Si hay algo que resulta sencillo de leer es la fascinación en la cara de un niño o niña. Los ojos se abren enormes. Las cejas se arquean y los labios se separan como para pronunciar una o profunda. Algunas personas pueden llegar a sofocar durante la adultez esa capacidad de rendirse ante lo asombroso, lo insólito o lo que desafía lo que saben; el presidente Yamandú Orsi no es una de ellas. El pasado 23 de mayo, cuando recibió un obsequio del Instituto de Investigaciones Biológicas Clemente Estable (IIBCE), aquello quedó de manifiesto. No era para menos. En sus manos, en un tubo de laboratorio Eppendorf colocado dentro de una pequeña cajita, tenía una imagen de Clemente Estable guardada en una cantidad ínfima de ADN, la molécula biológica de ácido desoxirribonucleico en la que los seres vivos de este planeta guardan su información genética.
“Gracias al equipo del Clemente Estable por su compromiso con la investigación y el desarrollo científico del país. Y un especial gracias por el regalo que recuerda al maestro Estable”, manifestó Orsi en su cuenta de Instagram.
Orsi no estaba solo. A su lado tenía a la vicepresidenta Carolina Cosse, que si bien no recibió el obsequio en ese mismo acto del 23 de mayo, día en que se celebra el Día del Investigador o de la Investigación, la Ciencia y la Tecnología precisamente por ser la fecha de nacimiento del célebre Clemente Estable, tuvo otra copia en sus manos poco después. Tal vez por su condición de ingeniera acostumbrada a proezas tecno-científicas, Cosse no mostró la misma cara de asombro que el presidente, lo que no implicó que no apreciara lo que el regalo implicaba. De hecho, Cosse le hizo algunos comentarios a Orsi sobre qué era lo que tenía en sus manos.
El salón de actos del IIBCE estaba además colmado por otras autoridades, investigadoras e investigadores, y amigos y amigas de la casa. Para todos, el momento en que José Sotelo, del Departamento de Genómica del IIBCE, se bajó del atrio para hacer entrega de la foto guardada en ADN a Orsi fue uno de los puntos altos de la jornada. Y como el mandatario, muchos nos encontramos poniendo la misma cara de infante atónito y maravillado. Es que el regalo implica una ciencia de frontera en la que nuestro país también está incursionando. Así que veamos un poco de qué va todo este asunto de guardar información en ADN, por qué se explora ese camino, a dónde podría llevarnos y, además de todo eso, cómo se gestó este obsequio presidencial. Nuestros guías en el asunto serán el propio José y su compinche de aventuras en esto de guardar información en ADN, Álvaro Martín, del Instituto de Computación (INCO) de la Facultad de Ingeniería, del equipo interdisciplinario del Núcleo de Teoría de la Información, e investigador honorario asociado del Departamento de Genómica del IIBCE.
Un regalo que requirió décadas
Reunidos en el Departamento de Genómica del IIBCE, al lado del aparato Ion GeneStudio que permite secuenciar o “leer” la información que hay en el tubito de ADN que tienen Orsi y Cosse para reconstruir la foto de Clemente Estable, les pregunto a José y Álvaro cómo surgió la idea de hacer este regalo.
“En este caso la idea tiene el mismo origen y evolución que casi todos los proyectos científicos que hacemos, es decir, todo se remonta mucho tiempo atrás”, dice José.
“Hace tiempo nos juntamos con Álvaro a trabajar en el tema de compresión de datos genómicos. Un día, hace unos diez años, nos topamos con esto de que había gente que estaba intentando guardar datos en ADN”, recuerda José.
A los dos les fascinó el cruce de disciplinas necesario para lograr tal propósito. “Tenés que saber mucho de ADN, tenés que saber mucho de formas de procesar, almacenar y leer datos, y tenés que combinar eso de una forma inteligente”, afirma José. “Y esa era una forma interesante para mostrarle a la gente lo potente de esas conexiones, porque la idea de guardar una foto no en el celular, en una película o en un disco duro, sino en ADN, era algo que la gente no sólo iba a comprender, sino que es algo que de pique la iba a sorprender, porque a nosotros nos había sorprendido de esa misma manera cuando nos enteramos”, comenta.
“Esto en realidad es algo que se sueña desde hace años”, amplía Álvaro. “Ya a fines de los años 50 el físico Richard Feynman esbozó la idea de que esto tenía que ser posible, como que, a nivel microscópico, había capacidad para meter montañas de información”, agrega.
Álvaro se refiere a una conferencia dada por Feynman en 1959, titulada algo así como Hay mucho espacio en el fondo: una invitación para entrar en un nuevo campo de la física. Allí planteaba, en líneas generales, la idea de manipular los átomos individualmente y otras cuestiones que hoy diríamos que son propias de la nanotecnología. De hecho, Feynman se preguntaba por qué no era posible “escribir los 24 volúmenes completos de la Enciclopedia Británica en la cabeza de un alfiler”, y sostenía que para lograrlo alcanzaba con “reducir la escritura unas 25.000 veces”. Si bien reconocía que no tenían entonces “una técnica estándar para lograrlo”, afirmaba que “no sería tan difícil de lograr”. Incluso tras mirar la biología y destacar las hebras de ADN como forma de almacenar gran cantidad de datos en un espacio reducido, afirmaba: “El ejemplo biológico de escribir información a pequeña escala me ha inspirado”.
“Desde entonces ha pasado mucho tiempo. Y desde hace unos diez años esto de guardar información en ADN se estaba empezando a hacer, al menos a nivel prototípico”, retoma Álvaro.
“Entonces empezamos a pelotear ideas. Si a un biólogo le preguntás si le parece extraño guardar información en ADN, te va a decir que no, que es el método más antiguo de guardar información que existe y que, además, todavía sigue andando perfectamente”, dice José. “Y esa información se guarda con una densidad física imponente”, lo secunda Álvaro. “Y ahí dijimos que era un lindo ejemplo hacer algo de eso para mostrar que la ciencia tiene millones de usos. Y cuando uno de esos usos es impactante, como en este caso, nunca más te vas a olvidar de para qué sirve la ciencia”, afirma José.
Álvaro Martín y José Sotelo.
Foto: Rodrigo Viera Amaral
Obviamente pasaron muchísimas cosas en estos diez años que hicieron posible tener la capacidad de elaborar ese regalo. “Sí. Los tiempos de la ciencia son lentos. A veces hay que pensar las ideas mucho tiempo antes”, afirma José. “Varias veces dijimos de dedicar parte de nuestro tiempo para mostrarle a la sociedad qué importante puede ser esto. Pero claro, estás trabajando todo el tiempo en tus tareas, y esto siempre se corría un poco para adelante, por lo que postergamos varias ideas”, confiesa.
“Postergamos ideas que al principio eran más embrionarias o inmaduras. Hasta que en un momento, más allá de que la idea estuviera buena y de que era copado que gente estuviera intentando guardar información en ADN, decidimos que para lograrlo teníamos que hacer investigación”, prosigue Álvaro. “Y entonces presentamos un proyecto a la Comisión Sectorial de Investigación Científica [CSIC] de la Universidad de la República”.
El proyecto, que se llamó Codificación para almacenamiento de información en ADN, obtuvo financiación, y se ejecutó entre abril de 2023 y marzo de 2025. En el proyecto participaban, además de Álvaro, Marcos Burgoa, Federico Bello, Santiago Castro, Guillermo Dufort y Álvarez, Fernando Fernández, Marcos Rapetti, Tatiana Rischewski, Valentín Brienza y Gadiel Seroussi. “Fue un proyecto más matemático, más de la teoría, no tanto de biología. Pero sirvió mucho para empezar a entender cómo codificar la información y sortear varios desafíos”, comenta Álvaro.
En el proyecto reconocían que el ADN era un medio que ofrecía dos cualidades “muy atractivas”: “alta densidad de información por unidad de espacio físico y alta durabilidad”, lo que lo hace superior en esos aspectos a “cualquier otra tecnología disponible hoy”. Su investigación, entonces, se centraría en estudiar “aspectos de capacidad del medio de almacenamiento y también de codificación para corrección de errores”. Como les fue bien y lograron avances significativos, presentaron otro proyecto a la CSIC, esta vez titulado Modelos de canal y algoritmos de codificación para el almacenamiento de información en ADN, que también obtuvo financiación y comenzó a ejecutarse en abril de este año.
Con el proyecto andando, volvió la idea de llevar a la práctica aquello de almacenar una foto en ADN. “Entonces ya teníamos más camino andado, ya habíamos ejecutado un proyecto de investigación y teníamos una publicación. Había ya una madurez de conocimiento para llevar esto a la práctica”, sostiene Álvaro.
“El camino lento de la ciencia requiere que se financien proyectos y tomar decisiones que no pasan sólo por la aplicación directa para mostrar algo interesante o lindo. Estábamos seguros de que se podría lograr ese impacto si nos poníamos a trabajar en esto con más constancia”, dispara José sobre este camino largo. “La teoría abre paso y termina en publicaciones, y a la vez allana el camino para implementar la idea, porque tenés que conocer mucho sobre cómo pasar la información de un lado al otro y después tenés que conocer mucho de cómo hacer moléculas que contengan esa información”, amplía. El tiempo, además, les jugó a favor: “Fueron modificándose algunas cuestiones en el mundo, y hoy existen instrumentos que te permiten sintetizar las moléculas de ADN con la información que uno desea de forma mucho más rápida”, comenta.
De décadas pensando a tener un obsequio en tres semanas
Álvaro y José venían delirando con grabar información en ADN para pasar luego a realizar investigación fundamental para abordar el desafío. Pero así como una enzima hace que la información contenida en el ADN pase rápidamente a ser una instrucción para hacer algo, aquí también hubo factores que aceleraron el proceso.
“En el contexto en el que se está intentando reorganizar el sistema de ciencia y tecnología es muy importante que tanto el sistema político como toda la sociedad perciban la importancia de la ciencia”, dice José. “Pensando en los festejos del Día del Investigador del 23 de mayo, estábamos viendo con los compañeros del IIBCE a quiénes invitar. Y decidimos invitar a toda la gente que está pensando en esta reorganización del sistema de ciencia y tecnología, incluidos el presidente y la vicepresidenta”, cuenta.
“Y ahí nos preguntamos con Álvaro si nos animábamos a hacerles un regalo interesante, que fuera por un lado simbólico y que por otro pudiera impresionar tanto a cualquier persona como a un presidente, buscando que se entendiera bien para qué sirven todas las cosas que hacemos”, relata José.
Así que cursaron las invitaciones y desde Presidencia les confirmaron que tanto Orsi como Cosse habían mostrado interés en concurrir al IIBCE el 23 de mayo. “Entonces estábamos a tres semanas del evento”, dice José. Así, de sopetón, pasaron de unos diez años pensando en almacenar información en ADN a tener que, en apenas tres semanas, lograr tener una imagen codificada para ser almacenada en ADN y, tanto o más importante aún, que cuando ese ADN se secuenciara se recuperara la información de la imagen como para visualizarla en cualquier dispositivo que reproduzca el formato jpg.
“Es importante destacar que si no tenés esos diez años de trabajo anteriores, en tres semanas no hacés nada. Se pudo concretar ese regalo porque teníamos todo eso atrás”, remarca José, y reactúa la llamada que tuvo con su colega:
–Hola, Álvaro, ¿cómo andás? Mirá, vienen el presidente y la vicepresidenta a festejar el Día del Investigador. ¿Hacemos eso que teníamos ganas?
Uno se imagina la respuesta.
–¡Pero la #@%+*! ¡Ahora tenemos que hacer esto de apuro!
Pero no fue así. Para los dos investigadores aquello era la señal para ponerse las pilas y concretar algo que venían craneando desde hacía tiempo. Consultado el resto de la comisión directiva del IIBCE, la idea del regalo tuvo luz verde.
“Teníamos tres semanas. La cosa empezó en el laboratorio de Álvaro en la Facultad de Ingeniería, trabajando con la foto que habíamos elegido de Clemente Estable para poner en el ADN. Álvaro usó todo lo que el equipo había aprendido en esos diez años, empleando sus algoritmos, para hacer la conversión de esa foto digital, de todos esos ceros y unos, que termina en un archivo de letras que son los pedacitos de ADN”, sostiene José.
El ADN está formado por largas cadenas compuestas por cuatro nucleótidos: la adenina, que se representa con la letra A, la tiamina, que se representa con una T, la citosina, a la que corresponde la letra C, y la guanina, representada por una G. Con esas cuatro “letras” está compuesta toda la literatura que da forma a los seres vivos que han existido, existen y existirán en nuestro planeta (también es importante el ARN, que tiene otras letras, pero ese es otro cantar). En las cadenas de ADN estas letras se combinan de a pares y no de cualquier forma: las A se unen con las T, mientras que las C lo hacen con las G.
“En nuestra codificación cada base, de las cuatro posibles, representa dos bits en un sistema binario tradicional”, señala Álvaro. Es decir, la adenina (A) sería igual a 00, la tiamina (T) a 01, la citosina (C) igual a 10 y la guanina (G) a 11. La foto digital de Clemente, formada por una secuencia de ceros y unos, puede ser entonces guardada en ADN.
“En este caso, para representar la foto de Clemente Estable tras aplicar un algoritmo de codificación, íbamos a requerir unos 2.000 pedacitos de ADN, cada uno formado por unos 200 pares de bases”, comenta Álvaro. “Esos 2.000 pedacitos de ADN fueron diseñados por Álvaro con criterios especiales para que la información estuviera bien guardada”, comenta José.
“Lo que hicimos fue usar un algoritmo de codificación que ya había sido probado y que ya había sido usado por otra gente. En nuestro proyecto de investigación parte de lo que hicimos fue mejorar ese algoritmo de decodificación. Esa es la razón por la que usamos un algoritmo conocido, ya que los datos de síntesis y secuenciación están públicos, por lo que uno puede usarlos y evaluar un algoritmo diferente sin tener que codificar ni sintetizar ADN, lo que sería muy caro”, explica Álvaro.
Ahí es donde está la oportunidad para la ciencia de Uruguay. Usando los conjuntos de datos conocidos, se puede trabajar en los algoritmos y producir mejoras en comparación con los algoritmos conocidos in silico, es decir, con corridas de datos en computadoras. “Y ahora con esto tenemos la oportunidad de probar en la práctica también in vitro, porque ahora tenemos esta foto y vamos a poder probar nuestra variante del algoritmo”, señala Álvaro.
“Para escribir esos pedacitos de ADN, con esas cuatro letras en el orden que uno desea, se utilizan unos sintetizadores de ADN de muy alta precisión”, dice José, y agrega otro elemento que ponía presión. “Esa síntesis de ADN no se hace acá, sino en Estados Unidos, lo que le agregaba otro problema extra para llegar con el regalo a tiempo en apenas tres semanas”, confiesa.
Así que en esas tres semanas seleccionaron la foto de Clemente Estable, la codificaron, mandaron a Estados Unidos a que sintetizaran ADN con esos datos siguiendo las instrucciones de Álvaro, y luego esperaron a que ese ADN llegara a Uruguay. ¡Ni Temu entrega tan rápido un pedido!
Regalo entregado a Carolina Cosse, con la misma foto en ADN entregada al presidente Orsi.
Foto: Marcelo Casacuberta, IIBCE
Dato relevante: la foto que usaron de Clemente Estable fue trabajada para que pesara apenas 5 Kb. “La dejamos chiquita y la comprimimos todo lo que se podía porque sintetizar ADN es caro todavía”, comenta Álvaro.
“En todo ese proceso, tanto de sintetizar, como cuando luego pasás a la secuenciación, que es cuando se lee el ADN, hay errores. A veces el secuenciador al leer una molécula le erra. Entonces tenés que prever que de la información que guardaste, cuando la leés hay cosas que están rotas. Todo está sujeto a error y los algoritmos de codificación y decodificación tienen que lidiar con todo eso”, señala Álvaro.
Los 5 Kb de la foto de Clemente Estable se codificaron a bases de ADN, la información fue enviada a Estados Unidos, allí sintetizaron los 2.000 pedacitos con 200 pares de bases de ADN y enviaron el material a Uruguay. Nuestros investigadores prepararon las cajitas y con el apuro llegaron a tener sólo una pronta para el 23 de mayo. Orsi salió beneficiado, pero Cosse recibió otra cajita con la foto de Estable guardada en ADN días después. ¡Se llegó a tiempo!
Arte y ciencia
El primero que logró esto de grabar información en ADN fue un artista. En 1998, Joe Davis, asociado con un equipo de investigación de la Universidad de Harvard, logró grabar una imagen en ADN. En aquel caso la imagen tenía apenas 35 bits y representaba una runa germánica que representa la vida y la feminidad. Y para ello no sintetizaron ADN, ya que entonces la técnica estaba lejos de estar a punto, sino que insertaron ese ADN en un organismo vivo, la bacteria Escherichia coli, esa qu,e pese a ser uno de los organismos más estudiados por la ciencia, junto con la mosca de la fruta Drosophila melanogaster, tiene mala fama por ser un indicador de contaminación fecal.
Ahora los investigadores del IIBCE decidieron hacer un regalo científico y simbólico al presidente y la vicepresidenta también grabando una foto en ADN. En ambos casos recurrieron a la idea de guardar información de una nueva forma apelando a un efecto superior al de la mera posibilidad tecnocientífica.
“A nosotros nos marcó un equipo que logró almacenar en ADN fotogramas de un caballo corriendo en una célula viva”, comenta José, que no estaba al tanto de lo de Davies. El trabajo al que se refiere fue llevado a cabo por Seth Shipman, Jeff Nivala, Jeffrey Macklis y George Church, todos de la Universidad de Harvard, y publicado en la revista Nature en 2017. En él reportan que grabaron en el ADN de una Escherichia coli cinco fotogramas tomados en 1887 de la yegua Annie G galopando. Grabar cada fotograma en el ADN de la bacteria les implicó un día entero de trabajo, así que los cinco fotogramas llevaron cinco largos días.
“Lo que sucede allí es que el caballo se va degradado debido a las mutaciones naturales que tiene el ADN. En este caso la información de la foto se guarda en un ADN sintético que no va dentro de ningún bicho. El objetivo es archivar la información y poder recuperarla aún dentro de cientos de años”, comenta Álvaro. “Justamente, la gente que está pensando en aplicar esto a futuro está apuntando a eso, a guardar información que se pueda archivar y recuperar dentro de mucho tiempo”, agrega Álvaro. Y eso nos lleva a otro tema.
¿Cuánto dura la información guardada en ADN?
“Uno podría pensar por qué guardar la información en ADN cuando hay otras moléculas que capaz que tienen propiedades más interesantes o más útiles. El argumento es que ADN siempre vamos a poder leer. Mientras haya humanos, nos va a interesar leer moléculas de ADN”, sostiene Álvaro. “Con los otros materiales, si le querés vender a alguien la idea de que la información guardada en ellos se va a poder recuperar dentro de 200 años sin problemas, siempre está eso de con qué medio vas a poder recuperarla”, agrega.
Eso ya ha pasado. Hay tecnologías que van quedando obsoletas y para las que no se fabrican más reproductores. Pensemos en el Láser Disc, el Mini Disc, el 8-track, los disquetes de computadora de 5,25 o 3,5 pulgadas, entre otras.
“En muchos formatos tenés el problema de que se acaban, por obsoletos, los lectores. Sin embargo, mientras haya vida, no sólo será posible leer el ADN, sino que está la posibilidad hasta de redescubrir cómo hacerlo, en caso de que te hayas olvidado por alguna hecatombe o algo así, porque es algo que ya hicimos una vez y que podemos volver a hacer muchas veces”, enfatiza José. “Ese es otro aspecto interesante para guardar la información en ADN. Te asegurás de que la humanidad va a estar interesada en leer ese tipo de cosas”, concuerda Álvaro.
Por otro lado, está el problema de la durabilidad de los soportes. Se estima que un disco duro o uno SSD, como las memorias flash, pueden guardar información sin problemas por unos diez años. Un CD no supera los 20. El ADN permite pensar en muchos más.
“Se supone que la foto grabada en ADN que les regalamos a Orsi y a Cosse debería aguantar fácilmente 100 años, la misma cantidad de tiempo que queremos que aguante el IIBCE”, dice José. “Este ADN, en teoría, podría aguantar mucho tiempo en un lugar fresco”, agrega.
Se ha recuperado ADN de neandertales de varias decenas de miles de años, e incluso el ganador del premio Nobel de Fisiología o Medicina de 2022, Svante Pääbo, publicó la primera secuencia del genoma neandertal en 2010. Hay quienes esperan recuperar el ADN de mamuts, conservados en permafrost, mucho más antiguo aún y en Uruguay se ha recuperado ADN de una muela de un Notiomastodon platensis, algo así como un elefante que vivió aquí hace unos 30.000 años.
“Esos son todos casos de ADN natural conservado en distintas situaciones particulares”, señala Álvaro. “Pero en esto de guardar artificialmente información en ADN, hay quienes encapsulan el ADN en sílice para maximizar la durabilidad”. Así podríamos guardar información por un tiempo hoy impensado para otros formatos. Pero además, se abren usos de interés.
¿Para qué guardar información en ADN?
La idea de guardar información en ADN parte de la necesidad de solucionar un problema: la humanidad está generando demasiada cantidad de datos. Los soportes físicos que tenemos para almacenarla no son muy duraderos y, además, son finitos. “El archivo digital global alcanzará una cifra estimada de 44 billones de gigabytes (GB) para 2020”, decía un artículo publicado en Nature en 2013, lo que implicaba multiplicar por diez los datos existentes ese año. Estimaciones realizadas sugieren que cada gramo de cadena única de ADN puede almacenar unos 455 exabytes de información, lo que equivale a 455.000 millones de GB.
Sin embargo, hoy el problema que tiene la información guardada en ADN es que resulta cara de sintetizar, si bien leerla es mucho más económico porque la secuenciación se popularizó por un montón de necesidades. Hay gente que está pensando que se podría popularizar también la síntesis. Pero aun así, el tiempo de lectura y escritura es elevado. Por eso hay quienes sugieren que esto sería útil para guardar información que no se tiene que usar cotidianamente. Por ejemplo, los estados contables del Banco República entre 1980 y 1995. ¿Cuáles avizoran nuestros investigadores que sean los usos para esta técnica en la que están dando sus primeros pasos?
“Hay varios usos posibles”, arranca Álvaro. “Uno es ese, para archivar enormes volúmenes de información y recuperarlos dentro de mucho tiempo. Pero hay otros, un poco más soñadores quizás, pero bueno, esto mismo en los años 1960 era un sueño y hoy se hace”, señala. “Por ejemplo, se está pensando no sólo en almacenar información, sino en calcular cosas a través de moléculas, es decir, dejar que la combinación de moléculas compute cosas”, lanza.
“Si vos representás la información de determinada manera y las moléculas tienen ciertas reglas para combinarse entre ellas, podés lograr que al final, cuando la leés, lo que leés sea el resultado de calcular algo y no sólo de leer lo almacenado. Eso un poco ya se ha hecho”, explica.
Le digo que, si entiendo bien, así como está la computación cuántica, podríamos estar avanzando hacia una computación biológica (más allá de la computación que pasa en nuestros cerebros y en los de los demás animales, claro está). “Exacto, computación molecular”, precisa Álvaro. “Todo esto es muy efervescente. Todo esto de cómo representar la información, cómo almacenarla, las tecnologías para grabar, para leer, todo esto está en desarrollo. Hoy por hoy, es carísimo y la apuesta es a que en algún tiempo se abarate”, sostiene.
Foto de Clemente Estable usada y selección de 5 Kb codificada en ADN.
“Hay otro tipo de aplicaciones que no pasan por almacenar un gran volumen de información, pero sí un poco de información en espacios muy chiquititos y duraderos. Por ejemplo, en un material cualquiera podrías embeber capsulitas diminutas, microscópicas, de sílice que tiene ADN con información valiosa sobre el objeto. Por ejemplo, ya hay patentes de prendas que dentro tienen información de cómo se fabricaron, de dónde vinieron, sin ninguna etiqueta visible de ningún tipo”, ilustra Álvaro. “Podrías tener una pieza de una máquina que se hace en una impresora 3D, y dentro de la pieza podrías tener codificados en ADN los planos y los programas para construir esas piezas. Sería una especie de ‘ADN de las cosas’”, agrega.
“Se abre un abanico de aplicaciones de las buenas y de las malas, porque cuando uno anda cargando información sin saber que la está cargando puede llegar a no ser del todo adecuado”, complejiza. “Por eso es importante saber de estas cosas, entender de qué va todo esto”, dice Álvaro.
“Decías que la secuenciación de ADN se hizo popular porque era necesaria, pero en la época en que yo estudiaba era un proceso muy lento”, retoma José. “Entonces, desde el punto de vista de la visión que uno tiene de lo que va a pasar con los descubrimientos científicos, incluso de cosas que tenés frente a vos, muy cercanas, no tenés forma de darte cuenta de cómo van a evolucionar, salvo que te pongas a pensarlo mucho y teorices mucho sobre el asunto. Pero incluso así se te van a escapar cosas. Y también lo que se te escapa es la dimensión de la velocidad con que puede suceder algo de eso”, reflexiona. Y entonces se le ilumina la cara. “Eso está bueno para reflexionar con la gente sobre el valor de la ciencia motivada por la curiosidad, que tiene flores por todos lados, crecen árboles donde nunca te hubieras imaginado”.
“En el caso de la secuenciación de ADN, que hoy es muy rápida, y potencialmente va a ser más rápida, no era tan fácil decir hace unas décadas que eso iba a explotar rápidamente. Capaz que mirás la frontera del conocimiento y proyectás que tal o cual cosa puede ir para allá, pero no hay una seguridad absoluta”, prosigue José.
“¿Qué puede pasar con esto? Podemos trazar líneas para el futuro, pero hay algunas que se te escapan y por eso tenés que estar en este constante proceso de pensar, desarrollar y cambiar. Porque puede pasar que, como con un resorte, se despliegue todo de repente porque encontraste dos o tres claves que se potencian entre ellas de una manera que ni siquiera podías prever, o que se potencia con muchos investigadores de muchos lugares, o por el interés propio de la gente. Podés estar planificando un millón de cosas que tienen un uso inmediato y en un universo controlable, pero las otras que vienen por el costado te sorprenden”, enfatiza.
José me recuerda la broma que les hice el día que le entregaron la foto a Orsi y Cosse. Algo así como que les había descubierto el negocio: lo suyo era regalar fotos en ADN a todo el mundo para luego vender el servicio de leer esa información guardada en el ADN.
“Lo dijiste en broma, pero ahí tenés un microemprendimiento, una innovación. Es una interpretación buena en el sentido de que todos estos procesos dan oportunidades para mucha gente para hacer ese tipo de cosas. Pueden ocurrir florecimientos o crecimientos inesperados”, redondea José.
La reacción de Orsi
Les pregunto qué sintieron cuando hicieron entrega del regalo. ¿Llegó a donde pensaban?
“El presidente quedó muy contento, impresionado, y vio el potencial que tiene el Clemente Estable”, comenta José. “Pienso que percibió el valor que tienen todos los científicos. Pienso que él está cerca de eso, porque la historia es una ciencia también, por lo que no debe ser ajeno a todos los usos que ha tenido la historia y todos los usos que tiene la ciencia. Y el uso más fundamental es el del saber por saber. Eso ocurre en todos lados y da sorpresas todos los días. Creo que disfrutó la visita y disfrutó el regalo”, cuenta.
Les comento que me impactó la cara de genuina sorpresa de Orsi, que no es otra que la que todos y todas ponemos cuando nos enfrentamos a algo que apenas creíamos posible.
“¿Cómo empezó esta historia? En algún momento con Álvaro nos juntamos y tuvimos esa misma expresión cuando vimos hace un tiempo lo que otros habían hecho”, dice José. “No sólo nos pareció interesante, estoy casi seguro de que nos reímos y nos dijimos que qué bueno que estaba eso. Y ese es el entusiasmo que tienen los científicos cotidianamente. Y así como te veo sonreír a vos, así vi sonreír al presidente y a la vice. Todos nos energizamos, empatizamos y disfrutamos cuando las cosas son interesantes”, afirma José.
“Todos estábamos muy compenetrados en el asunto simbólico multidimensional. A nosotros nos gustaba atarlo con eso de que si en 100 años la foto aún estará en el ADN, sería bueno también que esté el Instituto Clemente Estable, que en pocos años cumple su primer centenario”, dice con esperanza José.
Para cerrar la nota, les digo que con ciencia grande no hay foto pequeña. Son apenas 5 Kb, pero generan curiosidad, fascinación y hacernos pensar en el futuro.
“Está bueno darle vuelta a ese dicho de Clemente Estable. Se le puede dar un montón de variantes. Por ejemplo, con pensamiento grande no hay ser humano pequeño”, contesta José. Álvaro, en cambio, prefiere rescatar otra frase de Clemente.
“A mí me gusta la que dice que no está mal irse por las ramas si uno baja con algún fruto. Uno empieza a estudiar cosas que lo llevan por ramas por las que tal vez no pensaba andar. Y en el camino puede encontrar algo que no es lo que originalmente pensaba, pero que es un fruto igual”, señala Álvaro. Con ciencia grande no hay frutos pequeños, podríamos cerrar entonces, cruzando los dedos para que en este período se avance hacia esa ciencia que tanto nos merecemos.
Foto de 5 Kb de Mujica ya codificada. Imagen de Aurelio González.
Otra foto
Además de la foto de Clemente Estable, el equipo decidió codificar otra imagen para que fuera guardada en ADN. Es que justo cuando estaban en todo ese proceso de pensar el regalo, se produjo la muerte del expresidente José Mujica.
“Nos parecía que era importante inmortalizar a un personaje como Mujica. Pero como la muerte se produjo a apenas una semana del festejo del Día del Investigador, no íbamos a poder llegar a tenerla en ADN para esa fecha”, señala José. “Y lo de esa foto fue un problema”, confiesa Álvaro. ¿Por qué?
“Cuando nos dijimos de hacer la codificación de una foto de Mujica, me puse a elegir una. Si bien nos apoyamos en cosas que se saben, como nuestra idea es desarrollar nuestra propia investigación buscando nuevos algoritmos, lo que hiciéramos eventualmente podría ser parte de una publicación. Y si nuestra intención implicaba que el trabajo fuera publicado, teníamos que tener cuidado con los derechos de autor de la foto”, explica.
“Entré a Wikipedia y me resultó curioso que la foto que hay allí de Mujica es de un fotógrafo de una agencia de prensa brasileña. Estábamos trabajando muy contrarreloj y no daba con una foto para usar. Entonces se me cruzó la idea de llamar al fotógrafo Aurelio González, reconocido por su trabajo en El Popular, a quien conozco personalmente. Le conté lo que queríamos hacer y quedó maravillado y me consiguió una foto que había sacado él. La tenía en una cámara de la que no encontraba el cable para descargarla y tuvimos que buscarle la vuelta”, sigue Álvaro.
“La foto de Mujica que nos dio Aurelio González ya está codificada. Pero como teníamos tan poco tiempo, no llegamos a tenerla aquí ya sintetizada en ADN para el 23 de mayo”, lamenta José. Aun así, probablemente la próxima publicación de Álvaro Martín y colegas la tenga como protagonista.