En Melilla, dentro del Área Protegida Humedales de Santa Lucía, queda el relicto más austral de los bosques primitivos que antaño ocupaban las barrancas del oeste del departamento de Montevideo. En los años 80, el botánico Eduardo Alonso visitó el lugar, ubicado entre la cañada Pajas Blancas y el arroyo Melilla, y describió con detalle su flora. Tras analizar la Carta Forestal, mapas y fotografías aéreas, Alonso lo definió como “el último monte natural del departamento de Montevideo”.
A mediados de los 80, el botánico Héctor Osorio visitó también este sitio para describir sus líquenes y lo definió como un ecosistema inalterado, el único en esas condiciones en la capital. Advirtió, sin embargo, que las chacras que rodeaban el lugar y la creciente urbanización podían provocar un “importante deterioro en el futuro cercano”.
Cuando muchos años después el ecólogo Alejandro Brazeiro, vecino del lugar, visitó el bosque en una salida de campo del curso de ecología y conservación de bosques de la Facultad de Ciencias, la zona estaba ya bajo el cuidado de guardaparques del área protegida y con medidas de monitoreo.
Pese a esas buenas noticias, Alejandro notó enseguida que aquel no era ya el ecosistema inalterado que elogiaban los botánicos de los 80. Aunque se habían tomado medidas para evitar el deterioro tan temido, buena parte del bosque estaba dominada por una especie exótica invasora, de efectos letales sobre los árboles nativos: el ligustro (Ligustrum lucidum). En tan sólo 30 años, este invasor asiático se las había ingeniado para ingresar al bosque prístino de Melilla y asfixiar en algunas partes las especies autóctonas, como si fuera un enviado de la mafia que llega a tomar el control de un barrio.
El ligustro tiene un montón de virtudes que lo vuelven mortífero para las especies nativas. Es muy tolerante a distintos tipos de ambiente y rangos de temperatura, es excelente dispersándose (produce más semillas y frutos que los árboles que suelen habitar nuestros bosques) y crece muy alto y muy rápido. Como resultado de esto, termina ahogando a otros organismos vegetales al acaparar el acceso a la luz, rasgo que define el funcionamiento de los bosques. Si se le da tiempo suficiente puede convertirse prácticamente en el único habitante en pie en ellos.
Como solemos decir en cada nota sobre invasiones biológicas, el ligustro no tiene la culpa de sacar ventaja de ambientes poco preparados para lidiar con él. Llegó aquí gracias al comercio de plantas hace al menos 175 años y desde entonces se ha expandido por Uruguay aprovechando las actividades humanas. Tal como lo demostró un trabajo realizado por el propio Brazeiro y colegas, ya está presente en el 13,4% de los bosques nativos del país.
A los ojos de Alejandro, sin embargo, aquel bosque de Melilla era mucho más que una nueva víctima del ligustro; constituía también un excelente laboratorio para entender cómo esta especie temida, hoy en día presente en todos los continentes menos la Antártida, se propaga a pequeña escala. Comenzó a ir allí junto con estudiantes y también colegas para realizar monitoreos y trabajos prácticos en coordinación con los guardaparques, centrados en el análisis de la regeneración de esta especie. Y notó pronto que un extraño patrón emergía.
Y ahora, ¿quién podrá ayudarnos?
Los investigadores se enfocaron en lo que sucedía en tres etapas de crecimiento: las plántulas (individuos de menos de diez centímetros de altura), los plantines (entre 10 y 50 centímetros de altura) y finalmente los juveniles, que iban desde medio metro hasta unos dos metros de altura. “Intentábamos entender cuánto influía en su propagación la fuente de semillas, es decir, la distancia que los separaba de los tres ligustros adultos más cercanos”, explica Alejandro Brazeiro en la Facultad de Ciencias.
Para eso, fueron delimitando parcelas (llamadas más específicamente rodales) en las que analizaron la densidad de ligustros y otras especies en estas tres etapas de crecimiento. En ese proceso notaron que no todo el bosque se encontraba en las mismas condiciones. Había rodales en los que predominaban los ligustros adultos y que carecían prácticamente de vegetación en el suelo, otros en los que el dosel estaba dominado por coronilla (Scutia buxifolia), y otros con presencia mayoritaria de sombra de toro (Jodina rhombifolia), caracterizados por un dosel más abierto y con mayor cobertura herbácea en el suelo.
“Empezamos a ver una tendencia. Si observábamos un rodal con presencia de sombra de toro, por más que hubiera un ligustro medio cerca, no encontrábamos mucha densidad de plántulas y juveniles de ligustro. En cambio, si era un rodal de coronilla, el ligustro entraba sin problemas. Dijimos: acá algo pasa”, sigue Alejandro.
Se propusieron entonces estudiar exactamente qué estaba sucediendo. El resultado de sus pesquisas es un artículo reciente firmado por el propio Alejandro Brazeiro, Federico Haretche y Alexandra Cravino, del Grupo Diversidad de Ecología de la Conservación del Instituto de Ecología y Ciencias Ambientales (IECA) de la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República, y Carolina Toranza, del Departamento Forestal de la Facultad de Agronomía de la misma universidad.
En el trabajo confirmaron la impresionante capacidad de propagación del ligustro, pero también se sorprendieron con la resistencia inesperada que le presenta el sombra de toro, que tiene algo importante para decir en todo este lío.
Siga la luz
En su investigación, Alejandro y sus colegas delimitaron 48 parcelas de dos metros por dos metros en el bosque y las dividieron en cuatro categorías, de acuerdo a sus características: con dominación de coronilla en el dosel, con dominación de sombra de toro, con dominación de ligustro, y, por último, zonas controladas (parcelas donde los ligustros adultos habían sido cortados diez años o dos años antes del estudio).
Su objetivo fue entender cómo nacían nuevos ligustros en estos cuatro tipos de parcelas, centrándose en las tres etapas de crecimiento ya mencionadas.
Antes de llegar específicamente a eso, vale la pena repasar algunos resultados preocupantes y también bastante impactantes de su análisis. Al estudiar la composición de esos pequeños árboles que conforman la comunidad de regenerantes del bosque, identificaron 16 especies, la mitad de ellas exóticas. Ninguna de estas últimas estaba presente en los años 80, según la lista del botánico Alonso. El ecosistema completamente inalterado ya era más nostalgia que otra cosa.
Dentro de estas especies, el ligustro es rey. O, más que rey, un dios omnipresente. En la categoría de plántulas, la densidad de ligustros fue entre 100 y 1.000 veces superior a la de todas las demás especies sumadas. Por supuesto que la mayoría de estas plántulas no sobreviven, porque la lucha por alcanzar la luz es ardua y sólo unos pocos árboles llegan a la adultez (según su estudio, sólo 2,2% de estos ligustros llegan a la fase juvenil), pero estos pichones de ligustro conforman un ejército de reserva admirable. Si un árbol cae y deja su lugar, hay una altísima posibilidad de que sea un ligustro quien lo ocupe.
“Eso significa que en un metro cuadrado de bosque capaz que tenés 100 o 200 plantulitas de ligustro y una sola especie nativa, sin importar cuál”, ilustra Alejandro.
Alejandro Brazeiro (archivo, febrero de 2023).
Foto: Camilo dos Santos
La fruta no cae lejos del árbol
En resumen, el ligustro representó cerca del 99% de los ejemplares más jóvenes analizados en el sondeo, y cerca del 88% entre los plantines y los juveniles. Su capacidad reproductiva es impresionante. Un solo ligustro puede generar entre 100.000 y diez millones de semillas en un año.
Pero el ligustro no avanza de esta manera portentosa por todo el bosque, porque si fuera así las tendríamos cubriendo toda la superficie en un gran monocultivo, como las plantas invasoras de la novela de ciencia ficción Los genocidas, de Thomas Disch.
En su trabajo, los investigadores comprobaron que esta densidad depende mucho de la cercanía con el árbol madre. “Hay dos mecanismos para su expansión. Uno es a larga escala, a centenares de metros o a kilómetros. El ligustro llega a un bosque nuevo porque un ave transporta la semilla, o lo hace con ayuda del ganado, o porque algún ser humano la traslada sin querer, en la ropa o un vehículo. Pero una vez que un ligustro llega a adulto allí, impulsa una gran acumulación de semillas que crecen sólo en diez metros a la redonda del árbol. El avance pesado, entonces, es lento”, dice Alejandro.
Esta característica, tal cual apunta el trabajo, brinda algunas oportunidades para manejar la invasión, sobre todo cuando las propias especies nativas se resisten a la llegada del ligustro.
Torazo en rodeo propio
En su estudio, los investigadores encontraron “diferencias notables” en la densidad de ligustros según el tipo de árbol preponderante en cada zona. En los rodales con dosel dominado por ligustro y por coronilla, la densidad de las plántulas de ligustro era muy alta (especialmente en los primeros). En los dominados por el sombra de toro, sin embargo, la presencia de plántulas fue “drásticamente menor”, considerando en los tres casos la misma distancia de las plántulas con los árboles madre más cercanos.
Que este mismo patrón se repitiera en las tres etapas de crecimiento estudiadas “sugiere que la supervivencia del ligustro se reduce por las condiciones ecológicas de las zonas de bosque de sombra de toro”, dice el trabajo. “Nos tomó por sorpresa, no teníamos idea de esto”, remarca Alejandro.
Tras descubrir este patrón en el bosque de Melilla, decidieron corroborar las observaciones con un experimento. Hicieron un seguimiento a unos 1.000 ejemplares juveniles de ligustro en los distintos tipos de bosque durante un período cercano a tres años.
“Lo que hicimos fue marcar con cintitas estos individuos y seguirlos durante ese tiempo. Efectivamente vimos que hay mortalidad en todos lados, lo que es esperable, pero la mortalidad dentro de los rodales con sombra de toro fue significativamente mayor”, apunta Alejandro. Alguien, al fin, le estaba haciendo frente al matón del barrio.
“Algún proceso de resistencia del ecosistema actúa en las partes de bosque con Jodina rhombifolia, lo que se traduce en una menor tasa de reclutamiento de plántulas y una mayor mortalidad de platines y juveniles. Hasta donde sabemos, esta es la primera vez que se documenta evidencia de resistencia biótica ejercida por Jodina rhombifolia sobre la regeneración del ligustro”, afirma el trabajo.
Como la proverbial aldea de galos que resistía la invasión romana en los cómics de Asterix, ¿el sombra de toro guarda algún secreto que explique su resistencia al ligustro? Los investigadores proponen dos mecanismos no excluyentes que podrían estar actuando, que sería interesante verificar en futuros estudios.
La primera hipótesis sugiere que la vegetación herbácea en las zonas de bosque dominadas por sombra de toro sería la responsable de limitar al ligustro. El dosel con sombra de toro es más abierto y deja pasar más luz al piso del bosque, que por lo tanto suele tener más cobertura herbácea que las parcelas dominadas por otros árboles. Estudios previos hechos en Argentina han mostrado que los pastizales limitan fuertemente la emergencia de plántulas de ligustro y de otras exóticas.
La segunda hipótesis ya apunta a un papel activo del propio sombra de toro. Una característica notable de esta especie es que es un árbol hemiparásito, “capaz de extraer agua y nutrientes minerales de plantas hospedadoras mediante conexiones en las raíces”, dice el artículo. Bajo tierra, “roba” al vecino recursos esenciales para sobrevivir. Experimentos han comprobado que especies nativas con estas mismas características son capaces de afectar a plantas exóticas, que no han desarrollado defensas o tolerancia para tal comportamiento.
Además de dejar planteada la posibilidad de investigar con más detalles las armas ocultas del sombra de toro ante el invasor, el trabajo de Alejandro y sus colegas aporta otro dato fundamental para detener el avance de este asesino serial de bosques nativos.
¿Control machete?
Los investigadores también analizaron la regeneración de ligustros en los rodales controlados; es decir, aquellos en los que se mataron ligustros adultos hace ya diez años y dos años.
Comprobaron que en los rodales controlados hace diez años la densidad de plántulas de ligustro se redujo un 89%, en promedio, en comparación con los rodales en los que no hubo tratamiento. También se redujo la densidad de plantines. Eso parece una buena noticia, pero cuando verificaron qué ocurría con los ligustros juveniles, la situación se revirtió drásticamente: había allí muchos más que en los rodales no controlados y ya dominados por ligustro. El remedio estaba resultando peor que la enfermedad.
En los rodales que habían pasado por control dos años atrás la situación era aún peor. Encontraron allí entre siete y diez veces más ligustros juveniles que en los rodales no controlados y caracterizados por dominación del ligustro en el dosel. ¿Qué había ocurrido? Al eliminar un ligustro adulto y abrir un claro en el bosque, decenas de juveniles aprovecharon la oportunidad para crecer. Caído el “general”, una gran cantidad de “coroneles” pasaron a competir por quedarse con el puesto.
“Estos experimentos de control nos muestran que no basta con matar los ligustros adultos, que son la fuente de semillas. Por lo menos durante dos años o tres hay que ir regularmente y eliminar las plántulas que surgen de las semillas aún activas”, aclara Alejandro.
Cuando un enemigo se va...
La estrategia para restaurar los bosques debe ser otra, y para eso el sombra de toro puede convertirse en el gran aliado. La experiencia del bosque de Melilla lo demuestra. Los guardaparques están aplicando herbicidas en los troncos para matar los adultos, pero ahora saben que, además de controlar con regularidad la emergencia de plántulas, cuentan con alternativas para ocupar ese espacio vacío que queda.
“Lo que proponemos es que, si la idea es plantar árboles nativos en esos lugares vacíos que quedan en el bosque, el sombra de toro sea el primero”, dice Alejandro. Parafraseando a Alberto Cortez, cuando un enemigo se va, deja un espacio vacío que a veces puede llenar la llegada de un sombra de toro.
Si funciona en el laboratorio natural de Melilla, quizá este mismo procedimiento pueda replicarse en otras partes del país. Los investigadores han notado esta misma tendencia en bosques de la Sierra de las Ánimas. Lo bueno es que no sólo guardaparques, estudiantes y docentes están trabajando juntos en esto. Los vecinos también colaboran.
“Mucha gente de la vuelta y del centro cultural de Melilla ni siquiera sabía que existía este relicto de bosque nativo o incluso el área protegida, pero ahora se está involucrando y tomando el bosque como suyo, participando en las actividades para recuperarlo”, dice Alejandro. En este bosque de Melilla, el deseo por volver a los 80 es más que un simple ejercicio nostálgico. El sombra de toro, quizá, ayude a volverlo realidad.
Artículo: High Propagule Pressure and Patchy Biotic Resistance Control the Local Invasion Process of the Tree Ligustrum lucidum in a Subtropical Forest of Uruguay
Publicación: Plants (abril de 2025)
Autores: Alejandro Brazeiro , Federico Haretche, Carolina Toranza y Alexandra Cravino.
Ecólogos uruguayos, uníos: se creó la Comunidad Ecológica de Uruguay (Codeuy)
Investigaciones como esta, que analizan la relación entre los organismos y el ecosistema en el que viven, son posibles gracias al trabajo de ecólogos (en este caso en particular, especializados en ecología de bosques).
En una región en la que suele predominar una visión utilitarista de la naturaleza, acentuada en los últimos tiempos por la llegada al poder de personajes que pregonan discursos y políticas anticientíficas –como ocurre en Argentina con Javier Milei o ha pasado con Jair Bolsonaro en Brasil–, los ecólogos están a veces un poco desamparados. Les toca la necesaria pero a veces ingrata tarea de señalar los desajustes provocados en el ambiente, a menudo ocasionados por actividades productivas. En ese sentido, algunos gobiernos ven la ecología como una ciencia que “genera problemas”, dice Alejandro Brazeiro, en vez de una que garantiza la sostenibilidad de los ambientes en los que vivimos.
Dentro de este panorama, los ecólogos uruguayos no tenían hasta ahora el respaldo de una sociedad científica abocada a su especialidad, como sí pasa con los investigadores de otras disciplinas. Eso, por suerte, ha comenzado a cambiar.
Bajo el paraguas de la Sociedad Uruguaya de Biociencias, los ecólogos locales acaban de conformar una sociedad de ecología llamada Comunidad Ecológica de Uruguay (Codeuy), que cuenta ya con cerca de 60 miembros.
La idea detrás de esta iniciativa, según Alejandro, es “juntarse y sumar fuerzas para crecer más”. El objetivo a mediano plazo es el mismo de otras sociedades de este tipo: organizar jornadas académicas para mostrar trabajos de estudiantes y especialistas, y generar también un sitio donde publicar sus investigaciones.
La conformación de esta sociedad llegó a tiempo también para que los ecólogos uruguayos pudieran formar parte de la recientemente creada Red Latinoamericana de Ecología, que reúne a sociedades científicas e instituciones ecológicas de nueve países de la región y surge “como respuesta colectiva a la necesidad de fortalecer los lazos científicos en América Latina ante los crecientes desafíos ecológicos, sociales y epistemológicos del siglo XXI”.
Para el ecólogo Alejandro Brazeiro, entre estos desafíos se encuentra la necesidad de tener una ecología “más orientada al sur”, con un enfoque más social. “Hoy en día las grandes líneas de investigación están marcadas por Estados Unidos y Europa, más precisamente por los intereses de las grandes publicaciones de esos países. A los ecólogos, como a todos los científicos, se nos evalúa en función de lo que publicamos y dónde, lo que nos obliga a jugar con los intereses del Norte y las revistas de alto impacto”, dice Alejandro. Por eso, la nueva red busca sumar esfuerzos para tener revistas de calidad y alto impacto en las que puedan publicarse investigaciones de interés para nuestra región.
Entre otros temas de interés y preocupación de esta nueva Red Latinoamericana de Ecología y de la Comunidad Ecológica de Uruguay se encuentran también el colonialismo científico, la pérdida de recursos, la fuga de cerebros, la falta de oportunidades para ecólogos jóvenes, el desmantelamiento de los sistemas científicos en algunos países y la persecución a quienes se dedican a investigar temas ambientales.
“Tener una masa de contención, un apoyo a nivel regional para unirse y enfrentar o denunciar estos problemas no es algo menor en estos tiempos”, concluye Alejandro.