones necesarias para enfrentar al escarabajo?
En enero de este año el MGAP publicó un resumen de los tratamientos y los productos que se podían aplicar para el combate del picudo. Resolví comprar uno, el primero de la lista, Abamectina, para tratar a mis palmeras. Fui a una agropecuaria y me vendieron un frasquito de Avermic que es el nombre con el que lo comercializa Microsules. A la semana siguiente volví para comprar más, para mí y un colega. Me atendieron después de una señora que había ido en busca de un producto para unos rosales con ácaros. El empleado le ofreció y le vendió exactamente el mismo frasco. Es decir, se trata de un producto de uso común, que circula sin mayores restricciones, y probablemente la señora aplicaría más cantidad que yo en mis palmeras.
Como el tratamiento con baño en la copa de las palmeras adultas es difícil de realizar, opté por el tratamiento endócrino. Este se hace perforando con un taladro para llegar al centro del tronco, estípite, de la palmera.
A diferencia de los árboles que tienen un anillo de cambium, entre el leño y el líber, cuyo crecimiento les da el grosor a los troncos y permite cerrar heridas o perforaciones, en las palmeras el crecimiento se da por el meristemo apical y su estípite o tronco tiene una zona externa estrecha y dura y una zona interna de consistencia suave. Esto determina que cualquier herida en el tronco de la palmera sea irreversible. Si observamos los troncos de las palmeras siempre encontraremos huecos y lastimaduras provocadas generalmente por pájaros o por el hombre. Por lo antes dicho, la perforación que hagamos en la palmera quedará para siempre.
Conviene hacer la perforación con una inclinación de 45 grados de forma que el producto aplicado llegue fácilmente al centro del tronco. Desde allí los haces vasculares lo transportarán con la savia por toda la palmera.
Para poder realizar futuras aplicaciones, conviene dejar una cánula hacia fuera del orificio, pero lo que sí es fundamental es sellarlo bien para impedir los ataques de hongos dentro del tronco. Hay selladores que se usan en las podas y los injertos que se puede aplicar: silicona, un producto alquitranado que se llama Rc2, Sika 221 o, como en nuestro caso, cera de abejas.
Ha llegado el momento de que la curación de palmeras se haga masivamente. Es necesario capacitar a personal de muchas instituciones como viveros municipales, comités departamentales de emergencias, asociaciones civiles interesadas, etcétera.
¿No deberíamos enfrentar esta plaga de forma colectiva, antes de que desaparezca lo que queda de nuestros palmares?
Creo que esta catástrofe que está sufriendo el país debe abordarse como lo que es: una emergencia ambiental, como un ciclón o una inundación, donde se llama a los bomberos, a las Fuerzas Armadas, a las instituciones y rápidamente se toman medidas concretas.
Se estima que en Montevideo dos tercios de las palmeras están en predios privados y por lo tanto son distintos organismos y propietarios particulares los que deberían encarar los tratamientos para prevenir y curar las palmeras. Muchos vecinos consultan a las empresas registradas para pedir cotización y desisten de hacer el tratamiento por el alto costo. Aún peor si se trata de extraer un ejemplar ya muerto.
Por eso creo también que muchas personas se animarían a hacer un tratamiento para salvar sus palmeras. Sólo necesitan asesoramiento.
Por último, me gustaría derribar la creencia de que tratar a una palmera resulta carísimo. Los pocos insumos necesarios y los insecticidas sugeridos son económicos.
Lo que hace falta no es sólo presupuesto: es voluntad política, articulación institucional y una convocatoria abierta a la comunidad. Si no se actúa ahora, no sólo perderemos miles de palmeras; perderemos también una parte del paisaje y del patrimonio natural y cultural que forma parte de nuestra identidad.
Picudo rojo: tratamiento para curar las palmeras
Este sencillo método de tratamiento será efectivo tanto como prevención como en el caso de que la llegada del picudo a la palmera sea reciente (si el grado de infección es avanzado, lamentablemente se habrá llegado tarde para salvar a la palmera, pero se logrará evitar que las larvas que tiene se desarrollen y el picudo se siga propagando).