¿Qué es la ciencia? Sabiendo que no agotaremos el tema en unas pocas líneas, podríamos ensayar una respuesta: es el arte de hacerse preguntas e intentar responderlas con una honestidad basada en evidencia verificable. ¿Y para qué sirve la ciencia? Una excelente respuesta podría extraerse del párrafo contenido en un artículo científico recientemente publicado.

“Nuestro trabajo analizó exhaustivamente las tierras agrícolas de Uruguay, en una amplia gama de condiciones geográficas y ambientales, encontrando evidencia de que las áreas manejadas por productores agropecuarios familiares, ya sea dedicadas a cultivos, ganadería o producción mixta, exhiben un desempeño ambiental superior, mayor diversidad funcional y mayor resiliencia a la transformación de hábitats naturales, en comparación con las producciones agropecuarias no familiares”.

El texto es parte del artículo La agricultura familiar destaca por su desempeño ambiental en el sector agropecuario de Uruguay, cuyos autores son Hernán Dieguez, Gonzalo Camba, Luciana Staiano y Pablo Baldassini, de la Facultad de Agronomía de la Universidad de Buenos Aires (UBA); Federico Gallego, del Instituto de Ecología y Ciencias Ambientales (IECA) de la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República; Andrea Ruggia y Verónica Aguerre, de la sede Las Brujas del Instituto Nacional de Investigación Agropecuaria (INIA), y José Paruelo, que tiene una pata en todos lados (en el IECA, en el INIA La Estanzuela y en la UBA). Juntos tuvieron la idea de analizar qué pasaba con el impacto ambiental de distintos establecimientos agropecuarios fijándose si en ello había alguna diferencia entre productores familiares y la producción vinculada a empresas, fondos de inversión y demás, que incluye lo que se denomina “agronegocio”. Allí está parte de la magia de la ciencia: hacerse preguntas relevantes buscando responderlas apelando a caminos que no se habían explorado antes. Su resultado más preciado no es incrementar las exportaciones o incidir en el producto interno bruto (PIB), sino generar evidencia. En base a ella pueden hacerse muchísimas cosas, entre ellas, incrementar las exportaciones o incidir en el PIB, pero, más que nada, tomar decisiones informadas.

En momentos en que, para la producción agroalimentaria, la frase más empleada es la de la búsqueda de “transiciones sostenibles”, una bolsa en la que pone de todo pero que al menos tiene la virtud de reconocer que así como se producen hoy las cosas no vamos bien, la evidencia que emerge de este trabajo es profundamente valiosa. Más aún cuando, lejos de oponer el cuidado del ambiente y el mundo productivo, el trabajo tiene la fortaleza de mostrar no sólo que hoy hay quienes producen en el campo impactando poco en los ecosistemas, sino que al marcar quiénes son estos productores sostenibles, nos tiende la mano para ver qué es lo que hacen e intentar, si nos animamos, extender esas prácticas a otras producciones que no logran tener tan buen desempeño ambiental.

Así que más rápido de lo que al morder una fruta recién sacada del árbol nos damos cuenta de que es fresca y sabrosa, vamos al encuentro de José Paruelo y Federico Gallego, dos de los autores de este trabajo tan necesario como esperanzador.

La producción familiar en el mundo y, ay, en Uruguay

La mayoría de los artículos científicos de nuestra comunidad científica son publicados en revistas internacionales que se publican en inglés. Si bien nuestros investigadores e investigadoras piensan las cosas en español, deben traducir sus conceptos al idioma anglosajón. Pero las traducciones no son neutras y siempre presentan desafíos. En este caso, el artículo publicado habla de family farms, y en cómo traduzcamos eso se juega un gran partido. No es lo mismo chacra, granja o establecimiento familiar. Leyendo el trabajo, uno apostaría que el término más adecuado sería el de producción familiar, pero, teniendo a los autores, mejor preguntarles directamente.

“En Uruguay usamos agricultura familiar, un concepto de agricultura que incluye a los ganaderos. Producción familiar, agricultura familiar, producción agropecuaria familiar, todo eso entra en el paraguas este de family farms, especifica Paruelo, que incluso señala que el family farms en inglés “también es una construcción” que a veces complica. “Cuando uno quiere relacionar esto con cosas que están en la literatura, tampoco encuentra eso a lo que aquí nos referimos muy fácilmente. Algunos trabajos hablan de smallholders, que son productores pequeños, que no necesariamente encajan en lo que pasa en Uruguay”, confiesa.

“En la producción familiar hay productores lecheros, hay productores agrícolas, productores hortícolas, productores frutícolas, productores ganaderos, e incluso productores que mezclan más de una de esas actividades”, amplía Gallego. “En el trabajo lo que nosotros entendemos como ‘productor familiar’ viene dado por la definición que tiene el Ministerio de Ganadería”, aclara.

La descripción que hace el Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca (MGAP) al respecto es clara y operativa. Según ella, un productor familiar “es una persona física” que realiza “actividades de producción agraria”, no tiene “más de dos trabajadores permanentes no familiares”, explota hasta 500 hectáreas “bajo cualquier régimen de tenencia”, “reside en la tierra que trabaja” o a no más de 50 kilómetros de ella, y el principal ingreso de su hogar es el del producto de su actividad agropecuaria en esas hectáreas.

Esta definición clara del MGAP viene con un corolario que fue fundamental para poder realizar esta investigación: el ministerio tiene un registro de productores familiares agropecuarios, al que describe como “una herramienta para la aplicación de políticas públicas hacia el sector”. Así las cosas, Paruelo, Gallego y sus colegas tenían información de calidad sobre qué predios de Uruguay están bajo producción familiar. Si bien registrarse como productor familiar es voluntario, en el trabajo estiman que son pocos los que no se registran, dado que hay incentivos para hacerlo. Aclarado el alcance del término, vayamos a datos que reseñan el trabajo y que llaman poderosísimamente la atención.

Según recaban, la producción familiar en el mundo constituye el 98% de todas las producciones agropecuarias y cubre entre el 53% y el 75% de la superficie agrícola global.

Cuando vamos a ver qué pasa en América del Sur, la producción familiar baja al 82% de las producciones agropecuarias y abarca solamente 18% de la superficie agropecuaria del continente.

Al llegar a Uruguay, las disminuciones son aún más drásticas. Aquí, en un país que tiene uno de sus grandes motores en el campo, la producción familiar está muy por debajo del promedio del continente: la producción agropecuaria familiar representa sólo 36% de las producciones y ocupan sólo 6,6% de la superficie donde se desarrolla actividad agropecuaria.

Evidentemente, estos datos nos dicen algo. ¿Por qué en Uruguay la producción familiar es tan insignificante respecto al total de la producción agropecuaria? ¿Tenemos un problema cultural, político, económico, social? “No sé si estoy en condiciones de contestar por qué se da eso”, se ataja José. Sin embargo, tiene una conjetura interesante.

“Cuando se repartió la tierra en Uruguay, lo único que no se tuvo en cuenta en los antecedentes fueron los reglamentos de Artigas. Otro gallo cantaría si se hubiera seguido por el camino artiguista. Historiadores como Lucía Sala estudiaron cómo fue el proceso de reparto que se produjo después, cuando se conformó el Uruguay como tal”, dice José.

Cuenta que se respetaron los derechos de propiedad de quienes decían haber recibido tierras de los jesuitas, de la corona española y demás. “Se tomaron en cuenta todos esos antecedentes con la sola excepción del único reparto de tierras, la única reforma agraria que se había hecho, que fue la que diseñó Artigas y ejecutó Encarnación Benítez, un personaje olvidado de nuestra historia. Supongo que en buena parte eso tiene que ver con la manera en que la tierra termina distribuyéndose, tanto en tamaño como en cantidad de personas”, sostiene José, y aclara que se está metiendo en aguas que no son las suyas.

José marca un contraste: dice que si bien la producción familiar “en Uruguay tiene una importancia relativamente pequeña en cuanto a superficie, sin embargo, esa producción familiar tiene una gran importancia en la provisión de los alimentos frescos que consumimos”. Y en ese sentido remarca que “lo que llega a las ferias, que es donde compramos la mayor parte de los uruguayos, proviene de la agricultura familiar”.

Así las cosas, si bien José reconoce que “hay todo un tema ahí que tiene raíces y orígenes interesantes que está bueno indagar y rastrear”, vayamos ahora a la investigación que sí hicieron aplicando la ciencia en la que andan a sus anchas.

Claves de esta investigación

  • Pese a la importancia de la producción agropecuaria familiar en los sistemas agroalimentarios, su desempeño ambiental está “sorprendentemente subdocumentado”. Determinarlo es valioso para pensar en un agro sostenible.
  • En Uruguay la producción agropecuaria familiar, en cuanto porcentaje de productores y superficie abarcada, está muy por debajo del promedio mundial e incluso del de Sudamérica (que es más bajo que el mundial).
  • El equipo de investigación, que incluyó a integrantes del INIA, la Facultad de Ciencias y la UBA, se propuso evaluar el desempeño ambiental de producciones agropecuarias familiares y no familiares en diferentes sistemas de producción (agrícola, ganadera y mixta) en todo Uruguay.
  • Para ello apelaron a cinco indicadores obtenidos a partir de imágenes satelitales validados localmente que cruzaron con conjuntos de datos a escala nacional, lo que les permitió obtener “una visión sin precedentes del desempeño ambiental de la agricultura familiar en Uruguay”.
  • Los cinco indicadores reflejan, para cada unidad analizada, la proporción de hábitats naturales, la oferta de los servicios ecosistémicos y sus tendencias temporales, la conservación del suelo y la diversidad funcional de los hábitats no naturales. A ello agregaron “un índice sintético de desempeño ambiental” que, integrando los cinco indicadores, permite una evaluación integral del desempeño ambiental de cada unidad.
  • El análisis comprendió a “74.392 de las 250.321 unidades catastrales rurales de Uruguay”, abarcando “más de 11,5 millones de hectáreas”, “66% de la superficie total del país” y más del “72% de sus tierras agrícolas”. En ese vasto universo, las “unidades catastrales familiares” representaron sólo “el 15,7% del total de unidades”.
  • Al analizar los resultados, a pesar de una “amplia variabilidad”, encontraron que emerge un patrón claro: “Las producciones familiares superaron a las no familiares en la mayoría de los indicadores, regiones y sistemas de producción”.
  • Los investigadores apuntan que la producción familiar “mantiene más hábitats naturales, sustenta una mayor diversidad funcional y garantiza un mayor suministro de servicios ecosistémicos”, mostrando además “una mayor resiliencia a las perturbaciones” en comparación con las explotaciones no familiares.
  • En sus conclusiones, sostienen que “los hallazgos pueden orientar la investigación sobre los mecanismos que impulsan este patrón”, así como servir de valiosa información “para políticas de impulso a la producción agropecuaria familiar”.
  • También señalan que su investigación “enfatiza la necesidad crítica de inversión pública en políticas que apoyen la agricultura familiar, ya que brinda beneficios sociales más allá de la productividad económica y genera una recompensa colectiva a través de servicios ambientales mejorados”.

¿Por qué mirar la condición familiar de los productores agropecuarios?

Para el trabajo emplearon técnicas de medición remota en base a imágenes satelitales y modelos biofísicos, todos ajustados a lo que sucede en el terreno, que permiten construir diversos indicadores del desempeño ambiental.

Anteriormente algunos de los autores de este trabajo ya habían publicado el desempeño ambiental de distintas producciones, hallando, por ejemplo, que en nuestro país la ganadería sobre pastizal natural tenía, en general, una menor huella ambiental que la agricultura. ¿Qué fue lo que los llevó ahora a fijarse no tanto en el tipo de producción sino en si era familiar o si, en cambio, se daba mediante el modelo asociado al agronegocio, ya sea por empresas, sociedades anónimas o fondos de inversión que tienen a su cargo emprendimientos de producción agropecuaria?

“En realidad esto estuvo planteado de antes. Con Fede habíamos mirado qué pasaba en los predios no solamente teniendo en cuenta si se trataba de producción agrícola, producción mixta o producción ganadera, sino que habíamos cruzado esos resultados en el desempeño ambiental con la condición de ser productor familiar o no”, confiesa José. Eso estaba en la concepción del trabajo anterior. Incluso estaba la idea de ver qué pasaba en las colonias del Instituto Nacional de Colonización, que es un tema que ahora está bastante en el tapete por otras cuestiones”, agrega. ¿Por qué entonces no reportaron los resultados al respecto?

“El asunto es que mirar todas esas variables hacía que terminara siendo muy difícil armar el cuento para un único artículo, porque había demasiadas dimensiones para cruzar, describir los indicadores y demás”, responde José.

Chacra de Montevideo rural (archivo, octubre de 2022).

Chacra de Montevideo rural (archivo, octubre de 2022).

Foto: Alessandro Maradei

Las revistas científicas internacionales, por lo general, tienen límites estrictos sobre la extensión máxima que pueden tener los artículos. Poner demasiadas cosas a veces no es posible, más aún teniendo en cuenta que cada una de ellas luego tiene que ser descrita en la parte de métodos, analizada con diversas herramientas y luego explicada en los resultados. El presente artículo es entonces como si un escritor de cuentos, pongamos un Ignacio Alcuri, dejara uno un poco largo para su próxima obra porque se iba de la cantidad de páginas que la editorial estaba dispuesta a darle para su libro.

“Las motivaciones detrás de la pregunta de cómo es el desempeño ambiental de la producción familiar respecto de la no familiar son varias. Una era la oportunidad, porque esos padrones de producción familiar estaban identificados”, apunta José.

“También hay una controversia en la literatura sobre si los pequeños productores, o la agricultura familiar, tiene un impacto positivo o negativo sobre el ambiente”, prosigue. “Por ejemplo, cuando se estudian procesos de desertificación o de deterioro extremo de los recursos, aparece eso que en la literatura se llama trampas de pobreza, situaciones en las que, por ejemplo, a la gente no le queda más remedio que seguir deteriorando el ambiente porque tiene que darles de comer a las cuatro cabras que tiene. Por más que se coman la última brizna de pasto que hay, tienen que dejarlas pastar porque es una cuestión de supervivencia. Y ese es un tema que está instalado. Como decía Zitarrosa, la pobreza trae yuyos”, argumenta José.

Como siempre, Alfredo daba en el clavo. “Tierrita pobre y sufrida/ juntos nos fuimos gastando/ el mismo surco a los dos nos fue quemando./ La pobreza trae yuyos/ me fui enyuyando/ abrojales y espinas me fuiste dando./ Tierrita pobre y poca/ te fui matando/ a fuerza de sembrarte y sacarte tanto”, canta en “Tierrita poca”.

“Queríamos ver entonces si eso es cierto, en qué medida podemos generalizarlo para la agricultura familiar, que son los productores más pequeños, más allá de que en el trabajo no está separado en particular entre pequeños y grandes, pero de alguna manera hay una relación”, afirma José. Pero hay más: “Por otro lado, están pasando cosas importantes con la producción familiar. Por ejemplo, hay un proceso de pérdida de productores que se viene verificando a lo largo de los censos agropecuarios. Los que se pierden son los chicos, por lo que hay un proceso de concentración de la tierra que viene siendo descrito por una cantidad de gente”.

Este cambio en la estructura de la tenencia de la tierra, dice, transformó a “un país que tenía una ruralidad importante en un país totalmente urbano”, y eso tiene consecuencias importantes para este trabajo. “Se está perdiendo ese vínculo territorial y, de alguna manera, nosotros ya veníamos pensando que ese vínculo territorial del productor es muy importante desde el punto de vista ambiental. Y si eso que pensábamos que podía tener alguna importancia en el desempeño ambiental se verificaba, era una pregunta interesante”, sostiene José.

Trabajando con índices y medición remota

José hablaba de la oportunidad de ver qué pasaba, ya que los predios de producción familiar estaban identificados. Pero, además, hay una oportunidad que el equipo de investigadores viene construyendo desde hace tiempo y que les permitió contar para el trabajo con herramientas para mirar remotamente qué está pasando en cada rincón del país mediante imágenes satelitales. Se paran, por ejemplo, en el desarrollo de MapBiomas, que identifica los tipos de uso del suelo que se dan en nuestro territorio. También se basaron en indicadores de desempeño ambiental que ya habían desarrollado y publicado anteriormente.

“Todo ese acumulado es lo que permite hacer este tipo de investigaciones. Y ahí entra mucho el trabajo de Fede y otros colegas en desarrollar esos indicadores, en evaluarlos y en hacerlos disponibles”, remarca José.

“Fueron distintos carriles que se desarrollaron a través de distintas tesis o distintos proyectos. Si bien parecían cosas independientes, terminaron confluyendo y sintetizándose en un conjunto de herramientas que nos permiten hacer diversas preguntas”, complementa Federico.

“En esto convergen líneas que están asociadas a distintos proyectos y, sobre todo, a distintas tesis. Muchas veces la investigación se termina estructurando en torno a tesis de posgrado, porque el investigador de posgrado es el que se pone la mochila al hombro y la carga”, dice José.

“El conjunto de personas que armó este artículo trae experiencias que se construyeron con distintas tesis. La tesis de Fede miró más lo del rendimiento hidrológico, la de Gonzalo Camba se metió más con la diversidad funcional, la de Hernán Dieguez miró lo del índice de oferta de servicios ecosistémicos, la de Pablo Baldassini miró lo que sucede con las ganancias de carbono. Si bien cada uno hace su propia tesis, trabajar de manera conjunta, vinculada, compartiendo experiencias y compartiendo miradas acerca de las posibilidades que ofrece cada una de estas cosas en algún momento cuaja para poder hacer preguntas diversas, como en este caso, ver lo que pasa con relación a la producción familiar, o lo que sea que surja mañana”, describe José.

Federico agrega que “un aspecto sumamente importante de todos estos indicadores, como de las fuentes de datos de MapBiomas, es que son de acceso libre. Todos los datos que nosotros analizamos en el artículo pueden ser consultados libremente por quien quiera hacerlo. Eso a nivel académico es poco frecuente”. José coincide: “Tanto un productor como un diseñador de políticas, o un investigador, o un organismo, o cualquiera que quiera ver qué está pasando con lo que hace la producción agropecuaria en cualquier rincón del país puede ir, mirar los datos, usar estos índices y tener una idea”.

Esquema de los cinco indicadores de desempeño ambiental aplicados. Adaptado de Paruelo _et al_, 2024.

Esquema de los cinco indicadores de desempeño ambiental aplicados. Adaptado de Paruelo et al, 2024.

Comparando la producción familiar con la no familiar

En la investigación identificaron y analizaron qué pasaba en 74.392 unidades catastrales rurales de Uruguay, lo que supuso ver qué estaba pasando en más de 11,5 millones de hectáreas que representan más del 72% de las tierras agrícolas del país (para el análisis a su vez se dividió el territorio en seis grandes regiones que comparten características de suelo y demás en común, de manera de poder comparar las producciones familiares y no familiares en ellas).

En todos estas unidades catastrales, fueran de agricultura, ganadería o mixtas, se analizó el desempeño ambiental en base a cinco indicadores que se pueden calcular mediante imágenes satelitales (proporción de hábitats naturales, oferta de servicios ecosistémicos de regulación y soporte, tendencias temporales de la oferta de servicios ecosistémicos de regulación y soporte, conservación del suelo y diversidad de tipos funcionales de ecosistemas). Luego se calculó también un “índice sintético de desempeño ambiental”, que combina los otros cinco índices.

Mapa de tipos de producción agropecuaria. Adaptado de Dieguez _et al_ 2025.

Mapa de tipos de producción agropecuaria. Adaptado de Dieguez et al 2025.

Al ver los diversos indicadores de desempeño ambiental y la relación con el tipo de productor, comienza a emerger un patrón claro. “La gran mayoría de las comparaciones sobre la proporción de hábitats naturales, la oferta de servicios ecosistémicos de regulación y soporte, las tendencias temporales de esa oferta de servicios ecosistémicos, la conservación del suelo y la diversidad de tipos funcionales de los ecosistemas mostraron un valor medio más alto para las unidades catastrales familiares que para las no familiares”, reportan. “En el 83,6% de todas las comparaciones, y en el 96,8% de aquellas con diferencias estadísticamente significativas, las unidades catastrales familiares mostraron un rendimiento superior al de las no familiares”, agregan.

“Eso que vimos era consistente a través de las regiones y tipo de producción”, explica José. “También es cierto que hay mucha variabilidad. Aun así hay un patrón, y cuando se analiza el conjunto de datos, se obtiene una señal clara que permite afirmar que la producción familiar es más sostenible y más resiliente”, dice José. Y entonces aprovecha para hablar de una de las grandes cosas que se desprenden del trabajo.

“Esa variabilidad muy grande es algo que creo que hay que explotar”, dice lleno de esperanza. Uno lo mira esperando que explique por qué. Y así lo hace: “Esa gran variabilidad quiere decir que hay gente, tanto productores familiares como no familiares, que hace las cosas muy bien en cuanto al desempeño ambiental. Entonces uno tendría que ir a esos lugares y ver qué es lo que está pasando para que haya esas diferencias. Esas son las cosas que me parecen relevantes al pensar cómo sigue este estudio, ver qué hacen los que hacen las cosas bien”, dice, con ganas de salir corriendo ya mismo a ver eso.

“Esa es una pregunta que no podemos contestar con sensores remotos. Tenemos que ir a meternos en cada predio”, suma José, y ya que habla de perspectivas a futuro, agrega otra: “Aquí miramos el desempeño ambiental, pero resta ver qué pasa con el desempeño productivo”. El tema no es menor.

¿Alcanza el desempeño ambiental para convencer a todo el mundo?

Uno se imagina a un ministro de Economía leyendo la nota y diciendo que es fantástico que la producción agropecuaria familiar tenga un mejor desempeño ambiental, pero que el país hoy precisa exportar. Lo que más exportamos son granos y celulosa, y lo cierto es que no tenemos mucha producción familiar de arroz, ni de soja, ni de madera. Respecto a la ganadería, uno, que no sabe nada de producción agropecuaria, escucha como un mantra que para tener rentabilidad hay una cuestión de escala, que cuanto más grande el terreno, mejores rendimientos.

“Eso es opinable. Hay mucho metaanálisis que señala una relación inversa, que cuanto más chico, más productivo, por razones que tienen que ver con la cantidad de mano de obra, con el grado de control y demás. No hay una idea clara de qué pasa con el tamaño y los volúmenes de producción por unidad de superficie”, relativiza José, que sin embargo no se distrae del ejemplo de la hipotética reacción de un ministro de Economía.

“Si viene ese ministro de Economía y me pregunta sobre la importancia de lo que vimos, le diría que el acceso a mercados, en el caso de Uruguay, está muy supeditado a estándares de calidad. Por ejemplo, la carne uruguaya tiene un 20% más de precio que la carne argentina o brasileña, y eso tiene que ver con algunos estándares, no muy bien documentados, de calidad, que están instalados”, comienza diciendo. “Esos estándares cada vez van a ser más cuantitativos. De hecho, la Unión Europea ahora está diciendo que no compra más soja si proviene de deforestación. ¿Cuánto falta para que diga que no compra soja si proviene de lo que ustedes ahí en la diaria denominan despastizalización? ¿O qué va a pasar si fija un estándar de pérdida de suelo, o de pérdida de biodiversidad o de otros indicadores ambientales?”, dice, dejando las preguntas en el aire.

“Si no cuidamos aspectos que tienen que ver con el desempeño ambiental, nos podemos encontrar con problemas no solamente de precios de nuestros productos, sino de acceso a mercados. Eso está claro y creo que es suficiente para convencer a un ministro de Economía”, remata. Pero, por las dudas, agrega otro argumento.

“Tenemos que saber si existe un conjunto de productores que está en el percentil más alto de desempeño ambiental y de desempeño productivo. ¿Quiénes son esos que están ahí arriba? ¿Qué características tienen? ¿Qué cosas hacen esos productores? Y de la misma manera, ¿quiénes son los que tienen un pésimo desempeño ambiental y un pésimo desempeño productivo? ¿Qué hacen?”, plantea José. “Eso es extraordinariamente importante para encontrar características. ¿Son arrendatarios o propietarios? ¿Son productores familiares o son productores no familiares? ¿Cuál es el nivel de apotreramiento? ¿Cuál es el nivel de diversidad que tienen? ¿Forman parte de grupos de asesoramiento cooperativo? ¿Tienen exenciones impositivas? ¿Cuáles son las herramientas políticas que están operando ahí, y las herramientas de manejo, y las herramientas de formación y de apoyo técnico que tienen? ¿Esas herramientas generan alguna diferencia o no hay ningún patrón?”, lanza entonces. “En este trabajo queda planteada la necesidad de avanzar para entender qué es lo que pasa para que haya productores con mejor o menor desempeño ambiental y productivo”, sostiene.

Más aún, ese mejor desempeño ambiental también es favorable para la propia producción: los servicios ecosistémicos son los que permiten que tras sembrar las semillas, o soltar el ganado, al tiempo haya algo para vender.

Un predio donde se degradó el suelo, la calidad hidrológica, la diversidad funcional va a producir menos, o al menos va a necesitar una gran cantidad de insumos externos, lo que a su vez eleva los costos. Ya vimos, por ejemplo, trabajos que muestran que la producción de soja, en su mayoría por productores no familiares, ha empobrecido nuestros suelos, o que una vez iniciada la forestación en un pastizal, su diversidad se ve afectada al punto de que, cuando se deja de forestar, la biodiversidad previa no retorna. Entonces, si uno quiere seguir produciendo y exportando commodities agropecuarios, que se produzcan afectando lo menos posible los servicios ecosistémicos que permiten justamente esa producción, debería interesarnos.

“Tenemos que aprovechar las capacidades que tenemos, entre ellas, estos indicadores, además de otros que seguramente necesitamos. También tenemos ventaja, por el tamaño de Uruguay, de una relativa homogeneidad en muchos aspectos, y también por la institucionalidad”, afirma José. “Por ejemplo, la Dirección General de Desarrollo Rural lleva un control de las políticas y mecanismos de incentivo y promoción de la agricultura familiar. Por otro lado, tenemos censos agropecuarios, tenemos la trazabilidad del ganado, que nos permite explorar vínculos entre lo productivo y lo ambiental, tenemos las declaraciones del Dicose...”.

También tenemos caravanas de vacas que no existen. Y muchas vacas sin caravana (¿será que es más fácil vender vaquitas sin caravana exportándolas de pie para que sean faenadas en otros lugares donde no se exige ninguna trazabilidad?). Pero fuera de las estafas y desvíos, el sistema de trazabilidad con caravanas existe y la gran mayoría de los productores lo usa honradamente.

“El tema de diferenciar productos, desde el punto de vista de su calidad ambiental, con la trazabilidad es muy sencillo. Nosotros tenemos forma de medir el desempeño ambiental del padrón, que es perfectamente trazable y auditable, y tenemos un vínculo entre un animal que va a faena y los padrones en los que estuvo. Unir esas dos cosas es casi trivial, desde el punto de vista operativo. Están todos los datos ahí, y además de diferenciar una carne porque proviene de feedlot, la podemos diferenciar porque proviene de un predio que está en el 25% más alto de desempeño ambiental de Uruguay. Eso me parecería un mecanismo efectivo para diferenciar productos y para darle carne a la marca país, al Uruguay Natural”, plantea José. “El Uruguay Natural tiene que estar documentado de alguna manera, porque en algún momento nos van a decir que el loguito está bárbaro, pero nos van a preguntar qué hay detrás de él. Y en algunos casos, para algunas producciones, uno podría mostrar lo que hay”, sostiene.

Lo que dice José es importante. Aquí no se está contraponiendo la producción al cuidado del ambiente. De hecho, casi que se hace el camino inverso: se pretende buscar qué tipos de producción son más sostenibles, cuáles tienen mejor desempeño ambiental, para ver si de ellas podemos aprender cosas y aplicarlas donde las cosas no son así.

Aportando para un futuro verdaderamente más sostenible

La lectura del trabajo me trajo a la memoria las discusiones que hubo en torno a la creación del Área Protegida del Cerro Arequita. La idea original era abarcar una gran cantidad de predios, tanto privados como estatales, protegiendo incluso las nacientes del Santa Lucía. Muchos propietarios se oponían a ello y algunos decían que nadie sabía mejor que ellos cómo cuidar sus tierras y el ambiente. Finalmente, el área se aprobó abarcando sólo los predios estatales. Pero este trabajo, de cierta manera, contempla eso. Propone mirar qué hacen los que están haciendo las cosas bien. Y ahí también hay un conocimiento a poner en valor. Gente que tal vez no se formó en Agronomía o en Ciencias Ambientales, pero que está produciendo de una forma digna de imitar. Hay una sabiduría del que tiene la tierra en la que se puede profundizar.

“Con relación a eso hay una cuestión que me resulta interesante”, reflexiona José. “En general, las buenas prácticas surgen de una manera deductiva. O sea, quienes trabajamos profesionalmente en cuestiones agronómicas decimos cuáles son las cosas que hay que hacer en base a determinadas evidencias que tenemos y los experimentos que hacemos. Pero esa deducción de las buenas prácticas tiene limitantes. Uno no exploró todas las interacciones, no están todas las variables contempladas”, sostiene.

“Esto de mirar todos los establecimientos y caracterizarlos desde el punto de vista productivo y desde el punto de vista del desempeño ambiental permitiría derivar buenas prácticas de manera inductiva. O sea, no decir que se debería hacer tal o cual cosa, sino que lo que se está haciendo para tener los mejores resultados productivos y ambientales es tal cosa. Interpretémoslo, veamos si eso tiene racionalidad o es casualidad, y de alguna manera induzcamos o derivemos esas buenas prácticas de qué es lo que está ocurriendo en el territorio”, propone José.

“¿Qué se necesita para eso? Muchos casos. Y herramientas, por ejemplo de inteligencia artificial, para explorar ese conjunto complejo de interacciones y de variables que a veces nos oscurecen los patrones y poder ver cuáles son las combinaciones que llevan a que se tenga el mejor desempeño productivo y ambiental”, dice.

“De alguna manera eso de partir de lo que está para ver cuáles son las combinaciones que determinan el mejor desempeño tiene que ver con el conocimiento local. Pero con el conocimiento local no nos alcanza, necesitamos meterle ciencia a eso, necesitamos condensar todo ese conocimiento que está disperso en una formulación que nos permita encontrar ese patrón, esa regularidad, para después poder hacer una recomendación”, señala.

El trabajo, en ese sentido, es luminoso. José me hace un baño de realidad. “Por otro lado, si bien hay prácticas que generan sistemas sostenibles, también hay prácticas que generan sistemas que no son sostenibles. Y ese es el problema de ese razonamiento que estaba detrás de no sancionar la ley de conservación de pastizales, pensar que los productores son capaces de cuidarlos por sí solos y sin una mirada más general. No tengo duda de que son capaces de cuidar el pastizal, pero también son capaces de no hacerlo. Hay distintos productores, como distintos científicos y distintos periodistas. El asunto es tratar de tener algunas pautas que permitan separar quién hace las cosas bien de quién las hace mal. Y, más importante aún, tener pautas para ayudar a quien hace las cosas mal a hacerlas bien”, dice con toda lógica.

Porque es claro: no necesariamente los productores hacen las cosas mal con la intención de degradar lo que tienen. “No estamos hablando ni de malos ni de buenos, ni de saber o de no saber. Es que si rompemos la posibilidad de un control inmediato de las acciones que se toman con los resultados que se tienen, estamos en un problema”, señala José.

En el trabajo hablan de alienación: “La agricultura familiar implica la producción no sólo de productos básicos y cultivos comerciales, sino también de productos de subsistencia o de autoconsumo, lo que reduce la alienación de los agricultores respecto de sus productos”.

“Con la agricultura industrial corremos el riesgo de alienar el proceso de toma de decisiones del sistema sobre el cual se toman. Hay un grupo de personas que tienen una empresa, o un fondo de inversión, en donde hay un CEO, que lo que tiene que hacer es generar más dividendos para sus empresas o para los inversores, y por lo tanto toma decisiones pensando en ese objetivo. No son buenos o malos, pero sí están desligados de las consecuencias de sus acciones en el territorio, aun de aquellas que no quisieran que ocurrieran”, comenta José. “Tomaron la decisión, por ejemplo, en Ámsterdam, o en Buenos Aires, o donde sea que esté la sede del fondo de inversión o de la empresa. Y eso es un problema, o por lo menos es algo que tenemos que advertir en los sistemas agropecuarios”, sostiene.

“Se ha sugerido que la presencia in situ de quien toma decisiones de gestión permite percibir las consecuencias negativas de sus acciones, fomentando procesos de retroalimentación estabilizadores que desincentivan prácticas ambientalmente perjudiciales”, dicen en el trabajo, citando al antropólogo Charles Redman, autor del libro El impacto humano en los ambientes de la antigüedad.

“Todo eso tiene mucho que ver con algo que ocurrió, que fue la financiarización de la actividad agropecuaria. La aparición de los fondos de inversión y de los procesos de apropiación de tierra vinculó dos mundos, el financiero y el agropecuario, que tienen lógicas y dinámicas muy distintas”, comenta José.

Eso quedó clarísimo en el caso de Conexión Ganadera. La aproximación financiera a la producción de ganado vacuno generó justamente una desconexión ganadera que permitió que gente que no sabe cómo se cría una vaca no pudiera detectar que allí había, además de una financiarización de la producción de alimentos, una estafa. Si Conexión Ganadera hubiera arrasado el ambiente, quienes invirtieron su dinero allí no tendrían cómo saberlo. Retirarían sus ganancias desconectados de los procesos ecosistémicos que las hicieron posibles. “Si bien no quiero hacer leña del árbol caído, lo de Conexión Ganadera es un ejemplo extremo del problema. Me parece que la financiarización de la producción está también detrás de lo que vimos”, dice José.

Lo que el trabajo parecería indicar es que la producción familiar brinda una especie de “protección” contra este efecto de la financiarización de la producción agropecuaria. “Sí, o por lo menos es lo que garantiza un vínculo territorial entre la producción y la gente que la está produciendo. El productor está ahí y ve qué pasa. No sé si con esto nos vacunamos contra la financiarización, porque el productor chico o grande a lo mejor tiene que caer en esas especulaciones y vende a futuro, y eso condiciona el precio que recibe y los insumos y qué sé yo. Pero seguro ayuda a combatir los problemas ambientales que pueden estar girando en torno a la producción”, afirma José.

Y colorín, colorado, este cuento no ha terminado. La ciencia aporta evidencia relevante. Y una vez que la tenemos enfrente, ya no somos los mismos. ¿Podremos usar esto para mejorar nuestra producción agropecuaria? Ojalá que sí.

Artículo: Family farming stands out for its environmental performance in Uruguay’s agricultural sector
Publicación: Agricultural Systems (julio de 2025)
Autores: Hernán Dieguez, Federico Gallego, Gonzalo Camba, Luciana Staiano, Pablo Baldassini, Andrea Ruggia, Verónica Aguerre y José Paruelo.

¿Qué pasa en Colonización?

En el trabajo dicen de forma expresa que dejaron fuera del análisis lo que pasa en las colonias del Instituto Nacional de Colonización. ¿Podría hacerse un trabajo similar para ver el desempeño ambiental de esas colonias?

“Sí, totalmente”, contesta José. “Lo estamos conversando con la gente de Colonización para tratar de tener una mirada de qué está pasando”, adelanta.

¿Qué tan costoso sería eso? ¿O es simplemente hacer un convenio entre el INIA, Colonización y la Udelar, y poner un poquito de dinero, tal vez como para financiar el posgrado de un estudiante? ¿Se generaría información para después ver de qué estamos hablando?

“Totalmente, no sería complicado. Y me parece que ayudaría a ponerles números a muchas cosas que se dicen y revolean ahora, a veces de manera fantasiosa, en torno a Colonización. También ese es un mundo donde hay heterogeneidades, hay predios que se manejan de manera conjunta, otros se manejan de manera individual, hay heterogeneidades productivas”, enumera José.

Hay colonos arrendatarios, hay propietarios, sigue enumerando uno. Hay colonos que viven en sus predios, y hay legisladores y… Por suerte José me interrumpe. “Sí, es muy heterogéneo el mundo de los colonos”.

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