“El amor es una enfermedad de las más jodidas y contagiosas”, decía Eduardo Galeano en El libro de los abrazos. “A los enfermos cualquiera nos reconoce”, admitía, y enumeraba algunas señas particulares: “Hondas ojeras delatan que jamás dormimos, despabilados noche tras noche por los abrazos, o por la ausencia de los abrazos, y padecemos fiebres devastadoras y sentimos una irresistible necesidad de decir estupideces”. El diccionario de la Real Academia Española sorprende más que Galeano. Entre sus 14 definiciones, el amor es el “sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser” o una “tendencia a la unión sexual”.

Sea como sea, cualquiera que lo haya sentido tendrá una definición más poética o más práctica, más mundana o más elevada, más desarrollada o más breve, que hará que no haga falta salir volando a un diccionario o a un buscador para tratar de entender a qué refiere la palabra. Sin embargo, saber más o menos qué es el amor no agota las preguntas que podemos hacernos sobre él.

Una reciente publicación científica intenta despejar la duda sobre cuál es la función del amor desde una perspectiva evolutiva. Es decir, sabiendo que somos animales y que todo lo que somos y hacemos es producto de un largo e intrincado proceso evolutivo, el amor, algo extendido en los seres humanos de todas las culturas, lugares y tiempos, debe haber sido una innovación que, gracias a proveer alguna ventaja o evitar una desventaja, hizo que eso se propagara y fuera algo importante para nuestra especie.

Titulado algo así como “La función del amor: una explicación de la hipótesis del dispositivo de compromiso a partir de la señalización de alternativas”, el artículo fue publicado en la revista Evolución y Comportamiento Humano. Lleva la firma de 101 autores, entre los que están Ignacio Estevan y Álvaro Mailhos, del Instituto de Fundamentos y Métodos en Psicología de la Facultad de Psicología de la Universidad de la República.

¿Por qué tantos autores? Porque en la investigación realizaron cinco estudios buscando ver qué interpretación de la hipótesis del dispositivo de compromiso o de señalamiento se ajustaba mejor a la realidad. Y uno de esos estudios, en concreto, unos cuestionarios que pretendían indagar qué pasaba entre “las alternativas y el amor romántico”, se aplicó en personas en pareja de 44 países. Uruguay fue uno de ellos y, por lo tanto, Estevan y Mailhos se encargaron de llevar adelante los cuestionarios entre unas 400 personas, de las cuales las respuestas de 223 terminaron siendo parte del cuerpo de datos analizado (el total de personas con datos válidos en esa prueba fueron 8.805).

Así que, fascinados de ser parte de un trabajo internacional que pretende comprender mejor algo tan atractivo y universal como el amor en las parejas, nos zambullimos a ver qué dice.

El amor y el mercado inmobiliario

“A diferencia de todos los demás grandes simios, los humanos mantienen vínculos de largo plazo, permaneciendo con la misma pareja durante años o décadas”, comienza diciendo el trabajo liderado por Benjamin Gelbart, del Departamento de Ciencias Psicológicas y Cerebrales de la Universidad de California, Estados Unidos. A pesar de eso, “la función fundamental” del amor “sigue sin estar clara”, sostienen. “¿Qué problemas, si los hubiera, dieron motivo al diseño del amor romántico para su resolución, y cómo esta función ha influido en su diseño?”, se preguntan.

Nos enteramos entonces de que “hasta el momento” la cuestión de la función evolutiva del amor “ha estado dominada en gran parte por una única explicación”, que se conoce como “la hipótesis del dispositivo de compromiso”. ¿Qué es eso que suena tan poco amoroso? Brevemente, explican que, según esa hipótesis, articulada por el economista Robert Frank en su libro Pasiones dentro de la razón: el papel estratégico de las emociones, de 1988, “el amor está diseñado para funcionar como un dispositivo de compromiso que estabiliza las relaciones románticas al desincentivar la búsqueda de alternativas románticas y señalar este cambio motivacional a la pareja”.

¿Qué hace un economista hablando de amor y no de inflación, PIB y demás? Mucho. Ya iremos a eso, pero antes veamos la definición de amor que manejan en el artículo: “El amor romántico es una emoción positiva hacia la pareja, caracterizada en parte por sentimientos de pasión, intimidad y/o compromiso”. Bah, no es la gran cosa pero funciona.

Entonces explican que en la hipótesis clásica del dispositivo de compromiso, “el amor es una adaptación diseñada, en parte, para motivar el rechazo total o parcial de las alternativas románticas”. Hablando mal y pronto, si andás bien en pareja, no vas a salir a buscar a otra persona. El ya mencionado Frank ejemplificaba esto haciendo una analogía con el mercado de alquileres.

“Si tanto inquilinos como propietarios pudieran explorar el mercado de alquiler de forma óptima, encontrar un apartamento sería relativamente fácil; cada inquilino elegiría alquilar al mejor propietario disponible, quien a cambio lo consideraría el mejor inquilino, y tanto inquilinos como propietarios estarían satisfechos sabiendo que no hay alternativas superiores disponibles”, señalan. Pero en el mundo real la cosa es distinta: “Los mercados suelen ser demasiado grandes para una búsqueda exhaustiva, los precios pueden cambiar y la conveniencia de una opción puede variar con el tiempo”. Esas restricciones, dice la teoría, “crean un problema de compromiso”, en el que, por ejemplo, al arrendador le conviene alquilar al inquilino que quiera pagar más y “desalojar al inquilino actual en cuanto aparezca una oferta mejor”. Lo mismo sucede a la inversa: si habiendo ya alquilado aparece una propiedad mejor y más barata, la tentación de irse a ella es alta. ¿De qué manera nuestra pareja vendría a encajar en esto de arrendadores e inquilinos?

De acuerdo a lo que señalaba el economista Frank, “un mercado de alquiler en el que cada uno persiguiera tenazmente su propio interés personal terminaría por derrumbarse”, ya que “ni los inquilinos ni los propietarios podrían confiar unos en otros para comprometerse lo suficiente como para que una relación de alquiler valiera la pena”. ¿Cómo se soluciona el problema? ¡Con un contrato de arrendamiento por un tiempo determinado! Y el que lo viole, páfate, deberá pagar “comisiones y penalizaciones”.

Si al dueño de una propiedad que alquiló con un contrato de dos años vigente se le acerca alguien con un enorme fajo de billetes implorándole que se la alquile, no tendrá más remedio que dejar pasar el negocio. Pero al menos tendrá la seguridad de que si su inquilino encuentra una propiedad con un baño extra, sin humedades en la cocina y encima parrillero, a un precio más barato, tampoco lo dejará colgado del pincel. El contrato es entonces un dispositivo de compromiso. ¿Y el amor qué tiene que ver? Cambiemos en el ejemplo de arriba arrendador y arrendatario por los integrantes de una pareja, y la cosa más o menos se mantiene. ¡Invertir en una pareja es una cosa complicada! Y embarcarnos en ello pensando que estaremos mejor con otra persona, o que la que nos enamoró nos abandonará ni bien encuentre a alguien mejor, se complica.

“De acuerdo con Frank, los mercados de alquiler y los mercados de pareja plantean desafíos similares. En el mercado de pareja, a cada persona le conviene permanecer con su pareja sólo mientras sea la de mayor calidad disponible. Un agente racional disolvería su relación cada vez que se presentara una alternativa aparentemente superior y mutuamente beneficiosa (tras considerar los costos de salida)”, señala el trabajo.

“En un mercado lleno de parejas egoístas, las personas no tendrían motivos para asumir los riesgos inherentes a iniciar una relación”, señalan. Por otro lado, “verse obligado a cambiar con frecuencia de una relación de largo plazo a otra desperdicia recursos valiosos, como el tiempo de búsqueda, la inversión en cada pareja, etcétera”, sostienen, agregando que “para qué empezar una relación a largo plazo si tu pareja te dejará en cuanto descubra una alternativa romántica ligeramente superior”. Y entonces entra el amor, maravilloso amor: “Los mercados de pareja a largo plazo, al igual que los mercados de alquiler a largo plazo, probablemente colapsarían si no existiera un mecanismo de compromiso que uniera a las parejas, independientemente de si la relación resultara óptima”. No suena lindo, pero para esta mirada el amor es ese mecanismo de compromiso.

Frank no buscaba generar frases que figuraran en cuadritos, tarjetas de aniversario, posteos de San Valentín ni nada parecido cuando en líneas generales señaló que el amor funciona “motivando el compromiso con una pareja de forma irracional al disminuir las motivaciones para buscar alternativas”. Como apuntan en el artículo, “según esta hipótesis, una persona motivada por el amor puede establecer una relación con mayor facilidad porque sus posibles parejas pueden confiar en que permanecerá comprometida incluso ante la tentación de otras alternativas”.

Lo que dicen no es lo que solemos leer acerca del amor cuando estamos acaramelados: “No se puede confiar en que una persona que decide comprometerse con una pareja sólo porque esa persona es la opción racionalmente superior en ese momento mantenga su compromiso. Sin embargo, sí se puede confiar en que una persona cuya decisión está irracionalmente arraigada en el amor mantenga su compromiso incluso si cambia el atractivo relativo de su pareja” respecto a otras. Ese es el sentido clásico del amor como dispositivo de compromiso. ¡El amor no es más que una protección contra decisiones racionales! Pero...

No es para evitar irme, son señales para que no me vengan a buscar

La interpretación clásica del dispositivo del compromiso, en cierta manera, entiende que el amor romántico evita que quien invierte en una relación salga a buscar alternativas o que su pareja lo haga al “operar como un dispositivo de compromiso psicológico” que “disminuye la motivación interna para perseguir alternativas románticas” y, además, “señalar esa disminución en la motivación a la propia pareja”. Algo así como “si estamos enamorados, los de afuera son de palo”. Sin embargo, los autores del trabajo proponen otra variante para este dispositivo.

Podría ser, razonan, que “el amor pueda cumplir una función como dispositivo de compromiso al motivar la producción de señales que reducen el interés de las alternativas en perseguirlo a uno y, al hacerlo, no necesita intervenir en absoluto en las motivaciones internas”. Así las cosas, quienes están enamorados no es que deben reprimir la tentación de buscar alternativas, sino que emiten señales amorosas que espantan a terceros que pudieran desestabilizar la relación.

“Desde esta perspectiva, la flecha causal a través de la cual el amor motiva el compromiso se invierte directamente: en lugar de desincentivar la búsqueda de alternativas de quien está en pareja amorosa, el amor puede desincentivar que esas alternativas busquen a la persona en pareja”, dice la centena de investigadores que firma el trabajo. “Para distinguir esta posibilidad de la hipótesis clásica del dispositivo de compromiso, la denominamos hipótesis del dispositivo de compromiso de señalización a alternativas (o simplemente hipótesis de señalización a alternativas)”, dicen luego, mostrando que los psicólogos que estudian el amor pueden ser tan poco poéticos como los economistas.

¿Y entonces? Así las cosas, los autores del artículo, realizan cinco estudios diferentes para ver si “el amor podría no funcionar como un mecanismo de compromiso en el sentido tradicional” y, en su lugar, “el amor romántico, en lugar de desincentivar la búsqueda de alternativas de quienes están enamorados, puede desincentivar la búsqueda de esas alternativas en quienes lo están”.

Las cinco pruebas del amor

Para la investigación hicieron una serie de estudios para ver qué interpretación se condecía más con la realidad.

“Si, como sugiere la hipótesis clásica del dispositivo de compromiso, el amor romántico es una adaptación bien diseñada para reducir las tentaciones que plantean las alternativas de alta calidad, debería aumentar, o al menos mantenerse constante, a medida que estén disponibles alternativas de mayor calidad”, razonan.

Por otra parte, dicen que “si, como sugiere la hipótesis de la señalización a alternativas, el amor motiva señales de compromiso de forma puramente racional, su intensidad debería disminuir a medida que se disponga de más alternativas de alta calidad”. En forma clara señalan que en ese caso, “cuando la pareja es la opción racionalmente superior a las alternativas disponibles, cabe esperar que el amor aumente, indicando honestamente compromiso con esta pareja y desinteresándose por alternativas de menor calidad”.

Las cinco pruebas realizadas, la mayoría de ellas mediante la aplicación de distintos cuestionarios online, midieron “la calidad de la pareja en relación con las alternativas, la satisfacción con la relación y el amor romántico para comparar la hipótesis del mecanismo de compromiso clásico y la hipótesis de la señalización a alternativas”.

De esta manera, reportan que en los estudios 1 y 2 compararon “las explicaciones del mecanismo de compromiso clásico y del mecanismo de señalización a alternativas en dos muestras amplias de díadas románticas”. El estudio 1 abarcó a “191 díadas heterosexuales, comprometidas y románticas” reclutadas a través de un servicio de panel de encuesta, mientras que el estudio 2 abarcó a 522 de esas díadas. En el estudio 3 examinaron “los cambios en el amor, la satisfacción y la calidad de la pareja en relación con las alternativas mediante un diseño longitudinal” en 166 díadas con las mismas características anteriores, que fueron entrevistadas en dos ocasiones con un año de separación. En ese caso “los participantes se calificaron a sí mismos, a su pareja y a su pareja ideal, así como sus sentimientos de amor y satisfacción, en ambos momentos”.

En el estudio 4 examinaron “la generalización de la relación entre las alternativas y el amor romántico examinando a participantes de 44 países”. Incluyeron datos de 8.805 personas que contestaron formularios en persona y no online (223 eran de Uruguay). Finalmente, en el estudio 5 evaluaron “la explicación del mecanismo de compromiso de señalización a alternativas de forma más directa examinando el interés en parejas potenciales que parecen estar mostrando amor hacia otra persona”. Para ello se les pidió por separado a 253 participantes que evaluaran “una serie de comportamientos potencialmente asociados con el amor en un diseño intersujeto”. Por ejemplo, calificaron el grado en que cada una de las acciones que les presentaron “comunicaba sentimientos de amor”, y “el grado en que cada uno de estos actos, dirigidos hacia otra persona, afectaría su atracción o persecución hacia el objetivo en cuestión”.

Las conclusiones a las que arriba el trabajo se desprenden de las cinco pruebas, pero como la cuarta nos toca de cerca, ampliemos sobre ella.

Uruguay hablando de amor

¿Cómo es que nuestro país termina siendo parte de este trabajo? Lo primero es reconocer que en el presente artículo se analizan datos que en realidad fueron tomados tiempo atrás para otra investigación. De hecho, la primera vez que se publicó un trabajo usando estos datos de personas de 44 países fue en 2019 en un artículo llamado algo así como “Emparejamiento selectivo y evolución de la covariación de deseabilidad” que se publicó en la misma revista (Evolución y Comportamiento Humano).

“El proyecto transcultural arrancó en 2015 liderado por Agnieszka Sorokowska”, afirma Ignacio Estevan, quien junto con Álvaro Mailhos, ambos investigadores de la Facultad de Psicología de la Universidad de la República, colectaron los datos en nuestro país. “Participaron alrededor de 200 estudiantes universitarios y 200 de la población general”, agrega Ignacio, con quien hemos hablado en varias ocasiones sobre el sueño y los estudiantes y también sobre el tiempo que dedicamos a embellecernos.

“Los datos los colectamos en papel, los pasamos a una planilla de cálculo y los enviamos en 2016”, dice Ignacio luchando por recordar algo que pasó hace casi una década. “En estos trabajos, y en otros similares en los que participamos, el estudiante de doctorado, que generalmente es el primer autor, se encarga, junto con su supervisor, de hacer los análisis y escribir un primer borrador”, cuenta Ignacio, y agrega que entonces los coautores ayudan haciendo aportes a “algo que ya tiene una forma bastante definida”. Y es claro: con una centena de investigadores e investigadoras involucrados, dice, “no sería posible trabajar de otra manera”.

Las pruebas que emplearon en el estudio fueron dos. La primera abordaba varias dimensiones. Comenzaba con un módulo sobre “reputación” en el que los participantes debieron evaluar si lo que les planteaban aumentaría o no la reputación de quien realizara esos actos con una escala de cuatro puntos positivos, que implicaba el mayor aumento de la reputación, a unos cuatro puntos negativos, que representaban su mayor disminución. Algunos de los actos a puntuar, eran “tener sexo antes del matrimonio”, “permanecer virgen hasta los 18 años”, “tener un encuentro sexual casual sin compromiso”, “tener reputación de ser una pareja sexual fácil”, “besar apasionadamente a alguien del mismo sexo”, “tener sexo con alguien sin estar enamorado de esa persona”, “permanecer sexualmente fiel hacia la propia pareja romántica” o “tener sexo con alguien que está en una relación de pareja estable”. La calificación a estos actos debía hacerse por duplicado teniendo en cuenta si quien la llevaba a cabo era un “varón” o una “mujer”.

También debían contestar un módulo acerca de la relación de pareja. El primer ítem estaba relacionado con la “pareja ideal para una relación de largo plazo”, y allí debían puntuar qué tanto importaba su inteligencia, amabilidad, salud, atractivo físico y las perspectivas financieras. Luego debían calificarse a sí mismos en esas categorías, y lo mismo pero aplicado a su “pareja real de largo plazo”.

Un tercer módulo abordaba distintas dimensiones de las “relaciones románticas” intentando “conocer los procesos que ocurren dentro de las relaciones de pareja”. Allí debían contestar en una escala de 1 (nada de acuerdo) a 9 (totalmente de acuerdo) qué tan de acuerdo estaban sobre distintas frases referidas “a la persona que amas o quieres profundamente”, debiendo no contar si no había una persona que cumpliera con esa condición. Entre las frases a puntuar el nivel de acuerdo estaban “apoyo activamente su bienestar”, “estoy dispuesto a compartir mis posesiones y a mí mismo con ella”, “siento que realmente la entiendo”, “mi relación con ella es muy romántica”, “la encuentro muy atractiva” o que no había “nada más importante para mí que mi relación con esa persona”.

El último módulo refería al “uso de Facebook”, lo que desnuda el tiempo que hace que se recabaron estos datos. Al respecto, debían puntuar de 1 (muy raramente) a 5 (muy frecuentemente) si usaban esa red social para algunos fines que les proponían, como “permanecer en contacto con amigos”, “organizar o participar en eventos”, “ver qué hacen mis amigos”, “escribir mensajes privados”, “tener citas con gente nueva” o “mirar los perfiles de personas que no conozco”.

La segunda prueba, que contestaron otra parte de los participantes, era similar a la anterior, pero en lugar de evaluar si la reputación subía o bajaba en el primer módulo, el asunto se planteó bajo el paraguas de los “juicios morales”, debiendo las personas contestar sobre las mismas situaciones que el módulo “reputación” de la primera prueba, pero ahora contestando si esos actos eran vistos o no como algo “moralmente bueno a los ojos de las personas de tu cultura”.

Nuestros investigadores sólo aplicaron aquí esos cuestionarios, dejando otros de lado, porque valoraron “que iba a ser difícil conseguir que la gente participara” en ellos, además de que algunos temas y encares allí propuestos no son tan bien vistos en las ciencias sociales y la psicología de nuestro país.

En el trabajo señalan que en este estudio realizado en 44 países replicaron el principal hallazgo observado en los estudios 1 al 3, es decir que “que la calidad de la pareja en relación con las alternativas está asociada positivamente con el amor romántico”. “Aquellas personas con alternativas de mayor calidad reportaron niveles más bajos de amor en todos los países del mundo”, afirman, lo que en cierta manera aportaba evidencia de que lo que veían sucedía en diversas culturas.

Un pequeño desvío: ¿es Uruguay un país con mucho o poco amor romántico?

Tomando en cuenta los datos recabados en los 44 países, en el material suplementario se incluye un mapa que ilustra algo así como “el nivel de amor romántico” de cada uno. Esto es un desvío respecto de los resultados que comunica el artículo, pero es difícil dejar pasar la oportunidad de ver cómo nos fue en esta prueba PISA del amor romántico. ¿Somos un país pletórico o discreto? Ni lo uno ni lo otro.

En el mapa se colocaron ocho categorías de “nivel promedio de amor romántico”, que van del primer nivel (va de 6,49 a 6,67 puntos) y terminan con el octavo nivel (entre 7,77 y 7,95 puntos). Ya que cada nivel comprende aumentos de 0,18 puntos, nos muestra que este es un indicador que arroja datos que tienen poca variación. De hecho, la categoría más baja está separada de la más alta por apenas 1,1 puntos.

Nuestro país quedó comprendido en el sexto escalón, es decir entre aquellos países que marcaron un promedio de nivel de amor romántico de entre 7,40 y 7,58. Así las cosas, quedamos a mitad de tabla entre la mitad de tabla y los países con mayores niveles de amor romántico. Nos acompañan en este escalón Chile, Rusia, Alemania, Austria, Argelia, Bélgica, Estonia, Georgia, Lituania, Países Bajos, Polonia, Eslovaquia e Indonesia.

¿En qué países hay mayores niveles de amor? Los que sobresalen son Colombia, Estados Unidos, Portugal, Italia, Hungría, Jordania, Croacia, India, Eslovenia y Malasia (anduvieron entre los 7,77 y 7,95 puntos). También por encima de Uruguay quedaron Brasil, México, Cuba, Costa Rica, El Salvador, España, Noruega, Rumania, Irán (¡chan!) y Australia, marcando entre 7,59 y 7,76 puntos. ¿Deberíamos ejercitar más nuestro amor romántico para subir en la clasificación a futuro? ¿Acaso es malo tener un menor promedio de amor romántico? Ni idea, pero no pudimos dejar pasar la oportunidad de vernos en relación con el resto.

Y entonces, ¿cuál es la función evolutiva del amor romántico?

Los investigadores, tras analizar las cinco pruebas realizadas, concluyen que la evidencia “reveló un respaldo desigual a la hipótesis clásica del dispositivo de compromiso, pero un respaldo sólido a la hipótesis del dispositivo de señalización a alternativas”. Al respecto, señalan que “quienes tienen alternativas de mayor calidad en comparación con su pareja, reportan una disminución en el amor”, mientras que “los actos de amor parecen servir como señales honestas de compromiso al disuadir a las alternativas a buscar a quienes están en una relación de pareja romántica”.

Así las cosas, el amor no es un escudo que protege a quienes están en la pareja de tener que salir a buscar alternativas ni tampoco un desincentivo para hacerlo, sino que más bien el estar en una relación de pareja con amor romántico lanza señales a esas posibles alternativas de que mejor ni lo intenten.

Si adaptáramos el texto de Eduardo Galeano de El libro de los abrazos, podría quedar algo así: “El amor es un contrato de arrendamiento de los más jodidos y contagiosos”. “A las partes signatarias cualquiera las reconoce”, podría seguir. “Hondas ojeras delatan que jamás dormimos, despabilados noche tras noche por los abrazos, o por la ausencia de los abrazos, y padecemos fiebres devastadoras y sentimos una irresistible necesidad de decir estupideces. Con todo esto me alcanza; el contrato de arrendamiento que usted procura ofrecerme, como ve, no me interesa”.

A su vez, la Real Academia Española podría definir que amor es “el sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser para evitar que la casilla de mail se le llene con propuestas variopintas para llenar tal vacío”.

O tal vez las cosas no sean tan así. Aquí tenemos ciencia que intenta responder una pregunta profunda mediante una batería de cuestionarios. Lo que dicen es atendible, pero como casi todo en ciencia, no es definitivo. Como una gran novela, la ciencia a veces tiene eso de que lo que nos cuenta no tiene por qué ser completamente así, sino que lo que importa es que nos haga pensar, y sentir, las consecuencias de que lo fuera.

Artículo: The function of love: A signaling-to-alternatives account of the commitment device hypothesis
Publicación: Evolution and Human Behavior (marzo de 2025)
Autores: Benjamin Gelbart, Kathryn Walter, Daniel Conroy-Beam, [...], Ignacio Estevan, Álvaro Mailhos y varias decenas más.