Podría decirse que hay consenso: lo recomendable, para un adulto, es dormir entre siete y nueve horas por día. Ese punto medio de las ocho horas dormidas lleva a decir que un tercio de nuestra vida la pasamos abrazando la almohada. Por alguna extraña razón, la vida moderna nos empuja a pensar irreflexivamente que dormir es algo parecido a no hacer nada. Por mucho que sepamos acerca de que el sueño es necesario para el correcto funcionamiento de nuestro cerebro y que su déficit afecta negativamente nuestra salud, se repite con frecuencia que perdemos un tercio de la vida durmiendo. Mundo ilógico: mientras por un lado nos empuja a perseguir nuestros sueños, por otro parece concentrar en el sueño un repudio apenas similar al que siente por el ocio o la actividad no productiva.
La cronobiología, disciplina que estudia los ritmos biológicos y su impacto en cómo somos y por qué nos comportamos como nos comportamos, ha mirado con atención cómo los ciclos de sueño afectan a los estudiantes en Uruguay. Trabajos de investigadores como Ana Silva, Bettina Tassino o Ignacio Estevan han ido mostrando que nuestros jóvenes tienen cronotipos extremadamente tardíos, es decir, que se van a dormir muchísimo más tarde aún que los jóvenes de otros países (durante la juventud hay una tendencia a dormir más tarde, pero los estudiantes de Uruguay y Argentina mostraron ser los más extremos en esto de acuerdo a los países del mundo en los que el fenómeno se ha estudiado).
Los trabajos de estos investigadores también han servido para ver una consecuencia interesante de esta característica de nuestros jóvenes: que se vayan a dormir más tarde no es un problema para que les vaya bien al estudiar, sino que el problema se da cuando a estos jóvenes con cronotipos tardíos el sistema educativo los obliga a que rindan de mañana. Mientras que sus relojes biológicos los hacen acostarse tarde, las obligaciones sociales los arrancan de la cama cuando aún no durmieron lo suficiente. Dormir hasta el mediodía no implica ser un vago si la persona se acostó, por sus preferencias circadianas, a las cuatro de la mañana. Son los compromisos sociales que nos obligan a levantarnos temprano los que, si somos de acostarnos tarde, imponen un jet lag social, un déficit de sueño acumulado que impacta en nuestro rendimiento. Con liceos y universidades que dan clases incluso desde antes de las ocho de la mañana para jóvenes que tienden a acostarse bastante luego de la una, todo indica que las notas de muchos alumnos reflejarán esta contracción, y así lo han demostrado varios trabajos de aquí y de nuestros hermanos de cronotipos tardíos del Río de la Plata.
Ahora un nuevo trabajo se suma para aportar aún más conocimiento. Esta vez se enfoca en estudiantes de primer año de facultad. En esta investigación, con un título que homenajea a la banda inglesa de punk The Clash, el artículo ¿Debo estudiar o debo irme (a dormir)? La influencia del horario de las pruebas en el comportamiento del sueño en estudiantes universitarios y su asociación con el rendimiento, de Ignacio Estevan, Romina Sardi y Ana Clara Tejera, de la Facultad de Psicología, y Ana Silva y Bettina Tassino, de la Facultad de Ciencias, todos de la Universidad de la República, no sólo se estudia el efecto de las horas de sueño en la noche previa a un examen, prueba o parcial, sino que se derrumba convincentemente el mito de que estudiar toda la noche sin dormir es una estrategia que da buenos resultados.
Convirtiendo debilidades en fortalezas
Cuando se quiere investigar un fenómeno, el diseño experimental juega un papel importante. En ese sentido, los principales trabajos de cronobiología sobre el sueño en los jóvenes de uruguayos contaron con algunas ayudas extras. Por ejemplo, la investigación de Ana Silva y Bettina Tassino sobre el sueño y cronotipos en estudiantes universitarios de Facultad de Ciencias tuvieron un gran aliado: aprovecharon la Escuela de Verano que se realiza en la Antártida. El continente blanco, con sus horas de luz solar extendidas en la temporada estival, sirvió de marco ideal para estudiar el fenómeno. Cuando Estevan y sus colegas quisieron ver cómo eso afectaba a los alumnos del liceo 10, se vieron favorecidos por algo que en otros países no sucede: tener varios turnos como para poder comparar desempeños entre aquellos que son obligados a madrugar y aquellos que no fue una gran ventaja. El presente estudio honró esta tradición.
El artículo sostienen que tener clases en turnos, y por tanto tomar parciales también a distintos horarios, implica “una solución obligada a la infraestructura universitaria insuficiente para hacer frente al número cada vez mayor de estudiantes en muchos países”, y “también puede verse como la oportunidad de contar con una herramienta para profundizar en el estudio de la influencia de la hora de inicio de los exámenes en el sueño y el rendimiento”. Una vez más, realidades de nuestro sistema educativo se convierten en la posibilidad de un diseño experimental novedoso.
“No conozco una universidad donde la enseñanza de un curso para 2.800 estudiantes esté a cargo de cuatro personas, como pasa en la Facultad de Psicología”, dice Estevan, primer autor del artículo y miembro del Programa de Neuropsicología y Neurobiología de esa facultad. “Se hacen malabares para lograr sostener procesos de enseñanza y aprendizaje en esas condiciones. No es un problema general de la universidad, sino más bien de ciertos servicios que han tenido déficits presupuestales y de contratación de docentes, que hacen que la relación numérica docente-alumno sea ridícula”, agrega.
Con el objetivo de observar “cómo los estudiantes modifican sus hábitos de sueño la noche anterior a la realización de una prueba y evaluar la asociación entre la duración del sueño y el rendimiento académico”, Estevan y sus colegas procedieron a aplicar un breve cuestionario a alumnos de primer año de la Universidad de la República que acababan de dar un parcial para saber cuánto habían dormido la noche anterior. ¿A qué alumnos buscaron? A los que tomaban los cursos con ellos. De esa manera, de la investigación participaron 97 estudiantes del curso general de Biología de la Facultad de Ciencias que rindieron el parcial de mitad de año en mayo de 2019, y 252 estudiantes del curso general de Neurobiología de la Facultad de Psicología que tomaron la prueba en cuatro turnos sucesivos en junio de 2019.
Como telón de fondo ‒o marco de referencia‒, los investigadores señalan que según la literatura científica, “a pesar de la relevancia de una duración del sueño suficiente, existe cierta evidencia de que los estudiantes reducen su sueño durante los períodos de exámenes y la noche anterior a una prueba”. ¿Qué pasaría con sus alumnos? A diferencia de lo que podría estudiarse en varias universidades del planeta, que como el curso de la Facultad de Ciencia tienen un único horario en que se toma el examen, la matrícula abultada de la Facultad de Psicología y la necesidad consecuente de tomar los parciales a distintos horarios podrían permitirles observar mejor la relación entre el sueño en la noche previa y el compromiso de rendir una prueba, así como la influencia de ese sueño en el rendimiento de cada alumno en el parcial.
¿Cómo fue afectado el sueño de la noche previa por los parciales?
Al analizar las cantidades de horas que los estudiantes de primer año duermen frecuentemente, Estevan y sus colegas obtuvieron un primer dato relevante que confirmaba algo que habían visto anteriormente. Más de la mitad de los estudiantes que dieron el parcial de la Facultad de Ciencias (56,75%) y casi un tercio de los de la Facultad de Psicología (31,7%) que participaron del estudio reportaron “una duración del sueño regular insuficiente”, es decir, que habitualmente dormían menos de siete horas. Pero la cosa se agravaba aún más con el parcial.
Entre los estudiantes de ambas facultades “la duración del sueño de la noche anterior a la prueba se redujo con respecto a las noches normales”. En el grupo de estudiantes de la Facultad de Ciencias, esa reducción de sueño fue en promedio de unas dos horas, mientras que entre los estudiantes de Psicología la cantidad de horas de sueño faltantes fue mayor cuanto más temprano fue el turno en que dieron el parcial. Efectivamente, los que dieron el parcial en el turno de las 8.00 durmieron en promedio unas 3,6 horas menos, los de las 11.30 unas 2,3 horas menos, mientras que los que dieron el parcial más tarde, a las 13.15, durmieron sólo unas 1,7 horas menos que en un día normal.
“Volvimos a ver algo que ya habíamos encontrado en los estudiantes del liceo, que es que las presiones sociales sobre todo afectan el despertar”, comenta Estevan. “Estamos acostumbrados a que no importe la hora en que nos acostemos, lo que hacemos es poner una alarma para despertarnos”, añade. Es decir: nos esforzamos más por cumplir con el tiempo de las obligaciones del día siguiente que por respetar las horas de sueño que nos harían bien para estar frescos y enfrentar mejor el día.
“Vimos que se acuestan un poco más tarde el día previo al parcial, probablemente porque se quedan estudiando o porque postergaron alguna actividad por estudiar. En general, la duración del sueño está muy afectada por los compromisos que tenemos al otro día, y no somos capaces de regular el sueño”, reflexiona Estevan. Uno podría pensar que, dado que tienen un parcial, podría haber cierto factor de ansiedad que afectara el sueño en esa noche previa, pero no fue algo que observaran en este trabajo. “Seguramente la ansiedad debe estar metida en ello”, dice, pero aquí no se midieron dificultades para conciliar el sueño, sino la hora en la que se acostaron.
¿Cómo afectó el sueño de la noche previa el rendimiento en los parciales?
Los estudiantes durmieron menos previo al parcial que en un día normal ‒en el cual, recordemos, bastantes jóvenes duermen menos que las siete horas necesarias‒. ¿Cómo influyó ese dormir menos en el rendimiento en el parcial de la Facultad de Ciencias (20 preguntas de múltiple opción) y en los cuatro turnos de la Facultad de Psicología (60 preguntas de verdadero o falso)?
En el trabajo señalan que “la duración del sueño se relacionó positivamente con los puntajes de las pruebas” en ambos casos. En el parcial de Biología de Facultad de Ciencias, “la duración del sueño antes de la prueba fue un predictor significativo”, dicen, y señalan que “un aumento de una hora en la duración del sueño se asoció con un aumento de 15% en la proporción de respuestas correctas”, mientras que en el parcial de Neurobiología, en la Facultad de Psicología, “un aumento de una hora en la duración del sueño antes de la prueba se asoció con un aumento de 3,8% en la proporción de respuestas correctas”.
Con todo esto, evidentemente Estevan y sus colegas no les están diciendo a los estudiantes que en lugar de estudiar duerman, pero sí observaron una correlación entre dormir poco y un peor desempeño en los parciales. “Vimos que los que durmieron poco no son los que estudiaron más o menos, en principio serían hechos independientes. Tampoco vimos que los que estudiaron menos antes del último día fueran los que ese día estudiaron más”, apunta.
“Aquí está el problema de lo difícil que es medir el esfuerzo de estudio. ¿Se mide en horas, se mide en recursos que tiene el estudiante, si fue a clase o no, si sacó apuntes?”, plantea Estevan. Si bien reconoce que saber qué tanto estudiaron es complicado de estimar, “fue muy interesante encontrar esa asociación tan clara entre la cantidad de sueño y el desempeño en el parcial”.
No te quedes toda la noche estudiando
“Por experiencia propia como estudiantes, pero también como docentes, sabíamos que entre algunos estudiantes es una práctica habitual quedarse despierto toda la noche anterior al parcial para tratar de aprender más”, dice Estevan, mostrando además la ventaja que tiene para este tipo de trabajos ser docente al tiempo que investigador. “Buscando en la bibliografía no encontramos muchos reportes sobre cuán numeroso es eso que en inglés se denomina all nighters”, agrega. En español no tenemos una palabra para definir a estos estudiantes que trasnochan, así que podría bautizarlos trasnochiantes. Y dado que es un fenómeno universal, este trabajo de Estevan, Silva, Tassino, Sardi y Tejera, realizado en este rincón del planeta, tiene trascendencia mundial, ya que muestra que eso de quedarse toda la noche estudiando con la esperanza de aprender mucho no da resultado.
Entre los estudiantes de la Facultad de Ciencias, los investigadores encontraron que 13,4% decidieron quedarse toda la noche despiertos estudiando, mientras que en la Facultad de Psicología, aún con turnos y parciales que se podían dar más tarde, el porcentaje de trasnochiantes fue aún mayor y alcanzó el 14,7%. “Vimos que alrededor de 15% de los estudiantes nos dicen que no durmieron la noche antes. Ese es un número importante, pero es más interesante aún que además todos recortaron sus horas de sueño el día antes de la prueba”, remarca Estevan.
A los que decidieron no dormir por estudiar no les fue nada bien. La tasa de repuestas correctas arrojada por el estudio fue, en Ciencias, de “52,3% para un estudiante que pasaba toda la noche despierto y de 77,1% para un estudiante que dormía ocho horas”, y en Psicología, de “56,7% para un estudiante que pasaba toda la noche despierto y que rindió el parcial en el primer turno y de 69,0% para un estudiante que dormía ocho horas y concurría al cuarto turno”.
“Pudimos ver que aquellos estudiantes que no dormían nada en la noche previa estaban por debajo de la nota mínima de aprobación, mientras que un estudiante que dormía lo adecuado estaba bastante por encima”, comenta Estevan, aclarando que “por supuesto hay diferencias por la cantidad de estudio, y hay algunos que sin dormir aprueban y otros que, aun durmiendo mucho, tienen un mal desempeño”.
El tema es relevante además porque hay buena parte de esos trasnochiantes que, además de recurrir al café o al mate, buscan en psicofármacos el auxilio para pasarse la noche en vela estudiando. Este trabajo no sólo dice que es una estrategia errónea para obtener un buen resultado, sino que, encima, recurrir a esas cosas es un gastadero de plata inútil. “Sí, el nivel de consumo de psicofármacos en determinadas carreras, por ejemplo en Medicina, donde además tienen un acceso más fácil, es algo que no está muy estudiado pero que preocupa”, confiesa Estevan. “Hay algunos artículos sobre la prevalencia del consumo de determinados fármacos en determinadas carreras, y sé que en Uruguay está empezando también, ya que muchos estudiantes trabajan y se sienten muy presionados. Es un asunto serio”, resume. El trabajo no deja dudas: no alteres tu sueño porque te va a ir peor.
Entender a los jóvenes
Con los hallazgos encontrados, el trabajo sirve para aportar conocimiento para que, en lugar de forzar a los jóvenes al sistema, tratemos de pensar sistemas más acordes a lo que conocemos de ello y de los ritmos biológicos. Por ejemplo, los investigadores señalan que “retrasar la hora de inicio de las pruebas puede evitar la reducción de la duración del sueño, lo que también puede mejorar el rendimiento académico”, y que “las políticas educativas deberían incluir información para los estudiantes sobre el impacto del sueño en el aprendizaje y las consecuencias de la reducción de su duración”.
“Nosotros insistimos en que hay que valorizar o promover la idea de que el sueño es importante”, enfatiza Estevan. “En general, en nuestra sociedad cualquier cosa es más importante que dormir. Y en general cualquier cosa hace que durmamos menos, porque está la idea de que no pasa nada importante durante el sueño. Pero durante el sueño sí pasan cosas muy importantes, el sueño es muy importante, por lo que hay que cuidarlo. Si vas a encarar un desafío, es importante estar bien dormido”, reflexiona Estevan.
“Eso se une con un tema que me interesa mucho, que es la procastinación y la organización del tiempo. Me dedico a la cronobiología, pero a mí me gusta decir que estudio el uso del tiempo. Cómo planificar el tiempo es una habilidad que se aprende. Y es una habilidad muy importante en un estudiante universitario, porque seguro va a tener altas demandas en la carrera y también fuera. Entonces, poder pensar y organizarse el estudio, pero además el sueño, es fundamental. Y visto desde el otro lado, es también una competencia que tenemos que enseñar como docentes”, afirma Estevan.
Sabemos que debemos dormir bien. Sin embargo, no obramos en consecuencia. ¿Somos necios? ¿Somos ignorantes? ¿Somos arrastrados por las normas sociales? “Estaría buenísimo ir a averiguar con estos gurises, que se acuestan tarde o dejan de dormir, si es que no saben que es bueno dormir o qué cosas hay ahí, o qué hubo para que hicieran lo que hicieron. Yo estoy describiendo algo que pasó, pero no estoy entendiendo por qué pasó. Hay que complementar estos abordajes más cuantitativos con otros más ‘cuali’, hay que ir a hablar con estos chiquilines y preguntarles”, aventura. Entender por qué no cuidamos el sueño se enriquecería con aportes de la sociología o la antropología. Me encantaría trabajar con investigadores de esas áreas”, concluye Estevan. Lo mismo dijo cuando hablamos en 2018. Es un tipo coherente, y así como ya es costumbre que salga a pedir el auxilio de otras disciplinas, también lo es que participe en investigaciones fascinantes.
Artículo: “Should I study or should I go (to sleep)? The influence of test schedule on the sleep behavior of undergraduates and its association with performance”
Autores: Ignacio Estevan, Romina Sardi, Ana Clara Tejera, Ana Silva, Bettina Tassino
Publicación: PLoS ONE (marzo, 2021)
Autores: Ignacio Estevan, Romina Sardi, Ana Clara Tejera, Ana Silva, Bettina Tassino.